La Reina del Baile
¿Quién no ha pasado noches en blanco alguna vez soñando con algo así?
Después de diez años seguía igual de adorable. Sus ojos color caramelo, grandes, redondos y brillantes, su nariz respingona, sus labios sensuales pintados de un discreto color tierra, su cutis ligeramente bronceado y perfecto, hacían de ella la mujer más hermosa y deseable que había visto nunca. Su larga melena castaña, recogida en un apretado moño y el traje sastre le daban un contrapunto de seriedad y eficiencia.
La recibí levantándome de mi asiento y le di la mano sonriéndole afablemente. Ella no pareció reconocerme, lo que me agradó y me desilusionó a partes iguales. Desde la última vez que nos vimos, en el baile de fin de curso del instituto, había cambiado bastante. En vez de una melena enmarañada y una barba de tres días, me había rasurado la cabeza y lucía una perilla cuidada con mimo al estilo Tony Stark, había adelgazado casi veinticinco kilos y había cambiado los vaqueros gastados y las camisetas raídas con lemas estúpidos por trajes de Huntsman & Sons.
Tras darle la bienvenida al equipo, llamé a Zaida, mi asistente personal, para que le acompañase a su nuevo puesto y me senté observando el contoneo de sus caderas y el meneo de su culo cada vez que pisaba encaramada a aquellos tacones baratos mientras se alejaba.
Cerré la puerta y respiré hondo, apoyado contra ella intentando dominar el temblor de mis piernas. Era como si el sueño más deseado y la pesadilla más detestada se hubieran unido en un mismo lugar en el espacio y en el tiempo. Mi corazón aun sangraba al recordar el dolor y la amargura de ver a la mujer de mis sueños en brazos de otro en el día que debía ser el más importante de mi vida hasta entonces.
Abrí su ficha personal en el ordenador y descubrí que estaba casada. No me costó averiguar mediante el Facebook que su marido era el mismo gilipollas que me la había jugado ese día.
Tratando de no pensar, cerré la aplicación y me enfrasqué en el trabajo con tal determinación que antes del mediodía lo tenía todo solucionado.
Llamé a Zaida y conseguí adelantar una hora la comida de trabajo que tenía con unos clientes alemanes. Diez minutos después estaba camino del restaurante. Tal y como esperaba, llegué unos diez minutos antes y me tomé un whisky doble con el que conseguí calmar un poco mis nervios.
Siempre había deseado encontrarme de nuevo cara a cara con ella, deslumbrarla con mi éxito y hacerla mía, pero el hecho de estar a más de tres mil kilómetros de nuestra ciudad natal había hecho que ese sueño fuese solo eso; un sueño.
El alcohol consiguió reconfortarme un tanto y me ayudó a olvidarla para poder centrarme en los negocios. Los alemanes, como esperaba, se mostraron bastante rígidos y desconfiados con mis propuestas, pero cuando les mostré las indudables ventajas económicas de asociarse con nosotros aceptaron y sellamos el trato con el mejor champán francés del establecimiento.
A continuación les subí a la limusina y les llevé a visitar nuestras instalaciones. Conocieron a nuestro personal en adquisiciones y las secciones dedicadas a I+D. Estaba a punto de llevarlos a la sala de juntas para degustar unos Cohibas y un coñac Courvoisier que tenía preparados para continuar con la celebración cuando pasó ante nosotros.
Se había quitado la chaqueta y caminaba con aire ausente, enfrascada en un informe, con lo que ni siquiera se apercibió de nuestra mirada. Al pasar ante un ventanal la luz del sol perfiló su esbelta silueta y atravesó el vaporoso tejido de la blusa. Ninguno de los presentes respiró al ver el perfil de unos pechos grandes y tiesos, vibrando con cada paso de la mujer.
El instante pasó y todos los presentes ahogaron un suspiro. Tras unos segundo oí murmullos apagados y algún que otro Got in himel.
Pasamos a la sala de juntas donde, tras un par de copas de coñacs y medio habano, conseguí que al fin aquellos cabezas cuadradas firmaran los contratos y se relajasen.
—¿Todas sus empleadas son tan atrractivas como esa última que vimos en el pasillo? —dijo uno de ellos con acento gutural— Si fuese empleada mía yo ...
