La Reme, de beata a choni, 1
Cambio de ciudad y de trabajo y le echo el ojo a Reme, una madura jamona que es la mujer de mi subordinado en la empresa.
LA REME, DE BEATA A CHONI 1
Me llamo Javi y esta es mi historia. Hace un par de años estuve pasando una época desastrosa. Me separé de mi mujer, en realidad me echó de casa por sospechas (fundadas) de que le ponía los cuernos. Tuve que volver a instalarme en casa de mis padres.
Con mi padre no tenía mala relación, pero con mi madre la cosa era distinta. Nunca nos habíamos llevado bien y los meses que pasé allí comenzaron con muy mal pie para ambos, aunque al final la situación se recondujo. No de una manera muy convencional, pero satisfactoria… por lo menos para mí.
Tras unos meses en casa de mis padres, precisamente cuando ya había solucionado mis problemas con mi madre y me llevaba con ella más que bien ( demasiado bien, dirían algunos), me reconcilié con mi mujer y volvía a casa. Creí que al fin podría poner fin a mis problemas conyugales y controlarme un poco a la hora de ir metiendo el rabo en el primer chochete que se me cruzase. O, por lo menos, conseguir que mi mujer no se enterase. Aunque ahora, que acabábamos de ser padres, andaba lo suficientemente liada como para no prestarme demasiada atención. O eso pensaba yo.
El caso es que aguante un tiempo pero, al cabo de un año y medio volví a las andadas, a mojar el churro a la primera ocasión. E, inevitablemente, mi parienta se enteró. Me había puesto un detective, con la complicidad de su padre, que no me tragaba. Me hicieron un par de vídeos entrando en casa de una de las vecinas. La mujer de un butanero, a la que visitaba cuando el cachas del marido andaba repartiendo bombonas por ahí (y notando un cierto picor en la frente por el intenso taladrado al que estaba sometiendo a su esposa, ja, ja, ja…).
En sí mismos, los vídeos no eran comprometedores, podía ser que entrase a casa de la vecina a ayudarle con alguna reparación doméstica o a colaborar con los deberes de los gemelos (aunque estos siempre estaban en su habitación con la Play…) Pero el remate vino en una filmación en la que se nos veía en el coche. Yo, infeliz de mí, había tenido la brillante idea de acompañarla al Carrefour. Era un miércoles por la mañana, los niños estaban en el cole, su marido acarreando bombonas y yo, se supone que con un cliente del trabajo. Así que tras comprar cuatro tonterías para la casa, hicimos una escala técnica en un descampado para que la buena mujer pudiese hacerme una mamada e irse a casa con buen sabor de boca. Podría decir, y sería cierto, que fue una de las mejores mamadas que me hizo: a pleno sol, en un descampado y sin nadie en los alrededores. Se llevó de recuerdo una buena ración de zumo de polla. Pero todo quedó empañado cuando, al día siguiente, mi suegro me llamó a su despacho (para más Inri era mi jefe) y me mostró las grabaciones. No tuvo contemplaciones en ponerme de patitas en la calle. De hecho, me encontré literalmente en la calle, porque mi mujer, a instancias de su padre había hecho las maletas y así las encontré, en la puerta del despacho de mi padre.
Así que me vi tirado como una colilla, con el dinero justo que llevaba en la cartera, unos 100 euros, y sin saber qué coño hacer. A casa de mis padres no podía volver. Sobre todo después de haberme largado a la francesa, dejando a mi padre enfadado y a mi madre despechada.
Pero, como todos los tontos tienen suerte, y algunos listos también, un viejo amigo que llamó para comentarme algo de una plaza de supervisor en una delegación de una distribuidora de productos farmacéuticos.
Fue un golpe de suerte y no pensaba desaprovecharlo, por muchas cabezas que tuviese que pisar.
Así fue como seis meses después, me encontraba dirigiendo una de las mejores sucursales de la red de distribución. Los números iban por las nubes y mi prensa en la dirección era excelente. Era el típico tipo duro y expeditivo, que no se casa con nadie y que si tiene que despedir gente, la despide. La cosa iba tan bien que la dirección decidió trasladarme a una sucursal de una ciudad de la costa que no atravesaba precisamente su mejor momento.
Cuando llegué allí se me cayó el alma a los pies. Me encontré con un auténtico desastre de dejadez, desidia y falta de profesionalidad. Hacía falta mano dura.
