La reeducación de Areana (final)

Aquelarre orgiástico de bienvenida a Elena, con la participacipación de los dos perros, Jacko y Capitán, y un final sorpresivo con Amalia en una situación degradante.

Milena hacía su tarea con lentitud, disfrutando intensamente el untar con la esencia de perra en celo la concha y el orificio anal de las invitadas y de Elena. Cuando había terminado de untar a Silvia miró a Margui, que venía observando a la asistente como hipnotizada y le dijo alcanzándole el envase:

-Seguí vos, mi bebota… Faltan Marta y Elsa… ¡Vamos,nena! –la apremió Milena dándole un chirlo en el culito. Margui enrojeció al sentir la palmada y un estremecimiento la agitó entera.

-Sí, Milena… -murmuró con las mejillas ardiendo y mirando hacia el piso. Tomó el envase y se abocó a la tarea sintiéndose cada vez más caliente y a la vez avergonzada mientras oía los gemidos de placer que brotaban de la boca de la librera, pero Milena le había dado una orden y supo que debía obedecer.

-Así… así, chiquita... ¡asssssí!… -¿Sabés una cosa?, me excita que seas obediente… Le murmuró Milena al oído y eso fue para Margui una suerte de llamarada interna que terminó de ponerla en manos de la asistente. Interrumpió por un breve instante el trabajo para responder en un tono entre sugerente y tímido:

-Me… me gusta obedecerte, Milena… Me excita, no sé…

La asistente deslizó su lengua por el cuello, blanco, fino y largo de Margui y al llegar a la oreja le susurró:

Me alegra que sientas eso… Que hayas descubierto que sos una perrita… Mi perrita sumisa…

-Sí… sí, Milena, soy tu perrita sumisa…

-Mi perrita faldera…

-Sí, tu perrita faldera…

-Bueno, nenita hermosa, ahora seguí ocupándote de esos agujeros que estoy ansiosa por ver en acción a los perros…

Margui volvió a los suyo y pronto las últimas dos: Marta y Elsa, estuvieron untadas y listas para ser empaladas por esas pijas caninas.

-Vení. –le ordenó Milena a Margui mientras la tomaba de un brazo para iniciar el camino hacia la cocina en busca de Jacko y Capitán. Apenas verlas y olisquear el aire, ambos perrazos se lanzaron hacia ellas y comenzaron a lamerles las manos mientras emitían sonidos roncos y se alzaban sobre sus patas traseras. Milena cayó entonces en la cuenta del olor a perra en celo que seguramente despedían las manos de ella y de Margui luego de haber estado manipulando la esencia. La joven actuó entonces rápidamente. Tomó las correas de los perros y tras ordenarle a Margui que corriera hacia el living arrastró con decisión a ambos canes hacia el mismo destino, donde las invitadas y Elena esperaban sin poder contener el imperioso deseo de tocarse mientras Amalia las observaba divertida y excitada y las miradas de Areana y Lucía revelaban en sus brillos la calentura que ambas perras experimentaban.

Ni bien entraron al living Milena soltó las correas de los collares y ambos dámatas, luego de permanecer inmóviles, como reconociendo el cuadro que se les presentaba, con esas hembras humanas en cuatro patas y formando un círculo, se lanzaron hacia ellas  alzando las cabezas, como olisqueando el aire que les traía ese olor tan incitante y excitante. Las invitadas y Elena se vieron de inmediato asaltadas por ambos dálmatas, que iban de una a otra metiendo sus hocicos entre lo alto de los muslos y lengüeteando los culos para después montarse sobre la hembra y tratar de concretar la penetración, pero con la torpeza que da la calentura extrema.

Fue entonces que Amalia decidió intervenir:

-¡Milena! ¡Marisa! ¡Conmigo! –ordenó y cuando tuvo a su lado a ambas asistentes les dijo: -Vos, Marisa, ocupate de hacer que Jacko pueda penetrar por el culo a Elena y cuando tenga la pija adentro masturbá a Elenita hasta que acabe y vos, Milena, vení conmigo que vamos a hacer lo mismo con Capitán… Miralo ahí tratando de clavarse a Elsa…

Las órdenes del Ama comenzaron a implementarse de inmediato y todo resultó a la perfección. Las invitadas iban recibiendo las pijas caninas en sus culos mientras los dedos de Amalia, o de Milena o bien de Marisa las masturban con suma habilidad hasta que alcanzaban el orgasmos y el perro era retirado y conducido hacia la siguiente hembra humana, que ya se estaba tocando presa de la calentura más extrema.

