La reina (cuarta parte de cógelo)
El matrimonio protagonista asciende a un nuevo nivel...
¿Serge? No por haberlo supuesto era menos impactante para Lidia tener la confirmación de la presencia del imponente negro. Aquella posible situación era elevar la lujuria a un nuevo nivel, y la cómplice sonrisa de Jorge al anunciárselo desató en ella una sensación de abandono que la recorrió de arriba abajo. De abandono, sí. De abandono de cualquier recato, de cualquier pizca de pudor, de tener la sensación de estar dominada por el deseo, por la lujuria…
El tiempo que quedaba hasta la hora acordada transcurrió como en un sueño, y al contrario de lo que sería normal ante cualquier cita, no se preocupó en exceso en su aspecto. Su mente estaba absorta en procesar la situación que con toda seguridad se iba a dar; incluso a Jorge también parecía afectarle. Recorría el apartamento absorto con una sonrisa perenne en su cara, sólo interrumpida cada pocos minutos al comprobar la hora en su reloj de pulsera.
Ambos se ducharon, primero Jorge, y al concluir dejó a Lidia que hiciera lo propio. Notó su clítoris hipersensible, tal y como venía estando últimamente, y al introducirse los dedos en su sexo para esta vez sí extraer cualquier resto de fluidos y semen de su interior, no pudo evitar rozarlo en repetidas ocasiones. De nuevo se excitó, si es que había dejado de estarlo en algún momento en los últimos días. ¿Cuántos orgasmos había tenido? Sola, con Jorge, con David, con los dos…no podía recordarlos todos… De pronto se sorprendió introduciéndose dos dedos profundamente mientras con el chorro de la ducha apuntaba hacia el prominente botón. Una vez más, las imágenes que tanto la excitaban volvían a reproducirse en su cabeza cuan película alocada y caótica. Aceleró el movimiento de sus dedos y se hubiera encaminado hacia un nuevo orgasmo de no haber sido interrumpida por Jorge, el cual la apremiaba tras la puerta ante la proximidad de la hora acordada para la cita. Lidia venció su deseo y terminó de ducharse no sin sentirse algo frustrada, pero el premio que sin duda la esperaba compensaba cualquier sacrificio previo.
Con una toalla enrollada alrededor de su cuerpo, dejó libre el baño de nuevo para que Jorge terminara de prepararse, y se dirigió a su dormitorio para elegir la ropa a lucir. No se preocupó mucho, era la única chica y esperaba no tener que conquistar a ninguno de los chicos por su aspecto. Además, ante la posibilidad de acudir a un concierto tras la cena decidió que nada mejor que unos jeans ajustados que le marcaran, esos sí, las caderas y el culo. Sonrió ante la perspectiva de tener a tres hombres a su disposición contemplando su trasero y no pudo por menos que sentirse satisfecha. Jamás, ni en sus mejores tiempos de instituto, se había sentido la reina, como se sentía ahora. Sus pensamientos se vieron de nuevo desvanecidos ante el tono del teléfono de David. Se quedó quieta atenta a los monosílabos que su marido contestaba a quien lo había llamado, y esperó algo inquieta la información que Jorge le facilitaría al colgar.
-“¡Lidia, cambio de planes!”, proclamó Jorge desde el baño, acercándose aun a medio arreglarse a encontrarse con su mujer con el móvil en la mano. -“David me comenta si no nos importa dejar el asunto del concierto, pues tiene el tobillo algo cargado y no quiere estar mucho tiempo de pie. Dice que después de cenar, si nos apetece, podemos tomar algo en plan tranquilo por ahí. Le he dicho que de acuerdo. ¿Te parece bien?”