El encargado, que iba a ser mi segundo a bordo, era el Sr. Gutavo, un tipo de 55 años gordito y muy bajo (1,55 m. como mucho). Era lo que vendría a ser un buen hombre, afable y blandengue, al que todo el mundo le tenía tomada la matrícula y del que pasaban olímpicamente. Así que para empezar y marcar el territorio, decidí hacer dos despidos fulminantes en mi primer día en la sucursal. Ésta pasó de 14 a 12 operarios y, curiosamente, supongo que por el acojone del personal, el rendimiento subió exponencialmente.
Lógicamente, toda la peña se cagó ante el nuevo jefe. Exactamente lo que quería y empezó a rendir a buen nivel. Sobre todo Gustavo, cuya actitud cambió radicalmente y se convirtió en el perfecto pelota rastrero. El perro de presa que necesitaba. A su edad no podía permitirse el lujo de irse al paro… y menos con un despido disciplinario y sin indemnización, que es de lo que estábamos hablando.
Otra de las primeras cosas que hice al llegar a la nueva delegación fue echar un vistazo al personal femenino, por si había alguna jaca digna de ser follada, por así decirlo. La cosa fue bastante decepcionante. Sólo había dos mujeres trabajando. Ambas en contabilidad y, la verdad es que eran dos matronas que no se la levantarían a nadie. En fin, un fiasco. Aparte, había tres chicas en el almacén, más jovencitas, que preparaban pedidos para el reparto. Eran atractivas, pero no eran mi tipo. Estaban solteras y seguro que, a poco que les entrase, intentarían tirarme el lazo. Me interesaba más la caza mayor. Las mujeres casadas, insatisfechas, lo supiesen o no, que estuviesen aburridas de su vida conyugal y de los capullos de sus esposos, pero que no tuviesen intención de renunciar a las comodidades de la vida matrimonial. Mujeres a las que proporcionar sólo sexo, sin compromisos.
Los primeros días en mi nueva ciudad, me alojé en un buen hotelito. Total, pagaba la empresa. Pero todo cansa y, a partir de la segunda semana, empecé a buscar algún apartamento de alquiler, lo cual se puso bastante complicado por el tema de la temporada turística y tratarse de una ciudad costera.
Para mí sorpresa, Gustavo, convertido ya en un pelota vocacional, vio el cielo abierto con lo del alquiler, para congraciarse aún más conmigo, y me comentó que el piso justo al lado de su puerta estaba en alquiler. Con su empalagoso estilo adulador habitual me lo supo vender muy bien: “ está en el centro, en muy buena zona y muy próxima al trabajo… ” Inicialmente, yo era un poco reticente, pero, finalmente, accedí a echar un vistazo, aunque con muy poca fe…
Esa misma tarde quedamos para ver el apartamento. Gustavo le había pedido las llaves al dueño para enseñármelo. Cuando llegué al piso me encontré en el rellano a Gustavo con una señora madura pero algo más joven que él. También era bajita y, de entrada, no me llamó mucho la atención. Era guapa, eso sí, con una media melena castaña. Y, en cuanto al tipo, la verdad es que no se apreciaba muy bien. Iba vestida en plan beata santurrona, con una bata ancha de las de estar por casa y era difícil saber si estaba gordita o no, porque sus formas quedaban difuminada por esa vestimenta anti-lujuria.
Gustavo me la presentó como su mujer, Reme. Cuando me agaché para darle los dos besitos de rigor, al margen de apreciar la suavidad de la piel de su mejilla, que babosee sin el más mínimo reparo, a pesar de que ella hizo un leve gesto de desagrado, la analicé con más detenimiento, usando mi pervertida mirada habitual. Y, bueno, no estaba tan mal. Para una urgencia. Parecía algo rechoncha (la ropa no dejaba apreciar más) pero era atractiva, con labios gruesos, grandes y bonitos ojos negros, manejable (por el tamaño, claro), muy buen culo y unas tetazas muy grandes y algo caídas. Tan grandes que el sujetador no podía evitar que colgasen algo pendulonas. Pero no le quedaban nada mal.
