La Renacida (2)

Sigue la historia de Rontar y Leine.

Al poco rato de estar Leine abrazada a la pierna de Rontar, el norteño se movió bruscamente haciendo caer al suelo a la cautiva sureña. Cosa que si le importaba no dejó traslucir en ninguno

de sus gestos. Se acercó a la puerta y a través de las rejillas que dejaba ver el largo pasillo miró con detenimiento y se quedó pensativo unos breves instantes. Tras esto volvió la cara hacia la mujer que aún permanecía inmóvil en el suelo, temerosa de incorporarse o hacer algún ademán que incurriera en la ira del tahnare.

-Iré a por ropa para ti. Esperame.

Leine asintió con un cabeceo, muda, incapaz de articular palabra. Quería decirle que ella conocía bien las mazmorras y que podría moverse con soltura por el palacio y regresar con ropajes adecuados para ambos. Pero la mirada del montañes la había enmudecido y dio gracias a las Diosas que al menos pudo mover la cabeza con un gesto afirmativo. No quería pensar en que habría sucedido si no hubiera dado una respuesta. Deseaba a Rontar tanto como le temía.

Pasaron varios minutos que le parecieron horas y regresó Rontar con un fardo de ropa oscura. Dejó caer delante de la esclava una túnica negra, amplia y sin escote. Una capa con capucha cayó acto seguido a sus pies. Él se vistió con ropajes parecidos y una capa similar que caló en la cabeza. Bastó una mirada para que Leine entendiera que debía vestirse con prontitud. La belleza de la antigua sacerdotisa quedó apagada con la vestimenta y su hermosa faz se ocultó al colocarse la capa del mismo modo que el norteño.

-Vamos, sígueme en silencio.

Nuevamente Leine asintió, bajó los ojos y se dispuso a seguir al que ahora era su dueño. Caminaron por varios pasillos apenas iluminados por hachones de luz y atravesaron algunas puertas que al contacto de la mano del tahnare se abrían. Leine estaba segura que las puertas estaban cerradas y que gracias a algún poder sobrenatural de Rontar estas cedían. Misteriosamente no se encontraron con ningún guardia ni carcelero. Cosa que extrañó de sobremanera a la joven esclava pero tras reflexionar supuso que su dueño se había cuidado de despejar la planta para evitar visitas incómodas cuando estuvo con ella.

Un temblor recorrió su espalda al recordar los intensos momentos vividos no hacía mucho tiempo. Veía capaz a Rontar de incapacitar a cualquier de los defensores de las mazmorras, no eran grandes guerreros pero podían empuñar un arma con mediana eficacia. Si se topaban con alguno de la Guardia Onyx creía que Rontar pasaría algún que otro apuro para derrotarle. Y tenía grandes reservas de que pudiera sobrevivir al campeón Onyx negro, el luchador mas poderoso de todo el imperio.

Por fin llegaron a una puerta que daba al exterior, Rontar se asomó y al notar que no había nadie alrededor sujetó la mano firmemente de Leine y comenzó a entonar una letanía que resultaba desconocida para la sacerdotisa avezada en hechicería. El fogonazo que sintió en sus ojos la obligó a cerrarlos y solo los abrió cuando oyó la voz de Rontar que la conminaba a ello.

Estaban en un bosque, Leine no tenía duda una vez vista la flora que se trataba de un bosque sharanaari pero no podía ubicar en que región se hallaban ahora.

Rontar agarró sus cabellos y la atrajo hacia él,

-Pronto anochecerá, ve a por leña.

Tras lo cual la empujó hacia el sendero que se abría a un lado del claro donde habían aparecido. Leine notó en la voz de Rontar cierta fatiga. Era la primera vez que aparecía un signo de debilidad en el fiero guerrero. El conjuro había debido suponer un enorme gasto de energía vital. Pese a esto no se atrevió a preguntarle y sumisamente se encaminó hacia la vereda buscando ramas para la fogata de la noche. Mientras se alejaba poco a poco el miedo que sentía por el tahnare iba disminuyendo a la par que el deseo que sentía por él cuando estaba a su vera. Lo achacó al hecho de haber notado un punto de flaqueza en el norteño y que su imagen idealizada se había roto. Iba cabizbaja inmersa en sus pensamientos y no se dio cuenta que había unas figuras cercanas a ella que al atisbarla habían permanecido quietas y semiocultas.

Una voz en sharanaari le dió el alto.

-Lwo, Alto en nombre de las diosas Oscuras.

Leine se quedó petrificada cuando alzó la mirada y vio que eran miembros de la guardia de Onyx Rojo acompañados de una sacerdotisa menor. Por un momento se debatió entre su antigua lealtad a las Diosas y su entrega a Rontar. No tuvo tiempo de pensar más pues sonó una voz ahora ya familiar a su espalda.

-¡Marchaos!

Los soldados desenfundaron sus armas y se colocaron en formación de combate adoptando un círculo de protección en torno a la clériga.

-¡Marchaos!- repitió Rontar -Si apreciáis vuestra vida y olvidáis que nos habéis visto.

Sonó una carcajada y la sacerdotisa preguntó con claro desprecio al notar que la voz que había hablado era la de un varón.

-¿Quién te has creído que eres para hablar así a una servidora de las Diosas? Pagarás tamaña ofensa con tu vida.

Rontar se quitó la capucha de la cabeza y miró fijamente a cada uno de los miembros de la patrulla, los cinco hombres y la mujer. Los soldados después del intercambio de miradas se tornaron mas inseguros y lanzaron miradas a la representante del clero esperando instrucciones.