- “Por mí no hay problema” –respondió Lidia, reordenando su cabeza ante los nuevos planes. Se sonrió de nuevo al pensar que tumbado en la cama no tendría problemas con su lesión, y es ahí donde realmente lo quería tener. Se acercó a su mesilla para escoger una pulsera negra que solía ponerse más por superstición que por otra cosa, y al rebuscar en el cajón se topó con uno de sus juguetes sexuales que no solía utilizar con Jorge: un huevo vibrador con mando a distancia. Una perversa idea se introdujo en su mente… -“¿Por qué no?- se dijo, y lo cogió entre sus manos. Dejó el mando a distancia en su bolso y devolvió los jeans al armario. Rebuscó entre las perchas y se decidió por un vestido negro de amplio vuelo, muy cómodo, de verano. Se lo puso y se miró al espejo de cuerpo entero que dominaba el dormitorio. Quizás no era el más indicado para una cena, para una cita romántica, pero obviamente ésta no lo era. Necesitaba encontrarse cómoda ante su nuevo plan. Se levantó el vuelo de la falda, se bajó ligeramente las bragas y se introdujo el huevo vibrador en la lubricada vagina con total facilidad. Se sintió algo molesta al principio, pero sólo pensar lo excitante de la situación le hizo olvidarse del intruso que la llenaba. Se recolocó las bragas y el vestido, se volvió a contemplar ante el espejo y de nuevo una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro. –“Si ellos supieran” –pensó…
Mientras Jorge dejaba finalmente libre el baño, se calzó con unos zapatos de tacón medio y entró de nuevo al baño a darse los últimos retoques de maquillaje y peinado. Decidió que no necesitaba colorete alguno, pues sus mejillas ya lucían bastante sonrojadas de la mera excitación. Sombra de ojos, toque ligero en los pómulos y labios, se atusó el pelo y se sintió lista para todo lo que viniera después, y así se lo anunció a Jorge, que la esperaba impaciente en la puerta del apartamento.
-“¡Venga, cariño, que están abajo mal aparcados esperándonos!”, la volvió a apremiar Jorge.
-“Ya estoy lista, cuando quieras. De todas formas, ¿dónde iríais sin mí?”- sonrió maliciosamente Lidia aceptando la cortesía de su marido que le mantenía la puerta de la calle abierta.
-“¡Tienes razón, seríamos como zánganos sin su reina, jajajajajaja!” –bromeó Jorge guiñándole un ojo y riendo sonoramente, procediendo a echar la llave del apartamento. Mientras, Lidia se acercaba al ascensor celebrando lo apropiado del comentario de su marido, coincidiendo con el estatus real que ella mismo se había otorgado minutos antes. Llamó al ascensor, y en cuanto éste llegó, dejó que Jorge le abriera de nuevo la puerta. Entró, y sin esperar que el resorte automático la cerrara, rodeó el cuello de su marido con sus brazos, y sin importarle cómo quedara su brillo labial, le regaló un húmedo beso lleno de deseo. Jorge respondió con pasión, también embriagado ante las posibilidades que la noche, inequívocamente, ofrecía a la pareja, y sobre todo, excitado y agradecido a su mujer por su cambio de actitud en apenas 48 horas. ¡La cita prometía!
Salieron del recinto cerrado de la urbanización y ahí, en un imponente Audi deportivo de color negro les esperaban David y Serge, éste último al volante. Ambos salieron del vehículo simultáneamente y recibieron a la pareja con una sonrisa. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Lidia de arriba abajo al contemplar la imponente figura de Serge, que parecía aun más alto vistiendo totalmente de blanco, con una camisa desabrochada en sus botones superiores dejando adivinar su depilado y musculado torso y rebasando en kilómetros la altura del deportivo de su propiedad.
Los dos monitores se acercaron a la mujer, David en primer lugar, alabando su aspecto mientras le daba un par de besos en las mejillas; Serge a continuación, agachándose para acercar su rostro al de Lidia saludándola con un “hola” en el momento más próximo a su oído, cuya tono era tan grave que no parecía humano, acompañado por su mano que dibujó momentáneamente la figura de la cintura y la cadera de la mujer. Posteriormente, ambos estrecharon la mano de Jorge y se dispusieron a entrar de nuevo en el deportivo, permitiendo primero que el matrimonio se acomodara en los asientos traseros al tratarse de un “dos puertas”.
Lidia se introdujo en primer lugar, sintiéndose observada por los tres machos mientras se encorvaba y tenía la certeza de que su trasero quedaba marcado por el vuelo del vestido. Se sentó dejando a la vista sus piernas por encima de las rodillas, dejando espacio para que Jorge se situara a su lado. A continuación, los monitores se acomodaron en los asientos delanteros, y el vehículo comenzó su marcha mientras David informaba al matrimonio dónde iban a acudir a cenar. Lidia aproximó su cuerpo al de su marido provocando el roce entre ambas piernas, momento en el que Jorge apoyó su mano sobre el muslo de su mujer mientras acercó su boca devolviéndole un beso similar al que ella le había propinado en el ascensor. En ese instante, disimuladamente, Lidia introdujo su mano en el bolso y extrajo el mando a distancia del huevo vibrador, colocándoselo en la mano a Jorge, que sorprendido se retiró unos centímetros del rostro de su mujer para contemplar de qué objeto se trataba. Lo reconoció inmediatamente, y tras la enorme sorpresa inicial, un brillo lujurioso destelló en su mirada: Lidia había tomado la iniciativa de forma definitiva, y ella era la que mandaba a partir de entonces.