Como llevaba unos cuantos días sin mojar el churro, no pude evitar babear un poquito y, a pesar del casto y anticuado atuendo de la jamona, noté un leve respingo en la polla. La impresión de la Reme fue tan positiva que llegué a fantasear con ella como un posible objetivo. Aunque con pocas esperanzas, dada la pinta de tímida beata que se gastaba la buena mujer. Ya que estábamos, traté de causarle a la jamona buena impresión y no ser tan borde como solía con Gustavo. Éste, sorprendido por mi buen talante, estaba más parlanchín y pelotillero de lo habitual y me contó lo buena que era la zona y que lo bueno que era el vecindario. Arriba no vivía nadie y abajo un matrimonio joven que trabajaba todo el día y sólo acudía a dormir. En cuanto a ellos, mis futuros vecinos, si me quedaba el piso, vivían solos. Su hija, de 24 años, había ido a estudiar fuera, aunque ya estaba en el último curso y volvería al acabar.
El piso no estaba nada mal. Ideal para mí. Y el bueno de Gustavo y su esforzada esposa me acabaron convenciendo. Sí, parecían unos buenos vecinos. Además, seguro que no se pondrían pejigueras ni me darían la chapa si escuchaban los berridos de alguna de las fulanas que solía follarme los fines de semana. Gustavo era bien consciente de cómo me las gastaba en la oficina y no creo que quisiese pasar a engrosar la lista negra por cuatro gemidos de mierda de alguna putilla del tres al cuarto. Y ya se encargaría él de aleccionar a la buena de Reme.
Así es que me convertí en vecino de la Reme y, aunque follármela iba a ser seguramente misión imposible, el piso no estaba nada mal y tampoco tenía ganas de pasar más tiempo buscando.
Dediqué los días siguientes al traslado y a instalarme en el barrio. Estuve oteando el horizonte para ver que tal estaba el ganado… No me pareció que hubiese mucha cosa accesible y fácil, de cara a conseguir alguna folla-amiga de guardia a la que cepillarme habitualmente. Mis preferencias siempre se han centrado en las guarras casadas, maduras y jamonas. Mujeres que no van a poner en riesgo la comodidad de sus matrimonios con enamoramientos ni tonterías y que viven a costa de algún cornudo al que ya no se le pone dura, lo que las mantiene siempre alerta y anhelantes de un buen rabo. Pero de éstas, no vi muchas por el barrio. Ya te digo. Menos mal que había un puti-club a un par de calles que se convirtió en referencia obligada y acabó llevándose gran parte de la pasta de la prima que había recibido por los dos despidos de la empresa.
Las tareas del hogar nunca han sido mi fuerte y cuando me empecé a ver superado por la porquería en el piso, decidí recurrir al bueno de Gustavo para ver si conocía alguna señora que pudiese venir a hacer la limpieza. Mi ideal era una porno-chacha que además de limpiarme la vivienda, me alegrase la vista y me hiciese algún trabajillo extra… Pero eso entraba más en el ámbito de lo fantástico y la situación en casa era tan desordenada y caótica que casi me valía cualquier cosa.
Gustavo, al que tenía bastante acojonado en el curro y se desvivía por complacerme, supongo que con intención de hacerse el simpático, ni corto, ni perezoso, decidió ofrecerme los servicios de su mujer para venir unas dos o tres tardes por semana a arreglarme el piso. Además, a un precio módico. Yo sabía que con los ajustes que estaba haciendo en la empresa, con su mujer que no trabajaba y la hija estudiando fuera, las cosas, económicamente, no le debían ir demasiado bien a mi subalterno, así que, haciendo un cínico alarde de generosidad, acepté la oferta rechazando cualquier descuento y aceptando pagar, por lo menos, el precio del mercado por las tareas de limpieza (lo que, dicho sea de paso, era un auténtica miseria). Acababa de ver el cielo abierto y, en un curioso flash forward , también el aspecto del ojete abierto de la jamona soltando un reguero de esperma que acababa de depositarle en el culete… ¡Tengo una imaginación desbordante!
Esa misma tarde, Gustavo se presentó en mi nuevo piso con su parienta. Ella vestía una ligera, pero rectada bata para realizar las tareas de las casa. Era una prenda cómoda y, aunque no se transparentaba nada, se notaba que, bajo la misma, sólo llevaba el sujeta melones y las bragas king size. El bueno de Gustavo, en su afán de ayudar, se ofreció también para colaborar en cualquier arreglo de la vivienda que quisiese. Evidentemente, como no quería tener un plasta que me cortase el rollo, le di las gracias rápidamente y lo acompañé sin muchos reparos hacia la puerta, dejando dentro a su mujer que se mostraba entre tímida y asustada. Supongo que Gustavo ya la habría advertido de mi mala leche, así que no tenía muy claro de qué iba yo.
