La Reputación de Macarena. Taller de Madres.
Un grupo diverso de mujeres es adoctrinada en servir a sus apoderados, relatan sucias experiencias y potencian entre ellas su sexualidad y técnicas para satisfacer.
VII EL TALLER DE MADRES
El semestre se aproximaba a su fin de este modo, en una casa extrañamente tensa. Una madre actuando todo el tiempo como hembra en celo, un hijo provocado que parecía cada vez más molesto y agresivo con su madre. Ambos conseguían sus desahogos por fuera de la casa.
Alberto mantuvo un rendimiento sobresaliente en el liceo. Donde se le veía cómodo y en control de si mismo. Apreciado por su profesor jefe que veía en él un futuro prometedor, como un reflejo de sus propias circunstancias de vida; predilecto de la imponente Sandra, quien, desde que fue aceptado, le dedicaba tiempos especiales para ayudarle a concentrar sus esfuerzos y enseñarle lo que nadie más podría para destacar en ese particular mundo.
El director, Don Miguel Claro, también apreciaba al chico, a quien eventualmente incluía en algunas actividades extra-académicas y reuniones en su despacho privado.
Alberto era una estrella en el liceo y, de algún modo, su fama permeó el barrio y hasta partes del pueblo, convirtiéndolo a él y su madre en personajes altamente apreciados por la comunidad en muy poco tiempo…
Eso también traía como consecuencia la envidia de quienes, sintiéndose con fácticos derechos de antigüedad, por posición social o por un esfuerzo intangible, se vieron “pasados a llevar” por “laceniceroyel huacho” que llegaron de la nada y pasaron a ser los favoritos del director. Más sintió este rechazo Macarena que Alberto, quien gracias a acuerdos alcanzados con los tres chicos de buena posición y redes en el liceo, mantuvo a sus enemigos a raya y a sus madres bajo la suela de sus zapatos.
Macarena, en cambio, no tenía ventajas sobre las otras madres que eran parte del taller al que debía acudir dos martes al mes. La gran mayoría de las participantes venían de familias que las habían criado bajo el sistema de creencias y costumbres que el liceo reforzaba y focalizaba: en la asistencia a los machos de la casa y miembros de la comunidad escolar, según los requerimientos que les ordenaran, sin poner trabas ni dudas.
De una sesión a la siguiente, las asistentes no siempre eran las mismas. Taller a taller, se repetían las primerizas, representantes de alumnos recién incorporados. Que en el caso del grupo de Macarena eran 4, una rubia muy joven (veinteañera) de liso cabello rubio y cara inocente, de aspecto lozano, con una prominente barriga de embarazo, hermana de un alumno recién incorporado, le llamaban “regalada”; una crespa, pelirroja, de abundante mata de cabello, piel muy pecosa, también debía ser joven, pero era difícil precisar su edad debido a la cantidad de intervenciones en su cuerpo: una pequeña boca de labios con botox, al igual que sus pómulos, sus cejas dibujadas, muy marcadas, siempre con largas pestañas postizas, siempre recargadamente maquillada… su cara mantenía una expresión boba, pero también era difícil decir si era natural o producto de las intervenciones, tenía las pecosas tetas infladas, aunque no tan grandes, el culo redondo y la cintura muy afinada, siempre vistiendo con un gusto cuestionable, aún para los estándares de etiqueta de aquellas reuniones: mucho animal print, plumas, felpa, accesorios infantiles, cintillos con orejas de gato (hechos con diamantes), etc… le decían “tonta”; una chica treinteañera, de cabellos castaños ondulados, que siempre parecía estar tremendamente excitada, siempre se le veía agitada, se relamía los labios constantemente y tenía acciones de impaciencia, además de tener un aspecto de “acalorada” todo el tiempo, a Macarena le daba la impresión que el sólo hecho de estar ahí y participar la ponía cachonda… y transmitía a las demás algo de su misma excitación. La chica, llamada simplemente “hembra”, era una bomba sexual, baja (menor de 1,50 mts) solía llegar vestida en prendas de cuero, que cubrían lo justo de su curvilínea anatomía. Su cuerpo era carnoso, sus piernas gruesas y parecía dedicar mucho tiempo al ejercicio a juzgar de sus fornidos brazos y su marcado abdomen. La cuarta era Macarena, la “Cenicero”, que había tomado por costumbre llegar vestida como prostituta callejera, tomando al ropa que los chicos le fueron llevando en las siguientes visitas que le hicieron.
El resto de las integrantes de los talleres eran itinerantes, quienes habitualmente llegaban ahí a cumplir un castigo, o como parte de una serie de acciones para corregir un problema conductual, como había sido el caso de Victoria, llamada la “anaconda”, que había buscado conflicto con Macarena en un comienzo, pero que ya no continuaba asistiendo al mismo taller… aunque un día se encontraron en los pasillos del colegio…
Una forma de distinguir a las novatas de las que llevaban tiempo, era por las modificaciones corporales que estas últimas exhibían. Tatuajes y piercings eran lo común para todas. Al parecer, mientras mayor fuera la mujer, mayor cantidad de tatuajes visibles lucían (algunas tenían el cuerpo completamente cubierto por ellos) , así como piercings y extensores de mayor volumen. Luego estaban los implantes de silicona (más abundantes entre las de mayor edad): tetas, glúteos levantados y voluminosos artificialmente y el botox, que terminaba transformando las caras de manera uniforme a un buen grupo del universo de mujeres que acudían al liceo.
Los talleres, que ya no eran conducidos por Sandra, solían empezar con una sección de “inducción”, reforzando conductas apropiadas; para luego continuar con la bitácora de cada una, donde eran llamadas adelante del salón a relatarles las actividades “destacables” que cada una hubiera tenido entre sesiones. Eran momentos tremendamente eróticos, en que gracias a los relatos de los actos sexuales de una integrante, el resto empezaba a excitarse al punto tal, que algunas no podían evitar tocarse y hasta llegar al orgasmo. Como sucedió cuando la Cenicero tuvo que relatar la primera visita de los tres chicos. Algunas de sus compañeras, no evitaron frotar sus pezones, introducirse dedos completos en sus vaginas, con sus piernas abiertas de par en par y hasta observó a alguna retorciéndose sobre si misma en un orgasmo silenciado a gruñidos y fuertes respiraciones, además de sus caras contraídas en el intento vano de ocultar su clímax.
Ella también se excitaba contando sus aventuras, recordando su sumisión voluntaria y la degradación a la que le sometían los chicos. Confesó excitarse esperando la siguiente sesión de humillaciones.
Le contó al taller que los tres chicos le ordenaron que los atendiera como atendía a sus clientes en sus días de prostituta ocasional. Ellos querían saber los detalles de su oficio, a cuántos había atendido, cómo le pedían vestirse, las técnicas sexuales que aprendió, las proezas que era capaz de ejecutar… Y en el taller querían saber lo mismo. Así que se vio en la disyuntiva de rememorar un período de su vida por el que esta misma gente la condenaba y degradaba. Y veía como tanto sus compañeras, como su tutora se excitaban tremendamente al oír sus historias de puterío.
Los chicos de todos modos eran bastante versados en técnicas y peripecias sexuales, cada uno tenía fantasías extraídas de horas de videos y cómics porno, historias y leyendas escuchadas de hombres mayores y lo que ellos mismos iban maquinando a medida que ella les narraba las atenciones especiales que tuvo que realizar; como cuando alguno le pedía que vistiese como secretaria y lo fuera a ver a su oficina, o como dueña de casa y jugar el rol de mujer con una gran deuda por pagar… o vestida como escolar, que la hacía sentir ridícula por su cuerpo y edad (y así le ordenaron ir vestida a clase un día)… o simplemente como una puta callejera, que era una de las ocasiones en que le requerían el sexo más guarro.
La tutora, una morena menor que ella, de verdes ojos, hermoso cutis y rasgos faciales propios de una modelo; quien, según supo, era sicóloga sexual y que, sin importar la época del año siempre vestía con blusas muy livianas, semi transparentes, faldas sueltas y cortas, que permitían visualizar en sus movimientos, su ropa interior, sus siempre bronceadas piernas y sus muy chupables tetas despuntando tras la tela de la blusa. Era además, una mujer muy erótica, que escuchaba con atención y mantenía una expresión facial de cierta excitación (labios entreabiertos, la punta de la lengua asomada entre los dientes, los ojos entornados como concentrados en su interlocutora), además de un lenguaje corporal provocativo: desde el momento que en prefería sentarse sobre su escritorio, al frente de la clase, siempre con las piernas abiertas, mostrándole en triángulo de encaje rojo de su pantaleta a la clase. Aún las mujeres del taller que manifestaban (en lo que podían) algún rechazo a la interacción lésbica, no podían dejar de sentirse atraídas por esta provocadora profesional. Ella (que nunca se presentó a la clase, sino que les fue introducida como “su nueva tutora”) tuvo la particular misión de hacerlas confesar sus acciones y actitudes de las que ellas pudieran aún sentir vergüenza o aprehensiones. Con ella, las mujeres no sólo debían aprender a aceptar su posición, sino a sentirse libres de expresarlo:
Fui una puta… Soy una puta - así era como Macarena siempre debía presentarse a la clase, cuando era sacada al frente.
