La relación con mi hermana se vuelve especial (7)

FINAL. Mi hermana, Judith y yo ponemos la guinda al pastel de nuestra historia en una inolvidable experiencia que nos eleva hasta el cielo. Nos damos cuenta que los mejores orgasmos de nuestras vidas son mejores si los compartimos entre los tres.

El ansiado día del trío fue lentamente llegando. Sandra se había encargado de excitarme día tras día, pero sin llegar a consumar o ni siquiera a entrar en materia de índole sexual.

Su forma de calentarme era sutil y erótica, con sonrisitas, pequeños roces cuando estábamos cerca, aproximándose más de lo normal cuando veíamos la tele en el sofá, dejando la puerta del baño abierta de par en par mientras se duchaba, masturbándose todas las noches gimiendo lo justo para ser oída por mí, etc.

Era un suplicio, necesitaba follar ya. Estaba claro que Sandra era experta en ponerme cachondo como una mona.

El día acordado, Sandra me pegó una voz desde el piso de arriba, reclamando mi atención.

―Iván, sube un momento.

―Voy.

Cuando abrí la puerta de su cuarto casi me caigo de la impresión.

―¿Qué tal me queda?

Sandra vestía una lencería negra de encaje tremendamente sexy, me atrevería a decir que era casi igual de bueno que verla desnuda. La poca ropa negra que tenía hacía juego con su cabellera dorada y con sus ojos azules como un calmado mar de verano. Si me dijeran que era una diosa bajada del Olimpo, no dudaría en creerlo.

―Sandra…

―¿Qué?

―Me estás poniendo malo…

―¿En serio?― Se reía sonoramente. ―Me alegro, esa es la intención.

Se acercó a mi lentamente y empezó a subir y bajar su dedo por mi pecho, cubierto por mi camiseta, mientras se abrazaba a mí de forma altamente insinuadora.

―Quiero que mi hermanito sea una polla con piernas para el momento en el que follemos con Judith esta noche.

―Joder, lo estás consiguiendo. A este paso voy a violar a alguna chica de la calle.

Me empujó y caí, quedando sentado sobre su cama. Rápidamente se subió encima mío, riendo pícaramente.

―¿El solo pensar que vas a tener a Judith y a mí comiéndote la polla a la vez esta noche te hace volverte tan loco?

―Joder, Sandra… No sabes las ganas que tengo…

―Y yo… ¡Y no me vengas con timidez, eh! Quiero que beses a Judith como un cerdo mujeriego, ver la excitación en la cara de mi mejor amiga. Quiero comerle el coño mientras ella te come la polla… ¡Nada de ir de santurrón ahora!

―Qué puta eres, hermanita…

―Aunque te parezca mentira, no has visto nada. Prepárate para poner los ojos en blanco esta noche…

Se bajó de mi regazo, y me sonrió una última vez, guiñándome el ojo.

―Ahora voy a ducharme. Nada de espiar, ni de pajearte… ¡Te quiero cachondo como una mona para el momento acordado!

―De verdad, me estás matando…

―Aguanta un poco más…

Se fue, dejándome solo en su habitación, pensativo.

Las cosas habían acabado desembocando en una especie de relación incestuosa en la que también se involucraba Judith… Esto no pasa en la vida real… Debe ser más improbable que el Euro millón… ¡Qué digo! ¡Debe ser más improbable que morir de combustión espontánea! ¿Acaso era el hombre con más suerte del mundo? Si Sergio lo supiera se relamería los dedos…

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Esa noche mi hermana y yo emprendimos el camino a cada de Judith. Era fin de semana, por lo que se encontraba, como de costumbre, sola en casa.

Yo recuerdo estar más cachondo que una mona, tuve una erección de caballo durante todo el día, y no podía aliviarme manualmente, así que estaba a un paso de escupir fuego por el pene. Por no hablar de que las provocaciones constantes de Sandra, que disfrutó hasta ese día de mis reacciones estúpidamente obvias…

―¿Estás listo?

Sandra vestía unos jeans bien ajustados que marcaban su increíble trasero y sus torneadas piernas. Su tórax lo cubría una camiseta que, aunque era lo menos erótico con lo que había visto a Sandra, me tenía malo. Sus ojos azules brillaban con creciente picardía, y su sonrisa marcaba las ganas de caña que tenía esa noche.

―Estoy preparado. No puedo aguantar más.

―Así me gusta.

Acto seguido, picó al timbre de Judith, y esta abrió.

