La relación con mi hermana se vuelve especial (1)
Odio a mi hermana Sandra, siempre ha estado por encima de mí en todo lo que he hecho, dejándome siempre como el segundón, pero las cosas cambian cuando me mudo con ella al piso en el que lleva cuatro años viviendo por mi entrada en la universidad.
Dicen que es difícil vivir a la sombra de alguien, y yo soy de esas personas que lo pueden confirmar. Me llamo Iván, y aunque me cueste admitirlo, he de reconocer que vivo a la sombra de mi hermana mayor Sandra.
No os confundáis, no es que yo sea un despojo social apartado de la sociedad ni nada por el estilo, es más bien como que todo lo que yo he logrado ella lo ha superado, y con creces. Mientras que mis calificaciones académicas suelen ser mediocres, las de ella son las más altas de su promoción. Mientras que yo voy a comenzar la carrera de periodismo, ella va a comenzar su cuarto año de medicina (y descendemos de una supuestamente larga estirpe de reputados médicos, así que ya os podéis imaginar con quien están más contentos), mientras que yo tengo mi circulo de amigos cerrado y con el que tengo suficiente, ella es experta en socializar con todo el mundo y es posiblemente la chica más popular de su universidad. Mientras que yo soy un chico del montón, ella es una tremenda rubia con facciones nórdicas, caderas encendidas en fuego latino, largas piernas torneadas y unos pechos que resaltan en su figura de modelo, los cuales ya debían de rondar la talla 100 cuando aún vivíamos juntos (hace unos cuatro años).
La hecatombe fue anunciada cuando mis padres me obligaron a ir a vivir con mi hermana, la "doña perfecta", porque no había dinero para alquilar otro departamento para mí solo. Sin dudas, mi primer año de universidad iba a ser muy movidito, en momentos como estos odio que vivamos en las afueras de una metrópolis y que tengan que colocarme en un piso sí o sí.
Así que bueno, ahí me encontraba yo, parado en frente de la dirección que mis padres me habían indicado. Por lo que deduje de la conversación que tuvieron mamá y Sandra por teléfono, mi hermana no estaba precisamente contenta de mi llegada a su casa. No la culpaba, iba a destruir la intimidad que tenía, y además nuestra relación nunca ha sido buena en ningún sentido, siempre hemos chocado mucho por nuestras personalidades y por nuestros puntos de vista de la vida. Sin poder posponer más lo inevitable, me aventuré a tocar el timbre y esperar a que mi hermana abriese la puerta. El calor era bastante agobiante, ya que nos encontrábamos en pleno Julio. Sí, a mis padres se les había metido en la cabeza que irrumpiese en el departamento de mi hermana unos meses antes de comenzar la universidad, para que tuviese tiempo de acostumbrarme a mi nuevo hogar, y que no pudiese excusar mis notas con una falta de tiempo para adaptarme a mi vida en otra casa.
Sandra me abrió con una camiseta de tirantes cualquiera y unos pantalones de chándal que le cubrían parcialmente los muslos. Recuerdo que tenía su pelo rubio recogido en un elegante moño que dejaba caer algunos mechones rebeldes, y por supuesto, lo que más destacaba de su persona en esos momentos era su expresión de pocos amigos. Lo podía confirmar, a mi hermana le jodía mi presencia en su casa.
―
Hola.
Puedo afirmar que el de Sandra fue el saludo más carente de cariño que había oído en años.
― Esto… Hola. Cuanto tiempo.
Seguía mirándome sin mucho interés por lo que tuviese que decirle.
―Estarás contento… Acabas de arruinarme la fiesta.
Dio media vuelta y se dirigió hacia el interior de la casa, como invitándome a pasar (aunque en contra de su voluntad). Cumplí sus órdenes implícitas.
―
Me hubiese gustado que la cosa fuese diferente, pero es lo que hay.
Me miró aún de más mal humor.
―
Me hubiese gustado que no fueras un inadaptado social y que hubieses podido acoplarte a casa de algún amigo en vez de a la mía.
Las palabras de mi hermana son crueles por naturaleza, pero he aprendido con el tiempo que es inútil reprocharle algo. Todo acaba mal para mí, así que simplemente lo dejé pasar una vez más, como ya hacía cuatro años atrás.
―
Dime donde está mi habitación, por favor.
Me hizo una señal con la mano para que la siguiese.
Mi habitación era un zulo de unos cuantos metros cuadrados en el que a penas cabía una cama, y en el que a la que te movías un poco chocabas con el codo en la pared.
―
Aquí guardaba las cosas de limpieza, pero creo que ya es hora de darle un mejor uso, ¿Verdad?
La sonrisa de mi hermana le delataba, le encantaba tratarme como basura. Y sabía perfectamente que yo no iba a decir nada al respecto.
