La reeducación de Areana (7)

Orgía lésbica entre Elena, Milena y Amalia, mientras en la mente de ésta -dominante insaciable- comienza a germinar una idea perversa.

Ya en la habitación-celda, Milena esposó a Areana con las manos atrás y le engrilló los tobillos mientras la pobre jovencita no cesaba de llorar ante la dolorosa tensión sexual que estaba padeciendo. La asistente, en cambio, disfrutaba del sufrimiento de la pupila.

-¿Te gustaría que te hiciera acabar, putita?...

-Sí… sí, señorita Milena, ¡se lo suplico!... por favor… ¡por favor! –rogó Areana con la voz ahogada por los sollozos.

La respuesta fue una carcajada:

-¿Te lo creíste, pendeja idiota? Nada de acabar hasta que la señora no te conceda ese honor. –la desengañó Milena y abandonó la habitación entre risas.

…………..

Durante las siguientes cuarenta y ocho horas continuó la aplicación de la crema en las nalgas y los muslos de la pupila, que al cabo de ese período lucían recuperados, sin huellas de la dura paliza de Amalia, que, entonces, decidió someter a la jovencita a una sesión de castigo duro, además de haber ordenado que la tuvieran en ayunas, sin alimentos ni agua. Alternar placer y trato cruel era su estrategia para quebrarla emocionalmente, para someterla total y definitivamente.

Eran las nueve de la noche cuando Milena y Marisa fueron a buscarla a la habitación-celda, donde Areana seguía esposada y con los tobillos engrillados, para evitar que se masturbara. Echada boca abajo en el piso dijo cuando vio entrar a las dos asistentes:

-Tengo hambre… y quiero agua, por favor… -murmuró la pupila mirándolas con expresión doliente.

Amas se miraron y fue Milena quien se acercó a la adolescente, la sentó tomándola del pelo y le dio una bofetada:

-¿Quién te autorizó a mirarnos y a hablar, perra insolente?. –y volvió a golpearla.

-Perdón… Perdón, se… señorita Milena, ¡perdón!... –musitó Areana en medio de un estremecimiento que la sacudió entera.

-En cuatro patas, putita… ¡Vamos! –le ordenó Marisa. –y en cuatro patas se la llevaron rumbo a la sala de castigos. Cuando se dio cuenta de adónde iban, Areana entró en pánico y en un arranque inconsciente se puso de pie e intentó retroceder mientras gritaba desesperada:

-¡¡¡Noooooooo!!! ¡¡¡No hice nada!!! ¡¡¡No me lleven ahí!!! ¡¡¡Noooooooooooo!!! ¡¡¡Nooooooooooooooooooooooooooo!!!

Pero apenas dio dos pasos las asistentes la sujetaron y fue a parar al piso, de espaldas, con Milena a horcajadas sobre su vientre y abofeteándola duramente en tanto la jovencita no dejaba de gritar y suplicar en vano. Después de varias bofetadas la arrastraron hasta la sala tan temida. Allí esperaba Amalia y Areana, al verla, se libró de las asistentes y llorando desconsoladamente se arrojó a sus pies y renovó sus súplicas:

-No, señora, por favor no… No me castigue… Yo me estoy portando bien… ¡No me castigue!... ¡Por favor!...

-Tenemos que asegurarnos, Areanita, de que vas a seguir portándote bien y cada vez mejor y cada vez vas a ser más obediente y más sumisa. –le dijo Amalia y dio orden de que la pusieran en el caballete mientras la niña mezclaba el llanto con gritos de súplica.

Milena y Marisa la levantaron e inmovilizaron atándola por muñecas y tobillos a los extremos inferiores de las patas, con el torso apoyado en el acolchado forrado con cuero marrón. De esa manera, el culo de la pobrecita quedaba a disposición de Amalia, que en ese momento observaba los instrumentos de azotar hasta que se decidió por una paleta de madera de un centímetro de espesor, diez centímetros de ancho y treinta de largo sin contar el mango, que empuñó con firmeza. Hizo restallar varias veces la paleta en la palma de su mano izquierda y le ordenó a Marisa:

-Amordazala. Me tiene harta con sus estúpidos ruegos.

