La reeducación de Areana

Una adolescente que con su pésimo comportamiento pone al borde del colapso nervioso a su madre, hasta que una amiga de ésta aporta la solución...

La reeducación de Areana

Las dos amigas conversaban en una confitería de Recoleta, donde se habían citado por iniciativa de Eva. Tanto ella como Elena eran mujeres de alrededor de los cuarenta años y todavía de muy buen ver, gracias al gimnasio y a una alimentación sana. Se habían conocido un año atrás, precisamente en el gimnasio y desarrollado una amistad que se hacía cada vez más estrecha.

-Elena, te juro que no sé qué hacer con Areana, está insoportable; desobediente, guaranga, contestadora y además se porta pésimo en la escuela. No se va a llevar materias pero la directora me llama cada dos por tres para hablarme de eso. Es insolente con los profesores y vive peleándose con sus compañeras, alborotando en clase, ¡un desastre! –explicó Eva para terminar inclinada hacia delante con el codo en la mesa y la frente apoyada en la palma de su mano derecha. Era la imagen misma de la desesperación.

-Incluso a veces un sábado va a bailar con amigas y no aparece en casa hasta el lunes. -completó

-Dieciséis años tiene Areana, ¿cierto?

-Sí.

-Plena adolescencia, Eva, la etapa de la rebeldía. –tanteó Elena mientras comenzaba a tejer su telaraña en torno de la presa que avizoraba.

-No, Elena, esto ya pasa de una rebeldía adolescente y la verdad es que me está superando. ¡Cuánto quisiera que Ricardo estuviera presente!.

-Bueno, pero tu marido está muerto, Eva. No busques un escapismo por ese lado. Sos vos la que tiene que resolver el problema.

-Sí, tenés razón.

-Areana va a una escuela pública, a una escuela común, quiero decir, ¿cierto?

-Sí, claro. ¿Por?

-Me dijiste que es un  desastre en la escuela.

-Sí…

-¿Y le han aplicado alguna sanción?

-No. Me dice la directora que es muy buena estudiante y que entonces, cada vez que arma un escándalo, en lugar de recurrir a las amonestaciones ella prefiere llamarla y tratar de hacerle ver que no está bien lo que hace, que debe cambiar su comportamiento, pero no hay caso.

-¿Lo ves? Es lo que trato de explicarte, Eva. Hace falta otra cosa con Areana.

-¿Otra cosa? ¿Qué querés decir, Elena?

-Severidad, dureza, autoridad, castigo. Se porta bien, es buena chica o paga las consecuencias. ¿Me explico, Eva?

-No demasiado, porque a ver, a mi no me da el carácter para eso.

-No me refería a vos, sino a cierta señora que conozco.

Eva miró a su amiga con los ojos abiertos al máximo por el asombro.

-¡¿Cierta señora?! ¡¿Qué decís?!

-¡Ay, che, no te asustes! Es una señora especializada en la reeducación de malcriadas como tu hija y que puede hacer con ella lo que vos no hacés: tratarla con el rigor necesario para ponerla en vereda.

-No termino de entender, explicame.

-A ver, ¿alguna vez le pegaste?, o Ricardo. ¿Sabe la pendeja lo que es una buena paliza por haberse portado mal?

Eva frunció el ceño en una expresión de rechazo:

-No… Ni Ricardo ni yo somos esa clase de padres.

-Bueno, pero así les salió Areana. –dijo Elena buscando dar en el blanco.

-Sí. –admitió Eva. –A lo mejor si le hubiéramos calentado el culito a tiempo otra habría sido la historia.

-No tengas dudas de eso, Eva. Ustedes fueron muy permisivos con Areana y entonces la pendeja está convencida de que puede hacer lo que le venga en gana. Falta de límites, le dicen.

-Bueno, está bien, lo admito, no hace falta que me avergüences haciéndome ver que he sido una mala madre.