―Por cierto, esta tarde viene un amigo a casa, necesito intimidad, así que te quiero fuera toda la tarde.
―Estaré fuera toda la tarde.
Dije, cumpliendo sus mandatos sin rechistar. Metí la maleta debajo de la cama como pude, y salí del cuarto rumbo al salón, pasando al lado de mi hermana.
―Así me gusta.
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El resto de la mañana siguió sin más incidentes.
Para intentar ganarme un poco a Sandra, y que dejase de ser tan borde y repugnante conmigo, hice yo la comida. Cociné algunas pechugas de pollo que vi en el frigorífico a la plancha e hice una ensalada. Sabía de primera mano que mi hermana era muy deportista y no solía comer nunca comida con demasiada grasa, así que supuse que ese era el menú perfecto para ella.
Para mi sorpresa, no objetó mis platos, y cuando terminó me agradeció el favor, diciendo que al día siguiente cocinaría ella. Bastante sorprendente, lo sé.
Casi entrando la tarde, me llevó al lado de la puerta de entrada y me dijo que podía volver a partir de las once de la noche, que hasta entonces no pensaba abrirme la puerta. Me quitó mis llaves y antes de que pudiera reaccionar, me echó de casa y cerró la puerta.
Me sentí como un completo idiota, ¿Acaso esto iba a ser así todo el rato? Dios, que suplicio.
Como siempre hacía cuando me sentía a punto de explotar, saqué mi Smartphone y me puse ha escuchar algo de música mientras daba una vuelta por mi nuevo barrio sin hacer nada en especial.
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Tras deambular por la calle durante demasiado tiempo sin hacer nada más que chatear por el móvil sentado en un banco y caminar, procedí a volver a casa. Ya casi era la hora acordada con mi hermana, así que supuse que no habría ningún problema. Además me moría de hambre y no me había dado tiempo a coger la cartera.
Cuando giré la esquina para llegar a casa, vi a mi hermana y a un chico en la puerta, y decidí instantáneamente esconderme a la vuelta de la esquina.
Supuse que se estaban despidiendo, y que era su novio, o incluso su follamigo. La verdad, no me interesaba lo más mínimo, solo quería esconderme lo justo para que se acabarán de despedir porque sino me iba a comer otra bronca con mi hermana y no me apetecía en absoluto.
―Lo de hoy ha sido increíble. Ya llevaba dos semanas sin sentirte dentro de mí, lo estaba deseando. Soy adicta a ti, ya lo sabes.
Al escuchar eso salir de la boca de mi hermana, la realidad es que me sorprendí. A ver, era obvio que una chica tan sexy como ella estaría rodeada de chicos siempre, pero no me esperé oír a una chica aparentemente tan orgullosa decir que estaba loca porque se la metiera un tío. Me refiero… Tiene pinta de ser de las que crean adicción, no de las que la tienen.
―Sí, ha estado genial. El próximo día, prepárate. Ya sabes que quiero estrenarte por detrás.
―Ya hemos hablado de eso, Luis. Lo que quieras menos eso, no quiero hacerlo por ahí. Y además, dejemos la conversación, que ya sabes que no me gusta hablar de esto en público.
―Ah, es cierto, que la aprendiz de doctora tiene una reputación que mantener. Da igual, ya verás como acabarás sucumbiendo a mí.
Con esa última frase, ese tal Luis cogió la moto que estaba a la entrada de la casa, se puso el casco y se fue sin más. Mi hermana suspiró, viéndose de alguna forma abatida y volvió a entrar a casa.
No sé porque, pero no me daba buena espina todo eso, ese tal Luis era un hombre moreno musculoso que debería tener dos o tres años más que mi hermana, y tenía pinta de ser el típico que no dudaba en golpear cuando no le daban lo que querían. Algo bastante distante de lo que es mi hermana, al menos hasta donde yo sabía.
―Ya estoy en casa.
Nada más entrar en casa, mi hermana asomó la cabeza por las escaleras que daban al piso de arriba.
―En la nevera tienes comida. No me molestes, tengo pensado quedarme hasta las tantas estudiando para comenzar bien el curso.
Dicho eso, se oyeron sus pasos yendo hasta su cuarto y su puerta cerrándose.
Yo, por mi parte, cené y me tumbé en mi cama a ojear Instagram y a hablar con algunos colegas por Whatsapp. La semana continuó sin más incidentes.
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Las próximas semanas noté que mi hermana se iba mucho de casa o me mandaba estar fuera frecuentemente. Se ve que ese tal Luis había conseguido engancharla bien enganchada.
