La Reputación de Macarena V

La cenicero recibe la visita de tres castigadores en su casa

Como siempre, agradezco a quienes se toman la molestia de calificar y comentar si les gustó el relato... y si no te gustó, dime porqué! Sólo así puedo mejorarlos. V Un día, Alberto le informó que vendrían sus “tutores” a visitarla al día siguiente: Los tres chicos que ya había olvidado, que probablemente vendrían a cobrar la "protección" puesta sobre su hijo.

Vicente, Tomás y Gustavo, los tres estudiantes con los que te dejé el día de la reunión con el profesor jefe. ¿los recuerdas? - le dijo al final del día, mientras veían una película sobre una mujer inmersa en una relación sadomasoquista con un hombre mayor. Alberto, sentado en el sofá (echado, más bien), con las piernas abiertas, sin dejar de ver la pantalla e inconscientemente, acariciando su paquete sobre el pantalón de buzo que llevaba y marcaba a la perfección su erección torcida sobre la pierna derecha - Está programado que vengan mañana y te entrevisten.

Ya con ese anuncio el corazón de Macarena dio un salto. Ella estaba sentada en el suelo a un lado de su hijo, sin prestarle atención a lo que sucedía en la pantalla. Usaba un vestido de noche, con un profundo escote, que amenazaba con rebasar sus tetas hacia el centro de se seno.

Debes respetarles, obedecerles y tratarlos como lo harías conmigo. Vienen a supervisar tu comportamiento y a ayudarme con algunas tareas atrasadas.

Sí señor - la anticipación de la madre no pasó desapercibida para el hijo.

La mañana siguiente, se aplicó en asear y preparar la casa para recibir a sus visitas; dejar listo para terminar un dedicado almuerzo para 5 e ir a comprar cervezas (aunque ni ella, ni Alberto tomaban). Después puso la misma dedicación en arreglarse para los chicos.

Optó nuevamente por el vestido tejido con el que ellos le habían visto en el liceo. Lo complementó con el calzón colaless rojo de encaje, y las medias de red con liga que dejó a medio muslo, empezando justo donde terminaba el vestido, mostrando la banda negra. Por supuesto, los zapatos de toplera era ya parte del conjunto. En el cuello se puso una gargantilla larga, cuyo adorno (una cruz) bajaba a perderse entre sus tetas. Puso otra cadenilla en su tobillo izquierdo y optó por no usar más joyas, por temor a pasarlas a llevar… en lo que fuera que sucediese más adelante (o lo que esperaba que sucediese). Por último, se maquilló de manera recargada: sus labios muy rojos y ampliados, sus ojos con rimel y sombra roja oscura y sus mejillas ruborizadas con polvos. Un poco de suave perfume (qué mejor perfume que el de una hembra en celo, como ella) la tuvieron lista para cuando escuchó la puerta.

Con el corazón dando botes a la par de sus tetas, aceleró el paso hasta el pasillo de entrada. Encontró a los tres chicos ya dentro de la casa, con la puerta a medio cerrar, paralizados con su aparición un par de metros dentro de la casa, alertados por el fuerte taconeo de su caminar. Ella también pausó su andar y procuró avanzar resueltamente moviendo las caderas con cadencias.

Mamacita - dijo el rubio

Mamazota - contestó el pelirrojo.

Los tres estaban embobados mirándola. Tanto, que no terminaron por cerrar la puerta y Macarena alcanzó a divisar a algún vecino curioso por la aparición de los tres estudiantes a esa hora en casa de Macarena, cuando debieran estar en clase. Así que, por sobre las cabezas de los muchachos, saludó silente agitando su mano en el aire… con suerte, gracias a los tres muchachos, no habría visto cómo estaba vestida (pero probablemente sí, como estaba maquillada). El grandulón cerró la puerta sin delicadeza.

Perdonen, mis señores. Qué gusto verles aquí en mi casa. – les dijo mientras se deslizaba por el suelo, para llegar arrodillada a los pies del rubio. Les sonrió, poniendo las manos al suelo y sacudiendo las tetas ostensiblemente, como un perro menea la cola. Los chicos se sonrieron entre ellos.

