La Reputación de Macarena III

Alberto y Macarena se hacen parte del liceo, cada uno con sus responsabilidades y complicaciones. La sumisa madura tendrá una dura entrevista con el profesor jefe.

III

“Inocentemente”, Albertito preguntó a su madre más de un par de veces qué había pasado en la oficina en su ausencia. En un principio, sólo preguntaba por lo conversado, hasta que Macarena se hartó con la insistencia. Después, fue más directo y le preguntó por el desorden, la alfombra manchada y el estado de ella, cuando la vio salir del despacho del director.

La pregunta la contrarió, pero rápidamente se repuso y le contó que se había sentido mal y había vomitado un poco. Que le vino un mareo, pero que se repuso rápidamente.

Yo entré a conversar con el señor Claro. - le dijo, volviendo a sorprenderla - Ahí vi la alfombra… y me habló de ti, mamá.

¿Qué te dijo? - se había puesto hasta pálida y el chico descubrió cierto gozo en jugar con su desconcierto.

Que tenías muchas ganas de que yo entrara en el liceo.

¿Eso no más? - había algo, en la manera en que se lo decía, que la tenía insegura sobre si eso era todo, o se guardaba algo

No, también me habló del esfuerzo y los sacrificios que debemos hacer. Me dijo que me tengo que hacer hombre y que tú me ayudarías en eso.

Esta conversación se hacía un tanto rara y esto último hasta la alarmó.

¿Cómo? - le preguntó enfáticamente. Albertito gozaba viéndola así, tenía toda su atención. Ahora él mandaba en la conversación.

No lo sé - contestó restando toda la importancia que había puesto en sus palabras y dando media vuelta hacia la cocina -. Me dijo que tú estabas dispuesta a hacer muchos sacrificios y que yo era el hombre de la casa… pero no lo entendí muy bien.

La dejó sola, a medio camino de irse a quitar la ropa sucia de la entrevista, preguntándose qué había sido esto. Encontrando súbitamente cambiado a su hijo, como si no fuera el mismo niño algo asustado con el que había salido. “Ya no es un niño”, recordó las palabras que había dicho la secretaria en el baño cuando se limpiaba. "Debes tratarlo como el hombre de la casa, que ahora es”. Reconocía que tampoco sabía qué significaba eso…

Albertito entró a clases como fue proyectado. Ella lo acompañó orgullosa. Pero no le permitieron entrar en el recinto, así que se despidió en la entrada. Notó que era prácticamente la única mujer ahí. Los chicos de los cursos mayores, le dedicaron miradas y comentarios sin censura en la entrada. Y pudo comprobar el bajo porcentaje de mujeres que estudiaba en esa institución. Rápido, volvió a casa ante la incomodidad de la situación. Y no volvió a acompañar a Albertito a la entrada.

Lo que les había dicho el taxista que los llevó a casa, era cierto a cabalidad. Albertito, con su nuevo uniforme era automáticamente admirado y tratado distinto por casi todo el mundo. Era el único en su barrio que iba al liceo humanista. Automáticamente era mejor que el resto, más inteligente, mejor posicionado y con un futuro asegurado. Y se traspasaba a su madre, que era respetada en su vecindario.

Alberto se incorporó con normalidad a las clases. De todas las preguntas que le hizo su madre al volver el primer día, no la satisfizo en más del 40% de su curiosidad. Era notorio que se guardaba información y eso, en un comienzo, le preocupó a Macarena. “Le estarán haciendo bullying”, “estará aislado”, “no está a gusto”, eran preguntas que se hacía por el silencio de su hijo. Sin embargo, este le aseguró siempre que le gustaba mucho su nueva escuela y que por ningún motivo se quería cambiar.

Si bien, antes no había sido una lumbrera, no había sido un mal estudiante. Sólo un tanto distraído entre revistas, juegos de video y cualquier otra cosa que no fuera estudio. Ahora, como pudo comprobar su madre cuando empezaron a llegar las primeras notas, tenía un rendimiento sobresaliente. Lo único que tenía que mejorar, según sus informes, era su “situación actitudinal”.

¿A qué se refiere esto? - le preguntó su madre mostrando el informe.

No sé, son informes que hacen los profesores e inspectores.

Era lo más que obtenía como respuesta. Se hizo costumbre que ante la insistencia, el chico se enojara, se fuera a su pieza y no contestara más preguntas.

Lo que la tranquilizaba, era que los comentarios del profesor jefe indicaban que “Tiene motivación y quiere mejorar”. Él hacía su mejor esfuerzo y ella también lo haría.

Antes, en el puerto, tenían constantes peleas. Por las cosas que toda madre pelea con sus hijos: orden, tareas, hacer las obligaciones de la casa, las faltas de respeto, la desobediencia. Luego, tras el incidente donde su madre fue violada, se instaló un peso de incomodidad entre ambos, un silencio prolongado que Macarena rompía brevemente con preguntas e insignificantes, pero siempre evadiendo la mirada del chico; sentía en su mirada que la seguía viendo en cuatro patas en el suelo, montada, disfrutando su violación, excitado. Y se sentía sucia.

Sólo cuando llegaron al pueblo, la relación se normalizó y volvieron a tener las discusiones madre/hijo habituales.

El chico, por su parte, no olvidaba cómo encontró a su madre la noche del incidente, en cuatro patas, montada, disfrutando… era su primera experiencia sexual y quedó marcado por su violencia y crudeza. Cuando la encontraba limpiando, tomando agua o en cualquier acción inocente, sin pretenderlo, se le venían aquellas imágenes a la cabeza y se excitaba.

Esas eran las fantasías habituales con la que se masturbaba. Su principal tema de búsqueda de porno en internet eran las palabras: “madura”, “MILF”, “violación”, “facefuck” y “anal”.

Ahora le era imposible no advertir las rotundas caderas y llenas tetas de su madre, así como su atractivo latino natural, sus rasgos firmes y cierta expresión natural, provocativa, que antes no había notado. Su madre era un trofeo de mujer. Y ahora hasta se sentía afortunado de convivir con ella.

Macarena, empezó a notar cambios en su hijo a un par de semanas de asistir a su nuevo liceo. Repentinamente era un chico más serio y la trataba con calidez, pero ahora, además, con cierta “formalidad”. La palabra “Madre” empezó a ser usada por el chico con mayor frecuencia y naturalidad. Y notaba que intentaba incorporar cierta seguridad en su actuar con ella y tomar decisiones de la casa, sobre qué comer, qué corregir en la casa y otras. Y le pareció bien, ella seguiría sus decisiones.

Por su parte, ella debió ingresar el martes siguiente a los talleres para madres, como se lo indicó Sandra después de la “entrevista” con el director-. Alberto vio salir a su madre a las 18:30 hrs del martes, bien vestida, con esa falda que tan bien destacaba el culazo y amplias caderas en las que ya hemos reparado antes. Con una blusa crema que algo transparentaba su negro sostén y que uno también podía llegar a notar en el amplio escote que dejó a la vista abriendo 3 botones de la blusa. Y una negra chaqueta corta. Además de los finos zapatos de taco de aguja de 10 cms, que provocaban un contoneo de sus caderas, ineludible para la percepción masculina.

Cuando volvió, 3 hrs más tarde, Alberto se sobresaltó. No había cenado, ni tenía nada listo para la mañana siguiente y ya era hora que se fuera a dormir. Se había quedado viendo un reallity corriente, con chicas tetonas con conflictos absurdos. Cuando esperaba la bronca habitual de esos casos, Macarena lo sorprendió con una actitud relajada y nada conflictiva.

Perdón por llegar a esta hora, pero la Señorita Sandra quería hablar un par de cosas conmigo aparte. Deme un par de minutos y le prepararé la cena - Pasó por su lado dándole un ligero beso en la mejilla y apuró el paso a dejar su chaqueta en una silla y, de ahí, directo a la cocina.

También se sintió algo decepcionado. Si no se había acostado, era para verla llegar. Para ver cómo llegaba. Tenía la sospecha… o la esperanza, de encontrarla hecha un desastre, como después de la reunión con el director. Por la manera como salió vestida, pensó que lo de la reunión de madres no era más que una fachada para otra visita al director. Pero, al igual que su madre un par de horas antes, su corazonada estaba errada.

