La reeducación de Areana (29)

Pensaba yo qué éste sería el final de la historia, pero ocurren cosas muy fuertes en la fiesta de bienvenida a Elena y entonces el relato debe continuar...

Era lunes, cierto lunes, el lunes indicado para la fiesta de bienvenida a Elena luego de su viaje a Europa. Todo estaba listo en la casa, incluidas las tres perras, que habían sido higienizadas y sometidas a la enema y aguardaban en el cuarto de la cucha, desnudas, en cuatro patas, con sus collares y al cuidado de Milena y Marisa.  En el amplio living, la mesa con los bocaditos y las copas de champagne que disfrutaban Amalia, Elena y la casi totalidad de las invitadas; Zelmira sujetando a su perro Jacko, que por indicación de Amalia debió llevar luego a la cocina para que aguardara junto a Capitán.

La última en llegar fue Margi, asombrosamente distinta de su imagen inicial, el pelo suelto cayéndole sobre los hombros y en potente contraste con su piel blanquísima, muy breve minifalda de jean azul, musculosa blanca ceñida sin nada debajo y zapatillas sin medias. Milena bajó a abrirle la puerta del edificio y, deslumbrada, la besó apasionadamente en la boca.

-¡Nena! ¡estás hecha una putita hermosa! ¿tus papis viven o se murieron de un infarto?... –bromeó la asistente mientras la tomaba de las manos.

Margi rió, halagada y algo nerviosa, mientras abandonaba sus manos aprisionadas en las manos de Milena.

-Gracias, Mile, pero no, por suerte ahora todo bien con ellos, aunque al principio fue muy duro. Los escandalicé cuando me aparecí así una noche, pero al fin de cuentas nos queremos y cuando los amenacé con irme de casa y que era inútil una denuncia porque no me iban a encontrar, aflojaron… -explicó la jovencita mientras ambas iban hacia el ascensor tomadas de la mano y Milena se prometía darle hasta por las orejas en el transcurso de la noche.

Una vez arriba, el ingreso de la jovencita en el living provocó un alboroto sonoro entre las invitadas:

-¡Pero… ¡¿quién es esta bellecita?! –preguntó Marta, la librera, mientras dejaba su copa sobre la mesa y se adelantaba hacia Margui con los brazos extendidos. Cuando la tuvo ante ella intentó besarla en la boca, pero Margui cargaba aún con algunas rémoras de su educación religiosa fundamentalista y aparto la cabeza ante el avance de esa señorona desconocida, que frunció el rostro en una mueca de disgusto.

-Bueno, bueno. –terció Milena tomando de un brazo a la joven y llevándola hacia Amalia, que había observado la escena con atención.

-Ya habrá tiempo para todo, mi estimada Marta… -alentó a la invitada.

-Mmmmhhh, caliente hemos empezado… -se dijo Amalia. –Vamos a tener una noche muy hot… -mientras mantenía a Elena pegada a ella, tomada por la cintura, y Elena le dijo:

-Ya estamos todas, ¿no es hora de traer a las perras?

-Sí, ya es hora. –coincidió Amalia y llamó a Milena por el handy para darle una escueta orden:

-Tráiganlas.

Poco después las perras aparecían en el living, en cuatro patas y conducidas por Milena y Marisa. De inmediato estalló el entusiasmo entre las invitadas, que recibieron a los animales con calientes exclamaciones.

-¡Formemos un círculo, mis queridas! –indicó Amalia. -¡Tres metros de diámetro!... ¿Entienden de geometría? –bromeó mientras las invitadas iban cumpliendo con lo pedido. Una vez que todas estuvieron en sus lugares la dueña de casa pidió:

-¡A desnudarse, queridas!... ¡Vamos!... y dejen las ropas en el piso, a sus espaldas…

Todas obedecieron sintiéndose cada vez más calientes, aunque Margui parecía vacilar y cuando Milena, que no le quitaba los ojos de encima, se dio cuenta fue hacia ella luego de delegar en Marisa el cuidado de las perras.

