La Reme, de beata a choni, 4

La Reme acude con su esposo a la fiesta de Navidad de la sucursal y volvemos a disfrutar a escondidas del personal

LA REME, DE BEATA A CHONI 4

Después del tremendo recibimiento de la Reme y del genial estreno de sus enormes tetorras, volvimos a retomar lo nuestro por donde lo habíamos dejado. Pero con más ganas.

La Reme había llegado a ser la perfecta choni. Más o menos el tipo de guarra en el que aspiraba convertirla desde el primer día que la vi. Recordaba perfectamente el momento, allí en el descansillo de la escalera, flanqueada por el gilipollas de su esposo, luciendo ese cuerpo de jamona beata, embutido en ropajes antilujuria. Todo un diamante en bruto que, con mucho esfuerzo y la inestimable voluntad de la buena mujer, había terminado siendo la verdadera joya levanta-rabos que era ahora.

Y, como convidado de piedra teníamos al tonto del culo del enano cornudo. El pobre ya no sólo tenía que conformarse con las humillaciones habituales y ser, sin saberlo, el hazmerreír de la sucursal, sino que ya, hasta la Reme había entrado en el juego y no dudaba en ridiculizarlo. Sobre todo si estaba en presencia de alguien. Cuando estaban solos se limitaba a ignorarlo, o, al menos, eso es lo que me contó.

El pobre diablo no acababa de entender lo que ocurría y lo atribuía a la presunta enfermedad de su mujer (el falso tumor benigno) que tan brillantemente había superado. El pobre pichafloja, se esmeraba en responder a sus desplantes con una compresión que daba vergüenza ajena. La Reme, que rebosaba autoconfianza y estaba colgadísima de mi polla, se mostraba especialmente dura y cortante con el bueno de su esposo y se limitaba a sacarle pasta y mantenerlo a raya. Evidentemente, las relaciones sexuales entre el matrimonio habían pasado a la historia.

Lo raro del asunto es que el maricón de Gus, no se preguntase a qué venía toda la lencería sexi, los tangas mínimos y la ropa de putón verbenero que, de repente, había empezado a invadir los armarios de su mujer, desplazando los recatados vestidos de los viejos y, para él, felices tiempos.

Para dar una vuelta de tuerca más al asunto, se me ocurrió que, al tradicional aperitivo navideño del trabajo de este año, los empleados acudiesen con sus parejas.

Sé que al cornudo no le hizo mucha gracia, pero, como responsable que era, y mi segundo de a bordo, se vio obligado a tragar.

En cuanto a la Reme, a la que ya le había contado mis intenciones, la cosa le entusiasmó. De hecho, no pareció preocuparle lo más mínimo el aparecer delante de todo el mundo como la fulana del jefe y que su ridiculizado esposo tuviese que lucir una evidente cornamenta delante de sus subordinados. De hecho, la cosa la puso tan cachonda que, cuando le conté el plan, tuve que echarle un polvo de urgencia para bajarle la calentura.

A pesar de las fechas navideñas, ya tenía pensado el vestido de mi guarra. Me acerque a una tienda de moda colombiana del barrio y le compré un vestido muy corto y ajustado de tirantes (un par de tallas más pequeño) de lycra, muy llamativo, de color azul eléctrico y unos zapatos con un tacón de quince centímetros, a juego. Para completar el atuendo le sugerí que buscase el tanga de hilo dental más puerco que tuviese y, por supuesto, que se olvidase de usar sujetatetas...

Ella estaba encantada, sólo me suplicó una cosa:

-Javi, ¿me dejarás ponerme medias…? Es que si no, me voy a congelar

-Bueeeeno, vaaale… -respondí displicente. –Pero nada de pantis… Te pones unas medias con su liguero y tal… En plan sexi… O, mejor dicho, en plan putón. Te pega más.

-¡Cómo me conoces…!

El grotesco contraste entre el bajito y barrigón cornudo y la putilla de su mujer (que con los taconazos le iba a sacar un palmo), vestida como una fulana de tebeo, con las tetazas bien marcadas y empitonada por el frío, y un vestido tan corto que, a poco que se menease iba a mostrar el ojete, levemente tapado por la tira del tanga, y el provocador tatuaje de la nalga, me ponían el rabo duro solo de pensarlo. Y culminando la jugada lucía unas medias negras de seda y un liguero, que me habían costado una pasta y le sentaban como un guante.

Era vox populi en la sucursal que me estaba follando a la mujer de Gustavo. No sé cómo diablos se había enterado el personal, pero esas cosas se acaban sabiendo. El caso es que la gente flipó con el atuendo de la guarra de Reme y la cara de circunstancias de Gustavo, que no sabía dónde coño mirar sin que su reluciente cornamenta brillase potentemente. Más tarde Reme me contaría que la bronca con el cornudo por ir vestida a la fiesta de esa guisa fue de órdago. Pero, lógicamente, la zorrita se impuso. Sabía lo que complacía a su macho y el cabreo que iba a pillar si no aparecía vestida tal y cómo le había indicado.