Lo eres - le contestaba suavemente la tutora.
Sí, gracias Señora - Macarena le sonreía tímidamente.
Con el avance del tiempo, le fue exigido vestir como tal. Salía de la casa con un saco formal, una falta de tela y zapatos debajo, que al llegar a la entrada para madres del instituto, procedía a quitarse como hacían otras mujeres también nada más traspasar las puertas. Se quedaba en ocasiones como esa, con un body de encaje, de tirantes gruesos, blanco, en el que se transparentaban claramente sus oscuros pezones, acompañado de una faldita muy corta de cuerina brillante, roja, con un innecesario corte lateral, que llegaba a la altura del cinturón, descubriendo todo el perfil de su nalga y muslo. Mantenía sus tradicionales medias de red abierta y sacaba de su bolso sus grotescos zapatos de plataforma transparentes, de 25 cms. Para finalizar, amarraba su cabello en una coleta de caballo y se ponía el collar de perra que le llevaron los tres chicos… sólo porque veía que el resto de las chicas llevaba cada una un collar (la mayoría, bastante lujoso, con incrustaciones de piedras, o cuero muy nuevo, de hebillas doradas, o con sus nombres colgando de placas metálicas).
La tutora, rápidamente notó que Macarena era particularmente buena narrando sus experiencias… y que era bastante experimentada en lides sexuales. Algunas de las otras mujeres, sobre todo las más jóvenes, eran planas y bobas al momento de describir lo que les ordenaban. Solían repetir frases y lugares comunes como “me hizo el amor”, “me cogió rico”, sin detallar mucho, ni ser capaces de describir sus expresiones o ideas anexas a la acción misma. El general de las chicas (sobre todo las que llevaban más de algún tiempo en esos talleres) eran bastante bobas, como pudo comprobar Macarena.
Macarena le contó al resto de las mujeres como fueron las siguientes visitas de los chicos, a los que empezó a tratar como sus “clientes”, por exigencia de ellos. Volvió a su oficio de puta cada dos semanas, con las visitas de los tres chicos, que le exigían actitudes y acciones para su diversión:
“Haz un mickey mouse para nosotros”, por ejemplo. Y la tutora le exigía que lo representara para la clase. Entonces Macarena se ponía en cuatro patas, rodillas bien separadas, el culo apuntando al techo y bajaba el pecho, hasta tocar el suelo. Entonces se quedaba mirando hacia el frente. “Mis nalgas hacen de orejas” le decía al curso, roja de vergüenza. Y ellas lo comprendían: su rostro enmarcado entre las dos redondas nalgas que antes había descubierto subiendo su corta falda hasta la cintura.
El Señor Vicente, me pidió la semana pasada que le hiciera un “Quico”. - empezó relatando al curso un día.
¿Qué es un kiko? - preguntó en voz alta la tutora para que le contara a toda la clase.
Me dijo que lo vio en un video… yo le estaba haciendo una “garganta profunda”… llevábamos varios minutos…
¿Y los otros Señores?
Bebían cerveza, ya me habían utilizado por turnos. El Señor Vicente fue el último cliente ese día. Me sacó su verga de la boca y me dijo “Hazme un Quico”. Yo no sabía qué era eso. Me dijo “puta ignorante, te metes el pico hasta el fondo, con todo y bolas… con el hocico que te gastas, seguro que te caben”.
¿Qué hicieron los otros Señores?
Se rieron, dijeron que soy muy “hueona”, y se acercaron un poco más para verme hacer el Quico.
¿Lo lograste?
¿qué cosa?
¿Le hiciste el “kiko”?
Me costó. El Señor Vicente tiene la verga larga, aunque no muy gruesa, pero curvada hacia arriba. Cada vez que me hace tragarla completa, a mi me dan muchas arcadas, porque la siento arriba, en mi campanilla. Así que me dio miedo que le fuera a vomitar encima… pero parece que como ya llevábamos un rato culeándome la garganta, ya estaba más acostumbrada. Porque pude llegar hasta la base sin arcadas. Y lo tuve que hacer por mi misma esta vez… él habitualmente me agarra fuerte de los pelos y me mueve la cabeza hacia adelante y hacia atrás. Pero esta vez sólo me movía los cabellos para mirarme mejor, así que yo tuve que hacer el esfuerzo de tragármela toda. Trataba de mirarle, porque sé que le gusta la cara que pongo cuando me trago entero su pene, pero se me llenaban los ojos de lágrimas. Tuve que tomarme de su trasero para impulsarme hacia adelante y con una mano tomé sus bolas y las pegué a mi boca, saqué la lengua e hice espacio para, metérmelas en la boca. Me costó, porque al moverme, me provocaba arcadas y empecé a hacer mucha saliva que caía por mi mano y me ponía todo jabonoso… ¿a uds no les sale una saliva muy espesa cuando hacen eso?
Algunas movieron afirmativamente la cabeza, otras estaban más concentradas en su mano entre las piernas, apretadas, sudando, mordiéndose los labios para no gemir fuerte, conteniendo un orgasmo que les podría significar un reto o un castigo.
Al final, entendí que tenía que guardar la lengua hice un “AAHHHH” muy grande y empujé ambas bolas con la palma - hizo el gesto con la boca bien abierta (que como ya dijimos, era bastante grande) y con la mano en horizontal, como cuando se toma agua de una pileta - y con la lengua, las empujé hacia los lados cada una… entonces te quedan las mejillas llenas… y por eso le dicen “Quico”.
La tutora, movió la cabeza comprendiendo la historia y la figura que Macarena describió, pero todo fue interrumpido por una chica algo rellenita, muy joven, hermana de uno de los estudiantes del liceo, novata pero muy sumisa, que tenía ambas manos tomándose la vulva por encima del calzón. Vestía como una mezcla entre gótica, emo y kawai, entre cuero negro y blondas rosas… algo ridículo, con una faldita tipo tu-tú, una corsé de cuero, botas a la rodilla, muñequeras de cuero con argollas metálicas y el cabello ondulado, teñido de rosa fuerte. Empezó un quejido como un “uhmmmmm”, encogiéndose sentada sobre si misma, para luego aullar y agitarse violentamente, tomándose de del borde de la mesa. Su sobresalto y el ruido causado, cubrieron algunas otras manifestaciones orgásmicas de chicas que lograron ser más discretas.
Cuando levantó la cara, Macarena vio a una chica de bonitos rasgos, nariz corta y respingada, ojos redondos y grandes, con grandes y abultadas pestañas postizas, una boca pequeña y carnosa, muy maquillada (parecía una muñeca), pero ahora con sus mejillas ensuciadas por sus lágrimas que seguían escurriendo, no sólo por el orgasmo, sino porque sabía que había cometido una falta por la que sería castigada.
Dolly, levántate y ve a inspectoría, acúsate de no poder reprimir una corrida no autorizada. Diles que estás allá por estúpida. Ellos saben lo que estipuló tu Señor - le dijo muy seriamente la tutora. Todas le miraron asustadas por tanta seriedad.
Sí, mi Señora - dijo con una voz quebrada y baja, al tiempo que se levantaba con algo de dificultad, temblorosa. Se le escuchaba sollozar mientras salía cabizbaja, sorbeteando sus mocos y arrastrando los pies. En su puesto, dejó el brillo reconocible de los fluidos que su gozo provocó.
A veces la tutora empezó la segunda sesión de la clase con proyecciones de imágenes de las integrantes del taller. Imágenes tomadas por sus Señores en sesiones de sexo, situaciones privadas y públicas y compartidas sin preguntar, solicitar autorización, ni la menor consideración por su privacidad. La tutora le mostraba al taller posteos con sus fotografías, subidas con algún comentario de su autor y bajo este, una larga discusión. En lo que se alcanzaba a ver, era una suerte de foro con comentarios de todo el mundo, en muchos idiomas distintos.
Ahí, Macarena apareció semi-desnuda, con su cuerpo rayado casi por completo. Se vio a si misma y la vio todo el curso, con semen en su cara, sus párpados caídos, su barbilla babeada, sus ubres brillantes. Rayada, follada y golpeada, exhibida para una desconocida audiencia. Por la cantidad de páginas que tenía la publicación, todo el mundo parecía querer agregar algo a su cuerpo. Ése fue un día especial; el primero que tuvo que ir vestida como prostituta y que tuvo que “confesar” a toda la clase su pasado puteril, arrendando su cuerpo a hombres desconocidos. La tutora puso el video donde los chicos la hicieron confesar y la vergüenza la superó. Macarena lloró todo el resto de la sesión, mientras sus compañeras tomaban la ventaja sobre ella y la reducían a la más miserable condición humana, con su desprecio continuado y su humillación. Cada una de ellas había recibido tanto maltrato y humillación por su parte, que habían aprendido también a ser crueles y no perdían la oportunidad de descargar aquella bilis con cualquiera de sus iguales que fuera puesta medio escalón más abajo.
