La reputación de Puri (4)
Puri es la hija del director del colegio en donde intenta ser un modelo para todos. Pero pese a sus intentos de seguir la moral convencional, todo se irá torciendo de manera que la imagen que tanto se ha esforzado en construir antes su padre, novio y profesores acabará arrastrada por el fango.
Tardé semanas en poder convencer a Simón de que aquello no era lo que parecía. Remiso y ofendido insistió durante día que el había visto lo que había visto, que no se lo pensaba contar a nadie, pero que era igual, que no lo iba a contar a nadie. Parecía más ofendido por las veces que había tenido que volverse a casa con el rabo entre las piernas que por lo acaecido en sí, señoría. Pero a base de mohines y de botones desabrochados de mi nívea camisa pudieron con su orgullo. Empezó a reconocer que sí, que era cierto que sólo habían sido unos segundos, que a lo mejor podía haberse dejado llevar por una situación equívoca, que ciertamente se giró muy rápido puramente ofendido. Que a lo mejor le pareció ver otra cosa en lo que yo le juré y le perjuré que era un tubo de leche descremada que se había roto en el momento más inoportuno. Al final no sé si me creyó o si estaba más interesado en lo que ocultaban mis castas ropas.
La reconciliación debía representarse en la fiesta de los Húsares que anualmente se celebra en el Colegio de Nuestra Señora del Manzano, un baile que se celebra en honor a la leyenda fundacional de la escuela, cuando todavía era de la monjas y antes de depender de la empresa privada para la que trabaja mi padre. La leyenda asegura que un húsar del ejército francés fue herido en una ataque de la guerrilla. Las monjas de la escuela le dieron cobijo pero el muy ladino aprovechó para seducir a una inocente novicia. Ella, cuando el húsar abandonó la escuela recuperado de sus heridas, la novicia vengó la afrenta revelando a los guerrilleros los planos del cuartel, lo que sirvió para que la resistencia asaltase el puesto y liberase la ciudad del francés.
En honor a esta tradición se organizaba un baile cada año, que las chica esperábamos con expectación porque era la ocasión para vestirnos con espectaculares trajes de noche. Los chicos habían tenido peor suerte, porque la tradición les obligaba a vestirse de húsares, algo que ellos odiaban pero que a nosotras nos encantaba porque le daba al acto un aire de baile principesco que cualquier mujer habría soñado.
Sin embargo la víspera de la fiesta era una mala época para las chicas que teníamos novio formal ya que había mucha fresca que no quiere ir sola a la fiesta. Esta era el caso de Claudia, una rubia de mi curso que claramente me tenía manía. Ella era la chica más cool de la clase, pero había roto con Roberto, un golfo, uno de aquellos que me había dejado por compañeras más fáciles. Eso era lo de menos, lo importante es que la muy descarada no quería ir sola a la fiesta y se había percibido del distanciamiento entre Simón y yo. Simón no era muy guapo pero no estaba mal, y sobre todo era un hombre que permitía ir acompañada.
Tradicionalmente los chicos íbamos y veníamos al polideportivo en autobús después de que una serie de años hubiese un trágico accidente de coche. Desde entonces un autobús llevaba al grueso de la gente y un minibús a los rezagados.
Llegué tarde porque una señorita necesita su tiempo par arreglarse. Un vestido azul de noche, con un escote de barco, con los finísimo tirantes que resaltaba lo más relevante de mi anatomía. El vestido era largo pero ceñido, con unas sandalias plateadas de altísimo tacón. Guantes por encima del codo haciendo juego y el bolso dimininuto. Mi pelo caía sobre los hombros y yo estaba verdaderamente radiante. Vi a Simón. Era tarde, pero todavía estaba el minibús. Simón estaba muy guapo vestido de húsar: su quepis, sus botas de montar, su casca con cordones y su pantalón blanco con una franja roja en los lados. Y entonces se fastidió todo:
−Tardona, te estábamos esperando.
