La Reputación de Macarena II
Un nuevo inicio. En un pueblo tranquilo, en un colegio extraño. Una entrevista al borde de una violación. La historia de los sacrificios de Macarena por su hijo y el inicio de un camino a una nueva consciencia de su propio ser.
II
No llevaban mucho tiempo en el barrio. Uno de clase media aspiracional. Bien mantenido, queriendo ser más.
Macarena, como no había sucedido en su vida, se sentía una mujer respetada por sus vecinos, a pesar de ser la única madre “soltera” del pasaje. Con reputación de trabajadora, desde que llegó había tenido un puñado de empleos esporádicos que, sumado a lo que su marido le había dejado, le permitieron ir tirando con cierta comodidad en los primeros meses.
Tenía a su hijo, Albertito, en el colegio “bueno” de la localidad. El que ofrecía un futuro y base sólida para la universidad. Al que las familias “respetables” de la comunidad llevaban sus hijos.
Pero nada había sido fácil ni simple. Y Macarena, una mujer esforzada, estaba dispuesta a hacer sacrificios por el bienestar de su hijo.
La primera dificultad fue producto de su huída del puerto: Encontrar colegio a mitad de año para su hijo no sería fácil. Menos aún cuando no pidieron la concentración de notas, ni esperaron los exámenes finales. Con tal de no dejar pistas de su nuevo paradero, tan sólo tomaron lo que podían llevar y se largaron.
El pueblo tenía dos colegios: el industrial, que aseguraba un puesto de trabajo en alguna de las prósperas empresas del pueblo, como trabajador. Y “el bueno”, un liceo humanista que formaba prohombres para enviarlos a la universidad y enseñarles a dirigir el futuro de la comunidad. La clase de colegio al que Macarena quería enviar a su hijo.
Cierta tensión había entre ellos dos, como una sombra con personalidad propia que a ninguno le permitía olvidar lo que habían vivido. La imagen de su madre, sumisa, en cuatro patas, con una verga en la boca; la imagen de su hijo, mirándola fijo, como una presa, como la habían mirado tantas veces hombres que ella sabía querían sólo encamarla.
Con esa misma tensión ya propia de su relación, fueron a su cita con el director del Liceo Humanista Claro. Nada más entrar (y ya antes, por lo que sabía) Macarena tenía decidido que su hijo estudiaría ahí. Un recinto moderno y limpio, pleno de jóvenes bien uniformados, con profesores que se mostraban disciplinados y respetables, que le sonreían al verla pasar.
Fueron conducidos por una mujer algo mayor a ella. Formal, aunque con algo fresco que a Macarena le costaba identificar. Llevaba un traje azul marino, brillante en los cambios de luz. Bien ceñido a su cuerpo, iniciado en una chaqueta corta, un collar justado de tres tiras de perlas y grandes aretes dorados. El traje terminaba en una falda de tubo, cortada por sobre sus rodillas, que bien manifestaban unos robustos muslos y un bien ejercitado y amplio trasero. El remate de la vestimenta la descolocaba: unos zapatos de taco alto y firme, con un terraplén que se veía transparente. En su cabeza, Macarena dialogaba consigo misma sobre lo ridículo que es acompañar el traje con esos zapatos. Pero en el andar, no dejaba de notar el paso firme de aquella mujer con esos monstruosos zapatos. Su paso resonaba por los patios y pasillos y su presencia era sentida por la multitud de chicos que salían al recreo. Todos se detenían a observarla… a Ella, una mujer vivida que repartía sonrisas y saludos, sin titubeos.
Toda esa seguridad le fascinó a ella también y, cuando miró a su lado, se dio cuenta que su hijo iba sumergido en sus propias cavilaciones… o tal vez no. Simplemente no le había quitado la vista al culazo que se bamboleaba frente a él. Era un ratón guiado por eso instrumento de percusión que guiaba sus pasos.
