La rendición

Segundo encuentro sexual de Maria con su jefe

Nota: este relato es la segunda parte de otro llamado “El Sabor”.  Puede leerse de forma independiente, pero la historia es más completa leyendo antes la primera parte.

Habían pasado ya varios días desde que Maria había tenido su primer y único encuentro sexual con su jefe, y desde entonces le notaba más distante. No había vuelto a acercarse a ella, y eso la atormentaba.

Había imaginado que después de aquello iban a haber formalizado una relación romántica como la que a ella le hubiera gustado, pero de momento eso no había sucedido.

Aunque su única experiencia sexual no había transcurrido como ella siempre había imaginado, no podía dejar de recordarla a cada rato. Se veía de nuevo sentada enfrente de él, con su miembro en la mano, moviéndolo suavemente arriba y abajo durante un largo rato, hasta que finalmente él introducía levemente la punta de su miembro en su boca y eyaculaba allí. Y después la obligaba a permanecer frente a él, mirándole, con la boca llena de semen, terriblemente avergonzada, mientras le hacía paladearlo y saborearlo durante un tiempo que le había parecido interminable.

Pese a ello, se sentía irremediablemente atraída por él, y no podía evitar desear tener un nuevo encuentro, a ser posible de la forma que siempre lo había imaginado: una cena romántica, y después hacer el amor como lo había visto en las películas.

Aquella tarde, cuando ya no quedaba mucha gente en la oficina, su jefe se acercó a ella y le dijo:

-          Maria, podemos ver después un tema que me gustaría repasar?

-          Si, claro –le contestó, aliviada de ver que no se había olvidado de ella.

Una vez se hubieron marchado todos, él se acercó a donde ella estaba sentada, la cogió suavemente por la cintura, y la llevó a la entrada de la oficina, donde había un amplio sofá de cuero marrón. Cuando estuvieron junto a el, la besó suavemente en los labios, se situó detrás de ella, la abrazó por la cintura y volvió a besarla esta vez en el cuello.

Cierra los ojos- le dijo, a lo que ella obedeció.

Notó como desabrochaba su falda, a lo que no opuso resistencia. Firmemente la bajó, así como sus bragas, dejándola desnuda de cintura para abajo. La hizo arrodillarse en el sofá, inclinarse completamente hacia delante, y apoyar la cara en los cojines. De esta forma, su trasero quedaba en alto y completamente expuesto, y su cara apoyada en el sofá.

-          Dame las manos –le dijo, y ella obedeció, estirando los brazos hacia atrás. En cuanto los tuvo atrás, notó como ataba una de sus muñecas con lo que parecía un pañuelo enrollado, y después la ataba la otra, dejándola inmovilizada en aquella incomoda postura.

Inquieta y preocupada por aquella situación que no se esperaba, intentó girar la cabeza para ver que estaba ocurriendo, pero comprendió que estaba inmovilizada y que no podría hacer nada.

-          No te muevas –le dijo Javier-  Y no hables hasta que yo te lo diga.

Contuvo la respiración resignada e inquieta por verse en aquella situación, en la que no era capaz de adivinar lo que le esperaba.

Escuchó a su jefe manipular algo, pero por el sonido no era capaz de adivinar qué era. Si hubiera podido hacerlo, le habría visto en aquel momento sosteniendo con una mano un bote de gel lubricante, y con la otra untándolo abundantemente en su miembro.

Cuando hubo terminado se dirigió a ella

-          Maria, ahora es muy importante que no hables – le dijo, mientras apoyaba su miembro en el orificio anal de Maria.

María comprendió en ese momento cuales eran las intenciones de su jefe, y quiso protestar, pero recordó que le había dicho que tenía que permanecer en silencio. Aquello no lo había imaginado, y le aterraba pensar lo que iba a ocurrir. Había escuchado historias de lo doloroso que podía ser aquello, y estuvo a punto de suplicar que por favor no lo hiciera.

Mientras lo hacía, notó la primera embestida. La tensión  que la atenazaba hizo que no lograse su objetivo, dificultando la posibilidad de penetrarla, pero su jefe no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Apoyó la punta de su miembro a la entrada del orificio, y embistió de nuevo.