Aunque no es que necesitase muchos estímulos, ni la más mínima coacción, para parecer tan puta como se había vuelto. El asunto de hacer de guarrilla le ponía el coño babeando y era una sensación que le encantaba.

Contrastando con la cara de Gustavo, estaba la mía. Una complaciente sonrisa de perdonavidas (hacia el pichafloja, mi teórica mano derecha en la empresa) de oreja a oreja, que acentuaba la humillación del pobre hombre.

Y, si todavía había algún alma cándida que dudase de que me estaba cepillando a la Reme, las dudas se disiparon inmediatamente al ver como con un descaro absoluto y sin cortarme un pelo cuando el cornudo no miraba, le pegué una sobada monumental al culazo de Reme, levantando bien la faldita para exhibir su trasero con el ostentoso tatuaje de Jessica Rabbit, que pudo observar atónito la mayoría del personal de la oficina. La gente flipaba.

Al cabo de un ratito, en el que aproveché cualquier momento de distracción de Gustavo, para meter mano a la Reme, nos decidimos a culminar la humillación del maricón y, tras encargarle al capullín que bajase al almacén a por más vasos de plástico (no es que faltasen, pero bueno…), agarré de la manita mi putilla y nos dirigimos a mi despacho para que me hiciese una buena mamada bajo la enorme mesa de escritorio que acababa de comprar para celebrar mi ascenso.

-¡Venga guarrilla! Coge el cojín y ponte en posición… -le lancé el susodicho cojín y me repantingué en el sillón de ruedas del despacho.

Ella soltó una risita nerviosa y puso el cojín en el suelo, entre mis piernas. Medio tapada por la mesa y de espaldas a la puerta se arrodilló y tras desabrocharme la bragueta, escupió un par de veces en mi polla, ya tiesa, al tiempo que exclamaba:

-¡Joder, cabrón, ya estabas tardando! No sabes las ganitas que tenía…

Y la engulló hasta los huevos de una tacada, al tiempo que empezaba a babear muy en su estilo. Gruñí de satisfacción como un cerdo, al tiempo que la agarraba bien de la cabeza y empezaba a follarme su garganta en plan cañero, como de costumbre. Al tiempo que sentía como las babas empezaban a recorrer mis cojones y resbalar sobre la piel del sillón.

Antes de que la cosa fuese a mayores, me quité los pantalones para que no se manchasen y, tras dejar a la puta que se recuperase en esa pausa, mientras sacaba las tetazas del escotado vestido y se subía la faldita para dejar a la vista su culazo, por si quería palmearlo mientras me hacía la mamada, volví a apalancarme cómodamente para proseguir con el show.

Tal y como estábamos colocados podía ver perfectamente la puerta de la oficina y la mesa tapaba el cuerpo arrodillado de Reme. Como es tan pequeñaja, cabía perfectamente en el hueco de la mesa. Creo que no quedaba ningún resquicio a la vista si alguien se asomaba por la puerta… Aunque tal vez se filtrase, por los tres o cuatro centímetros en que la mesa no llegaba al suelo, alguna imagen de los pies de la zorrita… Pero, bueno, ¿a quién se le iba a ocurrir entrar a hacer una inoportuna visita en medio de una fiesta tan animada?

Efectivamente, ocurrió lo que vosotros estabais pensando. Tras dos leves toques en la puerta, el puñetero cornudo asomó su cabeza cuando más estaba disfrutando con la puerca de su mujer.

-Javi… Javi… perdona… -dijo mirando la penumbra de la habitación, iluminada tenuemente sólo por la lámpara del escritorio.

La guarra, al oír la voz de su esposo, se detuvo en seco, con la tranca a medio meter. Pude ver como alzó la mirada suplicante, sin saber a qué atenerse. Yo, cuando me la están chupando no estoy para tonterías, y me molestó tanto la intromisión del pichafloja, como que su mujer se detuviese a media tarea. Así que decidí solucionar ambos asuntos a la mayor brevedad posible.

A la puerca de la Reme, le pegué un sopapo en la mejilla al tiempo que movía la pelvis para que se tragase mi tranca. No hizo falta más. Enseguida entendió cuál era su función en esos momentos y volvió a menear la cabeza a buen ritmo. De hecho, empezó a pajearse, como hacía habitualmente cuando me la mamaba. Paja que estaba postergando por si me la follaba o le quería comer el coño. Parece que entendió que hoy eso no tocaba.

En cuanto al cornudo, opté por tratarlo como a un estúpido. Con desprecio y mala leche le contesté:

-¡A ver Gustavo! ¿Qué coño quieres? ¿Te parece que tienes que venir a darme por el culo hasta el día de la fiesta de Navidad?

-Perdona… Javi… Yo, no… yo no quería molestarte… No sabía que estabas liado, ni nada…

-¡Pues sí, joder! Tengo que hacer unas llamadas y he venido aquí para que no me incordiéis… -al decirlo cogí el teléfono, mientras con la otra mano forcé más aún la cabeza de Reme.