Al contrario, la veía algo más relajada, liberada… hasta alegre. Cuando le preguntó a su Madre sobre la reunión, ella se centró en las cosas sin importancia:

Todas… o casi… eran menores que yo!. Soy una de las más viejas. Y todas estupendas. Parecía un casting. Rubias y altas (muchas teñidas). Varias operadas.

Y vieras sus joyas. Es realmente una suerte que hayas logrado entrar en ese colegio. Me sentí tan pequeña a su lado.

Las que estábamos ahí éramos en su mayoría, primerizas. Las mamás con más años, ya pasaron por estos talleres.

No entró en los detalles de aquella jornada de lavado mental, cuyos temas principales eran: “el hombre adolescente, su sexualidad y su formación como HOMBRE” y “El lugar de la mujer que apoya al hombre LÍDER”. Conducida por la misma asistente del director. Tampoco le contó lo que sucedió con las otras madres, madrastras y hermanas que asistían a los talleres. Todas vestidas de manera más provocadora que ella. Ni le habló ahora sobre cómo llegó a conocer su apodo de “la cenicero” y el conflicto que tuvo que solucionar Sandra.

No le contó que fue humillada, por algunas de las otras apoderadas (una en particular, de rasgos teutones, mayor que el resto, de rostro recto y algo duro, tetas inmensas como las propias de Macarena).

Cenaron y se fueron a dormir. Al día siguiente, empezarían las sorpresas para Alberto.

A partir de la mañana siguiente, Macarena cambió radicalmente su comportamiento con el muchacho: ya no le exigía ayuda en los quehaceres domésticos, todo asomo de discusión se terminaba cuando ella le daba la razón a su hijo y hasta se disculpaba por contradecirlo. Pedía permiso para entrar en su habitación. Empezó a acatar órdenes de él (aunque Alberto tardó en darse cuenta de esto). Y dos detalles se hicieron significativos e interesantes para el adolescente: ya nunca la encontraba desarreglada. Aún en la casa los fines de semana. Vestidos, minifaldas y sandalias de taco, se hicieron ineludibles en su vestir. No tenía dinero como para renovar su vestuario, pero sí pudo arreglarse con lo que tenía y usar prendas que ya le quedaban muy ajustadas (shorts, vestidos y blusas que marcaban hasta su ropa interior) y otras que antes usaba solo para salir, ahora las usaba en casa, en presencia del muchacho.

El otro detalle, fue más sorprendente.

Cuando volvió a casa del liceo, al día siguiente de la reunión, al abrir la puerta fue sorprendido por Macarena, que llegó corriendo presurosa para saludarle e inmediatamente se postró de rodillas a sus pies, para ayudarle a quitarse los zapatos. Sorprendido, no alcanzó a preguntarle qué sucedía. Su madre, como si hubiera hecho lo mismo cada día de su vida, inmediatamente le empezó a hablar:

¡Qué bueno que llegó!- con una sonrisa honesta, procurando buscar su mirada al momento que le hablaba, sólo bajando la vista ocasionalmente para controlar lo que hacía. Desde esa posición, mientras desanudaba los zapatos, lo descalzaba y acercaba unas pantuflas, aprovechó para preguntarle por su día.

Alberto, sorprendido, no hizo mucha conversación. Respondió con monosílabos, preocupado de mantener el equilibrio (con el tiempo, Macarena mejoraría en el oficio de cambiar zapatos por pantuflas, pero esa primera vez, entre asombro y demasiado afán, casi bota al chico). Lo otro que atrajo su atención rápidamente, fueron las tetas de su madre. Gracias a la altura y su inclinación, le regalaba una vista directa al escote amplio que lucía… además, ¡se balanceaban libres!, sin sostén que las contuviera.

Macarena optó ese día por un vestido verde, con un amplio escote redondo, que dejaba libre su cuello y se sostenía de dos tiras anchas a los hombros. Por lo mismo, se lo ponía muy poco, era ligero, pero hasta ese día había sentido que mostraba demasiado. Ahora, en cuanto el chico se percató de la forma de vestir de su madre, no pudo retirar la vista fija en las masas de carne que se sacudían con cada movimiento, chocaban entre sí y se bamboleaban inflando la tela hacia los lados.

Una vez terminó la faena, Macarena se mantuvo erguida en su postura de rodillas. Notaba la mirada fija de su hijo, que sólo a ratos se desviaba para mirarle la cara. Y estaba bien. Eso era parte de esmerarse en darle un buen recibimiento.

¿Está todo bien?- tuvo que preguntarle dos veces, la segunda ladeando la cabeza para entrar en su campo de visión.

Sí… sí, gracias. - Contestó su hijo.

Entonces, puedo ir a terminar el almuerzo, ¿sí?

Sí… claro, claro.

Sólo entonces, se levantó (regalando otra espléndida sacudida de sus ubres), tomó los zapatos y mochila del chico, los llevó a su cuarto y se dirigió a la cocina.

Alberto se mantuvo todo el día como aturdido, algo golpeado por esa directa expresión de sumisión y exhibicionismo de su madre. Incluso llegó a pensar que esperaban a alguien.

No, ¿a quién podría esperar? - le contestó con una sonrisa boba, mientras almorzaban.

¿Porqué te vestiste así, entonces? - Macarena, se reclinó en la silla, para ver su vestido (más bien, mirarse las tetas)

¿No le gusta?

No ¡Sí!… me gusta. Te queda muy bien… Pero no te lo ponías hace mucho. Y aquí en la casa.

Me quería ver bien para Ud. Vuelve cansado del colegio, se esfuerza ahí y siento que debo tener la casa linda y agradable para Ud… Incluyéndome - otra vez con una sonrisa boba -. Y tanto tiempo guardado es un desperdicio, ¿no?… sobre todo si me queda tan bien - dijo esto último haciendo un raro movimiento con los hombros, que terminó por sacudir sus sueltas tetas.

Desde entonces, volver a casa se transformó en un momento del día que Alberto esperaría cada día con ansias, volver a tenerla de rodillas frente a él, sonriente, sosteniendo sus pies y ofreciendo ese escote, que al principio miraba con culpabilidad, pero con el tiempo ya observaría con descaro, tomándose el tiempo, pues Macarena no se paraba mientras su hijo no la “librara” de recibirlo.

Macarena también notó un cambio de las actitudes de su hijo hacia el sexo opuesto, empezando por ella. Ahora que él se tomaba el tiempo para mirarla de pies a cabeza, ella sentía la obligación de estar atractiva para justificar esas miradas. A veces, ni la miraba a la cara para conversar. En la mesa, su vista la tenía fija en las tetas. Y pasaba lo mismo cuando salían. Empezó a mirar a todas las mujeres de la misma manera invasiva sobre su físico. Incomodando a algunas y halagando a otras.

Sin embargo, cuando salían juntos Macarena no cambió mucho su vestir, aunque siempre se preocupó de verse atractiva. Lo que sí cambió fue que empezó a dejar al chico tomar las decisiones, rebotando hacia él cada pregunta que le hicieran, desde la más simple: “¿cuánto pan va a llevar?”, hasta cualquier pregunta que un adulto le dirigiera a ella en la calle. Ella constantemente giraba a mirar a su hijo y repetía la pregunta que se le hiciese. Lo que no llamaba tanto la atención de los interlocutores desde que llegaron, Macarena notó cierto machismo natural del trato de la gente del pueblo… cuántas veces le preguntaron por su marido. Hubo muchos quienes por defecto se dirigieron antes al chico para preguntarle: ¿”qué se le ofrece?”.

El lunes de la semana siguiente, en clase, Alberto tuvo un momento de alerta. Pasó su profesor jefe por su lado y apretando su hombro le dijo: “Sr. Fernández, mañana veré a su madre. Estoy ansioso de conocerla por lo que he escuchado de ella” y continuó su clase, como si nada. Al mirar alrededor, la mayoría de sus compañeros le miraban, con complicidad, burla y alguno con pena.

Perdone, olvidé decirle - se disculpaba su madre arrodillada desde su lugar en la entrada de la casa, mientras peleaba con los cordones de sus zapatos - la srta. Sandra me dijo que todas las madres se entrevistan una vez al semestre con el profesor jefe del curso.

