La reina de las mamadas
Una mujer en la flor de la vida ha perdido a su marido y empezará a buscar una polla sustituta. Con cuatro hijos mayores no es difícil imaginarse donde buscará la primera. ¿O quizá sí?
Me llamo Chris, soy madre de cuatro hijos y desde hace poco más de un mes, viuda.
Mi marido perdió la vida en un accidente de moto. Iba muy bebido por lo que aún no lo he perdonado, y que Dios me asista pero, si puedo evitarlo, no voy a llorar su pérdida.
No es que Tomás fuera un mal marido o mal padre. Mentiría si dijera que no lo echo de menos. Pero ha conseguido cabrearme de verdad y me ha privado de lo mejor que poseía: su polla.
Soy una mamona nata, la reina de las mamadas, y con Tomás nunca me había faltado polla. Y ahora me había dejado sola y tendría que buscar otro hombre que supliera mi necesidad y que estuviera tan bien dotado.
El día del entierro fue el día más extraño de mi vida.
Dicen que la muerte no hace otra cosa que recordarnos que estamos vivos. Que los placeres se desatan, los colores son más vivos y nos asaltan las ganas de reír en los momentos más inoportunos. Comprendo que haya sociedades que se toman los funerales como una celebración de la vida. Yo me desperté aquella mañana caliente como una gata en celo y con ganas de verga. Tomás ya no estaba y yo estaba tan enfadada con él que me propuse mamar al menos un buen rabo antes de que acabara el día.
La oportunidad se dio tras el sepelio. La familia se estaba reagrupando para ir a comer al restaurante, decidiendo cuantos coches movíamos. Ernesto, mi hijo mayor, se había empeñado en que fuera con él (yo no sé conducir, nunca he tenido coche) pero yo me fui directa hacia Mauro, el hermano gemelo de mi difunto marido.
Mauro, ¿puedo ir contigo?
Por supuesto.
Mauro me había comentado por la mañana que estaba un poco incómodo, que no quería que mis hijos o yo sufriéramos más con su presencia y que una palabra mía bastaría para que se marchara. A mí en realidad no me molestaba en absoluto que Mauro fuera una copia viviente de mi difunto esposo. De hecho ya había decidido que era mi víctima perfecta.
- Por el amor de Dios, Mauro. Era tu hermano. ¿Cómo nos va a incomodar tu presencia en el funeral? - contesté, para tranquilizarlo.
Eso había sido hacía unas horas. Ahora me subí en su coche mientras mi hijo mayor me miraba con cara rara desde la otra punta del aparcamiento.
Bien. Vámonos.
No podemos. Carla y Sara vienen conmigo en el coche.
Carla era su mujer, Sara su hija.
- Mauro, necesito salir de aquí. No soporto seguir en este lugar ni un minuto más -fingí.
Mauro buscó con la mirada a su mujer entre el gentío.
- Vámonos - apremié. - Mis hijos las llevaran, no se van a quedar tiradas. Pero sácame de aquí, te lo suplico.
Un poco de mala gana Mauro acabó por ceder.
Durante los primeros cinco minutos, mientras Mauro conducía con la mirada fija en la carretera, mantuvimos una conversación intrascendente, evitando hablar de Tomás, pero no era un tema que pudiera dejar de lado si quería conseguir lo que me había propuesto.
¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta? - pregunté al fin, bajando un poco el tono de voz.
Claro - contestó él.
Siempre me he preguntado... Bueno, Tomás tenía... No sé cómo decirlo...
Dilo.
No. Déjalo. No es apropiado.
Vamos, Chris. Puedes decirme lo que sea. No me voy a escandalizar.
Vaya, pues Mauro se había imaginado que era una pregunta de contenido sexual. Bien.
- Está bien - dije. - Allá va. Tu hermano estaba muy bien dotado. Tenía una polla fabulosa, para que nos entendamos. Siempre me he preguntado si tú la tendrías como él.
Mauro se rio, buena señal.
Tomás y yo éramos idénticos en todo lo demás. No sé porqué no íbamos a serlo en cuestión de miembro.
No sé. Con los gemelos nunca se sabe.
¿Lo dices por tus hijos? ¿Javier y Manu tienen las pollas muy distintas? - había un tono de preocupación en su voz.
Un poco. Manu está bastante más dotado que Javi.
Qué extraño.
