La reeducación de Areana (8)

Amalia termina de adiestrar a Areana, la gradúa como sumisa, la desvirga y se lanza a la captura de la madre, ayudada por Elena.

Esa tarde, Elena le contaba a Amalia su visita a Eva.

-Se asombró cuando le dije que ibas a devolverle a Areana mucho antes de lo previsto y está muy ansiosa por tener otra vez con ella a su cachorra.

-Dependerá de cómo responda la nena a la próxima prueba de obediencia. Si la supera vendrá la graduación como sumisa y después sí la devolución a su mami.

-¿Qué es eso de la graduación? –quiso saber Elena.

-Una ceremonia conmigo, la pupila, Marisa y Milena.

-¡Pero dame detalles!

-Te calentaste, zorra… -dijo Amalia en tono burlón.

-Y sí, me suena excitante eso de la pendeja con ustedes para ser graduada como sumisa. ¡Dale, contame!

-No, mejor te invito a que participes con nosotras cuando llegue el momento.

-¡Sos una hija de puta! ¡¿Me vas a dejar con la intriga?!

-Así es.

-Bueno… -dijo Elena resignada. – Espero que esa ceremonia me compense esta frustración.

-Te va a compensar con creces. –prometió Amalia.

……………

Una semana después, mediante la pomada y el hielo, los moretones habían desaparecido del culo de la pupila. La niña estaba en condiciones de ser sometida a una nueva prueba de obediencia y Amalia confiaba en que fuera la última.

Era el atardecer cuando dispuso que Milena se la llevara a su habitación.

-Adelante. –autorizó al escuchar los llamados a la puerta. Entonces entró primero la asistente empuñando la cadena del collar y luego la pupila en cuatro patas.

-Dejamelá. –dijo Amalia y Milena se retiró.

Al quedar solas le ordenó a la pupila que girara. Cuando Areana lo hizo exhibió ante la dueña de casa su culito libre ya de toda coloración violácea. Sentada en el borde de la cama, Amalia sonrió complacida y ordenó:

-Volvé a girar. –y Areana quedó otra vez de frente a ella.

-Oíme bien, perrita. Cada vez que yo te dé una orden, antes de obedecerla vas a decir “sí señora”. ¿Entendido?

-Sí, señora.

-Bien. Y esto vale para las órdenes de mis asistentes y de cualquier otra persona de aquí en adelante. ¿Está claro?

-Sí, señora.

-Muy bien, putita, muy bien. Y ahora escuchame con atención.

-Sí, señora. –musitó la niña sintiendo otra vez lo que sentía siempre en presencia de Amalia: miedo, respeto y excitación, una suma de sensaciones a las que ahora se sumaba algo tan inquietante como inevitable y morbosamente excitante. Era la noción de que estaba sintiendo a su educadora como esa figura de madre que le hubiera gustado tener y que no había encontrado en la suya. Una madre dominante, rigurosa, capaz de marcarle el camino y tenerla a rienda corta, capaz de castigarla y descubrirle los altos valores de la obediencia y la sumisión, como había hecho Amalia. Semejante revelación la conmovió, pero a la vez la llenó de dicha y de una plenitud como jamás había experimentado.

Amalia había comenzado a hablarle mientras sostenía en su mano la cadena del collar:

-Voy a someterte a una nueva prueba de obediencia, perrita, y espero de todo corazón que la superes para poder graduarte como sumisa. Confío en que ya estés lista para comenzar tu nueva vida, tu verdadera vida, porque sin duda lo que viviste hasta ahora fue apenas una simulación, no tu vida.

Areana la escuchaba temblando de ansiedad por el efecto que habían provocado en ella las palabras de Amalia. Sentía que su educadora le estaba desnudando el alma, la mente, todo su ser, y esto colmaba su corazón de agradecimiento.

-Si superás la prueba, si me demostrás que sos ya una auténtica sumisa, me vas a hacer muy feliz.

“Sí, mamá…” pensó la niña y un fuerte estremecimiento la sacudió de pies a cabeza.

-¿Puedo hablar, señora? –preguntó con voz temblorosa.

-Sí, hablá.

-Espero ansiosamente esa prueba y la voy a superar…

-¿Por dura o desagradable que te parezca?

-Sí, señora… confirmó Areana en medio de una excitación cada vez más intensa.

No era menor la calentura de Amalia ante la manifiesta entrega de la niña. Se desnudó, se quitó las chinelas y dijo:

-Bueno, perrita, vamos al baño.

Una vez allí Areana debió tenderse de espaldas en la amplia bañera. Amalia se sentó a horcajadas sobre el estómago de la pupila y fue irguiéndose mientras buscaba la posición exacta. Cuando consideró que la había encontrado ordenó:

-Abrí bien grande la boca, putita. Voy a orinarte ahí y te vas a tragar todo mi pis.

-¡Sí!... ¡Sí, señora, síiiiiiiiiiiiiiii! ¡Mee en mi boca! –suplicó Areana con la voz enronquecida por el más intenso morbo.

En el rostro de Amalia se dibujó una expresión perversa. Se entreabrió los labios externos de su vagina y expelió un largo chorro de orina que luego de salpicar la cara de la niña hizo blanco en su boca desmesuradamente abierta. Mientras tragaba el pis, que por momentos la sofocaba, arqueó sus caderas hacia arriba, como buscando un estrecho contacto físico con esa mujer que en ella cobraba dimensiones cada vez más extraordinarias.

Por fin la meada cesó y Amalia deslizó un poco hacia atrás sus nalgas sobre los muslos de la niña, se inclinó luego hasta casi pegar su cara a la de Areana y murmuró mientras le acariciaba el cabello y enredaba sus dedos en esa suave maraña oscura.

-Muy bien, perrita… Muy bien… Ya sos una sumisa… Mi sumisa Areana… Una sumisa de mi propiedad…

Areana se estremeció y dijo:

-Sí, señora… ¡Sí!... ¡Soy suya!... ¡Toda suya!...

Amalia se irguió pletórica de satisfacción triunfal, salió de la bañera y tomando la cadena del collar tiró de ella:

-Bueno, arriba, putita.

-Sí, señora… -musitó Areana y salió de la bañera contemplando con mirada caliente la magnífica desnudez de su educadora, para luego seguirla en cuatro patas hacia el dormitorio, donde Milena la fue a buscar y la condujo de regreso a la habitación-celda.

-Esposala y engrillale los tobillos. Está muy excitada y no quiero que se masturbe.

-Bien. señora.

-Después volvé, que yo también estoy ardiendo…

-¡Vuelvo enseguida, señora! –prometió Milena con los ojos brillándole de calentura.

………….

Después de horas de sexo desenfrenado con su joven asistente, Amalia llamó a Elena:

-Superó con creces la prueba de obediencia. –le dijo.

-¡Sos una zorra! ¡Quedamos en que me ibas a avisar para que yo estuviera viendo eso! –se indignó Elena.

-Tenés razón. –admitió Amalia. –Es que me traicionó la ansiedad…

-¿Y en que consistió esa prueba?

-Le hice tragar mi pis.

-¡¡¡¿Qué?!!!

-Lo que oíste, putona. La hice acostar de espaldas en la bañera y meé en su boca. Se lo tragó todo y encima felicísima. Ya está lista la pendeja. Algo le debe haber pasado por dentro. Lo cierto es que aceptó que es una sumisa de mi propiedad. Tengo que averiguar qué está sintiendo para dominarla más y mejor.

-Oíme. Me estoy mojando. Invitame para que yo vea cómo la meás.

-Está bien, te debo eso. Yo te aviso.

-¡¡¡Pronto!!!

-Mañana te llamo. –se comprometió Amalia y en cuanto cortaron la comunicación Elena se tendió en la cama y se masturbó frenéticamente.

…………..

Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, consumida por la ansiedad. Minutos después, Marisa traía a Areana y la dejaba a merced de ambas depravadas.

Elena sintió que todo lo que había estado viviendo en los últimos tiempos ardía como lava de un volcán dentro de ella e inclinándose hacia la niña, que permanecía en cuatro patas, le dijo:

-¿Así que ahora te gusta beber pis, perrita?

-Sí, señora Elena… El pis de la señora Amalia… -fue la respuesta murmurada en voz baja por la niña.

-¿Y qué pasaría si la señora Amalia te ordenara beber el pis de otra persona? –preguntó Elena y le guiñó un ojo a la dueña de casa.

-Lo bebería. –contestó Areana sin vacilar.

La dueña de casa curvó sus labios en una amplia sonrisa mientras en sus ojos brillaba una mirada perversa.

-Ya lo ves, Elena, es totalmente una sumisa y absolutamente mía.

-Claro que lo veo. Nada queda en ella de esa pendeja rebelde que fue.

-Nada. Ahora es la sumisa Areana. Quiero mearla. –dijo Elena.

-Te lo concedo. –fue la respuesta de Amalia, quien agregó:

-Desnudate y te metés en la bañera.

Elena se despojó de sus ropas y acompañó a Amalia camino al baño con Areana en cuatro patas llevada de la cadena de su collar.

Ya con la niña echada de espaldas en la bañera, Elena ocupó el lugar adecuado y una vez que Amalia le hubo ordenado a la pupila que abriera bien la boca lanzó un prolongado chorro de orina hacia el objetivo. La sumisita tragó toda la orina, tosiendo cada tanto pero sin siquiera la más mínima resistencia, provocando la admirada excitación de Elena, que preguntó cómo hablándose a si misma:

-¿Qué hija le vas a devolver a la pobre Eva?

-Mmhhh, eso de devolvérsela es muy relativo. Se la va a llevar a su casa, eso sí, pero Areana ya no le pertenece. Areana es mía.

-Y mientras tanto, ¿con la pobre Eva qué?

-Esa estúpida tendrá de regreso a la perrita una vez que esté graduada.

-¿Se la vas a dejar a ella?

Amalia rió entre dientes:

-¿No acabo de decirte que esta nena sumisa es mía?

-¿Y entonces?

-Ya irás sabiéndolo todo.

-Bueno, sabiendo lo encantadoramente perversa que sos, me gustaría no sólo saberlo sino también participar…

-Dalo por hecho. –aseguró Amalia curvando sus labios en algo parecido a una sonrisa. –Sos tan perversa como yo y eso te garantiza un rol en esta historia, mi querida…

-Estoy muy excitada… ¿No podemos cogerla? –tanteó Elena mientras se tocaba la concha.

-Nada de cogerla hasta que esté graduada. –fue la desalentadora respuesta de Amalia.

-¿Y cuando será eso?

-Lo decido y te aviso. No más de dos o tres días. Si estás tan caliente llamo a Melina y te revolcás con ella.

-Ay, sí, llamala ya…

…………..

Al día siguiente, Amalia decidió que la graduación de Areana como sumisa sería haría el lunes 15. Se puso entonces a trabajar en los detalles de la ceremonia, en primer lugar en el contrato que la pupila iba a firmar en ese acto.

Cuando terminó de redactarlo convocó al living a Melina y Marisa para informarles sobre la ceremonia de graduación de Areana.

-Será el lunes alrededor de las siete de la tarde y voy a invitar a Elena para que participe también. –les dijo y agregó: -Ya hemos graduado a otras perras, así que ya saben cómo será. Vos, Milena, la traés y te ocupás de que se arrodille ante nosotras sin apoyar las nalgas en los talones, mirando al piso y con las manos atrás. Vos, Marisa, leés el contrato y después que lo firmemos ella y yo le hago las preguntas. ¿Entendido?

Ambas asistentes contestaron afirmativamente y Milena preguntó:

-¿Cuándo se la va a devolver a la madre?

-Al día siguiente la hago venir y se la lleva.

Milena y Marisa se retiraron y Amalia llamó a Elena:

-Andá preparándote, putona. La graduación será el el lunes a las siete de la tarde. Después la cogemos y al día siguiente convoco a la mami para que se la lleve.

-Te aviso que ya me estoy mojando… -dijo Elena en medio de una risita nerviosa.

-Porque sos una putona insaciable…

-¿Vos no?

-Admito que también. –dijo Amalia y ambas rieron a carcajadas.

………….