Subimos hasta el piso de aquella sexy pelirroja y nos recibió con una camisa que apenas le cubría las bragas. Estaba súper sexy.

―Os diría que no he encontrado mi pijama y que por eso me he puesto una camisa de mi padre, pero la realidad es que lo he hecho para poneros cachondos.

―Joder, qué buena estás, Judith…

―Gracias, Iván…― Me sonreía, mirándome fijamente. ―Quiero que me enseñéis todo lo que habéis estado haciendo en secreto.

―Tranquila, vamos a enseñarte todo― Dijo Sandra, tras lo cual me agarró el paquete por encima del pantalón. ―Nos encargaremos de que tengas el espectáculo que quieres.

―Pasad, pasad. No os quedéis ahí.

Sin más dilación, entramos a casa de Judith.

Había perfumado toda la estancia con un agradable bálsamo que olía de la forma más sexy que algo podía oler. La verdad, era un escenario idóneo para la experiencia inolvidable que íbamos a vivir a continuación, Judith se lo había currado.

―Y bien… ¿Cuánto tiempo lleváis con esto tan… especial?

―Pues desde hace relativamente poco. La primera vez que tuvimos un encuentro sexual fue en el hotel al que nos invitaron― Sandra sonrió ante la curiosidad de la pelirroja ―Si que eres morbosa, tía… Me encanta.

―La verdad es que me interesa saber que tenéis montado.

―¿No preferirías verlo en directo? ― Diciendo esto, se giró en mi dirección me sonrió lascivamente. ―¿Se lo enseñamos?

―Cuando quieras.

Judith se sentó en el sofá, cruzando sus piernas con expresión expectante.

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Sandra y yo comenzamos a besarnos, lo más acaramelados posible. El hecho de saber que Judith nos estaba mirando me ponía más y más cachondo, sin obviar, por supuesto, el cuerpazo y buen hacer de mi hermana, que sabía exactamente dónde y en qué medida tocar para excitarme. Quería darle el mejor de los espectáculos a su amiga, eso estaba claro.

―Me encanta cuando me morreas. No hay cosa que me haga sentirme más sucia… Ni chupártela, ni sentirme empapada en tu semen, ni tener tu rabo clavado en el fondo de mi chocho, lo más cerdo que podemos hacer es morrearnos.

Volvimos a fundirnos en otro beso lleno de desenfreno carnal, intentando profundizarlo hasta lo imposible, dejándonos nuestras comisuras llenas de saliva en el intento. El choque electrizante entre nuestras miradas después de tamaña unión labial era como mínimo digno de interés psiquiátrico, porque el incesto nos estaba volviendo locos de deseo.

Empecé a deshacerme de su ropa, mientras ella hacía lo propio con la mía.

Por el rabillo del ojo divisé a Judith masturbándose en el sofá, sumida en la más mórbida excitación voyerista. Pasé a besar los hombros de Sandra, aún cubiertos por los tirantes del sujetador, agarrando su cintura de modelo mientras ella seguía ensimismada, lamiendo y besando mi cuello.

Sin más dilación, le quité el sujetador y empecé a amasarle las tetas tras hacer que me mirara directamente a los ojos. Su cara era un poema, estaba extremadamente excitada ante el escenario de su mejor amiga haciéndose un dedo con tamaño espectáculo endogámico.

―Por favor, nunca me prives de tus tetas. Quiero poder tocarlas siempre que esté cachondo.

―Son tuyas, hermanito, no te preocupes. Puedes jugar con ellas siempre que tengas una erección.

Después de amasar sus tetorros como si fuesen masa para hacer pan durante unos minutos, me arrodillé mientras le quitaba el pantalón y empecé a jugar con su vagina, aún cubierta por un tanga que, junto a la lencería tan íntima que ya me había mostrado esa mañana, la hacía ver tan apetecible que algunas creencias de la antigüedad la hubiesen nombrado diosa de la fertilización.

Acabé quitándole la poca ropa que le quedaba, y ambos nos quedamos desnudos, para lanzarme directamente a practicarle uno de esos Cunnilingus que tanto disfrutaba. No paraba de gemir, de retorcerse, de acelerar su respiración, y de decir burradas tales como “Quiero que mi hermanito me folle el culo”, “Dios mío, engañaré a mi marido cuando lo tenga solo para sentir esto” o “Qué bien me comes el coño, qué rico se siente tener la lengua de tu hermano bien hundida en el chochito”.