En solo dos semanas, me pareció que la tenía a sus pies totalmente. No era como si me importase, así que simplemente pasaba del tema…
Un día empezó a traerlo a casa, y decidió que no le importaba que yo estuviese ahí. Sandra simplemente me presentaba, y acto seguido se iban los dos arriba durante toda la tarde. Obviamente, no estaban precisamente estudiando. Al principio se cortaban, pero a la que cogieron confianza ya podía oír a mi hermana gemir desde el salón. Yo me limitaba a subir la voz del televisor, y los dejaba hacer. Quería de todo menos peleas innecesarias.
Tras un rato, los vi a los dos bajar y pararse en frente de la puerta de entrada.
―¿Nos vemos el Sábado que viene?
―Por supuesto. Cuando quieras.
Se despidieron con un beso y Sandra cerró la puerta. Continuadamente, avanzó hacia la cocina, cruzando el salón, en el que estaba yo viendo una película.
―¿Es tu novio?
Al acabar de formular la pregunta, me di cuenta de que me acababa de meter donde no me llamaban. Y eso es un graso error al tratar a mi hermana.
―¿A ti que coño te importa?
Su tono hacia mí era tan hostil que casi daba la sensación de que no eramos de la misma sangre.
―Mira, en realidad no me importa una mierda. Pero pensaba que sería un tema agradable para empezar una conversación en la que no me humilles, amenaces o impongas.
―Piensa algo mejor.
Tras su contestación, cogió una manzana, la mordió y fue dirección a su cuarto, en el piso de arriba.
―¿Hago la cena?
―Haz lo que te salga de los cojones, pero déjame en paz.
Supuse que eso era una mezcla entre un “sí” y un “me repugna el mero hecho de tu presencia, cállate”. Típico de Sandra.
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Las semanas fueron pasando y ya se avecinaba el inicio de curso. Me extrañó que Sandra empezara a querer quedarse en casa, aunque pensé que era para preparar el nuevo curso.
Acostumbrado a ver a Luis merodear a cada rato, también me resultaba sospechoso que de un momento a otro Sandra dejase de verlo… ¿Habrían peleado?
El timbre interrumpió el avance de mis espesor mental. Desde el salón escuché como mi hermana bajaba las escaleras y abría la puerta del recibidor.
―Muchas gracias por venir, tía.
Sandra le dio un abrazo a la chica que tenía delante. Me quedé bastante embobado mirándola. Era una chica pelirroja que simplemente rozaba la perfección. Destacaban en ella facciones delicadas, casi de princesa, un cuerpo curvilíneo en el que resaltaba sobretodo un trasero espectacular, obviamente trabajado durante muchas horas de gimnasio, y unos pechos algo más pequeños que los de mi hermana, pero que no tenían nada que envidiarle. Era una diosa.
―Por favor, Sandra, ¿Cómo no iba a venir? Con lo que tú me apoyaste con lo de Marcos…
―Tonta, sabes que lo hice porque te quiero. No hacía falta que te sintieses en deuda.
―No, te prometo que no es eso. Yo también accedo a ayudarte porque para eso estamos las amigas, tía.
―Muchas gracias, Judith, eres la mejor.
Aquella chica dio un vistazo hacia donde yo estaba, y sonriendo pícaramente me saludó en la distancia. Supongo que había estado demasiado tiempo ojeándola. Le devolví el saludo sin saber muy bien que más hacer, y entonces emprendió su camino al piso de arriba.
Sandra se acercó rápidamente a mí con cara de muy pocos amigos.
―No sabía que además de idiota, eras un baboso repugnante.
―Perdona, no volverá a pasar.
―Más te vale, a Judith la respetas.
―Perdón, de verdad. No lo he hecho adrede.
―Solo faltaría…
Entonces pasó. Cuando mi hermana iba a ir al piso de arriba con Judith, volvió a sonar el timbre.
Abrió la puerta mientras preguntaba que quien era. Grave error.
―¿Quién…?
No le dio tiempo a terminar la frase, de un fuerte empujón alguien abrió la puerta de golpe desde el otro lado, provocando que mi hermana cayera al suelo. El susodicho entró y cerró la puerta tras de él.
―¿Pero qué…?
Cuando miró de quien se trataba calló de golpe. Yo me sorprendí bastante al ver al chaval con el que estaba la otra noche: Luis. Sin embargo, esta vez todo era diferente, parecía desprender odio puro.
―¿¡Quién coño te crees que eres!? ¡No vas a dejarme de esta forma! ¡A Luis no le deja nadie, ¿entiendes?!
―Luis. No quiero verte más, ya te lo he dicho. No eres quien creía que eras, estás loco. Nunca debí haberme ni siquiera acercado a ti. Es culpa mía, por fijarme en el más malote del barrio.
