La relación con mi hermana se vuelve especial (4)

Intento por todos los medios que Sandra y Judith hagan las paces, y parece que, tras el esfuerzo, el río vuelve a su cauce, sin embargo las cosas cambian mucho entre nosotros tres. Una noche en la que me desvelo descubro algo que significa un antes y un después en la relación con mi hermana.

―Esto no va a funcionar, Iván.

―Por dios, ¿Podrías dejar de decir eso? Llevas todo el camino con la misma cantinela.

―Es que no creo que esté lista para hablar con Judith, ¿Sabes? Ella me odia ahora mismo, y yo no puedo soportar que alguien tan importante para mí me insulte.

―Sandra, cree que la has traicionado liándote con su novio, ¿Cómo quieres que esté?

―¡Pero que ya te he dicho que no sabía que era su novio!

―Eso se lo explicas a ella.

Piqué al piso de Judith, y le dije que era yo, que iba a subir. Pareció muy contenta al contestarme, y me dijo que adelante. Me iba a matar cuando apareciese por la puerta junto a Sandra, pero haría lo que fuese necesario para que se reconciliasen.

―Espera, Iván… ¿Cómo sabes el piso en donde vive Judith?

―Ayer la acompañé a su casa, simplemente…

―Claro… ¿Y dónde has estado durmiendo?

―Esto… Pues… En realidad me pidió que me quedase a dormir, que no quería estar sola.

―¿Pero me tomas por idiota? ¡Vosotros dos estáis liados!

―¿Liados? ¿Judith y yo? ¡Qué mente tan fantasiosa, Sandra!

―¡Que sí! Estáis demasiado juntos últimamente… Y ayer os quedasteis a dormir en la misma casa… SOLOS… Blanco y en botella, leche.

―Quedar a dormir no es igual a estar liados, señora futura médica.

―¿Me estás diciendo que te quedas solo toda la noche con una diosa pelirroja herida sentimentalmente y no haces nada?

―¡Sí! ¡Eso exactamente te estoy diciendo! Yo no… Qué no… Y… ¿Has dicho que Judith es una diosa? ¿Ves a Judith de esa manera?

―¿De qué manera?

―De manera sexual.

―¿Cómo?

Diciendo eso se sonrojó fervientemente, negando con la cabeza, incrédula ante mi insinuación pensada para cambiar de tema rápidamente.

―No sé, chica. Si dos personas por estar juntas todo el día, ya significa que están liadas, tú llevas en una relación lésbica con Judith desde hace tiempo.

―¡Pero qué dices! ¡Por supuesto que no! Es solo que… Yo también puedo ver cuando una chica es atractiva… No es que… ¿Cómo puedes pensar que ella y yo…?

―Ahora entiendes como me siento, ¿Verdad?

Mi plan para cambiar de conversación y cortarla usando la incomodidad había surgido efecto a lo grande.

Estando ya callados, cogimos el ascensor y picamos a casa de Judith. Le dije a Sandra que se escondiese a un lado del marco de la puerta, y que entrase cuando yo lo hiciese, para que Judith no pudiese dejarla fuera.

―Hola. Perdón por la tardanza, ya estoy aquí.

―Gracias, Iván. Ahora mismo te necesito más que nunca.

―Lo sé, aquí estoy para ti.

―Bueno, pasa. No te quedes ahí.

Al darme la espalda, sin darle tiempo a ni siquiera girarse, cogí a mi hermana del brazo y ambos nos metimos dentro de la casa de Judith, cerrando la puerta a nuestro paso. Al oír el golpe de la puerta, mi amiga pelirroja se giró, dando paso a una cara de estupefacción.

―Iván, ¿Qué hace esta zorra de mierda en mi casa?

―Judith, déjame hablar, vale. No te alteres.

―¿Que no me altere? Acabas de meter a traición a una de las personas que más odio en este mundo en mi casa. No me digas que ahora también eres tú un traidor...

―No lo soy. Solo quiero que os reconciliéis. Deja que al menos diga lo que tiene que decir.