No tardó en correrse en mi boca, llenándome toda la cara de flujo vaginal.

―Oh… ¡Qué rico!

Suponía que de tantas guarradas que había dicho mientras jugaba oralmente con sus genitales, se había quedado sin ideas, y simplemente soltó eso.

Entonces recordé que Judith estaba mirándonos, y al fijar mi vista en ella, la vi acariciando su coño a una velocidad exagerada.

― ¡ME CORRO!

Y sin más dilación, empezó a venirse como una loca, deformando su cara mientras me mantenía la mirada… La expresión que puso Judith es simplemente indescriptible. Denotaba que estaba sumida en una vorágine de lujuria inenarrable de la que no quería salir pronto.

―Qué corrida…

Judith parecía satisfecha, pero en espera de más placer. Miré a mi hermana, que aún estaba hiperventilando, y con un gesto cómplice nos sentamos ambos al lado de Judith, uno a cada lado, y empezamos a tocarla lentamente.

―Tú también estás aquí, no nos hemos olvidado― Sandra se encargaba de lamer su oreja izquierda, estimulando la sensibilidad de su lóbulo. ― ¿Tan cachonda te ha puesto vernos?

―Ni te lo imaginas…

Yo me encargaba de besar su cuello, y de empezar a quitarle la ropa, más un movimiento brusco por parte de ella me hizo dejar mi labor. Se había lanzado encima de Sandra, y ahora la estaba besando ferozmente. Ver a mi hermana y Judith morreándose como cerdas me hizo saltar la polla cual resorte. En un rápido movimiento se separó un segundo de Sandra, se quitó la camiseta y se desabrochó el sujetador. Sin mediar más palabra, y sin esperar un segundo más, volvió a unir sus labios con los de mi hermana.

―Vamos a follar, Sandra. No puedo más.

Delante de mí, y ante mi atónita y lasciva vista, empezaron a adoptar la clásica postura de “la tijera”. Era la primera vez que veía esa posición sexual en vivo y en directo, y me estaba excitando demasiado el momento.

Ellas, por su parte, seguían ensimismadas en la pasión lésbica que supuraban, gozando mientras rozaban sus coñitos mojados y depilados, gimiendo y disfrutando del momento con los ojos cerrados.

Hicieron unas cuantas posturas más, como “la liana”, donde Judith le hacía la llave con las piernas a Sandra mientras esta tomaba el control del roce genital, la postura del “columpio”, donde Judith tenía extrema facilidad para amasar los pechazos de su mejor amiga, o el ya muy sonado “69” versión lésbica, donde ambas gozaban de recibir y hacer un cunnilingus a la vez.

El espectáculo duró, pero mi polla no dejo de estar como un diamante, y eso que estaba demasiado impactado como para ni siquiera masturbarme. El espectáculo era casi onírico, de fantasía de película porno japonesa. Judith y Sandra no paraban de jugar con sus coños y de correrse mientras se besaban como si fuese la última vez que fuera a pasar, y tras varios orgasmos de delirio pararon, estiradas una a cada lado del sofá, con sus pechos subiendo y bajando debido a la acelerada respiración. Dada la posición, Sandra quedó con la cabeza apoyada sobre mis piernas y mi duro pene, con los ojos aún cerrados.

―Joder, qué intensidad tenéis… Estoy cachondo perdido.

―¿Te ha calentado vernos tener sexo?― Sandra abrió los ojos y me miró fijamente, con expresión pícara. ―Porque a mí me ha encantado que nos veas.

―Me ha puesto como una moto veros follar tan rico.

―Pues ven aquí, que quiero que me folles ahora mismo.

―No te cansas nunca, ¿Eh, hermanita?

Sandra se arrodilló en el sofá y yo me puse de pie. Rápidamente, y al verse más o menos a la altura de mi miembro, empezó una tremenda mamada de esas que te hacen poner los ojos en blanco y poner de ese tipo de caras tan vergonzosas que no querrías por nada del mundo que alguien te hiciese una foto poniéndola.

―Como la chupas, hermanita. Eres una experta…

Seguíamos mirándonos fijamente mientras me practicaba la felación.

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De sopetón, noté que dos brazos me rodeaban desde atrás, y entendí inequívocamente que se trataba de Judith, la cual empezó a besar mi cuello, mis lóbulos y a acariciar mis sensibles pezones desde esa misma posición… ¡Tenía a Sandra chupándomela como una actriz porno y a Judith atendiendo una amplia parte de mis zonas erógenas! ¡Tendría que haber agotado toda la suerte de mi vida!

