La Reme, de beata a choni, 2
Continúan mis andanzas con la Reme. La convierto en mi amante oficial y, juntos, hacemos crecer la cornamenta de su marido
LA REME, DE BEATA A CHONI 2
Gustavo, al día siguiente, me preguntó si estaba contento con el trabajo de la Reme. Mi respuesta creo que le satisfizo plenamente:
-Gustavo, la Reme, es la mejor mujer de la limpieza que he tenido. Cuídala por mucho tiempo y procura que no falte a sus deberes. De momento ya sabes que tiene que venir cada día hasta que tenga la casa como los chorros del oro. –“ y mi polla también ”, pensé. – Después ya vendrá tres días por semana o algo así. ¿Te parece bien?
-Claro, don Javier, claro… -respuesta correcta. Si hubiese dicho que no, lo habría puesto de patitas en la calle y, seguramente, me seguiría follando a su mujer.
Los dos días que quedaban hasta el finde, liberé a Reme de las tareas de la casa y los dediqué a follarle el coño y, el viernes, a estrenar su ojete. Lo que me costó Dios y ayuda, porque la muy guarra se resistió como gata panza arriba. Pero, finalmente, tras una tarde intensa de comida de ojete y uso de los dedos para prepararla, con un tubo de lubricante como colaborador necesario, le dejé el culo como un bebedero de patos y una buena ración de leche condensada en su intestino.
Como era viernes, el finde pensaba dedicarlo a otras zorritas. La casa ya estaba como los chorros del oro y mi compañera oficial de guarrerías tenía un par de días para ponerse pomada y recuperar la forma para el lunes.
Pero antes de despedirme de ella, aclaré un par de cuestiones. Mientras la abrazaba cariñosamente junto a la puerta le pregunté:
-Reme, guapa, ¿con tú marido, cada cuanto tienes relaciones?
-¿Relaciones? –me miró, como aturdida, sin saber a dónde quería llegar con la pregunta. Creo que, además, todavía estaba recuperándose de la enculada.
-¡Sí, joder…! ¡Que cada cuando te folla Gustavo!
-Bueno… -sorprendentemente, ella se mostraba todavía extremadamente tímida y recatada. Volvía a ser la Reme beata que tan excitante me resultaba.-La… la verdad… La verdad es que… hace bastante que no hacemos nada…
-¿Bastante, cuánto es? –pregunté yo, que ya sonreía para mis adentros.
-Pues, no sé… Debe de hacer… debe de hacer un par de años… o así…
No pude evitar soltar una carcajada, al tiempo que empecé a amasar sus tetazas, centrándome después en los pezones, empitonándola a fondo. Pronto empecé a notar como gemía, la muy guarra… Demasiada hembra para Gustavo.
-¡Un par de años! ¡Ja, ja, ja…! ¡Ya decía yo…! ¡Menudo maricón…!
Ella, tartamudeando, intentó disculparle:
-No, don Javier… Tiene que entenderlo… Es desde que empezaron los problemas en el trabajo… Y luego con los estudios de la niña… Vamos justos de dinero…
-¡Venga Reme, no digas gilipolleces…! ¡Que el cornudo de tu marido es un maricón y un pichafloja y punto! No se merece tener a una puta jaca como tú… Desde luego, si yo estuviera casado contigo te iba a salir la leche hasta por las orejas, ¡joder! De hecho, eso es lo que vamos a hacer… -le retorcí un poco los pezones, provocándole un gemido. Ella me miraba como anhelante, entreabriendo la boca.- A partir de ahora, putilla, no quiero que te vuelvas a acostar con el cornudo nunca más. ¿Lo has entendido?
-Sssí… sí…-lo susurró muy tímidamente, asintiendo con la cabeza. De todos modos, yo tenía bien claro que al cornudo ya le iba yo a apretar las tuercas bien, para mantenerle la líbido bajo mínimos… ¡Sí señor! ¡No se merecía una jamona de esas características…!
-Así me gusta, putilla… -le acaricié la mejilla y le estampé un sonoro beso en los labios.
-Adiós, don Javier…
Le pegué una sonora palmada en el culo, cuando salía por la puerta que resonó en toda la escalera y que le hizo soltar una breve risita placentera. Mientras se frotaba la nalga le dije:
-¡Hasta el lunes, guarrilla! Y, otra cosa, ya puedes dejar de llamarme don Javier. Llámame Javi, que hay confianza.