¿Porqué me dijo que quería conocerte por lo que había escuchado de ti? - Notó el sonrojamiento en las mejillas de la madura, pero no tardó mucho en contestar

No sé, quizás la srta. Sandra le habrá contado de mi. Me dijo el otro día, que nuestro caso era especial… nadie entra a la mitad del año. Dejamos una buena impresión en la entrevista - Y le sonrió, con una mueca que al muchacho le pareció algo fingida.

No sabía porqué, pero todo le daba una mala espina. Y le molestaba el no saber qué. Sólo por eso, le ordenó en un tono duro que hoy usaría por primera vez con su madre:

Tómate el pelo, cuando vengas a recibirme. Quiero verte… lo que haces. - su madre lo miró con cierta interrogación, pero obedeció disculpándose. Estaba con una camiseta de tirantes ligera (la calefacción era buena en casa para el frío que hacía afuera) con menos escote que otros días, pero que marcaba a la perfección sus grandes pezones, endurecidos por el contraste con el frío que había entrado siguiendo a su hijo.

No hablaron más, el muchacho se perdió en contemplar las tetas de su madre, moviéndose libres, perdido en sus cavilaciones sobre esta reunión escondida de su conocimiento. Macarena tuvo que esperar de rodillas hasta que su hijo regresó del lugar entre el canal de sus tetas en que estaba perdido. Procuró eso sí, sacar pecho y quedarse quieta para no interrumpir sus cavilaciones.

Al día siguiente…

Hacía ya un par de horas que había despachado a Alberto a clases. Avergonzada por contrariarlo como aún se veía esa mañana por su reunión. Dándose los últimos toques para salir rumbo al liceo: pintándose los labios, mirándose a los espejos para comprobar por veinteava vez si los aros grandes que había escogido hacían juego con su gargantilla y su traje.

Algunas instrucciones había recibido de Sandra la semana anterior:

El sr. Fuentes le gustan las mujeres atentas, que lo traten con dedicación… como si estuviera enamorada de él.

Para él, las mujeres deben ser discretas. Le gusta relacionarse con las madres de sus alumnos, dueñas de casas, señoras de familia… - por eso llevaba un vestido de botones al frente, de largo hasta las rodillas, café. Con botas negras de taco.

Vaya preparada para todo. TODO, ¿me entiende? Que él no se encuentre con sorpresas desagradables - así que decidió no desayunar ese día. Se había depilado el día anterior y optó por no recargar mucho su maquillaje.

Se puso un chaquetón y fue en busca del taxi que la llevara. Las ansias se la comían y quería concretar luego esta reunión que la tenía tan intranquila.

Llegando al instituto en la puerta la detuvo en seco el portero, un hombre mayor, enjuto y bigotaón, como inspector de tren a vapor.

¿Qué desea? - le preguntó con rudeza.

Tengo reunión con el profesor… - no alcanzó a terminar, cuando sin delicadeza, el viejo la tomó por el brazo izquierdo y le apuntó la entrada que había a mitad del pasaje que flanqueaba el edificio.

Esta es la entrada de los alumnos. Las señoras entran por allá.

Ya… gracias - no opuso resistencia y, prácticamente empujada, se dirigió a la entrada lateral, indicada. La misma que había usado la semana pasada, pero porque la principal ya estaba cerrada. De todos modos, recordó que la primera vez que fue con Albertito, habían entrado por la puerta principal.

Adentro, la esperaba Sandra, impecable e impactante como siempre. Su ajustada blusa de seda no dejaba dudas de las tetas que contenía, ni la falda de tubo, elasticada, mentía de la curvatura de esas portentosas caderas que la afirmaban.

La asistente del director, interrumpió todo saludo. Le dio una mirada de arriba a abajo a Macarena y, con una mueca de disgusto la tomó para llevársela aparte.

Lo bueno es que llegaste temprano, eso nos dará tiempo de arreglarte como te dije que tenías que venir - le decía en tono de reproche, mientras, conducida de un brazo, la conducía por un pasillo poco cuidado, con equipos de limpieza, balones, sillas y otros elementos que parecían haber sido abandonados ahí.

¿Qué tiene de malo mi ropa? - preguntó inocentemente Macarena.

Te dije que al profesor le gusta las dueñas de casa, no las secretarias o ejecutivas. Que te pusieras algo “habitual”

Esto ocupo habitualmente para salir…

Estúpida.

No dijo más. Entraron presurosas a un cuarto al final del pasillo. Era un vestuario para mujeres, con muchos vestidos, blusas, camisetas, zapatos, accesorios… todo. Incluso se alcanzaba a apreciar algunos objetos de cuero y cadenas, en un clóset a medio abrir.

Sandra, con gran manejo y seguridad, abrió un de los tantos clósets que amurallaban la pieza, sacó un vestido café tejido y de un cajón sacó un par de zapatos como los que usaba ella, transparentes, con plataforma de unos 8 cms y un taco alto y grueso que terminaría de elevarla por más de 20 cms de su altura natural.

Cámbiate - le dijo secamente. A lo que Macarena obedeció sin reparos.

Al menos en la ropa interior acertaste - Incomodaba a Macarena la manera fija en que la observó cambiarse

Cuando terminó de cambiarse, se miró al espejo: estaba usando un vestido como de lana (muy suave y firme) tejido como una red, provocando cierta transparencia, que permitía vislumbrar algo de su ropa interior, un conjunto claro con vivos encajes rojos. El vestido ajustado sin exagerar, además lucía (cómo no) un buen escote en V, aunque no tan profundo como los que empezaba a usar en casa.

Pero a Sandra algo no la terminaba de convencer, de frente, la miró con boca torcida y manos en jarra, buscando qué mejorar para la entrevista.

Quítate el sostén - le dijo de manera tan natural, que Macarena necesitó que se lo repitiera, pensaba haber escuchado mal - el sostén, que te lo quites - Sandra repitió ahora firme y con un dejo de impaciencia.

Tuvo que bajarse el vestido arrugándolo hasta la cintura, para llevar sus manos a la espalda y soltar los broches. Cuando libreró las magníficas tetas, tuvo a la asistente encima, apreciándolas con sus manos, embelesada.

Rubén se va a dar un festín contigo - decía atrapando sus gruesos pezones, apretando y estirando - Tal como le gusta, naturales, grandotas, con los pezones duritos- Dicho esto, se inclinó y chupó sonoramente cada pezón, tomándose su tiempo.

Termina de vestirte, ya no tenemos tiempo.

Se volvió a subir el vestido y salieron de la habitación, dejando su ropa adentro.

No tenía costumbre a usar zapatos como esos. Quizás hace 15 años atrás se había puesto unos así en el café donde trabajaba. Sus primeros pasos por el pasillo fueron algo torpes. Además, el sonido provocado por ellos la anunciaban a distancia. Lo que menos quería. Con las tetas sueltas y esos zapatos, el rebote de sus tetas era escandaloso. Y por la confección del vestido, tenía la impresión que cualquiera vería sus tetas sin problemas.

Era hora de clases, así que los pasillos estaban casi vacíos. Y debían subir al segundo piso por una escalera al otro final del pasillo. Aún así, se encontraron con un trío de estudiantes que debían ser de los últimos cursos. Se veían mayores, prácticamente adultos. Detuvieron su camino en seco, hacia ellos iban la maciza secretaria con una cuarentona casi igual de buena, aunque en una versión más criolla, chica y morena.

Pero mira cómo saltan - alcanzó a oír Macarena al estar a unos pasos del trío, que comentaban entre ellos y le sonreían, divertidos.

Buen día, Sandrita, qué buena estás hoy día.

Gracias Señores, muy buen día - Sandra ocupaba un tono más suave con ellos, cadencioso en su pronunciar, siempre con una sonrisa. Ellos las acompañaron hacia las escaleras y el segundo piso. Uno al lado de Sandra (el que saludó) y los otros dos, al lado de ella.

Dos de los tres eran chicos rubios, de buen aspecto, algo parecidos entre ellos (podrían haber sido hermanos) aunque uno de ellos más corpulento; el otro era un flaco pelirrojo, pálido y con sus clásicas pecas. Macarena no quiso mirar impertinentemente, pero le pareció que el chico al lado de la srta. Sandra le había puesto una mano en la cintura… ¿o sobre el culo?. Los otros dos, por su parte, no le quitaban ojo de encima, deleitándose con su cuerpo y regalándole babosas sonrisas. Ella no pudo con la curiosidad de mirarse hacia abajo y notó que un pezón se alcanzaba a asomar entre el tejido del vestido… pero no hizo nada por corregirlo.

