La Reina del Placer (2)

Esta es una continuacion de la Educacion Sexual de Regina...

La Reina del Placer II ( Las Timidades del Padrino)

Creo que yo había esperado encontrar un hombre medio anciano aguardándome en la estación de autobuses de Roanote. Era la primera vez, desde que guardaba memoria, que iba a ver a mi padrino Randolfo. No se trataba de que mis padrinos tuviesen en menos ala pobre familia Baldees del valle de Shenandoah, de la cual era el un pariente lejano por parte de mi madre. El hecho de que se hicieran cargo del costo de mi educación universitaria dejaba bien en claro ese punto. Pero mi buen padrino tenia su empresa de modas en una gran ciudad y los negocios absorbían todo su tiempo. No podía haber sido mas amable cuando contesto la carta de mama y me invito a pasar esos días en su casa antes del comienzo de las clases.

Casi me desmaye de la sorpresa cuando vi quien me llamaba por mi nombre en la terminal del ómnibus. Un hombre apuesto y elegante avanzaba directamente hacia mi con una hermosa rubia del brazo. Ella tenia que ser mi madrina Victoria. Randolfo vestía un traje de fina tela listada y blandía un elegante bastón como si el fuera el dueño de la terminal; su sombrerote hongo contribuía no poco a destacar su figura entre multitud. Me hacia sentir ciertamente importante el ser recibida por gente tan refinada.

Los dos me abrazaron y me dijeron cuanto habían deseado siempre ir a visitarnos en Shenandoah y como se asombraban de verme tan crecida y bonita. Victoria se disculpo por tener que abandonarme allí mismo para correr al aeropuerto. Al parecer, su anciana madre no estaba bien de salud y ella le había prometido visitarla ese fin de semana en Dirham. Dijo que estaba segura de que Randolfo y yo teníamos tanto de que hablar que no llegaríamos a extrañarla. Insistió en que yo debía sentirme cansada del viaje y que seria lo mejor que Randolfo me llevase directamente a casa, pero cedió finalmente ante mis ruegos de acompañarla.

Durante todo el trayecto al aeropuerto no hice mas que lamentarme de que ella no pudiera quedarse para enseñarme a vestir con su mismo etilo. ¡Victoria lucia tan atractiva con su vestido de seda amarilla y aquella capa! Visón autentico, seguramente ... cosa de la que yo solo había oído hablar hasta entonces.

Ella me quiño un ojo mientras se volvía para encaminarse al avión que estaba ya recogiendo los pasajeros.

-Ustedes dos pórtense bien durante mi ausencia, ¿me oyen? – dijo frescamente, y se alejo en seguida con un vibrante contoneo de caderas.

-Bueno, Regina, parece que nos hemos quedados solos- dijo Randolfo, tan pronto como el avión comenzó a corretear hacia la pista de despegue.

Resultaba curioso. Yo nunca había estado antes en un aeropuerto y hervía de excitación contemplando la aeronave a punto de levantar vuelo, pero al mismo tiempo me daba vuelta de que los ojos de Randolfo no se apartaban de mí busto en vez de dirigirse al avión en que se marchaba su esposa.

-Te ves exquisita- comento, mientras el avión desaparecía de la vista.

Era extraño que usara esa palabra "exquisita", y también me pareció extraño el modo en que la pronuncio.

-¿Con esta ropas?-me queje.-¿Cómo puede una muchacha verse bien con una vestimenta así?

No fue mi intención aprovecharme. En mi excitación del momento, había olvidado que mi padrino Randolfo trabajaba en el negocio de las prendas femeninas.

-Bueno, Regina, eso es justamente lo que yo estaba pensando, y me alegro de que lo mencionaras. Espero que me permitas regalarte un vestuario completo con motivo de tu ingreso al colegio superior.

Inmeditamente comprendí que el estaría pensando que había sido mi propósito sacar ventaja. Pero fue muy benévolo. Extendió el brazo a través del asiento del automóvil y me dio unas palmaditas en la pierna, diciendo que no deseaba oír mas excusas. Por un segundo su mano se deslizo por mi muslo hacia la rodilla y ello me turbo un tanto. Hubiera deseado conocer un poco mejor a los hombres; hasta entonces no había conocido a otro que Andres, y este me había enseñado en una sola dirección.

