La relación con mi hermana se vuelve especial (2)
La relación con Sandra se vuelve cada vez más extraña, mientras que arrastro a Melissa, mi mejor amiga de la uni, de fiesta conmigo y mis amigos pervertidos de la universidad. Una noche loca que acaba de manera muy extraña.
―Ayer estuve con Mónica. Joder, pedazo de guarra. De verdad que flipé.
―Mónica pasa de ti como de la mierda, Sergio. En serio, eres un mentiroso compulsivo. Háztelo mirar.
―Joder, tío. Te juro que estuve con ella.
―Sí, claro. Con ella, y con Alba, y con Paula, y con Raquel… Joder, al final va a resultar que has estado con todas las tías buenas de clase.
―Reconozco que con las tres que has dicho exageré un poco, pero con Mónica la cosa ha sido muy profunda, menudo cuerpazo de diosa, le chupé todas las-
―No es necesario que des detalles de mierda, Sergio. Además, son mentira. También te inventaste que le sobaste el culo a Alba mientras te corrías, y que le llenaste el rostro de lefa a Raquel, que Paula te hizo una mamada…
―Joder, Iván, ¿Qué tengo que hacer para que me creas?
―Pues dejar de contarme tonterías inverosímiles… ¿Cómo te vas a follar a tías que ni han cruzado una sola palabra contigo?
―No sé, algunos lo llevamos en la sangre.
―Tío, eres mi amigo, y te aprecio, pero tienes el gran defecto de ser un baboso mentiroso.
―Gracias, yo también te quiero.
―No, en serio, es preocupante, ¿Por qué tienes la necesidad constante de inventarte cosas con tías? Es urgente que te busques una novia… Y apunta más bajo que Mónica, Paula o Raquel, por favor, esas son solo accesibles para la élite de la élite. Es como querer pasarte el jefe final siendo de nivel uno.
―¿Acabas de comparar a una tía con un jefe final de un videojuego?
―Em… Bueno… Quizás no es el mejor ejemplo.
―Y luego soy yo el que tiene que buscarse novia…
―Yo no demuestro estar tan necesitado como tú, la verdad…
―No me digas que ya te estás tirando a una… ¡Que cabrón! ¿Es Melissa, verdad?
―¿Melissa? ¡Que va! Melissa es mi amiga, nada más. Aunque seguramente a un estratega del sexo como tú le baste con una conversación para llevársela a la cama, ¿Verdad?
―No lo dudes… Pero no me cambies de tema, ¿Quién es? ¿Está buena? ¿Que talla tiene de pechos?
―¡Que no me estoy follando a nadie! ¡Déjame ya! Y si lo estuviese haciendo no te daría esos datos… ¿Quién en su sano juicio pregunta la talla de pechos de la follamiga de un amigo?
―Tío, esos datos se comparten, de toda la vida.
―Será en salidolandia, tu país.
―Pues yo creo que si que tienes a alguien, se te nota en la cara.
―Sergio, esta conversación me está empezando a hartar. Veo que nos vamos a meter en un círculo vicioso.
―¿Vicioso? Tío, como Mónica…
―Dios mío, estás muy mal, no me jodas…
La clase de “Fundamentos de la comunicación y de la información” acabó, y con ello ese día tan extremadamente pesado.
Ese con el que estaba hablando es Sergio, el chico con el que he hecho más migas en la universidad. Es un tío de puta madre, pero tiene el pequeño detalle de ser un salido que flipas, cosa que hace que las tías no lo quieren tocar ni con un palo, a pesar de que tampoco es un orco físicamente hablando. Se inventa historietas de como folla con la chicas más sexys de nuestra clase, y como yo soy el único con el que tiene la suficiente confianza, pues se dedica a contármelas.
Al salir de la universidad, Sergio llamó mi atención.
―Tío, Iván, tenemos que salir de fiesta uno de estos días, que quiero que veas como liga un estratega como yo.
―Hay un límite para lo personaje que puedes ser, tío. Pero vale, me apetece bastante salir de fiesta.
―Claro tío, seguro que Raúl, Carlos y Pol se apuntan.
―Yo hablaré con Melissa, a ver si quiere venir con nosotros, y ya de paso que se traiga a alguna amiga.
―¡Eso es! Y nos las follamos en los baños de la discoteca.
―¿No sabes cuando parar, verdad?
―Un estratega del sexo nunca para, pequeño aprendiz.