―No me importa lo que una traidora como esta tenga que decirme.

―Te aseguro que las cosas no son como piensas, joder. Habladlo, ¿Qué perdéis haciéndolo?

Los tres nos sumergimos en un tenebroso silencio.

―Tsk… Está bien…

―Mira, yo voy a irme ahora mismo. Quiero que las dos habléis el rato que sea necesario y arregléis vuestra amistad. Me niego a que algo tan fuerte muera de esta forma. Os espero abajo, tomaros el tiempo que necesitéis.

Enfilé mi camino hacia la puerta, y así las dejé solas.

Estaba más que asustada. Tenía en frente de mí a mi mejor amiga, mirándome con ojos encendidos en ira, en rabia, en sed de venganza. Estaba claro que ahora me odiaba, aunque por razones que no estuvieron bajo mi mano evitar. No obstante, entiendo que me odie. Judith sufrió mucho con la infidelidad de su ex-pareja, lo sé porque yo misma le ayudé a reponerse de aquello ofreciéndole mi amistad sincera. Pero ahora yo la había traicionado, liándome con su novio, y volviéndole a abrir todas aquellas heridas. Obviamente, de forma inconsciente, pero lo había hecho. Viéndolo objetivamente, era imperdonable.

Fuimos al sofá, en total silencio, y comenzamos a hablar.

―¿Y bien? ¿Qué tienes que decir, maldita traidora?

―Judith, yo… Te agradezco que estés dispuesta a escucharme.

―No te confundas, lo hago por tu hermano. Tú no me importas lo más mínimo.

La hostilidad y frialdad que mostraba Judith conseguían humedecerme los ojos. No aguantaría mucho más sin ponerme a llorar a moco tendido si esto seguía así.

―Mira… Yo… Es cierto que estaba besándome con tu novio.

―¿Y encima lo reconoces? ¡Joder, que maldita puta eres!

―Espera… Verás… Yo no sabía que era tu novio.

Judith rió irónicamente.

―No me jodas, Sandra. Si estuvimos saliendo juntas la noche que lo conocí. Si hasta te tiró los tejos.

―No me acuerdo de nada de eso, Judith… ¿Acaso no recuerdas el ciego que llevaba?

―Sí, eso es cierto… No lo había pensado.

Empezó a rascarse su pelo escarlata, como cuando hacía cuando se ponía nerviosa.

―Tú misma dijiste que me tiró los tejos… Quizás quería acercarse a mí de alguna manera.

―¿Estás insinuando que se hizo novio mío para acercarse a ti?

―Bueno… Sí. Eso explicaría porque fue directamente a por mí en el bar ayer, sobretodo porque sabía que no le reconocería como tu novio por el pedo espectacular que llevaba encima aquel día en la discoteca.

―Joder, ¿Tan fea me ves? ¿¡Es que un chico no puede acercarse a mí porque le guste!?

―No he dicho eso, es solo que…

―Es solo que estás tú conmigo, dilo. Si tienes razón.

―No… No quería decir eso…

―No hace falta que te cortes, si es la verdad. Tú estás como mil veces más buena que yo, es normal que hagas de imán para los hombres.

―Judith… Eso no es…

―Bueno… Siento haberte dicho todas esas cosas… Tú no sabías nada al fin y al cabo.

―Claro, yo nunca te hubiese jodido de esa manera… Nunca… Eres de las personas más importantes en mi vida.

Me miró con los ojos vidriosos, y me cogió la mano, al borde del llanto. Entré en el mismo estado.

―Lo sé… Perdón por haber duda de ti… Sabes lo mucho que me importas, Sandra. Te quiero mucho. Por eso yo… No podía soportar… No sabes el alivio que siento al entender que nada fue tu culpa en realidad…

―Sé lo mucho que me quieres, y de verdad que lo siento… Yo no quería que nada de esto pasase. Es verdad que no sabía que era tu novio, pero todo se ha jodido por mi culpa al final.

