La Reputación de Macarena IV

Lo que sucede después de la reunión con el profesor jefe. "La cenicero" va aprendiendo cuál es su lugar. Capítulos con menos escenas sexuales, pero con más morbo.

Nota del autor

Para quienes colaboramos con nuestras historias en Todorelatos. Las valoraciones y comentarios, son una recompensa y la manera de obtener un juicio sobre nuestra creación. Tómate un momento y valora/ comenta en este comentario... sea para bien o para mal, será agradecido por mi parte

IV

Se limpió lo mejor que pudo con una de las toallas de mano que encontró en los casilleros que cubrían una de las paredes del vestidor. Peinó lo que pudo su enredado y sucio cabello (tenía mechones pegados y algunos rastros viscosos que terminó esparciendo involuntariamente por su cabellera con el cepillo). Recompuso su maquillaje y recuperó su sostén y las ropas que había dejado.

Se echó una pastilla de menta a la boca y guardó el vestido tejido y zapatos en una bolsa plástica que encontró arrugada… mejor así, que no llamara la atención.

Estando sola, aprovechó también de fisgonear un poco. Revisó los vestidos colgados… había realmente de todo, desde prendas muy atrevidas, vestidos de noche, transparencias, minifaldas de cuero (como la que había visto usar a la otra madre… qué sería de ella, se preguntaba); pero también había ropa muy mundana, vestidos de telas gruesas, de manga larga, no muy cortos; así como también encontró  ropa escolar, en tallas muy grandes y de jovencitas, ropa juvenil, shorts de mezclilla, hot pants, camisetas con diseños de cartoons,etc. Sin ser amplio, ni inmenso, tenía la particularidad de encontrar casi de todo, para tallas promedio.

La variedad de zapatos le fascinó, el 80% de taco alto y muy alto, zapatos putones como los que llevaba en la bolsa; otros más finos y elegantes, de planta muy delgada, taco muy fino. Los que más le habían gustado, estaban en otras tallas, sólo los putones estaban en su tamaño de pie. Divisó accesorios, carteras, joyas, lentes, maquillaje… en fin, lo suficiente para vestir a una mujer de pies a cabeza.

La lencería, como esperaba, era uno de los ítems más interesante. No había nada que uno pudiera llamar, común, aburrido, simple u ordinario. Al contrario, habían muchas piezas finas, delicadas, con gran dedicación a los detalles; de encaje, transparencias por montones, con aberturas picarescas… incluso con plumas! Así como había prendas derechamente vulgares (una suerte de traje de baño que, por lo que sabía se sostendría desde los hombros y la entrepierna, dejando el cuerpo desnudo al verlo de perfil, sobretodo para mujeres como ella, con abundante carne.

Finalmente, le pudo dar un vistazo más cerca a la puerta entreabierta que dejaba ver, accesorios de cuero, cadenas de diversas dimensiones, grilletes y elementos más propios de un centro de detención o tortura y otros elementos más propios de un zoológico, o un canil. Habían fustas, látigos y cuerdas… muchos elementos ordenados por su naturaleza (de cuero, metal, plástico, tela, etc), o su uso (de restricción, para golpear, adornar). No estaban muy a la vista y no quiso indagar más, en lo que le parecieron consoladores y bolas chinas, de distintas proporciones.

No se atrevió a tocar nada, ni abrir puertas… nunca se sabe cuando puede haber una cámara, por más inocente que sea tu actuar. Así que sin más que ver, tomó la bolsa y lo que había dejado en la cómoda al lado de la entrada: la tarjeta con el nombre de un doctor y una dirección. Había conseguido distraer su cabeza hasta ese momento, en que retornaron sus miedos y no podía dejar de preguntarse “¿Cómo lo supieron?”, apretando su estómago, como si esperara un golpe bajo que la doblegara. ¿utilizarían esa información para causarle daño a su hijo?, ¿para someterlo como a ella?.

Esa y otras preguntas más, acompañaron a Macarena mientras cerraba la puerta con el seguro puesto y caminaba por el pasillo hacia la salida. Tan distraída la dejó el asunto, que hasta casi que chocó con él, no notó al chico, un poco más alto que ella, que le bloqueaba la salida: Alberto.

  • ¡Ay! Perdón!, me asustó - venía distraída, pero inmediatamente, con una amplia sonrisa, le demostró la alegría de poder verlo ahí, en “su” ambiente.
  • Hola mamá - esperó un momento a ver si ella hacía alguna de las cosas que hacía en casa, pero no sucedió nada extraordinario a lo que se esperaría del encuentro de una madre con un hijo… bueno, exceptuando que esta madre no hizo intento alguno por besar a su hijo, o tener contacto físico que él no propusiera.
  • ¿Cómo te fue en la reunión? - preguntaba con palabras, al mismo tiempo que lo hacía con la mirada, buscando en ella rastros que la delataran. Pero lo único evidente, era su cabello, que se veía sucio y algo despeinado.
  • Bien, bien. Es muy agradable tu profesor jefe. Y me habló muy bien de ti,

No era lo que quería escuchar, quería una descripción detallada de lo ocurrido, de cómo era la sala donde estuvo, porque esa área, ya sabía él, les estaba prohibida a los estudiantes solos, quería saber palabra por palabra lo que le había dicho… y hecho. Porque estaba seguro que algo tendría que haberle hecho, tanta anticipación que mostró por el encuentro no podía ser gratuita.

Por supuesto, no era casualidad que se encontraran en el pasillo. Toda la mañana había estado distraído por la reunión que se estaba llevando a cabo con el profesor jefe. Y todo lo que podía imaginarse era a su madre siendo montada por el joven profesor. En su cabeza, había modificado el recuerdo de su madre en cuatro patas, siendo sodomizada por su padre y había reemplazado el toro aquel, por el delgado y espigado docente. Durante el recreo y las veces que pidió permiso para salir de la sala, estuvo rondando el edificio viejo, buscando indicios… por lo mismo, casi se pierde los gemidos que fueron el comentario de medio colegio esa mañana. Estaba haciendo guardia en una entrada, cuando escuchó decir a un chico de un curso menor “¡están faenando una puerca!”. Cuando llegó al patio, alcanzó a escuchar distorsionado por el eco, unos destemplados gemidos de mujer mayor, más bien graves y rasposos. Pero no podía precisar su origen. ¿Podrían ser de ella? Sí. Como podían ser de otra. En el poco tiempo que llevaba en el liceo, tampoco era inaudito una situación así, habían situaciones legendarias como la de un profesor (aún en ejercicios) asomado por una ventana, con medio cuerpo de una apoderada colgando, berreando como animal, a la vez que sacudida por las embestidas que el maestro le propinaba.

Luego de una rápida encuesta, no logró obtener más información que “la estaba gozando”, “seguro que le estaban abriendo el ojete”, “¡una lassie!”, “igual fue corto”, “a esta no la había escuchado… debe ser nueva” (le dijo un compañero mirándolo sonriente y dándole un par de palmadas en el hombro), “escuché a un pendejo decir que vio a una tetona, asomada en la ventana”. Así que, después del recreo, se dio 40 minutos para pedir permiso de ir al baño (dado con reprobación por el profesor de química y sintiendo burlones murmullos de un grupo de compañeros) y volvió a transitar por la zona de ingreso de madres… y tuvo suerte, su cálculo había sido correcto y sus sospechas, intranquilizadoramente confirmadas.

Pero el encuentro fue decepcionante, había esperado toda la mañana verla como la vio después de la entrevista con el director, deshecha, destrozada, babeada, desarmada… Pero sólo la encontró despeinada y con cara de preocupación. Eso sí, se veía algo cansada, incluso se le habían marcado algo las ojeras y la suciedad de su pelo, su enredo y falta de brillo, eran particulares.

Quería hacerle un interrogatorio en profundidad, pero el lugar no colaboraba, no era como en casa donde cada vez se sentía más dueño de la situación. Acá, él era uno más, y algunos de sus “pares”, trataban todo el tiempo de hacerlo ver menos que el resto.

No pudo continuar con las preguntas, porque desde el patio apareció un trío de estudiantes del último curso.

  • Pero miren a quien encontramos nuevamente - dijo un chico rubio, bien conocido por todo mundo en el liceo
  • La mamita - contestó otro, pálido, muy delgado, más bien pelirrojo y de cabello corto. Los otros rieron con su intervención - que resulta ser del Sr. Fernández.

A Alberto le desconcertaba que todo el mundo en el ese liceo parecía saber quién era él.

  • ¿Y se cambió de ropa? Qué lástima, ¡si se veía tan bien!

Ahora lo desconcertaba su madre, que miró al chico, con sorpresa, luego a él y se sonrojó.

  • Era… sólo por un momento. Para la entrevista.
  • Qué suerte tienes, muchacho - el rubio parecía querer tener una conversación animada con Alberto, pero este no mostraba emoción.

  • ¿No debiera estar en clase, Sr. Fernández? - cambió ahora el tono.

Alberto lo miró fijo, se giró para quedar de frente. Era amenazante en realidad.

  • No se preocupe, - le dijo el rubio, levantando las palmas abiertas y sonriendo en señal de paz - nosotros acompañaremos a su madre hasta afuera, para asegurarnos que no se pierda. Ud, debiera volver a su sala, o lo pueden castigar - Y el tercer chico se paró a su lado, corpulento y con transmitía la sensación de estar acostumbrado a hacerse comprender físicamente, en las discusiones.