Había llegado el día de la graduación de Areana como sumisa y todo estaba listo para esa ceremonia. Iba a tener lugar en el living del departamento y allí, cuando eran las siete de la tarde, estaban Amalia y Elena esperando que Melina y Marisa trajeran a la pupila.

Minutos después, ambas asistentes entraron con Areana en cuatro patas, llevada de la cadena de su collar por Marisa.

Amalia y Elena las recibieron de pie en el amplio espacio existentre entre la mesa principal y la ventana, que daba al balcón terraza y ocupaba toda la pared.

-Traigan aquí a la perrita. -ordenó Amalia y cuando la tuvo ante ella le dijo en un tono premeditadamente solemne:

-Escuchame con atención, Areana.

-Sí, señora… -murmuró la pupila sintiéndose colmada por una intensa emoción.

-Estás a punto de ser graduada como sumisa. Se acabó tu pupilaje, se acabó tu reeducación y también tu vida en libertad. A partir de ahora vas a ser la sumisa Areana, una sumisa de mi propiedad. Vas a pertenecerme en toda tu persona.

-Sí, señora… -aseveró la niña con voz temblorosa.

-Marisa, leé el contrato. –ordenó la dueña de casa y la mujerona leyó el siguiente documento:

En la ciudad de Buenos Aires, a los 15 días del mes de abril de 2013, se firma el siguiente contrato entre la SEÑORA AMALIA HELGUERA, en adelante SEÑORA AMALIA, y la señorita Areana Acevedo, en adelante la sumisa Areana, para el cumplimiento obligatorio de las siguientes cláusulas:

a)     La sumisa Areana declara saber y aceptar que por este acto pasa a ser, en toda su persona, propiedad de la SEÑORA AMALIA.

b)     La SEÑORA AMALIA se constituye en DUEÑA de la mente y el cuerpo de la sumisa Areana.

c)      La sumisa Areana declara saber y aceptar que carecerá de toda voluntad propia y que la única voluntad que regirá sus actos y su conducta será la voluntad de SU DUEÑA.

d)     La sumisa Areana estará bajo LA AUTORIDAD DE SU DUEÑA durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

e)     La sumisa Areana tendrá los siguientes derechos: comer, dormir, ir al baño, ir al colegio y tener amistades, aunque éstas deberán contar con la aprobación de SU DUEÑA.

f)        Para salir a la calle, la sumisa Areana deberá pedirle permiso a SU DUEÑA, salvo para ir al colegio.

g)     La sumisa Areana deberá ir al domicilio de SU DUEÑA toda vez que ésta la convoque, sin que pueda argüir excusa alguna para no responder a la convocatoria.

h)      LA SEÑORA AMALIA tendrá AUTORIDAD ABSOLUTA sobre todos los aspectos de la vida de la sumisa Areana y todas las decisiones que tome deberán ser acatadas sin apelación posible por la sumisa de referencia.

i)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a castigar a la sumisa Areana de las formas que lo desee, ya sea para castigar alguna indisciplina de la sumisa o simplemente por el placer de hacerlo.

j)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a dar a la sumisa Areana el uso que decida darle: silla, perchero, alfombra, inodoro, mesa, etc.

k)      LA SEÑORA AMALIA tendrá el derecho de usar sexualmente a la sumisa Areana de la manera que lo desee y de entregarla para su uso sexual a terceras personas.

l)        LA SEÑORA AMALIA se reserva el derecho de agregar una o más cláusulas si lo estimara necesario.

-¿Entendiste lo que se te leyó, perrita?.

-Sí… Sí, señora… -respondió Areana sintiendo que debido a la ansiedad y la excitación se le hacía difícil respirar.

-Muy bien. Milena, llevala ante la mesa. –ordenó Amalia y cuando Areana estuvo en el lugar indicado se acercó a ella con el contrato y una lapicera.

-Arrodillate, mascota, sin apoyar el culo  en los talones. -le ordenó y una vez que la niña estuvo en esa posición puso el contrato ante ella, le dio la lapicera y le dijo:

-Firmá al pie del texto, a la izquierda.

-Sí, señora… -aceptó Areana y cuando hubo firmado Amalia tomó la lapicera e hizo lo mismo a la derecha de la hoja.

Elena había seguido excitadísima toda la ceremonia, mojada, respirando por la boca y tocándose disimuladamente.

Después de la firma del contrato, Amalia volvió al sitio desde el cual presidía el acto de graduación y una vez allí le ordenó a Milena que condujera a la niña ante ella. La asistente llevó a Areana en cuatro patas hasta su dueña y entonces Amalia le ordenó:

-Besame los zapatos.

-Areana se inclinó y besó ambos zapatos, mientras sentía una profunda devoción por esa mujer sabia que le había hecho posible conocer su esencia y disfrutarla, y no vaciló cuando Amalia le ordenó que lamiera sus zapatos mientras Elena, Melina y Marisa tenían sus conchas inundadas de flujo.

Desde la cumbre de su majestuosa estatura Amalia gozaba intensamente viendo a tan linda perrita lamiendo devotamente sus zapatos.

-Suficiente, mascota. Arrodillate sin apoyar el culo en los talones.

-Sí, señora… -susurró la adolescente, mojadísima ella también.

Y de rodillas escuchó a Amalia:

-Marisa, el juramento.

La asistente le alcanzó un texto que Amalia le dio a Areana.

-Tu juramento de obediencia y sumisión, perrita. Te escucho.

Y Areana, de rodillas y sosteniendo la hoja con manos temblorosas, pronuncio el siguiente juramento:

-Yo… la… la sumisa Areana, juro… juro obediencia ciega, sumisión absoluta y… y docilidad total a mi dueña, la señora Amalia… Juro entregarme a ella en… en cuerpo y alma y no ser sino lo que… lo que mi dueña quiera que yo sea…

Con una sonrisa de satisfacción Amalia quitó el papel de manos de la adolescente, lo entregó a Marisa y dijo:

-Vas a contestarme algunas preguntas, putita.

-Sí, señora…

-¿Tenés conciencia de que ya no sos ni volverás a ser una chica libre?

-Sí, señora…

-¿Lamentás haber perdido la libertad para siempre?

-No, señora…

-¿Qué sentís ahora que sos una sumisa de mi propiedad, Areana?

-Una… una felicidad muy grande, señora… y… mucha excitación también…

Amalia sonrió, sumamente satisfecha por el éxito de la cacería y dijo:

-Bien, la ceremonia de graduación ha finalizado. Areana Acevedo ya es una sumisa de mi propiedad. Marisa, llevala a la cucha, esposala con las manos atrás y engrillale los tobillos. Vos, Milena, quedate.

Ninguna pudo ver la expresión de angustia con que Areana escuchó la orden, porque se había ilusionado con que al terminar la ceremonia su dueña la cogiera, pero en cambio andaba en cuatro patas de regreso a la habitación-celda llevada de la cadena del collar por la mujerona, mientras de su concha manaba un río de flujo.

A todo esto, en el living, Amalia instruía a Melina:

-Oíme bien. Esta noche Elena y yo la vamos a coger a mi sumisita. La vamos a desvirgar. Quiero que la prepares con una buena manguereada y una enema, porque le vamos a dar por el culo también. Quiero que vos o Marisa la lleven a mi habitación a las diez de la noche, y como siempre, con su collar y en cuatro patas.

-Bien, señora, ¿algo más?

-¿Te quedás a cenar conmigo? –preguntó Amalia dirigiéndose a Elena.

-No, tengo cosas que hacer, pero a las diez estoy de vuelta para gozar de la perrita.

-Está bien. Milena, teneme preparada la cena para las ocho y media.

-Sí, señora, ¿puedo retirarme?

-Podés.

Y al quedar solas, Elena insistió con un tema que venía obsesionándola:

-No seas turra. Contame qué planes tenés para Eva.

Amalia dibujó con sus labios una sonrisa perversa y dijo:

-Ya te vas a enterar.

Elena procuró disimular su frustración y preguntó:

-¿Cuándo le vas a devolver a Areana?

-Mañana.

-¿Puedo estar yo?

-Podés. Venite a las cinco de la tarde. La voy a convocar para esa hora.

-Che, ¿puedo adelantarle eso a Eva?

Amalia pareció reflexionar y finalmente dijo:

-Sí, contale que mañana le devuelvo a su hijita.

……………

Poco antes de las diez de la noche, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, ambas desnudas y esperando a Areana, que poco después hacía su entrada conducida de la cadena por Milena.

La niña estaba ardiendo, porque la manguereada de la asistente y la enema posterior presuponían sexo con su dueña, pero se puso más caliente aún cuando advirtió la presencia de Elena.

“Me van a coger entre las dos…” se dijo con un poco de miedo ante la posibilidad de sufrir cuando la desvirgaran, pero también extremadamente excitada.

-Podés retirarte, Milena. –dijo Amalia y de inmediato le ordenó a la sumisita:

-Vení, Areana… Acercate…

-Sí, señora… -murmuró la niña y se desplazó hacia los pìes de la cama, donde estaban la dueña de casa y Elena, que pidió:

-Hacé que se pare, quiero verla completa.

-Parate, nena. -ordenó Amalia. –Abrí las piernas y poné las manos atrás.

-Sí, señora…

Cuando ambas tuvieron a la niña exhibiéndose en esa posición Elena la observó de frente un momento, relamiéndose con esas tetitas deliciosas que cabían en la palma de la mano, con esa cinturita alta y fina, con esas piernas largas, de muslos admirablemente torneados, y luego comenzó a girar hasta ubicarse a espaldas de la sumisa.

-Poné las manos en la nuca, tesorito. –le ordenó. Areana lo hizo y entonces Elena tuvo a merced de sus ojos afiebrados de calentura ese culito empinado, redondo y firme con el cual se relamió durante un instante. Por último, volvió junto a Amalia:

-Me parece increíble estar viviendo esto… Tener en nuestras manos a semejante bocadito…

Amalia rió y fue hasta el placard, para volver con un cofre del cual extrajo su arnés de cintura con el dildo doble, un pulg anal y el pote de vaselina.

-A la cama, putita, ¡vamos! –le ordenó a Areana y ésta obedeció de inmediato. Mientras trepaba al lecho recordó las veces que con compañeras del colegio habían hablado sobre el desvirgamiento: “duele mucho” “no duele tanto” “no a todas les duele igual” “duele pero enseguida se pasa” “duele y no se siente placer”, y así las opiniones diferían y ninguna tenía certeza alguna respecto de ese momento tan especial que ahora iba a vivir ella, con miedo, pero también con deseo de experimentarlo en manos de esas dos mujeres maduras y tan atractivas.

-De espaldas, perrita. –ordenó Amalia y una vez en esa posición tuvo a su dueña a la derecha y a Elena del otro lado, ambas tendidas de costado, pegadas a ella, estremeciéndola con el contacto de sus cuerpos y las caricias de esas manos que la recorrían lentamente, desde el cuello hasta las ingles evitando esa vulva de la que pronto comenzó a manar flujo. Manos y bocas la hacían su presa. Cuatro labios la besaban, dos lenguas lamían sabiamente su piel erizada y dos manos no cesaban de recorrerla, de asentarse por un momento en sus tetas, en sus pezones ya duros y erguidos al máximo. La sumisita gemía y suplicaba entre jadeos cada vez más roncos de calentura.

Cuando Amalia estimó que ya la tenían suficientemente excitada y hambrienta, decidió que era el momento de atormentarla postergando su satisfacción sexual y, en cambio, obligándola a que fuera ella quien les diera placer a sus dominadoras.

-No puedo… No puedo más, señora… Por favor… ¡Por favor!...

Amalia se apartó, lo mismo hizo Elena y con ambas incorporadas a medias junto a la la niña la dueña de casa dijo:

-¿Por favor, qué, perrita puta?...

-Necesito desahogarme, señora… Estoy muy caliente…

-¿Y te parece lógico que te desahogues antes que nosotras?

-No sé, señora… No sé… -contestó Areana al borde del llanto, de tanta tensión que soportaba.

-Sos una perra sumisa, Areana, sólo eso… Y una perra sumisa no puede de ninguna manera gozar antes que su dueña y de cualquiera que la esté usando, como en este caso mi amiga Elena.

-Por favor…

-Elena, acostate de espaldas con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas. –indicó Amalia para después adoptar ella la misma posición.