Aquel pelo rubio se desparramó como una cascada desde la puerta del minibús y detrás la cabecita de Claudia, guapa rubísima, al contrario que yo, la chica desinhibida que siempre parecía dispuesta a todo.
−Pensábamos que no ibas a llegar nunca. Suerte que he podido convencer a Rodrigo para que se esperase −se rió−. Ha sido difícil, he tenido que utilizar todos mis encantos
¿Qué hacia ella allí? ¿Es que no iba a descansar hasta el final para intentar quitarme el novio? Pero era igual, y a la muy golfa seguro que no le había costado nada convencer a Rodrigo. Lo conocía bien, era el chofer oficial del Colegio. Su mujer le había abandonado para fugarse con un árbitro de fútbol de segunda división y desde entonces estaba supersalido Se notaba en cómo nos miraba, sobre todo a las chicas como yo, o como Claudia. Y Claudia iba con un vestido blanco largo, también con guantes hasta los codos y escote palabra de honor, de esos que quitan el hipo y la verdad es que tenía unos pechos tan grandes y casi tan firmes como los míos.
Así que el pobre Rodrigo se habría quedado alelado al volante y no le habría costado nada esperarme. Aunque seguro que la desvergonzada estaba deseando que se fuera y en realidad fue Simón el que no quiso marcharse.
El pobre Rodrigo tal como estaba, dos años sin mujer, y seguro que el putón de Claudia le había estado enseñando las tetas. Rodrigo, que en algunos viajes que nos había llevado a mi padre y mí a la central de Valladolid. En uno de ellos, y sólo como disimulando puso el espejo retrovisor para mirarme a mí. Al principio me ofendía, pero luego mi padre con su cháchara me aburría tanto que mi cabeza se iba al chofer, sabe señoría y pensaba en ese hombre, en el tiempo que llevaba sin una mujer , y me ofendía, pero de repente me subía un tanto la falda, no sé. Y le veía sudar por el labio superior y me imaginaba que se lo contaba mi padre, ofendidísima, y que lo despedía por mi culpa. Y acto seguido me daba muchísima pena y abría un poco las piernas y le enseñaba una ráfaga de mis diminutas braguitas. Y el tipo se relamía. Y mi padre dale que te pego con uno de sus discursos, que si la responsabilidad, que si la decencia…. Lo hacía ya sin mirarme. Pagado de sí mismo, refiriéndose a él en tercera persona y mirando por la ventanilla con aire de superioridad. Me aburría tanto que no podía dejar de pensar en Rodrigo que cada vez estaba más tenso y de vez en cuando su mano iba del cambio de marchas y rozaba como si nada su paquete, dándose ligeros golpecitos por encima del pantalón.
A ratos me molestaba su osadía, pero de repente temía perder su atención y entonces empezaba a juguetear con el asa de bolso hasta que se soltaba uno de los botones de mi blusa, pero no de arriba para que mi padre no lo notase sino del medio, aprovechando que no llevaba sujetador para que me viese las tetas por abajo, a que yo como tonta, de vez en cuando hacía que el asa apartase un tanto la blusa, pero sólo unos segundos.
De repente mi padre se calló empezó a revisar unos papeles que debía entregar a sus jefazos. El muy ladino del chófer en cambio, estaba concentrado en coger cada bache del carretera para que mis voluminosos pechos botasen y atisbar acaso algo de mis pezones. Los saltitos en el asiento trasero estaban empezando a irritar a mi padre y estaban teniendo sobre mí un efecto inesperado, ya que ante cada golpe con el el lujoso asiento de cuero me estaba excitando a mi pesar. Iba a abrocharme la blusa para dar por acabado el jueguecito, cuando Rodrigo se adelantó como si conociese mis intenciones.
−Señorita, si quiere ahora puede ver en el mapa la zona de Ribera del Duero, por la que me preguntaba.