―Como usted diga, maestro. Ahora me tengo que ir, adiós.
―Venga, nos vemos, tío.
Emprendí mi camino a casa, y nada más llegar, dejé la mochila y demás utensilios para estudiar en mi habitación, y me dirigí al frigorífico para coger una cervecita y ponerme a ver la televisión tras un duro día de clases. De sopetón, mi hermana asomó su cabeza hacia el comedor y se dirigió hacia mí.
―Tengo un hueco ahora, ¿Quieres que cantemos un rato?
―Por supuesto, sabes que yo siempre tengo tiempo para cantar. Voy a por la guitarra.
Como de costumbre, estuvimos divirtiéndonos con la música, porque eso era algo que amábamos de corazón, y era algo que nos hacía conectar de una manera muy especial.
Ya habían pasado dos meses desde el beso con Sandra, y aún no me lo podía quitar de la cabeza, ese instante se repetía en mi mente una y otra vez, a pesar de que no habíamos vuelto a hablar del tema, y nos habíamos esforzado en ocultar la obvia tensión entre nosotros con una exagerada normalidad en nuestra relación. Incluso empecé a pensar que para Sandra no había tenido ninguna importancia, pero había pequeños matices en su actitud que delataban su incomodidad.
―Eso ha sido genial, cada vez cantas mejor.
―Gracias, lo mismo digo. De tanto cantar y tocar me voy a transformar en un maestro.
―No lo dudes, tienes potencial.
―Joder, y tú.
―¿Y por qué no damos un paso más?
―Em… ¿Cómo?
―Podríamos crear un dueto, grabar algo y subirlo a YouTube.
―¿Y que lo vea todo el mundo?
―No deberías tener vergüenza, Iván, lo haces genial.
―No sé si seré capaz de crear una canción…
―La crearemos juntos, ¿Vale? Así que no tienes que cargar con eso solo.
―Esto… Bueno… ¿Pues por qué no?
―¡Claro! Mira, yo ahora he de irme a unas prácticas que tengo, pero lo haremos, ¿Vale?
Me señaló su mochila, que dejaba siempre en el cuarto de estar.
―Guay. Por cierto, hoy voy a salir.
Mis palabras le extrañaron y la pusieron incluso un poco tensa.
―¿A salir? ¿Tú?
―Sandra, no soy ningún inadaptado social, también tengo amigos en la universidad…
―Eh… No lo quise decir así… Es solo que nunca te has ido de fiesta en tu estancia aquí.
―Me estaba adaptando aún al ambiente universitario, pero ahora que han pasado tres meses de curso, y estoy bastante cómodo con mis amigos, voy a hacerlo.
―Pues genial. Yo también iba a salir, así que mira… No soy quien para decir nada.
―¿Y por qué deberías decir algo?
―Ay, Iván, déjalo.
Acto seguido, cogió la mochila que previamente había apuntado y se fue de casa.
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Cuando volvió, le pregunté si quería practicar la canción, pero dijo que no tenía ganas y se encerró en su cuarto. Supuse que estaba molesta por alguna razón ajena a mí, y por miedo a que nuestra relación volviese a como era, la dejé en paz.
La noche fue llegando, y yo ya me había duchado y preparado para salir.
Al final íbamos a ser Sergio, Raúl, Carlos, Pol, Melissa, dos amigas más suyas y yo. No es que odiara a Sergio, pero sabía de primera mano que no tenía muy buena fama entre Melissa y sus amigas, así que no sé como aceptaron. Solo esperaba que no la liara con su actitud de depravado sexual.
Sergio me llamó y me dijo que estaban llegando a mi casa con su coche
(él era el único de nuestro grupo de amigos con carnet de coche), así que me dispuse a salir de casa.
No obstante, cuando me disponía a abrir la puerta, unos pasos que se acercaban a la puerta llamaron mi atención. Cuando me giré me quedé patidifuso.
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Era mi hermana, maquillada y preparada para salir de fiesta.
―¿Pero qué…?
―¿Qué pasa? Yo también me voy de fiesta con unas amigas, no me mires así…
―Ah… Bueno… ¿Por qué no me lo contaste antes?
―¿Por qué tendría que contarte que voy a salir?
―No sé… Mira, da igual… Haz lo que quieras.
―Por supuesto, es lo que pensaba hacer.
Los dos salimos de casa, y nos quedamos esperando en la acera. Entonces llegaron Sergio y los demás.