Macarena se vio separada de su hijo por los tres chicos, vio que seguía dispuesto a desafiarles y temió por lo que podía suceder. Un conflicto con tres chicos que se paseaban libremente por la escuela en horas de clases (eso sólo podía significar tener el favor de inspectores y profesores), los pondría en problemas demasiado luego. Así que se adelantó a hacer algo para romper la tensión y tomó al que tenía más cerca de un brazo, se abrazó a él.

  • Parecen buenos chicos, por favor déjeme acompañerlos afuera, no quiero que le amonesten por no estar en la sala. En casa conversaremos. - Se apretó al muchacho y le regaló una sonrisa zalamera a su hijo. La mirada de su hijo, no cambió de inflexión con ella, fue igual de severa y la asustó.
  • Volveré más tarde a casa, tengo que ver algo con el Sr. Fuentes. - le contestó como si no hubiera escuchado nada de o que su madre le dijo. Acto seguido, dio media vuelta y se dirigió al patio, sin despedirse.
  • Uff! Vaya si tiene su fama bien ganada - dijo el más hablador de los tres rubios. Y Macarena sintió como se relajaban.

Le soltó el brazo al delgado muchacho, pero otro brazo, el del más fornido, la tomó por la cintura haciéndola caminar con él.

  • Acompáñanos a fumar, mamita, queremos conversar contigo - le dijo el grandulón y se encaminaron a un pequeño patio al lado de la salida, cubierto por muchos árboles y plantas.

  • Uds. son los chicos que han estado molestando a mi hijo - les sorprendió mientras ellos se liaban un pito y prendían un cigarro… la quedaron mirando detenidos por un momento. El grandulón no le había sacado la mano de la cintura.

  • Vaya, si ud. también es dura - Le dijo el rubio - No, mamita. Si fuéramos nosotros, él ya no estaría viniendo a esta escuela. Pero sabemos quiénes son - de eso le queríamos hablar. Y le dejó la palabra al grandulón, que en todo el rato no le había quitado la mano de la cintura y aventuraba la yema de sus dedos cada vez más abajo, con la palma abierta, alcanzando la redondez de su culo.
  • Hay un chico que le tiene bronca a su hijo. No sabemos porqué, ni nos interesa. Pero Albertito nos cae tan bien, ahora que conocemos a su deliciosa madre - tomada como la tenía, la separó un poco de si y le dio un lujurioso repaso con la vista, para volver a pegarla a si - pensamos que podríamos hacernos cargo de este muchacho para que le deje en paz de una vez por todas.
  • Este lugar puede ser muy hostil con los chicos nuevos, más si no tienen nadie que los apoye - le sobaba la cintura con la mano, mientras hablaba - Nosotros hemos sido testigos de lo mal que lo ha pasado el “Beto” por culpa del hijo de Victoria y sus amigos - el nombre saltó en su cabeza, nuevamente en un par de horas la mencionaban y calzaba con lo que le había dicho antes el profesor.
  • A nosotros nos cae muy bien el Beto - le dijo ahora en un tono más íntimo, bajando el volumen de su voz, haciendo que ella se apegase más para escucharle y agazapándose sobre ella. Le sacaba fácil 30 cms de altura. Era difícl creer que fuera pocos años mayor de su hijo… de hecho, ninguno se veía de la edad que se suponía debían tener… quizás el más delgado y pelirrojo.
  • Y podemos ayudarle con los que le molestan - su mano, dando círculos en la cintura, siguió el camino lateral de la cadera y ahora tranquilamente, amasaba las carnes del glúteo derecho de Macarena.
  • ¿de verdad? - dijo Macarena, casi con inocencia.
  • Por usted

, le haremos ese favor - ahora tomó con la mano, abierta, todo lo que alcanzó a abarcar de ese gordo culo para elevarla unos centímetros, haciendo que ella pusiera sus manos en su pecho. Parecía que la iba a besar de lo cerca que estaban sus rostros. - siempre que ud. Sea generosa con nosotros también. Es lo justo, ¿no cree?

Macarena alternaba su mirada entre la cara y los labios del sobredesarrollado joven, temía y esperaba el momento que se decidiera a comerle la boca.

  • Sí… sería justo. Muchas gracias - esto último lo decía honestamente. Acababa de enterarse que a su hijo se lo estaban haciendo pasar mal y que ella no podía hacer nada para ayudarle… hasta ahora.
  • No, mamita, gracias a ud. - le contestó, volviendo a dejarla en el suelo, pero sin soltar su trasero.

Los otros chicos, ni respiraban viendo con excitación tan morbosa escena. Cuando el muchachón bajó a Macarena y vio sus atentas miradas, sólo atinaron a sonreirle con malicia, haciendo que ésta se avergonzara de la situación.

  • Gracias, Señores, de verdad aprecio que lo hacen por mi hijo y… - su claro intento de despedida, fue cortado, cuando el chico que la tenía, la frenó de la cintura. Y el rubio, con el cigarro en la mano, le cortó el paso.
  • Antes que se vaya, mamacita, tenemos curiosidad… ¿es cierto lo que dicen de ud: “la cenicero”?

Si creyó sentirse avengonzada antes, era nada en comparación con la angustia y vergüenza que provocaron en ella esas palabras: “la cenicero”. Si estos chicos lo sabían, si las otras madres lo sabían. TODO el mundo lo sabía.

  • ¿Es cierto? - insistió el muchacho, testigo del abatimiento de la madura, que no sabía dónde esconderse y era retenida por el ropero. Miró el pucho del rubio, con una buena cantidad de ceniza en la punta y supo cómo tenía que responder.

Después de un vistazo rápido hacia la calle y la entrada, se tiró sobre sus rodillas a los pies del joven, dejó caer su cartera y bolsa, puso las manos en sus muslos y, mirando hacia arriba, abrió la boca todo lo que pudo y sacó la lengua. “Aaaahhhh” con este sonido, espero la reacción del joven, que no se podía creer lo fácil que había resultado su “travesura”.

Con dos golpes, hizo caer la abundante ceniza en la boca de la mujer, principalmente en su lengua, sin importarle lo caliente que aún estaba. Por la mejilla de esta, resbaló una lágrima, pero no hizo gesto alguno de oposición y mantuvo la pose, mientras los chicos se miraban divertidos entre sí. Se acercó el pelirrojo y dejó caer un hilo de baba, suavemente, directo a su garganta, el rubio, lo imitó tirando un escupo no muy fuerte. El grandote, por su parte, le dio la órden: “Traga”. Y ella, sin poder evitar disgusto, tragó y volvió a mostrar la boca abierta, como prueba.

  • ¡Muy bien! - aplaudió, pletórico, el rubio - parece que nos llevaremos la raja.
  • ¿Me puedo ir? - les preguntó desde el suelo y el mayor, le dio su autorización, sobandole la cabeza, como a una perra.
  • Muchas gracias, Señores - se llevó una palmada en el trasero de recuerdo y la boca con sabor a tabaco a casa.

Su cabeza era un lío, demasiadas cosas le habían sucedido en un día para el que no esperaba mucho más que la entrevista con el profesor. Cosa que recordaba con excitación, por todo lo que hicieron. Al mismo tiempo, recordaba toda aquella nueva información que le había dado sobre el liceo, ese carácter misterioso y oscuro, que le erizaba los pelos y le hacía cuestionarse un tanto las decisiones tomadas hasta ahí. Lo que la llevaba a las amenazas: la directa, del Señor Fuentes, la información de su vida que manejaba (cuánto más sabría) y lo que podía significar como un impedimento para continuar con esa nueva vida por la que estaba apostando… y luego aquellos tres chicos, tan seguros de si mismos y su amenaza velada, sobre el bienestar de Albertito.

Todo aquello daba vueltas por su cabeza cuando ella preparaba su vestido de red. Lo metió a la centrifugadora (aún estaba húmedo, cuando lo sacó de la bolsa), mientras hacía comida para cuando su hijo llegara… Y como se tardaría más de lo habitual por la reunión con el profesor jefe, que le traía todas estas preguntas a la cabeza: ¿cuánto tardaría? ¿qué estaría “viendo” con el Señor Fuentes? ¿sería sobre ella? ¿sobre lo que hicieron? ¿algo sobre Victoria y su hijo?, haciendo que se espaciara en sus actividades y muchas veces se quedara parada quieta divagando en sus pensamientos; le dio tiempo para tener la comida lista, la casa más ordenada y ella prepararse como le había ratificado el docente, para esperar a su “apoderado” como era debido: como un descanso a su vista y quien lo hiciera sentir confortable y a gusto.

Era una hora pasado el tiempo habitual de llegada de Alberto, cuando ella por fin fue a buscar el vestido de red a la secadora y se empezó preparar, urgida porque pensaba que en cualquier momento aparecería su hijo y ella no estaba como el profesor le había dicho que correspondía que lo recibiese.

Lavó y secó su pelo con rapidez y consiguió darle la forma ondulada que tan bien sentía que le quedaba (“como una Claudia Cardinale”, se decía ella misma), pintó sus gruesas pestañas, alargándolas y dándole dramatismo y, con el mismo fin, pintó sus labios con el más fuerte rojo que tenía, agrandando su volumen. No era nada sutil su maquillaje… y así lo quería ella, su rostro tendría que competir con un revelador vestido.