―Oh dios, esto es el cielo…

―Lo sé, Iván. Tener a tu hermana chupándotela y a mi acariciándote así te está volviendo loco, ¿Verdad?

―Es lo mejor que he sentido en toda mi vida.

―Cuéntame que quieres que te hagamos, dime todas las cerdadas que se te ocurran…

―Joder… Yo… No puedo pensar ahora mismo…

― ¿Quieres que paremos?

Su risilla delataba que quería que le hablase sucio, y que le diese todo lujo de detalles de mis fantasías.

―Me encantaría follaros a las dos durante horas, una detrás de otra, dejando vuestros coños llenos de semen. También me encantaría que nos morreásemos ahora mismo, mientras me come la polla Sandra.

―Eso está hecho.

Empecé a comerme la boca con Judith mientras sentía a Sandra jugar con su lengua en mi glande. Se puso también a jugar con mis pelotas, que estaban como locas por soltar la carga láctea acumulada. Sin dudas, no iba a tardar en correrme. Notaba el semen fluir despacito hacia la punta de mi rabo y a mis músculos tensarse por el inminente orgasmo.

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No dije nada, pero de alguna forma casi mágica, casi de brujería indígena, Sandra supo exactamente cuando parar para cortarme la corrida en el momento exacto, haciendo un anillo en la base de mi polla. Mi virilidad botaba y botaba y botaba a la vez que Sandra profundizaba su morreo conmigo. Absolutamente increíble.

Sandra se levantó, me empujó al sofá y se puso encima de mí, aplastando sus titánicos pechos sobre mi abdomen, en una posición de absoluto control sobre mi persona. Judith, por su parte, se posicionó detrás del sofá y pasó sus manos por mis brazos, mi abdomen, y por todas las partes de mi cuerpo a su alcance.

―Ya te lo dije, todo el semen guardado en los huevos de mi hermanito es para mi coñito de cerda incestuosa.

Vi que iba a meterse mi pene en su rajita babeante, sin ningún tipo de pudor, y reaccioné lo suficientemente rápido como para pararla.

―Espera, dame un condón.

― ¡A la mierda el condón! ― Se metió de una vez mi enorme rabo en su vagina, expresando facialmente toda esa lascivia no precisamente fraternal. ― ¡Hoy voy a sentir el pollón de mi hermanito pequeño directamente!

Judith empezó a besarme, forzando mi cuello hacia arriba, mientras Sandra botaba sobre mi pene como una vulgar furcia que folla en la calle por cinco euros. Se agarraba las tetas y miraba hacia el cielo con los ojos entrecerrados, disfrutando del placer que le daba ser empalada por el falo de su propio hermano. Yo estaba increíblemente encendido debido al hecho de sentir el contacto directo de las paredes vaginales de Sandra, aunque estaba logrando aguantar la tremenda urgencia que tenía por eyacular.

― ¡Me corro, hermanito! ¡Dime lo que soy! ¡Dime lo que soy mientras me corro!

Dejé de besarme con Judith por un momento y pegué mi frente a la de Sandra, mirándola fijamente, en un repentino acto de virilidad primitiva.

―Eres una puerca que se va a correr empalada por el chico que has visto crecer, con el que compartes sangre, con tu propio hermano. Estás loca, tendrían que encerrarte de por vida.

―Estoy loca, soy adicta a la polla de mi hermano menor, es verdad. Soy el tanque de semen personal de mi hermano menor.

―Sí, eso es exactamente lo que eres, cada vez que esté cachondo iré a tu cuarto y te follaré contra tu escritorio hasta vaciar mis huevos en tu coño de perra incestuosa.

―Ahora sí, Iván. Me voy a correr como una loca.

―Vamos, déjame ver como tienes un orgasmo de locura, hermanita.

― ¡IVÁN! ¡OH, DIOS!

Sandra empezó a deformar su cara, mientras todo su cuerpo temblaba y se chupaba sus propias tetas. Estaba teniendo un orgasmo de absoluta delicia, de esos que nunca olvidas en toda tu vida.

Notaba sus fluidos disparados encima de mi tronco, y sus caderas volviéndose locas buscando alargar lo máximo posible esa sensación de entrar en el cielo.

Después de su orgasmo calló sobre mi pecho, hiperventilando. Yo estaba que explotaba, pero ella se había corrido como nunca.