La mujerona tomó entonces una mordaza de bola y selló la boca de Areana, que a partir de allí sólo pudo emitir gemidos sordos y enronquecidos mientras el llanto seguía brotando de sus ojos y empapándole las mejillas para regocijo de Amalia y sus dos asistentes.

La dueña de casa se ubicó entonces a la izquierda del caballete, un poco por detrás de esa estupenda colita que se le ofrecía indefensa y comenzó a pasar la paleta por ambas redondeces, de un lado al otro y de arriba abajo, provocando el terror de la pupila; un terror que se expresaba en fuertes estremecimientos.

-Bueno, nena, voy a darte otra lección de obediencia. Me has dicho que te portás bien, pero debo asegurarme de que esa conducta no sea transitoria sino definitiva. Debo asegurarme de que tu mente sea la mente de una sumisa, de una perrita faldera. Que no quede en vos ni siquiera el mínimo rastro de esa pendeja indisciplinada que fuiste. –dijo Amalia mientras continuaba sobándole las nalgas con la paleta.

Al oírla, Areana movía desesperadamente la cabeza de un lado al otro, queriendo hacerle entender que ella ya no era eso, que era obediente y sumisa. Su boca trataba de pronunciar un “no” que la mordaza tranformaba en un gemido ininteligible, hasta que de pronto Amalia alzó el brazo, eligió el blanco y le aplicó el primer golpe sobre la nalga derecha.

La sellada boca de Areana emitió un ahogado grito ronco que se prolongó cuando Amalia descargó rápidamente el segundo paletazo, esta vez sobre el cachete izquierdo. La pupila sintió un dolor agudo que se fue intensificando a medida que la zurra iba acumulando azotes. Amalia tenía la mirada brillante y fija en esas nalguitas que se iban coloreando más y más a cada golpe. Milena y Marisa observaban como hipnotizadas el espectáculo hecho de imágenes y sonidos en clave sádica. Milena había metido su mano derecha por debajo de la cortísima minifalda de cuero negro que vestía y se tocaba mientras Marisa respiraba fuerte con la boca abierta.

La paleta seguía restallando sobre las maltrechas nalgas, en las cuales habían comenzado a formarse dos moretones rojizos que iban aumentando su tamaño y viraban poco a poco hacia el tono violáceo. La pobre Areana seguía emitiendo fuertes gemidos  que se hacían cada vez más roncos y corcoveaba a cada paletazos, presa de un dolor ya insoportable y rogando

desesperadamente que aquel suplicio finalizara.

En un momento Amalia detuvo el castigo y observó los grandes moretones que ocupaban casi la totalidad del culo de la niña.

“De esto ya está bien.” Se dijo y resolvió continuar la sesión disciplinaria con otra clase de castigo. Ordenó entonces a sus asistentes que dieran vuelta a la niña y la acostaran de espaldas. Mientras Milena y Marisa cumplían la orden y de la boca sellada de Areana escapaba un hilo de baba, Amalia tomó un par de pezoneras de gran poder de presión y un antifaz ciego y volvió junto al caballete, sobre el cual la pupila ya estaba sujeta de espaldas. Vibró de excitación ante los ojos de Areana en los suyos con una expresión suplicante y de inmediato le colocó el antifaz ciego. Después jugó con los pezones de la pupila hasta que éstos comenzaron a erectarse y rápidamente pinzó uno y otro. El dolor fue intenso, agudo, insoportable de inmediato y Areana renovó sus gemidos y gritos enronquecidos mientras movía la cabeza hacia un lado y el otro con velocidad vertiginosa. No supo la pobrecita cuánto duro semejante tortura mientras se retorcía de dolor todo lo que le permitían las cuerdas que la ataban por muñecas y tobillos al caballete y de su boca amordazada brotaban hijos de baba y gritos ahogados. Por momentos, en medio del tormento, oía algún diálogo entre Amalia y sus asistentes:

-En esos moretones le aplican la pomada que ya saben y hielo en los dos cachetes.

-Bien. señora.

-¿Cree que después de esto ya está lista?

-Veremos cuando la someta a la próxima prueba de obediencia.

Por fin le quitaron las pezoneras y la sacaron del caballete, arrasada en lágrimas, babeante y disfónica de tanto gritar, sostenida de los brazos por Milena y Marisa para impedir que cayera al piso.

