La Reme, de beata a choni, 5
La cosa se complica. Carolina, la hija de Reme y Gustavo vuelve a casa tras terminar el máster. Nos gustamos, salimos y decidimos casarnos
LA REME, DE BEATA A CHONI, 5
Las semanas siguientes transcurrieron, más o menos, en la misma tesitura. La Reme cada vez estaba más suelta y pendona, Gustavo había aprendido a hacer, no ya la vista gorda, si no lo siguiente y asistía impávido al despliegue de vestuario de furcia con que le deleitaba su entrañable esposa cada vez que salía de casa. Ni siquiera osaba preguntar cómo es que se vestía de esa forma cuando se supone que acudía a limpiar mi casa. Al menos el hombre tenía la prudencia de evitar humillaciones y respuestas bordes innecesarias.
Reme, cada vez más descarada llegó incluso a pasar alguna noche en mi casa contándole a Gustavo la milonga de que tenía que acudir a cuidar indigentes o refugiados en las viviendas tuteladas de una ONG de la parroquia. Un cuento chino que a Gustavo le resultaría facilísimo desmontar. Pero me parece que se había dado por vencido con la transformación de la beata de su esposa en un putón y no quería indagar más allá de las tibias sospechas que a veces le acechaban. Tenía la moral bastante por los suelos porque a los problemas en el trabajo, apretado por sus subordinados y ninguneado por su jefe (o sea, por mí), se unía la situación gélida en que se encontraba su matrimonio, sin saber que, a fin de cuentas, había sido su servil actitud conmigo, la que me había colocado en bandeja su esposa.
Lo único que podía aliviar algo la situación para Gustavo era la inminencia de la llegada de su hija, a punto de terminar sus estudios.
Para mí, que empezaba a estar un poco saturado con la situación, la Reme se había vuelto bastante insaciable, la aparición de la hija del matrimonio me pareció genial, para ver si mi putilla se distraía un poco y tenía algo más de tiempo libre para explorar algún chochete nuevo por ahí…
La hija de Reme se llamaba Carolina. Tenía 24 años y había estado todo el año haciendo un máster de negocios en Edimburgo. Lo típico: cómo los Erasmus, pero más caro. Pasando frío, lluvia, viendo como se hacía de noche a las cuatro de la tarde y, sobre todo, despilfarrando la pasta que tanto les estaba costando ganar a sus padres (a Gustavo aguantando mis broncas en la oficina y a su madre... bueno, ya sabéis, usando sus " armas de mujer ", por decirlo finamente, para que no peligrase el puesto de trabajo del cornudo).
El caso es que, acabado el curso, le tocaba volver al regazo de sus padres a pegar la gorra. Reme había conservado la remota esperanza de que consiguiese un curro por allí y dilatase algo más su retorno. Ahora estaba lanzada en su nuevo rol de choni putón y no tenía ningunas ganas de que le cortasen el rollo. Pero Gustavo veía las cosas de otro modo. Echaba de menos a la niña y más ahora, que la Reme estaba cada vez más distante y distinta. Su carácter, antes tan dulce y tímido, había trocado en agresividad y borderío. Gustavo lo atribuía vagamente al presunto quiste en el pecho del que la habían operado, como si eso le hubiera agriado el carácter. Todos sabíamos que los tiros no iban por ahí y la explicación tenía más que ver con mis sesiones de rabo taladrándole el ojete, mientras la muy cerda se frotaba el clítoris con ansia viva. Pero si al bueno de Gustavo le consolaba su explicación psicosomática del cambio de carácter de su mujer, pues perfecto. Por mí lo podían zurcir, no era más que un picha floja incapaz de saciar de polla a una jaca espectacular.
De Carolina, a la que toda su familia llamaba Lina, yo sólo había visto un par de fotos de esas que tenían por el comedor de casa. Su madre se había cuidado bien de no mostrarme nada sobre su hija, concentrada como estaba en sacarle brillo a mi sable. En cuanto al padre, hablaba de vez en cuando de ella, pero lo tenía lo bastante acojonado como para evitarme salvo en momentos de intenso peloteo o cuando el trabajo lo requería imperiosamente. Así que cada vez confraternizaba menos conmigo. Creo que había descartado el ser coleguis … ja, ja, ja.
Por las fotos parecía una niña mona sin más. Nada para tirar cohetes. Por eso me impactó tanto cuando la vi en persona. Un auténtico bombón. Era una fotocopia de su madre pero en joven y estilizada. Es como si hubiesen estirado a la Reme quince centímetros y le hubieran rebajado un pelín las tetas y el culo (que pena, mis partes favoritas...)
Y ya teníamos aquí a Lina: alta, delgada, larga melena castaña de pelo liso, guapísima y con un carácter delicioso, entre tímido e infantil que me atrajo irremediablemente. No ya para follar (que también) sino, sobre todo, como pareja y para formar un hogar.
Gustavo que vivía en la parra no percibió nada pero la Reme, que era un lince, enseguida se dio cuenta del tipo de mirada que dirigí a su hija y encendió todas sus alarmas.
No obstante, estaba decidido y, pasando de la Reme, pero contando como inesperado aliado con Gustavo, que volvía a ver una oportunidad de ganar mi favor, decidí invitar a salir a Lina. Ella, toda inocente, aceptó encantada, a pesar de la cara agria de su madre y, sin que hiciese falta que su padre la presionase ni nada. Está claro que yo le resultaba atractivo. Además, me hacía oxigenar un poco la situación que se estaba volviendo algo opresiva. No es que no me gustase follarme a la Reme. Seguía encantándome, claro. Necesitaba espaciar los encuentros. Más que nada, para disfrutarlos más.
