La Reputación de Macarena. Admisión
La institución en inmisericorde con las mujeres, son tanto su motor como su piso, muebles y moneda de cambio. Una mirada a la supremacía masculina con la que funciona el lugar en donde Macarena puso a su hijo.
EXAMEN DE ADMISIÓN Entró tan nerviosa como el primer día. Casi no había dormido, pero estaba alerta y despierta en extremo. Sandra la recibió en la entrada con una sonrisa que ayudó a aliviar sus ansias. Ambas lucían como impecables ejecutivas… con gustos de zapatos extravagantes. Pero esta vez, Sandra la corrigió y le pasó un par de zapatos negros, con terraplén y tacos, pero que combinaban mejor con su traje formal que le indicó usar su hijo la noche anterior.
El colegio estaba inquietantemente vacío. No sólo por la hora, sino porque las clases ya habían terminado y sólo quedaban exámenes de fin de semestre y actividades de cierre propias de todo liceo.
Como en su última visita a la institución, Sandra la llevó al “armario” donde le cambió los zapatos y la atracó con un beso profundo hundiendo su lengua tan adentro de la garganta de la morena como pudo, aferrándola con sus uñas por las caderas, apegándola a si misma.
Sin decirle nada, ni ella preguntar, siguió a Sandra por los vacíos pasillos del liceo, que había entrado en el período de vacaciones. El taconeo de las dos hembras resonaba por salas y pasillos y el eco le llegaba a Sandra confundiéndose con los latidos de su corazón desbocado que parecían palpitar directamente en sus oídos. En vano, trataba de tranquilizarse, pero su cuerpo era pura tensión. El frío matutino, no ayudaba. Si bien estaba más vestida de lo que había acostumbrado los últimos días, una blusa delgada, una chaqueta y una falda corta no contribuirían a controlar sus temblores.
No había vuelto a recorrer aquel pasillo por el que seguía a Macarena desde la entrevista con el Sr. Claro. Mientras avanzaban por el largo pasillo, ahora le prestó más atención a los cuadros que habitaban los muros y que la primera vez sólo miró superficialmente. Todos los cuadros, de los directores de la institución, desde 1939, eran de hombres mayores; panzones en su mayoría; con gesto severo, sino molestos; formales, sin colores vivos; con barbas, bigotes, manifestaciones de calvicie hereditaria. Parecidos entre sí, pues eran familia al fin y al cabo, y todos parecían mirarle, empequeñeciéndola.
Llegaron al final del pasillo y Macarena notó lo que no vio el primer día: el escritorio de la secretaria del rector… con la secretaria detrás de ella. Siempre había pensado que la secretaria de Don Miguel era Sandra. Pero no. Era otra rubia, delgada, de cabello liso y corto hasta la nuca. Con un aire frío y serio. Hasta con cierto desprecio en su mirada. Tan sólo dijo apretando un botón del citófono: “llegó el ganado” (sonaron risas masculinas al otro lado de la puerta) y las mujeres pasaron a la oficina.
Dentro, las recibió el aire pesado de un cuarto cerrado con un grupo de hombres que habían estado fumando y charlando ruidosamente hasta la entrada de las mujeres. Sandra abandonó a Macarena tras pasar la puerta y ésta se detuvo a un lado de un hombre que no había visto, que se quedó mirándola, con un vaso whiskero en la mano.
La teutona partió a saludar uno a uno a los presentes: un beso en los labios y un “buen día, señor Díaz”, al hombre más cercano a la puerta. De unos 50 años, moreno, con bigote, corte de pelo militar y no muy hablador. Éste sonrió ampliamente y la tomó por la cintura. Pero Sandra se soltó graciosamente de su amarre y continuó saludando a los otros hombres que estaban en la oficina sentados en el sillón… el sillón donde ella había estado también sentada, y en el que había terminado apoyada su cabeza mientras su boca y garganta eran perforadas violentamente por el hombre que ahora, a un lado de su escritorio, conversaba alegremente con su hijo, como padre e hijo.