Claro que nunca los he visto... Ya sabes.
Empalmaos - se rio Mauro.
Eso. Empalmaos. Pero Manu llena mucho más la ropa, no sé si me explico.
Perfectamente.
A lo mejor el tamaño depende de otros factores, además de la genética.
¿Como cuáles?
Si llevas ropa ajustada, tal vez.
Tu marido siempre iba bien ceñido y dices que estaba bien armado.
Vaya. ¿Estás diciendo que a lo mejor tú la tienes aún más grande que Tomás?
¿He dicho yo eso?
No exactamente. Pero tú nunca llevas pantalones ceñidos.
Mauro se mordió el labio, pensativo.
Creo que todos los hombres dudamos de nuestro tamaño. Las películas porno no son fiables, no se puede comparar uno con Nacho Vidal sin deprimirse.
¿Qué dice Carla?
A ella le gusta bastante, pero nunca me ha comentado si la tengo más grande o más pequeña que sus ex y creo que no quiero saberlo.
Pues me quedaré siempre con la duda.
Mauro se rio, esta vez algo nervioso.
¿De qué va esto, Chris? ¿Es que me estás pidiendo que te la enseñe?
No, no. Sólo era curiosidad.
Permanecimos en silencio algunos minutos. Mauro estaba conduciendo a sólo sesenta por hora. En cualquier momento empezarían a adelantarnos el resto de coches camino del restaurante.
¿Por qué vas tan despacio?
Perdona. Estaba pensando en lo que has dicho antes.
Es un poco tarde para preocuparse de cual de los dos hermanos la tiene (o la tenía) más grande.
Sí... Y sólo habría una manera de salir de dudas y eso no va a ocurrir.
Cierto...
Dejé pasar un minuto antes de dar el golpe de gracia.
Aunque...
¿Sí?
Sabía que no podía proponerle sexo directamente sin que el sentido común acabase por tomar el control. Él estaba casado y además su hermano acababa de morir, y estábamos de funeral. Y yo era la viuda. En fin, esa puerta no era fácil de abrir.
Pero, ¿y si lo planteaba como un juego nada más?
Hay una manera de que podamos descubrir cual de los hermanos la tenía más grande sin que tengas que pararte en un arcén para hacerte una paja mientras te la miro desde el coche.
¿Ah, sí? ¿Y qué manera es esa?
Coge el desvío.
Para mi sorpresa Mauro no se lo pensó dos veces y cogió por la secundaria que le había propuesto, la cual nos alejaba del restaurante.
Le pedí que condujera hasta una cercana área de servicio y que aparcara. Lo hizo entre dos camiones de gran tonelaje, los cuales nos brindaron no poca privacidad.
Sin darle tiempo a hacer preguntas que pudieran habernos incomodado a ambos saqué el móvil (uno de pantalla táctil bien grande), busqué la carpeta de mis vídeos caseros con Tomás y seleccioné uno donde le comía la polla en primerísimo primer plano.
Después le pasé el móvil a Mauro.
Vaya... - dijo él al cabo de un rato. - Si que la tenía grande el cabrón.
¿Te gana?
No estoy seguro. ¿No tienes otro desde otra posición?
Espera, hay uno muy bueno y se la ve desde el costado- dije.
Mauro me pasó el móvil para dejarme buscar el vídeo y se llevó la mano al paquete. Se recolocó el miembro en vías de ponerse erecto sin ningún pudor.
Yo busqué un vídeo donde Tomás me daba por el culo. Se lo volví a pasar.
Uf. No sabía que os fueran estas cosas - dijo Mauro, sin perderse detalle de las imágenes.
El sexo es todo bueno. Aunque si hay algo que me vuelve loca...
¿Sí?
... es mamarla.
Ya estaba toda la carne puesta en el asador. Mauro podía recoger el guante o dejar correr el agua de la fuente. En menos tiempo del que se tarda en recordar alguna otra frase hecha se llevó las manos al pantalón y se lo desabrochó.
Solo lo hago para que puedas decirme si supero a Tomás.
Seguro. Le tengo bien medido el tamaño. No he chupado ninguna otra polla en veinticinco años.
¿Y no tienes hambre?
Se me cae la baba solo de pensarlo.
Mauro se sacó un verdadero pollón. Se me hizo agua la boca y el coño un charco.