―Bueno, que te lo pases bien, Sandra…
―Lo haré, te aseguro que esta va a ser una noche inolvidable…
Solo le sonreí y me dirigí al coche.
Nada más entrar, todos se me quedaron mirando.
―¿Quién era esa?
―Dios, está buenísima.
―Ya ves, tío, ¿De que conoces a esa diosa del Olimpo?
―Ya te digo que es una diosa, Raúl. Le lamería cada parte del cuerpo hasta que me quedara sin saliva.
Todas estas barbaridades las dijeron con el coche ya en marcha y yendo camino a la discoteca, seguramente por miedo a ser escuchados por Sandra.
Sí, mis amigos estaban muy mal de la cabeza. Más salidos que un mandril en celo.
―Joder, estáis fatal, de verdad. Necesitáis echar un polvo de una vez.
―Ya ves, pero es que… Dios, Iván… Esa es la tía más buena que he visto en mi vida… Que tetas, que culo, que meneo tiene…
―Tío, Sergio, esa es mi hermana mayor.
―¿Qué? Joder, que incómodo… ¿Esa diosa nórdica es tu hermana mayor?
―Lo siento, tío, eres adoptado.
―A ver, Raúl, no seas tan cabrón. Pero… ¿Y cómo puedes convivir con una hermana que está tan buena?
―Es mi hermana, tío. No la veo de esa forma.
Todos empezaron a reírse sonoramente.
―No, venga, ahora en serio.
―Que no tío, Carlos. Es mi hermana no la puedo ver de esa manera.
―Por mucho que sea tu hermana, sigue teniendo unas tetazas, un culazo, y un cuerpo de veinte sobre diez.
―Joder, cortaos un poco, vale que está buenísima, pero es su hermana.
―Menos mal, Pol, alguien que dice algo coherente.
―¿Entonces admites que está buenísima? Ves como no era tan difícil…
―Tío, ¿Podríamos dejar de hablar de Sandra?
―¿Y la has visto desnuda alguna vez?
―¿Pero qué dices, Sergio? ¿Se te ha frito la neurona que te quedaba?
―Tío, Iván. Lo típico, ella sale descuidada del baño, con la toalla mal encajada, tú pasabas de casualidad y la gravedad te hace el favor de que se le caiga la toalla. Ella te grita sonrojada y se encierra de nuevo en el baño, mientras tú te quedas ahí parado como un pasmarote disfrutando en tu mente de la imagen de su cuerpo desnudo.
―Dios, Sergio… En serio… Ves demasiado porno… Solo falta que me digas que después me invita a entrar al baño y me la follo encima del lavabo.
―¿En serio? Flipo...
―Tío, en serio, estás fatal. Necesitas un psicólogo… O un psiquiatra.
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Por fin llegamos a la discoteca en cuestión, y acabaron las palabras obscenas sobre mi hermana.
Allí nos estaban esperando Melissa y sus dos amigas.
Melissa era una chica con pelo negro azabache, de cuerpo bastante atractivo y moldeado, y de profundos ojos azules, con la que había hecho migas muy rápido. Una tía súper maja, enrollada, divertida y con prácticamente mis mismos gustos. Seguramente esas son algunas de las razones por las que mis amigos nos emparejan constantemente. Bueno, eso y porque son unos pervertidos que necesitan fantasear con cualquier cosa que les rodea.
Le pedí a mis amigos que se quedaran quietos un segundo mientras hablaba con Melissa y las demás. No quería que la liaran con una de sus guarradas de salidos.
―Hey, ¿Qué tal, tío?
―Genial, tía. Y ahora mucho mejor. Pero que guapa estás, te queda genial ese vestido.
―Bueno, tú vas bastante de galán hoy, eh. Nada mal, nada mal…
―Que pasa, ¿Tanto te gusta?
―Me encanta.
―Guay. Por cierto, lo siento…
―No te preocupes… A pesar de que en tu grupito son unos pervertidos que me caen bastante mal, tú eres un tío de puta madre, y quería saber como era salir contigo de fiesta.
―Ni que fuera el alma de la fiesta…
―No me hace falta que lo seas, solo que seas tú mismo.
―Eso está hecho.
―Mira, te presento a Alba y a Raquel.