No me hizo falta llegar a la tercera cita con Lina. Me bastó con la segunda para ver que era una chica estupenda, inocente y una excelente persona. Mucho más parecida de carácter a su padre que a su madre. Bueno, más bien, al tipo de mujer en que yo había convertido a su madre.
El caso es que descubrí dos cosas. La primera es que era exactamente el tipo de chica con el que quería casarme e iba a ser una madre estupenda del montoncillo de cachorros que pensaba tener. No, si es que en el fondo soy súper tradicional. La segunda cosa es que no tenía la menor intención de dejar de follar a la Reme... o a cualquier putilla que se cruzase en mi camino. Casado o no. Ya vería la forma de compaginar ambas cosas…
Las conclusiones que saqué, tras echar el primer polvo a Lina, fueron definitivas y confirmaron mis sospechas e intenciones. La hija de mi guarra de cabecera no es que fuese sosa en la cama, no. Era lo siguiente. La chica ponía voluntad. Hasta intentó un patético simulacro de mamada del que la exoneré después de que se atragantara un par de veces. Lina hacía lo que podía, pero la situación la superaba completamente. Hubo un instante definitivo, cuando, después de masajearle el culo mientras la morreaba, acerqué, audazmente, mi dedo hacia el ojete. Fue notar la proximidad y dio un respingo tal que me pegó un susto de cojones.
Ahí ya me di cuenta definitivamente de que con Lina, en el tema sexual no había nada que rascar. Y yo, que iluso de mí, había llegado a fantasear con hacer un trío con su madre. La imaginación es lo que tiene. Me veía a mí mismo con una comiéndome el ojete y la otra la polla, antes de poner a ambas mirando a Cuenca y petarles el culo alternativamente...
¡En fin, mi gozo en un pozo!
Aun así, decidí mantener mi estrategia. Conservaría a mi putita de cabecera, la Reme y dejaría a Lina el papel de amante esposa (y cornuda....) como el bueno de Gustavo.
Decidí contratar a Lina en la oficina. Ahora, como jefe de servicio me lo podía permitir, pero lo hice en el turno de tarde. Más que nada para dejarme vía libre a la hora de follar con la, todavía, mujer de la limpieza.
La Reme, temerosa de la amenaza que representaba su hija, aceptó encantada la nueva situación. Y más cuando le conté mis planes y el papel que pensaba reservarle en mi matrimonio, como desahogo sexual del macho dominante de la familia, o sea de mí.
Contentísima de conservar mi rabo lo celebró con una de las mejores comidas de polla que me había hecho nunca.
Todavía no tenía bien claro cómo iba a encajar todas las piezas: Lina, Reme, el insufrible cornudo de Gustavo... Pero ya encontraría el modo. De momento, lo primero era fijar fecha para la boda y preparar la lista de invitados.
Entre los invitados, claro está, tenía que contar con mis padres. Después de cómo me largué de casa la última vez, no tenía muy claro cómo se tomarían ellos la invitación a la boda. De hecho, no es que tuviese muchas ganas de verlos. Sobre todo a mi vieja, de la que sólo tenía noticias indirectas a través de un amigo que se la estaba follando. Pero me pareció más sensato invitarlos, sobre todo para que no quedase una ceremonia muy rara sin ningún invitado de parte del novio.
Antes de continuar, quizá debiera añadir un dato que omití anteriormente. Ya dije que la relación con mi madre no era muy buena. No lo fue desde que me eché de novia a mi antigua mujer, que a mi madre no le gustaba nada. Pero hubo un breve periodo, tras mi primera separación, en el que estuve viviendo en casa de mis padres y conseguí reconducir la situación recuperando el favor de mi madre. Pero no lo hice exactamente siendo un buen chico, como podríais pensar. Sino todo lo contrario, siendo un auténtico hijo de puta. Sí, tal vez alguno lo haya adivinado, me convertí en amante de mi madre. De hecho la convertí en una especie de zorrita, algo similar a lo que había hecho posteriormente con la Reme, sólo que con una dosis extra de morbo.
Todavía no sé por qué lo hice exactamente. Supongo que por el morbo, sobre todo. Y también, claro está, porque la vieja estaba bastante, bastante buena. Tenía y tiene un polvo. El caso es que mantuve un rollo bastante puerco con ella y, cuando la tenía totalmente encoñada, me largué tras traspasársela a un colega (es una larga historia que tal vez cuente en otra ocasión). Me largué a la francesa casi sin despedirme, ni dar explicaciones. No fue una actitud demasiado elegante, pero, bueno, yo soy así…
Mi padre, que parece un alma gemela de Gustavo, afortunadamente no se enteró de nada, pero la putilla de mamá pilló un cabreo impresionante tras mi marcha que le duró bastantes meses.
Cuando los invité a la boda hacía poco que casi habíamos normalizado las relaciones, aunque albergaba serias dudas de que aceptasen la invitación. Tampoco me apetecía demasiado juntar a mi vieja con la Reme, tenía la sensación de que podrían removerse cosas del pasado o de que iban a chocar, por incompatibilidad de caracteres.
Hasta casi el último momento conservé la esperanza de que mis viejos se descolgasen (por presiones de la zorra de mi madre) con que no podían venir a la boda.
No hubo suerte. Aceptaron, y dos días antes de la ceremonia fui a buscar a mis padres al aeropuerto. Sólo me quedaba esperar que no hubiese choque de trenes.
(Continuará…)