-Te vamos a hacer gozar, putita, pero eso será después de que vos nos hagas gozar a nosotras. Queremos tu lengüita en nuestras conchas y embadurnate el dedo índice y el del medio con vaselina, tomá (y le alcanzó el pote), porque con esos deditos no vas a penetrar por el culo. ¡Vamos! Empezá por la visita.

Areana estaba agitadísima, con las mejillas ardiendo y su conchita convertida en una catarata de flujo. Se untó los dedos con vaselina, se acomodó entre los muslos de Elena y se inclinó hasta llegar con su rostro a la vagina rasurada y brillante de jugos. Elena entreabrió sus labios externos y la sumisita hundió entre ellos su lengua, para deslizarla inmediatamente de arriba abajo a ritmo rápido hasta que Elena le ordenó:

-No te apures, pendeja… Despacio, quiero sentir tu lengüita en cada centímetro de mi concha… -la niña hizo lo ordenado y cuando sintió la dureza del clítoris se dedicó a sorberlo con sus labios y a lamerlo mientras Elena respiraba con fuerza, jadeaba y la alentaba a seguir:

-Así… así, perrita puta… Así, pendeja… ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiii!... Meteme los dedos… ¡Meteme los dedos en el culo!... –y Areana se los metió de un solo envión hasta los nudillos, a favor de la vaselina que los embadurnaba, y mientras seguía trabajando con su lengua en esa concha que era un río movía sus dedos hacia atrás y hacia delante una y otra vez. Cada tanto bebía el flujo y seguía después lamiendo y sorbiendo hasta que las convulsiones y roncos jadeos de Elena le indicaron que el orgasmo estaba próximo. Segundos después la hembra estallaba entre alaridos en un orgasmo interminable mientras aferraba por el pelo a Areana y le ordenaba que bebiera toda esa abundante sustancia que salía a borbotones de la concha. Areana bebía y bebía y cuando lo hubo tragado todo Elena la soltó y fue Amalia quien la atrajo hacia ella tomándola por el pelo y haciéndola gatear hasta que la sumisita estuvo entre sus piernas.

-Antes de ocuparte de mi concha vas a tomar la teta. –le dijo su dueña y esas palabras resonaron en lo más profundo de su inconsciente.

-Sí, mam… ¡Sí, señora, sí!... –dijo y se tendió sobre el cuerpo de Amalia para encerrar entre sus labios ansiosos uno de los pezones mientras sentía la presión de los potentes muslos de su dueña en sus caderas. Sorbió y lamió un rato largo y gozando intensamente mientras escuchaba los gemidos de Amalia, a quien ese fallido de la niña a punto de llamarla “mamá” le develaba el porqué su presa se había rendido tan pronto. Se dio cuenta Amalia que Areanita había encontrado en ella a esa madre que no tuvo en Eva. Sonrió malévolamente y se entregó nuevamente al goce que estaba sintiendo con los labios y la lengua de la sumisa en sus pezones, hasta que le dijo:

-Ya está bien de esto, perrita mamona, ahora te quiero en mi concha…

-Sí, señora… Todo… todo lo que… lo que usted quiera de mí… -murmuró agitada y exploró con su lengua la vagina de su dueña mientras le metía los dedos en el culo. A su lado, Elena, ya recuperada del intenso trajín sexual, no quiso permanecer ociosa ante semejante espectáculo. Tomó el pote de vaselina, se untó el dedo índice y el dedo medio de su mano derecha, se ubicó detrás de Areana y la sorprendió penetrándola con esos dedos hasta los nudillos, luego de forcejar un poco ante lo estrechísimo de ese sendero sin estrenar hasta ese momento. Areana dio un respingo, pero Elena la controló con un grito:

-¡Quieta, pendeja! –y la sumisa siguió trabajando con su lengua y sus labios en la concha de Amalia mientras esos dedos que la penetraban por el culo la tenían ardiendo de placer. Poco después Amalia explotaba en un orgasmo largo y violento y Areana bebía la eyaculación hasta la última gota mientras Elena, echada sobre su espalda, le metía las manos por debajo del pecho, le masajeaba las tetitas y cada tanto le estiraba y retorcía los pezones provocándole un volutptuoso dolor que la niña disfrutaba con todo su ser.

Minutos después, con las tres ya repuestas, sudorosas y con deseos de seguir sumergidas en el desenfreno sexual, Amalia dijo:

-Bueno, llegó el momento de que te desvirgue, perrita puta.

-Sí, señora… Sí… Por favor… Quiero… quiero perder mi virginidad con usted…

Amalia comenzó a colocarse el dildo doble con el arnés de cintura y mientras lo hacía dijo:

-¿”Quiero”, dijiste?...

Areana no comprendió, movió la cabeza, confundida y temerosa y dijo:

-No entiendo, señora…

-Grabate en tu cerebro de perra lo que voy a decirte. Una sumisa no puede querer nada. Una sumisa, cuando tiene una necesidad, suplica por la satisfacción de esa necesidad. ¿Entendiste?

Areana sintió que sus mejillas enrojecían de vergüenza y experimentó un doloroso sentimiento de culpa.

-Sí, señora, entendí y le pido perdón por mi insolencia… -murmuró.

-Bien, que sea la última vez, mocosa.

-No volverá a pasar, señora…

-Espero que así sea, por tu bien. –dijo Amalia y luego le ordenó a la sumisa que se pusiera en cuatro patas. Inmediatamente embadurnó el dildo delantero mientras sentía el goce que le procuraba el otro, ya metido en su concha. Le dio a Elena el plug anal luego de envaselinarlo y le dijo:

-Penetrala por el culo.

-Será un placer. –aseguró Elena tomando el dildo y dirigiéndolo lentamente hacia el objetivo. Puso un poco de vaselina en la diminuta y rosada entradita y apoyó allí la punta del plug, haciendo corcovear a Areana. Amalia le dio un fuerte chirlo y exigió:

-¡Quieta, potranca!

-Perdón, señora… perdón…

Elena, a la izquierda de la niña, a la altura de su cadera, comenzó a introducir el plug lentamente, mientras Areana gemía y movía sus ancas de un lado al otro. En ese momento Amalia la penetró despacio por la vagina hasta que el dildo dio contra la membrana virginal y la traspasó con un mínimo dolor para Areana y apenas un delgado hilito de sangre. Amalia sonrió complacida y embistió confiada hasta meter el dildo totalmente mientras Areana se entregaba por completo al intenso goce que sucedía a ese fugaz ramalazo de dolor con que había pagado su desfloramiento. En la cumbre de ese placer físico y mental cuyas dimensiones no había sido capaz de imaginar, movía su culo complementando los rítmicos embates de Amalia con su pene artificial hasta que empezó a sentir los síntomas previos al orgasmo. Se entregó en cuerpo y alma a esas sensaciones indescriptibles de tan placenteras y cuando el orgasmo la estremeció de pies a cabeza todo su ser se expresó en ese grito interminable que la acompañó en su caída boca abajo sobre la cama. Allí quedó jadeando roncamente, plena y dichosa como nunca al tomar conciencia de que su nueva vida, su verdadera vida, había comenzado y le pertenecía a su dueña, la señora Amalia, que la dio vuelta, le metió dos dedos en la conchita y cuando los extrajo empapados de la sustancia eyaculada le ordenó abrir la boca y se los metió allí:

-Limpia mis dedos de tus fluidos, putita. –y areana, sumida en el éxtasis de la felicidad, bebió una y otra vez su líquido eyaculatorio que Amalia iba extrayendo de esa concha recién desflorada. Media hora después, Marisa higienizaba a la sumisita con la manguera en el baño de la habitación-celda y la metía luego en la cucha, aunque sin esposarla ni engrillarle los tobillos.

Mientras tanto, ya duchadas y mientras Elena se vestía, Amalia le daba sus instrucciones para el día siguiente:

-Bueno, Areana ya está en la jaula y ahora voy por su mami. Mañana la llamo para que venga a las cinco de la tarde a llevarse a su cachorra. Vos hablale y decile que la pasás a buscar.

-Perfecto. ¿Y qué vas a hacer con ella? ¿Cómo la vas a atrapar?

Amalia emitió una risita y dijo:

-No seas impaciente. Ya te vas a enterar mañana.

(continuará)

Esa tarde, Elena le contaba a Amalia su visita a Eva.

-Se asombró cuando le dije que ibas a devolverle a Areana mucho antes de lo previsto y está muy ansiosa por tener otra vez con ella a su cachorra.

-Dependerá de cómo responda la nena a la próxima prueba de obediencia. Si la supera vendrá la graduación como sumisa y después sí la devolución a su mami.

-¿Qué es eso de la graduación? –quiso saber Elena.

-Una ceremonia conmigo, la pupila, Marisa y Milena.

-¡Pero dame detalles!

-Te calentaste, zorra… -dijo Amalia en tono burlón.

-Y sí, me suena excitante eso de la pendeja con ustedes para ser graduada como sumisa. ¡Dale, contame!

-No, mejor te invito a que participes con nosotras cuando llegue el momento.

-¡Sos una hija de puta! ¡¿Me vas a dejar con la intriga?!

-Así es.

-Bueno… -dijo Elena resignada. – Espero que esa ceremonia me compense esta frustración.

-Te va a compensar con creces. –prometió Amalia.

……………

Una semana después, mediante la pomada y el hielo, los moretones habían desaparecido del culo de la pupila. La niña estaba en condiciones de ser sometida a una nueva prueba de obediencia y Amalia confiaba en que fuera la última.

Era el atardecer cuando dispuso que Milena se la llevara a su habitación.

-Adelante. –autorizó al escuchar los llamados a la puerta. Entonces entró primero la asistente empuñando la cadena del collar y luego la pupila en cuatro patas.

-Dejamelá. –dijo Amalia y Milena se retiró.

Al quedar solas le ordenó a la pupila que girara. Cuando Areana lo hizo exhibió ante la dueña de casa su culito libre ya de toda coloración violácea. Sentada en el borde de la cama, Amalia sonrió complacida y ordenó:

-Volvé a girar. –y Areana quedó otra vez de frente a ella.

-Oíme bien, perrita. Cada vez que yo te dé una orden, antes de obedecerla vas a decir “sí señora”. ¿Entendido?

-Sí, señora.

-Bien. Y esto vale para las órdenes de mis asistentes y de cualquier otra persona de aquí en adelante. ¿Está claro?

-Sí, señora.

-Muy bien, putita, muy bien. Y ahora escuchame con atención.

-Sí, señora. –musitó la niña sintiendo otra vez lo que sentía siempre en presencia de Amalia: miedo, respeto y excitación, una suma de sensaciones a las que ahora se sumaba algo tan inquietante como inevitable y morbosamente excitante. Era la noción de que estaba sintiendo a su educadora como esa figura de madre que le hubiera gustado tener y que no había encontrado en la suya. Una madre dominante, rigurosa, capaz de marcarle el camino y tenerla a rienda corta, capaz de castigarla y descubrirle los altos valores de la obediencia y la sumisión, como había hecho Amalia. Semejante revelación la conmovió, pero a la vez la llenó de dicha y de una plenitud como jamás había experimentado.

Amalia había comenzado a hablarle mientras sostenía en su mano la cadena del collar:

-Voy a someterte a una nueva prueba de obediencia, perrita, y espero de todo corazón que la superes para poder graduarte como sumisa. Confío en que ya estés lista para comenzar tu nueva vida, tu verdadera vida, porque sin duda lo que viviste hasta ahora fue apenas una simulación, no tu vida.

Areana la escuchaba temblando de ansiedad por el efecto que habían provocado en ella las palabras de Amalia. Sentía que su educadora le estaba desnudando el alma, la mente, todo su ser, y esto colmaba su corazón de agradecimiento.

-Si superás la prueba, si me demostrás que sos ya una auténtica sumisa, me vas a hacer muy feliz.

“Sí, mamá…” pensó la niña y un fuerte estremecimiento la sacudió de pies a cabeza.

-¿Puedo hablar, señora? –preguntó con voz temblorosa.

-Sí, hablá.

-Espero ansiosamente esa prueba y la voy a superar…

-¿Por dura o desagradable que te parezca?