Pero la tutora no podía permitirles que se elevaran por sobre nadie tan fácilmente y, después de dejarles descargarse con La Cenicero por unos minutos, le fue recordando a cada una su rol y demostrando, a través de la evidencia de sus posiciones, que la condición de cada una no difería en mucho (o en nada) con la de su compañera prostituta.
Ese fue uno de los episodios que terminó por convencer a Macarena que cualquier castigo que recibiera a futuro, era justo, necesario y hasta debía ser agradecido, por haber sido una mujer “despreciable”.
EL DRAGÓN
Por supuesto, Macarena no era la única integrante que era humillada a través de imágenes y videos que la tutora se tomaba la libertad de mostrar a la clase. Cada una de las integrantes del taller (permanentes o esporádicas) tenían su momento de pública humillación ante sus compañeras. La mayoría, sin embargo, mostraban ciertos patrones repetitivos: de rodillas, tragando vergas de diversas proporciones, algunas compungidas, otras sobre-excitadas, con sus rostros marcados con trazos de semen, ocupando prendas de cuero sadomasoquistas o bien, desnudas.
Algunas imágenes despertaron la atención de Macarena: de las que tenían los labios hinchados con botox, siempre publicaban alguna de ellas mamando con sus bocas estiradas hacia adelante, luciendo esos labios irreales que se proyectaban más allá de lo natural y su clásica mirada vacía, bobas, siempre exageradamente maquilladas, transmitiendo un dejo de falsedad; otra, la de una de las chicas, más o menos igual de tetona que ella, que lucía cintos de cuero amarrando cada una de sus ubres en su base, enganchadas al collar en su cuello, a través de grandes argollas, que la obligaban a mantener bajo el cuello y elevadas las tetas; la de otra, una nueva, vestida de odalisca, bailando arrodillada sobre el regazo de un chico tan joven como su hijo sentado muy reclinado y con sus piernas bien abiertas sobre un blanco sillón en el que la nueva tenía hincadas sus piernas, él la sostenía de una cadena metálica enganchada a su collar y la miraba sonriente y gozoso. Otra mujer del curso, una delgada, sin muchas carnes erógenas, fue fotografiada en la calle, en un paseo peatonal, vestida formal, de negro, con falda de tubo y un peto negro completamente chorreado por el frente con líneas blanquecinas que bajaban rectos de su barbilla hasta su cintura; siguiendo el camino de las manchas hacia arriba, se podía ver su fuente en su barbilla goteante con gruesos grumos blancos y su cuello humedecido por su saliva. Ella desviaba la mirada y contraía sus cejas en un gesto suplicante. Le pareció inquietante lo desvalida de su actitud corporal, se ponía en sus zapatos estando así en la calle… y eso la excitaba.
Macarena tuvo que faltar por una semana al taller, después de la penúltima visita que harían los tres castigadores a su casa, en que la llevaron al patio desnuda, a follarla por turnos en la tierra húmeda y donde ella tuvo que contener sus aullidos para no delatarse ante el vecindario (y temiendo que alguien de todos modos pudiera estarlos observando desde algunas de las casas colindantes a su patio)… por supuesto, ella terminó con un resfrío que pasó a gripe y algo más, porque sentía que sus obligaciones para con su apoderado era superior a abrigarse en aquellos fríos últimos días de invierno. Como resultado se enfermó con fiebre, tanto ella como Alberto, uno después de lo otro. Así que por unos días, la relación entre ellos dos volvió a ser como antes. Ella, casi recuperada pero moquillenta, procuró atenderlo y mimarlo, recuperando por un par de días a “su hijo”.
Alberto estaba mejor el día en que Vicente, Matías y Tomás debían volver a visitarles. Su madre pensaba que tendrían que cancelar su cita aquel día, su hijo había pasado gran parte del día anterior con fiebre y sólo se había recuperado hacia la noche, cuando por fin le aceptó una sopa de pollo. Pero no podía tomar ella la determinación. Después de despertarlo y servirle el desayuno, fue a la pieza de Alberto a sugerirle que quizás sería mejor posponer la visita de sus tres colegas para la semana siguiente. Aunque en realidad no quería admitir que le provocaba cierta intranquilidad tener que atender a aquellos tres brutales chicos y que su hijo lo oyera todo. Sin embargo, cuando entró en la habitación, pudo comprobar que su hijo estaba recuperado: sentado en la cama tenía puesto en el televisor un video porno y no cualquiera: el que habían grabado los chicos en su última visita. En el momento en que entró, se vio a si misma en cuatro patas en el patio con su cara enterrada la tierra húmeda, mordiendo lodo para evitar gritar, pero sin poder contener del todo sus bufidos y gemidos. Tenía la cara de cuando la enculaban, que reconocía de tantas veces que en el taller la habían humillado con esa imagen de si misma: los ojos forzados hacia arriba, cejas suplicantes, el rictus de la boca abierto con las comisuras tirando hacia abajo, la lengua medio asomada, sus fosas nasales expandidas. La tenía bien agarrada por las carnes blandas de sus caderas, avanzando sobre ella en cada embiste. Sus tetas bien aplastadas contra el barro, sus manos, engarrotadas tomando montones de barro. Ella a duras penas contenía los gemidos, pero su penetrador no evitaba sus gruñidos y sus acompañantes no evitaban comentarios ni risas en voz alta.
Aún con vergüenza, se detuvo donde estaba, se arrodilló y le dijo por sobre el volumen del televisor:
Me alegra ver que se siente mejor, Señor.
Sí, gracias Madre. Gracias a ti ya me siento recuperado.
Qué bien. Sobre la visita de los Señores hoy…
No te preocupes por mi, recíbelos como siempre y atiéndelos bien. ¿Entendido?
Sí Señor – Respondió con una sonrisa, pero había una contradicción en su pecho.
Se levantó a recoger la bandeja del desayuno cuando Alberto le dijo en un tono más serio: “¿No crees que vas demasiado cubierta?”
Se miró a si misma: iba con un negligé blanco (un camisón abierto por delante, con vuelos y encaje, que llegaba hasta por debajo de su cadera y se cerraba por enfrente con una pequeña tira a la altura de sus tetas), que se transparentaba bastante y dejaba ver por debajo un conjunto de lencería de encaje y bordados, que levantaba y apretaba sus tetas y un calzón a juego con tirantes largos por sobre sus caderas, rematado en blancas medias con ligas, sin portaligas y sus zapatos monstruosos. Nada que uno pudiera considerar “demasiado cubierto”.
Perdone mi estupidez, señor.
Fue todo lo que dijo y salió con la bandeja. Cuando regresó al cuarto, volvió con las tetas libres bajo el negligé con la tira del negligé atada por debajo de las ubres colgantes que ahora se apretaban contra la tela, transparentándose por completo. La reacción de Alberto fue toda la aprobación que requería: no le volvió a desviar la mirada de las tetas.
Al mediodía llamaron a la puerta y Macarena se disculpó con su hijo para ir a atender a sus habituales invitados. Desde su habitación, Alberto escuchó los pasos de Macarena, las voces de los chicos, de su madre, risas, unas cuantas palmadas sorpresivas, seguidas de los correspondientes gemidos de su madre. Sin lograr distinguir mucho de lo que decían, sí les escuchaba hablar mucho entre ellos y ocasionalmente a su madre respondiendo. Así mismo, luego le llegó el inconfundible olor a marihuana que rodeaba al trío donde fuera que los encontrarse. Tras unos 20 minutos, el sonido de pies arrastrándose y el golpe de los zapatos y rodillas de Macarena sobre el piso de madera se fueron acercando a su habitación, en un momento los tuvo en el portal de su habitación, Vicente entraba tirando de una cadena metálica enganchada al collar de Macarena, que hacía su ingreso mirando hacia el piso, entraron todos ruidosamente, saludando al “Beto” con mucha efusividad y alegría.
La putita acá no quería venir a verte… qué pupila tan irresponsable, verdad? - Acusó el pelirrojo, que entraba de segundo, apurando a Macarena con una fusta.
¿Es verdad, Macarena? - preguntó Alberto
Ella, trató de contestar, pero tenía que luchar contra sus sollozos… hasta que finalmente dijo “es que… no quería… que me viera así” y lloró silenciosamente.
Alberto contestó tranquilamente, pero con templanza: “pero si te he visto en peores situaciones… o ya lo olvidaste?”