Cruzaron el colegio y llegaron al ala norte, donde una edificación de 3 pisos marcaba un punto de dominio por sobre el resto del establecimiento. Una vez arriba, la secretaria les abrió la puerta del director, quedándose ella afuera. Al pasar Macarena por su lado, la mirada (de arriba abajo) con la que la escaneó le hizo cuestionarse si su elección de ropas había sido la adecuada: la mini falta negra, algo ligera y tableada, los zapatos de taco bajo y la blusa de marcado escote que le gustaba como destacaba su despejado cuello. Al salir de casa, se sentía ligera, pero elegante. Ahora, se sentía poca cosa.
Quien los recibió era el director y fundador del Liceo, Miguel Claro. Un hombre de 64 años, empresario vitivinícola que en algún momento decidió que debía hacerse cargo de la educación de la comunidad. Por lo que compró el Liceo Industrial y creó un nuevo colegio, con la misión de ser un nuevo faro de iluminación.
Saludó con un fuerte apretón al muchacho, que le dejó adolorida su mano derecha. Y también le tendió la mano a la madre, que sintió esa firmeza sin hacerle daño. Y con la que fue atraída hacia el hombre que afianzó la otra mano en su espalda y estampó dos besos en sus mejillas para luego liberarla, no sin darle también un repaso de vista completo, descaradamente.
Les invitó a ocupar un mullido sofá de 3 cuerpos, que por la posición que adoptaba Macarena resaltaba sus blancos muslos. Uno de los atributos que ella mejor lucía.
La reunión pudo haber sido muy corta. Macarena expuso en parte la situación de su hijo sin querer mencionar el real motivo de su huída y el director le contestó que sin la concentración de notas no les sería posible acreditar al ministerio el cambio de colegio, aunque el muchacho hubiera aprobado todas las pruebas.
Señora, somos, al fin y al cabo, una institución respetada en la región. Y no podemos dar licencias a muchachos que no sabemos si están preparados para llevar la carga que ser parte de un liceo emblemático representa.
Si debo apostar mi vida, le aseguro que mi hijo estará a la altura de sus exigencias… y yo también.
Algo en el modo en que agregó esto último, llamó la atención de ambos hombres, director e hijo. La actitud corporal de Macarena cambió al pronunciar la frase. Adelantó el pecho y su escote se volvió ineludible de la mirada de cualquiera.
Al señor Claro no se le había escapado la omisión de toda referencia al padre del chico de parte de esta mujer. La oscuridad sobre el cambio de colegio, la negación del padre y esta última declaración armaron rápidamente un panorama en su cabeza:
Macarena, es esa clase de compromiso el que buscamos entre los integrantes de la comunidad. Chico, debes aprender de tu madre y mostrar esos mismos bríos. – Había interrumpido con esto el embobamiento que atraparon al chico entre las tetas de su madre.
Sandra te mostrará el liceo mientras yo me quedo con tu hermosa madre a conversar de algunos detalles técnicos… sobre dinero, su marido y otras cosas…
Dijo todo esto mientras se levantaba, tocaba un citófono y se acercaba a sentarse al lado de su madre.
Alberto, se quedó con el cuadro de su madre y el viejo en el sillón en la retina, ella le sonreía de vuelta como brindándole seguridad. El viejo, mientras, le miraba el escote como si algo de su propiedad hubiera caído en el canal entre sus tetas.
Sandra entró solícita, sin más indicación se llevó al chico, lo tomó por la mano y lo jaló fuera. Una vez cerró la puerta de la oficina, comentó livianamente:
- Vas a tener que esperar un poco para ver más de lo que ahí suceda. El Señor director desea saber cuánto quiere tu madre darte una buen educación.
Con esa imagen se fue Alberto, de la mano de esa señora imponente, camino a una sala desconocida de un lugar que ya le empezaba a parecer demasiado extraño.
- Ahora que el niño no está, cuénteme Macarena, qué pasó con su marido- Empezó diciendo el Director, inclinado sobre el escote de la mujer, como si escondiera un micrófono en lo profundo del canal de sus tetas.
Macarena, que había notado el cambio de trato y sentía el calor irradiar del cuerpo del gordo director, medio abalanzado sobre ella, contó sin los detalles violentos, cómo su marido la fue abandonando gradualmente y cómo ella le dio heroicamente una gran patada en la raja, para mandarlo a freir monos al África.