El chapoteo de la mamada se oía perfectamente, pero tanto el cornudo, como yo, hacíamos la vista gorda, o, mejor dicho, oídos sordos… ja, ja, ja.

-No es que… es que no encontraba a la Reme y no sé si tú sabías dónde estaba…

-¡Joder, tío, que cansino con la Reme! ¡Deja respirar a la buena mujer, hostia! ¡Es que no te despegas de ella ni a sol, ni a sombra! –estaba aprovechando para cebarme en el pobre cabrón. Al mismo tiempo aceleraba con rabia los movimientos de mi polla en la garganta de su mujer, que trataba de seguirme el ritmo. En algún momento creo que pude observar que levantó la vista sorprendida por mis palabras, pero sin dudar en ningún momento en su voluntad de guarra chupa pollas. Tenía el rímel corrido por el esfuerzo y se le saltaban las lágrimas de forzar la boca para tragarse mi rabo, pero insistía con pasión y meneaba febrilmente su manita masajeando su húmedo clítoris buscando ansiosa también su orgasmo. -¡Anda, Gustavo, lárgate de una puta vez que tengo que llamar por teléfono! ¡Mira por fuera, en la terraza, para ver si ha salido a fumar o a ver si está en el baño…! ¡Pero date el piro ya!  ¿Vale?

Es evidente que Gustavo se estaba dando cuenta de lo que estaba pasando, por mucho que la mesa tapase el cuerpo de la furcia que me chupaba la polla. No hacía falta ser un lince para ver que, por eliminación, la única mujer que no estaba en la otra sala era su mujer. Pero, supongo que trataba de negarse a sí mismo la verdad. Para mí (y también para la zorra de su esposa) era mucho más divertido así: mantener la ficción del engaño, hacerse la virtuosa esposa aunque algo malhumorada por su reciente operación… En fin, el que no se consuela es porque no quiere…

Finalmente, Gustavo agachó la cabeza y, por un momento, me pareció ver que se fijaba en unos zapatos de tacón parecidos a los de su mujer que se veían mínimamente por la parte inferior de la mesa, pero, pronto desvió la mirada. Supongo que pensó aquello tan socorrido de, ojos que no ven, corazón que no siente. Así que mejor no ver.

Balbuceando, con un ruido que, a duras penas se sobrepone al chapoteo de la boca de la Reme, murmuró una despedida:

-Voy… voy a ver si está fuera por el coche y eso…

-¡Hala, hala, adiós..!

En cuanto salió por la puerta, levanté la cabeza de la cerda y escupí un par de veces en su cara. Le restregué bien los lapos, contento de que los aceptase casi con placer y tras comentarle: “¡Joder, que marido más gilipollas tienes, Reme!” le pegué un buen morreo al que ella correspondió con entusiasmo sin soltar mi polla, que tenía bien agarrada. Después, procedí a culminar la manada para regarle bien la jeta de lefa. Quería que saliese a la fiesta con la leche reseca bien esparcida por la cara. Para que todo el mundo viese lo puta que era la mujer del segundo de a bordo en la sucursal.

El polvo salió perfecto. La Reme consiguió simultanear su orgasmo con la ducha de leche que regó su carita. Justo antes de extenderle bien el esperma por la faz, le hice un par de fotos con el móvil. Por un momento pensé en poner una de ellas como salvapantallas del ordenador, pero deseché la idea. La puse como foto de su contacto en el móvil, para ver su preciosa cara de puta en su máximo esplendor cada vez que me llamase…

Tras la mamada la mandé a departir con el resto de los invitados de la fiesta, mientras me ponía los pantalones y me adecentaba un poco. Mucho menos que ella, claro. Yo no tenía la cara y el pelo hechos un cromo y llenos de esperma. Menos mal.

Minutos después Gustavo volvió a entrar en la sala principal, tras buscar a su mujer en el parking y por los alrededores de la oficina, por si había salido. Todo, con la rechifla general del personal que estaba perfectamente al corriente de lo que había pasado. Nada más aparecer en la sala, la vio, sonriente, con los labios algo hinchados y un pelín congestionada, tomando una copa y charlando animadamente con otros compañeros. Al ir a hablar con ella, no puede evitar fijarse en dos sospechosas manchas blancas en el vestido, en el pecho izquierdo. Así como restos extraños en el pelo, el maquillaje desaparecido y un aspecto, cuando menos, agitado, por decirlo suavemente.

Tras preguntar dónde había estado, la respuesta, fría y con aplomo de Reme, ante todo el personal que escuchaba atentamente, fue:

-Estaba en el baño...

-Pero si he mirado dos veces y no había nadie.

La gente contemplaba atónita la conversación y  algunos, conocedores de lo que había pasado, no podían aguantarse la risa.

-Nos habremos cruzado... - dijo Reme tranquilamente, girándose y dejando al cornudo con la palabra en la boca.

Justo en ese momento aparecí yo, rascándome la polla ostensiblemente e incorporándome al corrillo, dando la espalda al marido, y sonriendo con complicidad a mi choni tetona

(Continuará…)