Uds. deberían estar en clase con el Señor Corrales.

Pedimos permiso para venir a ver a la Consejera. Pero parece que está indispuesta - los otros chicos soltaron una risitas tontas.

Ya no le quedan muchos días antes de su prenatal - Contestó Sandra, omitiendo las risitas.

¿Y la señora? - preguntó otro de los chicos… ¿se refería a ella?

Va a reunión con el Señor Fuentes.

Ahhh… una “mamita” - agregó el muchacho a un lado de Sandra.

Una “mamacita” - contestó el que no había hablado

La “mamota” - dijo el que estaba al lado de ella, apoyando una mano en su cadera, sobre la curva de su nalga derecha, sobresaltándola

Una “mamo…”

Suficiente - dijo Sandra tranquila y cortante - compórtense - y los tres chicos se pusieron serios. La mano salió de la espalda de Macarena.

Tienes razón, Sandrita. Chicos, volvamos a clase - le dijo a sus compañeros, cuando llegaron a la puerta de madera de una oficina que marcaba en un cartel metálico en su dintel: “Salón de Madres”.

Adiós Sandrita… Nos vemos "mamita” - El que estaba con Sandra, se alejó con una palmada al amplio trasero de la asistente - que ni se inmutó -, le guiño un ojo a Macarena y se fueron entre risas.

Tuvieron que esperar por un momento no breve, ahí en el pasillo, frente a la oficina. Era un pasillo de oficinas, no muy iluminado, cercano al sector del acceso principal, un edificio con ya muchos años, la parte antigua del liceo.

De las oficinas se escuchaban conversaciones, voces masculinas, algo de movimiento. Cuando ellas llegaron caminando por el pasillo, sus pasos retumbaron por todas partes, gracias al piso de baldosas, lo que muchos de quienes ocupaban las oficinas parecieron tomar como aviso para asomarse a mirar. Así, a ambos lados del pasillo, Macarena pudo notar cómo asomaban sus cabezas o salían completamente, diversos hombres, todos adultos y mayores.

Algunos, después de un buen repaso de vista y saludar a Sandra a la distancia, volvieron a sus oficinas. Otros se quedaron en sus portales, deleitando la vista. A todos, Sandra les sonreía amablemente y Macarena, se sintió obligada a hacer lo mismo, a pesar de la incomodidad de sus persistentes miradas.

Un par, que estaban más cerca, por el lado de donde ellas venían, intercambiaron palabras con Sandra: un saludo, un piropo poco fino sobre su figura, qué hacía y un “¿quién es la señora?”. Hablando de Macarena como si no estuviera presente, nadie parecía tener la intención de dirigirle la palabra, aún cuando el segundo hombre que le habló, mostró más interés en su persona.

Así que tiene reunión con Rubén… - Era un hombre mayor, algo delgado, vestido con un pantalón de tela gris, una camisa blanca y una corbata negra, con un tazón en la mano. Se quedó en el marco de la puerta, con la otra mano en un bolsillo

Así es - contestó la sonriente Sandra.

Qué bien, qué bien. Debe estar complacido.

No la ha visto

Lo estará - La sonrisa de ese hombre, que repasaba el cuerpo de Macarena de arriba a abajo, la intranquilizaba - ¿Tendré el gusto de conocerla?

Es la madre del Sr. Alberto Fernández.

Ahhh… ¡qué bien! Pediré referencias a Rubén más tarde - la noticia le animó notoriamente, se despabiló de donde estaba apoyado y pasó su mano por su incipiente barriga. Macarena, que lo miró con curiosidad por tanto júbilo, hasta notó en su pantalón de tela, cierto bulto que se empezó a marcar hacia su pierna derecha.

El joven Alberto es un buen chico - Finalmente, alguien le estaba hablando a ella… aunque fuera este sujeto.

Muchas gracias - contestó la mujer sinceramente.

Procura estar a su altura y ser también una “buena chica”.

Sí, Señor - le contestó aún sin entender bien a qué se refería.

Don Miguel te dijo que tienes que pasar a verme, cierto? - volvió a Sandra.

Sí, mi Señor. Estaré allá, en cuanto entregue a la señora.

Muy bien, te espero - y volvió a su oficina.

Antes que Macarena preguntara, Sandra adelantó la respuesta.

Es profesor de Filosofía. Uno de los fundadores del liceo. Ya lo conocerás - el tono alegre y atento con el que había contestado a todos en el pasillo, había sido reemplazado por uno sombrío.

Durante todo el rato que estuvieron fuera de la oficina, desde ésta le llegaba a Macarena el sonido de conversaciones masculinas y una que otra voz femenina. Escuchó risas masculinas, aplausos, esporádicos… o palmadas… y quizás, algún corto quejido femenino.

Cuando se sintió el ruido de algún mueble arrastrado sobre alfombra, un taconeo femenino puso a Sandra en alerta, que se irguió y recuperó su estampa inmutable.

Se abrió la puerta y de ella salió un hombre mayor, quizás de 60, muy distinguido en su vestir con una chaqueta azul, al igual que los pantalones, con pañuelo en el bolsillo superior, camisa con mancuernillas en los puños, aunque sin corbata, pero aún elegante. Con sus canas engominadas hacia atrás. Conservaba cierto atractivo marplatense, con prominentes cejas pobladas. Aunque con una panza prominente y su consecuente papada. Venía muy divertido y sonrió más al ver a Sandra.

¡Sandrita! - le dijo y se abalanzó a darle un apretado abrazo, por la cintura, tomarle la nuca y plantarle un beso en la mejilla, muy cerca de los labios - ¡qué potranca, por dios! ¡Ya te quisiera en mis establos! - Sandra rió, agradeció los “cumplidos” y se dejó sobar por las manos del viejo, las que con confianza y gravedad ya tenía una en el cuello y la otra amasando su culo a mano abierta.

Por detrás de él, salió un hombre más joven (más que Macarena), de traje también, aunque más sobrio. Venía también sonriente y se quedó a un lado de la puerta, mirando el espectáculo del senior.

Te digo - dirigiéndose al otro- Si, la tuviera en mi establo, la tendría siempre ensillada, lista para monta - y con la mano en el culo, a apegó a su pelvis.

Alfredo, déjala que tengo que atender a la señora y nos atrasamos con tu mujer - en eso salió de la oficina un rostro conocido para Macarena: la mamá que la había tenido enfrentado agresivamente el día del taller, hace una semana. La que la había expuesto como “la cenicero” ante la clase, humillándola y que había declarado que “esta gente no corresponde acá”. Sólo que ahora venía sin un rastro de aquella altivez.

Salió última de la particularmente oscura oficina, con las manos juntas por delante, los hombros retraídos, cabizbaja, como haciendo un puchero con los labios, con los ojos anegados y una lágrima a medio recorrer su mejilla derecha. Ambas se sorprendieron de encontrarse frente a frente, pero la rubia volvió rápidamente a agachar la cabeza y esperó a un lado de la puerta que el hombre trajeado terminara de manosear a Sandra.

Si bien Macarena se sentía vestida vistosamente con su vestido semi transparente, lo de la rubia era escandaloso para un lugar así… o para cualquier otro, según la morena. Llevaba un top animal print de leopardo, con tirantes amarrados al cuello, dejando descubierta casi la totalidad de su espalda y un amplio escote que cerraba bajo sus operadas tetas, permitiendo apreciar la redondez de las mismas por los lados. Los pezones despuntaban con suspicaz claridad por la tela, como si algo más hubiera, por la forma horizontal, que el bulto tenía.

Su falda, era una mini, muy corta, que ajustaba bajo sus nalgas (no muy grandes, pero redondas, como pelotas) y a continuación, a medio muslo, empezaban una medias negras de red abierta, rematadas por zapatos parecidos a los de Sandra, pero en dorado, con tiras que subían por sus pantorrillas.

El tiempo que el hombre mayor jugueteó con Sandra, le permitió a Macarena quedarse con algunos detalles de la rubia: los pequeños pero abundantes tatuajes que lucía en su cuerpo, ninguno lo pudo leer bien, pero se apreciaban algunas estrellas asomando por sus costillas, desde abajo de la teta izquierda, unas líneas finas, como vegetales, que asomaban desde bajo su ombligo, otros dibujos por el lado de sus pantorrillas y, cuando se iba, alcanzaría a notar un monograma “G H”, a mitad de la bronceada espalda, por el lado derecho, que le recordaba una marca para ganado, por la forma en que estaba hecha.