De camino al restaurante, David se justificó por modificar los planes iniciales argumentando que había forzado su tobillo más de lo debido, y que éste se había resentido, disculpándose por ello, girándose cada cierto tiempo intentando reforzar sus argumentos centrando su mirada en la figura de Lidia. Mientras Serge bromeaba sobre el estado de David, Jorge, sabiéndose ignorado de la atención de los otros machos, palpó el mando del huevo en su bolsillo, y aprovechando la música de Red Hot Chili Pepper que sonaba de fondo en el lujoso equipo de audio del vehículo, decidió comprobar que el juguete funcionaba correctamente.
Localizó el interruptor con su mano izquierda y lo encendió. Inmediatamente, Lidia dio un respingo sobre el asiento al notar la ligera vibración del huevo en el interior de su vagina. Si ya estaba muy excitada sintiéndose el centro de atención de tres hombres, el estímulo adicional del huevo provocó que comenzara a lubricar casi inmediatamente. La noche se presentaba emocionante… ¡y húmeda! Jorge la miró inquisitivamente y sonrió mientras aumentaba la intensidad de la vibración. Lidia dirigió entonces sus ojos hacia su marido obviando las explicaciones de David, propinándole un gesto de complicidad y lascivia a la vez, acariciando el muslo de su marido con fuerza. Jorge entonces detuvo la vibración del huevo y se giró sobre su mujer tomándola de la cintura y besándola con toda la pasión, con toda la lujuria que sentía en ese momento. Lidia lo recibió entre sus brazos correspondiendo al beso con su boca entreabierta y con su lengua buscando la de Jorge con anhelo. Todo ello no pasó desapercibido para David, que se giró de nuevo observando cómo la mano derecha de Jorge se introducía disimuladamente bajo el vestido de Lidia mientras ambos se abrazaban y besaban. Se volvió hacia Serge haciéndole un gesto con la cabeza a lo que éste reaccionó ajustando el retrovisor para poder ver mejor lo que sucedía en los asientos traseros. Esbozó una sonrisa de satisfacción que compartió con David guiñándole un ojo.
En pocos minutos arribaron al aparcamiento del restaurante, y tras salir los cuatro del vehículo, se encaminaron hasta el establecimiento, encabezados por David, que galantemente abrió la puerta para que Lidia entrara en primer lugar. Esperó a que entraran los demás para tomar de nuevo la iniciativa y confirmar la mesa reservada. El maitre los acompañó hasta un rincón de una sala no muy iluminada, con una decoración ligera pero de aspecto íntimo y acogedor. Retiró ligeramente la silla donde eligió situarse Lidia para que ésta se acomodara, colocándose David a su derecha, Serge a su izquierda y Jorge frente a ella. Nuevamente se sintió la dueña de la situación, el ama alrededor de la que revoloteaban sus siervos deseando satisfacer sus antojos, “y esto acaba de empezar”, se dijo a sí misma perversamente. Tras ser atendidos por el maitre y elegir vino y manjares, Lidia se sintió de nuevo sorprendida por la vibración del huevo, lanzando inmediatamente una nueva mirada a Jorge que respondió con otra sonrisa cómplice. La humedad en su sexo no había hecho otra cosa que aumentar desde que salieron del apartamento, y aunque complacida por el cálido bienestar que sentía en su entrepierna, tampoco se encontraba excesivamente cómoda al comprobar que sus flujos habían empapado sus bragas.
Tras conversar animadamente con sus partenaires sobre temas banales en principio (el tobillo de David, las clases de tenis, la vida de Serge en EEUU) degustando los entrantes y los segundos platos regados con abundante vino, Lidia comprobó que necesitaba cambiarse tras la continua “tortura” a la que había sido sometida por su marido con el huevo vibratorio, ya que en repetidas ocasiones la había conducido a distraerse de las conversaciones que se mantenían sobre la mesa, e incluso a tener dificultades para mantener la compostura y ahogar algún que otro gemido de placer que el juguete le provocaba, así que en el interludio antes del postre, Lidia se disculpó y se encaminó a los servicios, y tras cerrar por dentro el cerrojo de un habitáculo, pudo comprobar entre satisfecha y ruborizada cómo sus bragas estaban totalmente empapadas.