Al otro lado del escritorio, la intensidad de una mirada atrajo la suya: la del profesor Fuentes, quien, serio, la miraba inquisitivo. Parecía molesto, como si algo hubiera hecho mal… y se dio cuenta. Miró el piso, la alfombra frente a si y encontró la marca de la luna donde posar su rodillas. Sólo entonces el sr. Fuentes se relajó y volvió a compartir con sus camaradas.
Macarena tenía ahora una nueva perspectiva de la reunión a la altura de la entrepierna de sus participantes, hecho que provocaba en ella una mezcla incómoda entre excitación y ansiedad. Sin embargo, se sentía también más “cómoda”, pues le la volvía a poner en la situación en que se encontraba todas las semanas en esperas al encuentro con los tres chicos…
Desde su posición, siguió los pasos de Sandra por el salón, amable, risueña y juguetona como colegiala, con cada uno de los hombres presentes. Algunos, como el director y el profesor Fuentes, le seguían el juego de coquetería la besaba en los labios, o la morreaban intensa pero brevemente, la acogían a manos abiertas aprovechando un momento de sobar su cintura y espalda; otros, un par de hombres mayores (reconoció a Herr Alfonso, del día de la entrevista con el Sr. Fuentes) fueron menos cariñosos, ellas les besó pero ellos se contentaban con darle un par de descuidadas palmadas en sus nalgas, como harían con una perrita cualquiera.
Los viejos le dedicaron miradas de desagrado, que ella contestó con una simple sonrisa. El Sr Fuentes, le levantó una ceja, insignificante. Pero nadie más hizo el amague de tomarla en cuenta. Todos continuaron con sus conversaciones entre si, o hablándole a Sandra boberías y groserías que ella contestaba con un total desplante de encanto.
Después de pasar por las manos de cada hombre en la oficina, Sandra terminó en los brazos del hijo de Macarena, a quien le pasaba por varios centímetros, pero que de algún modo le miraba con ascendencia y frotaba sus hombros. Él la sostenía por la cintura con firmeza y ella parecía feliz de ese modo. Eso llenó el corazón de la madre de orgullo. De todos los hombres de la habitación, todos mayores que su hijo, todos ciertamente con algún grado de autoridad sobre su hijo y todos más poderosos que su hijo, Sandra, la hembra más deseable y segura que había conocido, se había quedado con él.
Ésta puta vaca es de la que tanto han hablado!? - atronó la voz rasposa del hombre mayor que desconocía - una cerda gorda y vieja! Por Dios! Ud. quieren dejar entrar a cualquiera - sonaba molesto, aunque su rostro conservaba siempre el mismo rictus de desagrado permanente, haciendo difícil saber si ahora se había puesto de mal humor, o era simplemente así.
Clemente, hombre, que esta hembra tiene talentos innatos de sobra para ser aceptada - le contestó el Sr. Claro y miró a Macarena - ¿Verdad?
Macarena no sabía qué responder o si le correspondía responder algo. Su inquietud duró sólo un momento, hasta que notó de qué iba realmente la pregunta. El sr Claro sostenía un puro en su mano izquierda, al igual que la mayoría de los presentes (su hijo incluído). Gateó hasta quedar a los pies del Director y abrió sus fauces, sacando la lengua como una perra ante una recompensa. El viejo, satisfecho, dejó caer las cenizas del puro en la boca de la hembra. “Traga” añadió cuando no cayó más ceniza y la hembra, aguantando el fuerte amargor de la ceniza, cerró la boca, los ojos y tragó con un gesto disgusto, pero añadiendo un “gracias Señor” al finalizar.
No quiero que se me ensucie la alfombra - le dijo y ella comprendió su misión y fue tras cada uno de los fumadores, recibiendo sus cenizas, escupitajos y risas burlonas y agradeciendo cada uno de los gestos de desprecio hacia ella.
El viejo la miró en silencio, sin cambiar su rostro, pero sin alegar nada más. Durante 15 minutos, ella fue en cuatro patas, entre los hombres, procurando recoger todas las cenizas, hasta quedar con la garganta seca y la lengua negra.
En algún momento, el viejo se paró, fue hasta la puerta y dijo:
Recuerden que, por ley, toda hembra que entra en el círculo, debe ser marcada por mi. ¡Aún tengo esa potestad!