―No tienes ni idea de lo loco que puedo llegar a estar, así que será mejor que te levantes, me pidas perdón y nos vayamos ahora mismo a mi casa a reconciliarnos más profundamente.
―Luis… Se acabó. Fuera de mi casa.
Sandra se puso de pie y le señaló la salida.
Yo estaba viendo la escena desde el sofá del salón. Parecía que Luis no se había percatado de mi presencia, supongo que pensaría que mi hermana estaba sola. Al fin y al cabo, él no sabía que yo ahora vivía ahí.
―Maldita puta, voy a darte una paliza ahora mismo.
Cuando Luis estaba por asestarle un golpe a mi hermana, Judith apareció bajando las escaleras, con su móvil en la mano.
―Acabo de llamar a la policía, puto chiflado. Sé que tienes antecedentes, no sé si que te pillen abusando de una mujer es lo mejor para tu vida actual, yo de ti me lo pensaría. Vete antes de que lleguen. Vamos, huye y no vuelvas más.
―Con que tienes compañía… Maldita zorra… Esto no va a quedar así, no puedo permitir que me tomes el pelo y te vayas de rositas.
Me levanté para encargarme yo mismo de echar a ese energúmeno de nuestro hogar. La expresión de Luis cambió nuevamente, parecía que echaba fuego por los ojos. Entonces vi como se metía la mano izquierda en el bolsillo. Mi posición era la única que revelaba esta acción, así que de hecho fui el único que lo vio a tiempo. Estaba claro que ese loco tenía planeado lo peor para Sandra, y mi reacción fue instantánea.
-¡SANDRA, CUIDAD…!
A Judith no le dio tiempo a terminar la frase.
Lo próximo que recuerdo es un filo hundido en mi abdomen y ver sangre brotar. El dolor me hizo arrodillarme, y solté un pequeño gimoteo.
―Joder, pero si hay más gente. Me cago en la puta… ¡Que os den!
Dicho eso, Luis abrió la puerta y se fue corriendo.
Sí, me había interpuesto entre el cuchillo y mi hermana. Fue como algo que me salió del interior. No fue por hacerme el héroe ni nada por el estilo, simplemente algo me empujó a impedir que la hirieran.
-Joder… ¡Judith, llama a una ambulancia! ¡Deprisa!
El tono de Sandra parecía muy desesperado, y solo atinó a coger una toalla y presionarme la herida para que no siguiese sangrando. Yo a penas podía abrir los ojos del intenso dolor que sentía, sin duda que te apuñalen no mola.
―¿Por qué lo has hecho, idiota? Si mueres no voy a perdonarme nunca, joder.
―Tampoco... te... motives… No me… voy a… Morir por… una puñalada.
―Soy estudiante de medicina, creo que sé más que tú si puedes morir o no. A saber de donde había salido ese cuchillo, como estuviese infectado o oxidado se puede complicar la cosa.
―Joder… Me estás… Acojonando.
―No me has respondido, ¿Por qué?
―Tía… Eres mi hermana… Recibiría diez… Como estos… Por ti. No… Necesito… Más… Raz- ¡Ayy! Dios, como duele...
―Muchas gracias, y lo siento. Sé que peco de oportunista, pero es la realidad, he sido una imbécil contigo, lo siento, de verdad…
―Joder… Lo que… Ha tenido… que… Pasar… Para que… Digas eso.
―Lo sé. De verdad que soy estúpida…
―Sandra…
―No, es cierto.
―Sandra…
―Que no, deja que me disculpe, es la verdad…
―Sandra… Creo… que me voy a…
Y me desmayé.
.
Me desperté desorientado, en una habitación de hospital y en mitad de la noche. Intenté enfocar la vista hacia algún punto en concreto, pero entre el aturdimiento y la oscuridad me costó.
Divisé a mi hermana sentada en una silla al lado mío. Estaba durmiendo, con su cabeza reposando sobre sus brazos, y estos a su vez posicionados en uno de los lados de mi cama.
Al intentar mover un brazo, una desagradable punzada en el abdomen me hizo quejarme.
-¡Ah! ¡Joder!
Mi quejido hizo despertar a Sandra, la cual, al verme despierto, empezó a llorar y me abrazó de manera repentina. No lo vi venir, lo reconozco. Aunque tener a mi hermana tan pegada fue… ¿Extrañamente agradable?
―No me vuelvas a hacer esto nunca más, por favor.
―Tranquila, mientras no te busques novios psicópatas todo estará bien.
―Me alegro de que estés de vuelta.
―¿Puedo saber que ha pasado? Estoy bastante perdido ahora mismo...
―Te han practicado una laparotomía, porque era posible que el apuñalamiento hubiese provocado un absceso abdominal.
―Vale… ¿Puedes traducirme eso?
―Que te han abierto la barriga porque la puñalada te podría haber infectado por dentro, ¿Mejor?