Descendimos del coche ante una lujosa tienda de modas.

_No me favorecería ser visto con una hermosa trigueña cuando todo el mundo sabe que mi esposa es rubia-bromeo mientras extraía un llavero del bolsillo.

Luego me paso un brazo por la cintura par guiarme delante de el, con la caballerosidad que una espera de los hombres, pero que jamás se hubiera observado en el valle de Shenandoah. Sin embargo, tan pronto como me adelante, sentí que su mano descendía de la cintura por la curva de mi cadera. Me quede atónita. Hasta me pareció que sus dedos me habían pellizcado suavemente la nalga.

Fue tan impresito que no atine a decir o hacer nada.

¡El interior de la tienda era impresionante! Randolfo me condujo a traes del salón, señalando aquí y allá, y haciendo comentarios acerca de vestidos que el mimos había diseñado. Atravesamos secciones de calzado, medias y toda clase de prendas interiores, y me hizo entrar finalmente en una salita que se hallaba a aun costado del salón principal.

-Este es el probador para mis clientas especiales- me informo con tono indiferente.

Las paredes estaban recubiertas totalmente con espejos y una mullida alfombra roja recubría el piso. En el centro de la sala había un banquillo alto, con un cojín que hacia juego con la alfombra.-Muy bien, Regina- dijo mi padrino, haciendo rodar su baston entre las palmas de las manos, parado frente a mi.-Yo tengo una teoría. Se dice que las ropas hacen a la mujer, pero yo sostengo que es todo lo contrario. La mujer hace a las ropas, eso es absolutamente cierto.

Yo lo escuchaba con los ojos agrandados y como fascinada.

-Ahora, quisiera sugerirte que te quites esas cosas y me permitas tomar tus medidas. Tus medidas exactas.-0El tenia la vista fija en mi busto. –Eres una joven hermosamente desarrollada y debemos hallar las prendas que te ajusten con exactitud, ¿no es así?.

Me quite las ropas rápidamente, salvo el sostén y las bragas de algodón.

-Puedes dejarte eso puesto, si quieres, Reina-dijo el, caminando en torno a mi y colocándose a mis espaldas. Su voz sonaba un tanto sofocada. –En realidad, sin embargo, podríamos estar mas seguros acerca de las medidas, si o te incomodar...

No me pareció irregular en lo mas mínimo. En verdad, Randolfo no me parecía siquiera que fuese mi padrino. Era mas bien un hombre que trataba de hacerme un gran favor, y yo me esforzaba en no pensar en el como un hombre. Pero no podía remediarlo. No tenia la menor similitud con mi primo, pero quizás aquella ligera sofocación en su voz significara lo mismo que había significado en la voz de Andrés aquella primera vez.

El jadeo que escapo de la garganta de Randolfo cuando deje caer el sostén me indico que yo estaba en lo cierto. Tal vez recordando que , después de todo, yo era su ahijada, se apresuro a colocarme sobre los hombros una bata vaporosa y casi transparente. Encontró entonces la voz y dijo: -Así es mejor. Debemos respetar tu modestia, ¿no? Bueno...primero tenemos que medirte el busto y las caderas.

El estaba todavía detrás de mi, y ello me causaba cierta desazón, pero trate de mantenerme muy mundana.

-¿Convendrá que levante los brazos por encima de la cabeza?-Sugerí.

_!Esplendido!-aprobó el.-Eso esta muy bien. Paso la cinta de medir por debajo de la bata y en torno a mí busto. Los extremos se tocaron justamente en uno de mis pezones. Ahora alcance a sentir su aliento rozándome los hombros, áspero y varonil.

-¿Qué sucede?-Pregunte

-Sencillamente,!Extraordinario!-dijo-¡Positivamente asombroso! ¡Ciento uno, sesenta y nueve , Ciento uno! ¡Que Perfección!

-¿Ciento un centímetros...de caderas? ¿Y también de aquí arriba?-Me cubrí el busto con las manos.-¡Que horrible!

-¡Querida mía, tienes la figura de una reina!-Exclamo Randolfo. –No cabe duda que eres Regina. Mereces el cetro de reina de Eros.

Yo no tenia la menor idea acerca de quien pudiera ser Eros, o si se trataba de algún país asiático, pero intuí por el tono de voz de mi padrino que lo decía como cumplido. Y el saber que el admiraba lo que veía me izo dar vueltas la cabeza.