Por un momento me sentí descolocado, no sé muy bien si fue porque aun estaba un poco enamorado de ella o porque me sorprendió que los alemanes también pensasen en el sexo. El caso es que entre los comentarios de los cabezas cuadradas, el alcohol y los habanos comencé a pensar en ella de una manera distinta. Ahora era yo el que tenía una posición de poder. De nada le valía su titulo de reina del baile mientras trabajase directamente a mis órdenes.
Cuando nos dimos cuenta estábamos borrachos hablando de mujeres a las tres de la mañana. Bueno, en realidad yo estaba pensando en ella y poco a poco iba detallando un plan que noche tras noche me había rondado la cabeza desde aquel aciago día.
Lo bueno que tiene el licor de la época de Napoleón I es que no es nada cabezón y, a pesar de la borrachera de la noche anterior, me desperté fresco como una lechuga y recordando todo lo que había pasado por mi cabeza.
Esa misma mañana puse en marcha mi plan. Lo primero que hice fue hacerla llamar a mi despacho. Aquel día vestía un poco más informal con una blusa más sencilla y una minifalda que le llegaba por encima de las rodillas y me permitió admirar unas piernas largas y esbeltas.
Tras darle unas instrucciones para que pudiese llevar a cabo las tareas que le había encomendado le di una nueva oportunidad para que me reconociese. Ella no dio ninguna muestra de hacerlo. Más seguro de mi anonimato le dejé volver a su trabajo satisfecho.
A continuación abrí mi agenda y busqué el teléfono de Tibor. Tibor era nuestro detective privado de confianza. Antes de hacer cualquier tipo de trato importante, era él el que se encargaba de buscar los trapos sucios de nuestros clientes y así poder conseguir que el negocio fuese más lucrativo y evitar sorpresas desagradables.
Las malas lenguas decían que Tibor había sido mercenario en la guerra de Bosnia y había huído de su país al terminar el conflicto. Nadie en la empresa le conocía y yo nunca le había contratado directamente así que no tenía por qué conocerme. Era un tipo frío, eficaz y con cero escrúpulos, era la persona perfecta para llevar a cabo mi plan.
Guardé su número de teléfono en la agenda de mi móvil. Aun era pronto para llamarle. Necesitaba acercarme a ella antes de contratarle.
La mujer estaba loca por agradarme. Había visto por su curriculum que había estado fuera de circulación casi tres años, probablemente por haber tenido un hijo, cosa que había ocultado hábilmente en sus méritos. Pronto se puso al día con el trabajo y demostró ser un valioso fichaje hasta el punto de que estuve a punto de olvidar mi venganza. Finalmente me dije a mi mismo que el dinero no lo era todo y comencé a sobrecargarla de trabajo.
Dejaba que Zaida le pasase el trabajo habitual y yo luego le pedía alguna tarea extra, siempre personalmente y por teléfono o de viva voz, procurando que nadie supiese que le estaba dando ese trabajo y haciéndole creer que era de vital importancia y que no lo podía compartir con nadie porque creía que había alguien en la empresa que vendía información a la competencia.
Ella pareció creerme y de terminar todos los días a las cinco pasó a terminar a las seis y media e incluso algunos días a las siete.
Al principio no dijo nada pero un día se presentó en mi despacho a eso de las seis de la tarde, cuando solo ella y yo quedábamos en la oficina.
—Hola. —saludó ella llamando tímidamente a la puerta.
—¡Ah! Eres tú. Pasa y siéntate. ¿Puedo hacer algo por ti?
—Bueno, no sé cómo decirlo. Sé que soy la última en entrar en la empresa y entiendo que si quiero ascender tengo que hacer sacrificios, pero llego tan tarde a casa últimamente que tengo la sensación de que lo único que hago es dormir y trabajar.
—Te entiendo perfectamente, —dije entrelazando los dedos sobre la mesa comprensivo— pero precisamente porque eres la última en llegar y no conoces a nadie, eres la única persona en la que puedo confiar. A veces pienso que estoy rodeado de espías.
—Entiendo. —replicó ella abriendo mucho los ojos.