Y, desde entonces ¿ha habido otros hombres que velen por uds.… y que la hagan gozar? – ahora ya tenía uno de sus muslos apresado con una mano por sobre la rodilla.
Soy una mujer respetable – contestó con firmeza.
Tienes un par de respetables tetas, no lo puedo negar. Y me interesaría presentarle mis “respetos” a ese culo que trajo a mi oficina – Levantó ahora la cara, a centímetros de la suya, con una sonrisa como si le hubiera dedicado el más fino de los cumplidos. Y ella sólo pudo sonreirle, agradeciendo el “cumplido”.
La mano que asía su rodilla derecha ejerció una leve presión que ella entendió como una señal para separar sus piernas. El director, amplió su sonrisa a escasos centímetros de su rostro. Y, cuando pensaba que finalmente se abalanzaría sobre ella, se levantó del sillón, avanzó tres pasos hasta su escritorio, sacó un puro y se giró a mirarla apoyándose en el mueble, mientras encendía el habano.
La contempló un segundo, leyendo expectación y decepción en la cara de la mujer. “Ésta quiere carne”, parecía pensar.
Ella era muy de su gusto, una mujer latina, de firmes caderas, piernas fuertes y contorneadas; muslos rellenos, apetitosos, un cuerpo de mujer madura, con harto que agarrar, pero que no había perdido sus curvas, si no que las acentuaba. Le gustaba su rostro armónico, criollo, nada tosco; su cabello negro ensortijado, sus grandes ojos almendrados, su boca, grande y carnosa… se la imaginaba abierta (“se las debe engullir de a pares”)… y se sonrió solo con sus pensamientos.
Era para él una hembra hecha, bien formada. Como le gustaban. Y como le gustaba también, la tenía atenta, nerviosa, arreboladas sus mejillas, sus ojos pendientes de él, en un espacio desconocido para ella con sus piernas separadas, sus manos aferrándose a los bordes del sofá. “No sabe si salir corriendo o abalanzarse sobre mi”.
Esta no es una institución cualquiera. Tiene una misión que ordena nuestra filosofía. Nosotros le damos hombres a la comunidad, para que la dirijan. Formamos LÍDERES. Y no me da la impresión que su hijo tenga la madera para ser un líder…
Lo será – interrumpió Macarena y continuó con decisión – yo me aseguraré que lo sea, haremos todo lo que sea necesario para lograrlo. Hemos venido de muy lejos y acá…
Demuéstralo – la interrumpió ahora el director. Demostrando falta de interés en la perorata de esfuerzo que la mujer se disponía a pronunciar y dejándola nuevamente descolocada.
El rechoncho teutón se apoyó en el escritorio a su espalda, fumando pausadamente su habano, mirando quedamente a la mujer, disfrutando la confusión provocada. Aguantaba las ganas de reír que le estaba provocando su turbación. “qué decepcionante será tener que ordenarle…” estaba pensando cuando un súbito movimiento de Macarena recuperó su atención.
En un ágil movimiento contínuo, Macarena se tiró del sillón al suelo, gateó dos pasos de distancia y ya estaba ubicada de rodillas a los pies del director, afanada en destrabar el cinturón y bajar el cierre del pantalón mostaza, para encontrarse con (como ella ya lo suponía) una verga que de hace un rato iba ganando volumen y dureza.
Fue tan rápido su actuar, que no fue sino hasta un rato después, que se dio cuenta que incluso se había dado de soltar tres botones de su blusa, dejándola prácticamente abierta, para el disfrute de su contenido.
“No se vino con rodeos”, pensó el rechoncho hombre, con los pantalones por los tobillos cuando Macarena, asediada por los recuerdos de la última vez que se metió un falo en la boca, atacaba su barra de carne y procuraba engullirla por completo, quedándose “pegada” a él y dedicándole una larga mirada desde sus pies.
En realidad, el discurso que iba a dar sobre el periplo de su hijo y el suyo, había sido un intento burdo por ganar tiempo antes de darse valor para lo que ella sabía de un comienzo que tendría que hacer para asegurar la entrada de Albertito en el liceo. Sabía que debía demostrar una determinación fuera de todo lo que este hombre pudiera esperar de una mujer como ella.