Mira,

pensándolo bien,

eres más importante que esto. Que le den a ese cabrón, ese es el verdadero culpable de esto. Solo jugó conmigo, me usó de trampolín para llegar hasta ti.

Me quedé callada, mirando sus ojos llorosos, y haciendo más fuerte mi enlace con su mano.

Pero otra vez igual… Quizás es que soy fea y no le gusto a nadie… Siempre te preferirán a ti, supongo…

Judith, tú eres hermosa… No digas tonterías…

Eso lo dices porque eres mi amiga, pero nadie me verá de forma sexual estando tu presente, siempre paso a un segundo plano...

Ensimismada en sus pensamientos, Judith me pareció bastante mona de repente. Sentía su mano apretando la mía, y su mirada de ojos marrón claro perdida en algún punto de la habitación, como buscando explicación al mundo.

―Ah… Y adiós a follar otra vez… Qué mierda todo.

Sabía de la hipersexualidad de Judith, pero no me esperé que se acordara de ese tema en un momento tan emocional.

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Pero entonces pasó. Me acordé de las palabras de mi hermano: “ No sé, chica. Si dos personas por estar juntas todo el día, ya significa que están liadas, tú llevas en una relación lésbica con Judith desde hace tiempo”, y un sonrojo enorme se hizo presente en mi cara… ¿En que demonios estaba pensando? ¿Estaba loca o qué?

Un calor abrasador empezó a subirme por el cuerpo, generado a partes iguales entre los nervios por encontrarme a mí misma pensando en esas cosas, y por otro lado por una desconocida y poderosa excitación que empezaba a ganar terreno.

¿En que estaba pensando? Judith es mi mejor amiga… Y yo… ¿Desde cuando me veía atraída por mujeres? ¿Acaso soy bisexual y no lo sabía? ¿Con Judith? ¿Con Judith, cerebro? ¿Con Judith, vagina?

―¿Qué te pasa, Sandra? ¿Estás bien? Te veo súper roja…

―No, no estoy bien.

―No te sientas mal por esto, tía. Ahora entiendo que no es tu culpa. Dejémoslo estar.

―No es por eso.

―¿Entonces por qué es? ¿Estás enferma?

―No… Es… No sé… Creo que es por lo que has dicho de que quieres follar y ahora no podrás.

―¿Te pones así a estas alturas? Ni que fueras una monja de clausura...

―No es por eso exactamente… Verás… ¿Te preocupa no poder…? Ya sabes…

―Tranquila, lo soportaré. Y sino salimos de fiesta y me tiro a alguno. No hay problema.

Se reía, ajena a lo que se había gestado en mi interior.

―Verás… Creo que sé de alguien con el que puedes desfogarte si lo necesitas.

―Oh… Preséntamelo.

―Está muy cerca tuyo.

―¿Muy cerca mío? Como no sea…

La besé. No me esperé un segundo más. No sé que coño me estaba pasando, pero algo me impulsó a besarla, y quería más. Quería experimentar todo lo experimentable con Judith. Sentía que estaba a las puertas de un nuevo universo de posibilidades. El sentimiento de lujuria lésbica se retroalimentaba, haciendo que mi corazón palpitase demasiado rápido. Me estaba excitando como nunca.

Después de unos segundos de tanteo, comenzamos a explorarnos mutuamente las bocas, jugando con nuestras lenguas, y acariciando nuestras caras, intentando apartarnos el pelo la una a la otra, en un intento de profundizar lo máximo posible nuestro morreo.

Nos separamos finalmente por falta de oxígeno, con nuestros rostros totalmente rojos e hiperventilando.

―¿Qué coño haces, Sandra?

―Yo que sé, joder. Solo sé que me ha gustado un montón.

―Y a mí, joder. Ahora entiendo porque atraes tanto a los hombres.

Empecé a sobarle el cuerpo por encima de la ropa, y ella hizo lo propio con el mío. Veía la excitación y el desenfreno animal en su cara. Estaba anonadada por lo que estábamos viviendo.