—Este trato es esencial para la empresa y si lo conseguimos te auguro un futuro brillante con nosotros. Y para que veas que valoro tu sacrificio voy a subirte el sueldo un veinte por ciento.
Viendo satisfecho el brillo de la avaricia en sus ojos, insistí un poco más en su insustituible figura en la empresa y con un par de promesas de que esta situación se resolvería en poco tiempo dejé que se fuese un poco más tranquila.
Al día siguiente, antes de ir a la oficina, llamé a Tibor desde mi móvil personal.
—Agencia de detectives Kovacs. Le atiende Tibor. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hola, —empecé yo simulando estar a punto de colgar—No sé cómo empezar... Verá resulta que tengo un problema y un antiguo amigo que me encontré hace un par de meses me ha dicho que usted era el mejor detective de la ciudad.
—Su amigo es muy amable. —replicó el detective— ¿Cuál es el problema?
—Uf... bueno... en fin... No sé muy bien cómo contarle mi problema. —respondí totalmente metido en mi papel.
—Muy sencillo, —me replicó —lo único que tiene que hacer es explicármelo todo con detalle y yo le diré lo que podemos hacer. Así ahorraremos tiempo.
—De acuerdo, —dije soltando un teatral suspiro— creo que mi mujer me engaña.
—Ya veo. Verá mi especialidad son las empresas. No suelo dedicarme a ese tipo de trabajos.
—¡Lo sé! —exclamé fingiendo desesperación— Ya me lo dijo mi amigo, pero también me dijo que era el mejor y estoy dispuesto a pagar lo que pida. Le daré diez mil ahora y diez mil más cuando acabe el trabajo.
—¿Y si no encuentro nada? —preguntó Tibor.
—En cualquier caso le pagará un hombre aliviado. Lo peor es esta incertidumbre. —dije haciendo temblar mi voz como si estuviese a punto de llorar.
—¿Por qué sospecha de ella? —continuó preguntando el detective.
—Desde que tiene el nuevo trabajo, la noto rara y llega muy tarde a casa. Apenas la veo haciendo otra cosa que dormir.
—Entiendo. ¿Ha probado a preguntarle a ella qué es lo que sucede?
—Sí, pero se pone tensa y dice que tiene mucho trabajo, aunque no se extiende en explicaciones, como si no quisiese que la pille en un renuncio.
—De acuerdo, le daré un número de cuenta para que me haga un ingreso, los gastos van a parte.
—Perfecto, le ingresaré el dinero este mismo mediodía. No sabe cuánto se lo agradezco.
—Por cierto, ¿Quién le recomendó? —pregunto el detective como quién no quiere la cosa.
Yo esperaba la pregunta y le di un nombre de un ejecutivo de una empresa con la que sabía que había colaborado y que había muerto recientemente de un fulminante ataque al corazón.
Tibor pareció darse por satisfecho, me pidió los datos de la mujer y cuando me pidió los míos le di los datos de su marido que había comprado en internet. A continuación le di un apartado de correos que había contratado a nombre del marido al que debía mandar las pruebas y tras decirle que podía llamarme a cualquier hora del día o de la noche, me despedí.
Pasé el resto de la mañana creando una cuenta en las Bahamas, también a nombre de su esposo donde deposité cuarenta mil pavos para pagar al detective. Podéis llamarme paranoico pero aquel tipo era un sabueso con un olfato tan fino que toda precaución era poca. Sabía que la parte más difícil de todo el plan era convencerle a él. Si lo conseguía el resto era pan comido.
Esperé tres días antes de hacer ningún movimiento. No me molesté en intentar averiguar si Tibor había empezado con su trabajo. Tampoco tenía forma de saberlo, ya que nunca se le contrataba cara a cara y por tanto no lo conocía, pero estaba seguro de que no estaría cruzado de brazos.
Aquel día la abrumé con trabajo hasta el punto de que cuando terminó la jornada estaba totalmente exhausta. Era viernes por la noche y cuando salimos del edificio comprobamos que llovía con fuerza. Intentó coger un taxi pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles así que me ofrecí a llevarla en mi limusina. Aunque no estaba muy convencida ella asintió.