Elena tomó las manos de su amiga entre las suyas y dijo:

-Ay, Eva, somos amigas y me imagino que sabés y sentís cuánto te quiero. Sé que no debe haberte sido fácil educar a Areana sola, cuando murió Ricardo y ella era una pendeja de diez años, pero estás a tiempo de corregir las cosas.

-Y corregirla a ella… -dijo Eva como hablando para si misma con una voz que le brotaba de zonas desconocidas de su interior.

-Exactamente, Eva. Si te parece yo hablo con Amalia y si estás de acuerdo arreglo una entrevista con vos.

-Sí, llamala, esta situación no puede seguir.  –aceptó Eva.

………….

Apenas de regreso en su casa luego del encuentro con su amiga, Elena hablaba por teléfono con la señora Amalia.

-Te conseguí una nueva pupila, Amalia.

-Ah, muy bien, veo que seguís esmerándote en esa tarea.

-Sabés cuánto me excita cazar para vos y después disfrutar de cada presa.

-Hablame de esa candidata.

-Areana, quince años, muuuuuuuuuuuuuuy rebelde, hija de una amiga. Hace algún tiempo que no la veo pero la recuerdo como un bocadito muy apetecible. Quedé con su mamá en arreglar para ella una cita con vos.

-Muy bien, decile que venga a verme mañana a las cinco de la tarde. ¿Qué hace la cachorra?, ¿estudia?

-Sí.

-Bueno, en quince días terminan las clases, así que su mami deberá entregármela al día siguiente, yo me ocupo de ella durante todo el verano y se la devuelvo convertida en una perrita faldera.

-Perfecto, mañana le explicás todo eso a Eva.

-¿Posición económica de tu amiga?

-Desahogada, podés cobrarle bien.

-Perfecto.

-Amalia, ¿puedo ir a verte?

Del otro lado se escuchó una risita.

-¿A mí o a mi pupila?

-A las dos. ¿Cómo va la doma?

-Domada ya está, ahora la tengo en la última etapa, la del amaestramiento.

-Mmmmmmmmhhhhhhhhh, se me hace agua la boca. Quiero ver eso.

-Sos una zorra.

-¿Vos no?

Amalia lanzó una carcajada.

-Sí, yo también, putona. Bueno, venite y hacemos una buena fiesta. Dentro de unos días ya se la devuelvo al marido hecha una mascota humana.

-¿Te parece que vaya esta noche a cenar y que nos atienda la mascota?

-Perfecto, venite a las nueve.

¿Tus asistentes van a estar?

-No, dulce, les doy la noche libre. Nosotras dos y la mascota.

-Me estoy mojando, Amalia…

-No se te ocurra masturbarte.

-No… me reservo para la mascota. –dijo Elena y cortó la comunicación. Respiró hondo, llevó una mano a su vagina por sobre la falda, la apartó rápidamente venciendo la tentación y se dispuso a llamar a Eva.

-Hola…

-Hola, mi amor, te arreglé esa cita con Amalia. Mañana a las cinco de la tarde.

-Ah, muy bien, no tengo que llevar a Areana, ¿cierto?

-¡Claro que no!, van a hablar a solas respecto del tratamiento disciplinario que le va a aplicar a Areanita para reeducarla. Te adelanto algo que me dijo…

-Sí, dale.

-Se la llevás cuando terminen las clases, Amalia se ocupa de ella durante todo el verano y te la devuelve hecha una perrita faldera de tan obediente, así me dijo. Ah, y además preparada para rendir esas materias.

-Ay, Dios te oiga, Elena… No lo voy a poder creer.

-No lo dudes, Eva, conozco a Amalia, es una experta con años de experiencia en esto de do… de reeducar malcriadas.

-No sabés cuánto te agradezco, Elena. Ya no puedo soportar más esta situación.

-Bueno, andá mañana hablar con Amalia y después llamame y me contás. Anotá la dirección.

…………..