Mientras tanto, desde un rincón del living, Margui observaba el desarrollo de los acontecimientos mordiéndose los labios y atrapada en una mezcla de sensaciones que iban desde el miedo hasta la excitación, pasando por el asombro.

El vértigo y una temperatura erótica que aumentaba a cada instante reinaban en ese living convertido en escenario para la práctica zoofílica que Amalia y su morbo llevaban a una máxima expresión.

Minutos después, cuando ya todas las invitadas y Elena habían sido cogidas por ambos perros y yacían en el piso, Amalia se propuso una continuidad con la fellatio como eje. Jacko y Capitán se mostraban inquietos mientras Milena y Marisa sujetaban firmemente ambas correas.

-A ver, mis queridas putas, lo que sigue es una buena mamada de cada una de ustedes a estos hermosos y tan gallardos dálmatas, así que preparen sus bocas y dispónganse a tragar semen de perro, y desde ya les prevengo que si alguna mañerea será llevada a la Sala de Juegos.

Por cierto que ninguna mañereó sino que, por el contrario, todas se entregaron excitadísimas a la práctica propuesta. Amalia hizo que Milena y Marisa tendieran a los perros en el piso y las primeras elegidas para mamar fueron Elena y Zelmira, que sin vacilar y echadas boca abajo en el suelo se aplicaron a poner duras las pijas de Jacko y Capitán con sus manos, propósito que lograron rápidamente. Una vez que las vergas estuvieron listas no hizo falta orden alguna de Amalia para que ambas las engulleran con una expresión de morboso placer en sus rostros, mientras las otras invitadas las rodeaban en estrecho círculo observando atentamente la escena mientras se tocaban entre jadeos.

Pronto comenzó a brotar de las pijas perrunas el líquido preseminal, que las hembras humanas bebían ávidamente a pesar de su sabor agrio.

En un rincón aislado Milena magreaba a Margui, cuyos suspiros la excitaban tanto como sobarle esas tetas grandes, blanquísimas y de pezones oscuros. Las manos de la asistente recorrían entera a la jovencita y pronto ambas acabaron en el piso prodigándose mutuamente encendidos besos, lamidas, caricias y mordiscos.

-Tomame, Milena… Tomame, por favor… ¡Por favor!... –imploró Margui cuya calentura era tanta que hasta le costaba respirar, y Milena la tomó con los dedos, con los labios, con la lengua. La tomó por la concha y por el culo y la tomó con tal maestría que la monjita, una vez alcanzado el orgasmo, murmuró entre jadeos: -Soy tuya, Milena… tuya… esclavizame… hacé lo que quieras conmigo… ¡Lo que quieras!...

-Lo que quiero es hacerte muy puta… -murmuró la asistente al oído de Margui. –Mi puta, mi esclava, mi perrita…

-¡Sí!... ¡haceme todo eso!… -se exaltó la jovencita en tanto las invitadas se entregaban ávidas a mamar las pijas de Jacko y Capitán.

Mientras las hembras tragaban cual exquisito y embriagante licor el abundante semen de ambos dálmatas, Amalia ordenó a sus asistentes que no bien concluyera la fellatio grupal condujeran a los perros a la cocina y lanzó la consigna que daría por terminada la orgía:

-¡A ver, putas! ¡Ahora, para despedir la noche, todas contra todas y a lo que venga!.

Poco a poco las invitadas comenzaron a incorporarse, alguna de pie, otras en cuatro patas luego del enorme derroche de energía desplegado hasta ese momento y luego de algunos gestos como restregarse los ojos o arreglarse las melenas comenzaron a buscarse con las miradas, semejando fieras hambrientas a la caza de la presa. Segundos después, la locura sexual: combates cuerpo a cuerpo, gritos que por momentos se convertían en aullidos o expresiones guturales, jadeos y gemidos que en esa sinfonía obraban como contrabajos, oboes o tubas. Luego de encerrar a los perros en la cocina Milena y Marisa regresaron presurosas al living, con ansias de asistir al espectáculo montado por la teatral genialidad de Amalia.

Margui, abrazada por Milena, miraba todo aquello con ojos agrandados a su máxima posibilidad. Marisa, a espaldas de la jovencita y sin poder contenerse, había comenzado a deslizarle sus manos por las nalgas rogando que la dueña de tan apetecible culo no protestara y se dejara hacer, y Margui no protestó aunque sabía que esas manos no pertenecían a su amada Milena.