Su siguiente movimiento sí terminó por sorprender a un hombre, que de hace un tiempo creía tener todo bajo control y haber eliminado las sorpresas de su entorno.
La mujer a sus pies, retrocedió su cabeza, dejando un rastro de babas conectadas a su verga, ladeo la cabeza y trazó un camino con su rosada lengua, por el tronco hasta las bolas, que lamió y sorbeteó sonoramente, pero luego, aprovechando la separación de piernas del rubicundo, y torciendo su cuerpo, llegó ansiosa, con la lengua por fuera, a besar el ano del director, produciéndole un sobresalto del que rápido se recuperó, abriendo más las piernas para que la lengua de Macarena (que se aferraba de sus muslos) pudiera profundizar más en su salida posterior.
Por unos cuantos minutos se mantuvo el cuadro en la sobria oficina: el director parado frente a su escritorio, mirando hacia el infinito, saboreando su puro en extendidas caladas; Macarena, sentada en la alfombra, con las piernas abiertas, saboreando su culo sonoramente, intercalando lengüetazos, con ruidosos sorbeteos, con besos franceses al ano, introduciendo con fuerza la lengua y gimiendo por el esfuerzo. Miguel cerraba los ojos cuando ella se esforzaba en alcanzar su recto, regalándole sensaciones indescriptibles para sus centros de placer. Pero tuvo que volver del placer cuando notó que el puro estaba botando cenizas y el cenicero había quedado casi al otro lado del cuarto.
Se inclinó para darle un par de palmadas en las tetas medio descubiertas (desde su posición, se regocijaba con la vista de los muslos descubiertas y las grandes tetas meciéndose con su esfuerzo). Macarena se detuvo un momento.
- Te gusta el chocolate amargo, eh? – le dijo Miguel, como con burla
- Sí, es rico – respondió recuperando aliento.
- Lo haces muy bien, mereces una recompensa.
Macarena volvió a su posición original de rodillas frente a él. Se veía sudada, agitada, con sus mejillas arreboladas, su boca abierta y jadeante recuperando aire y su cara brillante con sus babas.
- Abre la boca y saca la lengua.
Y la ocupó de cenicero, como si fuera lo más normal del mundo.
Ella no se permitió alterarse, aferró sus manos a sus rodillas (más por miedo a quemarse) y cerró los ojos para recibir la ceniza. Sólo una fracción estaba caliente, pero no llegó a quemarla. Como tenía los ojos cerrados, no vio al viejo inclinarse sobre ella hasta que sintió el grueso escupitajo que entraba a su boca.
- Ahora traga.
Lo que no pudo reprimir fue el gesto de desagrado. El sabor amargo de las cenizas se le quedó en lengua y garganta y le sacó un par de lágrimas en su descenso por la tráquea. Pero abrió la boca y le regaló una agradecida sonrisa al director, quien le dijo:
- Muy bien, perra. Ahora continúa – tomándola “paternalmente” de la nuca y conduciendola a su brillante verga, que lucía brillante y más rígida que nunca.
Bien tomada con ambas manos, ahora el hombre dirigió la acción. La forzó a tragar tanto como podía y presionando la cabeza hacia su cuerpo y devolviendo hacia atrás con ritmo constante. Su intención era demostrarle quién mandaba, ella había tomado la iniciativa hasta ahora (y estaba bien para una madre que pedía un favor demasiado grande para lo que podía devolver), pero tenía que enseñarle que no estaba para eso.
Macarena se dejó llevar. Ser culeada por la boca no era nuevo para ella, era una de las formas favoritas que en el último tiempo su exmarido le demostró su pasión. Se preocupó de mantener las manos puestas en sus muslos, pero procuró no demostrar rechazo ante nada de lo que el gordo hiciera. Al inicio, le resultó relativamente manejable. El gordo empujaba su cabeza y la mantenía tanto como podía, hasta verla agitarse involuntariamente, en la lucha por sobrevivir. Entonces, jalándola del cabello, la arrancaba con fuerza y la madura involuntariamente emitía ruidos irreplicables en otra situación, provenientes de su garganta liberada que al mismo tiempo soltaba de una vez la saliva acumulada, como buscaba ingresar aire.