Se giró, con su puerta ya abierta y, oyendo de fondo el “¡Hola, Reme…!” del cornudo, me susurró un “¡Gracias, Javi!” que me sonó a gloria.
A los pocos días de estar zorreando con la Reme, empecé a practicar sesiones cañeras de sexo bien puerco y guarro. Ella se hacía la remolona pero pronto empezó a cogerle el gusto al asunto.
La coacción a Gustavo, inicialmente la había predispuesto para comportarse amablemente. O, por lo menos, con la suficiente amabilidad como para que yo no me mosquease y le hiciera pagar los platos rotos a su marido. Así que, por un lado, me encargaba de tenerlo a él bien puteado y lo suficientemente acojonado como para que transmitiese a su esposa que le convenía tener bien limpia mi casita, si no quería que acabasen ambos de patitas en la calle. Y, por otro lado, a ella me la follaba sin misericordia, con la amenaza del posible despido del cornudo.
A los pocos días, en vista del poco disimulado entusiasmo, que estaba empezando a mostrar la Reme, en lo que al folleteo se refiere, decidí liberarla del todo de las tareas de limpieza para que pudiera dedicarse a zorrear a tiempo completo. Contacté con una empresa de limpieza para que vinieran a hacerme la casa por las mañanas. De ese modo, mi putilla podía cumplir mejor con sus verdaderas obligaciones.
Evidentemente, ambos cumplimos el acuerdo tácito de no decir ni una palabra al pichafloja de Gustavo. Éste, las tardes que veía salir a su mujer, seguía convencido de que iba a desempolvar el piso del vecino... No a ser polveada sin compasión.
La actitud de la Reme fue pasando por varias fases desde el temor inicial, impregnado de odio, a la resignación y, finalmente, al placer y la confianza. Cada vez se fue mostrando más amistosa y, aunque no creo que llegase a sentir nada parecido al amor, sí se fue enviciando cada vez más con el sexo. Lo suficiente como para empezar a ser ella la que me buscase tras el polvo inicial de cada visita, y para aceptar todas y cada una de las sugerencias que le fui haciendo en el proceso de emputececimiento: garganta profunda, sexo anal, comerme el ojete… lo que fuese… Se convirtió en una auténtica entusiasta, aunque tratase de disimularlo.
De hecho, tal y como me contó tiempo después, sólo el primer día vaciló brevemente ante la posibilidad de depilarse el coño. Pero lo hizo.
A partir de ese momento ya no hubo vuelta atrás. Le fui cambiando sus ropas habituales por otras más provocativas y juveniles, muy en la estética choni que tan cachondo me ponía: tops, minifaldas, leggins marca chochos, etc. Ni vaciló con el cambio de peinado y el tono de pelo en plan rubia de bote con mechas que le hice adoptar. Y llegó a mostrar entusiasmo ante la posibilidad de hacerse el tatuaje que le propuse de Jessica Rabbit en el culo. De hecho se lo hizo el doble de grande y acabó ocupando media nalga. En cuanto al piercing, eso fue idea suya. De hecho, si hubiera sido por ella se habría perforado el clítoris. Menos mal que la hice recapacitar y acabó conformándose con un diamantito en la nariz y una cruz colgante del ombligo.
Las sesiones, cada dos días, eran intensas y exigentes. La Reme tenía mucha hambre atrasada, muchas ganas de aprender y un entusiasmo desbordante. Con los días se fue revelando como una amante muy morbosa, salida y bastante retorcida. Sobre todo en lo relativo a humillar a su pobre marido, hacia el que fue desarrollando un súbito desprecio y un intenso resentimiento. Supongo que en el fondo lo culpaba de toda una vida alejada del placer, sin conocer más que una pálida sombra de lo que es el sexo en realidad.
La Reme se había convertido en mi guarra oficial. No quiere decir que algún día no mojase el churro en otro chocho, pero ella era la principal, mi choni favorita. Y ella disfrutaba del tema como una buena zorra.