Cuando oí esos nombres se me hizo un nudo en el estómago… ¿Alba y Raquel? ¿Dos de las tías más buenorras de mi clase estaban saliendo de fiesta con nosotros? ¿Melissa era tan amiga de esas dos? Muchas preguntas se pasaron por mi cabeza, pero lo que me más temía era que los gilipollas de mis amigos empezaran a molestarlas. Se liaría bastante parda, y no me apetecía. Sería gracioso que les dijera: “Hey, vosotras sois las que se follo mi amigo Sergio, ¿Qué tal?” solo para ver la cara que se le quedaría al susodicho al quedar descubiertas sus mentiras. Pero, al fin y al cabo, era mi amigo, y no le iba a hacer eso.
―Tía, Meli… ¿Con esos? ¿En serio?
―No quiero ni que respiren mi mismo aire, me dan mucha grima.
―Ya, ya, tías, pero hacedlo por mi amigo.
Diciendo eso, me paso un brazo por el hombro y les sonrió de forma amistosa.
―Esta bien que quieras ganarte a tu noviete, pero es que no los soporto, y a él no lo conozco.
―Y dale… Que Iván y yo no somos nada. Bueno, amigos, por supuesto.
―Es que no se cansan de emparejarnos, eh, tía.
―Será porque siempre tonteas conmigo, pillín.
―Bueno, tú no hables de tonteos, que en eso tú eres la experta aquí.
―
Vale, tortolitos, dejad de piaros, que esto es serio. Tía, Meli, no nos habías dicho nada de que venían esos. Creía que íbamos a ser nosotras y tú amiguito barra noviete.
―Es que si os lo hubiese dicho no hubieseis venido.
―Pues haber venido tú sola.
―¿Yo sola con la panda de salidos? ¿Pero tú estás loca, Alba?
―Joder, estáis poniendo bien finos a mis amigos.
No pude evitar soltar una risilla.
―Tías, lo siento… Pero por favor quedaos, que con vosotras aquí me siento mejor.
―Bueno… Venga, va, nos quedamos, Meli. Pero como se atrevan ni siquiera a rozarnos les damos una hostia y nos vamos.
―Por supuesto.
Presentamos a todas a mis amigos (lo cual, para mi sorpresa, no acabó en pelea de ningún tipo), y entramos a la discoteca.
El ambiente estaba bien cargado por el calor corporal de cientos de personas aglomeradas, sonaba Reggeaton a tope, y yo solo podía ver chicas bailando y muchos culos rebotando. Bueno, lo típico en una discoteca de ese estilo. Se podía sentir el ambiente latino en el aire, todo muy propicio para la fiesta y el desfase.
Teníamos que gritarnos al oído para comunicarnos entre nosotros debido al volumen de la música.
―Bua, tío, Alba y Raquel, joder. A estas me las vuelvo a follar hoy, te lo juro.
―No seas fantasma, Sergio. Que he estado a punto de preguntarles.
―No, no. No lo hagas, que… A ver… Realmente no me las folle… Fueron solo preliminares.
―Claro, claro… Venga, atontao, calla y vamos a pasarlo bien, joder.
―¡¡Claro!!
Empezamos a bailar, y desde luego Melissa no se cortaba un pelo. Empezamos con un baile común y corriente en donde los dos participábamos, pero cuando empezó a sonar Dembow, comenzó a perrearme descaradamente. Lo cual no me desagradó para nada.
Cuando acabó la canción y estaba comenzando la siguiente, Sergio me agarró del cuello de la camisa y me gritó al oído.
―Tío, a mi no me jodas. Tú te estás follando a Melissa, cabrón.
―Y dale… ¡Que no! ¡Cállate ya!
―Pues te está pidiendo guerra claramente.
―Siempre nos comportamos así entre nosotros, pero somos amigos.
―Estoy flipando, de verdad.
―¿Y tú? ¿No perreas con tus novias Alba y Raquel?
―¿Yo? ¡Qué va! Yo no sé bailar, lo mío es el mete-saca.
―Que fantasma eres, vamos a verlo.
Sin pensarlo más, empujé a Sergio hacia Alba. Había cambiado de opinión, quería que se liara.
―¿¡Pero qué haces!?
―Joder, tía. No ha sido a posta. Perdón.
―Mira, me das bastante asco. Apártate de mí.
―No hace falta que te pongas así, ¿Y si bailamos y te demuestro que no doy tanto asco?
Me estaba riendo mucho por la situación cuando sin querer golpeé a alguien con el codo.