El ario se volvía brutal y volvía a arremeter apenas dándole tiempo a la morena para recuperarse. El cuerpo de ella trataba de rebelarse y retrocedía. Entonces, el viejo le retenía la cabeza y avanzaba sobre ella para atacarla con su verga: dos golpes en las mejillas y encontraba la boca.
La lluvia de babas bañaba piernas y bolas peludas, las pesadas tetas, blusa, regazo, piernas y alfombra. Los gruesos regueros de baba, por otro lado, descendían por el cuello forzado con sus venas engrosadas, bañaban su fina gargantilla de plata e iban a formar un charco entre el canal de las magníficas tetas, el sostén y lo que la blusa se había arrugado bajo las masas de carne.
La culeada facial había empezado a escasos centímetros del borde del escritorio. Diez minutos después, podríamos apreciar el voluminoso cuerpo del viejo, agazapado por sobre el cuerpo de la madura. Tronco y cabeza de la mujer perdidos bajo el volumen del animal que se mecía con fuerza, forzando la cabeza contra el sofá donde antes la maciza hembra había estado sentada. Cada tanto, sus piernas ya completamente descubiertas (pues la falda estaba arrugada alrededor de sus caderas, permitiendo apreciar el calzon de encaje negro y los macizos muslos) pataleaban y se agitaban convulsivamente, cada vez que el hombretón bajaba y mantenía su cabezón atascando la garganta de la mujer.
Miguel Claro, sudaba copiosamente. Se había soltado la corbata hace rato, pero no se había quitado la camisa, empapada ahora en su sudor, ni la chaqueta. Mantenía sí, a toda cosa, el puro sujeto por los dientes y asomado por la comisura de su boca, ahora botando cenizas sin preocupación, en la alfombra, sofá y pelo de la mujer. Al mantener la boca abierta, en el afán de violar la garganta de la mujer, escupía copiosamente. También por las palabrotas que soltaba sobre la mujer, tratándola de animal, perra, puta de mierda, cerda y todo sustantivo que se le viniese en mente, excitándose a si mismo en el ejericicio de insultar.
Movía los cabellos de Macarena, para ver sus expresiones de esfuerzo, dolor y desesperación. Ver sus lágrimas sucias de maquillaje surcar su rostro, su nariz goteante y congestionada, aportando mocos al desastre alrededor de su boca, que producía en exceso, babas, globos y espuma.
El clímax fue tan brutal como la sesión completa, el hombretón simplemente dejó caer su humanidad sobre el rostro de la separada, aprisionando la cabeza contra el sofá, casi quebrándole el cuello, ahogándola por completo y jalando con fuerza sus cabellos. Ella, desesperada y asustada, batalló con todas sus fuerzas por librarse. Levantó su cuerpo, quedando como si levitara desde la altura del sofá, palmoteó, golpeó y rasguñó.
Todo inútilmente. Miguel sólo se levantó cuando se sintió satisfecho en su descarga de semen, directo a la garganta de la hembra.
Nada más levantarse el culeador, Macarena giró a mirar el suelo, con la boca abierta, soltando babas en cantidades por la boca abierta y produciendo un angustiado ruido con cada bocanada de aire que intentaba forzar en su garganta. Su rostro, congestionado, rojo y sudoroso. De su boca emanaba grumos de saliva pastosa mezclados con el semen recientemente depositados, de su nariz colgaban lianas de mocos, también mezclados con semen que salieron explosivamente al final de la felación; sus mejilla estaban cubiertas de lágrimas, algunos manchones de maquillaje (ya casi completamente lavados por las lágrimas) y su cabello… era un desastre. Ni rastro del peinado con el que había llegado; por sobre su frente se agolpaban greñas retorcidas, como a la altura de la nuca, el principal asidero para violar su boca, mechones alisados con sudor, pegados a su cara y cuello con la capa de baba que revestía su piel. Entre sus tetas y sostén, se mantenía un volumen de saliva importante, que bajaba por debajo del último, mojando vientre, blusa y falda.