Había tomado unas medias de red con liguero y escogió un calzón colaless rojo, transparente y con pequeños encajes por delante y meditó un rato si el sostén también lo usaría, hasta que las palabras del profesor resonaron en su cabeza “como debieras esperar a tu apoderado en casa” y lo volvió a guardar en el cajón de la ropa interior.

Se miró al espejo con su conjunto (algo que no había podido hacer en el liceo), su vestido tejido, que parecía corriente y revelador a la vez, sus medias de red abierta negras y los zapatos de terraplén un taco alto y grueso, poderosos, obvios y grotescamente sexuales, que le endurecían las piernas y pronunciaban su culo. Y así también se sentía ella, un tanto “grotesca”, sin sutilezas,

barata…

y una imagen olvidada de si misma en sus días en el café del puerto, antes de conocer a su ex marido, volvió a su cabeza. Un breve tiempo en que ganó mucho dinero y la atención de los hombres fue su adicción.

Y se arrepintió de cómo estaba vestida. Con urgencia se quitó las medias y, por dar algo de clase a su aspecto, buscó algo que poner en su cuello. Sin convencerse del todo, optó por un collar cerrado de perlas. Ese fantasma del pasado dejado atrás se esfumó a tiempo, cuando sintió la puerta abrirse.

Alberto entró en su casa y en seguida sintió un ruido que no era propio de ese lugar: el de zapatos pisando fuerte y sonoros, no el habitual repicar de los tacos finos… este era un sonido que había escuchado varias veces en el liceo. Por un momento, pensó que Sandra aparecería en el pasillo para recibirlo. Pero su impresión fue prácticamente la misma que si la portentosa asistente hubiera aparecido a recibirlo.

Apurando el paso y dando pequeños saltitos, Macarena apareció meciendo sus caderas exageradamente, esforzándose en caminar lo más naturalmente posible con los grandes zapatos y haciendo dar grandes botes a sus tremendas tetas, que se veían contenidas en una red… y eso que aparecía entre las costuras de las redes… parecían… sí, eran: pezones duros y erguidos, saltando arriba y abajo, girando casi en círculos, cuando las ubres maternas chocaban entre sí.

Cuando ya creía dominar las sorpresas, de algún modo Macarena lograba volver a dejarlo boquiabierto.

Llegó al suelo bruscamente, dejándose caer, haciendo sonar sus rodillas en la madera. Se tropezó por la falta de costumbre de usar tales plataformas. Pero no se detuvo por eso, cayó se arrastró el paso faltante a pies de su hijo y empezó a desatar sus cordones, cuando su hijo puso su pie sobre el regazo de sus muslos.

  • Te veo las tetas - le soltó a su madre. No hubo un “hola”, ni un gesto de preocupación por la caída de su progenitora. A pesar de la sorpresa del recibimiento, su tono era tan distante como hace un par de horas en el liceo cuando se despidieron.
  • Pensé que le gustaría - hizo un amago de taparse los pezones.
  • ¿Ése vestido, es nuevo?.
  • Me lo regaló la Srta. Sandra.
  • ¿Te lo pusiste en el Liceo?
  • Sí - contestó ahora avergonzada, dejando su labor con los zapatos.
  • ¿Es el vestido con el que te vieron esos chicos?
  • Sí… - no quería mirarle a la cara, se sentía avergonzada y traidora. Como una niña que ha cometido una travesura grave, siendo retada por su padre. No había contado con los celos del chico. Quizás estaba avanzando todo muy rápido.
  • Continúa con tu labor.
  • Gracias, Señor.- y se afanó en quitar sus zapatos y masajear sus pies.

El chico se mantuvo en silencio, contemplándola. Así como estaba, no tenía la visión de otros días de su canal, pero esos pezones gruesos y oscuros azomándose entre el tejido, y la visión sugerente de su colaless rojo, sumado a que veía sobresalir los zapatos de tacón por los lados de su culazo. No dejaba de ser una vista excitante, como acusaba la marcada erección en su pantalón.

Con el silencio, ella se llenaba de angustia, de sentir que estaba tomando malas decisiones. Mantuvo su posición, como siempre, mientras el chico no dijera nada. Con el detalle que evitaba mirarle. Mantenía su mirada fija en algún punto entre sus rodillas y los pies del muchacho.

  • Los tres chicos que te “acompañaron” hoy… me informó el Sr. Fuentes que serán mis “padrinos”. Como tutores. Vendrán a ayudarme en los asuntos del liceo que se em dificulten.
  • Qué bien - lo decía por la noticia, tanto como porque el muchacho le volviera a dirigir la palabra. Volvió a mostrar su más complaciente sonrisa al muchacho. Pero ella sabía que le estaba yendo muy bien en todas las materias y se lo dijo.
  • No dije que me fuera a ayudar en los “cursos”. Dije “asuntos” - le contestó con la impaciencia de un mal profesor - principalmente, en socializar en el ambiente del liceo y otros asuntos de comportamiento, según me dijo el Sr. Fuentes.
  • Perdone. - dijo su madre, sinceramente avergonzada de su error… sin respuesta.
  • ¿Tienes lista la comida?
  • Sí, Señor.

Alberto tuvo un gesto que le iluminó el día a su madre, le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie. Ella tenía las rodillas rojas.

  • ¿Quiere que me cambie de ropa?
  • No, ya te dije que me gustó el vestido.

La mandó así, alegre a la cocina y pudo notar en su muslo derecho y -no estaba seguro- en la nalga del mismo lado, moretones.

  • Son de la reunión con el Sr. Fuentes. - No le iba a mentir… ni contar más detalles, si no la obligaba.

El almuerzo estuvo más animado. Ambos hicieron preguntas sobre sus respectivas actividades. Aunque Alberto parecía menos curioso que cuando la encontró en el liceo y Macarena, tenía que pedir permiso para preguntar por las actividades de su hijo.

  • Eres mi apoderado. - Macarena decidió empezar por lo importante - Hoy me lo hizo entender el Sr. Fuentes. Creo que ud. Ya lo sabía - Alberto asintió, sin decir nada… cada día lo admiraba más por el carácter y el dominio sobre si mismo que rápidamente iba ganando.
  • He comprendido mi papel para con ud, ser su apoyo y descanso y espero cumplirle a cabalidad, que nunca tenga una queja sobre mi.

Había pensado este breve discurso todo el tiempo que estuvo solo y lo dijo con solemnidad antes de comer. Como una oración.

  • Te lo agradezco, Macarena - era primera vez en la vida que la tuteaba, la aludida sintió un remezón recorrer su espina dorsal y erizar su piel.
  • El profesor Fuentes me contó los detalles de la reunión contigo. Estoy muy satisfecho en cómo asumiste tu posición y lo bien que lo trataste.
  • Me pidió que te comunicara que estuvieras tranquila… ¿puedo saber sobre qué?

Lo meditó un momento, se acababa de entregar por completo a su hijo, en fidelidad y obediencia. Y ahora su hijo le pedía algo que ella consideraba vergonzoso y hasta perjudicial para su conocimiento.

  • Su madre… ha cometido actos vergonzosos en el pasado. Por obtener dinero y poder alimentarnos… - casi se largaba a llorar diciendo esto
  • Tranquila - le interrumpió - No te justifiques. Como mi madre te respeto y agradezco los sacrificios que has hecho por mi.

Ahora sí, era demasiado para ella. Demasiado pasado y demasiado buena con ella la actitud de su hijo. Y rompió en llantos, en su lugar.

Su hijo, sin saber qué hacer, se mantuvo en su lugar.

  • El Sr. Fuentes me ha estado enseñando cómo tratarte. El respeto que debo tenerte y el que debo exigir de tu parte.

Cuando Macarena se tranquilizó, le preguntó:

  • ¿Por eso se juntó con él hoy?
  • No, me quería mostrar el castigo que recibiría una mamá.
  • ¿Victoria?
  • Sí.
  • ¿Cómo la castigaron? - el tema, había logrado captar su interés y sacarla de la sensación que la abrumaba.
  • No te puedo decir - Macarena hizo un puchero - sé que te ha molestado y me dijeron que rompió con algunas reglas de trato entre madres… y bueno, su hijo tampoco se comporta como se supone. Así que fue un castigo para ambos, él estuvo presente y a mi me llevaron para supervisarlo.
  • No te portes mal - le dijo, serio, a su madre - porque los castigos son duros y te castigarán frente a mi… o conmigo. No sé muy bien. Supongo que depende de lo que hayas hecho. Victoria no lo pasó muy bien (dijo esto último con una sonrisa inconsciente).