―Te he visto las tetas muchas veces en el vestuario del gimnasio, pero nunca las he tocado. Y no sé… Es como que me estás poniendo burrísima.

―Podría decir lo mismo de tu culo. Está bien duro y formado. Qué envidia.

―¿De que vas a tener tú envidia?

Me quitó la camiseta, y empezó a lamerme todo el cuerpo, aún con el sujetador puesto, sin abandonar los pequeños momentos donde nos besábamos con lengua.

―No sabía que se podía pasar del odio a esto de forma tan repentina, Judith.

Ella, sonriendo ante mi jocoso comentario, se deshizo de la poca ropa que aún me cubría, quedándose extasiada en frente de mis pronunciadas curvas. A pesar de habernos visto desnudas mutuamente con frecuencia, noté sus ojos clavándose en mi cuerpo con la lujuria propia de un virgen cumpliendo su sueño erótico. No sé que demonios nos estaba pasando, pero era maravilloso.

―¿Es que vas a estar ahí, embobada mirándome, o vas a desnudarte también? Que yo también quiero verte...

Besé sus labios, sonriéndole pícaramente. Ella parecía nerviosa, desorientada. Era extremadamente mona, como si no supiese que hacer o que esperar. Asintió sonriente, y se desnudó con delicadeza, dejándome excitarme con sus movimientos, aunque de todas formas seguía pareciendo como si estuviese torpe, lo cual me calentaba aún más.

Finalmente se desnudó del todo, y con un sonrojó pronunciado, se abrazó a mi cuerpo desnudo. El tacto de nuestras pieles rozándose directamente era electrizante como mínimo, podría estar en esa posición con mi mejor amiga para siempre, simplemente explorando el hermoso cuerpo de una mujer por primera vez en mi vida. No pude resistir más y le amasé el culo, estando aún abrazadas.

―¿No me digas que tú también estás encoñada de mi culo?

―Pues… No lo sé… Nunca lo había visto de esta forma… Pero es que… No puedo evitar tocarlo. Tu amiga quiere manosearlo un poco más, ¿Me dejas?

―Vale, pero solo si sigues besándome. Me encanta como lo haces.

―Eso está hecho.

Seguí acariciando su culazo mientras besaba sus labios, probando todo tipo de cosas, desde que ella chupara mi lengua, hasta que yo chupara la suya, pasando por hacerle un torniquete con mi lengua en su boca, y terminando con intentos de hacernos chupetones mutuamente.

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En un momento concreto, me hizo levantarme y fuimos, sin dejar de besarnos y tocarnos, hasta su dormitorio. Me lanzó a la cama de un empujón, y de un cajón de su mesilla de noche sacó un consolador.

―Esto normalmente lo uso para mí, pero vamos a ver como reacciona tu cuerpo al placer…

Me hizo abrir las piernas, y empezó a acariciar mi vagina por fuera, con una destreza propia de una chica que sabe como dar placer a un coño.

―¿Dejarías ver como te corres, amiguita?

―Haz lo que quieras conmigo.

―Buff… Que cachonda me estás poniendo.

Se abalanzó a practicarle sexo oral a mi hiperexcitado

chochito, haciéndome gemir como una loca. Nadie me había hecho un Cunnilingus como Judith, sabía exactamente donde y con que intensidad tocar. Una experta en toda regla, seguramente porque ella también era mujer, y sabía que zonas me excitaban, a diferencia de los hombres, los cuales solo pueden suponerlo.

Que bueno Judith, estoy flipando.

Seguía estimulando

oralmente mi clítoris,

con

gran maestría, mientras hacía entrar dos dedos en mi entrada vaginal, y formaba un gancho con ellos, atacando sin piedad mi punto G. Sin dudas Judith sabía muy bien lo que estaba haciendo, y estaba consiguiendo elevar mi excitación hasta un punto donde entendía que no iba a aguantar mucho más. Por su cara, podía deducir que ella se estaba masturbando con el consolador viendo como yo me derretía de placer, aunque no podía ver la parte inferior de su cuerpo, puesto que yo estaba tumbada al borde de la cama, y ella de rodillas en el suelo.