Fue la propia Amalia quien le quitó el antifaz ciego y la mordaza y luego de ver que los ojos de la adolescente estaban anegados de lágrimas le dijo:

-Bueno, nena rebelde, espero que hayas asimilado le lección.

-Señora, yo… yo ya no soy rebelde… Se lo… se lo juro… Se lo juro… -aseguró Areana con un hilo de voz.

-Ya lo veremos… -fue la sugerente respuesta de Amalia, quien luego ordenó a las asistentes que llevaran a la pupila a su habitación-celda y terminaran con el ayuno

De regreso al cuarto que le servía de oficina recibió en su celular un llamado de Elena:

-¿Cómo va eso? –quiso saber la entregadora.

-Supongo que falta muy poco. –comentó Amalia.

-Mmmhhhhhhh, qué bueno…

-Acabo de darle muy duro y creo que ya la tengo casi quebrada.

-¡Qué rápido! –se admiró Elena.

-Sí, es que esta pendeja ya era sumisa sin saberlo. Ahora veremos cómo responde a la próxima prueba de obediencia. Si la supera ya está lista para ser graduada. Y decime, ¿su mami cómo está?

-Ansiosa y extrañando a su pollita.

-Linda hembra la mami.

-Mmmhhhhh, sí, es cierto…

-La vi una sola vez pero la recuerdo con lindas ubres, gran culo y buenas piernas.

-La recordás bien.

-Y creo que hasta un poco convenientemente estúpida. –siguió Amalia.

Del otro lado se escuchó la carcajada de Elena:

-¿Te parece?

-Estoy segura. Típica debilucha que no sabe dónde está parada.

-Che, ¿qué se te está pasando por la cabeza?

-Nada en especial, zorra. Oíme, ¿querés venir a ver a la pichona?

-¡¿En serio me lo preguntás?! ¡¡¡Claro!!! ¿Cuándo puedo ir?

-Mañana mismo te espero a almorzar.

-Hecho. –dijo Elena y ambas cortaron la comunicación después de acordar que se verían a la una de la tarde.

………….

Marisa bajó a franquearle la entrada al edificio y apenas estuvo ante Amalia, en el living del departamento, Elena dijo ansiosa:

-Muero por verla, contame cómo está.

-Ya te lo dije, creo que ya casi quebrada y en este momento con dos grandes moretones en sus nalguitas por la paliza que le di ayer.

-Me hablaste de una próxima prueba de obediencia.

-Así es.

-¿Y en qué va a consistir esa prueba?

-¿Te gustaría presenciarla?

-¡Claro! –se entusiasmo Elena.

-Bueno, yo te aviso cuando se le vayan los moretones, por si no supera la prueba y tengo que seguir dándole.

Almorzaron servidas por Marisa, que echaba furtivas miradas a Elena, y luego de una breve sobremesa se dirigieron a la habitación-celda, donde Melina tenía a la pupila echada boca abajo en el piso y le estaba aplicando la pomada.

Saludo al ver entrar a Amalia con Elena y dijo:

-Ya termino, señora.

Un instante después se puso de pie impresionando a Elena con lo breve de su vestuario: una cortísima minifalda de jean azul y una musculosa blanca cuya parte inferior apenas si alcanzaba a cubrirle las tetas.

-Podés retirarte. –dijo Amalia y cuando la asistente iba hacia la puerta Elena le murmuró al oído a la dueña de casa:

-Mmhhh, dejala que se quede, es un regalo para la vista…

Amalia sonrió, divertida, y dijo:

-No, Milena, mejor quedate por si te necesito.

-Sí, señora. –contestó la chica en el momento que su mirada se cruzó con la de Elena y en los labios de ambas se dibujó una prometedora sonrisa.

Después, cachonda por lo que aparecía como una posibilidad muy cierta de goce con la asistente, Elena se inclinó hacia Areana, que la había reconocido por la voz.

-¿Mamá le pidió que venga?...

-“Hola, señora”… -dijo Elena.

-Perdón, perdón… Hola, señora…

-Eso está mejor… -aprobó la visitante.

-Sí, Areanita, tu mami me pidió que venga a verte, ya que por el contrato educativo a ella no le está permitido. Pero está ansiosa por saber cómo marcha tu reeducación.

