La Reina de las Amazonas (1)
Tras la muerte de Héctor los troyanos han encontrado un nuevo caudillo, que será, en todo los sentidos la horma del zapato de aquiles.
La Reina de las Amazonas. (1)
Una sinuosa caricia, leve pero excitante, acompañaba el parsimonioso movimiento que la otra mano de la venusiana esclava aplicaba a la húmeda esponja. El agua tibia mezclada con perfumes y aceites resbalaba lentamente por la amplia espalda del héroe. La mano derecha de la joven movía la esponja, desde el cuello hasta las rodillas, recreándose en los inmensos omoplatos, la deliciosa concavidad de la columna de su amo que la volvía loca, y por supuesto sus bien formados y fuertes nalgas y muslos; lugares para los que se tenía que agachar al limpiarlos y no perdía la oportunidad de mordisquear y lamer, antes y después de limpiarlos; cosa que a su señor parecía agradarle mucho.
La mano izquierda de la esclava movía el escurridizo jabón, con vaivenes delicados, cubrió todo el cuerpo de su señor de una aromática y resbaladiza sustancia blanca. Pasaba el jabón por los amplios pectorales de pura fibra, causantes de sus múltiples calenturas nocturnas y diurnas; bajando por aquellos abdominales forjados en mil batallas, para acabar retozando en su divina entrepierna. A él le causaba un placer casi infinito el contacto del jabón con su sexo, que a cada segundo aumentaba de tamaño, hasta tomar proporciones épicas: ese era el momento en el que Briseida soltaba el jabón y con fuerza tomaba la enorme polla de su amo y comenzaba a trabajarla.
Poco a poco a poco el cuerpo de Aquiles quedó limpio de aquella molesta mezcla de sudor y sangre, y él listo para lo que ambos deseaban. Briseida recorrió con su lengua la parte trasera del, ahora limpio y perfumado, cuerpo de su amo: subió desde sus talones recorriendo con una lengua juguetona, los fuertes gemelos y muslos, los glúteos donde dio un primer y leve mordisco, fruto de la locura y el deseo que se apoderaban de su ánimo-. Siguió subiendo, abandonado el movimiento de la polla de su amo, deleitada en el sabor de las hermosas espaldas del héroe. Y por fin llegó, totalmente erguida al cuello, donde mordió sin reparo. Esa actitud salvaje de la esclava, el contacto de las pulcras y bien torneadas tetas de ella en su espalda, y el recuerdo de su experta mano en su verga hicieron enloquecer al hijo de Tetis, una vez más; como casi todas las noches desde que por fin vengara a su amado Patroclo.
Aquiles se volvió hacia ella y la empujó con violencia. Ella cayó en el lujoso e increíblemente amplio lecho, que seis años antes el guerrero había conseguido en un asalto a un noble partidario de Troya: sobre él había jodido innumerables veces con Patroclo; sobre él jodia ahora, una y otra vez con la furcia de Briseida.
Ella, totalmente desnuda -así lo había recibido al llegar de la batalla, pues sabía que su señor hoy, sí accedería a todos sus lascivos deseos- se acariciaba su mojadísimo sexo mientras miraba con deseo a su amo. Él se acercó un poco más a ella, totalmente erguido; ella aceleraba el ritmo de su juguetona mano en aquel bien cuidado coñito que chorreaba de pura excitación.
Cuando el héroe estuvo lo bastante cerca, la esclava presa casi de la desesperación- agarró de nuevo el divino pollón y lo introdujo en su deseosa boca. Sus carnosos labios pintados de rojo fuego, masajearon durante unos preciosos segundos aquel sabroso glande. Aquiles acabó de enloquecer, tomó con fuerza la bárbara cabeza de negra cabellera de su amante y comenzó un movimiento frenético con su pubis. Ella se derretía de placer: le encantaba que su dueño se la follara por la boca. Aquiles gemía mientras seguía el brusco vaivén, y ella movía su experta lengua dentro de la boca potenciando el placer.
El Chorro de esperma caliente inundo la boca de Briseida, que hizo esfuerzos por tragárselo, pero gran parte se derramó fuera. Se limpió la chorreante boca con el brazo y volvió a dedicar sus labios sobre el, ahora un poco desfallecido miembro de Aquiles: que tras alcanzar el clímax yacía boca arriba en el lecho. En pocos asaltos Aquiles y su polla volvían a estar listos. La esclava se acomodó en la enorme cama, abriendo muy bien sus piernas. Aquiles recorrió aquellas piernas con su lengua hasta llegar al coñito de su concubina. Allí se detuvo unos instantes para hacer templar de placer a aquella furcia. Subió sorbiendo el sudor de su abdomen y mamando aquellas hermosas tetas. Por fin, al llegar a la cara y darle un humedísimo beso, encajó su rabo en la húmeda cueva de ella y comenzó a cabalgarla.