Estábamos casi a medio camino cuando, dándome una palmada en la cabeza, me lamenté por haberme dejado unos documentos encima de la mesa que debía revisar de forma imprescindible aquella misma noche. Deshaciéndome en excusas le di instrucciones al chofer para que diese la vuelta.
Si el detective nos estaba siguiendo seguramente observaría la limusina dando un largo rodeo y volviendo al mismo punto de partida y se preguntaría qué demonios estaríamos haciendo.
Mientras tanto había dejado de llover y cuando estábamos llegando a la oficina me ofrecí a llamar a un taxi para que no tuviese que esperar por mí. Esta vez hubo suerte y cuando llegamos a la puerta del edificio el taxi ya estaba esperando. En cuanto la limusina paró me apresuré a salir y a abrirle la puerta ofreciendo mi mano para ayudarla a salir del coche.
Prolongando el contacto un pelín más de lo necesario me acerqué y le di un beso en la mejilla inocente en cualquier otra situación, pero no para una mente predispuesta a pensar en lo peor. Esperaba que Tibor tuviese unas buenas vistas. Tras acomodar a la mujer en el taxi y pagar la carrera por adelantado al taxista, la dejé marchar y cuando se perdió de vista volví a subir a la limusina y me fui directamente a casa.
Las largas tardes, trabajando, los dos prácticamente en solitario, generaron una especie de camaradería. A pesar de que ella intentaba mantener una actitud respetuosa ante el resto de los compañeros de trabajo, cuando nos quedábamos solos tomábamos café juntos y charlábamos de todo un poco. Fue así como me enteré de que tenía una hija de la que cuidaba su marido que, según ella, estaba trabajando en una novela desde hacía dos años. En su candidez pensaba que aquel inútil iba a conseguir un bestseller con el que conseguirían el dinero suficiente para retirarse a vivir en una isla paradisíaca. A mí se me revolvía el estómago imaginando a aquel gañan rascándose los huevos mientras ella trabajaba de sol a sol. El amor era ciego, sordo y estúpido.
Lo divertido del asunto es que puntualmente recibía informes del detective dándome cuenta de mis movimientos. Estaba claro que sospechaba de nosotros aunque no tenía más pruebas que el paseo en limusina y el beso en la mejilla así como alguna que otra imagen ambigua.
Cuando le sugerí que introdujese cámaras o micrófonos en mis oficinas me dijo que no era tan fácil entrar allí , lo cual era cierto. Nuestra empresa era bastante estricta con la seguridad y como no atendía directamente al público no solía haber desconocidos pululando por allí. Por otra parte los mensajeros nunca pasaban de recepción, lo cual era un problema. Le mostré mi contrariedad ante la noticia ya que creía que la mayoría de los contactos ilícitos se producían en la oficina.
Él me contestó con tranquilidad, que si era cierto que me engañaba tarde o temprano cometería un error y el estaría allí.
Y el momento llegó. A finales de mes le invité a una cena de trabajo. Ella dijo que tenía muchas cosas que hacer en casa, pero yo le dije que era imprescindible, que yo solo no podía explicar lo que habíamos logrado a nuestros clientes.
Se presentó puntualmente en la puerta. El traje de noche color añil con escote palabra de honor y una vertiginosa abertura lateral en la falda le quedaba fantástico. Por un momento se me pasó por la cabeza dejar de lado el plan, pero solo por un momento.
—¿Dónde están los clientes? —preguntó ella con aire extrañado.
—Lo siento, —mentí yo fingiendo aflicción— parece ser que un pirado intentó meter un arma blanca en el avión en el que iban y debido al follón subsiguiente ha salido con más de cuatro horas de retraso. Me acabo de enterar y les he mandado la limusina para que vaya a buscarlos, pero no creo que lleguen hasta las tres de la madrugada por lo menos.
—¡Vaya! eso sí que es mala suerte. —replicó ella con un mohín— ¿Y ahora qué hacemos?
—La verdad es que este restaurante es un espectáculo y son un poco quisquillosos con las anulaciones de última hora. —respondí echando un rápido vistazo a las sandalias de tacón que emergían del extremo de la falda— Sería una lástima desaprovechar la ocasión...
Ella pareció dudar un instante, pero aceptó diciendo que no se había pasado casi dos horas en la peluquería para volver a casa a hacerse la cena.