Las tres o cuatro tardes que venía a limpiar las pasábamos follando como mandriles en celo. Desde que contraté la empresa para que limpiase por las mañanas, sólo tenía que hacer el paripé de la limpieza de cara al cornudo, al salir de su casa. Al llegar a mí piso, se quitaba la bata con la que venía de su dulce y aburrido hogar y se mostraba con la lencería de putón verbenero que le tocase llevar ese día.
Después, según el día, se arrodillaba a comerme el rabo o se preparaba para recibirlo. No salía de casa, camino del domicilio conyugal sin haber recibido, por lo menos, un par de dosis de su zumo favorito: el de polla.
Normalmente dejábamos la casa hecha un truño. Total, ya vendría la señora de la limpieza de verdad a recoger los restos de la refriega la mañana siguiente…
Un día me llegó una convocatoria para unas jornadas de formación en la central de la empresa, en Madrid. Se lo conté a la Reme esa misma tarde, mientras estaba cabalgando sobre mi polla y sus tetazas botaban frente a mi jeta.
De repente, paró de menearse y, casi ofendida, me preguntó:
-¿Eso quiere decir que esa semana no nos veremos?
-Hombre, Reme, va a ser difícil, la verdad...
Pero al ver su cara enfurruñada y casi a punto de llorar, me dio bastante penilla y decidí plantearle una opción.
-A no ser... A no ser que te vinieses al viaje... No sé... En concepto de secretaria.
Ella pareció inmediatamente interesada, pero también mostró dudas:
-Pero, secretaria... Si no sé hacer la O con un canuto...
-Es igual, Reme, tú no te preocupes... Te dejó una Tablet y te quedas por allí como si tomases notas y miras Internet o juegas al Candy Crush...
-¿Y qué le decimos a Gustavo...?
-¿Al cornudo? De ese me encargo yo... Ya le diré que te necesito para que me repases la ropa de plancha o algo así. Que tengo que dar una charla importante y necesito ir impoluto… No sé, ya se me ocurrirá algo… El capullo de tu marido tiene las tragaderas más grandes que los cuernos.
Al final no hubo problema y me la llevé al curso, en función de secretaria, de cara a la dirección y como asistente de plancha y otras chorradas , de cara a Gustavo.
La formación fue un punto coñazo, aunque la presencia de una jamona como Reme, vestida tal y como le había ordenado: como una choni hortera y poligonera veinte años más joven, sirvió de distracción para el personal masculino. El femenino se dedicó a despellejarla a lo bruto y lo más suave que dijeron de ella y su aspecto fue que parecía una vieja guarra. Y la verdad es que Reme, teniendo en cuenta la media de edad de los asistentes, era una vieja. En cuanto a lo de guarra, también tenían razón. Dudo mucho que ninguna de las mujeres que asistieron al cursillo pudiese igualar, ni remotamente, el pendoneo de mi adorable zorrita.
Yo estaba encantado con todo el asunto, disfrutaba exhibiéndola y me importaba una mierda lo que pensase la gente acerca de nuestra relación. No me cortaba un pelo en sobarla y meterle mano y ella, obviamente, se dejaba hacer. Ya sabía a lo que venía. Quién más quién menos sospechaba que nuestra relación no tenía nada que ver con el trabajo. Y más cuando, tras cinco minutos de conversación con ella, cualquiera podía darse cuenta de que la buena mujer no sabía hacer la o con un canuto, como tan bien decía ella.
La Reme aguantó estoicamente los dos días de formación gracias a la recompensa que obtenía por la noche, cuando la visitaba en su habitación del hotel, contigua a la mía, y la ponía mirando a Cuenca, como a ella le gustaba.
Por la mañana, en vez de bajar a desayunar en el buffet del hotel, prefería pedir que nos trajeran un buen desayuno a la habitación. Cargado a la tarjeta de la empresa. Me encantaba despertar con una buena mamada matutina. Le hacía a la Reme ponerse el despertador del móvil en modo vibración a su lado de la cama, para despertarse ella antes. La instrucción era clara, meter la cabeza bajo las sábanas y encajar mi ciruelo en su gaznate. Así podría disfrutar de un nutritivo aperitivo matutino.
Yo me iba desperezando al mismo ritmo que se me endurecía el rabo. Reme, a la que le encanta que le follen la garganta, iba regando de babas mis cojones y las sábanas. Total, esto no lo tenía que limpiar ella...