Tardó unos minutos en toser lo que se atoraba en su garganta, al mismo tiempo que intentaba tragar aire. El gordo, sudado y jadeante, se sentó en sofá a terminar su puro y observar con cierto placer, a la hembra que se había dejado como animal herido retorciéndose a sus pies, mientras su verga perdía vigor lentamente. Sentía satisfacción en “destruir” a las mujeres que se culeaba. Por un momento, su verga quiso reactivarse, pero él prefirió pasar por esta vez. Tenía agendada otras actividades prometedoras para el día y no quería gastar sus energías tan temprano.
Una vez su respiración se había normalizado algo y había dejado de vomitar babas y semen, Macarena sintió que era tirada del pelo quedamente, aunque con fuerza mantenida. Giró su cuerpo para volver a mirar al gordo director, que sostenía el puro en el aire, casi terminado, con bastante ceniza acumulada. Sin más indicación que su mirada, abrió la boca y recibió, con la lengua afuera las cenizas que dejó caer en ella, seguido de otro fuerte escupitajo, que cayó a medias entre su boca, lengua y mejilla izquierda, salpicándole un ojo.
- Te has portado muy bien - empezó diciendo el gordo, que paternalmente le acariciaba la cabeza, como se hace con un perro - Aunque me has dejado la alfombra hecha una pena. Tendrás que pagarmelo… - ella tembló, con la lengua afuera y las cenizas, ya frías, en ella - pero otro día.
- Traga. - y ella tragó con mueca de disgusto - Muy bien. Puedes despreocuparte, a partir de mañana tu hijo será alumno de esta institución - Macarena le regaló la más bella de las sonrisas, desde debajo del desastre de saliva, cabellos y semen que cubrían su cara. Hasta un par de lágrimas saltaron de sus ojos, imposibles de notar, por lo ya contado.
- A no confiarse, entrar cuesta mucho y salir es fácil. Sin contar que te exigiremos lo mismo que al resto… sólo la cuota de incorporación fue excepcional a tu caso. Sandra vendrá y te dirá lo de las clases de inducción para madres y las obligaciones del pequeño hijo de puta - terminó de decir esto con una sonrisa, levantándose y avanzando con media humanidad al desnudo. A ella la descolocó el insulto gratuito a su hijo, pero empezó a notar que así actuaba él: una de miel, por otra de hiel.
- ¡Sandra! - gritó nada más llegar al escritorio y, al instante, la puerta de la oficina se abrió con vigor, entrando la maciza secretaria cincuentona y sobresaltando a Macarena que, urgida, intentaba cubrirse, ordenarse y limpiar al mismo tiempo, sin lograr nada.
- Llévate a esta mujer a adecentarse para que pueda irse a su casa… qué pensará la gente, ¡Somos una institución respetable, por la cresta! - dijo con un bozarrón que definitivamente la asustó, sin notar que era lo que él buscaba con divertimento.
La secretaria entró rauda, sin inmutarse por la medio desnudez del hombre, ni por el desastre del piso entre el sofá y el escritorio, ni por el desastroso estado de Macarena, que evitaba mirarla y seguía buscando algo que no estaba por ahí: su dignidad.
Sandra la tomó de un brazo y con brusquedad la tiró hacia arriba, apenas dándole tiempo de recoger el zapato que había perdido en la batalla.
- Venga, ya. Te arreglaremos afuera.
La arrastró hacia la puerta más rápido de lo que la aún confusa y mareada madura podía caminar. A tropiezos llegó hasta el marco, donde se detuvo y giró sobre si misma a mirar al director.
- Muchas gracias - Le dijo, sonando abrumadoramente honesta, haciendo una leve referencia. El director le hizo un gesto con la mano a la mujerona de su secretaria y esta la volvió a tironear para sacarla.
Le había violado la boca, sin la mayor consideración. Insultado y degradado. Le había amenazado con cobrarse la alfombra y, con todo ello, le siguió dejando en claro que no habría trato especial para ella ni el chico… y aún así, la mujer esa le agradecía. Debía ser algo especial que no perdería de vista. Reflexionó el director.