El resto del día, Alberto mantuvo a su madre a su vista. La mandaba a hacer las tareas domésticas (lavar la loza, limpiar la mesa) y luego debía volver a donde él estuviera y quedarse cerca. Se deleitó viéndola pasear en el revelador vestido y con su caminar cada vez más sensual (efectivamente, la práctica la ayudó a mejorar su andar y aprendió que debía arrastrar los pies para moverse con naturalidad con aquellos zapatos tan altos). Macarena se esforzó por complacerle, exagerando el movimiento de sus caderas al caminar y sacudiendo sus tetas aún cuando era innecesario. Se arrodilló ante él cada vez que requirió su presencia (sólo al final del día el chico se compadeció con ella y le permitió poner un cojín bajo sus rodillas… que ya las tenía rojas y sensibles). No perdió el detalle de la erección visible que mantuvo el chico toda la tarde y llegó a pensar (a esperar!) que en algún momento él se decidiera a dar un paso más allá. Tanto mostrarse la tenía excitada y estaba dispuesta a lo que fuera con su propio hijo… pero no sucedió.

Al día siguiente fueron a la consulta del doctor. En un edificio discreto ubicado en la periferia del centro del pueblo (por detrás de la municipalidad). Pasaron directo a la oficina del doctor, Alberto hacía las presentaciones y gestiones y nadie, ni enfermera, secretaria, ni el mismo doctor, le prestaban atención a Macarena. Es más, llegado el momento de tomar su muestra, fue tratada con rudeza por la enfermera, que algo masculló diciendo “…que tratar con sucias putas…”. Con las miradas de reprobación y odio en su espalda, salieron de la consulta y cada uno se dirigió a su respectivo lugar.

Alberto le llevó la noticia que le tranquilizó y recuperó su buen humor y claridad mental: estaba limpia.

En adelante, su problema sería el dinero. Había perdido una fuente de ingresos que la había acompañado casi toda su vida adulta (y antes) y que mantuvo a su familia por largo tiempo. Algo tendría que hacer.

La vida en el liceo fue cada vez mejor para Alberto, ya no sólo destacaba por sus calificaciones, sino también, gracias a que el acoso sobre su persona terminó, empezó a destacar como un líder, de carácter fuerte y medido. Sus profesores confiaban en él y Sandra manifestaba cierta preferencia por su persona, cada vez que se encontraban en los pasillos.

Macarena, también tuvo avances en las tutorías para madres. La inducción en ella trabajaba en volverla dependiente de su hombre para tomar decisiones. Relegarla a un nivel servil en la vida y apocarla frente a los hombres. Todo resultaba fácil con ella. Desde el primer día se mostró dócil, incluso con las otras madres.

Se volvieron a encontrar con Victoria en el taller, el martes siguiente. Esta vez, la rubia estaba mucho más reservada, evitando contacto, interponiendo 2 o 3 personas entre ellas, cambiando incluso de asiento en la sala. “El castigo fue efectivo”, meditó con cierto orgullo Macarena, viendo disminuida a la cuica madre frente a ella.

Sandra la llamó al frente de la nada, a mitad de la jornada.

  • Como ya la conocen todas, Macarena es nueva acá en el liceo - la semana pasada, cuando sólo la mencionó, el salón floreció con rumores y cierta socarronería del grupo de Victoria, esta vez dominó el silencio. - también es nueva en la ciudad, ¿verdad?
  • Sí Señora - sentía la vergüenza natural de quien no está acostumbrada a situarse frente a grupos de personas y ser observada (y examinada) por tanta gente, de pie con sus manos al frente, como una niña. Una “niña” que vestía con minifalda de cuero negra, medias de red y una blusa negra transparente, que permitía ver su sostén rojo con encajes.
  • ¿Qué pasó con tu marido?. Cuéntale a la clase.
  • Bueno… - miraba a Sandra, que apuntó con la frente a las demás mujeres - era… es marino y nos dejó a mi hijo y a mi. - silencio en la sala, Sandra inmutable la miraba fija - Y… él… era… es alto
  • Cuéntale a la clase qué sucedió la última vez que lo viste - la aludida se quedó fija mirando a Sandra - Hazlo.
  • Bueno… él-él… había estado en el puerto, en un club nocturno…
  • Con unas putas, sé clara.
  • Sí - sí, con putas…
  • Menos rodeos, cuenta que sucedió en la noche en tu casa.

Macarena, sudaba y tragaba saliva. Tenía la garganta seca. No sólo estaba naturalmente nerviosa por estar frente a un grupo de mujeres que le parecían poco amistosas. Además, debía rememorar algo sobre lo que nunca había tenido que hablar.

  • Él… me violó - las menos en la sala, tuvieron algún cambio en su respiración. El resto permanecían impávidas frente a lo que contaba Macarena.
  • Cuéntale a la clase con todo detalle. Si no recuerdas algo, te ayudaré - Macarena la miraba con incredulidad… ¿de verdad podía saber ella lo que sucedió al interior de su casa hace ya más de 3 meses atrás?

La asistente la urgió a contar toda la historia de la violación. Desde su despertar al momento en que era montada frente a su hijo. La obligó a detallar cada golpe recibido, cada insulto y repetir, como si recitara un poema, lo que su exmarido le había obligado a decir frente a su hijo. Costó. Muchos sentimientos y contradicciones se atropeyaron en su cabeza. Principalmente vergüenza y humillación.

Tenía a su público expectante. Sus caras reflejaban fascinación en muchos pasajes de la historia. Sobre todo los más violentos con ella y, principalmente, la violación presentada al hijo. Más adelante, Macarena se convencería que muchas se excitaron con esa parte de la historia.

Para completar su humillación, Sandra además la obligó a mostrarle a la clase cómo fue puesta en el suelo, con su cabeza pegada al piso, abriendo las piernas y levantando el culo… Sandra hasta simuló la contraparte masculina, dándole palmadas en su expuesta grupa (su falda arremangada en la cintura), jalando su cabello y simulando el coito, con fuerza.

La clase, alentada por Sandra, contribuyó a basurearla con preguntas del tipo: ¿porqué desafiaste a tu hombre?, ¿tú querías que te montara?, querías que tu hijo participara, ¿cierto?, ¿quieres repetirlo? Y otros juicios como “Te gustó que te montara así”, “te sentiste puta”, “te lo mereces”, “te lo buscaste”, “se te ve en la cara que te gusta que te traten así”. El ambiente en la sala se encendió de manera tal, que esos juicios empezaron a llover sobre ella, de algún modo las mujeres retroalimentaron un odio sobre ella con sus propios juicios. Y Macarena, en el suelo, en cuatro patas, temió que quisieran castigarla físicamente.

  • ¡Suficiente! - la Señora Sandra no necesito más para acallarlas y volver al orden.

Esa noche, fue puesta en su lugar. Con el tiempo comprobó en aquellos talleres, que cualquier atisbo de orgullo entre las madres sería rebajado y castigado. Y cada mujer era puesta devuelta en su lugar, siempre por debajo del resto.

Pasaron las semanas sin grandes novedades.

Macarena, hacía trabajos esporádicos. Pero no conseguía durar mucho en ninguno. No podía tomar trabajos de tiempo completo, porque la gran mayoría, en ese sector, estaban dedicados a la industria vitivinícola, o al cultivo; eran fuera del pueblo, por temporada, no eran por gran dinero (pero ahora no tenía otra entrada) y físicamente desgastantes. De todos modos lo consideró, haría cualquier sacrificio por la educación de su hijo, pero cuando le consultó a éste, obtuvo un rotundo “NO”.

  • Tu lugar está en casa, para cuando yo vuelva del liceo - le dijo solemnemente el muchacho. Y para ella, era todo una verdad indiscutida. Sólo la necesidad la había hecho cuestionarse lo que le estaban inculcando en el taller de madres todos los meses.

Así que se ocupó de algunas labores menores: de remendadora, atendiendo las pequeñas tiendas cuando sus dueños necesitaban una reemplazante momentánea.

También trabajó en una panadería, como repostera de media jornada, yendo un par de veces a hacer dulces para la venta. No le fue mal, Macarena tenía talento para la cocina y los dulces, pero tuvo que lidiar constantemente con los avances del panadero, marido de la dueña, que no había tenido nunca tan al alcance una mujer tan bien cuidada como ella. Su mujer, apenas 4 años mayor que Macarena, parecía llevarle más de 10 de ventaja, además de kilos y un aspecto descuidado que terminaban por acentuar aún más el contraste de biotipos. Su trabajo ahí terminó cuando la mujer del paradero percibió la clara marca harinosa de una mano sobre la falda negra de Macarena, a la altura de la nalga derecha.

Lamentablemente, eso se había transformado en un problema serio para ella. Estar siempre bien presentable y sacar a relucir su feminidad y sensualidad, como se lo tenían inculcado en los talleres para madres, la transformaba en objeto habitual de avances sexuales de hombres que hasta hace poco la trataban quizás con coquetería y hasta se le proponían, pero respetaban las distancias y palabras… ya no. Y eso se volvía un problema serio para buscar donde trabajar. Otro precepto esencial entregado por los talleres para madres, era el “hacerse respetar” ante la comunidad general. Las conductas que se podían dar en sus casas, por obediencia y complacencia hacia sus hombres, no podían ser expuestas en cualquier parte, porque la sociedad “no está preparada” para aceptarlas como normales. Así que ella tenía la obligación de amablemente cortar avances sobre ella y mantener su honra.

Cada vez empezó a tener más días continuos encerrada en casa. Preocupándose por el dinero y estando cada vez más cachonda a su vez; pues la falta de la esporádica y bien remunerada actividad que mantuvo por años en secreto, le significaba un desfogue sexual que no había dimensionado hasta ahora. Y la controlada tensión erótica que mantenía ahora con su hijo acentuaba aún más esa necesidad de tener un macho montándola.