Mientras la guarra se afanaba en obtener su desayuno, yo me dedicaba a consultar el correo con el móvil y preparar la jornada. Finalmente, cuando estaba bien entonado, llamaba a la sucursal para dar instrucciones al cornudo de Gustavo. Y mientras le echaba la bronca por cualquier minucia absurda, aceleraba la follada de la garganta de su adorable mujercita. Normalmente, procuraba girar el cuerpo de Reme para sobarle el ojete y el coño mientras ella, conocedora de mis gustos, aceleraba en los movimientos de cabeza al oír como crecía la intensidad de los gritos y la bronca al cornudo que solía culminar con algún insulto tipo: "¡Eres un puro inútil, Gustavo!" , al tiempo que mi cuerpo se tensaba y los chorretones de leche inundaban la boca de Reme. Ésta devoraba la lefa con avidez y relamiéndose, me miraba sonriendo y jadeando, con la boca abierta, mientras yo, tras colgar violentamente el teléfono, dejando a su marido con la palabra en la boca, le escupía un par de veces en la jeta y, tras esparcir bien el cóctel de baba, sudor y saliva por su agitada cara, le pegaba un morreo bien baboso y le dejaba acurrucarse a mi lado al tiempo que me recreaba en los insultos al cornudo:
-¡Joder, Reme! Vaya joya que tienes en casa con el genio ese de Gustavo... Me parece que la cabeza solo le sirve para lucir los cuernos...
-¡Ja, ja, ja...! Y tú qué lo digas.
La tercera noche fue la más interesante. Se hacía una cena de clausura y después, un grupo de los asistentes, unos veinte, casi todos hombres, salvo cuatro o cinco chicas, decidimos cerrar la fiesta saliendo de marcha.
Lógicamente, entre las chicas estaba mi Reme. Para la ocasión le había hecho ponerse un ajustadísimo vestido de licra rojo que le sentaba como un guante. La obligué a llevar un tanga minúsculo e ir sin sujetador, con las tetazas empitonadas. Como el vestido era tan ajustado, no hacía más que subirse por detrás y la guarrilla andaba siempre enseñando el culo (la tira del tanga estaba enterrada entre las nalgas). Todo para regocijo del personal masculino y críticas de las moninas chicas que se habían apuntado a la juerga, cabreadas porque una choni hortera les robaste protagonismo de ese modo.
El atuendo lo completaban los habituales zapatos de tacón de aguja que cumplían sus habituales dos funciones: elevar la estatura de nuestra amiga y mantener su cuerpo en un precario equilibrio y su culo en constante bamboleo. Un excelente levanta-pollas, ese tipo de calzado.
Tras recorrer un par de pubs abarrotados donde nos tomamos sendas copas, acabamos recalando en un disco bar algo más despejado y con una pista de baile ideal para que se luciesen las chicas.
Yo aproveché para invitar a un par de copas a un colega que tenía cierta mano en la dirección, con la malsana intención de utilizarlo de cara a los previsibles movimientos de cargos en la empresa. Había intensos rumores de reestructuraciones y ascensos y me interesaba saber el pulso de la dirección, para colocarme en la Pole Position, como quien dice.
Me di cuenta de que mi amiguete no apartaba los ojos de la pista, donde la Reme, que llevaba una tajada considerable. Se había tomado un par de gin tonics, lo que unido al vino de la cena y a que ella no solía beber habitualmente, la mantenían algo más que eufórica. Estaba montando un numerito bastante cachondo, en el centro de la pista. Cachondo en los dos sentidos: divertido y, sobre todo, excitante, con ese culazo y las tetorras meneándose al ritmo del hip hop que sonaba en aquel momento.
El resto de chicas la miraban con desprecio y envidia mal disimulada. En cuanto a los tíos, creo que no había en toda la sala ningún varón (heterosexual) que no se la hubiese follado allí mismo, de haber podido.
Finalmente, mi colega, tras un par de copas, me lanzó la pregunta que estaba deseando hacer desde el principio de la velada:
-Javi, tú a la tiparraca ésa te la estás follando, ¿no?