Para mi desgracia y para que mi padre viese lo estudiosa que era le había preguntado eso al principio de mi viaje y ahora no quería que mi progenitor pensase que por un simple viajecito su hijita ya estaba perdiendo interés por los estudios.
−Espere que me pongo mis gafas.
Saqué del bolso unas gafas sólo para leer de esas que se cuelgan del cuello, me las puese en la punta de la nariz y me combé sobre el asiento delantero.
−Mire es toda esta zona de aquí − me dijo mostrándome un plano desplegado sobre le asiento del acompañante y parte del freno de mano.
−¿Es todo esto?
−Si despliega más el plano, señorita, lo verá mejor.
Así lo hice con dos nuevos inconvenientes, que las gafas cayeron de la punta de mi nariz y que no había más espacio para seguir desplegando el enorme mapa que sobre la piernas de Rodrigo. A esto, y a mi pesar, las gafas colgando sobre mi pecho había conseguido que una de las patillas levantase la camisa desabrochada y mostrase mi seno derecho en su plenitud. Pensaba en abrocharme ya, cuando Rodrigo frenó levemente y toda yo me fui hacia delante, tanto que mi manita izquierda que estaba abriendo el plano todavía más se tuvo que apoyar en la gran protuberancia que había entre las piernas de Rodrigo.
−¿La meseta no era toda plana? − le pregunté yo, francamente molesta de su atrevimiento, y con mi padre en el asiento trasero.
−Ya, pero a veces algún alto siempre sorprende al turista −contestó el sin cortarse un pelo.
Y añadió sujetándome por la muñeca:
−Además esto es una arruga del mapa, sólo tiene que aplanarla así −y me restregaba la mano contra su paquete, indudablemente bien armado. Mi padre no podía ver anda, los cabezales eran demasiado altos. Yo al principio cerré mi manita, pero para evitar un escándalo decidí que lo mejor sería que el muy quemado se corriese cuanto antes.Asi que abría mi palma que difícilmente podía abarcar aquella dimensión y con más morro todavía le apoyé mis pechos en el hombro
-Ve creo que la arruga ya está plana −le dije cuando el di el último repaso.
Su cara no llevaba a engaño:
−Sí, ciertamente tiene usted buena mano con los mapas, señorita.
Seguro que Rodrigo debía estar ahora mismo acordándose de ese día, porque había situado el retrovisor de manera que no se perdiese detalle de lo que ocurría cinco filas más atrás en los tres asientos que ocupábamos Claudia, junto a la ventana, Simón en el centro y yo junto al pasillo.
Lo que ocurrió entonces no fue culpa mía, señoría, sino todo de la loba de Claudia, que no paraba de parlotear, y que si cuando llegase a la fiesta haría esto y lo otro, y lo de más allá. Y todo se lo decía a Simón, y yo, un poco como si no existiera. Y no le bastaba con hablar, no. También le cogía el brazo y no dejaba de pasarle la mano por encima. Acariciándole el brazo y la muñeca en mis narices. Total, que yo tuve que hacer lo mismo. No podía dejar de ninguna manera que esa pelandusca me quitase a mi chico aprovechando una pequeña crisis en nuestra pareja.
No dejé de notar que tanta risa tonta, tanto parloteo y tanto sobeteo en sus brazos y su casaca le estaban alterando. Y no ayudaba nada que no dejase de ojear de un lado a otro: de mi escote al de Claudia, para ser más precisos señoría. En estas que la golfa de Claudia, seguramente porque aunque sus pechos son enormes, no podía competir con los míos, decidió poner toda la carne en el asador.
−¡Vaya por Dios! ¡Tanto rato de pie y se me han bajado las medias!
Y dicho y hecho se subió el vestido blanco hasta medio muslo y descubrió unas piernas que hasta a mí me hicieron sentir envidia. Y no sólo porque llevase una medias caras que daban deseo de acariciar, aunque resultaría difícil hacerlo de manera más sensual de cómo lo había ella, suavemente desde la rodilla hasta medio muslo. Como si no hubiera nadie más en el mundo. Como si Simón no hubiese puesto los ojos como platos, como si Rodrigo no la estuviese radiografiando desde el retrovisor.