El gusto es nuestro. Hace mucho que queríamos verte así, mamita – contestó el rubio y adelantó su pie derecho hasta ponerlo sobre el regazo de la mujer. Tenía barro en la planta y, a diferencia de lo que hacía Alberto, pisó el regazo de Macarena, haciéndola sentir el peso de su pisada. Ella se dedicó como sabía, le sobó la pantorrilla por detrás de la pierna y bajó sus dedos para deshacer los nudos de los cordones con delicadeza. Luego sostuvo el zapato con ambas manos y el muchacho retiró el pie. Tomó una de las zapatillas de levantar que tenía preparadas y la sostuvo para que el joven deslizara el pie.

Lo haces muy bien, tetoncita – le palmeó la cabeza, como a una mascota, mientras ella repetía la operación con el pie izquierdo. El agacharse sobre ella provocó más presión sobre sus muslos, que le causó algo de dolor, pero que soportó sin quejas.

Ya tenía al rubio calzado con pantuflas, el siguiente era blanco, delgado y semi pelirrojo chico, que permaneció parado a un paso detrás del rubio, sin la intención de facilitarle el trabajo a Macarena. Pero ella comprendía que sería así y se arrastró el breve espacio para quedar a pies del chico y dedicarle una boba sonrisa, que el muchacho respondió devorando sus tetas con la mirada, buscando por donde se fugaban sus pezones en la red tejida de su vestido.

Ella notó en seguida la dureza bajo su pantalón que apuntaba hacia la pierna derecha del pelirrojo. El bulto prometía y Macarena lo sopesó con la mirada.

Quiere carne la perra – le dijo el pelirrojo, que por primera vez la veía a los ojos. A ella le daba un cosquilleo escuchar a chicos apenas mayores que su hijo, referirse así con tal descaro de ella.

Te dije que tiene cara de caliente - le contestó el rubio – si la dejas, seguro te viola – rieron (no sabría decir si de ella o el comentario) y Macarena sólo atinó a sonreir más bobamente si podía y dirigir una mirada al paquete del rubio que empezaba a marcar un bulto.

El pelirrojo le puso el pie encima de los muslos, como si pisara un escalón, sin delicadeza. Macarena, solicita, le acarició la pierna, como lo había hecho con el rubio, subiendo por detrás de su pantorrilla, pero esta vez no lo hizo para volver sobre el pie, sino, que avanzó por sobre la rodilla y llegó al muslo

¿Te gusta, mamita? - le dijo el muchacho.

Síiii – siseó Macarena, agravando su voz – me gustan los que se tuercen por la derecha – arrastraba las palabras y lamía sus labios, provocadora.

Una cachetada rápida, le cruzó la cara y la hizo soltar un “Ooh!” de sorpresa.

Cumple con tu labor – la miraba desde arriba, no serio… sino arrogante. Y ella, con una sonrisa amplia, como si le hubieran hecho una gracia, volvió a su labor de desatar cordones y sacar zapatos. Se sentía excitada y ansiosa por lo que fuera a suceder.

El zapato izquierdo del chico, tenía una mancha grisásea sobre el empeine y se lo hizo notar a la madura:

Límpialo.

Macarena demostró lo buena entendedora que era y retrocedió para poder inclinarse, con las manos en el suelo (ella casi hecha un ovillo), hasta tocar con su nariz los cordones del zapato y a lengüetazos, le dejó reluciente el cuero negro. Los tres chicos la miraban actuar a sus pies en silencio, apreciando su sumisión y los movimientos en el aire de su gran culo. Para terminar, le plantó un beso al zapato donde había estado la mancha y volvió a ubicarse para tomar el zapato y, sonriéndole a su dueño, proceder a retirarlo del pie.

Bien hecho, mamita – también le palmeó la cabeza con condescendencia.

Gracias – por mucho que estiró su cara y dejó su mejilla al descubierto, no recibió otra cachetada. Le quedaba mucho por recibir.

Ahora se hacía consciente del olor a nicotina que había entrado en la casa. El grandulón del trío llevaba un cigarro a medio fumar.

Me contaron que no sólo te gusta comer “carne”– le dijo el grandulón, con sorna. Ella no podía dejar de sentir un rápido escalofrío con la frase “me contaron”… ¿lo sabía todo el colegio?, ¿lo sabría su hijo?!

Avanzó en cuatro patas hasta el último chico y se plantó arrodillada, sentada sobre los tacos de sus voluminosos zapatos, con las manos sobre sus muslos y abrió su amplia boca, sacó la lengua y esperó con los ojos bien abiertos.