-Sí, señora… confirmó Areana en medio de una excitación cada vez más intensa.

No era menor la calentura de Amalia ante la manifiesta entrega de la niña. Se desnudó, se quitó las chinelas y dijo:

-Bueno, perrita, vamos al baño.

Una vez allí Areana debió tenderse de espaldas en la amplia bañera. Amalia se sentó a horcajadas sobre el estómago de la pupila y fue irguiéndose mientras buscaba la posición exacta. Cuando consideró que la había encontrado ordenó:

-Abrí bien grande la boca, putita. Voy a orinarte ahí y te vas a tragar todo mi pis.

-¡Sí!... ¡Sí, señora, síiiiiiiiiiiiiiii! ¡Mee en mi boca! –suplicó Areana con la voz enronquecida por el más intenso morbo.

En el rostro de Amalia se dibujó una expresión perversa. Se entreabrió los labios externos de su vagina y expelió un largo chorro de orina que luego de salpicar la cara de la niña hizo blanco en su boca desmesuradamente abierta. Mientras tragaba el pis, que por momentos la sofocaba, arqueó sus caderas hacia arriba, como buscando un estrecho contacto físico con esa mujer que en ella cobraba dimensiones cada vez más extraordinarias.

Por fin la meada cesó y Amalia deslizó un poco hacia atrás sus nalgas sobre los muslos de la niña, se inclinó luego hasta casi pegar su cara a la de Areana y murmuró mientras le acariciaba el cabello y enredaba sus dedos en esa suave maraña oscura.

-Muy bien, perrita… Muy bien… Ya sos una sumisa… Mi sumisa Areana… Una sumisa de mi propiedad…

Areana se estremeció y dijo:

-Sí, señora… ¡Sí!... ¡Soy suya!... ¡Toda suya!...

Amalia se irguió pletórica de satisfacción triunfal, salió de la bañera y tomando la cadena del collar tiró de ella:

-Bueno, arriba, putita.

-Sí, señora… -musitó Areana y salió de la bañera contemplando con mirada caliente la magnífica desnudez de su educadora, para luego seguirla en cuatro patas hacia el dormitorio, donde Milena la fue a buscar y la condujo de regreso a la habitación-celda.

-Esposala y engrillale los tobillos. Está muy excitada y no quiero que se masturbe.

-Bien. señora.

-Después volvé, que yo también estoy ardiendo…

-¡Vuelvo enseguida, señora! –prometió Milena con los ojos brillándole de calentura.

………….

Después de horas de sexo desenfrenado con su joven asistente, Amalia llamó a Elena:

-Superó con creces la prueba de obediencia. –le dijo.

-¡Sos una zorra! ¡Quedamos en que me ibas a avisar para que yo estuviera viendo eso! –se indignó Elena.

-Tenés razón. –admitió Amalia. –Es que me traicionó la ansiedad…

-¿Y en que consistió esa prueba?

-Le hice tragar mi pis.

-¡¡¡¿Qué?!!!

-Lo que oíste, putona. La hice acostar de espaldas en la bañera y meé en su boca. Se lo tragó todo y encima felicísima. Ya está lista la pendeja. Algo le debe haber pasado por dentro. Lo cierto es que aceptó que es una sumisa de mi propiedad. Tengo que averiguar qué está sintiendo para dominarla más y mejor.

-Oíme. Me estoy mojando. Invitame para que yo vea cómo la meás.

-Está bien, te debo eso. Yo te aviso.

-¡¡¡Pronto!!!

-Mañana te llamo. –se comprometió Amalia y en cuanto cortaron la comunicación Elena se tendió en la cama y se masturbó frenéticamente.

…………..

Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, consumida por la ansiedad. Minutos después, Marisa traía a Areana y la dejaba a merced de ambas depravadas.

Elena sintió que todo lo que había estado viviendo en los últimos tiempos ardía como lava de un volcán dentro de ella e inclinándose hacia la niña, que permanecía en cuatro patas, le dijo:

-¿Así que ahora te gusta beber pis, perrita?

-Sí, señora Elena… El pis de la señora Amalia… -fue la respuesta murmurada en voz baja por la niña.

-¿Y qué pasaría si la señora Amalia te ordenara beber el pis de otra persona? –preguntó Elena y le guiñó un ojo a la dueña de casa.

-Lo bebería. –contestó Areana sin vacilar.

La dueña de casa curvó sus labios en una amplia sonrisa mientras en sus ojos brillaba una mirada perversa.

-Ya lo ves, Elena, es totalmente una sumisa y absolutamente mía.

-Claro que lo veo. Nada queda en ella de esa pendeja rebelde que fue.

-Nada. Ahora es la sumisa Areana. Quiero mearla. –dijo Elena.

-Te lo concedo. –fue la respuesta de Amalia, quien agregó:

-Desnudate y te metés en la bañera.

Elena se despojó de sus ropas y acompañó a Amalia camino al baño con Areana en cuatro patas llevada de la cadena de su collar.

Ya con la niña echada de espaldas en la bañera, Elena ocupó el lugar adecuado y una vez que Amalia le hubo ordenado a la pupila que abriera bien la boca lanzó un prolongado chorro de orina hacia el objetivo. La sumisita tragó toda la orina, tosiendo cada tanto pero sin siquiera la más mínima resistencia, provocando la admirada excitación de Elena, que preguntó cómo hablándose a si misma:

-¿Qué hija le vas a devolver a la pobre Eva?

-Mmhhh, eso de devolvérsela es muy relativo. Se la va a llevar a su casa, eso sí, pero Areana ya no le pertenece. Areana es mía.

-Y mientras tanto, ¿con la pobre Eva qué?

-Esa estúpida tendrá de regreso a la perrita una vez que esté graduada.

-¿Se la vas a dejar a ella?

Amalia rió entre dientes:

-¿No acabo de decirte que esta nena sumisa es mía?

-¿Y entonces?

-Ya irás sabiéndolo todo.

-Bueno, sabiendo lo encantadoramente perversa que sos, me gustaría no sólo saberlo sino también participar…

-Dalo por hecho. –aseguró Amalia curvando sus labios en algo parecido a una sonrisa. –Sos tan perversa como yo y eso te garantiza un rol en esta historia, mi querida…

-Estoy muy excitada… ¿No podemos cogerla? –tanteó Elena mientras se tocaba la concha.

-Nada de cogerla hasta que esté graduada. –fue la desalentadora respuesta de Amalia.

-¿Y cuando será eso?

-Lo decido y te aviso. No más de dos o tres días. Si estás tan caliente llamo a Melina y te revolcás con ella.

-Ay, sí, llamala ya…

…………..

Al día siguiente, Amalia decidió que la graduación de Areana como sumisa sería haría el lunes 15. Se puso entonces a trabajar en los detalles de la ceremonia, en primer lugar en el contrato que la pupila iba a firmar en ese acto.

Cuando terminó de redactarlo convocó al living a Melina y Marisa para informarles sobre la ceremonia de graduación de Areana.

-Será el lunes alrededor de las siete de la tarde y voy a invitar a Elena para que participe también. –les dijo y agregó: -Ya hemos graduado a otras perras, así que ya saben cómo será. Vos, Milena, la traés y te ocupás de que se arrodille ante nosotras sin apoyar las nalgas en los talones, mirando al piso y con las manos atrás. Vos, Marisa, leés el contrato y después que lo firmemos ella y yo le hago las preguntas. ¿Entendido?

Ambas asistentes contestaron afirmativamente y Milena preguntó:

-¿Cuándo se la va a devolver a la madre?

-Al día siguiente la hago venir y se la lleva.

Milena y Marisa se retiraron y Amalia llamó a Elena:

-Andá preparándote, putona. La graduación será el el lunes a las siete de la tarde. Después la cogemos y al día siguiente convoco a la mami para que se la lleve.

-Te aviso que ya me estoy mojando… -dijo Elena en medio de una risita nerviosa.

-Porque sos una putona insaciable…

-¿Vos no?

-Admito que también. –dijo Amalia y ambas rieron a carcajadas.

………….

Había llegado el día de la graduación de Areana como sumisa y todo estaba listo para esa ceremonia. Iba a tener lugar en el living del departamento y allí, cuando eran las siete de la tarde, estaban Amalia y Elena esperando que Melina y Marisa trajeran a la pupila.

Minutos después, ambas asistentes entraron con Areana en cuatro patas, llevada de la cadena de su collar por Marisa.

Amalia y Elena las recibieron de pie en el amplio espacio existentre entre la mesa principal y la ventana, que daba al balcón terraza y ocupaba toda la pared.

-Traigan aquí a la perrita. -ordenó Amalia y cuando la tuvo ante ella le dijo en un tono premeditadamente solemne:

-Escuchame con atención, Areana.

-Sí, señora… -murmuró la pupila sintiéndose colmada por una intensa emoción.

-Estás a punto de ser graduada como sumisa. Se acabó tu pupilaje, se acabó tu reeducación y también tu vida en libertad. A partir de ahora vas a ser la sumisa Areana, una sumisa de mi propiedad. Vas a pertenecerme en toda tu persona.

-Sí, señora… -aseveró la niña con voz temblorosa.

-Marisa, leé el contrato. –ordenó la dueña de casa y la mujerona leyó el siguiente documento:

En la ciudad de Buenos Aires, a los 15 días del mes de abril de 2013, se firma el siguiente contrato entre la SEÑORA AMALIA HELGUERA, en adelante SEÑORA AMALIA, y la señorita Areana Acevedo, en adelante la sumisa Areana, para el cumplimiento obligatorio de las siguientes cláusulas:

a)     La sumisa Areana declara saber y aceptar que por este acto pasa a ser, en toda su persona, propiedad de la SEÑORA AMALIA.

b)     La SEÑORA AMALIA se constituye en DUEÑA de la mente y el cuerpo de la sumisa Areana.

c)      La sumisa Areana declara saber y aceptar que carecerá de toda voluntad propia y que la única voluntad que regirá sus actos y su conducta será la voluntad de SU DUEÑA.

d)     La sumisa Areana estará bajo LA AUTORIDAD DE SU DUEÑA durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

e)     La sumisa Areana tendrá los siguientes derechos: comer, dormir, ir al baño, ir al colegio y tener amistades, aunque éstas deberán contar con la aprobación de SU DUEÑA.

f)        Para salir a la calle, la sumisa Areana deberá pedirle permiso a SU DUEÑA, salvo para ir al colegio.

g)     La sumisa Areana deberá ir al domicilio de SU DUEÑA toda vez que ésta la convoque, sin que pueda argüir excusa alguna para no responder a la convocatoria.

h)      LA SEÑORA AMALIA tendrá AUTORIDAD ABSOLUTA sobre todos los aspectos de la vida de la sumisa Areana y todas las decisiones que tome deberán ser acatadas sin apelación posible por la sumisa de referencia.

i)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a castigar a la sumisa Areana de las formas que lo desee, ya sea para castigar alguna indisciplina de la sumisa o simplemente por el placer de hacerlo.

j)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a dar a la sumisa Areana el uso que decida darle: silla, perchero, alfombra, inodoro, mesa, etc.

k)      LA SEÑORA AMALIA tendrá el derecho de usar sexualmente a la sumisa Areana de la manera que lo desee y de entregarla para su uso sexual a terceras personas.

l)        LA SEÑORA AMALIA se reserva el derecho de agregar una o más cláusulas si lo estimara necesario.

-¿Entendiste lo que se te leyó, perrita?.

-Sí… Sí, señora… -respondió Areana sintiendo que debido a la ansiedad y la excitación se le hacía difícil respirar.

-Muy bien. Milena, llevala ante la mesa. –ordenó Amalia y cuando Areana estuvo en el lugar indicado se acercó a ella con el contrato y una lapicera.

-Arrodillate, mascota, sin apoyar el culo  en los talones. -le ordenó y una vez que la niña estuvo en esa posición puso el contrato ante ella, le dio la lapicera y le dijo:

-Firmá al pie del texto, a la izquierda.

-Sí, señora… -aceptó Areana y cuando hubo firmado Amalia tomó la lapicera e hizo lo mismo a la derecha de la hoja.

Elena había seguido excitadísima toda la ceremonia, mojada, respirando por la boca y tocándose disimuladamente.