Y cerró la puerta de un portazo, dejando intranquilidad en la sala.
Macarena, que no entendía nada, se encontró con la mirada de Sandra que expresaba algo entre preocupación y lástima.
Clemente tiene razón - dijo de la nada, Herr Alfonso, con mucho más mesura que el anterior - y yo lo apoyo. Es iniciativa de ud. Ingresar a una fulana cualquiera como esta a la institución. Para lo que debe haber una posesión y cesión oficializadas. Pero entrarlas en el círculo es otra cosa. Sandra está acá porque yo la entrené personalmente y la cedí. Ésta puerca, apenas se levantó del lodo y uds. la quieren adentro sin más. Sé que su lengua se ha de sentir maravillosa en el culo, pero Yo no lo aceptaré. Actuemos según nuestras normas.
Después se dirigió al hijo de Macarena:
¿Está ud. dispuesto, joven Alberto, a ceder a su madre y que ésta sea marcada, tal como indican nuestros estatutos?
Alberto, tranquilo, miró a Macarena
Madre, aún no eres mi posesión, eso ya lo arreglaremos el lunes. Así que te permito responder como hembra libre, aunque sometida, que aún eres. Te cederé a esta institución, cuando seas mi pertenencia. Tendrás la valía de un mueble, o una bestia, en el mejor de los casos. Pero antes, para poder ejercer la misión que te queremos asignar, debes ser marcada con fuego y conocer el peor suplicio. ¿Te parece bien?
Macarena, conocía muy bien la única respuesta que le quería dar a su hijo:
Haré lo que quiera ud que haga.
Sandra le sonrió, aunque con la preocupación marcada en los ojos.
Muchacho, suenas muy seguro, pero para mi eres pusilánime al preguntarle a la hembra. - le dijo herr Alfonso - Pero bueno, así quieren llevar las cosas uds. - se dirigió al Director y le dio una mirada al profesor Fuentes - Y temo que así es como esta sociedad terminará.
Ahora fue él quien se levantó y tranquilamente salió de la habitación. Con él salieron otros dos profesores que no habían dicho palabra. Un ánimo tenso que había en el lugar se fue con ellos. Pero quedó el ambiente afectado. Los hombres pausadamente volvieron a conversar entre si, sobre el grupo disidente que se había armado, nombres de personas que apoyaban a Herr Alfonso y los que pensaban como él y cuánto costaría llevar a cabo los cambios que querían producir, pero que tenían la venia “desde arriba”.
Macarena se quedó arrodillada en su lugar en la alfombra, con las manos sobre los muslos mirándoles, sin entender mucho de sus conversaciones, que sucedían todas al mismo tiempo. Sandra, por su parte, iba sirviendo vasos de licor o tazas de café, sin quedarse con ninguno, ni ser parte de alguna de las conversaciones. Llegado un momento, se fue a arrodillar a un lado de Macarena y le dio un apretado abrazo.
Están orgullosos de ti - le dijo al oído - Yo también. Pero se te viene algo duro. Herr Alfonso es un torturador. Es un sádico y no se conforma con humillar, como la mayoría de los señores acá. Tiene una granja en el campo para perras, yeguas y cerdas - “como nosotras” completó Macarena en voz baja y Sandra le sonrió -. Te va a hacer sufrir sólo para desquitarse del Sr. Alberto.
Sandra se separó un poco de Macarena, miró en dirección opuesta a ella, se movió el platinado cabello de la nuca con una mano y con la otra se bajó el borde del collar para mostrar una marca en la base de la nuca hecha a fuego. Algo como una cabeza de macho cabrío, o una V con los astas muy retorcidas.
Cuando entramos en el círculo interno de esta sociedad, debemos ser marcadas, a modo de inventario, tal como lo hacen con los muebles. No te voy a ocultar la realidad: es un dolor como ninguno que hayas sufrido.
Macarena tragó saliva y se le aceleró el corazón. Aunque mantenía en su fuero interno una convicción que le acompañaba de casi toda su vida adulta: estaba acostumbrada ya a sufrir. Y el bien de su hijo y, ahora, su posición en esta sociedad de hombres importantes, estaban por sobre su miedo al dolor.