El grandulón, había sido cuidadoso en botar la menor cantidad de ceniza posible. Así, medio cigarro era una acumulación curvada de cenizas humeantes. Los otros dos cerraron espacio sobre la mujer, para tener la mejor vista del espectáculo. Vieron a su compañero, bajar la mano y poner el cigarro en horizontal a 20 cms sobre la boca abierta de la mujer. Hubo un momento de expectación, silencioso, mientras él mantuvo su dedo índice levantado sobre el cigarro y gozaba de prolongar el suspenso. Finalmente, la ceniza se precipitó sola en su mayor parte dentro de la boca y sobre la lengua de Macarena. Tan directo en su boca, que le provocó un gesto reflejo de arcadas que no pudo reprimir y se retorció sobre si misma, tosiendo, soltando babas y botando parte de lo que le habían soltado en la boca. Los chicos rieron con lo imprevisto de la situación.

Perdón – se recompuso rápida como pudo, con los ojos llorosos y cara de disculpa.

Bruta, botaste casi toda la ceniza que te había guardado especialmente – la reprendió con sorna.

Perdóneme – repitió, una lágrima se le escapó por la comisura del párpado derecho.

Ya lo limpiarás. Ahora abre– le ordenó y puso la colilla cerca de su lengua, apoyándose en su barbilla. Ahora sí golpeó con el dedo para botar los restos de ceniza que quedaban en el tubo de papel, que aún estaban calientes y quemaron la lengua de Macarena, cosa que evidenció en el gesto de su cara, cerrando los ojos y le volvió el reflejo de arcada, aunque logró mantener la compostura en su lugar.

Ahora sí, mantuvo las cenizas en su lengua, mirando acuosamente a sus tres “invitados” inclinarse sobre ella para tener mejor vista.

Así que no sólo te gusta la carne, mamita… te gusta ahumada, verdad? – ella sacudió su cabeza afirmando, los chicos rieron – ¡Entonces trágate la ceniza! – Era la orden que esperaba y, con desagrado cerró la boca y forzó la ceniza a bajar por su garganta. Más lágrimas escaparon de sus ojos.

Cuando abrió la boca nuevamente para mostrarle a sus encargados lo que había en ella, con la lengua afuera, vieron la lengua sucia de ceniza.

Parece que le faltó lubricación a la cenicero… – dijo el grandote; acto seguido, soltó un lánguido escupitajo en la boca de la mujer y miró sonriendo a sus compañeros. Estos no necesitaron palabras: el pelirrojo, hizo lo mismo con un largo chorro de saliva que se deslizó por la lengua hacia el fondo de la garganta de Macarena; el rubio, por su parte, escupió con más distancia y violencia, impactando con babas en el rostro de Macarena, moviéndola por el golpe, cerrándole el ojo izquierdo, rociando su nariz.

Puta, hueón, ensuciaste la cenicero – le dijo al rubio el grandulón, observando las gotas de babas que empezaban a escurrirse hacia abajo por la mejilla izquierda de Macarena, el cuajo del ojo izquierdo que tomaba el recorrido de las lágrimas que había dejado escapar…

Pero ella mantuvo estoica su pose y volvió a abrir sus ojos, en una expresión que podría describirse de “gusto”, que los chicos supieron interpretar como consentimiento de todo lo que estaba por suceder. Esta vez, no esperó la orden. Cerró su boca y tragó el sucio contenido vertido en ella. “Gracias” les dijo sonoramente y sonriente al terminar, mirando a sus invitados y abusadores.

¿Puedo encargarme de sus zapatos, mi Señor? – le dijo al que le faltaba, este por respuesta le puso el pie sobre los muslos como había hecho el resto y Macarena, solicita, repitió su bienvenida, dejando al macho con pantuflas y su propio regazo con barro seco.

Por detrás suyo, uno de los chicos se acercó y pasó algo por frente a su rostro hasta su cuello…

Te mereces un premio por tu correcto comportamiento, perrita – le dijo el rubio, mientras cerraba por detrás de su cuello la metálica hebilla de un collar negro de cuero, muy grueso en su base, con una correa más angosta que le daba una vuelta extra y dejaba una delgada punta suelta apuntando hacia atrás. Era nuevo, el olor a cuero recién estrenado penetró en su nariz y se quedaría grabado en su mente por un largo tiempo. El collar fue ajustado con fuerza a su cuello, sacudiendo su cabeza en el proceso, hasta incomodarla. Pero ella no se resistió ni quejó.