En el piso la verdad es que curro no es que hubiese mucho. Estaba guarro, pero como lo tenía todo en plan bastante minimalista, más por pereza que por convicción, se facilitaba bastante la limpieza. En mi vida de soltero, había descubierto, también, que lo mejor es no ir acumulando trastos ni cachivaches. Menos es más, como suele decirse.
Como era el primer día de tareas de la jamona, me dediqué a hacer mis cosas, apalancado en el sofá, desde donde controlaba prácticamente toda la casa. Había dejado bien abiertas las puertas de las habitaciones para contemplar los meneos de la guarrilla, mientras hacía las camas y limpiaba los rincones.
Mientras iba ojeando a la Reme, me dediqué a consultar el móvil, ver porno por la tablet y, finalmente mirar un poco en la tele algún reality chorra de esos de la MTV estilo Jersey Shore o algo así.
Para tener una buena panorámica del pandero, le hice limpiar, subida en una inestable escalera, la parte superior de la caja de las persianas del comedor. Y, para ir marcando las pautas del comportamiento, intenté usar, en mi forma de comunicarme con ella, un tono cortante y seco, imperativo y que no admitiese réplica.
La Reme, entre sumisa y asustada (después supe que había aceptado el puesto bastante presionada por su marido, con la excusa de que él se jugaba el empleo), aceptaba todo estoicamente, sin sospechar mis depravadas intenciones y que mi interés iba mucho más allá de la limpieza del piso.
Mientras recreaba mi vista en sus muslos jamoneros, que pedían a gritos un rabo abriéndose paso hasta su ojete, empecé a buscar en Internet trajes de sirvienta sexi en tiendas de disfraces o sex-shops. En cuanto encontré el perfecto para mi futura guarra, lo encargué ipso facto , pidiendo, además, una entrega urgente por SEUR 10, para tenerlo a la mañana siguiente y poder iniciar el proceso de emputecimiento aquella misma tarde.
Sin poder evitarlo, mi fantasía empezó a desbordarse y empecé a maquinar un plan, sencillo, cutre y pedestre, como todos los grandes planes que funcionan, para convertir a la santurrona de la Reme, esa genuina beata, en una madura choni, una guarra poligonera de campeonato, que pudiera competir con las chicas de Mujeres y Hombres y Viceversa, edad al margen, claro.
Así, mirando a la Reme limpiar el piso, me fui calentando y afianzando mi determinación y, tras ojear su tetamen y sus muslazos, tomé la decisión de follármela a cualquier precio.
Para ello, al día siguiente, tras encargar por internet el traje de porno-chacha, llamé a Gustavo a la oficina y le indiqué sin ambages que, de momento, le excluía de la lista de futuros despidos porque, evidentemente, no iba a despedir al marido de mi mujer de la limpieza.
La verdad, es que no iba a dudar en utilizar mi privilegiada posición como jefe de Gustavo, para acrecentar mi dominio sobre la tetona de su esposa. Estoy seguro de que la Reme se planteó dejar de limpiar el piso en cuanto, la tarde siguiente, vio el uniforme que le había preparado. La cara que puso la delató enseguida.
No obstante, yo ya había allanado el terreno dando un poco sutil aviso para navegantes al futuro cornudo. Él, que, como ya habréis imaginado, aparte de no ser muy listo, era un cagón, empezó una espectacular sesión de presión (no tenía precisamente edad de quedarse en el paro...) y, con toda seguridad, informó a su esposa de cómo estaba el asunto en la sucursal. Ella, por sentido de responsabilidad y pura necesidad económica, con su hija estudiando fuera, asumió el mal trago. Y eso, que todavía no sabía la catarata de esperma que se le iba a venir encima.
Por lo tanto, esa tarde, cuando entregué la escueta ropa a la Reme, aunque ella no pudo evitar que se le notase un gesto de contrariedad, la cogió con la cabeza gacha y, humillada, se dirigió tras el minúsculo biombo que había colocado en el comedor a modo de vestuario.
Un biombo que estaba justo frente a un espejo elevado desde el que podía contemplarla a la perfección desde el sofá. El show me puso el rabo como un hierro.
La buena de Reme, toda inocentona y bastante azorada con el nuevo uniforme e intentando ponerse el sujetador de encaje que dejaba a la vista la mitad de sus melones y el mini tanga, un par de tallas más pequeño, que dejaba escapar parte de su pelambrera y rozaba tenso su ojete con el hilo dental de atrás, fue incapaz de darse cuenta del modo vicioso y depredador con el que, atentamente, observé todo el proceso de cambio de atuendo a través del espejo inclinado que tenía tras ella.