Su bronceado cuerpo, además dejaba percibir otras marcas.

Sus rodillas, por ejemplo, gracias a las medias de red permitían apreciar su coloración, como frotadas, rojas. Algunos moretones de diverso tinte, en sus muslos, brazos. Una marca por un lado de su cuello y un moretón. Y dos marcas que se veían recientes, ambas líneas, alargadas y finas, y ambas, por su espalda. Una asomaba por sobre su cadera, el diagonal, bajando hasta perderse en los tirantes posteriores de su peto, la otra, cruzaba los muslos, en horizontal.

A Macarena le produjo cierto gusto ver vestida de esa manera humillante a quién la había denostado la semana anterior. Ya no se sentía tan expuesta con su vestido. Creía conservar aún cierta “dignidad”, por no estar vestida como puta callejera, a diferencia de su antagonista.

El hombre que tanta dedicación había prodigado en Sandra, no le dedicó mucho más que una mirada neutra a Macarena, se despidió de la asistente, como la había saludado, estrechó efusivamente la mano del otro hombre en la puerta, pidiendo disculpas, porque no podía desaprovechar cada oportunidad que tenía de saludar a la “potranca de Miguel”. Y mientras se alejaba, seguido de la rubia (que, por cierto, debía tener la mitad de su edad, y un quinto se su masa corporal), le dijo al otro hombre:

Ahora llevaré nuevamente a disciplinar a esta yegua. Si pareciera que le gusta. Pero bueno, es culpa mía, ¡las chúcaras son mi debilidad!. Vamos

“Sí, papi”, fue lo que alcanzó a escucharse de la rubia, antes de que hiciera resonar sus ostentosos zapatos.

Señora Fernández - el otro hombre la sacó de sus pensamientos- Pase, por favor - le indicó el interior de la oficina y ella entró. Él despidió a Sandra y cerró la puerta.

La oficina le pareció oscura en un comienzo, pero se acostumbró luego a esa penumbra. En gran parte estaba cubierta por una muy mullida alfombra, por eso no habría sentido mucho los tacos de la rubia, tenía un estilo clásico, europeo, con muebles de madera caoba. Los muros tenían un papel mural azul y las cortinas, pesadas y gruesas, eran negras. Había un gran sofá rojo, tapizado en tela, amplio con patas de madera. Un escritorio inmenso de madera noble, con un sillón de cuero al otro lado, sin sillas para atención. Y alcanzó a percibir muchos cuadros de mujeres en el perímetro alto de los muros.

Macarena entró y se quedó de pie en el sentró de la habitación, a un metro del escritorio

Soy Rubén Fuentes, el profesor jefe de su hijo.- Le dijo pasando por el lado de Macarena al tiempo que la abarcaba con la mirada de abajo a arriba. Una sonrisa aprobatoria, la tranquilizó con los arreglos de última hora que tuvo que hacer.

Mucho gusto, Señor.

¡Qué va! Yo me estoy dando un gusto con su presencia - Le dijo, a un paso de distancia, apoyado cómodamente en el pesado escritorio.

Pero esta reunión no se trata de cortesías y formalidades. Mi deber contigo hoy, es evaluar cómo estás ayudando a tu hijo. Por eso solicité que vengas vestida como dueña de casa, como esperas a tu hijo cuando éste llega a casa. ¿Es así como lo esperas?

Macarena le iba a confesar que el vestido no era suyo, que Sandra la había asesorado, total, al final terminaría enterándose. Pero entendió que no era eso lo que estaba preguntando. Miró al suelo, la alfombra sobre la que estaba parada era negra y redonda y tenía una medialuna roja y blanca dibujada a un paso de donde ella estaba.

Se afirmó con una mano al borde de la mesa a un lado del profesor (sus altos zapatos le hacían perder fácil el equilibrio), y bajó hasta ponerse de rodillas sentada sobre sus tacos, bien erguida con las manos en los muslos, mirando hacia el profesor jefe de su hijo. Sentía a esa altura una brisa fresca que entraba en el cuarto de algún lado, le erizaba la piel y endurecía sus pezones, asomándose más entre el tejido del vestido.

Ahora que veía de frente al profesor, lo pudo apreciar mejor: un hombre joven, menor que ella, de treinta y tantos, que se mantenía bien “conservado”, sin ser musculoso, ni atlético. Era alto, más bien pálido, bien afeitado y peinado su pelo negro. Estaba vestido de negro y gris, con gillette y camisa blanca. Su postura mostraba elegancia. Era un gusto para ella estar postrada a sus pies y esperaba con ansiedad lo que se viniera.

Rubén sonrió.

Parece que lo que me han dicho de ti es cierto.

Cada vez que entres en esta sala, harás esto, a menos que se te indique lo contrario - hablaba caminando alrededor de ella.

Sí, Señor Fuentes.

Tú nos pones en un problema, ¿sabías? - no esperó respuesta, pero notó la curiosidad de la mujer arrodillada - En este liceo no entran madres solteras. O, más bien, mujeres que no tengan un hombre, marido, pareja, papá, abuelo, hermano, etc, que sea “apoderado” de ella y el joven que ingresa.

Lo que hizo el Sr. Claro contigo y Alberto es inédito… y me parece genial. Uds. serán el inicio del cambio en esta institución, que hace tanto tiempo llevamos intentando llevar a cabo con Miguel.

Pero no será fácil. ¿Sabías lo mal que se lo hacen pasar algunos de sus compañeros a Alberto todos los días?

No… no sabía - Quería creer que para él había sido todo fácil. Pero el chico no le había dicho nada, ¿cómo podía saberlo? Entró a preocuparse y a sentirse una mala madre…

Excelente. Como debe ser. Él se ha comportado a la altura, entonces. No sólo acá, sino en casa también. Lo que te pasó la semana pasada con Victoria, la mujer que estaba en ahí mismo donde estás ahora antes que entraras. A diferencia tuya, que Sandra te salvó, Alberto se las ha tenido que arreglar completamente solo, como debe ser y está demostrando una fuerza de carácter enorme. - lo decía con real satisfacción, tranquilizando a Macarena y llenándola de orgullo por su hijo.

Por eso debes ser dedicada con él en casa. ¡No mimarlo!. Eso crea unos monstruos consentidos que se nos hace difícil de manejar… como el hijo de Victoria. Verte bien, darle en sus gustos y es importante que le obedezcas, que sea él quien controla la casa. Considera que él es tu apoderado.

En realidad, verlo así cambiaba mucho las cosas. Sobre su responsabilidad con el liceo y hacia su hijo, sobre su posición frente a él, que cambiaría definitivamente. Siempre había cuidado de él, como su hijo, sentía que debía protegerlo. Pero ahora quedaba establecido que ella estaba para servirle.

Pero tienes que saber que somos una institución estricta y los comportamientos que contravienen nuestros principios, son sancionados. Hoy, Victoria fue traída por su apoderado, para ser informada de su sanción por el conflicto provocado en el taller contigo. (Sandra entregó un informe completo de lo sucedido). Ahora, ella está recibiendo su castigo, FRENTE A SU HIJO, y con consenso con Fernando, su marido, el apoderado.

Ella perdió la disciplina que se les exige dentro y fuera de la institución. Que indica que no podemos menoscabar a un igual. Y lo mismo hizo su hijo, por eso ambos están participando del castigo que ha de caer sobre la madre.

Macarena quería preguntar en qué consistía tal castigo, pero era notorio que el profesor no quería dejarla hablar. Así que se adelantaba a contestarle, cada vez que veía un gesto de interrogación en ella.

No te puedo contar cuáles son los castigos que aplicamos… Pero puedo advertirte, que muchos, los más fuertes, vienen de antes que yo ingresara acá y no los apruebo, por lo fuertes y las marcas indelebles que dejan en nuestras madres.

Debes cuidar de comportarte como te es indicado. Que en cualquier caso, contigo el apoderado es Alberto y él tendría encargarse de tu castigo… y no creo que quieras eso.