A simple vista era exactamente igual que la de mi difunto marido pero mucho más apetecible. Mauro era mi cuñado, estaba casado, tenía una hija. Era el día del entierro de su hermano, mi marido. No debíamos. No podíamos hacer aquello. Por eso era tan excitante y por eso casi me corro de gusto al meterme aquel pollón, igual y distinto al de Tomás, entre los labios.
Mauro no tardó mucho en empezar a admirar de viva voz mi técnica.
- Mmm, qué bien la chupas, Christina. Qué gusto...
Siempre me ha gustado mucho mamar. Antes de conocer a Tomás, (parece mentira cómo pasan los años) tuve un novio al que no le gustaba follar. Se había acostumbrado a que le hicieran mamadas en el servicio militar y podía sobrevivir a base de mamadas. Sostenía que nunca una mujer se la había comido tan bien como su mejor amigo del servicio. Así que aprendí a mamarle la polla aunque no era algo que por aquel entonces me atrajera especialmente, con la ilusión de que si lo hacía lo suficientemente bien lo mantendría a mi lado.
Era muy joven y aún no había descubierto que no hay hombre fiel, no está en su naturaleza. Y que el hombre menos fiel es aquel al que le vuelve loco que le coman la polla, porque cualquier boca les vale y no tienen la sensación de estar siendo infieles.
Como era de esperar aquel novio siguió su camino. Y yo conocí a Tomás. Y me quedé prendada de él, pero más de su polla. Es cierto aquello de que el sexo es un aprendizaje y que llevamos con nosotros a todos nuestros antiguos amantes porque desde aquel primer novio no hay cosa más excitante para mí que sentir como se endurece una polla entre mis labios, lamer lánguidamente el glande y empezar a saciar mi sed con el precum. Me encanta su tacto, su sabor, me embriaga su olor y me vuelve completamente loca recibir la leche y ver en vídeo cómo se derrama sobre mis tetas, en mi culazo o en la cara.
Y sobretodo, recibir el semen en la boca. Eso es un gustazo difícil de superar.
Cómo os podéis imaginar había mentido a Mauro. Con semejante pasión por los rabos nadie podría aguantar veinticinco años mamando la misma polla y de vez en cuando, cuando Tomás se ausentaba por trabajo, me buscaba duros miembros que llevarme a la boca. Había probado muchas pollas y cada polla tenía su puntito. No había encontrado ninguna que no se dejara mamar y todas tenían algo especial.
No digo que no disfrute con una buena polla dándome guerra en el coñito o por el culo. Como le dije aquel día a Mauro todo el sexo es bueno, pero no puedo evitarlo. Mi debilidad es la felación. Creo que nacemos cada uno con un don, y aquel primer novio que tuve me descubrió el mío.
Mientras mamaba la polla de mi cuñado levanté el vestido negro y metí la mano por las bragas en busca de mi coñito. Estaba muy mojado y fue un placer empezar a masturbarme con las puntas de dos dedos mientras mi boca estaba tan bien llena de carne.
Mauro me apartaba el pelo de la cara para poder ver su rabote entrando y saliendo de mi boca lleno de saliba.
Entonces tuve una idea. Dejé la faena y me dediqué a guardar en la guantera cualquier signo que delatara a simple vista que aquel era el coche de Mauro, como un horrible muñeco de Elvis que movía la pelvis.
¿Qué haces?
Grábame -le dije, pasándole el móvil. - Si alguien alguna vez viera el vídeo pensará que era otra mamada a mi marido.
¿Con la ropa que llevamos a su funeral?
Podemos quitarnos la ropa.
Eso me parece estupendo.
Dicho y hecho. Nos desvestimos lo más deprisa que pudimos, lo cual fue complicado dentro del coche, y dejamos la ropa doblada en el asiento de atrás. Mientras yo colocaba la ropa la mano de Mauro me cogió coño y ojete a la vez y su contacto me produjo un placentero escalofrío.
Ya me estaba grabando así que grabó el lenguetazo que luego me dio en la vulva.
Poco después volvía yo a mamar todo ese colosal cipote cuando la cara de mi hijo Ernesto apareció tras la ventanilla y sus nudillos golpearon el cristal.
Nos había pillado del todo.
(Continuaré con este relato más adelante. No será una segunda parte porque pueden leerse perfectamente por separado).
Si te ha gustado mi relato, me harías un gran favor visitando uno de mis blogs.