El encierro es un estado que, ante la limitación del cuerpo, expande la mente. Y la mente de Macarena estaba afiebrada.

IV

Se limpió lo mejor que pudo con una de las toallas de mano que encontró en los casilleros que cubrían una de las paredes del vestidor. Peinó lo que pudo su enredado y sucio cabello (tenía mechones pegados y algunos rastros viscosos que terminó esparciendo involuntariamente por su cabellera con el cepillo). Recompuso su maquillaje y recuperó su sostén y las ropas que había dejado.

Se echó una pastilla de menta a la boca y guardó el vestido tejido y zapatos en una bolsa plástica que encontró arrugada… mejor así, que no llamara la atención.

Estando sola, aprovechó también de fisgonear un poco. Revisó los vestidos colgados… había realmente de todo, desde prendas muy atrevidas, vestidos de noche, transparencias, minifaldas de cuero (como la que había visto usar a la otra madre… qué sería de ella, se preguntaba); pero también había ropa muy mundana, vestidos de telas gruesas, de manga larga, no muy cortos; así como también encontró  ropa escolar, en tallas muy grandes y de jovencitas, ropa juvenil, shorts de mezclilla, hot pants, camisetas con diseños de cartoons,etc. Sin ser amplio, ni inmenso, tenía la particularidad de encontrar casi de todo, para tallas promedio.

La variedad de zapatos le fascinó, el 80% de taco alto y muy alto, zapatos putones como los que llevaba en la bolsa; otros más finos y elegantes, de planta muy delgada, taco muy fino. Los que más le habían gustado, estaban en otras tallas, sólo los putones estaban en su tamaño de pie. Divisó accesorios, carteras, joyas, lentes, maquillaje… en fin, lo suficiente para vestir a una mujer de pies a cabeza.

La lencería, como esperaba, era uno de los ítems más interesante. No había nada que uno pudiera llamar, común, aburrido, simple u ordinario. Al contrario, habían muchas piezas finas, delicadas, con gran dedicación a los detalles; de encaje, transparencias por montones, con aberturas picarescas… incluso con plumas! Así como había prendas derechamente vulgares (una suerte de traje de baño que, por lo que sabía se sostendría desde los hombros y la entrepierna, dejando el cuerpo desnudo al verlo de perfil, sobretodo para mujeres como ella, con abundante carne.

Finalmente, le pudo dar un vistazo más cerca a la puerta entreabierta que dejaba ver, accesorios de cuero, cadenas de diversas dimensiones, grilletes y elementos más propios de un centro de detención o tortura y otros elementos más propios de un zoológico, o un canil. Habían fustas, látigos y cuerdas… muchos elementos ordenados por su naturaleza (de cuero, metal, plástico, tela, etc), o su uso (de restricción, para golpear, adornar). No estaban muy a la vista y no quiso indagar más, en lo que le parecieron consoladores y bolas chinas, de distintas proporciones.

No se atrevió a tocar nada, ni abrir puertas… nunca se sabe cuando puede haber una cámara, por más inocente que sea tu actuar. Así que sin más que ver, tomó la bolsa y lo que había dejado en la cómoda al lado de la entrada: la tarjeta con el nombre de un doctor y una dirección. Había conseguido distraer su cabeza hasta ese momento, en que retornaron sus miedos y no podía dejar de preguntarse “¿Cómo lo supieron?”, apretando su estómago, como si esperara un golpe bajo que la doblegara. ¿utilizarían esa información para causarle daño a su hijo?, ¿para someterlo como a ella?.

Esa y otras preguntas más, acompañaron a Macarena mientras cerraba la puerta con el seguro puesto y caminaba por el pasillo hacia la salida. Tan distraída la dejó el asunto, que hasta casi que chocó con él, no notó al chico, un poco más alto que ella, que le bloqueaba la salida: Alberto.

  • ¡Ay! Perdón!, me asustó - venía distraída, pero inmediatamente, con una amplia sonrisa, le demostró la alegría de poder verlo ahí, en “su” ambiente.
  • Hola mamá - esperó un momento a ver si ella hacía alguna de las cosas que hacía en casa, pero no sucedió nada extraordinario a lo que se esperaría del encuentro de una madre con un hijo… bueno, exceptuando que esta madre no hizo intento alguno por besar a su hijo, o tener contacto físico que él no propusiera.
  • ¿Cómo te fue en la reunión? - preguntaba con palabras, al mismo tiempo que lo hacía con la mirada, buscando en ella rastros que la delataran. Pero lo único evidente, era su cabello, que se veía sucio y algo despeinado.
  • Bien, bien. Es muy agradable tu profesor jefe. Y me habló muy bien de ti,

No era lo que quería escuchar, quería una descripción detallada de lo ocurrido, de cómo era la sala donde estuvo, porque esa área, ya sabía él, les estaba prohibida a los estudiantes solos, quería saber palabra por palabra lo que le había dicho… y hecho. Porque estaba seguro que algo tendría que haberle hecho, tanta anticipación que mostró por el encuentro no podía ser gratuita.

Por supuesto, no era casualidad que se encontraran en el pasillo. Toda la mañana había estado distraído por la reunión que se estaba llevando a cabo con el profesor jefe. Y todo lo que podía imaginarse era a su madre siendo montada por el joven profesor. En su cabeza, había modificado el recuerdo de su madre en cuatro patas, siendo sodomizada por su padre y había reemplazado el toro aquel, por el delgado y espigado docente. Durante el recreo y las veces que pidió permiso para salir de la sala, estuvo rondando el edificio viejo, buscando indicios… por lo mismo, casi se pierde los gemidos que fueron el comentario de medio colegio esa mañana. Estaba haciendo guardia en una entrada, cuando escuchó decir a un chico de un curso menor “¡están faenando una puerca!”. Cuando llegó al patio, alcanzó a escuchar distorsionado por el eco, unos destemplados gemidos de mujer mayor, más bien graves y rasposos. Pero no podía precisar su origen. ¿Podrían ser de ella? Sí. Como podían ser de otra. En el poco tiempo que llevaba en el liceo, tampoco era inaudito una situación así, habían situaciones legendarias como la de un profesor (aún en ejercicios) asomado por una ventana, con medio cuerpo de una apoderada colgando, berreando como animal, a la vez que sacudida por las embestidas que el maestro le propinaba.

Luego de una rápida encuesta, no logró obtener más información que “la estaba gozando”, “seguro que le estaban abriendo el ojete”, “¡una lassie!”, “igual fue corto”, “a esta no la había escuchado… debe ser nueva” (le dijo un compañero mirándolo sonriente y dándole un par de palmadas en el hombro), “escuché a un pendejo decir que vio a una tetona, asomada en la ventana”. Así que, después del recreo, se dio 40 minutos para pedir permiso de ir al baño (dado con reprobación por el profesor de química y sintiendo burlones murmullos de un grupo de compañeros) y volvió a transitar por la zona de ingreso de madres… y tuvo suerte, su cálculo había sido correcto y sus sospechas, intranquilizadoramente confirmadas.

Pero el encuentro fue decepcionante, había esperado toda la mañana verla como la vio después de la entrevista con el director, deshecha, destrozada, babeada, desarmada… Pero sólo la encontró despeinada y con cara de preocupación. Eso sí, se veía algo cansada, incluso se le habían marcado algo las ojeras y la suciedad de su pelo, su enredo y falta de brillo, eran particulares.

Quería hacerle un interrogatorio en profundidad, pero el lugar no colaboraba, no era como en casa donde cada vez se sentía más dueño de la situación. Acá, él era uno más, y algunos de sus “pares”, trataban todo el tiempo de hacerlo ver menos que el resto.

No pudo continuar con las preguntas, porque desde el patio apareció un trío de estudiantes del último curso.

  • Pero miren a quien encontramos nuevamente - dijo un chico rubio, bien conocido por todo mundo en el liceo
  • La mamita - contestó otro, pálido, muy delgado, más bien pelirrojo y de cabello corto. Los otros rieron con su intervención - que resulta ser del Sr. Fernández.

A Alberto le desconcertaba que todo el mundo en el ese liceo parecía saber quién era él.

  • ¿Y se cambió de ropa? Qué lástima, ¡si se veía tan bien!

Ahora lo desconcertaba su madre, que miró al chico, con sorpresa, luego a él y se sonrojó.

  • Era… sólo por un momento. Para la entrevista.
  • Qué suerte tienes, muchacho - el rubio parecía querer tener una conversación animada con Alberto, pero este no mostraba emoción.

  • ¿No debiera estar en clase, Sr. Fernández? - cambió ahora el tono.

Alberto lo miró fijo, se giró para quedar de frente. Era amenazante en realidad.

  • No se preocupe, - le dijo el rubio, levantando las palmas abiertas y sonriendo en señal de paz - nosotros acompañaremos a su madre hasta afuera, para asegurarnos que no se pierda. Ud, debiera volver a su sala, o lo pueden castigar - Y el tercer chico se paró a su lado, corpulento y con transmitía la sensación de estar acostumbrado a hacerse comprender físicamente, en las discusiones.