Me giré para intentar transmitirle con la mirada que lo sentía, y entonces mis ojos se encontraron con los ojos furiosos de mi hermana. Su expresión cambio al entender que se trataba de mí.
Nos empezamos a gritar al oído para que me enterara.
―¿Pero que haces aquí?
―Eso digo yo.
―Pues aquí con unas amigas.
―Pues lo mismo digo.
Vi que intentaba moverse entre la multitud, pero comprendí que estaba demasiado borracha para lograrlo.
―Joder, estás en la absoluta mierda ahora mismo.
―Que va… Si yo control- Bueno, vale, estoy un poco mal, pero… Buff… Me ha venido una arcada bastante importante.
―Podría haber vivido sin esa información.
Entonces alguien me cogió de la mano entre la multitud. Cuando me giré vi el rostro hermoso e inconfundible de Judith. Estaba especialmente bella, con unos shorts que resaltaban su perfecto trasero, y con una blusa negra que dejaba a la vista el escote.
―¡Pero si es Iván!
―Hey, ¿Qué tal?
Me apartó un poco de Sandra y me gritó al oído.
―Estoy deseando repetir lo del otro día.
―Tía, ¿A que viene eso ahora?
―¿Que sitio hay mejor que este para aclarártelo?
Cuando iba a responderle, Melissa me agarró de la mano, y giró mi cuerpo para proceder a perrearme, esta vez de manera altamente provocativa. Tras estar así un rato, se giró y me gritó al oído mientras bailaba muy pegada a mí.
―¿Quien es esa?
―Una amiga.
―Vaya amigas tan buenorras que tienes.
―Y que lo digas, tú eres un claro ejemplo.
―Vaya, señorito, invíteme a una copa antes, ¿No?
―Ya hace rato que he tomado mi consumición, así que es lo que hay…
―La verdad es que creo que ya voy servidita de alcohol, pero quiero que me digas algo…
―
Dime.
―La prefieres a ella, ¿Verdad?
―¿Cómo?
―No sé quien era esa pelirroja, pero
yo no soy rival para un pibón de esa calibre, lo reconozco.
―¿Quién te ha dicho que la prefiero a ella?
―No sé, pero es algo que intuyo.
―Mira, no te voy a negar que está buenísima, pero tía, Melissa, tú también.
―¿En serio?
Ahí en medio, entre la multitud, y para mi total sorpresa, empezó a manosearme el paquete.
―Melissa, esta bromita del tonteo se nos acaba de ir de las manos.
―A la mierda, deja que se nos vaya mucho más.
Y entonces se acercó a mi boca de forma muy sensual, y empezamos a besarnos. Hacia mucho calor, y podía notarlo al poner mis manos sobre la cintura de Melissa, en medio del frenesí.
El beso empezó tímido, pero acabamos como animales en celo, comiéndonos bien las bocas, chupándonos las lenguas de forma muy obscena.
―Dios, que ganas tenía de esto.
―Joder, que beso más cachondo. Me he empalmado a lo bestia, que lo sepas.
―¿Tienes condones, verdad?
―Sí.
―Pues vamos al baño a follar, no puedo con este calentón que me has dado.
Sin poder pensar de forma muy clara, y sin comprender como es que nos íbamos a colar en el baño del sexo opuesto, seguí a Melissa hasta el excusado.
Empezamos a besarnos mientras entrábamos al lavabo de chicas. Escuchaba cuchicheos de las demás chicas que había allí, pero iba bastante contento y además estaba demasiado cachondo como para que me importara. Nos encerramos en uno de los baños, y empecé a sobar por encima del vestido a Melissa.
―¿Quién te hubiera dicho que ibas a acabar acariciando mi cuerpo por encima del vestido que tanto te gusta?
―Ya te digo… Dios, esto de follarse a una amiga tan cercana da demasiado morbo.
―Yo también lo estoy sintiendo, quiero comerte la polla ahora mismo.
―Pues sírvete tu misma.
Liberé el cierre de los Dockers y me los bajé hasta las rodillas, sentándome en la taza del váter.
―Dios mío, que buen pollón que tiene mi amiguito. Estoy flipando.
Empezó a lamerlo pausadamente, haciendo que descargas eléctricas viajaran desde mi entrepierna hasta mi cerebro, haciéndome estremecer por sentir la lengua de mi amiga lamiendo mi tronco.
―Tienes la polla más grande que nunca he lamido, ¿Puedo seguir jugando con ella, verdad?