-          Ahhh- María articuló una pequeño sonido de queja, ya que esta vez había conseguido abrir ligeramente el orificio

Alentado por aquel pequeño avance, situó de nuevo su miembro en la entrada y embistió de nuevo, pero con el mismo resultado, ya que solo consiguió dilatar ligeramente el orificio. La tensión de María le hacía contraer los músculos en cada intento, y hacía que fuera muy difícil acceder por aquel punto. Embistió de nuevo, pero el resultado volvió a ser el mismo.

Apartó su miembro ligeramente del orificio, y esperó unos segundos. María, al ver que su jefe cesaba en sus intentos, suspiró aliviada. Aquel momento de relajación momentánea fue suficiente para el aprovechara y embistiera con mucha más fuerza, esta vez logrando su objetivo, abriéndola brutalmente y atravesándola con su miembro, lo que le provocó un grito de dolor que ella no pudo contener.

-          Aaaahhhh,  ah, ah…..  – Maria emitia pequeños sonidos de queja mientras permanecía con aquel miembro clavado en ella.

Él la mantuvo un rato en aquella situación, de la que estaba disfrutando. Con el miembro firmemente introducido, optó por no hacer ningún movimiento por el momento. Solo la miraba, observando sus gestos de dolor y sus quejas, que lo único que provocaban era que su miembro creciera y se endureciera todavía más, aumentando la sensación de Maria de estar siendo empalada.

Poco a poco fue empezando a moverse adentro y afuera, muy despacio, para que ella se relajara. Intentó que los movimientos fueran lo más largos posible, echándose hacia atrás lo máximo posible sin que se saliera, y después entrando lo máximo posible dentro de ella.

-          Que tal? –le preguntó – Todavia te duele?

-          Si , si,   ahhhh gimió levemente….. sobre todo cuando haces eso…

Javier comprobó que le dolía cuando entraba muy profundamente, llegando hasta el fondo.

-          Eso es porque no estás suficientemente dilatada para mi –le dijo- tenemos que trabajar esta zona un poco más….

Intrigada de qué había querido decir con eso, no tardó en comprobarlo. Notó como acortaba los movimientos, dejando de hacer la parte exterior de la trayectoria, y haciendo únicamente la más interior, la que mayor dolor le causaba, repitiéndola y concentrándose en ella.

-Ves?  Asi la trabajaremos , y será mucho mejor –le dijo con un punto de crueldad, mientras la presionaba cuando llegaba al tope, empujando un poquito más cada vez, para llegar lo más al fondo posible, disfrutando de sus leves quejidos de dolor.

  • Ayyy, ayyy,….    Por favor……  suplicó María, para que no la empujara tan adentro, que era donde más dolor la causaba.

  • Shhhh  - le dijo-  Recuerda que no puedes hablar, salvo cuando yo te pregunte…. Mira – y colocó junto a ella, en el sofá, una pequeña cajita.

-Ves esto? Abrió la caja, y su interior pudo ver que había tres pinzas de tender la ropa.  María, intrigada y temiéndose lo peor, se preguntó qué podía significar aquello.

-          Voy a cerrar la cajita…..Si ves que no puedes seguir así porque te duele mucho, no hables, solo abre la cajita, y yo entenderé que ya no resistes más esto.

Liberó sus muñecas para que pudiera mover de nuevo los brazos, y reanudó el movimiento, empujando dentro y fuera, esta vez todavía un poco más fuerte y apretando al llegar al fondo, mientras disfrutaba de los gestos y gemidos de dolor de Maria.

El dolor la laceraba, y miró la cajita con la idea de abrirla y terminar, pero le inquietaba lo de las pinzas, lo que podía significar aquello….  Se concentró en intentar olvidar el dolor que le producía cada aquella espada de carne que la atravesaba, que llegaba hasta lo mas hondo, donde más dolor sentía, y permanecía allí, martilleandola sin piedad.

Finalmente no pudo resistir más, el dolor se le hacía insoportable, la taladraba constantemente, y finalmente abrió la cajita, resignada a lo que pudiera significar aquello.

Javier procedió a extraer su miembro muy despacio, disfrutando del placer que le producía penetrarla, pero también del dolor que percibía en ella. Cuando lo hubo extraido, la incorporó y la sentó a su lado. La besó suavemente en los labios, mientras ella recomponía su gesto de dolor.