Me deleité con su pequeño cuerpo jamonero, su culazo impresionante y esas tetas enormes.
Tras cinco tensos minutos de forcejeos y esfuerzos, la Reme emergió de detrás del biombo con la cabeza gacha y roja como un tomate.
Ya al verla salir de detrás del biombo, con la cabeza gacha y la cara como un tomate, moviéndose con torpeza con la ridícula indumentaria que acababa de ponerse, supe que había dado con la tímida cachonda adecuada y que con rascar lo justo en su superficie iba a conseguir que emergiese una furcia de campeonato.
Tengo un ojo clínico con las putas que no me ha fallado en la vida y, en esta ocasión estaba seguro de que había acertado de pleno. El hecho de que no hubiese puesto un pero, ni vacilado lo más mínimo al papelón que le estaba obligando a hacer, me hizo doblar la apuesta: antes de una semana iba a tener a la santa de la Reme tragándose mi tranca hasta los huevos.
Tras ojear detenidamente sus tetazas, a duras penas contenidas por el sujetador de encaje, le indiqué con un gesto que se diese una vuelta para ver que tal andaba de cuartos traseros.
Quedé extasiado con su pandero. La faldita tapaba lo justo y, a poco que se inclinase se veía una perfecta panorámica de los cachetes del culo en los que se hundía la tira del tanga.
Puse mi mejor cara de póker y, fingiendo indiferencia, le indique que le quedaba perfecto el uniforme y la acompañé a las barras de cortina que quería que limpiarse. Una mera excusa para que se subiese a una escalerita que, generosamente, me encargaría de sujetar mientras le examinaba detalladamente su culo y su coño. Sí se terciaba, y según como fuera el tema, igual le pegaba un lametón al ojete o al chocho.
La escalera, de aluminio, era bastante endeble. Era consciente de que en cuanto Reme subiese y empezase a pasar el plumero por el portier de la cortina se iba a empezar a acojonar con los meneos de la escalera. Así que solo tenía que estar cerca y atento y esperar a que fuese ella la que pudiese ayuda.
Sentado en el sofá, a un metro y medio de mi jamona asistenta y mientras navegaba por páginas porno de internet para irme entonando, pude ver cómo la Reme intentaba, a duras penas, mantener el equilibrio, la dignidad (sin mostrar demasiado el culo...) y realizar la sencilla tarea que le había encomendado. La verdad es que la muy guarrilla le pilló el truco y consiguió mantener la dignidad unos diez minutos, pero, finalmente, tras un par de sustos y viendo que yo no me ofrecía a ayudarla, ni le indicaba que hiciera otra cosa, se tragó el orgullo y me pidió:
-Disculpe, Don Javier, podría usted sujetarme la escalera...
Me encantó el tono y, lo de Don Javier, ya fue la guinda.
-Por supuesto, Reme, no hay problema.
Y en un salto me coloqué bajo sus cachas y con la cabeza justo bajo su faldita, sujetando con firmeza la escalera y oteando, desde abajo un coñete y un culo que en breve esperaba perforar.
Ya que estaba a cubierto de su mirada, alcé la napia para ir deleitándome con el olorcillo de sus partes íntimas. Una delicia que contribuyó a engordar aún más mi polla. Lo único que deslucía un poco el asunto era la pelambrera que se escapaba del triángulo del tanga. Tenía el felpudo arregladito, pero, como futuro usufructuario de sus agujeros, tenía que solucionar ese tema y dejar sus partes a mi gusto.
Cómo tenía ganas de pegarle un lametón el primer día, hice el paripé de que tenía que asegurar la escalera y le pegué un meneo lo suficientemente fuerte como para forzar un amago de caída que implicó que su impresionante culazo se incrustarse en mi cara. Aproveché para restregar mi jeta a fondo, con lenguetazo en el ojete incluido, al tiempo que mandaba la escalera a tomar por culo y sujetaba a la Reme con fuerza, primero de la cintura y después de las tetas, que repasé a conciencia, recreándome en los pezones que, por el meneo se habían salido del corsé.
Viendo que ella no se había dado cuenta de lo que había sucedido exactamente, opté por culparla, un truco que suele funcionar con las sumisas:
-¡Joder, Reme! ¿Qué coño haces? ¡Casi te rompes la cabeza!