El tono amistoso y juguetón con el que la había recibido era ahora solemne y serio. Rubén se movía de un lado a otro alrededor de la mujer arrodillada y ella lo seguía con la vista hasta donde le era posible, sin moverse de su posición de rodillas. Al terminar de decir lo último, el profesor llegó hasta su lado, desde su espalda y puso una mano en su cabeza, como se acaricia a una mascota. Sin embargo, ese gesto “protector” fue apreciado por Macarena, en vista de la amenaza velada que le estaba mostrando.

La mano sobre su cabeza, empezó a descender por un costado y, sin solicitar permiso, ni dar aviso, entró por su escote, directo a palpar su teta izquierda. La contuvo a mano llena, apretando alternadamente, como un masaje.

El profesor estaba ahora agazapado sobre la mujer, llegando a su oído, le dijo roncamente:

Ha sido suficiente de hablar. Miguel me habló maravillas de ti y tu disposición.

Le tomó por la barbilla, para levantar la cara y atacó su boca, penetrando con su lengua por sus labios entreabiertos. Ella no opuso resistencia, se dejó invadir por aquella lengua rugosa y ofreció la propia como botín para el invasor. La mano que le agarraba la teta izquierda, la sostenía ahora con fuerza, como un asidero para levantarla. Esto hizo que ella se irguiera sobre sus rodillas, con sus brazos descansando a los lados, aliviando la postura del profesor. Y éste aprovechó para tomar también con fuerza, pero por sobre el vestido, la teta libre.

Llegó el momento en que Rubén aplicó fuerza de manera mantenida para levantar a la madura de las tetas, provocándole incomodidad y dolor, haciendo que ella se tomara de sus brazos, para aliviar un poco la presión y finalmente poniéndose de pie.

Ambos de pie, el profesor por detrás de ella, agarrando las tetas a manos llenas, eran casi de la misma altura. Gracias a los más de 20 cms de taco y terraplén que sostenían a la madura.

Macarena fue tomada rápidamente de la nuca, por la mano grande y bien abierta de Rubén, que agarraba cabellos y sostenía la nuca con firmeza, dirigiéndola a torcer cuello y cintura y permitir un segundo asalto bucal. Más intenso y profundo que el anterior. El profesor le comía la boca con pasión, le devoraba la lengua, la rasguñaba con sus dientes e intentaba calar su propia lengua, más allá del paladar de Macarena. A un punto de hacerla sentir incómoda. Pero no le importaba, hacía tanto que nadie se había tomado la molestia de besarla así… ¡tantos años! En que sólo fue un juguete sexual sobre el cual desfogarse y hacerla mierda a vergazos.

El efecto del beso, fue el mayor afrodisíaco que alguien pudiera inyectarle; en un subidón de líbido, giró sobre si misma, para besar con mayor comodidad y profundidad y, tomándose de la espalda del profesor, levantó y pasó su pierna izquierda, hasta la cadera y por la espalda de Rubén, para empezar movimientos de vaivén contra su pelvis. Quería entregarse y demostrarle cuánto quería que él la montara sin consideración.

Él aprovechó de tomarla por las nalgas, tal como lo había hecho con las tetas, bien asida a manos llenas, masajeandola y levantandola. De ese modo, el vestido no duró mucho en su lugar, su culazo fue liberado de su red y los dedos del profesor no tardaron en rozar el ano y vagina de la madura, robándole suspiros, sin preocuparse de si podían estar siendo oídos fuera.

Eres una delicia de mujer, natural y sabrosa… como no había saboreado hace tiempo - Rubén, para poder hablarle, la agarró nuevamente por la nuca, pero ahora sujetándola por la negra cabellera. Ella, por su parte, no dejaba de restregarse contra su cadera.

Me han hablado mucho de la “cenicero” y Miguel me dio buenos detalles de tu entrevista con él… que ya son sabidos por todos acá - la miró fijo, pero la cara de calentura de Macarena no se inmutó - ¡De rodillas! - terminó por ordenar. Y ella acató, con el vestido arremangado a sus cintura, acentuando la magnitud de su blangas nalgas.

Agradece que no fumo - dijo divertido y se dirigió al sofá rojo, que estaba ubicado frente a la única ventana de la habitación - ahora, muéstrame si las maravillas que me ha contado Miguel son ciertas.

La calentura dominaba a Macarena, se arrastró en cuatro patas, bajando la cabeza y levantando el culo, hasta llegar entre las piernas del profesor, sin quitarle la vista, como la mejor toplera. Se arrimó a su bragueta y sonriéndole al profesor, realizó el procedimiento para desabotonar, abrir, soltar cierre y bajar pantalones… lo que encontró, fue un premio sorpresa. Una verga no gruesa, pero larga, descansando sobre la pierna derecha y amenazando con levantarse con un especial saco escrotal: el más suelto y alargado que se había encontrado. Al ser liberadas, las bolas del profesor Fuentes colgaron por más de 15 cms, hacia el suelo. Nunca se había encontrado con un ejemplar como ése, además que estaba afeitado y podía contemplarlo en su totalidad. Con una amplia sonrisa de su gran boca, le mostró el profesor cuánto le había gustado su tesoro. Los tomó con su palma abierta, para sopesarlos y luego lamerlos. Su glotonería, fue interrumpida por el profesor, que, empujándose más hacia el borde del sofá, levantó las piernas en impúdica pose, transmitiendo un mensaje inequívoco para Macarena. Poniendo las bolas en su frente, procedió a besar el culo del profesor en profundidad, a enterrar su lengua en el ano y moverla en círculos, de arriba a abajo, entrando y saliendo, saboreándolo, moviendo su cabeza de un lado a otro, como si estuviera besando una boca, gimiendo felinamente, cerrando la boca para succionar el ano, dando mordiscos y llenándolo de sus babas.

Rubén estaba en éxtasis, con firmeza agarraba sus piernas, para facilitar las caricias anales de la madura, cuya lengua, le arrancaba espasmos de placer que recorrían su vientre, pecho y morían en su garganta. Le respondía a la mujer con un ronco ronroneo masculino, con “uughs”, “uhmmm” y “oooohhhs” que a ella le indicaban que lo estaba haciendo MUY bien. Su larga verga se agitaba en el aire con el sentir del macho, pasando de un lado a otro, subiendo y bajando, endureciéndose y perdiendo rigidez, según la caricia que la lengua de Macarena propinara.

Eres una puta experta - pudo decir por fin, después de mucho tiempo en que sólo se oía la pañosa lengua de Macarena, sus chupetones, besos y contracciones babeadas en la habitación - me vas a sacar la mierda si sigues metiendo esa lengua así de profundo.

Por un lado de su verga, desde su posición recostado en el sillón, vio aparecer la frente y mirada de Macarena, con su saco escrotal deslizándose en bajada.

Deme lo que quiera, mi amor, que me lo comeré gustosa - le siseó con voz de gata en celo.

Ooohh… que puta! - sabía que contestarle, estaba demostrando ser realmente algo especial. Con ambas manos, enterró toda su cara en el perineo, su frente en las bolas, su nariz oliendo su agujero. Ella logró sacurdirse lo suficiente para volver a posicionar su boca y continuar su labor lavativa.

Finalmente, Rubén bajó las piernas, sin darle aviso a la Madura, pasándola a llevar, pisándole una pierna, empujando su cabeza hacia abajo. Nada de eso le importó a ninguno. Ella se recompuso para ver que él le apuntaba con su verga, que chorreaba líquidos hasta las bolas. Tenía trabajo por hacer y lo haría afanosa, recogiendo las secreciones con su lengua, afirmando el estilete con una mano y masajeando las bolas con la otra. Pronto llegó a la cima del obelisco y se lanzó a cubrirlo con su boca abierta, goteante de babas.

Fue una mamada intensa y breve. La ansiedad la llevó a tratar de abarcarla en su totalidad, cosa que no logró y se llenó la boca de arcadas y babas, que liberó en gotas viscosas por la comisura de sus labios, manchándose manos, antebrazos y codos.

Por otro lado, el profundo beso negro dado antes, tenían a Rubén por las cuerdas con sus ganas de eyacular y, a los pocos golpes que su verga dio en la entrada de la faringe de Macarena, el clímax se hizo inevitable, explotando en grumos de leche que terminaron por trapicar a la madura, que con una sonora contracción y una fuerza de voluntad inquebrantable, se mantuvo con el falo en la boca, hasta la última eyaculación del glande.