Apenas salieron de la oficina, ambas le escucharon decir: “que entre el mocoso de esta apoderada!”. Sandra le dirigió una mirada Albertito, que sentado, antes sorprendido y ahora asustado, miraba a su madre ser llevada afuera.
Cuando se abrió la puerta, estaba atento a buscar en su madre pistas de lo que en toda la mañana había estado cavilando que podría haber hecho dentro de la oficina. No pensó que esas pistas fueran a ser tan evidentes y brutales. Su madre salió como si no pudiera caminar por si misma; cojeando por ir con un solo zapato, arrastrada del brazo por la secretaria. Su cabello revuelto y sucio, hecho un desastre sin sentido cubriéndole la cara (donde no se pegaba a ella). Con su blusa abierta y mojada, veía el brillo de la piel desde la boca, cuello, y todo el pecho, donde alcanzó a percibir lo viscoso de esa humedad entre las tetas. Una de las tetas asomando el pezón por encima del negro brassiere completamente transparentado a través de la blusa. Toda su ropa muy arrugada
Pasaron rápido, Macarena con la vista al suelo tosiendo un poco, sin verlo sentado. Antes que pudiera seguirlos, Sandra rápida y seca le dijo: “Entre”.
Miró la puerta abierta, le bajó algo de miedo, respiró y entró. No se veía distinta a como estaba hace un rato, pero el aire estaba pensado, algo rancio; se mezclaban olores familiares, de sudor y “cuerpos”. Encontró al inmenso y rubio hombre echado en su silla tras el escritorio… casi desnudo, sólo con su camisa a medio abrir, calcetines y zapatos. No era una visión agradable. Y lo asustó. Quería dar media vuelta y correr, pero el hombre lo detuvo.
- ¡Quieto ahí! - el hombre no hizo movimiento alguno, sólo le gritó desde su asiento - Vaya que quiere tu madre que estudies aquí. Me dejó agotado - le hablaba con complicidad, como amigos hablando de una mujer pasando por la calle.
- ¿Ya te la has culeado? - le soltó a bocajarro. Entre sorprendido y asustado, Alberto no contestó - No, claro que no. Eres muy pequeño… - examinó al asustado muchacho un momento y agregó - Pero la has visto culeando.
El silencio del chico ahora lo “olfateó” distinto. Tanto lo observó, que el chico se sintió obligado a asentir. De algún modo, la sonrisa del aterrador hombre semi desnudo y sudoroso, lo tranquilizó.
- Sí, hehe, la has visto siendo culeada. Eso no se olvida. Eso te cambia la vida.
A pesar del miedo que le provocaba estar solo en esa oficina, con ese oso desnudo que acababa de (probablemente) violar a su madre. El que alguien le hablara del producto de lo que había contemplado hace más de un mes atrás, liberó algo en él. Esa imagen de su madre mirándolo mientras se incrustaba la gruesa verga de su padre hasta la garganta, o la imagen de ella en cuatro patas siendo montada, sus gemidos y lo agradecida que se había visto al terminar de ser culeada, le perseguían cada día. Había días que al asomarse al living de la nueva casa que compartían, esperaba encontrarse con ella nuevamente siendo culeada… y hasta se decepcionaba de que eso no sucediera. Había días en que hasta se preguntaba si alguna vez podría volver a ver a su madre de esa manera. Se la imaginaba, cuando salían a comprar o hacer trámites, con los hombres con los que conversaba: con el carnicero, el kiosquero, el chofer de la micro… con cada hombre que le dedicara una larga mirada a su anatomía y una sonrisa, cosa que sucedía a menudo, gracias al par de tetas que antecedían cualquier presentación.
Hoy había sucedido todo aquello. Nada más entrar en la oficina, se había imaginado a ese inmenso hombre sometiendo a su madre, en la alfombra, en el sofá en que habían estado sentados… ¡y eso mismo había sucedido! (al menos, así lo indicaba todo). Pero se lo había perdido.