Se las quitó sustituyéndolas por otras limpias que llevaba previsoramente en su bolso, no sin antes recolocarse el pícaro huevo que justo en ese momento volvía a encenderse manejado por Jorge, pareciendo con ello apremiarla a que regresara a la mesa con sus tres machos. Guardó sus húmedas bragas en el bolso, se atusó el cabello ligeramente, acondicionó su vestido y se dirigió de vuelta a la mesa. Los postres ya se encontraban servidos y Serge procedía a llenar la copa de la mujer con el resto de una botella de vino. Lidia sonrió a los tres y mientras bebía de su copa se quedó estupefacta cuando Jorge depósito sobre la mesa el mando del huevo vibratorio a la vista de todos los comensales…
Serge y David alternaban sus miradas entre Jorge y el objeto que éste acababa de colocar en la mesa sin comprender exactamente qué era y qué significaba, y los segundos parecían minutos sin que el marido de Lidia desvelara la incógnita. Por fin Jorge tomó el objeto entre sus manos y pulsó el interruptor marcado con “on/off”, y en ese preciso instante Lidia se echó hacia atrás, buscando el respaldo de la silla y cerrando los ojos mientras un pequeño suspiro salió de su garganta. Inmediatamente David dedujo de qué se trataba y se apoderó del mando incrementando la intensidad de la vibración. Entonces Lidia abrió los ojos y alternando una lasciva mirada a ambos monitores, acertó a susurrar: -“y ahora, ¿qué vais a hacer conmigo?”.
David pidió la cuenta al camarero justo en el instante en el que Serge apoyó su mano derecha sobre el muslo izquierdo de Lidia, algo que ella llevaba deseando desde el momento en el que se sentó a su lado. Poco a poco su mano fue ascendiendo por el muslo de Lidia, e introduciéndose hacia el interior de la pierna mientras David jugaba con el mando sin perder de vista las reacciones de Lidia, que de nuevo se había recostado contra el respaldo de la silla. Jorge, a su vez, contemplaba cómo su mujer se retorcía de placer, más por lo morboso de la situación que por el propio masaje que la vibración le proporcionaba. La enorme mano de Serge abarcaba casi todo el muslo de Lidia, e incluso su dedo meñique rozaba ligeramente las bragas de la mujer, que seguía sometida a los caprichos de David a la hora de manejar el huevo, todo ello hasta que el maitre llegó con la cuenta, momento en el que el monitor desconectó la vibración y devolvió el control a Jorge para hacerse cargo del pago.
Serge no esperó más y se levantó de la mesa, retirando la silla y ayudando a Lidia a incorporarse, la cual parecía no poder sostenerse por sí misma. El enorme profesor de tenis la sujetó entre sus poderosos brazos agarrándola por la cintura con fuerza y ambos salieron del local cuan amantes en una cita romántica, seguidos de Jorge y posteriormente de David, embelesados por la situación que acababan de vivir.
Una vez en el coche, Serge extrajo las llaves de su bolsillo, y tras abrir la puerta del coche se las lanzó a David bramando –“conduce tú”- mientras guiaba con delicadeza a Lidia a los asientos traseros del deportivo, entrando él a continuación. Jorge se sentó junto a David, que puso el coche en marcha en dirección a su apartamento.
De nuevo Serge situó su mano sobre el muslo de Lidia, arrastrando el vestido hacia arriba dejando casi la totalidad de la pierna de la mujer a la vista. Ella, por su parte, abrió su bolso, y tomando las bragas que se había quitado en el servicio del restaurante, se las entregó a su marido. Jorge las tomó entre sus manos y comprobó cómo aun estaban húmedas, y tras hacerlas un ovillo, aspiró su aroma a sexo con fruición, para a continuación compartirlo con David, consiguiendo con ello que el conductor pisara más a fondo el acelerador para reducir la duración del trayecto.
Lidia se sentía dueña de la situación: tenía a los tres hombres a su merced y la noche sólo acababa de empezar. Poco quedaba de aquella esposa sexualmente algo reprimida y mojigata de apenas 48 horas antes, tiempo en el que los acontecimientos se habían precipitado de tal forma que había pasado a convertirse en una auténtica diosa del sexo que tenía tres machos, tres penes, a su disposición. En ese preciso instante, dos hombres se delectaban con el aroma de sus bragas mientras un tercero la acariciaba camino de su sexo.