-Bien… Bien, señora, yo… yo ya soy muy obediente… La señora Amalia dice que soy una sumisa…

-Ah, pero mirá vos qué interesante, ¿y sabés lo que significa ser una sumisa?... –tanteó Elena.

-Sí, me lo explicó la señora Amalia…

-Bueno, decime.

-Es que… me da… me da un poco de vergüenza, señora…

-Oíme, chiquita, eso no está nada bien. Me dijiste que ya sos muy obediente y yo quiero que me cuentes qué es ser una sumisa. –dijo Elena endureciendo el tono de su voz, cambio que asustó a la jovencita.

-Sí… sí… Ser una sumisa es… es excitarse cuando a una le dan órdenes y cuando una obedece… Ay, me da mucha vergüenza… Es que a una la excite cuando la humillan, cuando… cuando la maltratan, cuando la castigan pero no muy duro… Eso… eso me dijo la señora que es ser una sumisa…

Elena la había escuchado muy cachonda y admirada del cambio que Amalia había logrado en la niña con su tratamiento. De aquella mocosa insoportable, desobediente, indisciplinada, insolente, una verdadera potranca salvaje, no quedaba nada, sin duda, y en cambio Areana era ahora una sumisa en la etapa final de su adiestramiento.

-¿Qué te parece? –preguntó Amalia, de pie junto a Melina y con una amplia sonrisa de satisfacción.

-Que sos genial, mi querida. –fue la respuesta de Elena, quien dirigiéndose nuevamente a Areana preguntó:

-Bueno, niñita, ¿qué le digo a tu mami? ¿que estás bien? –y le guiñó un ojo a Amalia.

-Sí… sí, señora, por favor, dígale que estoy bien…

-Muy bien, querida, tu mami se va a poner muy contenta cuando le cuente que estás bien y que ya sos muy obediente…

-Bueno, ya está, terminó la visita. –dijo Amalia y Elena se despidió de Areana con un:

-Hasta prontito, dulce, portate bien.

Y las tres abandonaron la habitación. Milena amagó con retirarse y entonces Elena le dijo:

-Ay, no, mi amor, vos estás a cargo de Areanita y me gustaría hacerte algunas preguntas. Acompañanos al living.

-¿Puedo, señora Amalia?

-Sí, pero antes prepará café y llevá tres pocillos al living.

-Sí, señora… Gracias… -dijo la asistente mientras Elena se la comía con los ojos.

Una vez en el living, Elena dijo:

-Me imagino que no tendrás inconvenientes en que me la coma, ¿cierto?...

-Por supuesto que no, tesoro, y es más, ésta comparte el cuarto con Marisa, pero Marisa salió a hacer unos trámites y no vuelve hasta la noche, así que podés revolcarte ahí con ella.

-¡Sos una genia!... –se exaltó la visitante, pero luego pareció pensar en algo y preguntó:

-¿Y vos?...

-Yo, ¿qué?...

-Digo, ¿no te gustaría sumarte?...

-¿Sabés que sí? –contestó la dueña de casa. –Ahora que lo pienso hace bastante que no me la cojo.

En ese momento vovió la asistente, depositó la bandeja con el café en la mesa ratona frente al sofá y cuando fue a sentarse Amalia y Elena le hicieron lugar entre ambas. Milena aceptó el sitio sonriendo sensualmente, imaginando lo que se venía y, perra en celo como era, sintió que de su concha brotaban las primeras gotas de flujo.

-Tomemos el café, putas… -decidió Amalia, que no era partidaria de las cosas apuradas y mucho menos si de sexo se trataba.

Comenzaron a beberlo y Amalia le dijo a Elena:

-No te conté nunca la historia de Milena, ¿cierto?

-No, ¿es interesante?... –quiso saber la visitante.

-Mmmhhh, creo que sí. –contestó Amalia mientras Milena sonreía divertida.

-Esta chica me fue traída por una pareja lesbiana que ella tenía, Hortensia se llamaba esa señora, para que aquí la educáramos en la obediencia. En ese momento éramos Marisa y yo, y la educamos hasta convertirla en una perrita faldera, en una marioneta. Sin  embargo, hete aquí que una noche, mientras me la cogía antes de devolvérsela a Hortensia, esta perra putísima me rogó que la dejara aquí, no quería volver con su pareja sino sumarse a Marisa como asistente y participar del adiestramiento de futuras pupilas.