En seguida, cuando el rubio muchacho terminó de ponerle el collar, el grandulón se agachó sobre ella con una cadena entre manos. Con seguridad y prestancia, tomó una pesada anilla metálica ubicada justo debajo de la barbilla de Macarena y enganchó el extremo de la cadena con un pequeño candado que cerró con los dedos, enlazando anilla y eslabón. La cadena era larga y plateada e iba a terminar en la mano empuñada del chico. Por el otro lado alcanzaba a vislumbrar una corta correa de cuero.

Sin aviso, el muchacho que tenía la cadena avanzó por su lado hacia el interior de la casa y tiró de la cadena, volteándola por el cuello y haciéndola caer de lado sobre el suelo. “Vamos!” fue todo lo que dijo y ella se tuvo que estabilizar en cuatro patas y emprender la marcha si no quería ser ahorcada entre los tirones y su propio peso corporal. Los otros chicos les siguieron, disfrutando de la vista de esa mujer madura marchando en cuatro patas, siendo jalada por la cadena como un animal.

Llegaron a la habitación de ella, inspeccionándolo todo, los cajones, la ropa, la cama. Cuando se detuvieron, el muchachón la miró y le dijo:

De pie – ella se levantó agradecida, pues ya le dolían las rodillas (que las tenía rojas) por el apresurado caminar al que la habían obligado – tráenos algo de beber – le dijo y puso en su boca la parte de la cadena que tenía un asa de cuero.

Macarena asintió y partió caminando con sus ruidosos zapatos hacia la cocina. Al pasar por el lado del chico pelirrojo, este le dio una sonora cachetada en su nalga derecha, haciéndola temblar.

Oooh!, qué bien sonó. Ya tenía muchas ganas de pegarle a ese trasero inmenso – comentó para la diversión de sus compañeros.

Macarena le dedicó una agradecida sonrisa al paso, luego del sobresalto y traspié que le provocó el golpe.

Cuando volvió a la habitación, era evidente que lo habían trajinado y desordenado todo, cajones, clóset, maletas, documentos. Le estaban arrebatando su dignidad por todos los flancos. Además, sobre su cama vio cosas que no eran de ella. Les pasó una botella de cerveza que había comprado esa mañana a cada uno de ellos y volvió a ubicarse de rodillas a los pies del más alto de los muchachos, ofreciéndole la cadena devuelta con la boca. Cuando miró hacia adelante, vio que habían puesto su espejo de cuerpo completo y pudo contemplarse en su posición sumisa a los pies del chico de uniforme escolar.

Vio una mujer madura, claramente excitada, con la cara roja, transpirada, con saliva seca en el lado izquierdo, el maquillaje marcando la bajada de lágrimas por sus mejillas, el pelo salvaje y libre, pero conservando su orden inicial. Vio por fin el collar grueso y negro, se veía lustroso y era notorio como el aprisionaba el cuello, forzando su postura más erguida y recta. Tenía ese gran anillo al frente y otras bandas y pretinas por los lados, junto a algunos anillos menores, cada uno con una función. Ella se mantenía sentada en sus talones, con las manos sobre sus muslos, veía su pecho subir y bajar con la respiración alterada. Estaba tremendamente excitada y su expresión facial así lo reflejaba, su boca semiabierta y lustrosa, mostrando sus dientes, su mirada felina…

Estás para una foto – interrumpió sus pensamientos el muchacho con la cadena.

Pero mejor tomarla con un traje adecuado a su condición – agregó el rubio y tomó una red roja que había en la cama.

Con tirones de la cadena, la hicieron poner de pie y de repente, sintió que su vestido tejido era tironeado con violencia hacia abajo desde sus hombros. El pelirrojo tiraba de los costados, sin rajarlo, pero haciendo sonar sus costuras, zamarreando a Macarena que hacía esfuerzos por no perder el equilibrio, gimiendo con las sacudidas.

Conchetumadre… - exclamaron con admiración los dos jóvenes que veían de frente a Macarena, llenando sus ojos con las contundencias de su cuerpo.