A las nueve en punto de la noche Elena llegaba al lujoso piso que Amalia poseía en un edificio de la calle Juncal, en pleno barrio de Recoleta. Se saludaron besándose en ambas mejillas, mientras se tomaban de las manos, y cuando Amalia se apartó, Elena pudo ver en el living a la pupila, desnuda y de pie, con la cabeza gacha y las manos en la nuca. Tenía puesto un collar de perro de cuero negro con una cadena que pendía por delante. Atravesaron el corto pasillo de entrada y ya en el living Amalia señaló a la mujer y dijo:

-La conociste cuando el marido me la trajo, ¿te acordás?

-Claro que me acuerdo, una mujer arrogante, soberbia, despreciativa.

-Exactamente… y ya vas a ver en qué la convertí. –dijo Amalia y chasqueó una vez el pulgar y el índice de su mano derecha.

Inmediatamente la pupila se puso en cuatro patas, manteniendo su cabeza doblada hacia el piso.

-¿La menejás chasqueando los dedos? –preguntó Elena, admirada.

-Un chasquido se pone en cuatro patas, dos chasquidos se para, tres chasquidos viene hacia mí en cuatro patas o caminando si los chasquidos son cuatro.  Y el código se extiende según haya pausas o no entre cada chasquido. Por supuesto que también le hablo. Uso los chasquidos para que se mueva como yo quiero

-¡Impresionante! –opinó Elena. –Hacela parar. Quiero verla completita, ¿puedo?, está buena la muy perra.

Amalia chasqueó dos veces sus dedos y la mujer se puso de pie manteniendo la pose inicial: piernas juntas, cabeza gacha y manos en la nuca.

-Tiene treinta años, ¿cierto? –dijo Elena mientras envolvía a la pupila en una mirada caliente.

-Sí, treinta años. –ratificó Amalia.

Elena se fue acercando a la mujer y mientras lo hacía comentó:

-Qué buen cuerpo tiene… Lindas tetas, cinturita fina, caderas anchas como a mí me gustan, piernas largas, perfectas… ¡qué muslos!... ¿Puedo pedirte que la hagas poner de espaldas? Quiero verle el culo.

Amalia chasqueó dos veces los dedos con una pausa entre ambos chasquidos  y entonces la pupila giró hasta quedar de espaldas a ambas mujeres, exhibiendo su cola amplia, empinada, de nalgas redondas y carnosas.

Elena clavó sus ojos en ambos cachetes y se deleitó contemplándolos durante un instante, hasta q       ue Amalia hizo poner a la hembra en cuatro patas chasqueando sus dedos una vez.

La pupila les daba la espalda, exhibiendo su trasero agrandado por la pose en que estaba.

-Estoy muy caliente, Amalia. –dijo Elena mientras se acariciaba las tetas y llevaba su otra mano a su vagina.

-¿Querés que la usemos ya?. –preguntó Amalia.

-No, dejá, mejor cenemos y que nos atienda ella, eso me va a poner más cachonda todavía…

Mientras ambas cenaban con la pupila de pie cerca de la mesa y atenta a cada orden de Amalia, hablaban de la hija de Eva.

-Che, ¿así que está buena esa cachorra? –dijo la dueña de casa.

-Todo un bocadito. Morochita, pelo largo, ojos negros enormes, tetitas de ésas que caben en la palma de la mano, lindas piernas y un culito fenomenal.

-Mmmmhhhhhhh, ya se me hace agua la boca… -dijo Amalia y de pronto salió de su éxtasis para ordenarle a la mascota:

  • Servinos más vino, puta.

-Sí, señora. –dijo la pupila y luego obedeció inmediatamente.

-Está muy bueno eso de que diga “sí, señora” antes de hacer lo que le ordenaste.

-Es para que recuerde cómo es su nueva situación ahora que ha sido reeducada, que grabe en su cerebro de mascota su obligación de obedecer.

-Cortá ese otro pan en rebanadas, perra inservible.-

-Si, señora. Volvió a decir la pupila y tomó la panera para cumplir la orden en la mesada.

-Es notable que cuando la llamaste “perra inservible” su cara no se haya alterado ni siquiera mínimamente. –se admiró Elena.

Amalia rió, bebió un sorbo de vino y finalmente dijo;

-Resultado del tratamiento que aplico, querida. Combinación de castigo físicos y humillaciones en proporciones exactas.