Y lo peor fue cuando acabó, porque como si nada, se dejó la falda remangada a medio muslo, como si no le importase ni mucho ni poco lo que dejaba a la vista. Entonces empezó a buscar en su pequeño bolso:
− No sé donde demonios he puesto mi polvera…
Como por accidente el pequeño bolso se abrió de golpe y todo su contenido cayó hacia abajo Parte fue a parar al suelo, pero otra parte cayó sobre los pantalones de mi pobre novio. Evidentemente la muy ladina se apresuró a recoger no los del suelo sino los que estaban en el regazo de mi indefenso chico, preocupándose de rozar con sus manos todo lo rozable, que en ese punto, ya era mucho porque el estrecho pantalón de montar del uniforme de Simón se encontraba notablemente abultado. Para colmo su barra de labios estaba medio abierta y el níveo pantalón se llevó un rastro de carmín coralero
− Glups, debí cerrar bien mi pintalabios.
−Pues sí, bonita. Mira como le has puesto − me quejé yo.
Pero tonta de mí no hice más que darle alas a esa buscona, que llevándose un pañuelo rosa a la punta de sus labios me contestó:
−No te preocupes, que dejaré a tu novio como nuevo.
Dicho y hecho se puso a frotar los pantalones de Simón como si le fuese la vida en ello. De tanto brío sus tetas no hacían más que moverse y el escote palabra de honor parecía a punto de bajarse. De modo que en realidad no consiguió mucho con la mancha del pantalón pero con lo que había debajo estaba logrando milagros. Tan protuberante resultaba la evidencia que yo también me puse a frotar sus pantalones, no podía ser menos ni permitir que fuese otra la que pusiese a mi novio como una moto.
−Mira lo que has hecho, torpe − me queje, yo, consciente de que mis propios tocamientos también estaban cooperando a que el pobre Simón estuviese al mismo tiempo cada vez más a gusto pero también más incómodo.
−No es culpa mía −se defendió ella − Si no fueras con todas las tetas por delante.
− ¿Yo? Pero, Claudia, cómo puedes decirme eso cuando eres tú la que lo estás enseñando todo.
− Venga, chicas, dejarlo ya − quiso poner paz Simón pero al momento y al ver que ambas parábamos por un momento, como que cambió de idea− No, eso no. Seguid, seguid…
− ¡Y para colmo estamos a punto de llegar! ¡No pueden verlo así! − insistí yo, más preocupada por lo que a mi reputación de chica intachable afectaría el que viesen a mi novio bajar del autobús como un trípode, que por el estado mezcla de ansiedad y dolor en el que estaba quedando Simón.
− No te preocupes, Simón, esto lo arreglo yo, se ofreció Claudia, haciéndose la voluntariosa.
Seguidamente le bajó la cremallera, un tanto bruscamente, tanto que Simón gritó de dolor.
−¿Te he hecho daño? ¡Pobrecito! − comentó mientras ante mi pasmo le metía la mano en la bragueta.
− ¡Pero serás guarra! ¡Saca esa mano de ahí!
Ambas forcejeamos. Yo le cogí la muñeca intentando que dejase aquellas partes que mi novio debía reservar sólo para mí. Ella insistía en frotársela bajo el pantalón. Finalmente conseguí mi objetivo de un fuerte tirón. Pero con tan mala fortuna que no sólo salió la mano de mi rival sino también aquello que así y que a bote pronto me dejó preocupada porque conmigo a solas nunca se la había visto tan grande.
− ¡Pero chicas, que esto no es una berenjena!
− ¡Que la dejes, Puri! ¡Que si no, no vamos a acabar nunca!
− ¡Ni lo sueñes! ¡Ahora mismo se la guardo, que estamos a punto de llegar!