Mi primo Andrés me había hecho adquirir una aguda percepción sobre las cuestiones sexuales, y yo estaba segura ahora de que Randolfo no era menos excitable que el. Premeditadamente me volví para ofrecerle una vista directa de lo que hasta ese momento había estado atisbando por el espejo.

-Probemos primero algunas ropa interior-me dijo, con voz estrangulada.

Me dio la espalda y desapareció en una dependencia contigua, regresando poco después con una colección de enaguas, pantalones y sostenes.

-¡Que prendas tan bonitas! ¿Puedo probarme estas primero?-exclame, alargando la mano hacia unos adminículos de encaje negro muy ornados.

-¿Los pantalones y el sostén negros? Naturalmente. Toma –Me entrego las prendas, advirtiendo:-Quizás te ajusten un poco.

Era una vista por demás excitate la que ofrecía mi figura cuando me enderece ante el espejo luego de ponerme cuidadosamente los tan delicados como diminutos pantaloncitos.

-¡Son tan atrevidos!-jadee, mirando a mi padrino por encima del hombro, -¡Pero me encantan...!

-Pruébate el sostén ahora-Sugirió el, asintiendo reflexivamente con la cabeza, como aturdido.

La fina malla descubría mas de lo que cubría, multiplicando el efecto incitante de la pieza inferior. Por el espejo note que Randolfo se mordía los labios con expresión de tormento.

Entonces advertí, reflejada en el espejo, una salita adyacente al probador, totalmente decorada en blanco y con cortinas níveas y vaporosas en las ventanas. El tocado que había a la entrada me indico lo que era.

-Ahí e donde vestimos nuestras novias, preparándolas para el gran evento-explico el, siguiendo la dirección de mi miradas.

Corrí a la estancia contigua y me detuve admirada, ante el hermoso velo blanco tocado de pedrería que adornaba la cabeza de un busto, junto a la puerto.

-Pruébatela, Regina- insto Randolfo. –Es una corona de novia, digna de una reina.

Las trenzas de campesina que llevaba yo anudadas en la cabeza me parecieron ridículas de pronto; me quite los alfileres que sujetaban la guirnalda y me sacudí el cabello, dejándolo caer libremente. Siempre había tenido el cabello largo y negro brillante, desde niña, y me caía en ondulosa cascada hasta las caderas cuando lo llevaba suelto.

Con extremo cuidado me coloque las corona y extendí el velo por detrás de los hombros. Yo tenia algunas nociones acerca de la apariencia que debían tener las mujeres consideradas como símbolos de la sensualidad, y la imagen que vi. reflejada en el espejo, con las bragas y el sostén de encaje negro y aquel velo virginal con diadema me aflojo las rodillas.

-¿Has usado tacones altos alguna vez, Regina? –Me pregunto Randolfo con voz casi susurrante.

Asentí con la cabeza y eche a andar hacia el en puntas de pie, simulando caminar en tacones puestos.

-Espera, voy a buscar unos zapatos apropiados-dijo, y salio presurosamente de la estancia.

Cuando volvió yo estaba aun admirándome a mi misma frente al espejo, asumiendo las poses mas sensuales que me sugería aquel exótico atavió.

-Me temo que vas a decirle a tu madre que soy un hombre muy pervertido-dijo el.

-Tu no eres ningún pervertido, padrino Randolfo. Mirame a mi. ¡Yo soy la pervertida!

Y Así diciendo deslice las manos por los costados del cuerpo, desde el busto, pasando muy lentamente por la curva de la cintura y las caderas hasta los muslos.

El siguió la trayectoria de mis manos con los ojos, humedeciéndose los labios con la lengua inconscientemente, como atontado y tragando saliva con dificultad.

-¿Te gusta mi cuerpo, Randolfo?-pregunte perversamente.

Entonces fue cuando el salio de detrás del perchero para vestidos donde estaba de pie, y pude verlo de cuerpo entero. No necesita contestar mi pregunta.!No tenia nada de ropa encima!