-Me va a encantar presenciar el proceso con Areanita, si no tenés problemas, claro. –dijo Elena mientras miraba el culo de la pupila.

-Ningún problema, querida, me llamás antes y arreglamos.

La pupila terminó su tarea, depositó en la mesa la panera con las rebanadas y Amalia, luego de guiñarle un ojo a Elena, chasqueó los dedos una vez y entonces la mujer se puso inmediatamente en cuatro patas.

-¡Impresionante, impresionante! –se exaltó Elena mientras advertía que estaba empezando a mojarse.

-¿Te excita verla en cuatro patas? –preguntó Amalia al ver la expresión de Elena.

-Sí, y me excita lo que lográs, Amalia. –dijo Elena sin apartar sus ojos de la pupila.

La dueña de casa sonrió, halagada.

-Café?

Elena vaciló entre sus ganas de gozar ya mismo de esa hembra y el plus que significaba prolongar un poco más ese placer.

-Sí, que nos sirva el café. –decidió luego de un instante.

Amalia hizo chasquear sus dedos dos veces y cuando la pupila se puso de pie le ordenó:

-Servinos café, basura.

-Sí, señora. –dijo la pupila y giró hacia la mesada, donde estaba la cafetera encendida, con la infusión a temperatura.

Elena siguió el caminar de la hembra con la mirada fija en ese apetecible culo, cuyas nalgas subían y bajaban alternativamente una y otra a cada paso.

Un instante después, mientras ambas bebían el café con la pupila en cuatro patas junto a la mesa, Elena dijo:

-Me gustaría ver cómo es eso del amaestramiento, me llama la atención.

-Antes de cogerla te muestro de qué se trata. –dijo Amalia mientras Elena sentía el incesante fluir de sus jugos vaginales empapándole la bombacha.

Terminaron de beber el café y Amalia dijo dirigiéndose a la pupila luego de ponerse de pie:

-Vos, seguinos en cuatro patas, basura maloliente.

-Sí, señora. –murmuró la hembra e hizo lo que se le había ordenado.

Las tres salieron de la amplia cocina para dirigirse al living, donde Amalia invitó a Elena a sentarse en un sofá de cuerina verde sobre el cual había una fusta. Elena la miró y luego miró a Amalia:

-Dámela, querida. –le pidió la dueña de casa. Elena se la dio y Amalia la tomó firmemente con su mano derecha para luego sentarse pegada a su visitante, le pasó un brazo por sobre los hombros, la atrajo hacia ella y después de hacerla vibrar con un beso en los labios, le susurró en la oreja derecha:

-Atenta y a gozar del espectáculo…

-Gracias… -devolvió Elena en un murmullo.

Amalia se puso de pie y con tono imperativo se dirigió a la pupila:

-¡Vos, desperdicio! ¡Parate!

La pobre se incorporó y de inmediato, sin pausa alguna, Amalia comenzó a darle una orden tras otra:

-¡De rodillas!

-¡Sentate en el piso!

-¡Sentate en el sofá!

-¡Estás mal sentada cucaracha inmunda! –gritó Amalia y le pegó un fustazo en las tetas. La pupila corrigió la postura y se mostro ante Amalia con la cabeza gacha, las rodillas juntas y las palmas de ambos manos apoyadas en los muslos.

-¿¡Qué se dice, puta inmunda?!

-Perdón, señora…

La pupila se incorporó y Amalia reanudó la sesión de amaestramiento:

-¡Parate!

-¡De rodillas!

-¡Boca abajo en el piso!

La mujer obedecía con la misma velocidad en que le llegaban las órdenes y Elena observaba el espectáculo facinada y cada vez más caliente.

¡De espaldas en el piso!

¡Parate!

¡En cuatro patas!

¡Lamé el piso, puta arrastrada!

-No puedo más, Amalia… Estoy que ardo… -musitó Elena. Amalia la miró sonriendo, pero siguió impartiendo sus órdenes a la pupila durante un rato más:

¡Sentate en el piso!