―Claro, ahora sí que lo entien… Espera… ¿Me han rajado la barriga?
―A ver, no es tanto así, ahora la mayoría de cirugías son no invasivas, así que la cicatriz es mínima realmente, pero en líneas generales… Sí, te han rajado la barriga.
―Dios… ¿Cómo ha pasado todo esto tan rápido?
―No sé. Yo tampoco entiendo nada, todo ha sido en un momento, pero tranquilo, mañana volverás a casa conmigo. Ya te he preparado una habitación en condiciones, y a partir de ahora procuraré no ser una idiota contigo, ¿Vale?
―¿Ves cómo cuando quieres eres agradable?
Alguien abrió la puerta y entró a la sala. Era Judith.
―Sandra, ven a comer algo, estar ahí todo el rato no lo va a… ¡Pero si está despierto!
―Sí… Por fin…
―Iré a avisar a tus padres y a los demás, espera aquí.
Antes de irse, volvió a girarse y me miró.
―
P
or cierto, Iván, fuiste muy valiente defendiendo a tu hermana.
Me guiñó un ojo, y se fue a dar el aviso de mi despertar.
.
Los meses pasaron desde aquel incidente, y os puedo asegurar que fue lo mejor que me pudo haber pasado. Es cierto que me perdí el primer mes de clase, y ahora iba algo apurado, pero es que las cosas cambiaron abruptamente para mí con respecto a mi vida en casa.
Sandra era un cielo conmigo de repente, estaba cariñosa, atenta y descubrimos cosas que ni nosotros mismos sabíamos el uno del otro, como que a los dos nos gusta mucho cantar. La verdad es que, cada vez que me ponía a tocar la guitarra y cantábamos juntos solo por pasarlo bien, pensaba en lo mucho que valió la pena recibir aquella puñalada.
Por no hablar de Judith… Siempre que venía a casa, Sandra ya no sé escondía en su cuarto con ella, así que nos poníamos a hablar los tres en el salón, y aquella pelirroja se podía considerar cada vez más amiga mía. Y es que… joder… No paraba de tontear conmigo, hasta Sandra lo notaba. Entre lo buena que estaba y lo pícara que era, yo ya no sabía como simular mi erección cuando me tiraba los tejos descaradamente.
En mitad de la conversación sonó el teléfono de Sandra, y se apartó un poco de nosotros para hablar con el que fuese que estuviese detrás.
―Chicos, tengo que irme, mi grupo de prácticas tiene un pequeño problema, y voy a ir a ayudarles al laboratorio de la universidad.
―Tú siempre tan responsable y listilla… Anda, ves
―Mi deber es ir, Judith, de verdad que lo siento, sé que no es manera de tratar a los invitados.
―Tranquila, que estoy bien acompañada.
Me guiñó un ojo de esa forma tan pícara que tanto me pone. Sandra solo rió.
―Está bien. Me voy.
Tras aclararlo, se fue de casa, y tras el sonido de la puerta cerrándose, Judith empezó a hablar.
―Por fin solos… Tú y yo…
Me puso una mano en la pierna y empecé a ponerme demasiado cachondo… Estaba claro que me estaba pidiendo a gritos que me la follara.
―Judith… No quiero ser atrevido… Pero… ¿Estás tirándome los tejos?
―Cómo una loca.
Empezamos a besarnos agresivamente, y mi erección empezó a hacerse más y más prominente. Esa diosa de 22 años me estaba poniendo malo, y la tenía toda para mí, dispuesta a que la tocara y la besara.
―No sabes lo mucho que me pones.
―Que mono… Lo sé desde el primer día que me miraste, sé lo mucho que te excito.
Empezó a sobarme el pene, y concluí que era momento de dejar de disimular.
Me lancé a recorrer todo ese cuerpazo aún cubierto por ropa con mis manos. No dejé ni un solo trozo por recorrer, desde sus pechos, pasando por su tremendo culazo, y acabando en sus piernas de modelo.
―Dios, que buena estás… Estoy flipando...
―Pues no has visto nada.
Se levantó, dejando que viera su cuerpo en todo su esplendor, y sé quitó la camiseta lentamente, matándome de excitación. Ya podía ver su vientre plano y sus pechitos traviesos cubiertos por ese maldito sujetador que no tardaría mucho en quitarle.
―Deberías verte la cara, ¿Tan buena estoy?
―No sabes cuanto.
Siguió quitándose ropa. Esta vez esos Jeans ajustados que le hacían marcar todo ese increíble culo fueron los que acabaron en el suelo. Lo único que salvaba de la desnudez a Judith era un sujetador y un tanga de hilo que dejaba a la vista prácticamente todo.