-Eres el primer tahnare que haya sabido que amenaza a una sharanaari. Tu pueblo solo sabe estudiar y recopilar conocimientos. Son cobardes y rehuyen el combate. Eres el único que tiene agallas o eres el único demasiado loco como enfrentarte a nosotros- dijo provocando la sacerdotisa que debía apenas frisar la veintena.

-No me hagáis perder más tiempo, marchaos, no me obliguéis a mataros.- sentenció Rontar

-Matadle – ordenó la sacerdotisa mientras comenzaba a musitar una poderosa maldición.

El airado montañes e movió con una celeridad inusitada y antes de que ninguno de los sureños pudiera reaccionar había golpeado a uno de ellos en la nuez hundiéndole la garganta y provocando la muerte instantánea. Arrancó de sus manos la espada y la insertó en el mas cercano y tras girar sobre si mismo arrojó la tizona al tercero que agonizó sin darle tiempo a lanzar su primer estocada. La sacerdotisa terminó la salmodía y su cara perpleja revelaba la inutilidad de su magia hacia el tahnare.

El fiero luchador de Tahnar esperó que los dos restantes guardias se abalanzaran sobre él y en el titubeo que mostraron tras ver caer a sus otros compañeros les costó la vida. Sendos impactos en pleno corazón con los puños curtidos los dejó fuera de combate y tras algunos estertores fallecieron.

Rontar comenzó a caminar hacia la única superviviente de la patrulla con pasos firmes con la mirada clavada en la mujer. La sharanaari comenzó a sentir pavor por aquel que había matado a todo su acompañamiento en apenas unos segundos.

Una bofetada resonó en todo el bosque la tumbó. El norteño la asió de los cabellos e izó su cabeza acercando su rostro hasta casi rozar los labios.

-Maldita loca, te di una oportunidad de vida para ti y los tuyos.

Leine la otrora poderosa sacerdotisa mayor se había hecho un ovillo al comenzar el combate y así había permanecido hasta que sonó el manotazo. Irguió la cabeza para ver a su dueño cara a cara tan cerca de la otra joven que no pudo sentir otra cosa que celos al creer por la cercanía de los cuerpos que la estaba besando. Sabía que poco podía haber hecho en el combate, su capacidad mágica estaba agotada y no era muy ducha en el manejo de las armas. Con estas razones se autojustificó su modo de proceder y siguió observando la escena en silencio.

Rontar con su otra mano acarició el rostro de la mujer que yacía temblorosa en el suelo y que tenia sujeta por la nuca.

-¿Cómo te llamas?- inquirió con una voz dulce y desconocida para Leine.

-Dalna, hija de Norat, sacerdotisa menor de la ciudad de Lorek.

Leine volvió a percibir de nacía de ella de nuevo el deseo por Rontar así como su miedo y un profundo desconcierto por los sentimientos intermitentes. De repente creyó atisbar la causa de todo el torrente de emociones enfrentadas y potenciadas.

-¡Maldición! - pensó Leine- posee Aram como las diosas. Ahora entiendo todo lo que he sentido de esta manera tan intensa. Leine había descubierto en un mortal un poder que solo había sentido en divinidades. La capacidad de multiplicar por mil los sentimientos de las personas que le rodeen. Esa fue la razón de su entrega tan rápida. No había otra explicación, había sido influenciada mágicamente. La rabia intentó aflorar en la superficie pero la amalgama de pasiones que la dominaban devoró rápidamente la ira y esta se quedó inerte. No pudo evitar pensar que hubiera sido cuestión de tiempo que hubiera sucumbido ante Rontar solo se habían adelantado los acontecimientos. Lo que se proponía su amo con la otra joven era una incógnita, quiso decir algo pero recordó quien era ahora y aún le dolía la marca de fuego así que decidió callarse y observar.

-Dalna no me tengas miedo, tranquila – musitó Rontar al volver a pasar la mano por el rostro de la joven. Ésta cerró los ojos y su respiración se volvió mas pausada. Al inclinarse el norteño y besarla en la boca la sacerdotisa abrió los ojos sorprendida para encontrarse los ojos grisáceos del tahnare, tras unos segundos volvió a cerrarlos y se abandonó al beso. Rontar se tumbó encima de ella y la alzó las vestiduras dejando su cuerpo semidesnudo pero Dalna no parecía importarle, parecía en un trance. Montó sobre la joven y comenzó a penetrarla de un modo salvaje, con embestidas bruscas y enérgicas, de una manera que Leine ya había sentido y sufrido. La sureña jadeaba y gemía aferrando sus manos al cuello robusto de Rontar pidiendo a veces más, otras parar y unas pocas veces que fuera más suave.

Así permaneció un largo rato en que los únicos sonidos diferentes eran los gemidos de Dalna que iban desgranando sus momentos de clímax. Los cuales se sucedían sin que Rontar diera muestras de cansancio o intención de acabar.

Leine estaba paralizada y no sabía como actuar. No conseguía hacer otra cosa que mirarles, no podía apartar la vista. Un gruñido por parte del guerrero fue el indicio de que había llegado al culmen y había dejado su simiente dentro de Dalna. En ese momento Leine estalló de celos y se levantó con lágrimas en dirección a Rontar, el cual se levantaba con parsimonia de encima de la extasiada sacerdotisa ajena a lo que sucedía en su entorno.

La esclava se encaró a su dueño y le miró fijamente a los ojos y se quedó boquiabierta y apenas atinó a murmurar – Tus ojos...

-Ahora son distintos, lo sé – dijo cortando la frase Rontar mientras su esclava descubría sus ahora violáceos ojos.