El metre, tras recibir la pertinente propina, entendió la situación y en vez de darnos la mesa de seis personas que tenía preparada nos dio una pequeña en un rincón más íntimo, cerca de la ventana.
La cena mereció la pena. Mas que comer disfrutamos de un espectáculo total. Degustamos, jugamos, aspiramos y nos dejamos llevar por el ambiente desenfadado del local. Acompañamos los platos con abundante vino de forma que en los postres ella ya estaba bastante perjudicada.
Al terminar los postres me ofrecí a llevarla a casa hasta que recordamos con la risa floja que no disponíamos de la limusina.
—A doscientos metros hay una parada de taxis. —dije yo arrastrando las palabras un poco de más— ¿Crees que podrás llegar hasta allí?
—Si me dejas apoyarme en ti creo que lo conseguiré. —dijo ella cogiéndome del brazo— ¡Malditos tacones!
Ceñí su cintura protectoramente con mi brazo y la guie calle abajo donde tenía mi trampa preparada. El callejón era estrecho y oscuro, pero en una exploración previa había visto un rincón iluminado por el rótulo de un salón de tatuajes.
Sin pensarlo dos veces, tiré de ella y la empujé hacia el rincón.
—Pero, jefe. —dijo ella arrastrando las palabras— ¿Qué está haciendo?
—Lo siento, pero no puedo evitarlo...
Sin decir nada más la besé. Tal como esperaba, estaba tan borracha que no puso demasiada resistencia. Esperando que el detective consiguiese unas buenas instantáneas metí la mano por la raja del vestido y agarrándole el muslo puse su pierna sobre mi cadera.
La conocía. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que se diese cuenta de que estaba haciendo una locura, así que le metí la lengua hasta la garganta y después de magrear su cuerpo unos instantes me separé jadeando.
Dando la espalda a la entrada del callejón, para que tapar la visión a cualquier mirón, me disculpé ante su sorprendida mirada y tras cogerla de nuevo del brazo salí del callejón y la llevé aun conmocionada a la parada de taxis.
Cuando al fin llegué a casa, tras haberla dejado a ella delante de la suya, me masturbe dos veces pensando en lo que le iba a hacer en menos de una semana.
El detective no me falló. Día y medio después recibí una llamada de Tibor contándome los detalles de la cena. Solté una ristra de improperios y amenazas a la supuesta infiel y le di las gracias añadiendo que tendría el dinero restante ingresado en menos de dos horas.
Tras pedirle que me enviase las fotos y los negativos al apartado de correos prometiéndole que iba a dejar en bragas a aquella puta, colgué el teléfono conteniendo a duras penas mi satisfacción.
Aunque ardía en deseos de ir a recoger los documentos, decidí esperar un par de días por si le entraba curiosidad al detective y se le pasaba por la cabeza vigilar el apartado de correos.
Mientras tanto la relación con mi objetivo se había vuelto un pelín incómoda, aunque parecía haber perdonado mi desliz.
Dos noches después, vestido con una sudadera y uno pantalones viejos me acerqué en taxi al apartado postal y recogí los documentos que había depositado Tibor. Sin poder contenerme más abrí el grueso sobre color manila y inspeccioné su contenido; era oro puro.
El detective, tan minucioso como siempre, había vigilado a la mujer día y noche. Había registrado nuestro largo paseo en limusina a ninguna parte y había numerosas fotos de nuestra cena y los sucesos del callejón.
Tibor había hecho un trabajo excelente. En cuanto llegué a casa hice copias de todo el material y preparé un paquete para mandarlo por UPS a su despacho la mañana siguiente.
Desde mi despacho vi llegar al mensajero a las diez en punto como todas las mañanas. Le observé avanzar por el pasillo unos instantes anticipando el placer de ver cumplida mi venganza. Una venganza que había perfeccionado noche tras noche de insomnio sin la más mínima esperanza de llevar a cabo.
Y ahora tenía aquella mujer en mis manos la sensación de poder y revancha se adueñaron de mi cuerpo y mi mente colmándome de un placer salvaje.
No la vi en el resto de la jornada. Poco a poco todo el personal fue abandonando sus puestos de trabajo salvo ella. Preparado para el siguiente acto me levanté y me dirigí a su despacho.