En el esfuerzo de la hembra, Rubén se regocijó con las contracciones de su cara, su enrojecimiento, la gran cantidad de lágrimas que soltó y desgraciaron su maquillaje, los sonidos guturales animales que el esfuerzo por contener las arcadas provocó, su nariz goteante, su transpiración copiosa, su cabello cada vez más revuelto. Al final, le regaló la más hermosa de las postales, cuando se tranquilizó y aún con la verga encajada en su boca, le regaló una sonrisa. Que inmortalizó con una foto en su celular.

El profesor, por su parte, sudaba como cerdo, su cara congestionada, su cabello despeinado, sus elegantes ropas estaban arrugadas y sudadas, había reemplazado ese aspecto limpio y elegante por un aire animal. Miraba a Macarena como una presa, causando en ella desasosiego y un cosquilleo especial. Ella quería ser su presa.

Por unos minutos se mantuvieron así, Rubén en el sillón rojo, vestido de la cintura hacia arriba, recostado con las piernas desnudas y abiertas. Macarena, sentada en el suelo, con sus piernas descubiertas recogidas a un lado, su cabeza en la entrepierna del profesor. No dejó de acariciar, besar y lamer, las dilatadas bolas y la larga verga. Su vestido estaba mojado por todo el frente, con sus babas y secreciones. Ella, lamiéndole, lo miraba como enamorada, complaciente y feliz de servirle. Él por mientras, le acariciaba la cabeza y le hablaba las reflexiones que pasaban por su cabeza.

Soy ex-alumno de este liceo. En una versión anterior a la actual, ¿sabes? Así que sé lo que uno puede pasar… Yo pasé por casi todo, lo bueno y lo muy malo. Afortunadamente para uds., lo estamos cambiando. Mira los cuadros de esta habitación.

Macarena levantó la cabeza y prestó atención a los cuadros que ya había notado al entrar. Como había visto, todos eran de mujeres, en distintas técnicas y estilos. Pero tenían algo en común: todas las mujeres estaban arrodilladas.

Representan 100 años de presencia en este lugar de la sociedad dueña del liceo. De la que somos parte quienes lo dirigimos. Con ver esos cuadros, y fijarte en sus detalles, puedes seguir la evolución que hemos tenido desde que llegamos acá.

En efecto, si prestabas atención, por las ropas, peinados y maquillajes de las mujeres, podías intuir el cambio del siglo XIX al XX (una chica crespal, pelirroja, de largo cuello, con un corsé crema que dejaba libres pequeños y puntiagudos pechos, un vestido en el mismo tono beige, con abundante maquillaje corrido sobre sus mejillas, con marcas rojas que se alcanzaban a percibir desde su espalda, pasando por sobre los hombros hacia el cuello), los años 30’s (una mujer pálida, larga, con un aspecto menos sumiso, como batallando con un collar de perra, enganchado a una cadena sujeta a una estaca en el suelo; también con múltiples líneas rojas, sobre sus pechos aprisionados por un corsé rojo y por sus hombros), otros indefinibles (el de una chica rapada, con aire perdido, manos en la espalda, pezones tirados por hilos hacia adelante…), cuando llegó a uno en particular, tuvo un sobresalto, miró al Señor Fuentes y este comentó:

Efectivamente, es Sandra

Se veía una mujer irreal, como una idealización, por la forma y tamaño de sus tetas, la ubicación perfecta de sus pezones anillados, con pesados aros. El artista, había captado impecablemente su cuerpo sudado en extremo, estaba casi desnuda de no ser por tiras de cuero, en su cintura, muñecas, cuello y una falda negra, tal como las que le había visto usar en cada visita al liceo, al igual que los zapatos. Se ofrecía a un personaje que no entraba en el cuadro, tenía ambas manos puestas bajo sus tetas, levantándolas, y estiraba hacia adelante su rostro, con la boca abierta y la lengua por fuera (con un notorio piercing). Al principio no lo vio, pero un líquido amarillento goteaba de su boca y tetas, y resbalaba por su barbilla, cuello y brazos. La imagen tenía fuerza y la capacidad de hipnotizar a quien la apreciara.

Sandra es un ejemplar perfecto. Nuestro ideal de hembra. Criada y amaestrada en el seno de nuestra sociedad. Es lo que buscamos lograr con esta institución… y, antes de conocerte, llegué a pensar que no lo lograríamos.

La asió del cabello firmemente y la manipuló para hacerla subir al sofá en cuatro patas. Su verga estaba lista para continuar el goce de la nueva hembra y tenía que apurar el paso. Ya llevaban una hora en la oficina y tenía otros asuntos que atender.

Puso un pie sobre el sofá y permitió que la hembra continuara administrándole otro largo y profundo beso negro, hasta que tuvo su larga tranca bien erecta. Entonces la tomó fuerte, por nuca y cuello con ambas manos y la manipuló para hacerla engullir de frente su pitón en toda su longitud. Con decisión, inició un rítmico mete y saca en la boca de Macarena, que procuraba simplemente mantenerla abierta, con la lengua por fuera, goteando saliva y emitiendo un ruido sordo como un “ghuuu” cada vez que el cabezón traspasaba su tráquea y le provocaba una arcada que sacudía su vientre y la hacía emitir aún más babas.

Con esta pose, Rubén se podía deleitar sintiendo las distintas contracciones de su cuerpo debido a las arcadas y la falta de aire que se prolongaba a ratos.

Macarena, sólo podía aferrarse a la tela que recubría el sofá. Si no fuera por su práctica en ser culiada por la boca, ya habría vomitado sus intestinos.

Sin embargo, su suplicio no fue muy largo esta vez. En un momento dado, el profesor sacó completamente la verga de la boca de la madura, provocando que un grumo de espesa baba saliera vomitado involuntariamente de su boca. Pero no le dio tiempo de nada, dirigiéndola por el montón de cabello que tenía tomado, la apuntó sobre el respaldo del sofá, mirando por la ventana.

Sintió al profesor jefe de su hijo, acomodándose detrás de ella, parado sobre el sofá, con los pies a los lados de las piernas de ella. Escuchó un plástico siendo manipulado, para que luego, Rubén se apoyara sobre su espalda, mientras con una mano movía el sexy calzón de encaje y buscaba la entrada a su culo con los dedos. Cuando la encontró, retiró los dedos, escuchó un escupitajo y volvió a sentirlos ahora humedecidos, entrando en trío, con decisión por su ano. Por suerte, ella tenía experiencia. Lo malo, es que la última práctica había sido hace ya un par de meses en el puerto. Pero al hombre no le tomó tiempo dilatarlo. Y, en breve, lo tenía ubicando la enfundada punta de su estaca, para enfilar a traspasarla.

Quieta, mierda - le decía al oído, mientras se acomodaba.

Así… muy bien - la felicitó cuando el cabezón pasó la barrera del esfinter

Afortunadamente, su experiencia anal, incluía vergas más gruesas que la que ahora la estaba invadiendo. Pero no dejaba de ser una sensación perturbadora para ella el sentirse rellenada por el culo. Al cabo de un rato, sentía que tenía adentro un metro de pichula y aún seguía empujando el profesor. Cuando por fin sintió en sus nalgas los muslos del sodomita, tenía la sensación de estar albergando una mangera en sus intestinos.

Rubén levantó su cabeza y la empujó más adelante, contra el vidrio de la ventana. Macarena tuvo una vista del patio central del liceo, rodeado de sus pasillos y salas, la comunidad escolar estaba en pleno, disfrutando de su recreo, jugando pichangas, corriendo, comiendo y conversando alegremente. No sabía ella si eran capaces de verla, hasta que percibió a dos chicos, en un pasillo a su altura, a 10 mts. Uno le dio un codazo al otro y apuntó hacia ellos. Y ambos se quedaron mirando a esta mujer, que comenzaba a ser cabalgada por el profesor de su hijo.

Rubén, que era también consciente de lo que pasaba afuera, le soltó la cabeza momentáneamente, para tomar el escote y con fuerza tirar de él hacia abajo, liberando las ubres sueltas de la madre de Alberto. Luego volvió a sostener su cabeza en alto y le imprimió fuerza a la montada.

Ahora sí, el par de chicos (que se veían de la edad de su hijo) hacían aspaviento de estar maravillados con la visión que les regalaban.