-¿A ti qué te parece? ¿Tú te crees que una jamona como esa que no sabe ni teclear su nombre puede hacer de secretaria? ¡Ja, no me hagas reír! Mira, tío, te lo voy a contar a ti, ya que somos colegas desde antes de trabajar aquí y nos conocemos de sobra... Tú ya me entiendes. La Reme ésta, es la mujer del encargado de nuestra delegación, Gustavo, no sé si te suena. El caso es que el capullo ese, es tan tonto y tan pelotillero que, cuando supo que estaba buscando un apartamento de alquiler, me sugirió el de al lado de su casa. Puerta con puerta, vamos. Como no tenía otra opción, me acerqué a verlo la tarde que me lo dijo. La verdad es que el pisito no era nada del otro jueves, pero, estando allí, apareció su mujer, la Reme. Y, fue verla, y se me puso la polla tensa. Y eso que no iba vestida como le hago vestir yo ahora. Era en su etapa pre-choni, por así decirlo. La tía era una especie de beata santurrona, de éstas pánfilas de parroquia y misa semanal que nunca han catado un buen pollón. Vamos una jamona madura e ignorante de lo buenorra que está, a la que desvirgó el tontolaba de su marido, y que el único polvo que conoce es el que retira con el plumero. Además, ya el día en que me la presentó, me di cuenta en seguida que era una inocentona... Me arrimé bastante al darle los dos besitos, bien babosos, eso sí, como para frotarle bien la cebolleta, y apretar sus tetazas. Que, por cierto, son enormes, ¿te has fijado?
-Vaya... ¿cómo no verlo?
-Pues sigo. El caso es que, fue verla y, prácticamente, firmar el contrato... Ya tenía un objetivo para después del curro: emputecer a la mujer del encargado y cultivar su cervuda cornamenta. Vamos, tú ya me conoces, mi afición favorita: follarme maduras casadas para llevarlas a la senda del placer... ja, ja, ja.
-Pero, ¿cómo lo conseguiste...?
-Pues, al final, cómo me suele ocurrir, la inestimable ayuda del cornudo, me solucionó la papeleta... Conseguí que la colocase en casa de mujer de la limpieza un par de tardes por semana y, después, todo fue coser y follar... Al principio tuve que utilizar la típica táctica de mantener una velada amenaza de despido sobre el pichafloja y así evitar que la putilla huyese despavorida al ver la que se le venía encima. Además, de ese modo la sacrificada esposa podía racionalizar que el sudor de su coño era por una causa noble: salvar el trabajo de su adorado esposo.
-Una mártir, vamos...
-Sí, ya te digo, igualita a Juana de Arco... Pero eso fue las dos o tres primeras veces. Después, está claro que ya no podía disimular el entusiasmo con el que me comía el rabo o se abría el ojete para recibir a su nuevo inquilino. Los orgasmos que tenía cuando saltaba sobre mi tranca o la avaricia con la que recogía la leche de su cara con los dedos para saborearla después de lefarle bien la jeta, no me dejaron la menor duda de que el emputecimiento iba viento en popa. A velocidad de crucero, vamos.
-Genial...
-Cojonudo. Y el pobre cabrón de Gustavo, pasó a estar puteado en la oficina y despreciado en casa por la Reme que, por primera vez, empezaba a volar sola. Comencé a vestirla a mi gusto. Cómo una buena guarra. Y le hice ponerse el diamantito ese de pega en el lóbulo de la nariz y un tatuaje de Jessica Rabbit en el culo. Todo bien hortera y de mal gusto, como a mí me mola. La ceporra se vino arriba y se presentó en casas un día con un piercing en la lengua, pero cómo me molestaba cuando me mamaba la polla la obligué a quitárselo.
-¿Y el marido...?
-¿El cornudo? Entre el asombro y la depresión... Normalmente venía a mi despacho a lloriquear un poco y quejarse de sus problemas conyugales, ignorante de que el responsable principal era yo mismo. Mi actitud oscilaba entre el palo y la zanahoria. A veces justificaba a la guarrilla: " tranquilo, Gustavo, son crisis de la edad, pronto volverá a lo de antes, a la parroquia, con sus amigas de siempre y se quitará esa ropa nueva... " Pero cuando me pillaba juguetón echaba sal en la herida: "¡Joder, Gustavo, es que eres muy posesivo...! Tienes que dejarla volar y expresarse... Total, si no le hace mal a nadie... Mira a casa viene a limpiar y lo deja todo divinamente. Es super responsable... Aunque, no sé yo... A ver si va a tener algún lío por ahí... Porque vosotros, el tema sexual, lo lleváis bien ¿no? Porque ¿a tí se te levanta todavía, no, Gustavo? " Y esto último ya lo dejaba noqueado y al borde de la desesperación, porque la Reme ya me tenía bien informado de que hacía años que no follaban... Eso, si podía llamarse follar a cuando el infeliz le metía treinta segundos su pichilla...