-¡Perdón, perdón, Don Javier...! No sé qué ha pasado... -mientras hablaba intentaba recomponer la indumentaria. Bajarse la faldita para tapar el tanga y remeter las tetazas salidas en el sostén. Seguro que, además, estaba notando una extraña humedad en su agujerito trasero, pero, sonrojada y desconcertada, mantenía la cabeza gacha sintiéndose culpable.
Yo la miraba fingiendo un cabreo que no tenía. Disfrutando de su vergüenza y redoblando la humillación.
-¡Me cago en todo...! El próximo día pones algo de tu parte si quieres que te sujete la escalera... Y otra cosa, te voy a dar una tarjeta para que vayas de mi parte a un salón de estética y les dices que carguen mi cuenta un depilado integral de los pelos del coño... Y del culo también...
-Pero... Don Javier... -ella estaba atónita y como en shock.
-¡No, ni Don Javier, ni leches...! No pretenderse que otro día me pase lo de ahora y me tenga que atragantar con tu pelambrera...
-No... No... Claro, Don Javier...-ella estaba roja como un tomate y agachaba la cabeza intentando terminar de recomponerse el vestuario.
-Además, dos cosas: primero, te va a salir gratis y segundo, te estoy haciendo un favor.
-SÍ, sí... Gracias, Don Javier... ¿Puedo ir al baño...? Es que con el susto... me estoy haciendo pis...
Por un momento pensé en mandarla a mear en alguna maceta de la terraza. Y estoy casi seguro de que lo habría hecho. Pero me apiadé de ella y creí que serían demasiadas emociones para el primer día.
-SÍ, claro. -le dije- El lavabo está al fondo, guapa.
Al decir esto último ella no pudo evitar esbozar una sonrisa, antes de girarse, lo que me dio pie a pegarle una fuerte palmada en el culo en cuanto dio la vuelta.
Ella, sorprendida, gritó un "¡ay!" bajito y se frotó la nalga. Después con una risita nerviosa empezó a caminar con pasitos cortos, como de geisha, en dirección al baño.
Mientras la veía alejarse, meneando el culazo, me froté la polla, dolorida por la erección y sonreí hacía mis adentros, contento de cómo iban las cosas y de que, en breve, iba a poder taladrar ese culete respingón que se bamboleaba por el pasillo.
Al día siguiente, la observé, sin disimulo alguno, en el espejo mientras se cambiaba tras el biombo. Me di perfecta cuenta de que ella era bien consciente de que estaba siendo observada, cuando miró un par de veces de refilón al espejo suspendido en la pared y nuestros ojos se cruzaron. Fue ella la que, avergonzada, apartó la vista. Supongo que se dio perfecta cuenta de mi mirada de guarro y de cómo me estaba sobando la polla a través del pantalón. Para mí, había llegado el momento de dejarse de monsergas e iniciar la ofensiva.
Entre los detalles que más me gustaron, al margen de que ella seguía manteniendo la actitud pacata y remilgada, aunque parecía que iba entrando, poco a poco, en el juego, era que, por mucho que lo intentó, no pudo evitar que tuviese una perfecta panorámica a través del espejo de su recién depilado coñito. La visión me enervó aún más y me dije que, antes de llegar al fin de semana, me la tendría que haber pasado por la piedra.
Para empezar, mientras la dejaba contonearse por la casa, limpiando las habitaciones, me dirigí tras el biombo y decidí machacarme el rabo olfateando sus bragas. Tenían un delicioso olor a coño maduro y una ligera manchita de humedad que delataba que, aunque fuese un poquito, la situación también le resultaba excitante a la guarrilla. Me puse tan cachondo que, en menos de tres minutos estaba soltando gruesos goterones de leche que limpié cuidadosamente con las bragas king size de la zorrita.
Cuando terminó sus tareas, tras recibir mientras las hacía varias palmadas en el culo, que cada vez asumía con más naturalidad (de hecho, al final, hasta se reía y todo y ponía el culo en pompa al verme pasar, como pidiendo caña…), se dirigió, creo que contenta y sonriente, al biombo a cambiarse.