―¿Te vas a quedar ahí mirando o piensas desnudarte tu también?
―¿Eh? Sí, sí…
Me quité toda la ropa rápidamente, con desespero sexual. Ella, sonriendo por mi evidente impaciencia, se sentó en mi erección, haciendo círculos con sus caderas, para que mi pene sintiera la presencia de esa hembra de primera clase que tenía encima. Nos fundimos en otro beso terriblemente erótico, haciendo que nuestras lenguas danzaran frenéticamente entre un mar de llamas nunca antes conocido. Se quitó la poca ropa que le quedaba, y pasó a la acción.
―Te voy a hacer la mejor mamada que te hayan hecho nunca, prepárate.
Sin más dilación, Judith empezó a acariciar mi terriblemente excitado miembro, disfrutando de toda su longitud y con los ojos encendidos en lujuria animal. Tenía una técnica depurada haciendo pajas, su sube y baja cruzaba todo el recorrido de mi virilidad, sin dejar un ápice por complacer, de forma pausada pero firme, y mirándome a los ojos de la forma más caliente que nadie me haya mirado.
―Quiero prepararla primero…
Nos fundimos en otro beso apasionado, que me agrandó aún más el pene. Nunca había estado tan excitado en toda mi vida, notaba como mi corazón palpitaba descontrolado y como mis manos recorrían con desesperación todo el cuerpo de Judith.
Acto seguido, bajó hacia mi polla, y se la metió en su boca. Realizando un movimiento continuo con su cuello, intentaba cubrir toda la extensión de mi erecto amigo, fracasando en el intento.
―Dios, que pollón tienes, estoy enamorada de él. Nunca había tenido una tan gorda y grande en mi boquita...
Se la metió aún más profundo, hasta casi ahogarse, provocando sonidos húmedos muy sucios, y disfrutando de cada centímetro de mi tronco de carne.
―No puedo más, quiero a este monstruo dentro de mí, quiero que me hagas gritar como una loca. Quiero correrme bien fuerte para ti.
Con gran ímpetu sexual, la cogí por el culo, sorprendiéndola totalmente por mi cambio de actitud, y la puse abajo de mí, quedando sus piernas abiertas, como invitando a mi pene a abrirse camino dentro de su húmeda cueva.
―Mierda… No tengo condones…
Hice el gesto de fastidio más grande del mundo, pero ella me cogió con sus dos manos la cara y mirándome fijamente me dijo lo siguiente.
―Me da igual. No me vas a dejar con este puto calentón, hoy pruebo tu polla, me da igual lo que pase después, ¿Entiendes?
―Joder, que guarra eres, así me gusta.
Y sin pensar en nada más que en follar, metí poco a poco mi necesitado falo en su vulva. Su interior me electrizó por completo, las paredes vaginales me apretaban excitadas, y su torrente de humedad lubricaba absolutamente todo.
―Ahh… Joder… Que pollón… Despacio, despacio… Que como te animes me partes en dos…
Me besó de nuevo, y cogiéndome de la nuca pegó mi frente contra la suya.
―O quizás eso es lo que quieres, ¿Eh, cabrón? ¿Quieres partir por la mitad a la amiguita de tu hermana, maldito depravado? ¿Quieres hacerme llorar de placer?
―Si juegas con fuego te quemas, Judith. Y ahora mismo no estoy como para andarme con chiquitas. Escupo fuego por la boca de lo caliente que estoy.
―Excusas. No quieres ir a lo bestia conmigo porque sabes que un niñato de 18 no puede hacer sentir mujer a toda una diosa de 22, ¿Verdad? Además, con ese micro-pene no lograrás ni siquiera hacerme sentir nada al fin y al cabo, ¿Cierto?
―¿Micro…? Serás hija de puta…
Las palabras de Judith me volvieron loco, estaba claro que sabía manipular a sus amantes a la hora de follar. Esa zorrita quería que le diese bien fuerte, que la hiciese llorar. Joder, a esta guarra le iba el sexo duro. Judith era mejor que la puta lotería.
Sin acabar la frase, se la metí toda de golpe y empecé a bombear bien fuerte, con movimientos absolutamente frenéticos de cadera.
―¡Oh! ¡AH! ¡AH! ¡JODER, ASÍ! ¡ASÍ, CABRONAZO! ¡ASÍ ES COMO ME GUSTA!
Esa pelirroja estaba tan jodidamente caliente que me pegó una hostia en mitad de la cara. Sinceramente, no me la vi venir, pero dios mío, como me puso esa hostia.
Cambiamos de posición. Ahora yo me la follaba a lo perrito, cogiéndola del pelo y ahogándola ocasionalmente. Podía vernos en el espejo que había en la sala de estar, ella con toda la cara roja y gimiendo cual loba en celo mientras yo le daba desde atrás.