¡Parate!

¡En cuatro patas!

Elena veía cómo con cada movimiento las carnes de la pupila vibraban con un temblor tenso que las mantenía una décima de segundo en un punto y luego las arrojaba hacia arriba y hacia abajo para volverlas al punto inicial y de inmediato reanudar la danza.

La hembra jadeaba dando muestras de cansancio cuando por fin Amalia dio por terminada la sesión de amaestramiento:

-Basta, insecto. Suficiente por hoy. –dijo e hizo chasquear sus dedos una vez. La hembra se puso en cuatro patas y Amalia y Elena vieron que su costillar se contraía y expandía al ritmo de la agitada respiración, marcándose bajo la carne.

-Elena se había subido la falda y se acariciaba la concha por debajo de la bombacha, empapada de sus jugos.

Amalia la miró y le dijo:

-¿Calentita, mi amor?

-Soy una brasa, no demoremos más, por favor.

-¿Querés llevarla vos al dormitorio? –preguntó la dueña de casa y le extendió el extremo de la cadena del collar.

Elena la tomó, dio un tirón y ya en plan dominante ordenó:

-Movete, puta, ¡vamos!

La pupila comenzó la marcha en cuatro patas seguida por ambas mujeres. Una vez en el dormitorio Amalia hizo chasquear dos veces sus dedos y la mujer se puso de pie en la posición ya internalizada: con la vista en el piso, las piernas juntas y las manos en la nuca. Elena soltó la cadena y luego de dar una vuelta completa alrededor de la hembra le aferró las tetas con ambas manos, provocándole un respingo que sin embardo pudo controlar a tiempo, para volver a la inmovilidad absoluta.

Elena miró a Amalia y sin quitar sus manos de las tetas preguntó, con cierto tono entre ingenuo y burlón:

-¿Lo habrá hecho como un gesto de rechazo hacia mí?

-Eso sería muy grave, querida, preguntale.

-Decime, perra putísima, ¿por qué te moviste cuando te puse las manos en las ubres?

-Perdón, señora… le… le ruego que me disculpe… fue sólo la sorpresa… Jamás me atrevería a rechazar a nadie… Se me ha enseñado que debo estar siempre dispuesta para quien quiera usarme… -dijo la pupila con un hilo de voz.

Elena respiró hondo, miró a Amalia y dijo, admirada:

-Es increíble el trabajo que has hecho con esta perra, porque no sólo la hiciste algo así como una marioneta, sino que además la convertiste en una puta.

-Me lo pidió su marido.

-Entiendo, y a propósito, la mami de Areana no te va a pedir eso.

-Lo sé, Elena, cada nueva pupila es un mundo. Ya veremos cómo trabajo con esa cachorra, aunque te adelanto que si es tan atractiva como decís claro que me la voy a coger. Lo que seguramente no haré es emputecerla como hice con ésta. –y luego de decir esto empujó con fuerza a la pupila y la derribó sobre la cama, donde la pobre quedó abajo, inmóvil hasta que Amalia le ordenó:

-De espaldas, ramera. De espaldas en el medio de la cama. –y mientras la hembra se acomodaba, Amalia y Elena comenzaron a desvestirse mirándose a los ojos y evidenciando en sus rostros y en sus miradas la calentura que ambas experimentaban. Una vez desnudas, Amalia fue hasta el placar, abrió una de las puertas y extrajo un cofre de madera oscura que le tendió a Elena:

-Abrilo. –le pidió y cuando Elena levantó la tapa surgieron ante sus ojos varios dildos, vibradores, plusg anales y un objeto que le llamó muy especialmente la atención, un dildo con arnes para ser sujetado a la cintura, pero con un detalle que le resultó muy interesante: el dildo era doble y de su parte posterior salía otra imitación de un pene, de manera que la mujer que lo usaba podía penetrar y a la vez ser penetrada por la vagina.

Elena tomó el objeto con la boca y los ojos agrandados por la sorpresa:

-¡Ay, Amalia! ¡Jamás había visto yo semejante maravilla!