Después de la firma del contrato, Amalia volvió al sitio desde el cual presidía el acto de graduación y una vez allí le ordenó a Milena que condujera a la niña ante ella. La asistente llevó a Areana en cuatro patas hasta su dueña y entonces Amalia le ordenó:

-Besame los zapatos.

-Areana se inclinó y besó ambos zapatos, mientras sentía una profunda devoción por esa mujer sabia que le había hecho posible conocer su esencia y disfrutarla, y no vaciló cuando Amalia le ordenó que lamiera sus zapatos mientras Elena, Melina y Marisa tenían sus conchas inundadas de flujo.

Desde la cumbre de su majestuosa estatura Amalia gozaba intensamente viendo a tan linda perrita lamiendo devotamente sus zapatos.

-Suficiente, mascota. Arrodillate sin apoyar el culo en los talones.

-Sí, señora… -susurró la adolescente, mojadísima ella también.

Y de rodillas escuchó a Amalia:

-Marisa, el juramento.

La asistente le alcanzó un texto que Amalia le dio a Areana.

-Tu juramento de obediencia y sumisión, perrita. Te escucho.

Y Areana, de rodillas y sosteniendo la hoja con manos temblorosas, pronuncio el siguiente juramento:

-Yo… la… la sumisa Areana, juro… juro obediencia ciega, sumisión absoluta y… y docilidad total a mi dueña, la señora Amalia… Juro entregarme a ella en… en cuerpo y alma y no ser sino lo que… lo que mi dueña quiera que yo sea…

Con una sonrisa de satisfacción Amalia quitó el papel de manos de la adolescente, lo entregó a Marisa y dijo:

-Vas a contestarme algunas preguntas, putita.

-Sí, señora…

-¿Tenés conciencia de que ya no sos ni volverás a ser una chica libre?

-Sí, señora…

-¿Lamentás haber perdido la libertad para siempre?

-No, señora…

-¿Qué sentís ahora que sos una sumisa de mi propiedad, Areana?

-Una… una felicidad muy grande, señora… y… mucha excitación también…

Amalia sonrió, sumamente satisfecha por el éxito de la cacería y dijo:

-Bien, la ceremonia de graduación ha finalizado. Areana Acevedo ya es una sumisa de mi propiedad. Marisa, llevala a la cucha, esposala con las manos atrás y engrillale los tobillos. Vos, Milena, quedate.

Ninguna pudo ver la expresión de angustia con que Areana escuchó la orden, porque se había ilusionado con que al terminar la ceremonia su dueña la cogiera, pero en cambio andaba en cuatro patas de regreso a la habitación-celda llevada de la cadena del collar por la mujerona, mientras de su concha manaba un río de flujo.

A todo esto, en el living, Amalia instruía a Melina:

-Oíme bien. Esta noche Elena y yo la vamos a coger a mi sumisita. La vamos a desvirgar. Quiero que la prepares con una buena manguereada y una enema, porque le vamos a dar por el culo también. Quiero que vos o Marisa la lleven a mi habitación a las diez de la noche, y como siempre, con su collar y en cuatro patas.

-Bien, señora, ¿algo más?

-¿Te quedás a cenar conmigo? –preguntó Amalia dirigiéndose a Elena.

-No, tengo cosas que hacer, pero a las diez estoy de vuelta para gozar de la perrita.

-Está bien. Milena, teneme preparada la cena para las ocho y media.

-Sí, señora, ¿puedo retirarme?

-Podés.

Y al quedar solas, Elena insistió con un tema que venía obsesionándola:

-No seas turra. Contame qué planes tenés para Eva.

Amalia dibujó con sus labios una sonrisa perversa y dijo:

-Ya te vas a enterar.

Elena procuró disimular su frustración y preguntó:

-¿Cuándo le vas a devolver a Areana?

-Mañana.

-¿Puedo estar yo?

-Podés. Venite a las cinco de la tarde. La voy a convocar para esa hora.

-Che, ¿puedo adelantarle eso a Eva?

Amalia pareció reflexionar y finalmente dijo:

-Sí, contale que mañana le devuelvo a su hijita.

……………

Poco antes de las diez de la noche, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, ambas desnudas y esperando a Areana, que poco después hacía su entrada conducida de la cadena por Milena.

La niña estaba ardiendo, porque la manguereada de la asistente y la enema posterior presuponían sexo con su dueña, pero se puso más caliente aún cuando advirtió la presencia de Elena.

“Me van a coger entre las dos…” se dijo con un poco de miedo ante la posibilidad de sufrir cuando la desvirgaran, pero también extremadamente excitada.

-Podés retirarte, Milena. –dijo Amalia y de inmediato le ordenó a la sumisita:

-Vení, Areana… Acercate…

-Sí, señora… -murmuró la niña y se desplazó hacia los pìes de la cama, donde estaban la dueña de casa y Elena, que pidió:

-Hacé que se pare, quiero verla completa.

-Parate, nena. -ordenó Amalia. –Abrí las piernas y poné las manos atrás.

-Sí, señora…

Cuando ambas tuvieron a la niña exhibiéndose en esa posición Elena la observó de frente un momento, relamiéndose con esas tetitas deliciosas que cabían en la palma de la mano, con esa cinturita alta y fina, con esas piernas largas, de muslos admirablemente torneados, y luego comenzó a girar hasta ubicarse a espaldas de la sumisa.

-Poné las manos en la nuca, tesorito. –le ordenó. Areana lo hizo y entonces Elena tuvo a merced de sus ojos afiebrados de calentura ese culito empinado, redondo y firme con el cual se relamió durante un instante. Por último, volvió junto a Amalia:

-Me parece increíble estar viviendo esto… Tener en nuestras manos a semejante bocadito…

Amalia rió y fue hasta el placard, para volver con un cofre del cual extrajo su arnés de cintura con el dildo doble, un pulg anal y el pote de vaselina.

-A la cama, putita, ¡vamos! –le ordenó a Areana y ésta obedeció de inmediato. Mientras trepaba al lecho recordó las veces que con compañeras del colegio habían hablado sobre el desvirgamiento: “duele mucho” “no duele tanto” “no a todas les duele igual” “duele pero enseguida se pasa” “duele y no se siente placer”, y así las opiniones diferían y ninguna tenía certeza alguna respecto de ese momento tan especial que ahora iba a vivir ella, con miedo, pero también con deseo de experimentarlo en manos de esas dos mujeres maduras y tan atractivas.

-De espaldas, perrita. –ordenó Amalia y una vez en esa posición tuvo a su dueña a la derecha y a Elena del otro lado, ambas tendidas de costado, pegadas a ella, estremeciéndola con el contacto de sus cuerpos y las caricias de esas manos que la recorrían lentamente, desde el cuello hasta las ingles evitando esa vulva de la que pronto comenzó a manar flujo. Manos y bocas la hacían su presa. Cuatro labios la besaban, dos lenguas lamían sabiamente su piel erizada y dos manos no cesaban de recorrerla, de asentarse por un momento en sus tetas, en sus pezones ya duros y erguidos al máximo. La sumisita gemía y suplicaba entre jadeos cada vez más roncos de calentura.

Cuando Amalia estimó que ya la tenían suficientemente excitada y hambrienta, decidió que era el momento de atormentarla postergando su satisfacción sexual y, en cambio, obligándola a que fuera ella quien les diera placer a sus dominadoras.

-No puedo… No puedo más, señora… Por favor… ¡Por favor!...

Amalia se apartó, lo mismo hizo Elena y con ambas incorporadas a medias junto a la la niña la dueña de casa dijo:

-¿Por favor, qué, perrita puta?...

-Necesito desahogarme, señora… Estoy muy caliente…

-¿Y te parece lógico que te desahogues antes que nosotras?

-No sé, señora… No sé… -contestó Areana al borde del llanto, de tanta tensión que soportaba.

-Sos una perra sumisa, Areana, sólo eso… Y una perra sumisa no puede de ninguna manera gozar antes que su dueña y de cualquiera que la esté usando, como en este caso mi amiga Elena.

-Por favor…

-Elena, acostate de espaldas con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas. –indicó Amalia para después adoptar ella la misma posición.

-Te vamos a hacer gozar, putita, pero eso será después de que vos nos hagas gozar a nosotras. Queremos tu lengüita en nuestras conchas y embadurnate el dedo índice y el del medio con vaselina, tomá (y le alcanzó el pote), porque con esos deditos no vas a penetrar por el culo. ¡Vamos! Empezá por la visita.

Areana estaba agitadísima, con las mejillas ardiendo y su conchita convertida en una catarata de flujo. Se untó los dedos con vaselina, se acomodó entre los muslos de Elena y se inclinó hasta llegar con su rostro a la vagina rasurada y brillante de jugos. Elena entreabrió sus labios externos y la sumisita hundió entre ellos su lengua, para deslizarla inmediatamente de arriba abajo a ritmo rápido hasta que Elena le ordenó:

-No te apures, pendeja… Despacio, quiero sentir tu lengüita en cada centímetro de mi concha… -la niña hizo lo ordenado y cuando sintió la dureza del clítoris se dedicó a sorberlo con sus labios y a lamerlo mientras Elena respiraba con fuerza, jadeaba y la alentaba a seguir:

-Así… así, perrita puta… Así, pendeja… ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiii!... Meteme los dedos… ¡Meteme los dedos en el culo!... –y Areana se los metió de un solo envión hasta los nudillos, a favor de la vaselina que los embadurnaba, y mientras seguía trabajando con su lengua en esa concha que era un río movía sus dedos hacia atrás y hacia delante una y otra vez. Cada tanto bebía el flujo y seguía después lamiendo y sorbiendo hasta que las convulsiones y roncos jadeos de Elena le indicaron que el orgasmo estaba próximo. Segundos después la hembra estallaba entre alaridos en un orgasmo interminable mientras aferraba por el pelo a Areana y le ordenaba que bebiera toda esa abundante sustancia que salía a borbotones de la concha. Areana bebía y bebía y cuando lo hubo tragado todo Elena la soltó y fue Amalia quien la atrajo hacia ella tomándola por el pelo y haciéndola gatear hasta que la sumisita estuvo entre sus piernas.

-Antes de ocuparte de mi concha vas a tomar la teta. –le dijo su dueña y esas palabras resonaron en lo más profundo de su inconsciente.

-Sí, mam… ¡Sí, señora, sí!... –dijo y se tendió sobre el cuerpo de Amalia para encerrar entre sus labios ansiosos uno de los pezones mientras sentía la presión de los potentes muslos de su dueña en sus caderas. Sorbió y lamió un rato largo y gozando intensamente mientras escuchaba los gemidos de Amalia, a quien ese fallido de la niña a punto de llamarla “mamá” le develaba el porqué su presa se había rendido tan pronto. Se dio cuenta Amalia que Areanita había encontrado en ella a esa madre que no tuvo en Eva. Sonrió malévolamente y se entregó nuevamente al goce que estaba sintiendo con los labios y la lengua de la sumisa en sus pezones, hasta que le dijo:

-Ya está bien de esto, perrita mamona, ahora te quiero en mi concha…

-Sí, señora… Todo… todo lo que… lo que usted quiera de mí… -murmuró agitada y exploró con su lengua la vagina de su dueña mientras le metía los dedos en el culo. A su lado, Elena, ya recuperada del intenso trajín sexual, no quiso permanecer ociosa ante semejante espectáculo. Tomó el pote de vaselina, se untó el dedo índice y el dedo medio de su mano derecha, se ubicó detrás de Areana y la sorprendió penetrándola con esos dedos hasta los nudillos, luego de forcejar un poco ante lo estrechísimo de ese sendero sin estrenar hasta ese momento. Areana dio un respingo, pero Elena la controló con un grito:

-¡Quieta, pendeja! –y la sumisa siguió trabajando con su lengua y sus labios en la concha de Amalia mientras esos dedos que la penetraban por el culo la tenían ardiendo de placer. Poco después Amalia explotaba en un orgasmo largo y violento y Areana bebía la eyaculación hasta la última gota mientras Elena, echada sobre su espalda, le metía las manos por debajo del pecho, le masajeaba las tetitas y cada tanto le estiraba y retorcía los pezones provocándole un volutptuoso dolor que la niña disfrutaba con todo su ser.