Primera vez que la veían prácticamente desnuda, sólo con sus medias de red y su fino calzón colaless, que la hacía quizás más excitante, si se quiere. Embobados los tenía con sus tetas grandes y pesadas, pálidas, colgando hasta su abdomen. Algo rellenita, de todos modos se marcaban sus caderas anchas, su presencia animal llamaba al sexo.

Toma, póntelo – le pasó el rubio una red de hilos negros, enredada. Ella procedió a desenredarla. Comprendió que era un vestido, similar al que le habían quitado, pero era una red mucho más abierta, más parecida a la de sus medias. En breve comprendió cómo debía ponérselo y lo pasó por sobre su cabeza para tirarlo hacia abajo. Se fijaba con justeza a su cuerpo. Apretaba sus carnes y la hacía tratar de “salir” por entre los espacios abiertos del tejido. Sus tetas parecían una pierna de jamón por la textura que adoptaban al ser estrujada la carne por la red. Sus pezones, ahora en todo su esplendor se asomaban por los espacios abiertos, duros y oscuros, invitando a instalarse a succionarlos con fuerza.

Era un vestido corto, con tirantes anchos (también en red), con los bordes reforzados por una cinta negra. Elasticado, permitía que se moviera y le hacía sentir el tejido de la red todo el tiempo en su carne. “Vestida”, se quedó mirando a los chicos, que también la miraban. Estaba excitadísima, provocada por la forma embobada en que la miraban. La dominación y control que habían demostrado hasta entonces, se había perdido.

La visión de la hembra en celo, vestida como fulana y dispuesta a la guerra fue más de lo que pudieron aguantar, el rubio se abalanzó sobre ella. La tomó por la cintura para pegarla a si mismo, encajando su pierna y cadera entre las piernas de Macarena, la agarró por la nuca y le dio un morreo, violando su boca con la lengua, abarcándola por completo y babeando sobre sus labios. Las manos del chico empezaron a recorrer el cuerpo de Macarena, Agarró sus nalgas a manos llenas, las apretó y levantó con rudeza, subió por sus caderas, para asir sus pesadas tetas, las que palpó, apretó y pellizcó arrancando gemidos y aullidos de la hembra.

Los otros no se quedaron quietos. Se aproximaron a la pareja y metieron sus manos donde pudieron para sentir la carne de la hembra, hundieron sus dedos en su húmeda vagina, enterraron dedos en su culo, amasaron su abdomen y sus jamones muslos. En un momento, ella sintió un par de dedos, internándose en su boca, mientras aún morreaba al rubio y como si fueran un gancho, alguien tiro de su boca, despegándola del muchacho y torciéndo su cara hacia el grandulón, que atrajo medio cuerpo de ella para si y se apoderó de su boca.

Se la estaban peleando. Al tiempo que el mayor de los tres la robaba de la boca del rubio y con ambas manos sostenía su cabeza para arremeter con su lengua en su boca, el pelirrojo la tiraba de un brazo en el sentido opuesto y el rubio trataba de conservar su espacio entre los muslos de la madre de Alberto. Ella sentía las manos de los tres, tratando de apropiarse de una parte de su cuerpo, dejando sus marcas en agarrones, pellizcos y rasguños en cada cuarto de piel que conseguían afirmar brevemente.

El pelirrojo reclamó su momento de monopolizar la boca de la mujer tirando de una buena cantidad de su negro cabello, al mismo tiempo que hacía lo propio con la cadena que poseía su cuello. Macarena se vio torcida y ahorcada hacia atrás. Se hubiera caído de no ser por el afán del rubio de restregar su cadera contra la de ella sosteniéndola con ambas manos por sus nalgas. Así que en un momento se encontró sostenida en el aire. Sus pies ni tocaban el suelo. El grandote aprovechó la oferta de tetas que saltó frente a sí y la tomó por la espalda para poder agasajarse chupando y amasando las ubres de Macarena. Ahora era el pelirrojo el que se apropiaba de la boca de la morena, besándola agresivamente, con más dientes y mordiscos de lo que habían hecho los otros dos.

Como caníbales, los tres se pelearon el cuerpo de la madura, en algún momento uno quería tetas, otro quería profundizar con sus dedos en su vagina, o dos se peleaban por volver a probar la lengua de la hembra. Terminaron asediandola sobre el piso, ella retorciéndose con cada golpe, palmada, rasguño tirón o dedo invasor que le atacaba.