Me quede atónita, pero no por ello deje de apreciar simultáneamente su belleza física. No era un cuerpo fornido como el de mi primo Andrés, pero su delgada figura musculosa y el erecto miembro que se proyectaba de entre sus piernas como un poste telefónico, disiparon inmediatamente las ideas que me había forjado sobre los hombres de ciudad.

¿No temes que pudieras pescarte un refrió, padrino Randolfo?-pregunte, alzando cándidamente las cejas, divertida en mi fuero interno por la expresión atormentada y de absoluta desolación que reflejaba su rostro.

Mi burlona salida pareció romper todas sus reservas morales y mentales. Se abalanzo sobre mi y, desde ese momento, los fuimos arrastrados por un torbellino de lucra. Sus manos recorrieron con desesperación avidez todo mi cuerpo, arrancándome el sostén y las bragas.

Caímos abrazados sobre la alfombra y sentí la dureza de su miembro rozándome los muslos, buscando la cavidad que estaba ya húmeda para recibirlo, hurgando entre los labios que cedieron sin resistencia. Penetro mis carnes con la fuerza de un ariete, enviando reverberaciones de placer a todos lo rincones de mi cuerpo. Le envolví las caderas con mis piernas y lo apreté salvajemente contra mi, dispuesta a no perder nada de lo que pudiera darme.

-¡Padrino Ran...! ¡Oh, Padrino...!

-Llamame Randolfo-murmuro el, con voz débil, aunque sin debilitarse en sus acometidas.

-Oh, Randolfo...Randolfo querido...

No tenia sentido contrariarlo, sobre todo en un momento como aquel, cuando el hombre necesitaba concentrarse en sus energías. Era algo que había aprendido con Andrés, cuando en una ocasión similar, y ya próximos a la explosión de nuestros juegos amorosos, tuve la malhadada ocurrencia de preguntarle si pensaba asistir al entierro de la tía de uno de sus compañeros de trabajo, que había muerto aquella mañana de un infarto intestinal o algo parecido. La reacción de mi primo Andrés fue tan extraordinaria como memorable: Perdió súbitamente su vigor dentro de mi y nos quedamos los dos sin explotar. Parece ser que los hombre son extremadamente sensible en esos momentos en que una cree que están mas dominados por su instinto animal.

Afortunadamente para mi, mi padrino logro superar el mal momento, y lejos de perder su vigor, continuo embistiendo con renovado entusiasmo. ¡Era tan distinto al rustico Andrés! Su manera de poseerme se me antojaba tan refinada e intelectual como el resto de sus peculiaridades. Era capaz de contenerse aun a través de mis propios orgasmos.

Y repentinamente lo asaltaron sus escrúpulos de padrino, la sensación de estar violando la confianza que mi familia había puesto en el. Después de todo, el padrino de una muchacha esta supuesto a velar no solo por su bienestar sino también por su honor...Randolfo pareció luchar con todas s fuerzas contra aquellos escrúpulos, cerrando los ojos y hundiéndose a fondo su poderosa lanza en mis entrañas con ritmo mas y mas rápido, perdiendo el control y sin preocuparse ya de mis orgasmos.

-¡Regina...! Mi propia ahijada. No debería ¡no! Oh, querida mía... ¡Ho!

Randolfo gimoteaba como una niño cuando los juegos de su pasión comenzaron a inundarme furiosamente.

Tan pronto como los jugos se agotaron, ceso de moverse. Me abrazo con fuerza y se apretó contra mi, aplastándome los pechos, mientras trataba de recobrar el aliento. Estuvimos así un largo rato sin que ninguno de nosotros pronunciara una palabra. Yo sabia que el no podía dejar de sentir las suaves pulsaciones que se transmitían de mi vientre al suyo, una de las formas silenciosas en que una mujer suele decir a su hombre: "!Gracias, gracias, gracias!".

-No debimos hacerlo, Regina – Murmuro débilmente.

-Hummm- Murmure yo, expresando todo lo contrario.

-Eres una traviesa seductora- dijo acusadoramente

-Hummm- repetí, expresando mi completo acuerdo.

Randolfo se incorporo sobre los codos, pero aun cuando su miembro se había ablandado dentro de mi, lo mantuvo allí. Me miro largamente los pechos, acariciándolos con manos temblorosas. Luego levanto la vista a la corona que me cubría aun la cabeza.

-¡Eres una reina de belleza! – murmuro el.