Macarena por fin levantó la vista. Nada podía refutar, ciertamente la había visto en peores situaciones. Eso la tranquilizó un poco, aunque no alivió del todo la profunda vergüenza que sentía de ser llevada así frente a su hijo por otros muchachos. Finalmente, Alberto la despidió recordándole su lugar y que debía comportarse y les advirtió a los chicos:
No le aguanten pataletas. Está vieja para eso. Ella sabe que debe obedecer… Y nada de sacarla otra vez, que aún no se recupera del todo de su resfrío (cada tanto Macarena se pasaba el dorso de la mano por la nariz o tenía que resoplar los mocos que amenazaban por escapar de su nariz).
Aahhh, qué mal - protestó Vicente- si la cerdita la pasó tan bien en jugando con tierra, cierto puerca?
Sí Señor, me gustó ser montada en el barro - respondió cabizbaja.
Sí, estuvo muy bien - dijo Alberto con las imágenes frescas en su memoria - pero eso déjaselo al viejo nazi, que le gustan esas cochinadas. No olvides que estamos en un barrio tranquilo. Lo que hicieron fue imprudente.
Puta, siempre tan fome este hueón - irrumpió hartado Tomás, que sólo se había dedicado a fumar su porro todo ese rato - relájate un poco!
Superado el tenso momento, los chicos se fueron al living y Alberto no los volvió a ver más, hasta que se fueron. A quien sí vio antes, fue a Macarena, que a las 14 hrs en punto, pidió una pausa para ir a dejar la bandeja del almuerzo a su habitación.
Me ordenaron hacerles “el Dragón”- dijo Macarena frente a la clase, cuando volvió después de su semana enferma.
Cuéntanos qué es “el dragón”, cenicero - la empujó la tutora, mientras le mostraba a toda la clase una foto que levantó comentarios y expresiones de sorpresa.
Como tenía la nariz congestionada, el Señor Tomás dijo que era una excelente oportunidad de probar algo que sólo había una vez de un amigo. Es… - buscaba la mejor forma de expresarlo, pero sin encontrarla, lo dijo sólo como lo dijo el joven - “cuando le echas los mocos en la boca a una mina, pero ella no se los traga, sino que los bota por la nariz”
Efectivamente, como otras tantas veces en que había sido expuesta de maneras humillantes a la clase, en el telón blanco estaba proyectado un retrato de Macarena, en el que ella aparecía como tantas veces la habían visto, con la expresión con la que quedaba cuando recién había salido una verga de su garganta, boqueando por aire, maquillaje corrido, ojos anegados, lágrimas cruzando sus mejillas, ojos rojos… y un par de gruesas y blancas lianas de mocos saliendo de sus fosas nasales colgando más abajo de su barbilla, pegándose a sus labios y su pera. Al parecer, mirando bajo sus fosas nasales y en su labio superior, su nariz había explotado en mocos.
El Señor me culeó la boca y, cuando llegó al clímax, me sostuvo fuerte la cabeza con ambas manos, empujando fuerte… Me gritó “no te lo tragues, perra”. Me metió su verga tan adentro, que no pude contener las ganas de toser, pero como tenía la boca taponeada por su verga, exploté por la nariz. La verdad, me desesperé un poco porque no podía respirar, pero fue todo tan rápido y el Señor sacó su verga altiro para verme la cara de “dragón”. Tosí tan fuerte… casi vomité… El Señor Vicente dijo que tenía que practicar, así que los otros Señores me ayudaron a mejorar el resto de la tarde…
¿Te vio tu tutor? - le preguntó la monitora del taller, que tenía un gesto divertido luego de ver su foto.
Ehhmm… – dudó, miró su foto proyectada nuevamente y sonrojada, contestó – sí. Después de que el Señor Tomás usó mi boca, era hora de servirle el almuerzo a Mi Señor Alberto. Los Señores me ordenaron llevarlo sin limpiarme, a pesar que se los rogué - hacía pausas para tomar aire, cuando contaba la historia - . Lo hice, a pesar de la vergüenza que me dio mostrarme así ante Mi Señor.
¿Porqué sentías vergüenza?
Porque me vería por primera vez en vivo, como la cerda inmunda que soy en realidad… se lo había logrado ocultar por tanto tiempo - soltó lágrimas al decir eso-.
Está bien que sientas vergüenza. Debes avergonzarte de tu inmundicia y no olvidarlo nunca.
Tiene razón, Señora.
Levanta la cara, cerda. - Macarena levantó su rostro, aunque mantenía baja la mirada para no ver las caras de su audiencia, gozando de su humillación - ¿Qué hizo tu tutor?
Sonrió, me preguntó qué había hecho y me dijo que le parecía muy bien que sus amigos le “enseñaran trucos nuevos a una perra vieja” como yo. Se quedó mirándome un rato después que le serví la bandeja. A mi me daba vergüenza, pero me di cuenta en las sábanas que estaba excitado viéndome. Después de un rato largo, me mandó de vuelta con los Señores…
¿Aprendiste a hacer bien “el dragón”?
Sí, Señora. Entendí que hay que como tragarse los mocos y la saliva que se junta en la boca… como cuando una está resfriada y no tiene pañuelo y, después, con fuerza, soplarlo todo por la nariz. Al principio puede doler… pero a los Señores les gusta mucho como una se ve, con los mocos colgando de la nariz a sus vergas. Así me lo dijeron.
Todas le escuchaban con atención y asombro. Además, mientras relataba la tutora, proyectó un par de retratos más de Macarena tomados después del ya mostrado. En uno, tomado de perfil, cuando su boca desencajada era penetrada brutalmente por una verga que no se alcanzaba a divisar más que en su base (pues estaba toda enterrada hasta la garganta de la hembra), ella, con ojos cerrados y apretados, expulsaba por su nariz chorros de fluidos blancos que golpeaba el falo, huevos y el bajo vientre de su penetrador. En la última, otra vez Macarena era enfocada frontalmente, su rostro destruido, mirada cansada y rojiza, ya casi sin rastros de maquillaje más que los manchones negros y de color que se podían percibir repartidos azarosamente por su rostro cubierto de babas, sudor y lágrimas. Mantenía su boca abierta, como suelta, que se percibía sonriente con la lengua asomada, chorreante de babas blancas y de su nariz, ahora salían dos gruesas lianas muy bien definidas.
Aquel día, todas llevaron a sus hogares la tarea de intentar realizar la misma proeza con sus tutores.
CELOS
Un día, llamó poderosamente la atención de Macarena el video de una mujer mayor, obligada a asistir dos sesiones, que se notaba muy engreída con sus compañeras. Vestía más “decente” que lo que ellas debían vestir y se comportaba con cierta superioridad, como si no estuviera siendo adiestrada con un collar de cuero con anillas, al igual que el grupo de mujeres semi-desnudas. De boca de la tutora se enteraron que esa “Cerda engreída” estaba ahí como parte de su castigo, por negarse a cumplir la orden de su tutor, su hijo…
La “cerda engreída”, se comportaba distante, de pelo liso corto, aparentaba unos 50 años, arrugas marcadas, que develaban un rostro que ha de haber sido irresistible cuando joven… ahora era “interesante”. Labios finos, nariz recta. No era lo voluptuosa que la gran mayoría del taller era. Más bien delgada, tetas copa B, caderas sugeridas, pero no despampanantes.
Descubrieron gracias a varios videos exhibidos en clase que aquella decente y seria mujer era una tragasables viciosa. En todos los videos aparecía ella en cuatro, vestida sólo con un portaliga rosado ajustado a la cintura; collar dorado, fino; medias de red, habitualmente enrolladas sobre la rodilla o en el tobillo y finos zapatos de taco de aguja que cambiaban según la ocasión. Se ubicaba en el centro de una alfombra rodeada de cuatro sillones, que a veces estaban todos ocupados, en otras ocasiones sólo uno (quien sostenía la cámara) estaba con ella. Su camarógrafo, siempre sin pantalones, exhibía una respetable verga erecta, depilada, a la que ella solícita se acercaba gateando, y atacaba con la boca bien abierta, tratando de no perder la cámara de vista. Sin manos, ni la ayuda de su contraparte masculina, movía su cuerpo adelante y hacia atrás para hacer entrar el falo en su alineada garganta.
Era una mamona ruidosa, emitiendo fuertes quejidos con su boca abierta, aún cuando estaba llena, soltando bufidos, gruñendo y mujiendo. También cuando tomaba breves descansos, sentada en el suelo, limpiándose la baba de su barbilla con el dorso de la mano, agitada. Su culo siempre estaba rojo, castigado, pero nunca se mostraba cuando sucedía.
Cuando había más de una verga que atender, ella parecía desesperar en intentar atenderlos a todos a la vez, iba de un lado a otro, jadeante, atacaba los falos con sus fauces bien abiertas, hasta chocar su nariz con los vientres de los machos, tratando de no perder su mirada en toda la acción, mugiendo y gruñendo con el esfuerzo de la acción.