―Haz lo que quieras con ella, es tuya.
―Dios… Es que es gigante, me encanta…
―¿En serio es tan grande?
―Ya lo creo, tienes un monstruo aquí abajo. Deja que intente algo.
Dicho eso, respiró hondo y empezó a meterse mi tranca en la boca. Al principio lo hizo de golpe, pero llegando a su tope, empezó a bajar más lentamente, poniendo una cara demasiado lasciva para ser descrita… ¡Esa zorra quería meterse mi polla hasta la campanilla! Empezó a secretar mucha saliva, dejando mi glande y tres cuartos de mi pene muy lubricados, y con un poco más de esfuerzo, sus labios tocaron mis pelotas… ¡Lo había conseguido!
―¡Dios, Melissa! ¡Que guarra!
Se sacó mi pene de la boca, dejando un puente de saliva, y me miró sonriendo pícaramente.
―No has visto nada, te lo aseguro.
―Enséñame…
Me puse el condón. Entonces se montó encima de mí, se bajó las bragas, se arremangó el vestido y empezó a cabalgar mi polla mientras me gritaba cosas al oído, combinando eso con ocasionales lamidas en mi oreja y cuello.
―Dios… Es extremadamente grande. Me estás destrozando por dentro.
―Es toda para ti, guarrilla.
―Oh, dios… Quiero que me digas todas las cerdadas que se te vengan a la mente. Se lo más pervertido que puedas mientras me auto ensarto tu polla.
―Siempre me has puesto como una moto con tu tonteo, he fantaseado muchas veces con que me la comías debajo de las mesas de la universidad, o con que me invitabas a tu casa a ver una peli, y al final acabábamos follando en la encimera de la cocina.
―Puedo cumplir todas esas fantasías cuando quieras… ¿Y te has masturbado pensando en este momento? Quiero saber si mi amiguito se ha masturbado pensando en follarme.
―Pues sí, han caído muchas pajas contigo en mente…
―Pues no hace falta que te pajees más. Cuando estés cachondo solo llámame y cruzaré toda la ciudad si hace falta para volver a correrme encima de este pollón bestial que tienes… ¡Joder! ¡Que pollón! ¡Es que estoy flipando!
―Y yo… No sabía que… Fueras tan zorra…
―Me voy a correr en breves. Quiero comerte los morros mientras me pego la mayor corrida de mi vida.
―No te contengas un pelo.
―Oh dios… Oh dios… Aquí viene… ¡ME CORRO!
Acto seguido, me empezó a besar de forma brutal, como poseída por algún ente demoníaco, y empezó a trazar círculos con sus caderas encima de mi entrepierna. Entonces noté que sus paredes vaginales se estrechaban y, sin poder aguantar más, empecé a correrme en su interior, a la vez que ella. Suerte que llevaba el condón, sino estoy seguro de que le hubiese dejado preñada de la enorme cantidad de semen que salió de mi pene… ¡Que corridón en el coño de mi amiguita! ¡Que pedazo de polvo! ¡Tenía que repetir algún día!
―Dios… Que polvazo…
―Ya te digo, tía. Me he corrido un montón.
―Espera.
Sin esperar lo más mínimo, me quitó el condón de la polla, y como si fuese horchata, vertió todo el semen que había dentro de la gomita en su boca y se lo tragó todo. Eso me pareció demasiado caliente.
―No puedo desperdiciar la primera corrida que le he sacado a mi amiguito.
―Por supuesto.
―Ahora volvamos con los otros, que ya hemos tardado bastante.
Cuando salí del baño, había un montón de chicas mirándonos riéndose y hablando entre ellas. Vaya espectáculo les habíamos dado. Melissa pasó a mi lado y sonriendo me besó y me guiñó el ojo. Después salió del excusado.
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Entonces, entre la barrera de chicas cotillas divisé a mi hermana, totalmente demacrada, y vomitando en uno de los lavabos. La imagen era dantesca como mínimo, parecía una fuente de vómito. Tenía toda la cara roja y a penas se mantenía en pie. Preocupado me acerqué a ella.
―¿Que coño te pasa, Sandra? ¿Estás bien?
―Creo que… He bebido… Un poco… Demasiado…
―Dios, tía, estás en las últimas… Espera, que iré a buscar a Judith y a las demás… Que te lleven a casa…
―¡No! Espera… No quiero causarles... aún más problemas... de los que ya les… estoy causando…
―Pero, tía… ¿Te has visto? No estás en condiciones para estar aquí, será mejor que las avise, no creo que les importe tanto.