-Lo traje de Holanda, y sí, es realmente una maravilla. A ésta ya me la he cogido varias veces con este chiche.

Elena la miró con expresión suplicante:

-Bueno, y… ¿y ahora me lo dejarías probar a mí con ella?... ¿cierto que sí?... ¡Quiero cogérmela por el culo con esta maravilla!…

Amalia sonrió, divertida y excitada al mismo tiempo por la exaltación de Elena y mientras la tomaba de la mano para hacer que se acostara a la izquierda de la pupila. Dijo:

-Claro que te lo cedo hoy, preciosa, para que te cojas a esta perra puta; ahora dejalo a mano sobre la cama.

Amalia sacó del cofre un pote de vaselina, que puso en la mesita de noche. Luego las dos se tendieron a ambos lados de la pupila y Amalia comenzó a besarla en el cuello, los hombros y por último en los labios, que se abrieron al impulso de esa lengua que entraba entre ellos y entre los dientes como un ariete al encuentro de la otra lengua. Fue un beso largo e intenso al cual la pupila respondió con ardor similar. Elena vio el beso y su excitación creció. Se incorporó a medias y apresó con sus manos las tetas de la pupila, para acariciarlas por momentos suavemente y a veces oprimiéndolas hasta arrancar de la hembra gemidos de dolor, que se acentuaron cuando comenzó a estirarle y retorcerle los pezones. Ya Amalia llevaba su mano derecha hacia abajo, con destino previsible hacia el cual avanzaba lentamente, provocando muestras de placer en la hembra, un jadeo inequívoco que se alternaba con gemidos y hasta algunos gritos de dolor ante el sádico juego de los dedos de Elena en sus pezones. Por fin la mano de Amalia llegó a la concha de la pupila, que estaba muy mojada.

-¡Está empapada, Elena! ¡No te imaginás lo que es esta concha! ¡Una catarata!

-Sí que me lo imagino, querida… ¿Acaso no es la concha de una putona?

-Sí, es la concha de una puta, de una perra en celo hambrienta de goce… -concedió Amalia mientras sin delicadeza alguna metía primero uno, enseguida dos y por último tres dedos en la concha de la pupila, para después empezar a moverlos en avance y retroceso una y otra vez modificando el ritmo, haciéndolo más lento a veces y luego más y más rápido. La pobre gritaba, gemía y jadeaba mientras seguía siendo víctima de Elena, que ahora, además de torturarle los pezones le daba cada tanto fuertes golpes con la palma y el dorso de la mano en ambas tetas. La pupila sentía que era una suerte de cielo e infierno a la vez donde ambas pérfidas mujeres la tenían metida. Tanto placer y sufrimiento simultáneos parecía llevarla hacia un inquietante desequilibrio nervioso, pero nada podía hacer para librarse. Amalia ahora, sin interrumpir el ir y venir de sus dedos dentro de la concha, había sumado su otra mano en una sabia estimulación del clítoris que acentuaba la fuerza del jadeo de la pupila, convertido por momentos en una especie de gruñido casi animal. Pronto notó que el orgasmo estaba próximo y entonces abandonó la tarea.

-¿De veras creíste que te dejaría acabar, perra imbécil? ¿Pensaste que ibas a tener tu orgasmo antes de hacernos gozar a nosotras?.-dijo y lanzó una carcajada mientras Elena, como contagiada de esa crueldad, daba un fuerte tirón al pezón derecho y lo retorcía después con saña arrancando un grito de dolor a la pobre hembra.

-Nos vas a chupar la concha hasta que acabemos, puta, y te va a convenir hacerlo bien, a menos que quieras que te llevemos donde ya sabés.

“A la sala de castigos.” Pensó Elena recordando el escalofrío que la estremeció cuando entró por primera vez a ese recinto, invitada por Amalia, que ahora se tendía de espaldas en la cama, separaba las rodillas, flexionaba las piernas y le indicaba a Elena que adoptara la misma posición. Elena lo hizo y entonces Amalia le ordenó a la pupila:

-Aquí nos tenés, ramera, nuestras conchas esperan tu tributo, ¡ponete a trabajar! Empezá con mi amiga. Gentileza de la casa.