Fue en el segundo video que la tutora mostró, que alarmas se dispararon en la cabeza de Macarena, algo había familiar. En el video, además del camarógrafo que grababa en primera persona, el resto de los sillones estaban ocupados por tres cuerpos de machos jóvenes, todos desnudos, un par con zapatillas aún puestas. Macarena observó los cuerpos delgados los de dos, otro mucho más macizo, las vergas afeitadas de dos, otro mostraba vello pelirrojo no muy tupido… pero fue la verga larga y curvada hacia arriba de uno la que la hizo entender… ¡eran Vicente, Tomás y Gustavo!, sus tres castigadores.
Ellos se mostraban especialmente violentos con la mujer. Más que interesados en sus artes felatrices, parecían enfocados puramente en voltearle la cara a cachetadas. Así, cada vez que ella se acercaba gateando a uno de ellos, abriendo la boca para alojar el falo correspondiente, era recibida con fuertes cachetadas, de palma y dorso. Alguno le empuñaba un buen mechón de cabello para detenerla y dejaba caer sobre su rostro los golpes cruzados. En el video se apreciaba como le torcían la cara con los impactos y la hacían remecer de un lado a otro, arrancándole gemidos bajos y fuertes según el impacto recibido (“uh!” “ahn!” “AH!”). Los jóvenes conversaban y bromeaban entre ellos, se reían de su actitud rastrera, dejándose golpear sin presentar defensa alguna y sólo manteniendo la intención de alcanzar los falos a pesar de los golpes… cosa que, a la larga, conseguía. Cuando se les colgaba de sus vergas, empezaba su desesperado mete-saca castigando su garganta; algunos continuaban castigando su cara, otros tomaban su cabeza a ambas manos y brúscamente aumentaban la fuerza del cabeceo. Por más de 30 minutos, sonaba el ir y venir de cachetadas, los quejidos, gritos ahogados y gemidos de la hembra madura, las risas y conversaciones de los jóvenes y el sonido gutural e inconfundible a estas alturas para Macarena de una garganta llena de saliva siendo forzada por cilindros venosos de carne. En los últimos minutos del video, se alcanzaba ver a la mujer, llegando a la verga del camarógrafo con el rostro rojo e hinchado, el pelo revuelto, un ojo con derrame, pero feliz y solícita a devorar la cuarta verga, con el mismo ímpetu con el que había comenzado la sesión.
El video terminaba sin más, no importaba si se corrían en ella, dentro o fuera. La sala quedaba en el silencio de las hembras procesando en sus cabezas la sesión de castigo brutal y sin sentido que acababan de presenciar de parte de los tres machos sobre la hembra que sólo buscaba complacerlos.
La tutora dedicaba un momento a verbalizar y conducir el razonamiento de sus dirigidas:
Si el macho quiere golpearles y eso les provoca goce, uds…
Nos dejamos pegar - respondían la mayoría automáticamente, incluyendo a la altanera madura, que se comportaba como si la del video fuera otra.
Muy bien, no lo olviden - ella también se veía acalorada luego de esas sesiones de videos, fotografías y relatos de fuertes situaciones sexuales.
HERR ALFONSO
Pasado medio semestre al curso se agregó un tutor. Fue presentado por la tutora como Herr Alfonso. Un hombre mayor, alto, que llegó cubierto de un grueso abrigo negro y sombrero que lo hacían parecer 2 veces más alto de lo que era. En su cabeza, pocos cabellos quedaban, todos canosos y en su cara campeaban manchas de decoloración de su piel. Mantenía un rictus serio, inquebrantable. Dientes amarillos cuando los mostraba y un puro casi eternamente en su boca. No saludó, ni se presentó y hasta parecía que para él no había nadie en la sala.
Macarena lo reconoció del día que tuvo la entrevista con el Sr. Fuentes, el profesor jefe de Alberto. Fue quien se “entretuvo” con la srta. Sandra, mientras ella era entrevistada por el profesor… y recordó aquel humor extraño, entre inquieta y temerosa, con el que la encontró más tarde.
Tan sólo con entrar en la sala, todas las chicas bajaron de sus asientos y se arrodillaron a un lado de sus puestos. Esperaron expectantes alguna instrucción, pero el hombre, sin tomarlas en cuenta se dirigió al asiento de la tutora, se quitó la chaqueta (mostrando su delgadez, vestido con camisa blanca, suéter negro, corbata negra y pantalones grises sujeto con suspensores), la colgó de la silla y se sentó de piernas cruzadas a esperar. La tutora, ocupó un lugar arrodillada a un costado de la silla, con las manos sobre las rodillas, bien erguida sentada sobre sus talones. Con voz firme y serena fue llamando a las pupilas que habían asistido aquel día por sus apodos o nombres, según cada caso:
“Guacha” - se paró una jovencita, muy delgada y delgada, de cabello negro corto y liso, vestida aquel día con una blusa blanca transparente, una falda tableada celeste muy gastada, colaless negro, calcetas a la rodilla y zapatos de taco negro, además de su collar de cuero negro que se veía grueso y pesado en su delgado y largo cuello. Llegó frente al hombre y se arrodilló frente a él, con la mirada baja, los brazos a los lados. El hombre metió la mano en su abrigo y sacó un larga y fina fusta negra, se levantó y puso a un lado de la chica y le dio un rápido fustazo a media espalda.
Saca pecho!, ponte recta, una putita con tan poca teta tiene que ofrecerlas apropiadamente - le dijo con una voz rasposa y seca, producto de décadas de cigarro y poco cuidado.
Sí, Señor - contestó la chica con una voz infantil y asustada. Corrigió su postura al instante, haciendo notorios sus puntiagudos pezones a través de la tela. Herr Alfonso se sentó y la chica fue relevada a su puesto.
Fueron llamadas una a una las pupilas del día: “Hembra” (una pequeña y joven mujer, con tetas falsas, cuerpo carnoso y muchas horas de gimnasio a juzgar por sus muslos y brazos… vestida como una callejera barata), “Regalada” (la única embarazada, de seis meses pero con tetas ya bien llenas de leche), “Lamebolas” (una chica de lentes, pelo tomado en una larga y gruesa trenza hasta su cintura, muy silenciosa y vergonzosa), “Vilma” (otra joven, con un prominente y redondo culo siempre destacado con faldas tableadas cortas que no lograban taparlo, colaless o vestidos de lycra muy ajustados), “Putita” y “Tonta” (otras dos “bimbos”, siliconadas e intervenidas, desde las uñas hasta el ombligo, que destacaban por tatuajes y malgusto). La mayoría recibió fustazos, algunas varios, indicándoseles qué corregir de sus posturas: brazos a los lados, atrás, en la cabeza, espalda erguida o inclinada, piernas juntas o separadas… incluso en la cara, si debían mostrarla o bajarla, abrir la boca, o sonreír.
“Cenicero” - Macarena quedó entre las últimas y llegó solicita, pero nerviosa. El hombre no parecía humano, sus ojos pequeños, hundidos, rodeados de arrugas, bolsas y ojeras, transmitían miedo. Y sus fustazos, aunque rápidos e imprevistos, sonaban dolorosos. Ninguna que los recibió los aguantó sin un quejido o reacción involuntaria de dolor.
Justo aquel día, Macarena asistió al taller algo más cubierta de lo habitual, con una blusa blanca, sin mangas, de tela demasiado fina para el invierno, que se ajustaba en su abdomen, obligando a las tetas a estirar la tela y marcarla con sus pezones. Nuevamente iba con una falda corta de cuero, con un corte lateral exagerado, que dejaba todo el lateral de su muslo y nalga al descubierto y que hacía que por detrás asomaran por debajo los cachetes del culo. El espacio de piel entre el culo y los muslos quedaba enmarcado por las anchas ligas de encaje elásticas que sostenían las medias de red que ya eran una costumbre en Macarena, fuera en el liceo, como en casa, al igual que sus únicos y grotescos zapatos de taco alto y terraplén.
Nada más oyó que la llamaban, realizó un gesto que sería apreciado por el vetusto hombre cuando llegó hasta él, soltó todos los botones de la blusa, menos el último, provocando que sus ubres se juntaran hacia el centro por la gravedad y quedaran listas para saltar fuera cuando fuese el momento adecuado. Se arrodilló frente al viejo, cruzando sus brazos tras su espalda, tomando un codo con cada mano, así estiraba sus hombros hacia atrás y empujaba sus carnes a salir por la amplia abertura de la ajustada blusa, cuya tela se veía tirante en los hombros. Sentada sobre sus talones, muy erguida, miró desde su posición al hombre, intentando regalarle su más sumisa sonrisa.
Era difícil asegurarlo, pero creyó sentir que la arrugada cara del hombre dibujaba una sonrisa, bajo su fino bigote. Él la miró un momento más largo de lo que había hecho con las anteriores, pero igual que antes, se levantó con la fusta y, sin aviso, asestó un rápido latigazo sobre el abdomen de la mujer, cortando el aire y haciéndola saltar del susto con un quejido agudo que no pudo contener.
Inclínate, estás demasiado erguida.
Ordenó el viejo, sin emoción. Por supuesto, Macarena obedeció instantáneamente, mirando al hombre con reverencial temor. Con la corrección de la postura, sus ubres tendían a colgar, con lo que finalmente salieron de su encierro y se desplegaron, blandas hasta sobre sus rodillas.