Minutos después, con las tres ya repuestas, sudorosas y con deseos de seguir sumergidas en el desenfreno sexual, Amalia dijo:

-Bueno, llegó el momento de que te desvirgue, perrita puta.

-Sí, señora… Sí… Por favor… Quiero… quiero perder mi virginidad con usted…

Amalia comenzó a colocarse el dildo doble con el arnés de cintura y mientras lo hacía dijo:

-¿”Quiero”, dijiste?...

Areana no comprendió, movió la cabeza, confundida y temerosa y dijo:

-No entiendo, señora…

-Grabate en tu cerebro de perra lo que voy a decirte. Una sumisa no puede querer nada. Una sumisa, cuando tiene una necesidad, suplica por la satisfacción de esa necesidad. ¿Entendiste?

Areana sintió que sus mejillas enrojecían de vergüenza y experimentó un doloroso sentimiento de culpa.

-Sí, señora, entendí y le pido perdón por mi insolencia… -murmuró.

-Bien, que sea la última vez, mocosa.

-No volverá a pasar, señora…

-Espero que así sea, por tu bien. –dijo Amalia y luego le ordenó a la sumisa que se pusiera en cuatro patas. Inmediatamente embadurnó el dildo delantero mientras sentía el goce que le procuraba el otro, ya metido en su concha. Le dio a Elena el plug anal luego de envaselinarlo y le dijo:

-Penetrala por el culo.

-Será un placer. –aseguró Elena tomando el dildo y dirigiéndolo lentamente hacia el objetivo. Puso un poco de vaselina en la diminuta y rosada entradita y apoyó allí la punta del plug, haciendo corcovear a Areana. Amalia le dio un fuerte chirlo y exigió:

-¡Quieta, potranca!

-Perdón, señora… perdón…

Elena, a la izquierda de la niña, a la altura de su cadera, comenzó a introducir el plug lentamente, mientras Areana gemía y movía sus ancas de un lado al otro. En ese momento Amalia la penetró despacio por la vagina hasta que el dildo dio contra la membrana virginal y la traspasó con un mínimo dolor para Areana y apenas un delgado hilito de sangre. Amalia sonrió complacida y embistió confiada hasta meter el dildo totalmente mientras Areana se entregaba por completo al intenso goce que sucedía a ese fugaz ramalazo de dolor con que había pagado su desfloramiento. En la cumbre de ese placer físico y mental cuyas dimensiones no había sido capaz de imaginar, movía su culo complementando los rítmicos embates de Amalia con su pene artificial hasta que empezó a sentir los síntomas previos al orgasmo. Se entregó en cuerpo y alma a esas sensaciones indescriptibles de tan placenteras y cuando el orgasmo la estremeció de pies a cabeza todo su ser se expresó en ese grito interminable que la acompañó en su caída boca abajo sobre la cama. Allí quedó jadeando roncamente, plena y dichosa como nunca al tomar conciencia de que su nueva vida, su verdadera vida, había comenzado y le pertenecía a su dueña, la señora Amalia, que la dio vuelta, le metió dos dedos en la conchita y cuando los extrajo empapados de la sustancia eyaculada le ordenó abrir la boca y se los metió allí:

-Limpia mis dedos de tus fluidos, putita. –y areana, sumida en el éxtasis de la felicidad, bebió una y otra vez su líquido eyaculatorio que Amalia iba extrayendo de esa concha recién desflorada. Media hora después, Marisa higienizaba a la sumisita con la manguera en el baño de la habitación-celda y la metía luego en la cucha, aunque sin esposarla ni engrillarle los tobillos.

Mientras tanto, ya duchadas y mientras Elena se vestía, Amalia le daba sus instrucciones para el día siguiente:

-Bueno, Areana ya está en la jaula y ahora voy por su mami. Mañana la llamo para que venga a las cinco de la tarde a llevarse a su cachorra. Vos hablale y decile que la pasás a buscar.

-Perfecto. ¿Y qué vas a hacer con ella? ¿Cómo la vas a atrapar?

Amalia emitió una risita y dijo:

-No seas impaciente. Ya te vas a enterar mañana.

(continuará)

Esa tarde, Elena le contaba a Amalia su visita a Eva.

-Se asombró cuando le dije que ibas a devolverle a Areana mucho antes de lo previsto y está muy ansiosa por tener otra vez con ella a su cachorra.

-Dependerá de cómo responda la nena a la próxima prueba de obediencia. Si la supera vendrá la graduación como sumisa y después sí la devolución a su mami.

-¿Qué es eso de la graduación? –quiso saber Elena.

-Una ceremonia conmigo, la pupila, Marisa y Milena.

-¡Pero dame detalles!

-Te calentaste, zorra… -dijo Amalia en tono burlón.

-Y sí, me suena excitante eso de la pendeja con ustedes para ser graduada como sumisa. ¡Dale, contame!

-No, mejor te invito a que participes con nosotras cuando llegue el momento.

-¡Sos una hija de puta! ¡¿Me vas a dejar con la intriga?!

-Así es.

-Bueno… -dijo Elena resignada. – Espero que esa ceremonia me compense esta frustración.

-Te va a compensar con creces. –prometió Amalia.

……………

Una semana después, mediante la pomada y el hielo, los moretones habían desaparecido del culo de la pupila. La niña estaba en condiciones de ser sometida a una nueva prueba de obediencia y Amalia confiaba en que fuera la última.

Era el atardecer cuando dispuso que Milena se la llevara a su habitación.

-Adelante. –autorizó al escuchar los llamados a la puerta. Entonces entró primero la asistente empuñando la cadena del collar y luego la pupila en cuatro patas.

-Dejamelá. –dijo Amalia y Milena se retiró.

Al quedar solas le ordenó a la pupila que girara. Cuando Areana lo hizo exhibió ante la dueña de casa su culito libre ya de toda coloración violácea. Sentada en el borde de la cama, Amalia sonrió complacida y ordenó:

-Volvé a girar. –y Areana quedó otra vez de frente a ella.

-Oíme bien, perrita. Cada vez que yo te dé una orden, antes de obedecerla vas a decir “sí señora”. ¿Entendido?

-Sí, señora.

-Bien. Y esto vale para las órdenes de mis asistentes y de cualquier otra persona de aquí en adelante. ¿Está claro?

-Sí, señora.

-Muy bien, putita, muy bien. Y ahora escuchame con atención.

-Sí, señora. –musitó la niña sintiendo otra vez lo que sentía siempre en presencia de Amalia: miedo, respeto y excitación, una suma de sensaciones a las que ahora se sumaba algo tan inquietante como inevitable y morbosamente excitante. Era la noción de que estaba sintiendo a su educadora como esa figura de madre que le hubiera gustado tener y que no había encontrado en la suya. Una madre dominante, rigurosa, capaz de marcarle el camino y tenerla a rienda corta, capaz de castigarla y descubrirle los altos valores de la obediencia y la sumisión, como había hecho Amalia. Semejante revelación la conmovió, pero a la vez la llenó de dicha y de una plenitud como jamás había experimentado.

Amalia había comenzado a hablarle mientras sostenía en su mano la cadena del collar:

-Voy a someterte a una nueva prueba de obediencia, perrita, y espero de todo corazón que la superes para poder graduarte como sumisa. Confío en que ya estés lista para comenzar tu nueva vida, tu verdadera vida, porque sin duda lo que viviste hasta ahora fue apenas una simulación, no tu vida.

Areana la escuchaba temblando de ansiedad por el efecto que habían provocado en ella las palabras de Amalia. Sentía que su educadora le estaba desnudando el alma, la mente, todo su ser, y esto colmaba su corazón de agradecimiento.

-Si superás la prueba, si me demostrás que sos ya una auténtica sumisa, me vas a hacer muy feliz.

“Sí, mamá…” pensó la niña y un fuerte estremecimiento la sacudió de pies a cabeza.

-¿Puedo hablar, señora? –preguntó con voz temblorosa.

-Sí, hablá.

-Espero ansiosamente esa prueba y la voy a superar…

-¿Por dura o desagradable que te parezca?

-Sí, señora… confirmó Areana en medio de una excitación cada vez más intensa.

No era menor la calentura de Amalia ante la manifiesta entrega de la niña. Se desnudó, se quitó las chinelas y dijo:

-Bueno, perrita, vamos al baño.

Una vez allí Areana debió tenderse de espaldas en la amplia bañera. Amalia se sentó a horcajadas sobre el estómago de la pupila y fue irguiéndose mientras buscaba la posición exacta. Cuando consideró que la había encontrado ordenó:

-Abrí bien grande la boca, putita. Voy a orinarte ahí y te vas a tragar todo mi pis.

-¡Sí!... ¡Sí, señora, síiiiiiiiiiiiiiii! ¡Mee en mi boca! –suplicó Areana con la voz enronquecida por el más intenso morbo.

En el rostro de Amalia se dibujó una expresión perversa. Se entreabrió los labios externos de su vagina y expelió un largo chorro de orina que luego de salpicar la cara de la niña hizo blanco en su boca desmesuradamente abierta. Mientras tragaba el pis, que por momentos la sofocaba, arqueó sus caderas hacia arriba, como buscando un estrecho contacto físico con esa mujer que en ella cobraba dimensiones cada vez más extraordinarias.

Por fin la meada cesó y Amalia deslizó un poco hacia atrás sus nalgas sobre los muslos de la niña, se inclinó luego hasta casi pegar su cara a la de Areana y murmuró mientras le acariciaba el cabello y enredaba sus dedos en esa suave maraña oscura.

-Muy bien, perrita… Muy bien… Ya sos una sumisa… Mi sumisa Areana… Una sumisa de mi propiedad…

Areana se estremeció y dijo:

-Sí, señora… ¡Sí!... ¡Soy suya!... ¡Toda suya!...

Amalia se irguió pletórica de satisfacción triunfal, salió de la bañera y tomando la cadena del collar tiró de ella:

-Bueno, arriba, putita.

-Sí, señora… -musitó Areana y salió de la bañera contemplando con mirada caliente la magnífica desnudez de su educadora, para luego seguirla en cuatro patas hacia el dormitorio, donde Milena la fue a buscar y la condujo de regreso a la habitación-celda.

-Esposala y engrillale los tobillos. Está muy excitada y no quiero que se masturbe.

-Bien. señora.

-Después volvé, que yo también estoy ardiendo…

-¡Vuelvo enseguida, señora! –prometió Milena con los ojos brillándole de calentura.

………….

Después de horas de sexo desenfrenado con su joven asistente, Amalia llamó a Elena:

-Superó con creces la prueba de obediencia. –le dijo.

-¡Sos una zorra! ¡Quedamos en que me ibas a avisar para que yo estuviera viendo eso! –se indignó Elena.

-Tenés razón. –admitió Amalia. –Es que me traicionó la ansiedad…

-¿Y en que consistió esa prueba?

-Le hice tragar mi pis.

-¡¡¡¿Qué?!!!

-Lo que oíste, putona. La hice acostar de espaldas en la bañera y meé en su boca. Se lo tragó todo y encima felicísima. Ya está lista la pendeja. Algo le debe haber pasado por dentro. Lo cierto es que aceptó que es una sumisa de mi propiedad. Tengo que averiguar qué está sintiendo para dominarla más y mejor.

-Oíme. Me estoy mojando. Invitame para que yo vea cómo la meás.

-Está bien, te debo eso. Yo te aviso.

-¡¡¡Pronto!!!

-Mañana te llamo. –se comprometió Amalia y en cuanto cortaron la comunicación Elena se tendió en la cama y se masturbó frenéticamente.

…………..

Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, consumida por la ansiedad. Minutos después, Marisa traía a Areana y la dejaba a merced de ambas depravadas.

Elena sintió que todo lo que había estado viviendo en los últimos tiempos ardía como lava de un volcán dentro de ella e inclinándose hacia la niña, que permanecía en cuatro patas, le dijo:

-¿Así que ahora te gusta beber pis, perrita?

-Sí, señora Elena… El pis de la señora Amalia… -fue la respuesta murmurada en voz baja por la niña.

-¿Y qué pasaría si la señora Amalia te ordenara beber el pis de otra persona? –preguntó Elena y le guiñó un ojo a la dueña de casa.