Ya ninguna de las invitadas quedaba de pie y ni siquiera en cuatro patas. Todas estaban tendidas en la alfombra, mordiendo, lamiendo, usando sus dedos como arietes impiadosos en conchas y culos, penetrando y siendo penetradas. De pronto Milena tuvo ganas de orinar y lo hizo sobre los cuerpos de Zelmira y de la librera, que se estaban cogiendo apasionadamente al punto de que ni siquiera prestaron atención a ese chorro caliente que las bañaba.

Cuando Milena regresó junto a Margui advirtió que Marisa estaba magreando a su perrita y que ésta permanecía impasible. Sintió una ráfaga de algo parecido a los celos pero de inmediato se impuso su esencia perversa y ya junto a las dos le dio una bofetada a Margui, cuyos ojos se llenaron de lágrimas por la violencia del golpe y de inmediato le dijo:

-Oíme, monjita puta, no vuelvas a hacer eso sin mi permiso. Si te dan ganas de coger con otra me pedís permiso y yo veré si te autorizo. ¿Oìste?

-Perdoname, Milena, por favor… Yo…

-Callate… Y vos, Marisa, sé que sos una vieja puta, pero esta perrita es de mi propiedad y si querés cogértela me lo pedís.

-Si, está bien, Milena, disculpame, me calenté mucho y bueno…

-¿Querés cogértela esta noche? –preguntóla asistente.

-¡No, Milena, no me entregues! ¡Por favor, no! –suplicó Margui, que soñaba con pasar el resto de la noche con su amada Milena.

-No… esta nena tuvo un extravío, pero se ve claramente que está muerta con vos… -dijo Marisa al rechazar la oferta con una expresión de amargura en su rostro.

Mientras esto ocurría Amalia, con una copa de champagne en su mano izquierda y empuñando un látigo con la derecha, se paseaba majestuosa por el living descargando azotes sobre los cuerpos sudorosos y estremecidos de las invitadas. Había abandonado a las tres perras, Eva, Areana y Lucía, que entonces, libres de la vigilancia del Ama y ganadas por la más intensa calentura comenzaron a tocarse afiebradamente.

…………………

-A ver, mamita, tiene que tomar la medicación.

La voz de la enfermera la sacó de su ensueño. Amalia en realidad había estado recordando ese pasaje de su vida de Ama durante uno de esos escasos momentos de lucidez que su enfermedad, el Mal de Alzheimer, le concedía.

Cuando los primeros síntomas y en posesión del dramático diagnóstico

hizo testamento cediendo todos sus bienes a Milena, con la condición de que conservara a su lado a Marisa como asistente, a las tres perras, que respetara el vínculo con Elena y pagara hasta su muerte el costo de su internación en una de las mejores clínicas de Buenos Aires, donde ahora estaba, cláusulas a las cuales la joven no opuso reparo alguno. La memoria y capacidad cognoscitiva de la otrora poderosa Ama y su noción de la realidad se veían devastadas por la enfermedad y sólo a veces iluminaban su cerebro recuerdos como los que la enfermera acababa de interrumpir.

Como una piadosa concesión de Dios, Amalia siguió lúcida cuando la enfermera se retiró y se puso entonces a pensar en aquella gente que otrora la rodeaba. Nada sabía de esas mujeres, porque Milena, si bien seguía costeando los elevados gastos de la internación, no la visitaba. No era por maldad ni desaprensión, sino que, por el contrario, quería y respetaba tanto a Amalia que tras una primera y única visita ya no pudo soportar el verla en semejante estado de degradación.

Lo que Amalia ignora en las nieblas de esa enfermedad que nubla su mente es que Milena, ahora de 33 años, y Margui, de 29, forman una apasionada pareja, aunque Margui integra el canil como una perra más, que Eva, ya de 53 años, ha sido echada por envejecimiento, que Areana y Lucía, de 26 años ambas, continúan como perras de Milena; que Elena, de actuales 51 años, es visita frecuente en el departamento y que Milena, secundada por Marisa y la propia Elena, ha logrado reclutar últimamente a dos cachorras: Valentina, de 21 años, y Sofía, de sólo 17. Ambas aportadas por Elena con el mismo método que oportunamente empleara para atrapar a Areana. Son dos chicas muy malcriadas, hijas de dos amigas de la alcahueta, que están en los comienzos de sus adiestramientos.

Fin