-Sí, señora… -murmuró la hembra y de rodillas se desplazó hasta ubicarse ante Elena, entre sus piernas. Se inclinó lentamente, con sus ojos fijos en esa vagina rasurada entre cuyos labios se advertían los destellos del flujo que brotaba. Entreabrió con sus dedos los labios mayores y hundió su lengua entre ellos tan profundamente como pudo. Elena gimió mientras movía la cabeza a ambos lados, una y otra vez. La pupila comenzó a lamer a derecha e izquierda, de arriba abajo y cada tanto metía su lengua asombrosamente larga en el sendero que ya era un río, y entonces Elena gritaba y la insultaba, todo casi al mismo tiempo. De pronto, esa lengua comenzó a trabajar en el clítoris, que encontró ya duro y fuera del capullo. Elena, en las cumbre del goce, seguía con sus gritos e insultos mientras la pupila lamía el clítoris y a veces lo encerraba entre sus labios y lo sorbía, para volver después a azotarlo con lengüetazos endiablados hasta que Elena explotó entre alaridos y corcovos en un orgasmo violento e interminable, con abundante fluir que la pupila bebía ávidamente.

Amalia, que no había dejado de tocarse y estaba excitadísima, no le dio respiro:

-¡A mí, ahora, grandísima puta! ¡Vamos! –urgió.

La mujer tomó posición aún jadeando y repitió la tarea, pero antes bebió el flujo que bañaba los labios mayores, como si se tratara, y así lo apreciaba ella, de un exquisito licor.

Mientras la lengua de la pupila se adentraba en las húmedas profundidades, Elena sentía crecer el deseo de penetrarla por el culo con ese maravilloso aparato que Amalia le había revelado. No quiso perder tiempo y entonces se lo colocó, con un largo gemido cuando el dildo posterior entró en su concha empapada de flujo. Terminó de ajustar el correaje mediante las

correspondientes hebillas y entonces, en tanto la pupila continuaba honrando con su lengua la concha de su adiestradora, se puso de rodillas a espaldas de ella y empuñando el dildo con su mano derecha comenzó a frotarlo contra las amplias y apetecibles nalgas. Ante la sorpresa, la pupila interrumpió la tarea y levantó un poco la cabeza, lo que le valió una bofetada de Amalia, que se había incorporado a medias, y una amenaza:

¡Volvé a tu trabajo, puta de mierda, o te mando a tu cucha sin nada!

La perspectiva sonó terrible para la pobre mujer, que de tan excitada no veía la hora de ser recompensada con un buen polvo.

Poco tardó Amalia en acabar, agitada en fuertes convulsiones y jadeando mientras Elena, relamiéndose ante el manjar que la esperaba, bajó de la cama, tomó el pote de vaselina y embadurnó el dildo. Volvió a trepar al lecho, donde la pupila permanecía en la misma posición, de rodillas y con la cara sobre las sábanas entre las piernas de Amalia, y se aprestó a consumar la penetración luego de haber untado con vaselina el pequeño orificio.

-Abrite las nalgas, perra. –le ordenó a la pupila mientras empuñaba el dildo y lo dirigía hacia el objetivo. Amalia, respirando un poco más normalmente, se colocó a la derecha de la mujer sosteniéndose sobre sus rodillas y siguió con la mirada el vuelo del pene artificial hacia esa entrada al estrecho pero ya un tanto elástico sendero que recorrería. Después de algunos intentos, Elena pudo por fin franquear la entrada y sin contemplaciones, de un solo envión, lo clavo entero en el culo de la pupila, que, a pesar de haber sido penetrada analmente muchas veces por su educadora, lanzó un gemido de dolor ante lo violento del embate y amagó con pretender liberarse de ese ariete que le habían clavado entre las nalgas. Pero nada pudo hacer y poco a poco el dolor dejó lugar al goce y entonces ese gemido inicial de dolor se transformó en jadeos y suspiros de placer que se acentuaron cuando Amalia le metió la mano derecha por debajo del vientre y se puso a juguetear con el clítoris. Primero fue el pulgar con un frotamiento suave y luego también el índice y el dedo medio y entonces el clítoris fue dichoso cautivo de esos tres sabios carceleros que lo estaban conduciendo inevitablemente al éxtasis.