-Lo has hecho muy bien –le dijo- llenándola de satisfacción.

Mirandola a los ojos, comenzó a desabrochar los botones de su blusa, y una vez abierta, desabrochó también su sujetador, dejando sus pechos al aire. Suavemente comenzó a acariciarlos, haciendo círculos alrededor de sus pezones.  María bajó de nuevo los ojos, avergonzada por la situación, mientras notaba como sus pezones se alargaban y se endurecían. El también lo notó, y mientras continuaba acariciando los pechos con una mano, con la otra cogió una de las pinzas y empezó a rozar uno de los pechos con ella, de atrás hacia adelante, rozando con la pinza las aureolas, mientras Maria de reojo observaba la pinza con preocupación.

La dejó relajarse un poco en aquella situación, y cuando notó que ella estaba disfrutando de aquellas caricias colocó sorpresivamente la pinza en uno de los pezones.

-          Ahhh – gimió debilmente María, notando repentinamente el mordisco de la pinza.

-          Shhhh – le dijo el – recuerda que no puedes hablar, salvo cuando yo te pregunte.

María sintió como el dolor, aunque soportable, recorría su cuerpo, yendo desde la punta del pezón a su cerebro. Mientras lo hacía, Javier empezó a acariciar el otro pecho, provocándole una extraña sensación de placer en un pecho y de dolor en el otro, que nunca había experimentado.

Mientras todavía no había terminado de acostumbrarse a esta situación, notó como Javier colocaba otra pinza en el pezón que estaba acariciando, provocando en ella un nuevo gemido de dolor.

Vio como Javier sonreía con satisfacción, disfrutando del dolor que le estaba infligiendo, acariciando los pechos y dando suaves tirones de las pinzas, provocándole oleadas de dolor con cada tirón.

Bajó la cremallera de su pantalón, cogió su mano, y acompañó la mano de Maria a coger su miembro palpitante. Ella, obediente, deseando que aquello terminase cuanto antes, comenzó con un suave movimiento arriba y abajo, como la vez anterior le había enseñado, pero siempre sin mirarle debido a la vergüenza que sentía, imaginando cuando acabaría aquello.

-          Te duele? –preguntó con tono inocente, mientras daba un tironcito a uno de las pinzas, incrementando así el dolor.

-           Siii…  gimió ella débilmente.

Satisfecho, retiró una de las pinzas, acarició unos segundos el pezón permitiéndole recuperar su forma inicial, y colocó de nuevo la pinza, esta vez en posición horizontal.

María gimió y se retorció de dolor, que ahora era mucho mayor. Repitió la operación en el otro pezón, y dejó a Maria que se deleitara con aquella sensación de dolor que la atormentaba. La dejó en aquella dolorosa situación unos segundos.

-          Si quieres, podríamos quitarlas ya, pero a cambio tendrías que hacer algo…

Maria le observaba expectante, con ojos suplicantes, deseando terminar con aquel dolor que atravesaba todo su cuerpo.

-          Retiraré las pinzas, y durante los próximos quince minutos continuarás haciendo esto y llenaras mis huevos de semen. Cuando considere que ya está suficientemente espeso y abundante lo derramaré en tu boca, donde lo saborearas durante  al menos cinco minutos antes de tragarlo.

Ella lo observó con estupor, recordando lo difícil que le había resultado tener el semen en su boca la vez anterior, y solo habían sido dos minutos.

Javier comprendió que con su mirada le suplicaba una rebaja de los minutos saboreando el semen, pero en lugar de apiadarse de ella, solo consiguió obtener de él unos nuevos tirones de las pinzas, haciendo que casi se le escaparan las lágrimas.

-          Aceptas entonces? –le preguntó.

Ella comprendió que no iba a tener escapatoria, y resignada asintió con la cabeza, deseando que aquello acabase cuanto antes.

Javier retiró una de las pinzas, provocándole por un momento un dolor todavía mayor. Empezó a acariciar el pezón dolorido, y retiró también la otra pinza, dejando al aire los sus pezones. Acercó su boca a uno de ellos, y comenzó a lamerlo, provocando en María una indescriptible sensación de placer.

Pasados unos segundos en los que le pareció estar en el cielo, se dirigió de nuevo a ella.