―No… En serio, Iván… Judith a ligado, y no quiero joderle el rollo…
―¿A ligado?
No sé muy bien el porqué, pero me puse algo celoso por aquella información. Aunque, pensándolo bien, yo acababa de follarme a Melissa, no era precisamente el indicado para ponerme celoso.
―Sí, joder… No quiero joderle el plan… Por favor, solo déjame… Estaré…. Bi-
Un sonido bastante asqueroso salió de la garganta de mi hermana, y empezó a potar de nuevo.
―Tía, no estarás bien… Vale, te llevaré yo a casa…
―¿Eh? No… No quiero... cortarte el rollo... a ti tampoco.
―¡Te llevaré a casa y no hay más que hablar!
Cogí a mi hermana, apoyándola en mi hombro, y salí con ella del excusado. Abriéndome paso llegué hasta al salida, y pedí un taxi por Internet. A los viente minutos, llegó el Taxi. En el tiempo de espera, lo que estuve haciendo es intentar que Sandra se estabilizara lo máximo posible, aunque no pudo evitar volver a vomitar.
El trayecto duró una hora, ya que la discoteca a la que habíamos ido estaba bastante lejos.
Cuando llegamos a casa, y nada más abrir la puerta, Sandra volvió a vomitar.
―Joder, tía, no sabía que vomitar tanto era médicamente posible.
―Lo siento… Mucho… De verdad…
―No pasa nada, ahora lo limpio.
―No… Ya puedo limpiarlo yo… Aunq-
Otra arcada acalló los intentos de Sandra por disculparse.
―Lo primero es lo primero, vamos al baño y te enjuagas la boca, que te huele el aliento a absoluta mierda.
La llevé al baño y le ayudé a mantenerse de pie mientras se enjuagaba la boca.
―Ya… Estoy… Bien…
―No, tía, no lo estás, mira como tienes la ropa…
Le mostré el repugnante chorretón de vómito que se extendía a lo largo de su camisa blanca.
―Tienes que cambiarte, y ademas tienes que ducharte, eso te ayudará a calmar un poco la pedazo de cogorza legendaria que llevas encima. Espera aquí, voy a por tu pijama.
―De… Acuerdo…
La dejé sentada en la taza del váter, y mirando al infinito con una cara totalmente horrible. Realmente estaba demasiado borracha.
Subí a su cuarto, y encontré un pijama cualquiera en el armario. Bajé y se lo puse encima de la cisterna del váter donde estaba sentada.
―Ahí tienes la ropa, ahora dúchate.
Procedía a irme del baño cuando ella reclamó mi atención.
―Espera… No puedo… Ducharme sola…
―¿Cómo?
―No podré… Ni sostener… La alcachofa… De la ducha.
―¿Me estás pidiendo que te duche?
―Por… Favor…
―Pero, espera, yo… No voy a ducharte… Eso es… Una cosa muy íntima, Sandra.
―Pero… Es que a penas… Puedo coordinar… Mis movimientos...
―Tía, que tendrás que desnudarte en frente de mí.
―¿Y qué más da?
―Que no… Que no…
―Por… Favor…
―Mira, vale… Pero tendrás que ducharte con la ropa puesta...
―Pero… El vómito de mi… camisa… Se mezclará con… El agua… Y será… Muy asqueroso…
―Joder, que asco. Vale, pues quítate la camisa… Pero ya.
―Vale…
Entonces levantó sus brazos hacia arriba y se quitó la camisa como pudo, aún abotonada.
Su cuerpo era totalmente espectacular, y ahora solo estaba cubierto por un sujetador… De hecho, era la primera vez en cuatro años que veía a Sandra con tan poca ropa, y joder, si antes estaba buena, ahora estaba en otro nivel… No pude evitar ojear por un instante el tamaño de sus enormes pechos… Debían rondar la talla 130 sin ningún tipo de problema. La tentación de tocarlos estaba ahí, pero logré frenarla a tiempo, a pesar de que seguramente eran los pechos más grandes que había tenido en frente.
La ayudé a meterse en el plato de ducha, la senté en un banquito de madera que había cogido de la cocina, y recosté su cuerpo en la pared de la ducha. Empecé a dejar correr el agua, y empecé a duchar a mi propia hermana mayor. La situación era bastante graciosa desde fuera.