De pronto, pasó del miedo a la decepción. Por fin reconocía lo que había estado reprimiendo. Este desconocido le hablaba con completa naturalidad con una empatía que nadie había tenido con él.
- Eres un hombre ya, o casi. Y debes empezar a actuar como tal. Tu madre ahora ha hecho un sacrificio para que te acepte en el liceo. Y este no es un liceo cualquiera, muchacho. Si lo haces bien, serás un líder en la sociedad y alguien importante. Todo gracias a tu madre. Ella te ayudará a hacerte hombre. Tener una hembra así en casa te lo facilitará. Pero tienes que poner de tu parte. Y debes empezar por ser el HOMBRE DE LA CASA y luego, ser un hombre acá también. No aceptamos niños, a los niños los mandamos a perder su tiempo jugando en el liceo industrial. ¿Me entiendes?
- Sí… señor - a pesar de la mirada fija y escrutadora del oso, algo en ella le entregaba confianza en si mismo. Aún sentía miedo y no sabía bien qué hacer, pero había una promesa de un futuro que hasta ahora no se le había ofrecido de esta manera. Terminó por aseverar: “Soy un hombre”
- Sandra, ¿está lista la señora? - sin notarlo, la imponente secretaria estaba parada en la puerta.
- Sí, señor Claro.
- Llévate a tu madre a casa, mañana comienzas tu formación acá.
- Gracias
La madura alta, de impresionantes caderas, lo acompañó afuera, donde su madre le daba la espalda. Sus ropas estaban reubicadas, aunque arrugadas y su cabello había sido tomado en una cola que aún permitía apreciar el desorden en él.
La secretaria les dio indicaciones administrativas sobre horarios, uniforme, lista de útiles, calendario académico y otros. Macarena las recibió atentamente, pero Alberto, no podía dejar de dar fugaces miradas a la blusa de su madre, aún humedecida, se pegaba a sus tetas y las transparentaba, su chaqueta y falda tenían manchas, su rostro se veía lavado, había retocado su lápiz labial, pero había perdido todo el resto del maquillaje; sus ojos estaban algo enrojecidos y tenía un semblante cansino.
Llegaron hasta afuera con la secretaria. Un taxi les esperaba. Sandra se despidió de Macarena diciéndole algo que el chico no entendió y mirándola seria; y a él le dio un apretado abrazo, con el que pudo sentir sus duras tetas a través de la ropa, le sobó la espalda y le dijo “Nos vemos mañana, Señor”, con una sonrisa que dejó encantado al chico.
Camino a casa, el taxista tenía ganas de conversar.
- ¿Va a estudiar en el liceo, joven? - preguntó, aunque sin verlo. Albertó había notado que tenía el retrovisor apuntando a la mojada blusa de su madre
- Sí. Desde mañana.
- Felicitaciones. Ud. debe ser un muy buen estudiante. Aquí no entra cualquiera. Ud. debe estar orgullosa de su niño, señora.
Macarena no tenía ganas de conversar, pero no podía desentenderse de la conversación.
- Él se lo merece, es un buen estudiante.
- Yo tengo dos sobrinos que intentaron entrar, pero no dieron el corte en la entrevista. Y también eran muy buenos estudiantes - continuó animadamente - también una sobrina mía. Pero ella sí entró. Una muchacha hermosa. Y acá casi no entran niñas, oiga.
Tenía razón, ahora que lo pensaba Sandra. A pesar que habían estado en horario de clases, había visto unos cuantos chicos, pero ninguna chica.
- Y ella, en qué curso está? - preguntó Macarena
- Nooo, ella terminó sus estudios hace un par de años y se fue del país. Nunca más supimos de ella - el taxista se mantuvo alegre (de ver las tetas de la mujer) todo el resto del camino.
Al llegar a destino, les negó el pago aduciendo que ya estaba todo arreglado con el liceo. E insistió en la suerte y orgullo que debía ser que su chico pudiera estudiar en el liceo.
Si algún arrepentimiento y duda habían ensombrecido la cabeza de Macarena, ahora se habían esfumado.
Había hecho lo correcto.