-Lo bebería. –contestó Areana sin vacilar.

La dueña de casa curvó sus labios en una amplia sonrisa mientras en sus ojos brillaba una mirada perversa.

-Ya lo ves, Elena, es totalmente una sumisa y absolutamente mía.

-Claro que lo veo. Nada queda en ella de esa pendeja rebelde que fue.

-Nada. Ahora es la sumisa Areana. Quiero mearla. –dijo Elena.

-Te lo concedo. –fue la respuesta de Amalia, quien agregó:

-Desnudate y te metés en la bañera.

Elena se despojó de sus ropas y acompañó a Amalia camino al baño con Areana en cuatro patas llevada de la cadena de su collar.

Ya con la niña echada de espaldas en la bañera, Elena ocupó el lugar adecuado y una vez que Amalia le hubo ordenado a la pupila que abriera bien la boca lanzó un prolongado chorro de orina hacia el objetivo. La sumisita tragó toda la orina, tosiendo cada tanto pero sin siquiera la más mínima resistencia, provocando la admirada excitación de Elena, que preguntó cómo hablándose a si misma:

-¿Qué hija le vas a devolver a la pobre Eva?

-Mmhhh, eso de devolvérsela es muy relativo. Se la va a llevar a su casa, eso sí, pero Areana ya no le pertenece. Areana es mía.

-Y mientras tanto, ¿con la pobre Eva qué?

-Esa estúpida tendrá de regreso a la perrita una vez que esté graduada.

-¿Se la vas a dejar a ella?

Amalia rió entre dientes:

-¿No acabo de decirte que esta nena sumisa es mía?

-¿Y entonces?

-Ya irás sabiéndolo todo.

-Bueno, sabiendo lo encantadoramente perversa que sos, me gustaría no sólo saberlo sino también participar…

-Dalo por hecho. –aseguró Amalia curvando sus labios en algo parecido a una sonrisa. –Sos tan perversa como yo y eso te garantiza un rol en esta historia, mi querida…

-Estoy muy excitada… ¿No podemos cogerla? –tanteó Elena mientras se tocaba la concha.

-Nada de cogerla hasta que esté graduada. –fue la desalentadora respuesta de Amalia.

-¿Y cuando será eso?

-Lo decido y te aviso. No más de dos o tres días. Si estás tan caliente llamo a Melina y te revolcás con ella.

-Ay, sí, llamala ya…

…………..

Al día siguiente, Amalia decidió que la graduación de Areana como sumisa sería haría el lunes 15. Se puso entonces a trabajar en los detalles de la ceremonia, en primer lugar en el contrato que la pupila iba a firmar en ese acto.

Cuando terminó de redactarlo convocó al living a Melina y Marisa para informarles sobre la ceremonia de graduación de Areana.

-Será el lunes alrededor de las siete de la tarde y voy a invitar a Elena para que participe también. –les dijo y agregó: -Ya hemos graduado a otras perras, así que ya saben cómo será. Vos, Milena, la traés y te ocupás de que se arrodille ante nosotras sin apoyar las nalgas en los talones, mirando al piso y con las manos atrás. Vos, Marisa, leés el contrato y después que lo firmemos ella y yo le hago las preguntas. ¿Entendido?

Ambas asistentes contestaron afirmativamente y Milena preguntó:

-¿Cuándo se la va a devolver a la madre?

-Al día siguiente la hago venir y se la lleva.

Milena y Marisa se retiraron y Amalia llamó a Elena:

-Andá preparándote, putona. La graduación será el el lunes a las siete de la tarde. Después la cogemos y al día siguiente convoco a la mami para que se la lleve.

-Te aviso que ya me estoy mojando… -dijo Elena en medio de una risita nerviosa.

-Porque sos una putona insaciable…

-¿Vos no?

-Admito que también. –dijo Amalia y ambas rieron a carcajadas.

………….

Había llegado el día de la graduación de Areana como sumisa y todo estaba listo para esa ceremonia. Iba a tener lugar en el living del departamento y allí, cuando eran las siete de la tarde, estaban Amalia y Elena esperando que Melina y Marisa trajeran a la pupila.

Minutos después, ambas asistentes entraron con Areana en cuatro patas, llevada de la cadena de su collar por Marisa.

Amalia y Elena las recibieron de pie en el amplio espacio existentre entre la mesa principal y la ventana, que daba al balcón terraza y ocupaba toda la pared.

-Traigan aquí a la perrita. -ordenó Amalia y cuando la tuvo ante ella le dijo en un tono premeditadamente solemne:

-Escuchame con atención, Areana.

-Sí, señora… -murmuró la pupila sintiéndose colmada por una intensa emoción.

-Estás a punto de ser graduada como sumisa. Se acabó tu pupilaje, se acabó tu reeducación y también tu vida en libertad. A partir de ahora vas a ser la sumisa Areana, una sumisa de mi propiedad. Vas a pertenecerme en toda tu persona.

-Sí, señora… -aseveró la niña con voz temblorosa.

-Marisa, leé el contrato. –ordenó la dueña de casa y la mujerona leyó el siguiente documento:

En la ciudad de Buenos Aires, a los 15 días del mes de abril de 2013, se firma el siguiente contrato entre la SEÑORA AMALIA HELGUERA, en adelante SEÑORA AMALIA, y la señorita Areana Acevedo, en adelante la sumisa Areana, para el cumplimiento obligatorio de las siguientes cláusulas:

a)     La sumisa Areana declara saber y aceptar que por este acto pasa a ser, en toda su persona, propiedad de la SEÑORA AMALIA.

b)     La SEÑORA AMALIA se constituye en DUEÑA de la mente y el cuerpo de la sumisa Areana.

c)      La sumisa Areana declara saber y aceptar que carecerá de toda voluntad propia y que la única voluntad que regirá sus actos y su conducta será la voluntad de SU DUEÑA.

d)     La sumisa Areana estará bajo LA AUTORIDAD DE SU DUEÑA durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

e)     La sumisa Areana tendrá los siguientes derechos: comer, dormir, ir al baño, ir al colegio y tener amistades, aunque éstas deberán contar con la aprobación de SU DUEÑA.

f)        Para salir a la calle, la sumisa Areana deberá pedirle permiso a SU DUEÑA, salvo para ir al colegio.

g)     La sumisa Areana deberá ir al domicilio de SU DUEÑA toda vez que ésta la convoque, sin que pueda argüir excusa alguna para no responder a la convocatoria.

h)      LA SEÑORA AMALIA tendrá AUTORIDAD ABSOLUTA sobre todos los aspectos de la vida de la sumisa Areana y todas las decisiones que tome deberán ser acatadas sin apelación posible por la sumisa de referencia.

i)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a castigar a la sumisa Areana de las formas que lo desee, ya sea para castigar alguna indisciplina de la sumisa o simplemente por el placer de hacerlo.

j)        LA SEÑORA AMALIA tendrá derecho a dar a la sumisa Areana el uso que decida darle: silla, perchero, alfombra, inodoro, mesa, etc.

k)      LA SEÑORA AMALIA tendrá el derecho de usar sexualmente a la sumisa Areana de la manera que lo desee y de entregarla para su uso sexual a terceras personas.

l)        LA SEÑORA AMALIA se reserva el derecho de agregar una o más cláusulas si lo estimara necesario.

-¿Entendiste lo que se te leyó, perrita?.

-Sí… Sí, señora… -respondió Areana sintiendo que debido a la ansiedad y la excitación se le hacía difícil respirar.

-Muy bien. Milena, llevala ante la mesa. –ordenó Amalia y cuando Areana estuvo en el lugar indicado se acercó a ella con el contrato y una lapicera.

-Arrodillate, mascota, sin apoyar el culo  en los talones. -le ordenó y una vez que la niña estuvo en esa posición puso el contrato ante ella, le dio la lapicera y le dijo:

-Firmá al pie del texto, a la izquierda.

-Sí, señora… -aceptó Areana y cuando hubo firmado Amalia tomó la lapicera e hizo lo mismo a la derecha de la hoja.

Elena había seguido excitadísima toda la ceremonia, mojada, respirando por la boca y tocándose disimuladamente.

Después de la firma del contrato, Amalia volvió al sitio desde el cual presidía el acto de graduación y una vez allí le ordenó a Milena que condujera a la niña ante ella. La asistente llevó a Areana en cuatro patas hasta su dueña y entonces Amalia le ordenó:

-Besame los zapatos.

-Areana se inclinó y besó ambos zapatos, mientras sentía una profunda devoción por esa mujer sabia que le había hecho posible conocer su esencia y disfrutarla, y no vaciló cuando Amalia le ordenó que lamiera sus zapatos mientras Elena, Melina y Marisa tenían sus conchas inundadas de flujo.

Desde la cumbre de su majestuosa estatura Amalia gozaba intensamente viendo a tan linda perrita lamiendo devotamente sus zapatos.

-Suficiente, mascota. Arrodillate sin apoyar el culo en los talones.

-Sí, señora… -susurró la adolescente, mojadísima ella también.

Y de rodillas escuchó a Amalia:

-Marisa, el juramento.

La asistente le alcanzó un texto que Amalia le dio a Areana.

-Tu juramento de obediencia y sumisión, perrita. Te escucho.

Y Areana, de rodillas y sosteniendo la hoja con manos temblorosas, pronuncio el siguiente juramento:

-Yo… la… la sumisa Areana, juro… juro obediencia ciega, sumisión absoluta y… y docilidad total a mi dueña, la señora Amalia… Juro entregarme a ella en… en cuerpo y alma y no ser sino lo que… lo que mi dueña quiera que yo sea…

Con una sonrisa de satisfacción Amalia quitó el papel de manos de la adolescente, lo entregó a Marisa y dijo:

-Vas a contestarme algunas preguntas, putita.

-Sí, señora…

-¿Tenés conciencia de que ya no sos ni volverás a ser una chica libre?

-Sí, señora…

-¿Lamentás haber perdido la libertad para siempre?

-No, señora…

-¿Qué sentís ahora que sos una sumisa de mi propiedad, Areana?

-Una… una felicidad muy grande, señora… y… mucha excitación también…

Amalia sonrió, sumamente satisfecha por el éxito de la cacería y dijo:

-Bien, la ceremonia de graduación ha finalizado. Areana Acevedo ya es una sumisa de mi propiedad. Marisa, llevala a la cucha, esposala con las manos atrás y engrillale los tobillos. Vos, Milena, quedate.

Ninguna pudo ver la expresión de angustia con que Areana escuchó la orden, porque se había ilusionado con que al terminar la ceremonia su dueña la cogiera, pero en cambio andaba en cuatro patas de regreso a la habitación-celda llevada de la cadena del collar por la mujerona, mientras de su concha manaba un río de flujo.

A todo esto, en el living, Amalia instruía a Melina:

-Oíme bien. Esta noche Elena y yo la vamos a coger a mi sumisita. La vamos a desvirgar. Quiero que la prepares con una buena manguereada y una enema, porque le vamos a dar por el culo también. Quiero que vos o Marisa la lleven a mi habitación a las diez de la noche, y como siempre, con su collar y en cuatro patas.

-Bien, señora, ¿algo más?

-¿Te quedás a cenar conmigo? –preguntó Amalia dirigiéndose a Elena.

-No, tengo cosas que hacer, pero a las diez estoy de vuelta para gozar de la perrita.

-Está bien. Milena, teneme preparada la cena para las ocho y media.

-Sí, señora, ¿puedo retirarme?

-Podés.

Y al quedar solas, Elena insistió con un tema que venía obsesionándola:

-No seas turra. Contame qué planes tenés para Eva.

Amalia dibujó con sus labios una sonrisa perversa y dijo:

-Ya te vas a enterar.

Elena procuró disimular su frustración y preguntó:

-¿Cuándo le vas a devolver a Areana?

-Mañana.

-¿Puedo estar yo?

-Podés. Venite a las cinco de la tarde. La voy a convocar para esa hora.

-Che, ¿puedo adelantarle eso a Eva?

Amalia pareció reflexionar y finalmente dijo:

-Sí, contale que mañana le devuelvo a su hijita.