Macarena se vio separada de su hijo por los tres chicos, vio que seguía dispuesto a desafiarles y temió por lo que podía suceder. Un conflicto con tres chicos que se paseaban libremente por la escuela en horas de clases (eso sólo podía significar tener el favor de inspectores y profesores), los pondría en problemas demasiado luego. Así que se adelantó a hacer algo para romper la tensión y tomó al que tenía más cerca de un brazo, se abrazó a él.

  • Parecen buenos chicos, por favor déjeme acompañerlos afuera, no quiero que le amonesten por no estar en la sala. En casa conversaremos. - Se apretó al muchacho y le regaló una sonrisa zalamera a su hijo. La mirada de su hijo, no cambió de inflexión con ella, fue igual de severa y la asustó.
  • Volveré más tarde a casa, tengo que ver algo con el Sr. Fuentes. - le contestó como si no hubiera escuchado nada de o que su madre le dijo. Acto seguido, dio media vuelta y se dirigió al patio, sin despedirse.
  • Uff! Vaya si tiene su fama bien ganada - dijo el más hablador de los tres rubios. Y Macarena sintió como se relajaban.

Le soltó el brazo al delgado muchacho, pero otro brazo, el del más fornido, la tomó por la cintura haciéndola caminar con él.

  • Acompáñanos a fumar, mamita, queremos conversar contigo - le dijo el grandulón y se encaminaron a un pequeño patio al lado de la salida, cubierto por muchos árboles y plantas.

  • Uds. son los chicos que han estado molestando a mi hijo - les sorprendió mientras ellos se liaban un pito y prendían un cigarro… la quedaron mirando detenidos por un momento. El grandulón no le había sacado la mano de la cintura.

  • Vaya, si ud. también es dura - Le dijo el rubio - No, mamita. Si fuéramos nosotros, él ya no estaría viniendo a esta escuela. Pero sabemos quiénes son - de eso le queríamos hablar. Y le dejó la palabra al grandulón, que en todo el rato no le había quitado la mano de la cintura y aventuraba la yema de sus dedos cada vez más abajo, con la palma abierta, alcanzando la redondez de su culo.
  • Hay un chico que le tiene bronca a su hijo. No sabemos porqué, ni nos interesa. Pero Albertito nos cae tan bien, ahora que conocemos a su deliciosa madre - tomada como la tenía, la separó un poco de si y le dio un lujurioso repaso con la vista, para volver a pegarla a si - pensamos que podríamos hacernos cargo de este muchacho para que le deje en paz de una vez por todas.
  • Este lugar puede ser muy hostil con los chicos nuevos, más si no tienen nadie que los apoye - le sobaba la cintura con la mano, mientras hablaba - Nosotros hemos sido testigos de lo mal que lo ha pasado el “Beto” por culpa del hijo de Victoria y sus amigos - el nombre saltó en su cabeza, nuevamente en un par de horas la mencionaban y calzaba con lo que le había dicho antes el profesor.
  • A nosotros nos cae muy bien el Beto - le dijo ahora en un tono más íntimo, bajando el volumen de su voz, haciendo que ella se apegase más para escucharle y agazapándose sobre ella. Le sacaba fácil 30 cms de altura. Era difícl creer que fuera pocos años mayor de su hijo… de hecho, ninguno se veía de la edad que se suponía debían tener… quizás el más delgado y pelirrojo.
  • Y podemos ayudarle con los que le molestan - su mano, dando círculos en la cintura, siguió el camino lateral de la cadera y ahora tranquilamente, amasaba las carnes del glúteo derecho de Macarena.
  • ¿de verdad? - dijo Macarena, casi con inocencia.
  • Por usted

, le haremos ese favor - ahora tomó con la mano, abierta, todo lo que alcanzó a abarcar de ese gordo culo para elevarla unos centímetros, haciendo que ella pusiera sus manos en su pecho. Parecía que la iba a besar de lo cerca que estaban sus rostros. - siempre que ud. Sea generosa con nosotros también. Es lo justo, ¿no cree?

Macarena alternaba su mirada entre la cara y los labios del sobredesarrollado joven, temía y esperaba el momento que se decidiera a comerle la boca.

  • Sí… sería justo. Muchas gracias - esto último lo decía honestamente. Acababa de enterarse que a su hijo se lo estaban haciendo pasar mal y que ella no podía hacer nada para ayudarle… hasta ahora.
  • No, mamita, gracias a ud. - le contestó, volviendo a dejarla en el suelo, pero sin soltar su trasero.

Los otros chicos, ni respiraban viendo con excitación tan morbosa escena. Cuando el muchachón bajó a Macarena y vio sus atentas miradas, sólo atinaron a sonreirle con malicia, haciendo que ésta se avergonzara de la situación.

  • Gracias, Señores, de verdad aprecio que lo hacen por mi hijo y… - su claro intento de despedida, fue cortado, cuando el chico que la tenía, la frenó de la cintura. Y el rubio, con el cigarro en la mano, le cortó el paso.
  • Antes que se vaya, mamacita, tenemos curiosidad… ¿es cierto lo que dicen de ud: “la cenicero”?

Si creyó sentirse avengonzada antes, era nada en comparación con la angustia y vergüenza que provocaron en ella esas palabras: “la cenicero”. Si estos chicos lo sabían, si las otras madres lo sabían. TODO el mundo lo sabía.

  • ¿Es cierto? - insistió el muchacho, testigo del abatimiento de la madura, que no sabía dónde esconderse y era retenida por el ropero. Miró el pucho del rubio, con una buena cantidad de ceniza en la punta y supo cómo tenía que responder.

Después de un vistazo rápido hacia la calle y la entrada, se tiró sobre sus rodillas a los pies del joven, dejó caer su cartera y bolsa, puso las manos en sus muslos y, mirando hacia arriba, abrió la boca todo lo que pudo y sacó la lengua. “Aaaahhhh” con este sonido, espero la reacción del joven, que no se podía creer lo fácil que había resultado su “travesura”

Con dos golpes, hizo caer la abundante ceniza en la boca de la mujer, principalmente en su lengua, sin importarle lo caliente que aún estaba. Por la mejilla de esta, resbaló una lágrima, pero no hizo gesto alguno de oposición y mantuvo la pose, mientras los chicos se miraban divertidos entre sí. Se acercó el pelirrojo y dejó caer un hilo de baba, suavemente, directo a su garganta, el rubio, lo imitó tirando un escupo no muy fuerte. El grandote, por su parte, le dio la órden: “Traga”. Y ella, sin poder evitar disgusto, tragó y volvió a mostrar la boca abierta, como prueba.

  • ¡Muy bien! - aplaudió, pletórico, el rubio - parece que nos llevaremos la raja.
  • ¿Me puedo ir? - les preguntó desde el suelo y el mayor, le dio su autorización, sobandole la cabeza, como a una perra.
  • Muchas gracias, Señores - se llevó una palmada en el trasero de recuerdo y la boca con sabor a tabaco a casa.

Su cabeza era un lío, demasiadas cosas le habían sucedido en un día para el que no esperaba mucho más que la entrevista con el profesor. Cosa que recordaba con excitación, por todo lo que hicieron. Al mismo tiempo, recordaba toda aquella nueva información que le había dado sobre el liceo, ese carácter misterioso y oscuro, que le erizaba los pelos y le hacía cuestionarse un tanto las decisiones tomadas hasta ahí. Lo que la llevaba a las amenazas: la directa, del Señor Fuentes, la información de su vida que manejaba (cuánto más sabría) y lo que podía significar como un impedimento para continuar con esa nueva vida por la que estaba apostando… y luego aquellos tres chicos, tan seguros de si mismos y su amenaza velada, sobre el bienestar de Albertito.

Todo aquello daba vueltas por su cabeza cuando ella preparaba su vestido de red. Lo metió a la centrifugadora (aún estaba húmedo, cuando lo sacó de la bolsa), mientras hacía comida para cuando su hijo llegara… Y como se tardaría más de lo habitual por la reunión con el profesor jefe, que le traía todas estas preguntas a la cabeza: ¿cuánto tardaría? ¿qué estaría “viendo” con el Señor Fuentes? ¿sería sobre ella? ¿sobre lo que hicieron? ¿algo sobre Victoria y su hijo?, haciendo que se espaciara en sus actividades y muchas veces se quedara parada quieta divagando en sus pensamientos; le dio tiempo para tener la comida lista, la casa más ordenada y ella prepararse como le había ratificado el docente, para esperar a su “apoderado” como era debido: como un descanso a su vista y quien lo hiciera sentir confortable y a gusto.

Era una hora pasado el tiempo habitual de llegada de Alberto, cuando ella por fin fue a buscar el vestido de red a la secadora y se empezó preparar, urgida porque pensaba que en cualquier momento aparecería su hijo y ella no estaba como el profesor le había dicho que correspondía que lo recibiese.

Lavó y secó su pelo con rapidez y consiguió darle la forma ondulada que tan bien sentía que le quedaba (“como una Claudia Cardinale”, se decía ella misma), pintó sus gruesas pestañas, alargándolas y dándole dramatismo y, con el mismo fin, pintó sus labios con el más fuerte rojo que tenía, agrandando su volumen. No era nada sutil su maquillaje… y así lo quería ella, su rostro tendría que competir con un revelador vestido.