Dos fustazos sonoros sobre sus hombros, la volvieron a agitar violentamente.
Que se muevan esas ubres. No escondas esas maravillas.
Le dio otro par de fustazos directamente sobre la blanca carne de sus carnosas mamas, haciéndolas saltar y sonar como aplausos. Macarena chillaba del susto cada vez que el plástico negro estallaba sobre su piel. Se quedó moviendo las tetas con sus hombros, con una expresión en su rostro de miedo, mirando atentamente al hombre, pensando quizás en si podría anticipar el siguiente golpe. Y notó que efectivamente sonreía, como no lo hizo con ninguna otra, dio pasos a un lado de Macarena, hacia adelante y atrás de ella, pasándole la fusta por la espalda, erizando su piel y haciéndola temblar de miedo. Todas notaron la fascinación especial que sentía por la tetona madre de Alberto. La tutora, incluso notó una erección que el viejo milagrosamente marcaba con ligereza bajo el pantalón.
Así que “la cenicero” - dijo pasando la punta de la fusta por la mejilla izquierda de Macarena, que lo miraba temerosa de que le partiera la cara con ella - Saca la lengua.
Macarena sacó solicita su lengua en toda la extensión que pudo y recibió un corto y rápido fustazo que la hizo saltar en su lugar y gritar “AAAAHHH!”, pero que no la sacó de su posición de sometimiento. El viejo estaba sinceramente complacido cuando tomó su puro del cenicero de la mesa de la tutora y lo aproximó a la boca abierta de Macarena.
Moría de ganas de hacer esto, desde que Miguel me lo contó - le dijo a Macarena.
Todas en la sala fueron expectantes testigos del acto que había hecho famosa a Macarena. Pesadas cenizas enfriadas y tibias fueron a caer del puro a su lengua extendida. La mantuvo así un rato, provocando que las otras pupilas dejaban su compostura estirando sus cuellos y acomodándose para tener la mejor vista posible. Incluso la tutora, que había permanecido impávida y estática en su posición a un lado de la silla de Herr Alfonso, abría los ojos y evidenciaba su excitación con lo que sucedía a sólo un metro de su lugar. Sentirse el centro de atención por más tiempo que las otras, fue un pequeño triunfo y orgullo para Macarena, al punto que no le importara lo que venía a continuación: como todos lo habían hecho antes, se inclinó sobre la hembra y juntando sus arrugados y grises labios dejó caer un grueso goterón de saliva que cayó pausadamente sobre las cenizas y lengua de Macarena, que la mantuvo afuera, hasta que el hombre le dijera “traga”.
Era más amarga y gruesa que las cenizas del director y la saliva del viejo, también era agria, por lo que al pasar por su garganta, le provocó un gesto reflejo de desagrado que la hizo cerrar los ojos con fuerza y gesticular una mueca de asco. Al abrir los ojos, pensó que habría insultado al Herr, pero éste sólo sonreía.
Iniciaré las gestiones para poder llevarte al “cuartel”- le dijo a Macarena, mientras volvía a su asiento. Macarena le sonrió.
La tutora la despachó y continuó llamando a las restantes pupilas. Pero la sesión había pasado su clímax y el hombre viejo y delgado, despachó a las siguientes con relativa celeridad; las siliconadas eran perfectas en sus poses, así como aburridas y las pocas que corrigió lo hizo sin ninguna emoción perceptible. Cada tanto le dirigía una mirada interesada a Macarena, en sus paseos entre la silla y las chicas, o estando sentado, mientras esperaba al cambio de examinada. Cuando hubo terminado, se retiró sin más, sin despedirse ni decir nada. Pero se marchó sonriendo, una idea en su cabeza se había formado.
A la siguiente sesión, en su segunda mitad, Herr Alfonso volvió a aparecer en el taller y el ambiente se tensó inmediatamente. Se hizo un silencio espontáneo cuando entró de improviso en el taller (aunque la tutora estaba al tanto de su visita), sólo amagado por el ruido producido cuando las mujeres bajaron de sus sillas, todas de una vez, y se pusieron de rodillas en el suelo. Macarena sintió una particular inquietud cuando, al entrar, pasó frente a ella mirándola con una decrépita sonrisa dibujada en su craquelado rostro.
Realizó el mismo ritual de la vez anterior, dejando su chaquetón en la silla, su sombrero y puro en la mesa y nada más se sentó, la tutora llamó a la Regalada, la joven rubia embarazada que lucía una prominente barriga. Pasó adelante vestida con una bata transparente rosada, un sostén de gasa blanca transparente tb, que revelaban unas inmensas aureolas claras y pezones anillados, pantaletas blancas muy coquetas de encaje y medias de seda blanca, rematadas en ligas felpudas rosadas. Calzaba botas “bucaneras”, de cuero blanco que llegaban por sobre las rodillas, con taco no muy alto.
Se arrodilló con dificultad con las rodillas separadas, debido a las dimensiones de su barriga, frente a Herr Alfonso que la esperaba sentado, esta vez de piernas abiertas.
Muéstrame como mamas, vaquita - se inclinó hacia adelante y estiró su huesuda y blanca mano con dos dedos por delante. La preñada abrió la boca de rodillas, mirándolo con inquietud, pero sin atreverse a negar ni cuestionar nada.
Todas observaron expectantes, nadie sabía qué vendría a continuación o de qué se trataría su visita esta vez.
El anciano procedió a introducir sus dedos en la boca de la dulce chica que lo acogía con sus carnosos labios abiertos y su mirada sumisa que no dejaba de observarlo a la cara, tal como se les había enseñado. Eso, hasta que Herr Alfonso llegó al fondo de de su boca, provocándole una fuerte arcada que la hizo cerrar sus ojos con fuerza y contraerse sobre sus hombros. El viejo detuvo el avance de la mano (en parte porque la chica retrocedió la boca) quedando con la mitad de la extensión de los dedos por fuera de la boca de la chica.
Tienes poco aguante, vaquita- Dijo Herr Alfonso y cuando vio que ella recuperaba el control de su cuerpo, volvió a arremeter con sus dedos estirados, introduciéndolos más a fondo en la boca de la chica, que nuevamente no pudo controlar su cuerpo y terminó expulsando una explosión de saliva amarillenta, que mojó un poco la mano del hombre y terminó apuntando al suelo, con un gutural ruido emitido desde sus entrañas.
No sólo explotó en saliva, sino que cuando parecía que controlaba la arcada, finalmente vomitó una buena cantidad de amarillenta masa de comida digerida, de manera patética y quejumbrosa, aunque apuntando su boca hacia un lado procurando no manchar el hombre que la miraba severamente esperando a que terminara. Herr Alfonso se levantó de su silla y, de una fuerte cachetada, la sacudió en su lugar e hizo que retomara su posición tomándola del cabello. Se le veía molesto con la joven madre que no hacía más que abrir la boca y quejarse, con su cuerpo sacudiéndose producto de la serie de arcadas que le producían los largos y huesudos dedos del cruel hombre.
En 5 minutos, la tutoría se pasó a ser un espectáculo tortuoso: por un lado, la “regalada” quedó en cuatro patas, con su llenas ubres colgando por sobre el sostén y la gorda barriga rozando el piso, toda chorreada de espesa saliva y vómitos, gemía, lloraba y luchaba cada vez que Herr Alfonso forzaba su mano (ya casi completa) en su garganta. Por su parte, él mostraba una inquietante mixtura de molestia y gozo en las reacciones que provocaba en la chica. Lejos de frenarse ante sus fuertes rechazos iniciales, insistió en introducir sus dedos cada vez más profundamente en la boca de la chica, hasta llegar al punto en que los nudillos y falanges de sus dedos empuñados, topaban con los dientes de la embarazada. No contento con lo que le producía a la chica con el puro intento de tragar sumisamente sus dedos, una vez que no pudo avanzar más dentro de la boca de la chica, empezó a ejercer presión hacia abajo con las yemas de sus dedos estirados, que todas podían apreciar en el bulto que se le formaba en la garganta a la chica, estirando su cuello apreciablemente y provocando nuevos arranques de arcadas y desesperación en la pupila.
Ésta intentaba a veces escapar, por lo que eventualmente fue sostenida de sus cabellos por al tutora, que la mantenía a la fuerza a la alcance del viejo. Éste, por su parte, nunca perdió del todo su compostura seria, demostrando lo que gozaba la situación hablándole a la chica en una sarta de insultos dichos (casi) afectuosamente: “Quédate quieta vaquita”, “abre bien tu hociquito, pequeña, no dejes nada afuera”, “eso, mi vaquita gorda, cómetelos enteros como debe ser… pequeña bestia”.