Volví a acomodarme en mi punto de observación y flipé con su cara de sorpresa al coger sus bragas pringosas y húmedas de lefa fresca. Pero lo que más me llamó la atención, al margen de la sutil mirada al espejo para confirmar que estaba siendo observada, fue que, tras oler repetidamente las bragas, parecía que se estaba sonando con ellas, procedió a lamer cuidadosamente la parte más húmeda de las mismas. Aunque no creo que quedase ningún espermatozoide fresco esperando ser absorbido por su lengua, procuró recuperar todo lo que de sabroso pudiesen tener las bragas y creo que lo hizo con la sana intención de dejarme con el rabo bien duro. Ciertamente, consiguió su objetivo.
Después, se colocó la prenda, volvió a vestirse recatada y monjil y, tras dejar perfectamente colocado y doblado el uniforme, salió del biombo sonriente para encontrarse conmigo que ya estaba de pie observando su cuerpo de jamona y luciendo una erección de caballo que apenas podían disimular mis holgados pantalones.
La Reme no pudo evitar fijarse en mi tranca y creo que pude apreciar un leve atisbo de deseo en su mirada, pero pronto agachó la cabeza y empezó a despedirse:
-Bueno, don Javier, creo que ya está todo. ¿Le parece que vuelva pasado mañana? Yo creo que mañana no hace falta…
Evidentemente, y ahora que veía tan cerca mi objetivo, no tenía intención de hacer pausas innecesarias. Un buen depredador no tiene que dar tiempo ni a pensar a sus presas. No vaya a ser que se escapen…
-Ni hablar del asunto, Reme. –Al tiempo que hablaba, le acerqué la pasta del día y 50 euros extra que, enrollados, le introduje por el escote ante su asombrada mirada.- Tú mañana te presentas aquí a la misma hora. Todavía quedan muchos fondos por hacer.
Mientras ella me miraba sorprendida por la osadía de entregarle la propina de ese modo tan zafio, pero sin hacer ni un mísero amago de enfrentarse a su destino, me apreté hacia ella lo suficiente para que notase el pollón duro que pugnaba por romper los pantalones, y le planté la mano en el culazo al tiempo que acercaba mi boca a su mejilla para darle un beso de hermano de despedida.
Ella se dejó hacer y, roja como un tomate, se alejó torpemente, diciendo:
-¡Muchas gracias por la propina don Javier! Nos vemos mañana pues…
Y girándose salió escopeteada para su casa, no sin poder evitar una nueva palmada en el trasero que la hizo dar un brinco, al tiempo que le decía:
-¡Adiós guapa!
Ella se giró ruborizada y azorada y continuó su carrera hacia la puerta diciendo entrecortada:
-¡Adiós, adiós, don Javier…! ¡Hasta mañana!
Al día siguiente siguió la misma tónica. Tener a la Reme con aquel ridículo trajecito de doncella, cómo de tienda de disfraces de los chinos, meneando el pandero en unos inestables tacones, mientras pasaba un plumero por las vacías estanterías del piso, era ya, para mí, un morboso espectáculo en sí mismo. Y más, sabiendo lo mojigata que era, y lo que le estaba costando plegarse a las exigencias del puesto. Para colmo, si sumamos que al tontaina de su marido lo tenía, como quien dice, agarrado por los huevos y sometido como empleado, el morbo se incrementaba exponencialmente.
De hecho, esa misma mañana le había apretado un poco más las tuercas, diciéndole lo bien que limpiaba su mujer y lo contento que estaba con ella. Le insistí en que procurase que ella siguiese con el mismo talante, haciendo todas aquella tareas que le encargase, por complicadas que fuesen, y así no tendría dudas en conservar su puesto como segundo de a bordo en la sucursal. No iba a despedir al marido de mi mujer de la limpieza. El atontado de Gustavo reía todas mis gracias, pero estoy seguro de que captó el mensaje a la perfección y de que lo transmitiría tal cual. Asumiendo el sentido de la responsabilidad de la Reme, y que su chochete no era inmune a mis encantos, tenía claro que en breve la iba a tener meneando las tetas a mi servicio… no sólo para limpiar.
Así fue. Ya el segundo día, a las palmadas en el culazo, añadí, besos cada vez menos inocentes en la mejilla, a los que ella se iba resistiendo cada vez menos. Hasta que se encontraron los labios y las lenguas se fundieron en un denso morreo. Después, la dejaba reposar un rato, calentándose sola, para volver a la carga a los diez minutos. Al final le indiqué que se sentase conmigo en el sofá, para ver si me ayudaba a mirar unas cortinas en internet en la tablet para el comedor.