……………

Poco antes de las diez de la noche, Elena estaba en el dormitorio de Amalia, ambas desnudas y esperando a Areana, que poco después hacía su entrada conducida de la cadena por Milena.

La niña estaba ardiendo, porque la manguereada de la asistente y la enema posterior presuponían sexo con su dueña, pero se puso más caliente aún cuando advirtió la presencia de Elena.

“Me van a coger entre las dos…” se dijo con un poco de miedo ante la posibilidad de sufrir cuando la desvirgaran, pero también extremadamente excitada.

-Podés retirarte, Milena. –dijo Amalia y de inmediato le ordenó a la sumisita:

-Vení, Areana… Acercate…

-Sí, señora… -murmuró la niña y se desplazó hacia los pìes de la cama, donde estaban la dueña de casa y Elena, que pidió:

-Hacé que se pare, quiero verla completa.

-Parate, nena. -ordenó Amalia. –Abrí las piernas y poné las manos atrás.

-Sí, señora…

Cuando ambas tuvieron a la niña exhibiéndose en esa posición Elena la observó de frente un momento, relamiéndose con esas tetitas deliciosas que cabían en la palma de la mano, con esa cinturita alta y fina, con esas piernas largas, de muslos admirablemente torneados, y luego comenzó a girar hasta ubicarse a espaldas de la sumisa.

-Poné las manos en la nuca, tesorito. –le ordenó. Areana lo hizo y entonces Elena tuvo a merced de sus ojos afiebrados de calentura ese culito empinado, redondo y firme con el cual se relamió durante un instante. Por último, volvió junto a Amalia:

-Me parece increíble estar viviendo esto… Tener en nuestras manos a semejante bocadito…

Amalia rió y fue hasta el placard, para volver con un cofre del cual extrajo su arnés de cintura con el dildo doble, un pulg anal y el pote de vaselina.

-A la cama, putita, ¡vamos! –le ordenó a Areana y ésta obedeció de inmediato. Mientras trepaba al lecho recordó las veces que con compañeras del colegio habían hablado sobre el desvirgamiento: “duele mucho” “no duele tanto” “no a todas les duele igual” “duele pero enseguida se pasa” “duele y no se siente placer”, y así las opiniones diferían y ninguna tenía certeza alguna respecto de ese momento tan especial que ahora iba a vivir ella, con miedo, pero también con deseo de experimentarlo en manos de esas dos mujeres maduras y tan atractivas.

-De espaldas, perrita. –ordenó Amalia y una vez en esa posición tuvo a su dueña a la derecha y a Elena del otro lado, ambas tendidas de costado, pegadas a ella, estremeciéndola con el contacto de sus cuerpos y las caricias de esas manos que la recorrían lentamente, desde el cuello hasta las ingles evitando esa vulva de la que pronto comenzó a manar flujo. Manos y bocas la hacían su presa. Cuatro labios la besaban, dos lenguas lamían sabiamente su piel erizada y dos manos no cesaban de recorrerla, de asentarse por un momento en sus tetas, en sus pezones ya duros y erguidos al máximo. La sumisita gemía y suplicaba entre jadeos cada vez más roncos de calentura.

Cuando Amalia estimó que ya la tenían suficientemente excitada y hambrienta, decidió que era el momento de atormentarla postergando su satisfacción sexual y, en cambio, obligándola a que fuera ella quien les diera placer a sus dominadoras.

-No puedo… No puedo más, señora… Por favor… ¡Por favor!...

Amalia se apartó, lo mismo hizo Elena y con ambas incorporadas a medias junto a la la niña la dueña de casa dijo:

-¿Por favor, qué, perrita puta?...

-Necesito desahogarme, señora… Estoy muy caliente…

-¿Y te parece lógico que te desahogues antes que nosotras?

-No sé, señora… No sé… -contestó Areana al borde del llanto, de tanta tensión que soportaba.

-Sos una perra sumisa, Areana, sólo eso… Y una perra sumisa no puede de ninguna manera gozar antes que su dueña y de cualquiera que la esté usando, como en este caso mi amiga Elena.

-Por favor…

-Elena, acostate de espaldas con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas. –indicó Amalia para después adoptar ella la misma posición.

-Te vamos a hacer gozar, putita, pero eso será después de que vos nos hagas gozar a nosotras. Queremos tu lengüita en nuestras conchas y embadurnate el dedo índice y el del medio con vaselina, tomá (y le alcanzó el pote), porque con esos deditos no vas a penetrar por el culo. ¡Vamos! Empezá por la visita.

Areana estaba agitadísima, con las mejillas ardiendo y su conchita convertida en una catarata de flujo. Se untó los dedos con vaselina, se acomodó entre los muslos de Elena y se inclinó hasta llegar con su rostro a la vagina rasurada y brillante de jugos. Elena entreabrió sus labios externos y la sumisita hundió entre ellos su lengua, para deslizarla inmediatamente de arriba abajo a ritmo rápido hasta que Elena le ordenó:

-No te apures, pendeja… Despacio, quiero sentir tu lengüita en cada centímetro de mi concha… -la niña hizo lo ordenado y cuando sintió la dureza del clítoris se dedicó a sorberlo con sus labios y a lamerlo mientras Elena respiraba con fuerza, jadeaba y la alentaba a seguir:

-Así… así, perrita puta… Así, pendeja… ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiii!... Meteme los dedos… ¡Meteme los dedos en el culo!... –y Areana se los metió de un solo envión hasta los nudillos, a favor de la vaselina que los embadurnaba, y mientras seguía trabajando con su lengua en esa concha que era un río movía sus dedos hacia atrás y hacia delante una y otra vez. Cada tanto bebía el flujo y seguía después lamiendo y sorbiendo hasta que las convulsiones y roncos jadeos de Elena le indicaron que el orgasmo estaba próximo. Segundos después la hembra estallaba entre alaridos en un orgasmo interminable mientras aferraba por el pelo a Areana y le ordenaba que bebiera toda esa abundante sustancia que salía a borbotones de la concha. Areana bebía y bebía y cuando lo hubo tragado todo Elena la soltó y fue Amalia quien la atrajo hacia ella tomándola por el pelo y haciéndola gatear hasta que la sumisita estuvo entre sus piernas.

-Antes de ocuparte de mi concha vas a tomar la teta. –le dijo su dueña y esas palabras resonaron en lo más profundo de su inconsciente.

-Sí, mam… ¡Sí, señora, sí!... –dijo y se tendió sobre el cuerpo de Amalia para encerrar entre sus labios ansiosos uno de los pezones mientras sentía la presión de los potentes muslos de su dueña en sus caderas. Sorbió y lamió un rato largo y gozando intensamente mientras escuchaba los gemidos de Amalia, a quien ese fallido de la niña a punto de llamarla “mamá” le develaba el porqué su presa se había rendido tan pronto. Se dio cuenta Amalia que Areanita había encontrado en ella a esa madre que no tuvo en Eva. Sonrió malévolamente y se entregó nuevamente al goce que estaba sintiendo con los labios y la lengua de la sumisa en sus pezones, hasta que le dijo:

-Ya está bien de esto, perrita mamona, ahora te quiero en mi concha…

-Sí, señora… Todo… todo lo que… lo que usted quiera de mí… -murmuró agitada y exploró con su lengua la vagina de su dueña mientras le metía los dedos en el culo. A su lado, Elena, ya recuperada del intenso trajín sexual, no quiso permanecer ociosa ante semejante espectáculo. Tomó el pote de vaselina, se untó el dedo índice y el dedo medio de su mano derecha, se ubicó detrás de Areana y la sorprendió penetrándola con esos dedos hasta los nudillos, luego de forcejar un poco ante lo estrechísimo de ese sendero sin estrenar hasta ese momento. Areana dio un respingo, pero Elena la controló con un grito:

-¡Quieta, pendeja! –y la sumisa siguió trabajando con su lengua y sus labios en la concha de Amalia mientras esos dedos que la penetraban por el culo la tenían ardiendo de placer. Poco después Amalia explotaba en un orgasmo largo y violento y Areana bebía la eyaculación hasta la última gota mientras Elena, echada sobre su espalda, le metía las manos por debajo del pecho, le masajeaba las tetitas y cada tanto le estiraba y retorcía los pezones provocándole un volutptuoso dolor que la niña disfrutaba con todo su ser.

Minutos después, con las tres ya repuestas, sudorosas y con deseos de seguir sumergidas en el desenfreno sexual, Amalia dijo:

-Bueno, llegó el momento de que te desvirgue, perrita puta.

-Sí, señora… Sí… Por favor… Quiero… quiero perder mi virginidad con usted…

Amalia comenzó a colocarse el dildo doble con el arnés de cintura y mientras lo hacía dijo:

-¿”Quiero”, dijiste?...

Areana no comprendió, movió la cabeza, confundida y temerosa y dijo:

-No entiendo, señora…

-Grabate en tu cerebro de perra lo que voy a decirte. Una sumisa no puede querer nada. Una sumisa, cuando tiene una necesidad, suplica por la satisfacción de esa necesidad. ¿Entendiste?

Areana sintió que sus mejillas enrojecían de vergüenza y experimentó un doloroso sentimiento de culpa.

-Sí, señora, entendí y le pido perdón por mi insolencia… -murmuró.

-Bien, que sea la última vez, mocosa.

-No volverá a pasar, señora…

-Espero que así sea, por tu bien. –dijo Amalia y luego le ordenó a la sumisa que se pusiera en cuatro patas. Inmediatamente embadurnó el dildo delantero mientras sentía el goce que le procuraba el otro, ya metido en su concha. Le dio a Elena el plug anal luego de envaselinarlo y le dijo:

-Penetrala por el culo.

-Será un placer. –aseguró Elena tomando el dildo y dirigiéndolo lentamente hacia el objetivo. Puso un poco de vaselina en la diminuta y rosada entradita y apoyó allí la punta del plug, haciendo corcovear a Areana. Amalia le dio un fuerte chirlo y exigió:

-¡Quieta, potranca!

-Perdón, señora… perdón…

Elena, a la izquierda de la niña, a la altura de su cadera, comenzó a introducir el plug lentamente, mientras Areana gemía y movía sus ancas de un lado al otro. En ese momento Amalia la penetró despacio por la vagina hasta que el dildo dio contra la membrana virginal y la traspasó con un mínimo dolor para Areana y apenas un delgado hilito de sangre. Amalia sonrió complacida y embistió confiada hasta meter el dildo totalmente mientras Areana se entregaba por completo al intenso goce que sucedía a ese fugaz ramalazo de dolor con que había pagado su desfloramiento. En la cumbre de ese placer físico y mental cuyas dimensiones no había sido capaz de imaginar, movía su culo complementando los rítmicos embates de Amalia con su pene artificial hasta que empezó a sentir los síntomas previos al orgasmo. Se entregó en cuerpo y alma a esas sensaciones indescriptibles de tan placenteras y cuando el orgasmo la estremeció de pies a cabeza todo su ser se expresó en ese grito interminable que la acompañó en su caída boca abajo sobre la cama. Allí quedó jadeando roncamente, plena y dichosa como nunca al tomar conciencia de que su nueva vida, su verdadera vida, había comenzado y le pertenecía a su dueña, la señora Amalia, que la dio vuelta, le metió dos dedos en la conchita y cuando los extrajo empapados de la sustancia eyaculada le ordenó abrir la boca y se los metió allí:

-Limpia mis dedos de tus fluidos, putita. –y areana, sumida en el éxtasis de la felicidad, bebió una y otra vez su líquido eyaculatorio que Amalia iba extrayendo de esa concha recién desflorada. Media hora después, Marisa higienizaba a la sumisita con la manguera en el baño de la habitación-celda y la metía luego en la cucha, aunque sin esposarla ni engrillarle los tobillos.

Mientras tanto, ya duchadas y mientras Elena se vestía, Amalia le daba sus instrucciones para el día siguiente:

-Bueno, Areana ya está en la jaula y ahora voy por su mami. Mañana la llamo para que venga a las cinco de la tarde a llevarse a su cachorra. Vos hablale y decile que la pasás a buscar.

-Perfecto. ¿Y qué vas a hacer con ella? ¿Cómo la vas a atrapar?

Amalia emitió una risita y dijo:

-No seas impaciente. Ya te vas a enterar mañana.

(continuará)