Había tomado unas medias de red con liguero y escogió un calzón colaless rojo, transparente y con pequeños encajes por delante y meditó un rato si el sostén también lo usaría, hasta que las palabras del profesor resonaron en su cabeza “como debieras esperar a tu apoderado en casa” y lo volvió a guardar en el cajón de la ropa interior.

Se miró al espejo con su conjunto (algo que no había podido hacer en el liceo), su vestido tejido, que parecía corriente y revelador a la vez, sus medias de red abierta negras y los zapatos de terraplén un taco alto y grueso, poderosos, obvios y grotescamente sexuales, que le endurecían las piernas y pronunciaban su culo. Y así también se sentía ella, un tanto “grotesca”, sin sutilezas,

barata…

y una imagen olvidada de si misma en sus días en el café del puerto, antes de conocer a su ex marido, volvió a su cabeza. Un breve tiempo en que ganó mucho dinero y la atención de los hombres fue su adicción.

Y se arrepintió de cómo estaba vestida. Con urgencia se quitó las medias y, por dar algo de clase a su aspecto, buscó algo que poner en su cuello. Sin convencerse del todo, optó por un collar cerrado de perlas. Ese fantasma del pasado dejado atrás se esfumó a tiempo, cuando sintió la puerta abrirse.

Alberto entró en su casa y en seguida sintió un ruido que no era propio de ese lugar: el de zapatos pisando fuerte y sonoros, no el habitual repicar de los tacos finos… este era un sonido que había escuchado varias veces en el liceo. Por un momento, pensó que Sandra aparecería en el pasillo para recibirlo. Pero su impresión fue prácticamente la misma que si la portentosa asistente hubiera aparecido a recibirlo.

Apurando el paso y dando pequeños saltitos, Macarena apareció meciendo sus caderas exageradamente, esforzándose en caminar lo más naturalmente posible con los grandes zapatos y haciendo dar grandes botes a sus tremendas tetas, que se veían contenidas en una red… y eso que aparecía entre las costuras de las redes… parecían… sí, eran: pezones duros y erguidos, saltando arriba y abajo, girando casi en círculos, cuando las ubres maternas chocaban entre sí.

Cuando ya creía dominar las sorpresas, de algún modo Macarena lograba volver a dejarlo boquiabierto.

Llegó al suelo bruscamente, dejándose caer, haciendo sonar sus rodillas en la madera. Se tropezó por la falta de costumbre de usar tales plataformas. Pero no se detuvo por eso, cayó se arrastró el paso faltante a pies de su hijo y empezó a desatar sus cordones, cuando su hijo puso su pie sobre el regazo de sus muslos.

  • Te veo las tetas - le soltó a su madre. No hubo un “hola”, ni un gesto de preocupación por la caída de su progenitora. A pesar de la sorpresa del recibimiento, su tono era tan distante como hace un par de horas en el liceo cuando se despidieron.
  • Pensé que le gustaría - hizo un amago de taparse los pezones.
  • ¿Ése vestido, es nuevo?.
  • Me lo regaló la Srta. Sandra.
  • ¿Te lo pusiste en el Liceo?
  • Sí - contestó ahora avergonzada, dejando su labor con los zapatos.
  • ¿Es el vestido con el que te vieron esos chicos?
  • Sí… - no quería mirarle a la cara, se sentía avergonzada y traidora. Como una niña que ha cometido una travesura grave, siendo retada por su padre. No había contado con los celos del chico. Quizás estaba avanzando todo muy rápido.
  • Continúa con tu labor.
  • Gracias, Señor.- y se afanó en quitar sus zapatos y masajear sus pies.

El chico se mantuvo en silencio, contemplándola. Así como estaba, no tenía la visión de otros días de su canal, pero esos pezones gruesos y oscuros azomándose entre el tejido, y la visión sugerente de su colaless rojo, sumado a que veía sobresalir los zapatos de tacón por los lados de su culazo. No dejaba de ser una vista excitante, como acusaba la marcada erección en su pantalón.

Con el silencio, ella se llenaba de angustia, de sentir que estaba tomando malas decisiones. Mantuvo su posición, como siempre, mientras el chico no dijera nada. Con el detalle que evitaba mirarle. Mantenía su mirada fija en algún punto entre sus rodillas y los pies del muchacho.

  • Los tres chicos que te “acompañaron” hoy… me informó el Sr. Fuentes que serán mis “padrinos”. Como tutores. Vendrán a ayudarme en los asuntos del liceo que se em dificulten.
  • Qué bien - lo decía por la noticia, tanto como porque el muchacho le volviera a dirigir la palabra. Volvió a mostrar su más complaciente sonrisa al muchacho. Pero ella sabía que le estaba yendo muy bien en todas las materias y se lo dijo.
  • No dije que me fuera a ayudar en los “cursos”. Dije “asuntos” - le contestó con la impaciencia de un mal profesor - principalmente, en socializar en el ambiente del liceo y otros asuntos de comportamiento, según me dijo el Sr. Fuentes.
  • Perdone. - dijo su madre, sinceramente avergonzada de su error… sin respuesta.
  • ¿Tienes lista la comida?
  • Sí, Señor.

Alberto tuvo un gesto que le iluminó el día a su madre, le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie. Ella tenía las rodillas rojas.

  • ¿Quiere que me cambie de ropa?
  • No, ya te dije que me gustó el vestido.

La mandó así, alegre a la cocina y pudo notar en su muslo derecho y -no estaba seguro- en la nalga del mismo lado, moretones.

  • Son de la reunión con el Sr. Fuentes. - No le iba a mentir… ni contar más detalles, si no la obligaba.

El almuerzo estuvo más animado. Ambos hicieron preguntas sobre sus respectivas actividades. Aunque Alberto parecía menos curioso que cuando la encontró en el liceo y Macarena, tenía que pedir permiso para preguntar por las actividades de su hijo.

  • Eres mi apoderado. - Macarena decidió empezar por lo importante - Hoy me lo hizo entender el Sr. Fuentes. Creo que ud. Ya lo sabía - Alberto asintió, sin decir nada… cada día lo admiraba más por el carácter y el dominio sobre si mismo que rápidamente iba ganando.
  • He comprendido mi papel para con ud, ser su apoyo y descanso y espero cumplirle a cabalidad, que nunca tenga una queja sobre mi.

Había pensado este breve discurso todo el tiempo que estuvo solo y lo dijo con solemnidad antes de comer. Como una oración.

  • Te lo agradezco, Macarena - era primera vez en la vida que la tuteaba, la aludida sintió un remezón recorrer su espina dorsal y erizar su piel.
  • El profesor Fuentes me contó los detalles de la reunión contigo. Estoy muy satisfecho en cómo asumiste tu posición y lo bien que lo trataste.
  • Me pidió que te comunicara que estuvieras tranquila… ¿puedo saber sobre qué?

Lo meditó un momento, se acababa de entregar por completo a su hijo, en fidelidad y obediencia. Y ahora su hijo le pedía algo que ella consideraba vergonzoso y hasta perjudicial para su conocimiento.

  • Su madre… ha cometido actos vergonzosos en el pasado. Por obtener dinero y poder alimentarnos… - casi se largaba a llorar diciendo esto
  • Tranquila - le interrumpió - No te justifiques. Como mi madre te respeto y agradezco los sacrificios que has hecho por mi.

Ahora sí, era demasiado para ella. Demasiado pasado y demasiado buena con ella la actitud de su hijo. Y rompió en llantos, en su lugar.

Su hijo, sin saber qué hacer, se mantuvo en su lugar.

  • El Sr. Fuentes me ha estado enseñando cómo tratarte. El respeto que debo tenerte y el que debo exigir de tu parte.

Cuando Macarena se tranquilizó, le preguntó:

  • ¿Por eso se juntó con él hoy?
  • No, me quería mostrar el castigo que recibiría una mamá.
  • ¿Victoria?
  • Sí.
  • ¿Cómo la castigaron? - el tema, había logrado captar su interés y sacarla de la sensación que la abrumaba.
  • No te puedo decir - Macarena hizo un puchero - sé que te ha molestado y me dijeron que rompió con algunas reglas de trato entre madres… y bueno, su hijo tampoco se comporta como se supone. Así que fue un castigo para ambos, él estuvo presente y a mi me llevaron para supervisarlo.
  • No te portes mal - le dijo, serio, a su madre - porque los castigos son duros y te castigarán frente a mi… o conmigo. No sé muy bien. Supongo que depende de lo que hayas hecho. Victoria no lo pasó muy bien (dijo esto último con una sonrisa inconsciente).

El resto del día, Alberto mantuvo a su madre a su vista. La mandaba a hacer las tareas domésticas (lavar la loza, limpiar la mesa) y luego debía volver a donde él estuviera y quedarse cerca. Se deleitó viéndola pasear en el revelador vestido y con su caminar cada vez más sensual (efectivamente, la práctica la ayudó a mejorar su andar y aprendió que debía arrastrar los pies para moverse con naturalidad con aquellos zapatos tan altos). Macarena se esforzó por complacerle, exagerando el movimiento de sus caderas al caminar y sacudiendo sus tetas aún cuando era innecesario. Se arrodilló ante él cada vez que requirió su presencia (sólo al final del día el chico se compadeció con ella y le permitió poner un cojín bajo sus rodillas… que ya las tenía rojas y sensibles). No perdió el detalle de la erección visible que mantuvo el chico toda la tarde y llegó a pensar (a esperar!) que en algún momento él se decidiera a dar un paso más allá. Tanto mostrarse la tenía excitada y estaba dispuesta a lo que fuera con su propio hijo… pero no sucedió.