Llamé levemente a la puerta y entré sin esperar una invitación. La visión de la mujer con el rímel corrido y aquellos bellos ojos perdidos en la nada, con el contenido del sobre esparcido sobre la mesa me impresionó tanto que estuve tentado de hacerle una foto con el móvil. Su cara de tristeza y desconsuelo no hizo sino aumentar mi determinación y conteniendo una sonrisa de triunfo, le pregunté si iba algo mal.
Ella, sin apartar su mirada, empujó las fotos hacia mí para que pudiera verlas. Yo fingí consternación y le pregunté qué significaba aquello. Sus manos cogieron una pequeña nota en la que le citaba en un hotel aquella misma noche y le pedía que se quisiese bonita y fuese complaciente si quería recibir los negativos del amplio reportaje fotográfico.
Yo puse cara de circunstancias y me ofrecí a explicárselo todo a su marido. Pero como esperaba, me despidió entre lágrimas diciéndome que ya había hecho bastante. Tras disculparme de nuevo me despedí y me dirigí al hotel para prepararme.
Deseé haber especificado una hora concreta en la nota, la espera se me estaba haciendo eterna. Finalmente dos horas después me llamaron de recepción diciéndome que tenía una visita.
Dejé la puerta entornada y me senté en una silla poniendo una fuente de luz justo detrás de forma que todo el que entrase por la puerta solo pudiese ver mi silueta. La puerta se abrió en silencio y la luz enfocó a una mujer rendida y temblorosa que bizqueaba intentando identificar al causante de sus desgracias. Llevaba un vestido corto, negro, con un escote en uve, medias de seda sin costura y unos zapatos de tacón negros que ya le había visto en el trabajo.
—¡Desnúdate! —le ordené con voz bronca para que no me pudiese reconocer— Y espero que lo hagas bien. No querrás que salga decepcionado de esta cita.
—¡Escuche! —me suplicó ella intentando contener las lágrimas— Por favor, no me haga esto. Puedo darle dinero...
—¡Desnúdate si no quieres que tu marido se entere de que te has estado portando como una vulgar furcia! —troné yo disfrutando de cada gesto de desesperación de la mujer.
Ella bajó la mirada al suelo evitando mis ojos inquisitivos y sus manos temblorosas se dirigieron a la cremallera del vestido. La torpeza con la que realizó el movimiento me resultó excitante.
Observé la piel morena y el perfil de un pecho insinuarse en la nueva abertura del vestido y tuve que contenerme para no abalanzarme sobre la mujer y arrancarle la ropa a mordiscos. Mientras tanto ella seguía desnudándose con la vista baja intentando permanecer ajena a mis miradas de lujuria.
Finalmente dejó caer el vestido. Aquellos pechos morenos que un día llegué a amasar torpemente se mostraron ante mí en todo su esplendor. La maternidad no parecía haber hecho mella en ellos. Mi boca se llenó de saliva anticipando el placer de lamer y mordisquear aquellos pezones grandes y tiesos de perfilar aquella areola color tierra con mis dedos y sopesar aquellos voluminosos pechos morenos y temblorosos.
Tras apartar el vestido de los pies, volvió a levantar la cara y a lanzarme una última mirada de súplica que yo apenas hice caso, concentrado como estaba en admirar sus largas y esbeltas piernas, el liguero en torno a su cintura, sujetando las medias y un fino tanga transparente que no ocultaba una suave y rizada mata de pelo oscuro.
Intentó hablar de nuevo, pero con un gesto de la mano se lo impedí y la invité a quitarse el tanga.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas estropeando su rímel y dando a aquella cara angelical un aspecto patético que me puso a cien.
—Ahora cierra los ojos. —dije levantándome de la silla incapaz de estarme quieto por más tiempo.
—Por favor no me hagas daño...
—¡Cierra los ojos he dicho! —exclamé intentando parecer irritado.
Ella finalmente obedeció y cerró los ojos, esperando una nueva humillación. Las aletas de su nariz se dilataban al ritmo de su respiración acelerada y temblorosa. Me acerqué y la rodeé haciendo que sintiese mi presencia, pero sin llegar a tocarla. Observé su espalda recta y su culo redondo y terso con un par de grandes lunares adornando su nalga derecha y lo rocé haciendo que todo su cuerpo se estremeciese con el escalofrío.