Allí pegadita empecé a sobarle la espalda, las tetas y a morrearla. Ella se acabó desatando y, cuando le empecé a trabajar los pezones, empezó a gemir como una posesa. En ese momento me saqué la tranca y ella, al verla, se asustó y estuvo a punto de recular, pero mis palabras mágicas, unidas al tirón de pelo que le pegué, obraron el milagro:
-¡Venga puta calientapollas, ya está bien de chorradas! ¡Ya puedes amorrarte al pilón, zorra!
Ella abrió la boca para balbucear un tímido:
-¡Pero, don Javier…! ¡Yo… yo nunca…! –supongo que iba a decir que nunca se había comido una buena polla. Pero no le dio tiempo a terminar la frase. Le embutí el capullo en la boca entreabierta y empecé un metesaca brutal entre babas de la jamona, que jadeaba aguantando las arcadas.
Se nota que no tenía ninguna práctica en el arte de la mamada. Sólo le entraba en su forzada mandíbula el capullo y poco más. Entre regueros de saliva se oían sus gemidos y yo notaba que cada vez tragaba más polla y movía su lengüecita masajeando el capullo. Supongo que le estimulaba el masaje de clítoris que le estaba haciendo. Se corrió enseguida y yo aproveché para pegarle un tirón de pelos y levantar su cara, para ver que tal lo llevaba.
-¿Qué, puta, te gusta? – le pregunté mirando su sudorosa y babeante jeta.
-Sssí… sí, don Javier… ¡Muchas gracias!
Sonreí, le escupí entre los labios y la nariz, y esparcí el lapo por su cara, mezclándolo, con las babas y el sudor.
-¡Así me gustan a mí las putas, que disfruten…! –le dije al tiempo que volvía a amorrarla al pilón.- Ahora continúa, cerda, que pronto llega el premio.
No tardé ni dos minutos en sentir que estaba a punto de correrme, y procuré apretar con fuerza su cabeza para que se tragase el máximo de rabo. Creo que la voluntariosa Reme consiguió embutirse casi la mitad. Lo que no está mal para ser la primera vez. Para dar un poco de picante a mi orgasmo, decidí estimularla un poquito, para que viese quién era su nuevo macho y aproveche para correrme al mismo tiempo que le metía el dedo índice en el ojete. Llevaba un rato estimulando su agujerito trasero, lubricándolo con los flujos del coño, y notaba como cada vez que intentaba entrar, ella daba un respingo separándose. Como era tímida y sumisa, no se atrevía a decir nada. Así que opté por un ataque a las bravas y le incruste el dedo, bien humedecido previamente, al mismo tiempo que, con la otra mano le apretaba el tarro contra mi tranca para correrme en su garganta. Ella no pudo evitar abrir la boca del susto y se embutió el rabo más dentro aún, como ya he dicho, al tiempo que notaba como el dedo campaba por sus respetos por su culo.
Me corrí como un animalucho. Ella, incapaz de asimilar tanta leche tuvo una arcada y regurgito la mezcla de saliva y semen sobre mi polla, que se escurrió hacia el sofá de piel.
La dejé reposar unos segundos mientras la polla se ablandaba y me dediqué a olfatear el dedo para calibrar mi futuro objetivo: su culo. Mientras lo hacía casi se me puso dura otra vez con el olor de su culo, pero me corté un poco. Decidí que ya era suficiente por hoy.
Levanté su cabeza dejando un reguero de babas y saliva entre su cara y mi polla. Esperaba encontrarme una mirada de odio y enfado, pero, sorprendentemente, la Reme me miró jadeante, con los ojos lagrimosos del esfuerzo, y con aspecto de estar avergonzada por no haber sido capaz de tragarse toda mi leche.
-¡Lo, lo siento… don Javier! –empezó a disculparse.- Me sabe mal… me he atragantado…
Me dio un poco de penilla y, al tiempo que le acercaba el dedo que acababa de meter en su culo para que lo chupase, le dije:
-Tranquila, Reme, tranquila. No te preocupes, lo has hecho muy bien. Mañana lo harás mejor. Anda, guapa, límpiame el dedito, bonita.
Ella parecía contenta mientras relamía el dedo que había estado alojado un par de minutos antes en su culo y yo estaba eufórico de haber encontrado una guarra de las que me gustan. Además, perfectamente virgen para moldearla a mí antojo.
La mande para casa y esta vez no hizo falta decirle que mañana también tenía que venir.
(Continuará…)