-          Vamos – le dijo sonriendo-  mi semen te espera.  Sé que vas a disfrutarlo mucho, ¿verdad?

Maria bajó los ojos sonrojada, asintiendo, por temor al recuerdo que le traían las pinzas. Y continuó agitando su miembro despacio, arriba y abajo, durante el tiempo que él le había indicado.

-          Maria –le dijo pasados los minutos – mírame….  Y mientras ella levantaba la vista, acercó su glande a la boca de Maria, separó ligeramente sus labios, y le introdujo el pequeño orificio de la punta en su boca.

En ese momento levantó los ojos, y notó como su boca recibía la primera descarga, muy abundante, seguida de otras más pequeñas.

Notó en la boca aquella sensación, ese liquido espeso y tibio, que la llenaba, inundaba su lengua y todos los rincones de su boca, con un sabor que no era capaz de describir. Incapaz de mirar a su jefe, permaneció reclinada sobre él.

-          Bien  –le dijo- ahora es muy importante que dediques los próximos minutos a acostumbrarte a su textura, a su sabor,… por eso permanecerás aquí donde estas, paladeándolo y saboreándolo mientras trascurren los cinco minutos de los que habíamos hablado.

Horrorizada, pensó que cinco con aquello en la boca le iban a resultar eterno, pero recordando las pinzas se resignó a seguir sus instrucciones.

Javier cogió un pequeño reloj que había junto a él, y lo puso frente a Maria, haciéndola observar como el segundero se movia lentamente. Pasados aquellos minutos que le resultaron eterno, Javier se dirigió de nuevo a ella, incorporándola suavemente.

-          Maria, mírame…. Ahora es muy importante que me mires.

Avergonzada, con la boca todavía llena de semen, levantó ligeramente sus ojos para mirarle.

-          Saboréalo, pásalo por toda la boca, y trágatelo.

Aliviada de haber terminado aquella espera, mirándole a los ojos tragó el contenido de su boca, siguiendo sus instrucciones. En cuanto terminó de tragarlo, bajó sus ojos de nuevo..

Notó como el semen había dejado resecos y pegajosos sus labios, con una sensación extraña, y los relamió mientras permanecía junto a su jefe.

Pasados unos momentos, se dirigió de nuevo a ella:

-Maria, mírame – le dijo.

Ella, todavía impactada por lo que acababa de ocurrir, se giró y sin mirarle a los ojos, avergonzada, débilmente le preguntó:

¿Si?

-          Tienes todavía en la boca el sabor a mi semen?

Sonrojada, bajó todavía más la cabeza y susurró

-si, todavía lo tengo-

-          Bien- contestó Javier- ahora cogerás tus pinzas y las guardarás en algún sitio que tengas a mano, donde podamos cogerlas cuando yo considere que las necesitas.  Te las pondré cuando considere que te has distraído pensando en otras cosas mientras me hacías disfrutar, o si en algún momento te resistes a algo que yo quiera hacerte, si considero que no has saboreado mi semen lo suficiente, o simplemente cuando me apetezca verte con ellas. Tambien es muy importante que cuando tragues mi semen, después me des siempre las gracias, porque es un regalo que le hago a tu boca –Lo has comprendido?

-          Si- contestó ella.

Siguieron hablando un rato de temas intrascendentes cuando de nuevo le dijo:

-          María….-

Avergonzada, de nuevo se giró y le miró un segundo antes de bajar los ojos, y él le preguntó de nuevo

-          Tienes todavía en la boca el sabor a semen?

-          No, ya no, ya se me está pasando - le susurró esta débilmente –

Javier la miró sonriendo, suavemente cogió su mano derecha y la acompañó de nuevo a su entrepierna. La posó allí, e inmediatamente su boca se secó. Avergonzada, tragó un poco de saliva, que no pudo evitar pensar que era semen, y bajo de nuevo los ojos.

-           Maria , recuerdas bien todas mis indicaciones? –le preguntó mientras señalaba la cajita con las pinzas.

Agachó la cabeza, y notó como mientras le decía aquello, su miembro se endurecía todavía más. Lo apretó ligeramente, y comenzó a moverlo suavemente arriba y abajo, como le había indicado, y tragó de nuevo saliva, resignada a que hiciera con ella lo que quisiera.