-Joder, Javi, qué bien te lo has montado...
-Y que lo digas... Así que, ¿te mola mi tetona?
-Pues, tiene morbazo...
-Follártela no te voy a dejar, pero si quieres, hablo con ella y la convenzo de que te haga una mamada en los baños.
Mi colega puso los ojos como platos:
-¿Lo harías?
-Claro, la Reme come en mi mano, y si le digo que se trata de un compromiso seguro que accede. Además, es más puta que las gallinas y le gusta más una polla que a Messi una pelota...
-¿Gratis?
-A ver, gratis no hay nada... Una traga rabos cómo ésa no la vas a conocer en tú puta vida... Y tiene un morbo impresionante ver esas tetazas gigantes que casi tocan el suelo y esa boca forzada engullendo polla, mirando a los ojos, como le he enseñado... En fin, una experiencia maravillosa que todo el mundo debería experimentar por lo menos una vez en la vida. Pero...
-¿Pero...?
-Yo tampoco debería dejar de experimentar el placer de un ascenso...
-¿...?
-Me explico. Me queda un pelín para pasar de ser jefe de departamento a jefe de servicio... El cambio de categoría en trabajo supone bien poco, como tú sabes. Pero en lo que a la nómina se refiere, la cosa cambia. No ya en la parte fija, lo gordo son los pluses.
-¿Y yo que tengo que ver en todo eso?
-¡Venga ya, hombre! ¡No te hagas el tonto! Tú mujer es la hija del presidente del Consejo de Administración. Bastaría un par de comentarios tuyos y en dos semanas me habría cambiado la categoría.
-Pero, Javi...
-A ver, esto es muy simple. Tienes dos opciones: aceptas la mamada de la Reme, la disfrutas, me haces el favor y después, a lo mejor, si estoy satisfecho con mi nuevo estatus, igual te dejo que te la folles, o, pasas del asunto, te pierdes sentir como tú leche calentita recorre la garganta de la jamona, yo me pierdo la mejora, y después le mando un e mail anónimo a tu mujercita con los minutos cruciales de la conversación que hemos tenido... No creo ni que haya que cambiar una coma de lo que has dicho para arruinarte la vida. –yo no había grabado la conversación ni nada parecido, además, con el ruido de la música difícilmente podría oírse algo. Pero me marqué el farol de señalarme el móvil que llevaba en el bolsillo de la chaqueta.
-¡Pero qué cabrón eres! -podríamos pensar que estaría bien cabreado, pero ocurrió todo lo contrario y se estaba descojonado- Bueno... Me has convencido, llama tu putilla para conocerla.
Cuando llame a la Reme para presentársela a mi colega, pensé que se haría la remolona antes de ir al baño a chuparle el rabo. Pero la guarra llevaba tal cebollón después de estar toda la noche bebiendo que me bastó con decirle que, en cuanto terminase, me la llevaba al hotel a descansar, para que, la buena de Reme, cogiese de la manita a mi socio y se dirigiese rauda y veloz a los lavabos del antro, a cumplir con su deber.
A la vuelta, tan solo el enrojecimiento de las rodillas y la falta de pintura en los labios de Reme indicaban lo que acababa de ocurrir. Eso y, claro está, la cara de satisfacción de mi amiguete.
Éste, encantado con lo que acababa de pasar y con los huevos secos, insistía en invitarnos a una última copa, al tiempo que magreaba el pandero de la jamona que sólo quería quitárselo de encima. Al final, y viendo que la guarrilla estaba cansada y deseosa de disfrutar los últimos momentos, antes de volver a casa, recibiendo candela de la buena, decidí levar anclas y llevármela al hotel a disfrutar de nuestra última noche como jefe y secretaria …
El resto es historia. Gracias a aquella mamada de escándalo en los WC del disco bar, volví del viaje con un ascenso en el bolsillo. Gracias a la Reme.
(Continuará…)