Terminó todo con la Regalada en cuatro patas mirando a Herr Alfonso con un rictus sufriente, de dolor, vergüenza y miedo. Su maquillaje embarrado por todo su rostro producto de no parar de llorar en toda la sesión de tortura, su labial ahora en encontraba esparcido por todo el contorno de la boca, sus ligeras ropas, ensuciadas en babas y vómito, así como su barriga y sus tetas, brillando con las luces. Su cabello desmadejado y apelotonado por sobre su nuca, producto del tiempo y fuerza con la que la tutora la mantuvo sujeta por ambas manos. Herr Alfonso, por su parte, se recostó sobre el respaldo de la silla en la que había llegado a estar sentado al borde de la misma, en la batalla por obligar a la preñada pupila a tragar sus dedos por completo. Metió la mano dentro de su chaquetón, para sacar un amarillo pañuelo con el que limpió su mano.
La “araña” - le dijo a la tutora cuando se hubo limpiado la mano. ella se levantó y buscó en su bolso algo que le entregó solícita al viejo: un arnés de cuero negro, formado de 3 tiras unidas entre ellas, con remaches y hebillas metálicas que sostenía una aro metálico del que salían en ángulos opuestos cuatro “brazos” como ganchos.
Ven aquí, vaquita - le dijo a la chica, que había permanecido observándolo, desde su lugar arrodillada, sin siquiera atreverse a limpiarse la boca. Ella avanzó temerosa el metro de distancia, a cuatro patas y abrió la boca, cuando notó que el viejo le acercaba el artilugio que tenía entre manos. Lo miraba asustada, mientras él cerraba las hebillas tras la nuca y coronilla de su cabeza.
Cuando Herr Alfonso terminó, todas pudieron ver a la Regalada con un “bozal” que la forzaba a mantener la boca abierta como una gran “O”, se apreciaba tanto su lengua asomada como los ganchos que salían hacia sus mejillas, dándole una apariencia de incomodidad y más amenazante de lo que en realidad era.
Uno tiene que indicarle a los animales cómo deben comportarse. No es la bestia el que decide qué quiere aprender… - hablaba como para si mismo el hombre mientras le acariciaba la cabellera a la asustada chica que ahora sólo podía transmitir su aprehensión a través de los ojos. Debido al esfuerzo bucal recién realizado y el aro metálico, que le forzaba la boca a estar más abierta de lo que acostumbraba, ya dejaba caer un hilo de saliva desde su labio inferior.
El viejo la observó un momento con una expresión de gusto hasta que la tutora le ordenó a la Regalada “ve por algo para limpiar la porquería que dejaste”. Mientras la chica salía, llamó a la siguiente:
Cenicero - El corazón de Macarena se saltó un palpitar y a su cabeza le tomó un segundo más entender que se refería a ella. Sintió al mismo tiempo la exhalación de alivio de sus compañeras que le rodeaban.
Cuando se puso en pie, notó el temblor en sus piernas y brazos. Aquella tarde vestía otro regalo de los tres chicos: un baby doll negro semi transparente, que llegaba hasta media nalga, una tanga colaless de encaje negra con vivos rojos y medias de red con liga de encaje negra. Le habían prohibido llevar el collar de cuero negro. Al llegar al frente de la sala y observar el vómito de la chica anterior, le provocó un escalofrío trepándole la espalda, el miedo a ser la siguiente en vomitar sobre Herr Fritz y terminar con un castigo peor. Cuando se arrodilló, ya sudaba bastante a pesar de lo ligero de sus vestimentas. El viejo seguía limpiando su mano, pero la miraba esbozando la misma tétrica sonrisa que le había dedicado dos semanas atrás.
Tú no me vas a defraudar ¿verdad putita? - le dijo. Sus ojos, detrás de arrugas, encrespadas cejas y oscuras ojeras, eran penetrantes y fríos, lo que le confería un semblante aún más tétrico a ese modo “afable” de hablar que tenía con las chicas. Aunque amable, lo que le decía sonaba a sentencia. No debía defraudarle.
No, mi amor - le dijo. La amplia sonrisa del viejo, le indicó que había contestado más que correctamente.
A continuación, el viejo realizó el mismo gesto con la mano izquierda con el que había empezado con la Regalada. Macarena, por su parte, recordó sus reflexiones cuando veía a la chica embarazada actuar y se imaginaba cómo lo haría ella. Miró los dedos ahora de cerca: largos, blancos con manchas, huesudos, arrugados, con uñas bien cortadas; en el dedo medio llevaba un anillo igual al que le había visto en las manos izquierdas del profesor Fuentes y el Rector Claro. No eran gruesos, pero de todos modos consideró abrir la boca tanto como fuese posible y evitar cualquier contratiempo. Así que relajó la garganta, abrió la boca, sacó la lengua, ladeo la cabeza y fue a lamer primero los dedos que permanecían “empuñados”, los acarició con su pañosa lengua, los besó y abarcó con la totalidad de su boca sin dejar de mirar nunca el macho, buscando su complacencia que claramente obtuvo. El viejo nunca dejó de sonreír. Con un sutil gesto de su mirada, le indicó a los pocos minutos que era suficiente. Y ella volvió sobre la punta de los huesudos, blancos y manchados dedos y procedió a engullirlos con abriendo la boca en toda su amplitud, con un audible “AAAHHH”. De una sola vez, sin ningún reparo, había llegado con los labios a la mitad de la mano. Procuró mantener la lengua afuera y jugar con ella nuevamente sobre los dedos doblados. Sentía los dedos del viejo descansando en el fondo de su garganta, el anillo golpear su paladar y creía sentir el regusto de la saliva de la chica que le había precedido, mezclado con el fuerte sabor ahumado del tabaco del puro y metal del anillo. Pero no importaba; con la pura mirada trataba de transmitirle al tétrico hombre que para ella era un gozo poder saborear sus dedos. Pero pudo entender luego, que eso no era suficiente. SAbía que no se podía guardar nada con el experimentado hombre. Abrió más la boca, mantuvo la lengua afuera y empezó a moverse adelante y atrás simulando la follada de su propia boca. Dejó caer saliva, gimió con cada embestida y procuró atracar los dedos del hombre lo más profundo en su garganta, cada vez que embestía con su cabeza sobre la mano.
El salón completo guardó silencio para observar a la Cenicero concentrada moviéndose adelante y hacia atrás haciendo desaparecer los dedos del viejo en su boca, emitiendo gemidos y gruñidos propios del esfuerzo (GHA GHA GHA GHA!) y la acumulación de saliva que dejaba resbalar por su barbilla, mojando tetas, abodmen y el baby doll negro que aquella tarde vestía.
Macarena, desplegó su repertorio completo: boca bien abierta, jugosa y babeante, por donde respirar y gemir con soltura; ojos tan abiertos como era posible (el esfuerzo de atravesar su garganta con los duros dedos, la hacían cerrar y mover involuntariamente), el fluir de lágrimas constante; lengua inquieta y juguetona; mover la cara para cambiar el ángulo de entrada de la mano y forzarse a si misma a producir más babas y sonidos distintos… antes de lo que se esperaba, el viejo movió la mano hacia atrás. Intentó alcanzarlo, pero un golpe en su frente le indicó que no lo hiciera.
Apuesto que con ese hocico que exhibes tan pintado, te comes vergas de a pares, ¿verdad putita?- Macarena intentó contestar, pero estaba congestionada y tenía la garganta tapada en babas. Así que sólo contestó sacudiendo afirmativamente la cabeza.
El viejo volvió a la carga, esta vez apuntando a su boca con todos los dedos juntos, semi estirados. Ahora se venía la verdadera prueba, entendió Macarena. Extendió su boca exageradamente y mantuvo la lengua afuera, en una mueca algo grotesca. Prefería no correr riesgos. Sintió entrar los dedos, falange tras falange, sintió pasar el anillo golpeando sus dientes, sintió cada parte de la seca mano que no había sido antes alcanzada o salpicada por sus babas en la atención bucal precedente. En breve sintió llena su boca e hizo el esfuerzo de mirar al hombre que la ocupaba de manera tan degradante.
Precioso - dijo Herr Alfonso, evidentemente complacido con la cara exigida de la madura, llenada por su mano, derramando lágrimas de esfuerzo, haciendo un ostensible esfuerzo por no rechazarla y seguir respirando a la vez. En este esfuerzo, su rostro se iba tornando rojo y su frente empezaba a abrillantarse de sudor.
Herr Alfonso empujó su mano, provocándole a Macarena una fuerte arcada traducida al sonido y bloqueado ruido de un “UUUUGGGGHHH!” salido del fondo de su garganta y el innegable gesto de rechazo de sus ojos bien cerrados y rostro congestionado. Por supuesto, nada de eso lo detendría. Afirmó la cabeza de Macarena con firmeza empuñando un buen mechón de cabello e inició el mete-saca de su mano completa en la boca de la pupila.
Todas pudieron contemplar el suplicio de Macarena, vieron al viejo hacer desaparecer su mano casi por completo en la garganta hinchada de la hembra, las venas de esta engrosar cuando su boca y nariz explotaron en babas y mocos, vieron su cuello cubrirse de saliva, sus negras lágrimas cruzar sus mejillas; los espasmos de su cuerpo tratando de resistirse a la asfixiante tortura.