Elena aferraba con ambas manos las majestuosas caderas de la hembra y continuaba su ir y venir con el dildo por dentro del culo mientras sentía el fluir incesante de sus flujos, liberados por el dildo posterior metido en su concha. De vez en cuando, quitaba su mano derecha del borde de la cadera y asestaba un chirlo sobre la nalga diestra. Entonces la pupila gemía de un modo especial. De pronto, los gemidos de la mujer se hicieron más fuertes al par que sus caderas se movían de un lado al otro. Elena advirtió que la pupila acabaría pronto, colmada de goce por el dildo en el culo y los hábiles dedos de Amalia en su clítoris. Sintió que también su orgasmo se avecinaba y aceleró el ritmo de la penetración mientras dejaba caer su mano con fuerza una y otra vez sobre esa nalga que comenzaba a lucir un tono levemente rosado. Por fin, ella y la pupila acabaron juntas, entre gritos y convulsiones, con Elena derrumbándose sobre la espalda de la mujer y ésta cayendo desmadejada sobre las sábanas. El final de la sesión lo determinó Amalia, poniendo se espaldas a la pupila, flexionándole y abriéndole las piernas, elevando un poco sus nalgas aferrándolas con manos crispadas y bebiendo hasta la última gota sus fluidos.

Después, una suerte de somnolencia invadió a las tres durante media hora, hasta que Amalia se despejó  y enseguida también Elena y la pupila.

-Fue maravilloso… -murmuró Elena.

-Nada como gozar de una hembra, ¿cierto? –dictaminó Amalia mientras se frotaba los párpados con el dedo índice de ambas manos y lucía en su rostro una expresión de cansancio.

-Cuando descubrí el sexo lésbico entré en el paraíso. –agregó Elena.

-Sexo lésbico y dominación: la fórmula perfecta. –completo Amalia y luego le dijo a su visitante:

-Estoy agotada, querida… ¿Me harías el favor de llevar a la perra a su cucha?...

Elena recordó que la pupila dormía en una cucha colocada en una de las habitaciones del piso, junto con los recipientes de comida y bebida y algunos huesos artificiales con los que Amalia la obligaba a jugar a veces, arrojándolos para que la pupila los recogiera con los dientes y se los alcanzara para volver a arrojarlos y que el juego continuara.

-Sí, claro. –aceptó Elena y tomando el extremo de la cadena del collar dio un tirón y le dijo a la mujer:

-Vamos, perra, a la cucha. –y la llevó en cuatro patas a la habitación.

-Entrá. –le ordenó.

Entonces la pupila preguntó sin alzar la cabeza:

-¿Puedo hablar, señora?...

-Hablá. –concedió Elena.

-La señora Amalia tiene la bondad de quitarme el collar para dormir…

Elena entonces se lo quitó y lo puso junto a la entrada de la cucha. La pupila entró a ella en cuatro patas y de inmediato se tendió en el piso, en posición fetal. Elena apagó la luz y abandonó la habitación para dirigirse al dormitorio.

-Amalia, con los ojos empequeñecidos por el cansancio, se había puesto una remera y un short, sin preocuparse por el calzado. Tenía las llaves en la mano y dijo:

-Vestite que bajo a abrirte.

En el ascensor hablaron de la cita con Eva al día siguiente y Elena dijo:

-Primero la voy a llamar a ella para que me cuente y después te llamo a vos.

-No veo la hora de tener a esa pajarita en la jaula. –dijo Amalia antes de bostezar. Se despidieron con un beso en la mejilla, otro en la boca y ambas mentes pobladas de fantasías morbosas con Areana como protagonista.

(continuará)