-Interesante… Muy interesante… -opinó Elena mientras, ya consumido el café por parte de las tres, apoyaba una mano en la rodilla derecha de Milena. La asistente le cubrió la mano con la suya, le sonrió, insinuante, y ambas siguieron escuchando a Amalia:

-Acepté su ruego y desde entonces está aquí, conmigo.

-¿Y qué pasó con Hortensia cuando no le devolviste a su nena? –se interesó Elena.

-Vino, reclamó, protestó e insultó, pero tuvo que rendirse a la evidencia cuando Milena le dijo que no quería volver con ella sino quedarse aquí, y la muy putita se lo dijo mientras me abrazaba y me comía a besos. –completó la dueña de casa en tanto se apoderaba con su mano derecha de la otra rodilla de la joven.

A Elena la excitaba la dominación y el relato de Amalia la había puesto a punto. Liberó su mano de la de Milena y la hizo ascender lentamente por el muslo, mientras Amalia, al verla, hacía lo mismo con la otra pierna de la asistente, que había comenzado a respirar por la boca. Cuando las manos de Amalia y de Elena llegaron a destino descubrieron que Milena no llevaba bombacha y también comprobaron que de la concha de la joven manaba abundante flujo. Amalia metió dos dedos, jugueteó un instante con ellos adentro y después los extrajo empapados, para acercarlos a la boca de Milena:

-Bebé tus jugos, puta… -dijo y la asistente obedeció. Estuvo sorbiendo sus propios flujos un rato, con los ojos cerrados hasta que por fin Amalia le quitó los dedos de la boca y el ritual recomenzó con los dedos de Elena mientras Amalia le quitaba la musculosa a Milena y se aplicaba a besarle las tetas, a lamerlas largamente y a sorberle los pezones, que por momentos mordisqueaba con cierta fuerza, haciendo gemir a Milena sumida en una voluptuosa mezcla de dolor y placer.

-Hagámoslo acá… -dijo de pronto Amalia retirando su boca de las tetas de su asistente.

-Sí… sí… -aceptó Elena. –Estoy ardiendo… -reconoció mientras se abalanzaba sobre las ubres que Amalia acaba de liberar.

La dueña de casa apartó la mesa ratona y luego derribó a las dos hembras sobre la alfombra. Fue hasta el dormitorio y volvió desnuda, con el dildo del arnés de cintura y un pote de vaselina, Se acercó a ambas mujeres, que se estaban comiendo a besos, con la asistente ya sin ropas, y luego de darles algunas palmadas en las nalgas les ordenó separarse.

-Desnudate, Elena, quiero verte con este chiche puesto. –dijo y le dio el dildo de cintura. Elena lo tomó con expresión fascinada y luego de contemplarlo un rato con ojos brillantes lo puso sobre el sofá para desnudarse bajo la mirada caliente de Milena, que se sobaba las tetas con expresión ansiosa. Por fin la visitante exhibió su desnudez, madura y apetecible, y a Milena le costó no echarse sobre ella.

-Mmmmhhhh… Nunca te había visto así, querida, y tengo que decirte que los años no pudieron nada con tu belleza…

Elena sonrió ante el halago, se puso el arnés de cintura con el dildo delantero y el otro posterior, que le arrancó un gemido de placer cuando entró en su concha ya muy lubricada, y se acercó a Milena contoneando provocativamente las caderas.

-Ponete en cuatro patas, zorrita. Vas a ser nuestro manjar. –ordenó Amalia y la asistente obedeció de inmediato, cada vez caliente.

-Es toda tuya, Elena. –dijo y le alcanzó el pote de vaselina.

La visitante lo tomó y dijo a su vez.

-Le voy a dar por el culo, ¿podrías entreabrirle las nalgas así puedo lubricarle ese agujero?