Pero no te mata - completó Sandra a modo de compensación - y estoy segura que tú lo sabrás llevar tan bien como lo has hecho hasta ahora - le acarició el rostro y le dio un beso en los labios, momento que la mayoría de los hombres que quedaban en la oficina, no dejaron de apreciar entre dos macizas hembras.
Lo bueno es que tu hijo ha sido aceptado a entrar, a pesar de no tener apoyo financiero… y es gracias a ti - Macarena no entendía, pero todo sonaba tan bien, que se sentía contenta por lo que le trataba de explicar Sandra - Don Miguel le ha “becado” a cambio de que él cediera una propiedad a la institución.
Yo - dijo Macarena, con un hálito a decepción.
Así es. Y eso demuestra cuánto te aprecian los señores, que te aceptaron. Es un alto coste lo que estás cubriendo - Sandra se lo decía sinceramente animada, en el entendimiento para ella de que lo que estaba sucediendo era el mayor éxito en el mundo al que podían acceder.
Pero primero, el Sr. Alberto debe tomar posesión de ti - a Macarena le saltó el corazón hasta la garganta al escuchar esa oración y con lo que para ella implicaba - eso lo haremos el lunes, en una ceremonia ritual, donde te desposará, tú asumirás ser de su propiedad, te dará tu collar y luego, te cederá oficialmente a la institución, para la que te prepararemos para ser “consejera”.
Como ud. - Le dijo, ilusionada.
Así es - respondió la teutona, con la misma ilusión.
Llenas de alegría, se abrazaron y besaron con bocas abiertas y lenguas batientes. Una se veía reflejada en la otra por primera vez, como reflejo del pasado y proyección del futuro. En un instante, el abrazo alegre y fraternal, a través de manoseos que bajaban por las espaldas y el roce de las tetas, cubiertas por finas telas que permitían sentir la dureza de los pezones y la suavidad de las ubres; se transformó en un forcejeo animal.
Los gemidos, del forcejeado morreo, llamaron la atención sobre todos los hombres en la sala, que acallaron sus conversaciones y llevaron sus miradas a las hembras que en piso, forcejeaban con sus ropas, jalaban sus cabellos, como si pelearan, y metían con fuerza una rodilla entre las piernas flectadas de la otra. Cayeron ambas de lado y prontamente quedó Sandra sobre Macarena, frotando su muslo izquierdo en la entrepierna de la morena, que la acogía con la falda completamente arremangada y las rodillas bien abiertas.
Sandra siempre resulta ser la dominante - comentó Don Miguel y los hombres rieron.
Sandra - le llamó con voz autoritaria y esta se detuvo tal como estaba y le miró sonrojada, manchadas las fauces de lápiz labial, al igual que el cuello. Mantuvo una mano abierta sobre una de las ubres de Macarena, sobre la que se incorporó para responder al Director:
¿Sí, Señor? - respondió jadeante, con el escote ampliado y las tetas blancas que subían y bajaban al compás de su aliento.
Trátala como te gusta que te tratemos - sentenció Don Miguel, a lo que la teutona contestó con un “Sí, mi amor” y una sonrisa perversa.
Puta de Mierda! - le gritó a Macarena, que hasta ahí sonreía, boba y le asestó una fuertísima cachetada que resonó en toda la habitación con el quejido que le robó a la tetona. Le dio dos cachetadas más, ya no tan fuerte, dejando roja la mejilla izquierda de Macarena y haciendo brotar lágrimas y tironeó del escote de la blusa, desgarrándola y descubriendo las grandes ubres que se cimbreaban con brusquedad debido al zamarreo al que estaba siendo sometida por Sandra.
A la fuerza, introdujo tres dedos y luego cuatro y luego todos, en la boca de Macarena e inició un fisting a su garganta. Macarena se atragantaba y tosía con el puño de de Sandra atorado entre sus fauces, se desesperaba, soltaba lágrimas a ríos y agitó un momento los brazos, pero no se resistió. Sus babas empezaron a salir a raudales por un lado de su boca, acumulándose sobre su pelo y sumándose a los escupitajos que, entre insultos, Sandra le disparó a discreción sobre la cara. Con la rodilla entre las piernas de la morena, la teutona empezó a espolear con fuerza, golpeando con el muslo su concha y sacudiéndola con fuerza en el suelo.