Pero resistió hasta el final.
El viejo, algo cansado del esfuerzo en maltratar la garganta de la Cenicero, liberó su boca y Macarena por fin pudo botar un grueso cúmulo de babas que se había ido reteniendo en su garganta. Blanco y pesado, resbaló por su cuello y quedó retenido momentáneamente por el escote del babydoll, filtrándose pausadamente hacia sus tetas y mojando la tela que se empezó a pegar sobre las mismas. Con su boca liberada, Macarena pudo toser lastimeramente, pero cuando terminó, mantuvo su boca abierta y su lengua asomada, jadeando como perra.
Herr Alfonso, con la misma mano con que la había atragantado le acarició el cabello, aprovechando de secarse de sus babas y “peinando” un mechón de su frente.
Eres tal como me habían contado - le habló el viejo, condescendiente - naciste para esto.
Y la dejó en libertad.
Tan absorta estuvo en su propio castigo, que hasta que se dispuso a levantarse de su lugar, no notó que la Regalada había estado limpiando el vómito que había justo a un lado suyo. La chica seguía con la traba metálica en la boca, dándole un aspecto bizarro, deformando el hermoso y adolescente rostro de la muchacha, además de la vergüenza que se podía leer en su mirada.
Macarena regresó a su lugar, sintiendo aún en el fondo de su garganta los dedos del viejo raspando sus paredes y el regusto a tabaco, saliva y metal en su paladar. A pesar de lo que acababa de sufrir (que tampoco era tan nuevo para ella), sentía algo de lástima por la jovencita preñada. Pensó en tener que salir con ese aspecto de haber sido recientemente utilizada por la boca, con su mandíbula trabada y ese aspecto de bestia sometida que le confería, recorriendo pasillos del liceo buscando con qué limpiar… si se ha de haber encontrado con profesores, alumnos, auxiliares… qué vergüenza, qué humillación.
Todas, las mismas reflexiones que tenían sus compañeras sobre ella.
Como en la vez anterior, las pupilas fueron pasando adelante a cumplir la prueba que le pusiera Herr Alfonso: la “lamebolas”, tomó la huesuda mano derecha del viejo con ambas manos y se dedicó a lamerla de abajo a arriba (empezando en la unión entre palma y muñeca), inclinando la cabeza para no perder contacto visual con el viejo y finalmente luchó por acoger la mano completa en su pequeña boca. La delgada y pálida “guacha” tuvo la orden de juntar harta saliva y escupir bien la mano, llenarla de babas… cosa que claramente le desagradaba. Una vez que dejó la mano del viejo lustrosa de lo lubricada, éste le pasó la mano abierta por toda la cara, provocándole arcadas y lágrimas de humillación, ante lo cual recibió la reprimenda del hombre y una sonora cachetada.
Las dos bimbos, putita y tonta, fueron llamadas a la par, puestas en cuatro patas enfrentando al hombre con sus siliconados labios abiertos en toda su amplitud y demostraron lo que era predecible: que eran expertas mamadoras, cuyas bocas se deformaron y estiraron a gusto del viejo cuando este atacó sobre ambas, con sus dos manos, como si fuera un martillo neumático. Fue un coro de gemidos acuosos y sonoros.
Desde aquella sesión, cada vez que Herr Alfonso fuera de visita, ellas tenían la orden de vestir lencerías y conjuntos más “elegantes” que lo que algunas solían lucir. El hombre exigía ciertas “formalidades”. Apareció un par de veces más por el taller, siempre en la misma tónica: corregir posturas y disciplina (ofrecerse, servir, agradecer, pedir, funcionar como “mueble”, etc…), pero no repitió lo del puro, ni le dedicó tiempo extra a Macarena (a pesar de lo que ella temía y esperaba). Aunque sí le dedicaba largas miradas, aún cuando atendía a otras chicas, que inquietaba a la Cenicero y provocaba los celos de otras de mayor antigüedad.
Tras salir Herr Alfonso de la sala (no sin descansar sus ojos por última vez en el babeado busto de Macarena y decir como para si mismo, pero en voz alta: “tenemos que llevarte al ‘rancho’ uno de estos días”), la tutora, visiblemente acalorada, levantó con algo de esfuerzo su acalambrado cuerpo de la posición de rodillas que había mantenido casi toda la sesión. Era la señal que el curso esperaba para hacer lo mismo. Varias sentían sus pantorrillas adormecidas y tuvieron que tomarse unos minutos antes de asegurarse que podrían caminar sin riesgo de caer. El olor de la sala era pesado, se había cerrado en el aula la mezcla del tabaco, sudor, saliva, cuerpos y vómito. Se hizo evidente cuando se abrieron las puertas y las mujeres empezaron a salir de la sala, enfrentándose con el aire fresco del exterior.
Cuando Macarena cruzó el umbral de la puerta, una figura conocida la sorprendió gratamente. Sandra estaba parada de brazos cruzados, saludando a algunas chicas y mirando severamente a otras. Parecía tomar nota del aspecto destruído que cada una presentaba. Tan absorta en mirar los ruinosos rostros de las pupilas, que sólo notó a Macarena cuando la tuvo a dos pasos de distancia. La sorpresa y el cambio de actitud que tuvo como gestos de alegría hacia ella, llenaron a la destrozada madura de felicidad. Sin importarle su desastrozo estado, ni la suciedad en su boca y pecho, Sandra la recibió con un apretado abrazo que ensució su impecable blusa, escote y cuello, sin importarle, ni hacer intento por limpiarse del brillo salivoso que dejó en su mentón.
Se saludaron afectuosamente, recibiendo miradas suspicaces de las rezagadas en la sala y Sandra la acompañó hacia la salida, lapso en el cual aprovechó de ponerse al día con su progreso en el taller y en casa.
Sólo he escuchado buenos comentarios sobre ti. Nos tienes muy satisfechos, has respondido con creces en la confianza que les tuvimos a ti y al Sr. Alberto al aceptarlos meses atrás.
Como le prometí a Don Miguel, hemos hecho nuestro mejor esfuerzo por cumplir con todo lo que se nos pida.
Lo sé muy bien, querida. Sin embargo, ni eso es todo en este lugar.
Estaban llegando a la entrada para madres y Sandra iba adoptando un tono algo más serio.
La institución ha decidido subir los aranceles de estudio. - Luego de ver la cara que puso Macarena, añadió - Me gusta tan poco como a ti. Sé que estás pagando apenas lo que cobramos…
Efectivamente, el dinero que le dejó su ex ya había sido gastado y estaban subsistiendo gracias a lo poco que logró ahorrar de sus trabajos esporádicos, su antigua vida de prostitución y lo que le pagaban los tres chicos cuando la hacían rememorar sus días de meretriz.
Pero te traigo una noticia. Don Miguel tiene una propuesta que hacerte, que te ayudaría a financiar los estudios del Sr. Alberto.
El rostro de Macarena se volvió a iluminar.
¿De verdad?. Se lo agradecería tanto…
No te entusiasmes. Bien sabes que acá nada es gratis, mujer. Menos para nosotras. -ahora el semblante de Sandra había pasado de serio a más bien “sombrío”- Y la decisión sobre la propuesta que se te hará, no te corresponde. Como ya nada te corresponde decidir.
Tienes una cita para el próximo lunes, a las 6 am, con tu apoderado en la oficina del Sr. Claro. Será una reunión formal, con el director y la junta. Le harán una propuesta al Sr. Alberto y tendrá lo que dura la reunión para decidir sobre ello.
¿Qué le irán a…
No lo sé. No te puedo aconsejar más que “ven dispuesta para todo”. Y acata todo lo que te indique tu Sr. Alberto.
Para terminar, le plantó un apretado beso en los labios, tomándola de la cara con ambas manos, y sin separar sus rostros le dijo “confía en ti”. Para luego retornar al interior del recinto, dejándola sola y perpleja. Casi sin recordar que estaba medio desnuda y debía ponerse el abrigo para no enfriarse más.
Cuando llegó a casa y le contó todo a su hijo, éste la sorprendió por su falta de reacción. Con una actitud entre aburrida y apática, la mandó a callar cuando ella intentó conversar con él sus inquietudes respecto a lo que fuera a suceder en esa reunión. Fue una de las pocas veces que su hijo le ordenó que lo dejara solo. En los siguientes 6 días, la angustia se anidó en el estómago de Macarena. Le costó concentrarse en sus labores y se encontró a si misma más sola de lo habitual. Pues Alberto, tomó una actitud arisca hacia ella. Dejó de pedirle cosas (más que las comidas y su ropa lista) y la dejó sola en casa, pasando más tiempo fuera, o simplemente encerrándose en su cuarto.
Macarena sentía tanto que no podría aguantar tanta espera, pero al mismo tiempo empezó a temer al día lunes.