—¡Arrodíllate! —dije al ponerme de nuevo frente a ella.
—Por favor. Te lo suplico... Ten piedad de mí...
—¿Por qué la iba a tener si no la tuviste tú? —le pregunté sin disimular mi voz.
—Pero.. ¿Qué...? —preguntó ella, abriendo los ojos sorprendida.
Me miró confundida reconociendo a su jefe, pero sin tener idea de que había querido decir con mis palabras.
—Ya veo que no recuerdas a tu "peluchito". Seguramente te habrás olvidado, pero yo no. —le dije recordando el mote que me había puesto aquellos quince días en que estuve en el séptimo cielo.
Ella escrutó mi rostro incrédula intentando adivinar hasta que con los ojos como platos reconoció al chico que había humillado hacía tanto tiempo.
—¡Oh! ¡Dios! ¡Eres tú! —dice reconociéndome finalmente— Yo... Siento lo que te hice. De verdad, yo no quería, fue idea de mi marido. Creyó que sería gracioso. No sé en qué demonios pensábamos...
—Deja de disculparte. En el fondo me hicisteis un favor, desde aquel momento me convertisteis en un cabrón sin sentimientos. —dije abriéndome la bragueta y sacándome el miembro erecto y brillante de deseo— Ahora arrodíllate.
Ella intentó suplicar de nuevo, pero sin un gesto de misericordia la obligué a arrodillarse frente a mí y le metí los dedos en la boca. Con un gesto de desprecio, exploré su boca profundamente hasta provocarle arcadas. En pocos segundos gruesos hilos de baba colgaban de la comisura de sus labios.
Retirando mi mano, me cogí la polla y la dirigí a sus labios gruesos y rojos. Sus ojos suplicaban, pero la boca se abrió obediente en cuanto la punta de mi glande presionó contra ella. Agarrando su cabeza, comencé a mover mis caderas disfrutando de la estrechez de aquella garganta.
Con un gemido bronco, la cogí por la barbilla para estirar su cuello y poder alojar mi polla en el fondo de su garganta. No sé que me causó más placer, si el calor de aquella boca o los gruesos lagrimones que comenzaban a correr de nuevo sus mejillas, creando gruesos torrentes de rímel en su cara.
Me aparté un instante. Ella aprovechó para inspirar varias veces profundamente, pero no la dejé terminar de reponerse y volví a meterle mi hambriento miembro, golpeado repetidamente y con dureza su aterciopelado paladar cada vez más deprisa hasta correrme en su interior.
Eyaculé una y otra vez, agarrando su moño y acariciando su cabeza y sus orejas como lo haría con una perrita bien educada. No me interesaba lo que hiciese con mi semilla. Me aparté y ella tosió y escupió una espesa mezcla de semen y saliva.
Se incorporó intentando limpiarse los labios como si diese por terminada la sesión, pero con una sonrisa de lobo, la cogí de nuevo por el moño y dándole la vuelta la empujé contra la pared.
Usando el poco orgullo que le quedaba, se revolvió intentando eludirme, pero aprovechando mi mayor envergadura la acorralé hasta que quedó inmóvil y temblorosa como el ciervo en las garras del tigre.
Aproveché para acariciar su cuerpo, estrujar por fin sus pechos y acariciar su culo. Cogiendo sus nalgas con mis manos las separé deslizando mi polla aun erecta y resbaladiza entre ellas. Me froté contra ella aplastándola contra la pared y haciendo que anticipase el placer que le iba a provocar mi herramienta.
Sin dejar de frotarme deslicé una de mis manos hacia adelante y acaricie su pubis. La mujer tembló y soltó un quedó gemido cuando mis dedos se deslizaron por su vulva y penetraron en su coño cálido y ligeramente húmedo.
—¡Por favor! Ya lo has hecho una vez...