-Sencillamente, no pude contenerme.

Me pregunte por que se empeñaría en buscar justificativos para lo que había ocurrido tan naturalmente.

-¿Crees que Victoria seria capaz de pedirte el divorcio si se enterara? – le pregunte maliciosamente.

Su reacción fue asombrosa.

El miembro ya flácido comenzó a endurecerse nuevamente dentro de mi.

-Se enojaría mucho-admitió.

Y de pronto mi madrina Victoria se esfumo por completo de mis pensamientos, porque un poderoso ariete reinicicaba la serie de deliciosas embestidas contra mi cofre de placeré, todavía húmedo y hambriento.

-¡Dámelo otra vez, Randolfo! ¡Dámelo otra vez!-implore, deslizando las manos por debajo de mis caderas para levantarlas hacia el.

-¡Si , mi reina, si!-resoplo Randolfo, penetrando íntegramente en mi y arrancándome gemidos de éxtasis.

-Oh, ohh, ohhh, padrinito....Ohhh...

Y se acabo la función. Instantáneamente dejo de moverse y el poderoso ariete se convirtió en mantequilla. comenzó a retirarse, centímetro a centímetro, librando al parecer una tremenda batalla consigo mismo, dejándome anhelante y vaciá.

-¡Oh, Randolfo! ¡No! ¡Perdoname! ¡no volveré a llamarte! ¡Randolfo! ¡ Te lo suplico...!

Fue inútil. Se puso de pie y me miro con expresión de gran tristeza y desengaño.

-¡Ven!-ordeno, cogiéndome del brazo y tirando hasta que me tuvo de pie junto a el. – Vamos a vestirnos y portarnos bien.

Durante la hora siguiente estuvo trayendo toda clase de faldas y blusas para que me las probara.

Cuando dejamos la tienda, llevábamos entre los dos alrededor de una docena de cajas conteniendo la mas bonita y costosa colección de prendas adecuadas para una joven que va a iniciar su temporada de pupila universitaria. Y yo llevaba puesto el sostén y las bragas de encaje negro que me probara primeramente, debajo de una minifalda de cuero blanco y un suéter de cachemira.

Cenamos en el hogar de los Cornelli, que era el apellido de mis padrinos, una hermosa mansión con columnas del estilo colonial de las plantaciones sureñas, en las afueras de Ranoke. La casa era soberbia. Techos altos, amplias escalinatas que llevaban a los pisos superiores, gigantescas araña de cristal en el salón principal. La mesa del comedor, donde cenamos, estaba alumbrada por candelabros de plata. Me sentía perdida entre tanta elegancia, en una casa tan grande. Los Cornelli hasta tenían cocinera y mayordomo, que componían un matrimonio y vivían en la misma casa, con su propio apartamento en el tercer piso.

Después de comer Randolfo me mostró las habitaciones superiores. Primero, el dormitorio principal, de un lujo que yo nunca había conocido. Recordé el dormitorio que habían tenido siempre mis padres y no pude menos que sonreír pensando en cuan fuera de lugar se hubieran sentido ellos allí. había dos grandes camas de matrimonio, lo cual me hizo pensar si ello significaría que ...bueno, no pude imaginarme lo que significaría. Una de ellas tenia bajado el cobertor y las sabanas lucían blanquísimas y sedosas. La vista de aquella cama, en presencia de un hombre en la misma habitación, me causo un ligero estremecimiento y sentí renacer los deseos que quedaran insatisfechos allá en la tienda. Pero Randolfo se había acobardado. Al menos, esos es lo que pensé entonces.

Pero pronto iba yo a notar otro cambio en mi padrino. Si el cambio se debía también a la vista del lecho preparado para acostarse y a la prensencia de otra mujer en la habitación que el compartía con su esposa, yo no podría decirlo. El hecho es que , mientras me encontraba admirando los cosméticos y frascos de perfume en el tocador de Victoria, note por el espejo que Randolfo tenia una expresión extraña...y su mirada estaba fija en mis caderas vueltas hacia el.

-Hay aquí todo lo necesario para embellecer ya una mujer-comente, por decir algo.

-Se necesita mucho mas que todo eso para hacer hermosa a una mujer-murmuro el con voz densa.

vi. por el espejo que venia hacia mi, pero no me moví. Simule seguir interesada en los frascos y pote s que llenaban el tocador. Sus ojos seguían fijos en mi trasero, como si lo estuviera viendo por primera vez.