―Eres increíble, me estás llevando al cielo.

Yo seguía gimiendo y diciendo elogiando la técnica de mi amiga, mientras la dejaba hacer.

Sin más dilación, un gran orgasmo se hizo presente, y tuve que taparme la boca para no gritar más de lo necesario, mientras levantaba mis piernas y todo mi cuerpo temblaba, como invadido por el espíritu del sexo.

―Oh, me voy a correr también, Sandra.

―Espera un segundo, que voy a darte un empujoncito.

Sin perder más tiempo, me puse de rodillas a su lado, y mientras ella se masturbaba para cruzar el punto de no retorno, yo cogí su rostro y me morreé con ella como si fuésemos animales, estimulándola tanto que no aguantó más y se corrió como una loca.

Seguimos probando cosas relacionadas con el placer homosexual femenino, desde atar una cinta al vibrador y usarlo como si fuese un pene de látex, hasta practicar posiciones lésbicas de todo tipo, entre ellas la famosa tijera o la desconocida liana (también usando el vibrador con la cinta como pene de látex), de la que Judith había oído alguna vez hablar. En total, yo conté unos seis o siete orgasmos en total, y Judith también tuvo más o menos ese número.

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Ahora estábamos las dos desnudas, totalmente exhaustas luego de una increíble y placentera sesión de sexo animal, tumbadas y mirando hacia el techo.

¿Qué coño había hecho? ¡Acababa de tener sexo con Judith! ¡Y lo había disfrutado como el mayor de los manjares tras meses sin comer!

―Ha sido… Como… Bufff… Y… Dios… No tengo palabras, tía.

―Totalmente, Judith. Ha sido flipante. Cuando quieras me llamas y repetimos. Las veces que quieras.

―Pero tía… ¿Desde cuando eres bisexual?

―Pues… No sé… ¿Desde hoy?

―Eso es imposible… No te haces bisexual en un día.

―¿Y tú que? Porque tu has gozado igual o más que yo…

―Pues… La verdad… Estoy como tú. Supongo que nunca es tarde para descubrir estas cosas…

―Bueno… Esto… Creo que es hora de que me vaya… ¿No?

―Joder, todos hacéis lo mismo, ¿Ya quieres salir corriendo?

―No es eso, joder. Es que… Lo siento, pero necesito pensar en esto fríamente, debo meditar el porqué de que me haya gustado tanto follar con mi mejor amiga.

―¿Que tienes que meditar? Eres bisexual, y ya está. No te ralles más.

―Que sí, Judith. No niego lo evidente, pero comprende que necesito aclarar mi mente, asimilarlo.

―Vale, haz lo que quieras…

La vi como enfadada por mis actos, y juguetona, me acerqué y la besé suavemente.

―¿Qué pasa? Quieres que me quede a tu lado como si fuese tu novia, tía…

―¿Qué?

Empezó a negar rotundamente, totalmente sonrojada.

―Aclara todo lo que tengas que aclarar. Ya hablaremos de este tema tendido por Whats, ¿Vale?

―Uy, ahora eres tú la que quieres que me vaya corriendo.

―¿Eh? No… Es solo que… Ah… Creo que también necesito tiempo a solas para asimilar lo que acaba de pasar entre nosotras...

―Vale, vale. Tómate el tiempo que necesites. Pero no te preocupes, mucho, ¿Vale? Hablamos…

Dicho esto, acabé la conversación dándole un piquito, y me fui de su casa. La reconciliación había sido un éxito, había sido DEMASIADO exitosa.

Habían pasado ya tres largas horas desde que las dejé solas, y me estaba empezando a preocupar, pues no quería salir en las noticias como “el hermano de la asesinada por su mejor amiga”. Preferí pensar que simplemente las “negociaciones” se estaban alargando, y que pronto Sandra saldría por el portal de casa de Judith. Estuve unos cuantos minutos más sentado en el banco posicionado justo enfrente de dicho portal hasta que, para mi alivio, Sandra salió de él.