-Claro que sí. –contestó Amalia y mantuvo a la vista la pequeña entradita mientras Elena la embardurnaba con vaselina y como al pasar metía un poco el dedo índice, arrancándole a Milena un gemido de placer. Inmediatamente puso vaselina en la cabeza del dildo, lo empuñó y sin grandes dificultades logró meter enseguida esa imitación del glande, pero se detuvo. Milena, que había esperado y ansiado la penetración a fondo, exhaló un gemido:

-Por favor, señora… ¡Métamelo todo!... por favor…

-Ah, tenés hambre, ¿eh, grandísima puta? –intervino Amalia mientras arrodillada frente a la joven se apoderaba de sus tetas y comenzaba a sobarlas.

-Sí, se nota que tiene el culo hambriento la muy zorra. –dijo Elena. –Bueno, a darle de comer entonces. –y esta vez sí clavó el dildo hasta el fondo. Milena lanzó un grito ronco y comenzó a mover sus caderas acompasando el ritmo de la penetración. Amalia dejó de jugar con las ubres y se tendió de espaldas, con las piernas encogidas y las rodillas bien abiertas delante de su asistente.

-Bajá la cabeza, perra en celo, que mientras Elena le da de comer a tu culo vas a honrarme con tu lengua hasta hacerme acabar. ¡Vamos! –ordenó la dueña de casa, que de inmediato obtuvo los primeros lengüetazos de su asistente. Milena sabía mucho de tal menester, que le encantaba, y puso a trabajar su lengua con entusiasmo y habilidad mientras gozaba intensamente del ir y venir de ese ariete en su culo.

Elena sintió al cabo de un rato, mientras escuchaba los gemidos y jadeos de Amalia, que su orgasmo no tardaría en llegar, convocado por el dildo posterior y ese suplemento flexible que estimulaba su clítoris. Pensó que debía atender el clítoris de Milena en tanto la culeaba y pasó su mano derecha por debajo del vientre de la chica, que al sentir de pronto esos dedos en su botoncito detuvo por un momento su trabajo en la concha de Amalia.

-¡Seguí, puta! ¡No pares o te despellejo el culo a varillazos! –exigió la dueña de casa, y Milena continuó deslizando su lengua por ambos costados de la concha una y otra vez, metiéndola cada tanto en el orificio y cada tanto volviendo al clítoris, sorbiéndolo y lamiéndolo alternativamente hasta que Amalia comenzó a gritar:

-¡¡¡Así!!! ¡¡¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!... ¡¡¡Así, puta, no pares!!!...

¡¡¡Aaaahhhhhhhhhhhhhhh!!! ¡¡¡Así!!! ¡¡¡Así!!! –y segundos después estallaba en un violento orgasmo que la tuvo por un momento agitándose en convulsiones echada de costado sobre la alfombra. Inmediatamente acabó Elena, jadeando como animal y con las manos crispadas en las caderas de Melina que, a su vez, se corrió largamente entre gritos. Elena derribó a la joven de espaldas sobre la alfombra, se quitó rápidamente el arnés y se ubicó a horcajadas sobre el rostro de la asistente, a la que le ordenó que bebiera su abundante eyaculación.

-Hasta la ùltima gota, ¿oíste, zorra?

-Sí… sí, señora… me la voy a tragar toda… Me encanta…

-Más te vale, puta. –dijo Elena sorprendiéndose de haber tenido esa expresión típica de una dominante.

……………

Una hora más tarde las tres ya se habían duchado y lucían rozagantes y relajadas luego del intenso placer lésbico que habían disfrutado. Estaban en el living, ya vestidas.

-Gozaste como una yegua en celo, putita. –dijo Amalia dirigiéndose a su asistente.

-Sí, señora, y se lo agradezco de verdad.

-Bueno, ahora andá a ocuparte de Areana. Fijate cómo están los moretones y aplicale la pomada y el hielo cada tanto. Cuidá bien eso, porque quiero tenerla recuperada lo antes posible.

-Sí, señora, sí. -y la asistente abandonó el living.

-Me voy a ver a Eva. –dijo Elena tomando su cartera.

-Contale que su pichona está bien y adelantale que se la voy a devolver mucho antes de lo previsto.

-Se va a poner muy contenta. –dijo la visitante y una vez en la calle ambas se despidieron con un beso fugaz en los labios.

-Te veo, Amalia. –dijo Elena agitando una mano mientras caminaba hacia su automóvil.

-Cuando quieras. –contestó la dueña de casa mientras una idea comenzaba a tomar forma en su mente perversa.

(continuará)