―¡CÓMO ME FOLLAS! ¡DIOS MÍO! ¡QUE PLACER ME ESTÁS DANDO! ¡ME VOY A CORRER! ¡NO PUEDO MÁS, ME CORRO! ¡ME CORRO COMO UNA LOCA!
Esa puta en celo estaba totalmente desquiciada, quien se imaginaría a esa monada pelirroja diciendo diciendo obscenidades a grito pelado sin ningún tipo de pudor, cual prostituta callejera.
―¡Córrete! ¡Ríndete y acepta que estaba polla de 18 años te ha ganado!
―Me rindo, me rindo, ¡BÉSAME Y DAME BIEN DURO, QUE ME QUIERO CORRER ASÍ!
Pasamos de nuevo al misionero, pero ella me puso las piernas en los hombros, para sentir más mis envestidas. Y besándonos, le provoqué uno de los mayores orgasmos de toda su vida. Empezó a chorrear a mares y a retorcerse de puro placer. Era una delicia verla así.
―No me lo puedo creer… Que corridón me has regalado
Tenía en su cara una mezcla explosiva entre alegría y lujuria.
―Te lo has ganado con creces… ¿Dónde quieres correrte?
―Me gustaría llenarte estos dos nalgones que tienes de mi lechita.
Le toqué ese culazo que me tenía malo mientras se lo aclaraba, y ella solo atinó a reírse.
―No sé que le pasa a todo el mundo con mi culo, pero si es la parte de mi cuerpo que mas te excita, te hago una mamada bien guarra y después acabas en mi culo, ¿Te parece?
Empezó una mamada estratosférica, lamiendo donde y en la medida necesaria para hacerme gemir como una niñita virgen, intercalando con masajes y lamidas en mis testículos.
―Dios, esto se te da genial. No se parece nada a la que me has hecho antes.
―Solo estaba jugando un poco contigo antes, ahora quiero que te corras bien fuerte, estoy demostrándote de lo que soy capaz.
―Pues si lo que quieres es que me corra lo vas a conseguir, dios… Estoy a punto.
Dejó de mamármela y dejó su culo en pompa.
―Vamos, cumple tu sueño erótico, llename las nalgas de leche.
―Joder, ahora mismo.
Mientras acariciaba su culo, empezó una paja, y cuando estaba al borde de correrme empecé a hacer sube y bajas extremadamente lentos, disfrutando al máximo de la corrida.
―¡Ya viene! ¡ME CORRO EN TU CULAZO!
Y empecé a correrme a chorros, llenando su tremendo trasero de mi semen, marcando su piel con mi esencia blanca. Oh, dios, no hay palabras suficientes para describir como es correrse en el culo moldeado de Judith, dejarse ir en el mejor culo que nunca haya visto. Que delicia de orgasmo…
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Después de vaciarme por completo, me dejé caer en el lado del sofá en el que no estaba Judith, cerrando los ojos e hiperventilando, extasiado por la repentina y enorme cantidad de placer recibido.
―Esto hay que repetirlo, Iván. Ha sido de lo mejor que he sentido en toda mi vida.
―Lo mismo digo. Y sí, podemos repetirlo cuando quieras.
Me besó otra vez, pero esta vez de forma mucho más cariñosa.
―Volvería a hacer que me folles aquí y ahora mismo, semental, pero ya nos hemos arriesgado suficiente. No quiero que tu hermana llegue y encuentre a su hermanito penetrando a su mejor amiga como un animal.
―No, no, por supuesto.
―¿Oh sí?
―¿Cómo?
―No sé, has demostrado ser muy depravado follando conmigo, quizás hasta te daría morbo la situación.
―¿Que mi hermana me vea follar? Que dios me libre…
―No pareces ser demasiado creyente, no sé si te va a hacer caso… ¿Quizás lo dices porque te gustaría ser tú el que folle con ella?
―¿Pero qué dices? ¡Que es mi hermana!
―Me extraña que no hayas tenido nunca fantasías con Sandra, siendo tan pervertido.
―Tía, que es mi hermana, eso está muy mal.
―¿Y si ella te pidiera follar? ¿Lo harías? Hasta yo veo que tu hermana es un pivón de quitar el hipo, ¿Dejarías pasar la oportunidad de estar con una hembra de ese calibre?
―¿Pero a que viene esto? Ni siquiera se me pasa por la cabeza que ella quiera tener sexo con su hermano pequeño.
―Pues me ha confesado que se ha masturbado pensando en ti.
―A ver, pero… ¿¡QUÉ!? ¿Es en serio?
―Pues claro que no, pequeño depravado. Pero deberías haber visto tu carita de satisfacción… Está claro que fantaseas con Sandra… Que sucio pervertido has resultado ser.