Lo deje venir y rodearme la cintura con los brazos. Se apretó contra mi y sentí la dureza de su miembro en las nalgas. Raldolfo parecía haber olvidado los escrúpulos que lo asaltaban en la tienda.

Sus manos subieron desde mi cintura y me acariciaron los pechos. Sentí la curva de sus muslos amoldarse a la mía, empujando, a la vez que sus dedos apretaba con fuerza los globos de mis busto. Todo lo que pude hacer fue apretar mi trasero contra el, frotando la suavidad de mis nalgas contra la dureza creciente de su miembro. Randolfo parecía desearme locamente esta vez. Empezó a embestime con furia, como si hubiera olvidado que tenia los pantalones puesto y yo estaba aun completamente vestida.

-Me deseas, ¿no?-susurre.

-¡Si! ¡Oh, si! ¡ Como te deseo!

-¡Entonces, tomame, grandísimo tonto!

Me volví para enfrentarlo y casi le arranque la camisa de los hombros.

-¡Si, si! ¡Te deseo, Regina! – Jadeo, cuando me vio emerger desnuda de las prendas que me quite rápidamente.

Lo empuje hacia la cama.

-¡No! ¡No en esa!-Exclame, cuando trato de llevarme hacia el lecho con el cobertor doblado hacia los pies. –Aquí es donde duerme Victoria, ¿Verdad?

Asintió con la cabeza y observo asombrado como yo bajaba el cobertor y me tendía de espaldas en las sedosa sabanas.

Le tendí los brazos, esperándolo.

-¡Tomame en la cama de ella!-exigí,-Quiero que me poseas sobre las mismas sabanas en que la posees a ella.

Su rostro se ensombreció, pero el resto de su cuerpo pareció hallarse mas afectado por la vista de mis formas que por el recuerdo de su mujer.

Se lanzo sobre mi con la desesperación de un recluso que ha estado privado de mujeres durante años, acariciando mi cuerpo todo con las manos y los labios, y penetrando finalmente en mi con la furia de un tornado.

Nos amamos durante horas, sin que ninguno de los dos pareciera quedar nunca satisfecho.

-Regina, tus deseos sexuales son insaciables, ¿eh?_me dijo el, al terminar de uno de nuestros mas ardientes encuentros.

-Hummmm...Creo que me gustan los hombres apuestos, tanto como a ustedes, a la mayoría de ustedes, les gustan las mujeres hermosas.

-Bueno-dio Randolfo, suspirando,-me parece que vas a enloquecer a unos cuantos hombres en tu vida-. Medito un momento, y agrego:

-No puedo dejarte entrar en el colegio superior y hacer frente a todos los problemas de la juventud sin la experiencia que bebe tener una muchacha para saber defenderse.

-Por favor, enseñame- le pedí.

Mis manos y mis labios trabajaron en el hasta lograr una nueva erección, y muy pronto lo tuve otra vez dentro de mi, remontándome a sublimes alturas de placer.

Pasamos charlando y amándonos el resto de la noche. Nunca creí que hubiese tanto que aprender sobre el arte de hacer el amor, sobre las muchas formas distintas de excitar al hombre y de prolongar las delicias del acto sexual. Randolfo casi se murió del susto cuando le dije que yo no tenia ninguna protección.

-¿Me quieres decir que no te has colocado ningún anticonceptivo...? –demando, alelado.

-¿Qué ni siquiera sabes que existen píldoras para eso?

Yo no sabia siquiera de que estaba hablando.

-Dejemos que la naturaleza siga su curso- repuse, un tanto avergonzada.

Al día siguiente, Randolfo me llevo a su medico y me presento como una sobrina suya que estaba por contraer nupcias. Esa noche, cuando volvimos a acostarnos juntos, yo tenia colocado un diafragma y me sentía mas feliz que nunca. En adelante, no tendría que preocuparme acerca de tener hijos antes de tiempo.

Pasamos tres días maravillosos.

Y cuando mi madrina Victoria regreso a Dirham, yo conocía mas artificios que nunca sobre la ciencia y arte de conquistar a un hombre.

Estaba realmente preparada para el colegio superior.