En algún momento, el grandulón reaccionó, se separó del ajetreo del asedio y, por la fuerza, sacó a sus compañeros de encima de Macarena. Los cuatro estaban sonrojados, transpirados, agitados por la friega. Macarena quedó en el piso, acostada. Con las piernas abiertas y flectadas, el vestido por sobre su ombligo, roto en algunas costuras (sobre todo por un lado de la teta izquierda), tironeado y corrido. Ella quedó a medio incorporarse, con marcas evidentes de rasguños y fricción. Despeinada y sin aliento.

A lo que vinimos – dijo a sus compañeros – Vicho, lleva el espejo –le dijo al pelirrojo – Tom, la mochila - le dijo al rubio. Él agarró a Macarena por el pelo y tiró de ella hacia el living, hasta que ella consiguió ponerse en cuatro patas y acompañarle para aminorar el dolor de su cuero capilar… iba arrastrando la cadena por el piso.

La dejó en el centro del living y se fue a hurgar el refrigerador. Macarena aprovechó de “adecentarse” un poco, estirar su vestido, subir sus medias, alisar el pelo con sus manos… y nada más, la saliva que cubría buena parte de su cuerpo se quedaría ahí refrescándola, pues ardía en su calentura. Llegó “Vicho” con el espejo y lo ubicó frente a macarena, apoyado en un muro. Macarena se quedó viendo a quien se reflejaba, irreconocible para si misma en ese vestido expositivo. Claramente excitada, el cuerpo enrojecido por su propia temperatura, sudado y brillante, como si hubiera ejercitado; se notaba también en el rostro, la expresión clara de la excitación desatada, despeinada con mechones cruzándole la cara de un modo muy sexy. Y el collar, con la cadena colgando hacia su izquierda, le entregaba un elemento disruptor, estando de rodillas (aunque erguida sobre ellas, su excitación no le permitía mantenerse sentada, estaba tensa) veía a esa persona como un animal sexual que llamaba a ser montada.

Estaba absorta en si misma, no vio a Tomás entrar grabando con su celular, con una mochila en la mano que dejó en una mesita a su lado de la que sacó una fusta, cuerdas y un plumón; ni al chico que mandaba sobre el resto (el grandote) que volvió de la cocina con tres cervezas y un porro encendido. Le entregó una botella a cada uno de los chicos y fue a pararse a un lado de Macarena, donde tomó la cadena tirante y le dijo a Tomás “Tomanos una foto”.

Empezó una breve sesión fotográfica en que cada chico tuvo su turno con la mujer para tomarse un par de fotos. Fue tironeada por la cadena, pasando por las manos de cada uno según se les iba ocurriendo una pose tras otra. Parados a un lado de ella con la cadena, agarrando una teta, tomándole la cabeza, pegada a la entrepierna del de turno, etc. Macarena miró siempre a la cámara (excepto cuando le pidieron que mirara a su “amo”) y perpetuó su rostro excitado y mancillado por los chicos.

Tremendo par de ubres que cargas, Macarena – le dijo el rubio en un momento – si son más grandes que la cabeza del Vicho! - agregó provocando risas y que el aludido posara poniendo su cabeza entre las colgantes ubres de Macarena, que tuvo que inclinarse y sacar sus tetas por sobre el elástico vestido de red.

Quizás notaron lo deshidratada que estaba. Macarena en un momento fue jalada hacia arriba por la cadena, irguiéndose sobre sus rodillas, para quedar enfrentada con el grandulón. Instintivamente abrió la boca cuando pudo y el chico soltó un chorro de cerveza directo a su paladar. Al no estar preparada, dejó escapar buena parte y tosió el resto. Pero el chico insistió llenando su boca y escupiendo la cerveza en la de Macarena. El acto fue repetido por el pelirrojo y Tomás lo grabó todo con tiros cercanos.

Luego le acercó el porro, que ella aceptó sin reparos y le permitieron dar un par de largas caladas, para llenar sus pulmones de marihuana. Todo fielmente registrado en cámara por Tomás, que se había vuelto el camarógrafo principal de la actividad. En su celular se grabó el rostro de Macarena transformado en depravación, babeando cerveza que se deslizaba por su cuello y bañana el canal de sus tetas para expandirse por su abdomen. Su mirada rojiza y algo fija en un punto inexistente. Su jadeo pesado, por estar al borde del orgasmo. Estaba algo sobrepasada y era hora de llamarla de vuelta.