Los hombres, fascinados por el show agresivo lésbico, rodearon a las hembras con sus copas y habanos en la mano, continuaban sus conversaciones esporádicamente y dejaban caer sus cenizas sobre los cuerpos de las mujeres, preferentemente, sobre el rostro de Macarena, quien en unos minutos, lo tuvo cubierto de una capa de saliva decorado con un esparcido de cenizas negras, lo que junto a su maquillaje corrido y las pestañas postizas que se había puesto y ya estaban una sobre una mejilla y la otra en la frente, le daba un aspecto sucio a su rostro compungido.
Pedazo de mierda, sólo para ser follada sirves - le decía Sandra, con algo que sonaba a odio y que era lo que habitualmente recibía ella de hombres de la institución - una vaca como tú, sólo puede gozar siendo destrozada a vergazos, ¿verdad, cerda?
Macarena no contestaba, sólo emitía gruñidos y borboteaba saliva producto del violento ataque al que era sometida.
En pocos minutos, Sandra sudaba y jadeaba de cansancio. Se movía sobre Macarena simulando una perfecta cópula heterosexual, como se la culeara tal como innumerables veces la habían culeado a ella, con brutalidad y odio. Ambas estaban despeinadas y sus ropasa, en un comienzo formales, habían sufrido el trajín del combate sexual sobre la alfombra. Sandra, tenía su negra falda enrollada en la cintura, mostrando un tanga de encaje negro, fino, metido entre los cachetes de su culo; su blusa había perdido el tercer botón y se abría permitiendo a sus tetas asomarse sin lograr escapar de su encierro. Pero el sudor de su cuerpo la había transparentado y pegado a su cuerpo, permitiendo (cuando la pose dejaba) apreciar sus duros pezones pegados a la tela. De su fina nariz caían gotas de sudor sobre Macarena y de sus labios, hilos de saliva también iban a caer al rostro de la morena sometida. Ésta por su parte, mantenía los brazos abiertos, rasguñando a ratos la alfombra, a ratos la manga de la chaqueta de Sandra, cuando las molestias, el ahogo o el dolor la hacían sentir que podía claudicar. Su blusa abierta, había sido desgarrada por Sandra y los botones habían volado hacia distintos puntos de la habitación, sus tetas, que se mecían, chocaban y sacudían con la rudeza del trato que le propinaban, lucían manchones rojos, producto de las palmadas que le atizaba aleatoriamente la teutona con su mano libre; su falda, se había desgarrado en la fricción con la alfombra y había perdido un zapato, que fue a dar debajo del sofá de la oficina.
Después de largos minutos en que Sandra se dedicó exclusivamente a forzar la boca de la morena, quitó su mano de entre su mandíbula, la hizo darse media vuelta, levantar el culo y empezó a enterrarle los 5 ensalivados dedos por el ano, al tiempo que, con fuerza, la jalaba en contra de si por el pelo.
Abre bien el culo, mierda, que te lo voy a reventar como te gusta - Macarena respondía con alaridos, ante la incompasiva intrusión que provocaba la mano de Sandra en su retaguardia.
Sandra no se detuvo, ni se dejó conmover por el sincero lamento de su “amiga”, hasta que los nudillos pasaron el anillo del esfínter y pudo enterrar la mano hasta la muñeca. Se quedó mirando su propia mano, con algo de estupefacción, perdida en el cuerpo de Macarena y buscó la mirada de aprobación de los hombres, del mismo modo en que de niña le mostraba dibujos a sus padres esperando recibir halagos.
¿A qué esperas? Haz parir a esta cerda como se lo ha buscado - le dijo Clemente, que se veía fácilmente influenciado por los gestos violentos en el sexo.