―Tía, que no es eso… ¿Cómo quieres que reaccione ante lo que me has dicho?
―Lo que tu digas, lo que tu digas. Bueno, me tengo que ir.
―¿Ya? Pero creía que te ibas a quedar hasta que volviese Sandra…
―¿Para qué? Ya he conseguido lo que quería…
Mientras decía la última frase, me agarró el paquete sonriendo. Acto seguido me dio un suave piquito y se fue.
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Cuando Sandra volvió se extrañó por no ver a Judith, yo le tuve que decir que se había tenido que ir porque le había surgido una urgencia repentina (la excusa más común de la historia, lo sé).
―Oh vaya… Bueno… ¿Cantamos un rato?
―¿Eh? Sí, sí, claro… Espera que voy a por la guitarra.
―¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan colorado?
―¿Colorado? ¿Yo? Qué va…
―¿Te ha dicho algo vergonzoso Judith? No le hagas caso, ya sabes como es…
―Que no, que no, no es eso…
―Vale, vale, como tu digas
Fui a por la guitarra y estuvimos un rato pasándolo bien cantando.
―¿Cómo no sabía que te gusta la misma música que a mí? Además, tocas y cantas muy bien…
―Bueno… Hace cuatro años que no nos vemos, y además nunca es que me hayas hecho demasiado caso…
―Es cierto, y de verdad que me arrepiento… Sigo pensando aún en lo que hiciste por mí… Esa puñalada debería haber ido hacia mí…
Diciendo eso, me tocó en el sitio en donde tenía la cicatriz de la puñalada.
―No necesito que me des más las gracias, olvídalo. No iba a dejar que te hicieran daño si podía evitarlo, no es algo que merezca tanto halago. Te doy las gracias, pero de verdad que no lo merezco.
―¿No me vas a dejar agradecértelo ni siquiera?
―Ya lo has hecho mil veces, y sigo diciendo que no es necesario. Yo estoy feliz si tú estás bien.
―Pero te sigo debiendo una… Y quiero devolverte aunque sea un poco el favor.
―Ah… Supongo que nada te hará cambiar de opinión, así que solo haz lo que quieras.
―De acuerdo, eso haré. Cierra los ojos.
―¿Qué?
―Cierra los ojos.
―¿Por qué? Por favor, no me digas que me has comprado un regalo…
―Em… ¿Algo así?
―Pero porque te molestas tanto, no lo entiendo…
―Joder… ¿Tan difícil es que cierres los putos ojos?
―Oh… Ahí te ha salido la vena pre-puñalada.
―Pues cierra los ojos si no quieres que esa Sandra vuelva.
Obedecí finalmente, y cerré los ojos, expectante por el próximo paso de mi hermana.
―Que conste que esto lo hago porque me siento en deuda y es lo único que se me ocurre para compensarte, aunque sea minúsculamente.
Sin previo aviso, mi propia hermana empezó a besarme. De la impresión de sentir sus labios contra los míos, abrí los ojos de golpe. Pero pronto algo dentro de mí decidió que era momento de dejarse llevar por mis impulsos, y entonces volví a cerrar los ojos, me relajé, y me atreví a abrazarla suavemente para atraerla más a mí.
Nuestras lenguas empezaron a cruzar a la boca del otro, con tímidos pulsos de lujuria, de atracción por lo prohibido. Es cierto que acababa de follar salvajemente con Judith hace unas horas, pero eso no impidió que me excitara como nunca antes en toda mi vida. Sandra estaba a otro nivel, me descubrí a mi mismo reteniendo mis ganas de ir más allá, así que simplemente profundicé más el beso con Sandra, pero procuré ser lo más gentil posible, para no revelar mis intenciones lascivas sobre mi propia hermana. No dejé ver ni un ápice de perversión sexual en mi actitud, fue más bien un beso… ¿Romántico? No sé exactamente si esa era la palabra… Pero lo cierto es que después de eso la cosa no volvería a ser igual por mi parte, Sandra ya había despertado deseo en mí, y no podría evitar verla con otros ojos a partir de ese momento.
Cuando nos separamos por falta de aire, pude ver el rostro sonrojado de Sandra. Creo que no se esperaba que le gustase tanto besarse con su hermano. La atmósfera se calentó mucho, pero era como que ninguno de los dos nos atrevíamos a dar el siguiente paso. No queríamos reconocer lo que nos habíamos provocado a partir de un beso inocente.
―Joder… Iba a ser solo un piquito… Lo prometo…
―Pues… No lo ha sido…
―No tenía conocimiento de que besaras tan bien...
―Y no deberías haberlo tenido nunca…
―¿Entonces no te ha gustado?
―No, me ha encanado, eso es lo malo.