Suzie – la llamó el grandulón. Macarena de golpe volvió a la realidad – ¡SUZIE! – tuvo que repetir para que lo mirara con extrañeza – eres tal como me contaba mi tío – le dijo a la extrañada Macarena que se quedaba mirándole encadenando preguntas en su cabeza.

Lee esto a la cámara – le pasó un recorte de diario. Macarena se demoró dos segundos en reconocer lo que le había entregado. Por primera vez en la tarde, le hizo un desesperado gesto de súplica – LEE – inistió por última vez el chico, amenazante, bajando los brazos y avanzando un paso.

Con un leve temblor, Macarena levantó el papel.

Y hazlo bien, como lo leen tus clientes.

Macarena hizo una última pausa y empezó:

Suzie (40). Putita madura ninfómana. Servicios completos. Ven a culiarme duro papi, hazme mierda el orto, culeame la boca. Soy una perra buscona en la cama, una dama en la calle. Cumpliré tus fantasías extremas, trátame como la perra que soy. Hago americana, garganta profunda sin piedad, beso negro, beso blanco. Sin Tabúes. Trae a tu amigo y hagamos un sandwich de cerda. Soy insaciable. Te dejaré sequito…

Dejó de leer con lágrimas bajando de sus ojos, pero excitada. Siempre la excitó leer su aviso de escort. Pero, al mismo tiempo, le avergonzó profundamente tener que leerlo frente al trío de chicos y a quien fuera a ver el video.

¿Creíste que habíamos venido a hacerte pasar un buen rato?

No, señor – respondió haciendo pucheros.

¿Desde cuándo eres puta? – continuó el interrogatorio, el grandulón.

… Unn – un par de años – una mancha negra vio pasar y un golpe rápido en su teta derecha la hizo saltar, más de susto que de dolor. El muchacho que la tenía tomada por la cadena, sostenía en su otra mano una negra fusta con un extremo como matamoscas, con tachonados redondos de aluminio, lo que le dejó una roja marca punteada en la teta. Iba a taparse la teta, pero detuvo su movimiento instintivo y puso los brazos pesados a los lados.

¿antes no eras puta? – preguntó Tomás.

An-antes de casarme, trabajé en un café… Dejé de hacerlo mientras estuve casada…

¡Plas! Resonó el siguiente azote en la misma teta

¡Ay! – volvió a saltar – …por un tiempo… pero, nos empezó a faltar el dinero… y tenía que alimentar a Albertito – empezó a sollozar cuando cayó otro fustazo en su otra teta – ¡Ay!

¿A quién? – dijo sonoramente su interrogador.

Al Señor Alberto – contestó controlandose. Tomó sus propios brazos con fuerza, por detrás de su espalda.

¿Dónde atendías?

En la capital. Arrendaba un departamento…

A Nibaldo – le interrumpió.

…al Señor Núñez – Macarena miraba con cara de interrogación al muchacho parado a su lado, que terminaba de dar una larga calada al grueso porro que tenía en la mano.

Mi tío, – le dijo al pelirrojo, mientras le pasaba la marihuana – el que trabaja en la Muni. Un día, llamó a mi viejo a la oficina y mi viejo le contestó el altavoz… Es tan hocicón el pela’o… Y le empezó a contar que se había culeado a la puta que le arrendaba el depto del centro. Que era una fiera, una ninfómana! Que se lo había violado! – todos rieron. Miró a Macarena a sus ojos, que empezaban a anegarse.

Y pensar que mi viejo le dijo que era un exagerado… Pero a mi me contó algo más -–dijo mirando a todos los presentes y moviéndose alrededor de Macarena… que estaba asustada.

No… – y cayó sobre la espalda de Macarena un fustazo violento que la hizo quedar en cuatro patas. Se volvió a levantar sollozaba quédamente, con la mirada baja.

Lo sabes – le dio otro fustazo, no tan fuerte, pero sonoro, a la altura de las costillas. Macarena emitió un largo “MMmmmhhh…” y apretó los puños. En la actitud del grandulón no parecía haber ensañamiento. Claramente disfrutaba su papel de ejecutor y el show que le brindaba a sus compañeros gracias a Macarena. Se mantuvo moviéndose alrededor de Macarena y le lanzaba fustazos casi al azar, entre el morboso diálogo que mantenían.