—¿Me dices que tú solo te reíste una vez al recordar aquellas tardes después de clase charlando y envolviéndome con tu magia? ¿Me dices que no disfrutaste varias veces viendo mi cara entre embelesado y sorprendido cuando me sugeriste que te invitase al baile de fin de curso? ¿Me dices que no has contado en repetidas ocasiones como me dejaste tirado en medio del baile, a la vista de todos los presentes conscientes del engaño mientras te coronabas la reina del baile con tu novio? —le pregunté mientras le deshacía el moño dejando que una cascada de pelo castaño se derramase por su espalda.
—Yo... Éramos solo unos niños...
—Unos niños crueles y despiadados como lo soy ahora yo. —dije tirando de sus caderas para separarlas de la pared.
Sobé de nuevo sus pechos unos instantes, pellizcando sus pezones antes de asir sus caderas con una mano mientras que con la otra agarraba aquella melena larga y brillante y tiraba de ella con fuerza.
Ella gritó y su cuerpo vaciló en lo alto de aquellos tacones súbitamente desequilibrado por la forzada postura.
Admiré un instante aquella espalda morena, y observé sus costillas expandirse con cada forzada respiración antes de penetrarla por fin.
Mi polla se deslizó en aquel conducto estrecho y cálido. Ella gimió apagadamente mientras yo con su melena firmemente asida soltaba un bramido de triunfo.
—¿Y sabes lo peor? —dije yo acompañando mis susurros con pollazos espaciados y bruscos— Que cada mañana tendrás que volver a ver mi careto, porque ambos sabemos que con el vago de tu marido escribiendo su "bestseller", tú no puedes permitirte perder este trabajo.
Dejando que aquellas palabras calasen en su alma aceleré mis empeñones. Aquel chocho era una delicia cálida y estrecha que hacía que mi polla irradiase oleadas de un placer tan intenso que me obligaban a soltar broncos gemidos.
Ella, trataba de ahogar sus gemidos para no excitarme aun más, mientras su cuerpo se cubría de sudor con todos sus músculos en tensión debido a la postura que le obligaba a tomar tirando firmemente de su melena.
A punto de correrme me di un descanso aun con mi polla dentro de ella. La solté y cayó con un suspiro contra la pared. Acaricié su culo y sus piernas brillantes de la mezcla de flujos y sudor y le mordí el hombro y el cuello antes de volver a susurrarle al oído.
—Y cada vez que pases por delante de mí, con esos bonitos tacones y esa blusa de seda blanca nunca sabrás si te espera una nueva noche de placer con tu amo.
Con un movimiento súbito la cogí por la cintura y la tiré sobre la cama antes de acostarme sobre ella. Mirando aquellos ojos arrasados por la mezcla de emociones cogí mi polla y la enterré de nuevo en su coño. Ella intentó apartar la cara, pero la obligué con mis manos a mirarme mientras la penetraba con todas mis fuerzas, a cara de perro.
Mi polla entraba y salía a una velocidad endiablada, machacando su pubis con fuerza una y otra vez hasta que no pudo más y se corrió con un grito estrangulado. Observé la expresión de su cara entre dolida y arrebatada y no pude por menos que sonreír antes de apartarme y eyacular sobre sus pechos y su cara.
Me derrumbé a su lado soltando un suspiro de satisfacción. Ella se levantó y se dirigió al baño donde se dio una ducha rápida. Con movimientos apresurados y la cabeza baja se vistió de nuevo y seguida por mi mirada se fue sin despedirse.
La luz del sol de la mañana me despierta un nuevo día. Desayuno y me voy a la oficina. Ahora hay un nuevo aliciente. Ver a la mujer más bella de la empresa intentar mantener la compostura cada vez que la llamo a mi despacho es un placer casi físico.
Aunque se me ha pasado por la cabeza he renunciado a poseerla otra vez. En el fondo no me gusta forzar a una mujer a hacer lo que no quiere y una vez conseguido mi objetivo ha perdido todo atractivo para mí.
La llamo de nuevo a mi despacho y con una sonrisa la digo que tiene que quedarse por segunda vez esta semana a hacer unas horas extra. Observo las líneas de tensión destacándose en su rostro, pero no dice nada. Se limita a asentir consciente de que no puede hacer nada. Antes de dejarla ir le pregunto con sorna que tal va la novela de su marido. Ella con un gesto airado me dice que le ha hecho una par de sugerencias con el villano.