Lidia le dejó hacer, abriendo ligeramente sus piernas y adelantando su culo en el asiento para facilitar el acceso a la mano de Serge, que por fin, en un periodo de tiempo que se le antojó eterno, alcanzó su prenda íntima. Serge le acarició el sexo por encima de la lencería y pudo comprobar que de nuevo las había humedecido, y sin más dilación, tiró de ellas con la colaboración de Lidia, que simultáneamente alzó su trasero facilitando su extracción. El coloso las acompañó hasta llegar a los tobillos, levantando alternativamente ambas piernas para retirarlas en su totalidad, y una vez conseguido, se las entregó igualmente a Jorge, que no perdía de vista las maniobras de la pareja.
Una vez liberada de las bragas, Lidia volvió a abrir sus piernas, esta vez con más amplitud, permitiendo que la enorme mano de Serge accediera a su sexo con total libertad. Éste hizo un completo repaso sobre los húmedos labios de la mujer, extendiendo los flujos por toda su entrepierna, provocándole un estremecimiento tal en que con sólo eso casi llega al orgasmo, para a continuación centrarse en introducir un par de dedos en la vagina de Lidia hasta tomar contacto con el cordel del huevo vibratorio, que obviamente continuaba alojado en su interior. Lidia abrió aun más sus piernas, situando una de ellas sobre las de Serge, exponiendo su sexo totalmente a la vista de todo aquél que quisiera mirar. Su blanca piel era concienzudamente explorada por los gruesos dedos de su hercúleo amante, que tras tirar con suavidad y lentitud de la pequeña cuerda, extrajo el juguete con gesto triunfante, y tras lamerlo con una prominente y roja lengua, se lo entregó de nuevo a Jorge, que parecía un mero tenedor de prendas y objetos que previamente hubieran estado en contacto con el sexo de su mujer.
Tras un trayecto que a David se le antojó eterno, por fin llegaron al garaje de su apartamento. Aparcó el vehículo y salió del mismo para facilitar que los pasajeros de los asientos traseros hicieran lo propio. La escena era de lo más sugerente: Lidia sólo asomaba sus blancas manos alrededor de la cabeza de Serge, el cual la cubría en su totalidad mientras la abrazaba situado sobre ella, enzarzados en un apasionado beso. Interrumpidos en tan apasionado momento, Serge se retiró y salió del Audi situándose junto a Jorge, pudiendo los tres contemplar a Lidia con sus piernas totalmente abiertas, con su vestido remangado hasta la cintura y con su brillante sexo refulgiendo en la oscuridad del garaje.
Serge le ofreció su gigantesca mano y Lidia aceptó la ayuda una vez se colocó el vestido, saliendo del vehículo quedando en pie rodeada de los tres machos. Entonces Jorge tomó la iniciativa y la rodeó con su brazo por la cintura encaminándose abrazados hacia la salida. Lidia apoyó ligeramente la cabeza sobre el hombro de su marido y ambos esperaron así a que primero sus acompañantes, y luego el ascensor, llegaran junto a ellos.
David abrió la puerta entrando la pareja en primer lugar, para después hacerlo los dos monitores, y entonces pareció estallar la tormenta de lujuria. Lidia besó y abrazó con pasión a Jorge, mientras David la agarró por detrás reclamando todo lo que en el viaje se le había negado. Lidia, sintiendo el contacto de David, abandonó el abrazo con su marido girándose y tomando a David con pasión. Éste la besó con furia mientras la atraía hacia sí, a lo que ella respondió con la misma intensidad sintiéndose observada por los otros dos hombres, que parecían esperar su turno.
El ascensor se detuvo en el piso del apartamento de David, y éste tuvo que dejar el abrazo con Lidia para permitir el acceso del cuarteto a su estudio haciendo uso de sus llaves. Una vez abrió la puerta y encendió la luz del recibidor, Lidia y Jorge entraron agarrados de nuevo precediendo a Serge, que procedió a cerrarla tras de sí. David inquirió a este último a que preparara unas bebidas mientras él acondicionaba el salón con unas luces apropiadas y un ambiente musical íntimo para la velada que se intuía larga e intensa cuando se vio sorprendido por la solicitud de Lidia:
-“David, cariño, necesitaría darme una ducha”- dijo.
-“Claro, ahí tienes el baño”- respondió el monitor.
-“Gracias” –respondió, y sorprendiendo a todos, añadió: -“Jorge, ¿te duchas conmigo?”.