Sí, mi amor- y Sandra empezó a arremeter y retirar su puño con fuerza y rapidez, empujando el cuerpo de Macarena hacia adelante, al punto que a los minutos la tenía retorcida sobre si misma, como haciendo una “vuelta de carnero”, con su hombro izquierdo clavado en la alfombra y su cabeza torcida, casi por debajo de su torso, casi incapaz de resistir los golpes de puño de Sandra, así como el placer de la fricción en su ano, que la tenía gritando sin control y que terminó por hacer que se meara encima, en una explosión lúbrica en la que perdió en control de cabeza y cayó de bruces sobre su costado con temblores en sus piernas y vientre, como si la hubieran electrocutado.
Todos, los hombres y Sandra, se quedaron estupefactos por un momento, por el violento orgasmo de la morena.
Si pudo gozar así el maltrato de Sandra, no dudo que aguantará lo que Don Clemente quiera hacer con ella - sentenció impasivo Alberto, su hijo, con un aplomo que a todos tranquilizó.
Por un momento Macarena perdió sus sentidos. Como tras un pestañeo largo, abrió los ojos y todos, menos Sandra, se habían ido. Despertó por los golpes que la amiga y reciente violadora le daba en la cara para despabilarla. “Perdón” le dijo, por haber perdido el control de tal manera, pero Sandra no se veía para nada enfadada.
Tranquila, que lo hiciste estupendamente - le dijo, sonriente. Aunque se veía diferente. A Macarena le costó un momento poder entender que tras su desvanecimiento, probablemente el grupo de machos habría tenido que descargarse con y sobre Sandra, que tenía la cara manchada en lefa, el peinado desarmado y sobre su chaqueta, aún en su lugar, varios manchones blancos. Al tocarse una mejilla, también noto que tenía algunos grumos pegajosos.
Sandra no le dio tiempo de incorporarse, se abalanzó sobre ella y la devoró a besos, profundos, de boca abierta, mordidas en los labios y lamidas de cara, hasta dejarla limpia de semen y cenizas, pero cubierta de saliva. Nuevamente se puso sobre ella, dominando us cuerpo tumbado y entrecruzaron muslos, buscando el contacto y entre con sus pubis. Sandra sabía moverse como un macho, la dominaba desde encima, morreándola a gusto, agarrando sus muslos, tetas y culo, controlando la fricción a su gusto. Ahora que se quedaron solas, la relación sexual, aún vestidas, cubiertas de semen y cenizas, en el suelo de una oficina; sonaba más a hacer el amor con una pasión descontrolada. Meses de tensión y provocación se aliviaron en aquella jodienda, que merecía haber tenido público, pero que estaba quedando registrada, como todo lo que sucedía en el liceo y que Sandra haría bien en informar, como todo lo que hacía para la institución.
Se vieron cada día del fin de semana siguiente en casa de Macarena. Para desazón de Macarena, nada como lo sucedido en la oficina volvió a pasar. Sandra tenía la misión de adoctrinarla y entrenarla para la “ceremonia de posesión”, la posterior cesión y las ocupaciones para la institución que entraría a cumplir. Sólo entonces Macarena se enteró de lo que se había negociado aquel día en la oficina: a cambio de una beca, para continuar en la institución e irse a alemania, a proseguir en una universidad propiedad del mismo grupo de poder; Alberto había cedido la propiedad de su madre, para que ella cumpliera la función de Consejera para las chicas que el nuevo proyecto “educativo” consideraba empezar a aceptar en mayor número y que éstas fueran educadas desde jóvenes para aprender a servir al sexo masculino, tal y como ella ya lo había aprehendido.
No pudo reprimir la pena que le daba, saber que aquello que había sido la razón de soportar tanta degradación y finalmente aceptarla, no sólo la había regalado, antes incluso de cumplir el objetivo de educarlo; sino que eventualmente dejaría de verlo del todo y probablemente, para siempre.
Se permitió un momento de pena, en el que derramó lágrimas por la eventual pérdida de su hijo, que Sandra concedió por un par de minutos y terminó de golpe con una fuerte cachetada y un duro “SUFICIENTE!”.
Hace mucho que dejaste de ser su madre y pasaste a ser SU hembra. Creí que lo habías aceptado. Ahora serás simplemente UNA hembra. Nada ha cambiado, como ves.
Se lo dijo casi sin emoción ni reproche y consiguió hacerla salir de su estado emocional afectado, para proseguir con su inducción a la ceremonia.