− Pero como quieres guardarla en este estado, cariño − me recordada Simón, jadeando. Razón tenía porque aquel volumen era imposible de volver a su receptáculo original. Resultaba mucho más difícil que sacudirla con brío como quería Claudia. Así que una para adentro y otra para afuera, el pollón, y lo siento pero tengo que decir pollón, señoría, estaba indomable. Y eso que ambas nos volcábamos en cuerpo y alma, de manera alguna vez nos volcábamos en exceso sobre nuestra finalidad e incluso nuestros pechos chocaban contra el miembro de mi novio. Pero en este sentido fue Claudia la afortunada, ya que Rodrigo, seguramente nervioso por el espectáculo que tenía en su retrovisor, dio un frenazo y la muy calientabraguetas se fue con toda su delantera contra la parte más sensible de mi novio.
−¡¡Auhhh!!!
−Lo siento, guapo. Te doy un besito y seguro que se te cura.
−¿Qué? − pregunté escandalizada mientras no podía creer como ella le besaba la punta del glande.
−No pasa nada, otro y ya sana.
Volvió a hacerlo. Sus labios apenas rozaron la punta de una falo que tenía que estar reservado para mí.
Desde abajo, Claudia me miró como retándome:
−Venga, prueba, no seas tonta.
Tiene que entenderlo, señoría. No podía dejar que Simón pensase que Claudia era más atrevida que yo. O que su experiencia con ella era más profunda que la que había tenido conmigo. Así que tragué saliva, y a pesar del asco que me daba, acerqué mis labios fruncidos a un pene que ninguna de las dos había soltado y que a esas alturas parecía tener vida propia.
El segundo frenazo tuvo un efecto inesperado. La boba de Claudia volvió a caer hacia delante y sus pechos me cayeron con todo el peso que obligaba la gravedad, justo, cuando mis labios apenas habían rozado el glande hiperhinchado de mi novio.
−¡¡¡Opps, lo siento, querida!!!
No pude contestar claro. Mi cabeza se había deslizado hacia abajo y ahora tenía todo aquel pedazo de carne dentro de mi boca, palpitando. En cuanto Claudia salió de encima mío, me la saqué de la boca, casi no podía respirar:
−No, Puri no… −jadeó Simón.
Fue un aviso que me permitió si no salvar mi honra, sí mi vestido. Puede inclinar todo aquella verga hacia Claudia en el último momento, cuando golpe, como un surtidor, mi chico se fue. Yo no quería, señoría. Yo sólo pretendía evitar que mi vestido se manchase en una fiesta tan importante. Y aunque conseguí eso, la verdad es que Claudia quedó perdida, el escote, sus pechos, todo su vestido, su cara, su pelo… Era increíble lo que llevaba dentro mi pobrecito Simón. Había dejado al putón de Claudia hecha un cromo, señoría.
De lo único que me preocupé fue de que mi novio guardase de nuevo aquella morcilla. Me levanté y me fui tirando de él de la mano. Antes de bajar del autobús sólo tuve tiempo para decirle a Rodrigo:
− Creo que Claudia ha tenido un problema con su vestido. No le iría mal un poco de ayuda.
No hizo falta más. Salimos del microbús y antes de entrar en el baile besé a Simón apasionadamente.
−No hace falta que hagas esto para que te perdone −me dijo él.
Pero aunque me di perfecta cuenta de que él ya me había perdonado el beso no era para eso sino para ver lo que ocurría dentro del autobús, para contemplar como Rodrigo descubría aquella robanovios medio desnuda, intentando con su pañuelito hacer desaparecer todo aquel rastro de lujuria, como Claudia intentaba taparse inútilmente, como el chofer con los ojos fuera de las órbitas farfullaba alguna frase que debía ser del estilo, con ese sí y conmigo no, como intentaba detenerlo con sus manitas y todo era inútil, porque el tipo se abalanzaba sobre ella, la sujetaba, y para nada servía su resistencia… Eso le pasaba por pendón y por poner los ojos en chicos ajenos.