Macarena no contestaba, así que le cruzó la espalda con dos fuertes fustazos a altura de sus homóplatos.

¡Aaahhh! – no pudo reprimir el quejido con una zona tan sensible siendo castigada.

Alguien especial para él – le asestó otro golpe sobre el hombro izquierdo.

Su… su hijo – le contestó levantando la cara y mirándole con sus ojos goteantes.

Los otros dos chicos presentes se miraron entre sí, con cara de sorpresa ante la revelación

¡Ése pendejo! – dijo el pelirrojo y el grandulón asintió.

Sí. El Pipe… mi tío quería estrenarlo con una puta caliente como esta… separa las piernas – le empezó a dar ligeros golpes entre los muslos para indicarle que los separara y darle acceso a su entrepierna, en la que apoyó por un momento el extremo de la justa para golpear.

¿Te gustó culear a ese pendejo? – le dio un golpe no muy fuerte, pero que de todos modos la hizo saltar.

Sí… ¡Ah! – otro golpe algo más fuerte.

El hueón se rayó después de culiar contigo. Se calentaba de sólo contarlo – más golpes iba recibiendo, mientras, Macarena sobre su vagina – te decía “señora” al comienzo, ¿cierto?

Mmmhhh… sí. – algunos golpes eran bastante más fuertes, otros bien suaves, pero se mantuvo golpeándole constantemente.

¿Y cómo le dijiste que te llamara?

Le dije … mmmhh… “dígame PUTA, mi amor”… ahhh!… “que eso soy”… aaahhnn!

Ya a estas alturas, Macarena se estremecía completa cuando le golpeaba y no podía evitar adelantar las caderas y abrir aún más los muslos para recibir los golpes lo más limpios posible. Cada fustazo era un rayo que cruzaba su cuerpo a su cabeza.

¿Qué más le pediste que te dijera?

Maraca, perra, cerda, mierda… que me insultara como quisiera… AAhh!… porque me lo merezco… uhhh! – y de improviso recibió un último fustazo en la cara… no muy suave, quedó marcado en su mejilla izquierda y le hizo saltar aún más lágrimas.

Si se supiera esto, te deberían arrestar puta… después de echarte del liceo y al Beto contigo – eso la asustó no sólo a ella, sino a sus compañeros también, que se vieron sorprendidos por la revelación.

Así que nada de esto sale de aquí, ¿entendido? – le dijo a todos los presentes que contestaron moviendo la cabeza y con un sonoro “Sí, Señor” de parte de Macarena, que nuevamente se sentía agradecida de ser castigada…

Te voy a revelar algo más, Suzie: nosotros no deberíamos estar acá castigándote… esto era tarea del Beto. Pero no quiso… lo que está mal, es su tarea y lo debemos convencer que asuma sus obligaciones. Pero igual está bien, porque él no sabe lo que nosotros sabemos gracias a mi viejo - le sonrió con maldad, demostrándole que aún había cosas de ella que sabía y no le había dicho - y nosotros no estaríamos acá disfrutando de una perra como tú, que se calienta cuando le pegan, si no fuera por el Beto.

Lo que siguió después fue atarantado y precipitado por el poco tiempo que les quedaba antes que llegara el apoderado de Macarena. Todos tuvieron su momento para darle fustazos a Macarena. Sus tetas fueron el blanco preferido, luego su culo y piernas… pero no hubo parte de su anatomía que no fuese víctima de los golpes de los chicos.

La sesión de castigos culminó con ella siendo culeada por la boca por cada uno de los chicos, mientras recibía los castigos del resto. De ese modo, aún sin recibir nada por su vagina, tuvo varios orgasmos; algunos encadenados.

Se tragó la corrida de cada uno de ellos, así como las cenizas que siguió recibiendo. Eso, junto con las caladas de marihuana que le compartieron y la cerveza que escupieron en su boca, hizo que terminara bastante mareada, sintiéndose algo mal del estómago…

Nota del autor: con este capítulo casi alcanzo lo que llevo escrito de la historia de Macarena (que se debiera desarrollar en unos diz capítulos). Así que puede que los siguientes capítulos se vayan espaciando.