Lucía muy preocupada y desorientada. Ni siquiera pareció acordarse de que yo estaba ahí, así que enfiló el camino a casa sin más. Yo me levanté y me acerqué a ella, para recordarle mi presencia.

―Pero… ¿A dónde vas, Sandra?

―Hostia… Perdón…

―Estás rarísima… ¿No habéis conseguido arreglarlo?

―No… No es eso, Iván. Hemos hechos las paces, todo está bien ahora. Ha entendido que no fue mi culpa al fin y al cabo, aunque la verdad es que sigo sintiéndome culpable… Pero, bueno, X.

―Entonces, ¿Por qué has salido corriendo del portal? Está claro que algo ha pasado.

―Ay, Iván, que no. Déjalo. Simplemente no me gusta discutir con Judith, y por eso estoy un poco cansada y distraída últimamente. Por suerte todo se acabó.

Yo lo cierto es que no me creía una sola palabra de lo que estaba diciendo, era obvio que algo muy fuerte había pasado en esa casa, algo que no podía decirme por alguna razón.

―Vamos a casa, que quiero distraerme un rato… ¿Que tal si componemos aquella canción que dijimos?

―Creía que estabas muy enfadada conmigo.

―Bueno, se me va pasando. Quiero decir, sigo teniendo clavadas las palabras que me dijiste, pero la verdad es que si no fuese por ti nunca hubiese hecho las paces con Judith. Gracias por obligarme a venir.

―De nada. Me alegra que volvamos a lo de llevarnos bien… Bueno, más o menos bien.

―¿Más o menos? ¿Acaso soy alguna clase de monstruo con el que no te puedes llevar del todo bien?

―No quiero que te vuelvas a cabrear, mejor no contesto.

Comenzamos a caminar hacia nuestra casa, y mientras ella seguía emperrada en que le contestase, provocándome constantemente, yo divisé en su cuello, parcialmente tapado por su cabellera, un chupetón.

―¿Tenías eso antes?

―¿El qué?

―Ese chupetón.

Ella se sonrojó cual tomate maduro, tocándose la parte del cuello que le estaba señalando.

―Me lo haría el novio de Judith…

―¿Seguro? No recuerdo habértelo visto antes…

―¡Pues claro! Tampoco es que me mires demasiado el cuello…

―Pues pensándolo bien, tienes razón…

Puede ver en su expresión como mis últimas palabras le habían quitado un peso planetario de encima. Estaba claro que algo escondía. Salía muy nerviosa de casa de Judith, y con un chupetón que no le había visto antes.

Dejando volar mi fantasiosa mente estaba más que claro lo que había pasado, y eso también explicaría la infundada tardanza en sus negociaciones. Pero me negaba a creerlo, mi hermana no era bisexual hasta donde yo sabía, y además Judith no podría hacerlo con ella después de llevarla odiando tanto todos estos días… ¿Verdad? De todas formas, lo cierto es que no era de mi incumbencia.

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Llegamos a casa, y nos pusimos rápidamente a componer la canción. Cogí algunos acordes que me gustaban, típicos de Rock clásico, y los adapté a la guitarra acústica. Los deformé un poco, dándoles algunos toques personales, y logré una melodía bastante entretenida.

Sandra era la vocalista principal, y yo iba haciéndole los coros y cantando algunas partes, jugando con entre el registro masculino y femenino.

Estuvimos durante una semana aproximadamente ultimando los detalles del tema, y finalmente grabamos y produje rudimentariamente la canción con un programa Free Use que había instalado en mi portátil. El resultado fue bastante mejor de lo esperado, nos sorprendió a nosotros mismos.

―Es genial.

―Realmente lo es.

―Entonces, ¿Qué? ¿Lo subimos?

―¡Pues claro! ¿Para que lo hemos hecho si no?

―No sé, no sé…

―Ya te dije anteriormente que no tienes porque ser tan desconfiado contigo mismo, está genial, y lo vamos a subir.