Los pantalones de Sandra empezaron a mojarse y a pegarse a sus piernas, mientras que con su sujetador pasaba lo mismo… Joder, eso era como ponerle un quilogramo de la cocaína de mayor calidad del mundo en la cara a un toxicómano. Estaba buenísima, pero era mi hermana, y además estaba borracha, no iba a hacer ninguna tontería.
―¿Podrías… Enjabonarme… El cuerpo?
―¿Perdona?
―Que si… Me-
―¡Te he entendido! ¡Pero no voy a enjabonar el cuerpo de mi hermana! ¡No!
―Pero… ¿Que más… Te da? Por… Favor…
―Tía, Sandra, eso puedes hacerlo tú sola, no me jodas.
―Pero si lo… Haces tú… Será más fácil...
―Joder… ¡Qué no!
―No seas malo… Hazlo por mí… Por favor…
―Ah…. Mira… Lo haré… ¿Contenta?
―Si…
Me eché gel en las manos, me las froté y procedí a tocar a Sandra.
―Bueno… Voy… ¿Vale?
―Sí… Adelante…
Extendí el gel por su viente plano. Su piel era tersa y suave, como la de una muñeca de porcelana, pero tenía ese tacto sexy y magnífico típico de las mujeres de la clase de Sandra.
Crucé por sus brazos, y me paré un poco en sus clavículas, rozando levemente los tirantes de su sostén. Extendí mis manos hasta su espalda delicada, y con gentileza la lavé, pasando por encima del cierre de su sujetador. Y pensar que eso era lo único que me separaba de ver sus tetazas al desnudo… Dios mío, tuve que hacer gala de una fuerza de voluntad enorme para no abrírselo.
Me aclaré las manos, para untármelas de champú. Con delicadeza comencé a lavarle el pelo a Sandra, echando un vistazo de vez en cuando al tremendamente sexy escote que se abría paso en su sujetador, aprovechando que mi vista quedaba por encima de la suya.
Hubo un momento que nos miramos mientras le enjabonaba el pelo y sonriendo me habló.
―No paras… de mirarme las tetas…
―¿Qué? ¿Pero que dices?
―No lo niegues, las estabas mirando.
―Perdón, Sandra… No volveré a hacerlo… De verdad que lo siento...
―Tranquilo… No me molesta…
―¿En serio?
―Sí… Me da igual… Quiero decir… Eres tú…
―Ya, osea que soy tu hermano, ¿No?
―No es... Eso a lo que… Me refiero…
―¿Entonces?
―Es solo que… No sé… Eres tan bueno conmigo… Que no me importa… Darte ese gusto...
―Oh… ¿Gracias?
―De… Nada…
Sin mediar más palabra, cogió mi mano derecha y la llevó a uno de sus enormes pechos. Me miró con una sonriente y sonrojada cara.
―Pero… Tocarlos… Es mejor… ¿Verdad?
―¡Ah! ¡Sandra! ¿Te has vuelto loca?
―Dime que… Odias… Tocarlas… Y te suelto… La mano…
―No es eso, pero tía, que… Aunque sean hermosas… Son las tetas de mi hermana.
―Oh… Así que… Te gustan…
Dicho eso, me tiró del cuello de la camisa hacia ella y me besó con ferocidad. Esta vez fue un beso pasional, con ímpetu sexual. Oh, dios… Como disfruté ese beso francés…. Fue totalmente brutal, Sandra estaba a otro nivel.
―Joder estás muy borracha, tía. Paremos aquí.
―No quiero… Parar…
―Tía, si no te puedes ni mover. Cálmate, que mañana te arrepentirás si haces o dices alguna tontería.
―Lo diré otra vez… No quiero parar…
―Sandra, basta. Creo que el baño se nos ha ido de las manos.
Terminé de aclarar el pelo y la saqué de la ducha.
―Vístete, te espero fuera.
Tras ponerse el pijama, la acompañé hasta su cama, y se dejó caer sobre ella prácticamente.
―Bueno, buenas noches.
―No… Quédate conmigo… Por favor…
―Que no, tía, ya has visto lo que ha pasado en el baño. No quiero que mañana me pegues una paliza.
―Que no… Venga… Que me porto bien, quédate…
―Ah… Que fácil es convencerme…
―Gracias…
Pasé esa noche con mi hermana, dormidos en la misma cama.