Macarena no alcanzó a percibir mucho más, pues sus ojos se empañaban, en parte por la intensidad de la culeada, que le hacía saltar lágrimas dispersas y, por otra parte, porque empezaba a sentir un fuerte orgasmo, que la hacía elevar la voz sin control y prolongar sus aullidos. Al rato, los chicos que no la habían visto, la empezaron a escuchar y buena parte del patio detuvo sus actividades para prestar atención a la ventana del segundo piso del edificio viejo, en la que se podía llegar a ver a una hembra tetona, siendo culeada con fuerza.

El profesor no duró mucho más, retiró la polla del agujero ampliado que había dejado en el culo de Macarena y tiró de ella, para allegarse a su cara, quitar con prisa el condón y disparar sobre ella, sin dirección única.

Desde el patio llegaron algunas silbidos, aplausos y gritos varios, pidiendo su retorno a la ventana o con recados sobre lo que le harían.

Macarena quedó rescostada en el sofá, recobrando aliento y el equilibrio, después de su brutal orgasmo anal. A Rubén, le corría la transpiración e intentaba mantenerse inmutable, pero había hecho un esfuerzo físico intenso que era innegable. Así que tuvo que esperar unos minutos antes de indicarle a la mujer que se había hecho tarde.

Ella tomó eso como una señal para recomponerse en lo posible, volver el vestido a su lugar, metiendo sus tetas dentro y estirando hacia abajo la basta. Volvió, sin que se lo ordenara, a situarse de rodillas en su lugar de la alfombra y trató de ordenar su cabello con las manos. Más no podía hacer que esperar ahí, sintiendo su vestido empapado enfriarle el cuerpo con la briza que entraba desde la ventana.

El profesor ocupó el teléfono que había en un rincón y le solicitó a alguien hablar con Sandra:

Ya estamos listos, ¿puedes venir por ella? Bien, termina ahí y te vienes, te estará esperando. - y colgó - Estaba complicada - dijo como para si mismo, con una mueca que Macarena no pudo reconocer como inquietud o sonrisa.

Se dirigió entonces a ella, con una sincera sonrisa:

Estoy satisfecho de tu actitud. Eres especial. No cualquier mujer se adapta a una situación como esta, sin el entrenamiento de una vida completa. Para serte honesto, esto confirma mis sospechas que hay en tu vida hechos que no nos has contado y que son de nuestro interés. Pero no te preocupes, probablemente ahora mismo, nos estamos enterando de todo sobre ti.

Tras ver su cara de complicación, agregó:

No pensarías que una institución tan misteriosa como esta, se toma a la ligera la entrada de una mujer como tú, venida del puerto de un brumoso pasado. Ya me tomaré contigo un tiempo para hablar de todo eso. Pero te debe quedar claro que no te conviene mentirnos ni ocultar información, ni con tu apoderado, ni con tu institución. Quizás ahora te pueda parecer hipócrita, pero para nosotros está condenada la PROSTITUCIÓN.

Todo lo dulce que había sido para ella la entrevista y el sexo, se turbaba ahora. Aquel hombre, que hasta hace un momento veía casi con amor, dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo, le parecía amenazante ahora. Frío y serio, con la fija mirada la hundía en su lugar.

Tú y tu hijo deben hacerse exámenes de sangre - recién ahora se percató del condón usado que él tenía en su mano. En ese momento, sonaron dos golpes, ni fuerte, ni débiles, en la puerta.

Tras ser autorizada, escuchó los zapatos de Sandra, dar tres pasos en la oficina y sintió una nueva briza de aire más frío ingresar desde el pasillo. La piel se le puso de gallina y hasta tembló un poco… o quizás era el miedo que se le había atorado en el estómago.

Veo que Alfonso, se ha entretenido contigo - dijo Rubén, Macarena, mantuvo su posición y sólo podía escuchar la conversación.

Me está cobrando que lo dejé mucho tiempo sin visitar.

Miguel sigue sin ponerle límites más claros… - nuevamente parecía estar hablando solo- Llévatela y dale la consulta para que se tomen los exámenes. Y llama después al servicio, que me vengan a limpiar el estropicio que me dejó esta cerda en el sofá.

Sí, Señor.

Estás liberada por ahora - le dijo ahora a Macarena, en un tono más cálido.

Gracias, Señor - no sabía bien porqué, pero le entraron ganas de llorar. Se contuvo lo que pudo, pero las lágrimas empezaron a surcar sus mejillas en silencio. Ni la asistente, ni el profesor tuvieron un gesto con ella. Sandra, se hizo a un lado para hacerla salir primero. De Rubén no oyó una palabra más hasta que se cerró la puerta tras ella.

Emprendieron el camino de vuelta por donde llegaron. Nuevamente se encontró con el hombre de la oficina anexa, ahora sin camisa, sudado, con su peluda barriga al aire, un puro en la mano. La miraba severamente.

Parece que no aguantó ni al blando de Rubén - dijo, retumbando su voz en le pasillo.

Al contrario, el Señor Fuentes está satisfecho con ella - contestó suavemente Sandra.

¿Y porqué llora entonces esta bestia?

Tiene que tomarse exámenes

No te preocupes, putita, aún si estás pringá te permitiré lamer mi culo

Bobamente, Macarena le dedicó una sonrisa desde abajo del desastre de su rostro.

Tú, vuelve luego,- se dirigió nuevamente a Sandra - sino, vamos a tener que volver a empezar.

Sí, mi amor - respondió dulcemente la asistente, a lo que sonaba más bien como amenaza.

Ahora sí, Macarena, salió de su preocupación por un momento, para dedicarle una mirada a su guía: no estaba lo impecable que siempre la veía. A su blusa le faltaban un par de botones, se veía arrugada, mal puesta y sobresalía desordenadamente de su falda. Ésta última estaba rota atrás, en el cierre, que ya no cerraba por completo. Tenía su peinado desarmado (aunque no estaba despeinada como ella) y el maquillaje corrido por lágrimas, el labial se subía de su labio superior. Caminaba de manera peculiar, que se podía apreciar en el ritmo desacompasado de su taconeo.

Cuando dejaron atrás la oficina del sujeto descamisado, la cara atenta con el que le había respondido, se agrió y mantuvo así hasta el final del trayecto. Era notorio que intentaba apurar el trámite lo más posible.

Vas a tener que arreglarte sola para irte. - Le dijo a Macarena una vez adentro del vestidor.

No se preocupe, dejaré cerrado. El vestido…

Puedes llevártelo. Úsalo hoy para recibir así al Señor de la casa. Igual los zapatos… necesitas practicar con ellos - No había soltado el pomo de la puerta. Cuando recordó el encargo del Sr. Fuentes. Presurosa, pero torpe, abrió un cajón de una desaliñada cómoda. De ella sacó una tarjeta y se la pasó a Macarena.

Vayan mañana, a primera hora. El Señor Alberto estará justificado para llegar más tarde. No te preocupes por los resultados, nos llegarán a nosotros…

Iba a salir cuando volvió nuevamente sobre sus pasos, ahora para aproximarse a Macarena, que había vuelto a hacerse quebradero de cabeza con las palabras que reflotaban en su cabeza. Sandra la tomó por los hombros con firmeza. La morena pudo notar que la asistente tenía un derrame en el ojo izquierdo, le pareció notar un moretón en una teta, en lo que mostraba su rota camisa y en el cuello, otras marcas horizontales y redondeadas… ¿dedos?.

Deja de preocuparte. Si de verdad sospecharan que tienes algo, me hubieran enviado para llevarte a por los exámenes. Pero debes dejar las visitas a la capital, eso queda vetado cuando entras acá.

Don Rubén confía en ti y te tiene mucha fé. Yo también. Eres valiosa para nosotros - Y le plantó un fuerte beso, prolongado a labios juntos primero… y luego, invadiendo su boca con al lengua, apegándola a si misma.

La soltó y se fue casi al trote.

Si no tuviera la tarjeta en la mano, Macarena hubiera olvidado todo lo que le había dicho sobre los exámenes.

*nota del autor: sea que te haya gustado el relato o no, aprecio que lo valores yd ejes un comentario, aún uno breve. Eso me ayuda para mejorar mi estilo y definir los capítulos a continuación… esta historia aún no está del todo definida.

¡Gracias por leer hasta aquí!