―Está bien…

Creé un canal con nuestros nombres y subí la canción a YouTube.

―Pues ya está…

―¡Lo hemos hecho, Sandra!

―Sí… Estoy muy feliz, y muy orgullosa.

―Quien me iba a decir a mí cuando llegué aquí que estaríamos haciendo esto… La vida es una caja de sorpresas.

―Lo mismo digo.

―Bueno, ¿Cenamos?

―Sí, vamos.

Aquel sábado cenamos viendo la televisión, y comentando sobre todo en general, como hermanos de verdad. Sentía que todo lo que nos dijimos hacía ya una semana se había desvanecido de alguna forma, lo cual me llenaba de alegría.

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No obstante, aquella noche pasó algo que resultó un punto de inflexión en la relación con mi hermana, y que es de vital importancia en esta historia.

Para que entendáis el contexto, decir que yo siempre suelo irme a dormir relativamente pronto, mientras que mi hermana siempre se va tarde, y más aún en fin de semana, en donde suele verse series en Netflix (tiene una pequeña televisión en su cuarto), como revelan las voces que aún desde mi cuarto en la planta de abajo se siguen oyendo.

Esa noche me desperté en mitad de la madrugada, sobre las tres y cuarto de la noche, y tras dar unas cuantas vueltas en la cama descubrí que me había desvelado, a parte de que tenía sed, y eso no ayudaba a volver a conciliar el sueño. Resignado, me levanté a por un vaso de agua, y entonces, afinando mi oído desde el Living (justo en frente de mi cuarto) comencé a escuchar sonidos provenientes de la planta de arriba.

Decidí que mi sed podía esperar, y subí sigilosamente para saciar mi curiosidad, ya que los sonidos sonaban ligeramente familiares, pero algo cayados, con menor frecuencia. Al subir las escaleras, vi una pequeña rendija de la habitación de mi hermana abierta, su puerta estaba ligeramente entornada, y entonces entendí que los sonidos provenían de ahí.

Oyéndolos mejor, los sonidos eran más que familiares… Y entonces lo recordé, eran los mismos que oía desde el comedor cuando Luis y Sandra follaban, era obvio que Sandra se estaba masturbando en esos mismos momentos.

Pensé en dejarlo estar, en irme y no liarla, pero algo superior a mí me dijo: “Echa un vistazo, seguro que no te pilla, la rendija es demasiado pequeña”, y no pude hacer más que rendirme a la tentación.

Me acerqué lo más sigilosamente que pude hasta la rendija, y me puse a mirar, con mi corazón bombeando sangre a mil por hora, sintiendo la tensión del peligro rebotar en cada una de mis fibras musculares. Tardé unos pocos segundos en acostumbrarme a la luz, ya que toda la casa estaba oscura, pero la imagen que mis nervios oculares estaban enviando a mi cerebro no tenía precio.

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Sandra yacía, completamente desnuda, estirada en su cama, quedando su vagina en la mejor posición para que un espectador inesperado como yo se deleitase con ella. Tenía un pequeño diseño púbico encima de la entrada vaginal, una especie de triangulo rubio que era demasiado sexy.

Por no hablar del resto de su cuerpo, el cual no podía ver a placer debido a la posición. Unos pechos enormes que resaltaban en un cuerpo torneado, fibrado y de aspecto suave y sofisticado. Si existía dios, había creado el cuerpo de Sandra para el pecado.

Gozaba con gemidos acallados acariciando diferentes partes de su coño, excitándose cada vez más. Parecía que lo hacía asiduamente, debido a la maestría que tenía dándose placer a si misma.

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Y sí, esto hubiese quedado en una anécdota calentorra sin más, pero entonces me quedé totalmente paralizado ante sus gemidos, pues tomaron forma lingüística mientras cerraba los ojos y seguía tocándose, seguramente al borde del orgasmo. No podía creer el pensamiento con el que mi hermana se estaba viniendo.

―Sí... Judith... Iván... dadme placer… Con los dos a la vez... Me voy… a correr…