Al día siguiente fueron a la consulta del doctor. En un edificio discreto ubicado en la periferia del centro del pueblo (por detrás de la municipalidad). Pasaron directo a la oficina del doctor, Alberto hacía las presentaciones y gestiones y nadie, ni enfermera, secretaria, ni el mismo doctor, le prestaban atención a Macarena. Es más, llegado el momento de tomar su muestra, fue tratada con rudeza por la enfermera, que algo masculló diciendo “…que tratar con sucias putas…”. Con las miradas de reprobación y odio en su espalda, salieron de la consulta y cada uno se dirigió a su respectivo lugar.

Alberto le llevó la noticia que le tranquilizó y recuperó su buen humor y claridad mental: estaba limpia.

En adelante, su problema sería el dinero. Había perdido una fuente de ingresos que la había acompañado casi toda su vida adulta (y antes) y que mantuvo a su familia por largo tiempo. Algo tendría que hacer.

La vida en el liceo fue cada vez mejor para Alberto, ya no sólo destacaba por sus calificaciones, sino también, gracias a que el acoso sobre su persona terminó, empezó a destacar como un líder, de carácter fuerte y medido. Sus profesores confiaban en él y Sandra manifestaba cierta preferencia por su persona, cada vez que se encontraban en los pasillos.

Macarena, también tuvo avances en las tutorías para madres. La inducción en ella trabajaba en volverla dependiente de su hombre para tomar decisiones. Relegarla a un nivel servil en la vida y apocarla frente a los hombres. Todo resultaba fácil con ella. Desde el primer día se mostró dócil, incluso con las otras madres.

Se volvieron a encontrar con Victoria en el taller, el martes siguiente. Esta vez, la rubia estaba mucho más reservada, evitando contacto, interponiendo 2 o 3 personas entre ellas, cambiando incluso de asiento en la sala. “El castigo fue efectivo”, meditó con cierto orgullo Macarena, viendo disminuida a la cuica madre frente a ella.

Sandra la llamó al frente de la nada, a mitad de la jornada.

  • Como ya la conocen todas, Macarena es nueva acá en el liceo - la semana pasada, cuando sólo la mencionó, el salón floreció con rumores y cierta socarronería del grupo de Victoria, esta vez dominó el silencio. - también es nueva en la ciudad, ¿verdad?
  • Sí Señora - sentía la vergüenza natural de quien no está acostumbrada a situarse frente a grupos de personas y ser observada (y examinada) por tanta gente, de pie con sus manos al frente, como una niña. Una “niña” que vestía con minifalda de cuero negra, medias de red y una blusa negra transparente, que permitía ver su sostén rojo con encajes.
  • ¿Qué pasó con tu marido?. Cuéntale a la clase.
  • Bueno… - miraba a Sandra, que apuntó con la frente a las demás mujeres - era… es marino y nos dejó a mi hijo y a mi. - silencio en la sala, Sandra inmutable la miraba fija - Y… él… era… es alto
  • Cuéntale a la clase qué sucedió la última vez que lo viste - la aludida se quedó fija mirando a Sandra - Hazlo.
  • Bueno… él-él… había estado en el puerto, en un club nocturno…
  • Con unas putas, sé clara.
  • Sí - sí, con putas…
  • Menos rodeos, cuenta que sucedió en la noche en tu casa.

Macarena, sudaba y tragaba saliva. Tenía la garganta seca. No sólo estaba naturalmente nerviosa por estar frente a un grupo de mujeres que le parecían poco amistosas. Además, debía rememorar algo sobre lo que nunca había tenido que hablar.

  • Él… me violó - las menos en la sala, tuvieron algún cambio en su respiración. El resto permanecían impávidas frente a lo que contaba Macarena.
  • Cuéntale a la clase con todo detalle. Si no recuerdas algo, te ayudaré - Macarena la miraba con incredulidad… ¿de verdad podía saber ella lo que sucedió al interior de su casa hace ya más de 3 meses atrás?

La asistente la urgió a contar toda la historia de la violación. Desde su despertar al momento en que era montada frente a su hijo. La obligó a detallar cada golpe recibido, cada insulto y repetir, como si recitara un poema, lo que su exmarido le había obligado a decir frente a su hijo. Costó. Muchos sentimientos y contradicciones se atropeyaron en su cabeza. Principalmente vergüenza y humillación.

Tenía a su público expectante. Sus caras reflejaban fascinación en muchos pasajes de la historia. Sobre todo los más violentos con ella y, principalmente, la violación presentada al hijo. Más adelante, Macarena se convencería que muchas se excitaron con esa parte de la historia.

Para completar su humillación, Sandra además la obligó a mostrarle a la clase cómo fue puesta en el suelo, con su cabeza pegada al piso, abriendo las piernas y levantando el culo… Sandra hasta simuló la contraparte masculina, dándole palmadas en su expuesta grupa (su falda arremangada en la cintura), jalando su cabello y simulando el coito, con fuerza.

La clase, alentada por Sandra, contribuyó a basurearla con preguntas del tipo: ¿porqué desafiaste a tu hombre?, ¿tú querías que te montara?, querías que tu hijo participara, ¿cierto?, ¿quieres repetirlo? Y otros juicios como “Te gustó que te montara así”, “te sentiste puta”, “te lo mereces”, “te lo buscaste”, “se te ve en la cara que te gusta que te traten así”. El ambiente en la sala se encendió de manera tal, que esos juicios empezaron a llover sobre ella, de algún modo las mujeres retroalimentaron un odio sobre ella con sus propios juicios. Y Macarena, en el suelo, en cuatro patas, temió que quisieran castigarla físicamente.

  • ¡Suficiente! - la Señora Sandra no necesito más para acallarlas y volver al orden.

Esa noche, fue puesta en su lugar. Con el tiempo comprobó en aquellos talleres, que cualquier atisbo de orgullo entre las madres sería rebajado y castigado. Y cada mujer era puesta devuelta en su lugar, siempre por debajo del resto.

Pasaron las semanas sin grandes novedades.

Macarena, hacía trabajos esporádicos. Pero no conseguía durar mucho en ninguno. No podía tomar trabajos de tiempo completo, porque la gran mayoría, en ese sector, estaban dedicados a la industria vitivinícola, o al cultivo; eran fuera del pueblo, por temporada, no eran por gran dinero (pero ahora no tenía otra entrada) y físicamente desgastantes. De todos modos lo consideró, haría cualquier sacrificio por la educación de su hijo, pero cuando le consultó a éste, obtuvo un rotundo “NO”.

  • Tu lugar está en casa, para cuando yo vuelva del liceo - le dijo solemnemente el muchacho. Y para ella, era todo una verdad indiscutida. Sólo la necesidad la había hecho cuestionarse lo que le estaban inculcando en el taller de madres todos los meses.

Así que se ocupó de algunas labores menores: de remendadora, atendiendo las pequeñas tiendas cuando sus dueños necesitaban una reemplazante momentánea.

También trabajó en una panadería, como repostera de media jornada, yendo un par de veces a hacer dulces para la venta. No le fue mal, Macarena tenía talento para la cocina y los dulces, pero tuvo que lidiar constantemente con los avances del panadero, marido de la dueña, que no había tenido nunca tan al alcance una mujer tan bien cuidada como ella. Su mujer, apenas 4 años mayor que Macarena, parecía llevarle más de 10 de ventaja, además de kilos y un aspecto descuidado que terminaban por acentuar aún más el contraste de biotipos. Su trabajo ahí terminó cuando la mujer del paradero percibió la clara marca harinosa de una mano sobre la falda negra de Macarena, a la altura de la nalga derecha.

Lamentablemente, eso se había transformado en un problema serio para ella. Estar siempre bien presentable y sacar a relucir su feminidad y sensualidad, como se lo tenían inculcado en los talleres para madres, la transformaba en objeto habitual de avances sexuales de hombres que hasta hace poco la trataban quizás con coquetería y hasta se le proponían, pero respetaban las distancias y palabras… ya no. Y eso se volvía un problema serio para buscar donde trabajar. Otro precepto esencial entregado por los talleres para madres, era el “hacerse respetar” ante la comunidad general. Las conductas que se podían dar en sus casas, por obediencia y complacencia hacia sus hombres, no podían ser expuestas en cualquier parte, porque la sociedad “no está preparada” para aceptarlas como normales. Así que ella tenía la obligación de amablemente cortar avances sobre ella y mantener su honra.

Cada vez empezó a tener más días continuos encerrada en casa. Preocupándose por el dinero y estando cada vez más cachonda a su vez; pues la falta de la esporádica y bien remunerada actividad que mantuvo por años en secreto, le significaba un desfogue sexual que no había dimensionado hasta ahora. Y la controlada tensión erótica que mantenía ahora con su hijo acentuaba aún más esa necesidad de tener un macho montándola.

El encierro es un estado que, ante la limitación del cuerpo, expande la mente. Y la mente de Macarena estaba afiebrada.