Fue un mete saca violento, como le gustaban a Aquiles; se la folló muy a gusto, primero sobre ella y más tarde la puso a cuatro patas y le folló aquel culo de infarto, que el muy desgraciado de Agamenón le quiso robar. Cuando acabó, la llenó de esperma. Él mismo la limpió con unos trapos. Briseida cayó exhausta boca abajo sobre la cama. Pero su sexo aún estaba húmedo: lo sabía, lo esperaba y lo deseaba: habría un tercer asalto.
Asalto que no se hizo esperar. Sin moverla, tal y como estaba boca abajo tendida en la cama- Aquiles separó las piernas y le comenzó a acariciar el chochito. Ella gemía muy suavemente pidiendo más. El Héroe se puso a Horcajadas sobre ella y se la endiñó por el coño entrando desde atrás. Esto volvió loca a la esclava que acabó encadenado un par de delicioso orgasmos para acabar la noche. Volvió a acabar llena de esperma, pero esta vez nadie la limpió.
Aquiles fue despertado por la lengua de Briseida que lamía su polla. Todas las mañanas pasaba esto. A Aquiles le agradaba mucho, aunque no todas las mañanas era bien recibido: más de una vez la lujuriosa esclava acababa estampada contra una pared de la tienda. Otras mañanas el héroe estaba de mejor humor y se la acababa cogiendo. Aquel día el resultado fue intermedio; mientras ella se la mamaba, él consiguió hacerle una bonita paja, ambos se corrieron y saborearon los jugos del otro. Aquiles rió diciendo que había sido un desayuno curioso. Tras lavarse un poco y vestirse abandonó la tienda. Briseida entonces entristeció- como cada mañana- y oró a los dioses, bárbaros y griegos, para que su amo regresara de la batalla al anochecer.
Al llegar al ágora del campamento, Aquiles se encontró con los demás caudillos de los Griegos. Se situó junto a sus hombres: los mirmidones y se prestó a escuchar. El Wanax, Agamenón, informó de lo que Diómedes y Odiseo habían descubierto aquella noche. Al parecer el ánimo y la moral de los troyanos se había vuelto a levantar, por primera vez desde que perdieran a su principal héroe: Héctor. Príamo había encontrado un nuevo caudillo para sus huestes. Muchos soldados rieron ate la perspectiva de que ese nuevo caudillo fuera el afeminado de Paris. Agamenón anunció que los Troyanos aquel día intentarían un nuevo asalto sobre el campamento griego. (el último lo había protagonizado Héctor hacia meses y se había saldado con la quema de una nave y la muerte de Patroclo, hecho que enfureció a Aquiles que acabó matando al hijo de Príamo).
Tal y como Agamenón informó, los troyanos atacaron. La lucha fue encarnizada. Aquiles avanzaba segando vidas, como siempre había hecho...pero aquel día pasó algo extraño. Sintió una ardiente mirada que provenía de unos de los enemigos. Un enemigo que le observaba de lejos, sobre un lujoso carro. Aquiles se abrió paso hasta él. Era el nuevo líder troyano. Totalmente cubierto por una lóriga de escamas y cubriendo su rostro con un casco dorado. Parecía de una corpulencia no muy ancha para ser guerrero. Pero lo que más le extrañó a Aquiles, fue la ansiosa mirada que los inquietantes ojos azules del caudillo troyano le dedicaban desde su carro. Aquiles ya estaba junto al carro, con un golpe de lanza acabaría con él... pero no le atacó. El tiempo parecía haberse detenido.
Eu májeis, kale jerón (luchas bien, hermoso héroe) - le dijo a Aquiles en un tosco griego y tras esto ordenó la retirada de las tropas troyanas. Aquella voz.. A Aquiles le había sorprendido de sobremanera...una voz extraña y enigmática. El Héroe dio media vuelta y volvió al campamento pensando en aquella voz.
Los hombres volvieron al campamento a descansar. Aquiles volvió junto a Briseida que, desnuda, le besó y le abrazó restregando su hermoso cuerpo contra el sudado del héroe. Aquiles salió del ensimismamiento que le había causado la enigmática voz del líder troyano, y comenzó a masajear las tetas de su furcia privada con necesidad. Esta vez no le dejó que le bañara, se la cogió tal y como llegó, confesando que le gustaba que probara el sabor de la batalla. Briseida gozó toda la tarde del sabor de la batalla, y al anochecer; seguros de que las fronteras estaban bien vigiladas, fueron al mar a bañarse. Mojados y llenos de sal, follaron hasta que salió el sol.