―Ha sido increíble, pero ni siquiera me puedo mover…

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―Iván, por favor…― Divisé a Judith recostada sobre la mesa con el culo en pompa, totalmente desnuda. ―Dame tu leche en mi culo. Después de ver eso lo necesito…

Sin pensarlo más, fui directo a lamer su ano un buen rato para lubricarlo, y una vez listo pasé a abrirle el culo con mi polla. Ella no paraba de gemir, diciéndome todo tipo de guarradas, e instigándome a que le tirara de su bella cabellera pelirroja. No tardé en estar a punto de correrme.

―Lo siento, pero aún no me he corrido, y voy a darte mi leche.

―Hazlo, lléname el culo de lefa, que yo me correré también.

―Vaya culo que tienes Judith… ¡Me corro en este culo esculpido por los dioses!

― ¿TANTO TE PONE MI CULO?

― ¡ES EL MEJOR!

― ¡PUES AZÓTALO MIENTRAS TE CORRES!

― ¡DIOS, TE VOY A LLENAR EL ANO DE SEMEN!

― ¡HE SIDO MALA! ¡HE SIDO UNA NIÑA MALA QUE MERECE QUE LE VIOLEN EL CULITO Y QUE SE CORRAN DENTRO DE ÉL!

Sin importarme ya nada una mierda, abofeteaba el culo de Judith arrancándole gemidos cada vez más sonoros y obscenos, hasta que dejé de aguantar las ganas de correrme. Solté todo el semen acumulado abrazando su frágil cuerpo y envistiendo su trasero como un perro en celo hasta quedar seco… ¡MENUDA CORRIDA! De locos…

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Con los ojos prácticamente en blanco, me deshice lentamente de nuestra unión genital, hasta quedar totalmente fuera de su ano palpitante, satisfecho y abierto. Aquella pelirroja estaba espatarrada encima de la mesa, con mi semen, aún fresco y calentito, cayendo de su glotón agujero.

Era una imagen para enmarcar en mi cuarto, pero la cosa se iba a poner mejor, porque rápidamente vino Sandra, gateando como pudo y se puso estirada boca arriba con la boca abierta, haciendo que el menguante chorrito de semen le cayera directamente en su boca. Cuando no quedó ni una gota más que aprovechar, lo saboreó unos minutos y lo tragó, para después enseñarme la lengua directamente. Mi hermana se acababa de tragar del todo hasta el último resto de la lefa que había soltado en el ano de Judith… ¿¡Existe algo más sexy en el mundo que eso!?

―Tengo que aprovechar hasta la última gota.

Seguimos follando como conejos durante toda la noche, hasta quedar literalmente hartos de sexo. Desvirgué el ano de mi hermana, me follé y corrí en sus tetas, me follé a Judith mientras Sandra se morreaba conmigo, para luego bajar a explorar mi ano con su lengua, toqué y me morreé con ambas mientras se daban placer lésbico entre ellas, y un sinfín de experiencias sexuales más que culminaron la que es y por siempre será la mejor experiencia sexual de mi vida.

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Y, bueno, ahora que tengo 31 años y que estoy felizmente casado, puedo contaros esta historia que me marcó para siempre de manera más abierta.

Judith y Sandra acabaron haciéndose pareja eventualmente, se casaron y adoptaron una niña. Siempre me pregunté si con ella también harán cosas parecidas a las que hicieron conmigo, pero eso es algo que nunca sabré... Supongo.

Mi mujer parece tranquila cuando me voy de gira con Sandra. Debe pensar que, en un mundo con tanto puterío como el de la música, y más al nivel de fama en el que se mueve el dúo que tengo con mi hermana, sería relativamente peligroso para mi fidelidad andar por ahí fuera yo solo, con un grupo de amigos que me incitaran a gastarme el dinero en prostitutas de lujo o, aún mucho más, con una mujer. Sin embargo, al estar con Sandra, mi hermana, no tiene ninguna duda o temor de mí.

Poco sabía ella de las tórridas noches que pasábamos mi hermana y yo en cada gira, aprovechando cada pequeño momento a solas que teníamos para volver a encender la excitante llama del incesto.

Una llama que por mucho que he intentado apagarla, siempre me ha vencido, y creo que siempre me vencerá.

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Así que, lo reconozco, soy adicto a follar con mi hermana Sandra. Mi enfermedad no tiene remedio.

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Se llama EL PALCER DEL INCESTO.

FIN.