Le habló al oído en voz baja, desde atrás, mientras la retenía pegada a su vientre abrazándola por la cintura:

-¿Tenés vergüencita, bebé?...

-Mmmhhhh, sí, es muy fuerte esto… -admitió la jovencita en el mismo tono susurrante y agregó:

-Gracias por ayudarme…

-Es un placer… -dijo Milena mientras bajaba el cierre de la minifalda. -Esta noche te llevo a dormir conmigo… ¿Sí, bebé?...

-Sí… Sí, Milena, sí… estoy sintiendo cosas raras… Cosas que me asustan pero que me excitan… -murmuró Margui mientras Milena le quitaba la musculosa e iba por la bombacha. Las restantes invitadas estaban ya desnudas y tocándose, devorando con los ojos a las tres perras.

-Es tu fiesta, elegí tu rol… ¿Te desnudás y vas al cìrculo o te quedás conmigo dirigiendo? –preguntó Amalia al oído de Elena, que se estremeció al contacto de esos labios.

Respiró hondo y dijo: -Me quedo con vos y dirigimos…

-Muy bien, y al término de la noche te llevás a tu casa a la perra que elijas… ¿Vale?...

-Mmmmhhhhh, sí, claro que vale, me llevo a Eva… No me voy a cansar nunca de usarla, de humillarla… Siempre la vi como una estúpida y eso me calienta de ella, además del cuerpazo que tiene, claro… -dijo Elena y remató el comentario Con una risita malévola.

-Convenido, querida… -acordó Amalia y ambas sellaron el acuerdo con un intenso y prolongado beso en la boca.

-¡Marisa, las perras al círculo! –ordenó el Ama y enseguida las tres esclavas estuvieron en el centro de la circunferencia que formaban las ansiosas invitadas.

-Queridas… -dijo Amalia dirigiéndose a ellas. –Échense en el piso de espaldas, flexionen las piernas y separen las rodillas…

Las invitadas obedecieron rápidamente –muchas de ellas sin dejar de tocarse- y entonces Amalia se metió en el círculo llevando de la mano a Elena y encaró a sus perras:

-Óiganme, putas, ahora van a ir de invitada en invitada, primero vos, perra vieja. -dirigiéndose a Eva- Después vos, Areana y por último vos, pendeja atrevida –mencionando de esa forma a Lucía. –y van a poner a trabajar a sus lenguas de perra en esas conchas que esperan ansiosas  esas lenguas y seguramente ya muy mojadas… ¡Vamos, muévanse! –ordenó y de inmediato le indicó a Milena que siguiera el desplazamiento de las esclavas rebenque en mano y que les diera un buen azote a la menor vacilación. Ella, por su parte, se encargaría de ir vigilando que ninguna de las invitadas alcanzara demasiado pronto el orgasmo.

-Sí, Ama… -murmuró Eva antes de empezar a desplazarse hacia Marta, que era la que tenía más cerca. Una vez entre las piernas de la librera fue acercando su rostro hasta la distancia adecuada y se puso a lamer al par que con los codos apoyados en el piso entreabría los labios vaginales para poder introducir a fondo su lengua mientras detrás de ella esperaban Areana y Lucía para continuar la ronda, y la ronda continuó bajo la mirada atenta de Amalia y la vigilancia de Milena, que empuñaba con firmeza el rebenque y deseaba que alguna de las perras flaqueara para tener el gusto de darle un buen rebencazo, pero no hizo falta. Por el contrario, las esclavas lamían con evidente placer esas conchas de las cuales manaba abundante flujo que las tres bebían ávidamente mientras el aire se poblaba de los jadeos, gemidos y exclamaciones obscenas de las invitadas. En determinado momento y viendo cómo temblaban las hembras, Amalia consideró que había que dar el paso siguiente. Entonces batió palmas y cuando las perras detuvieron sus lengüetazos y entre las hembras se oyeron algunas protestas, dijo con tono imperativo:

-Óiganme, mis queridas, ahora se van a poner en cuatro patas, mirando hacia afuera del círculo, para que mis perras les hagan sentir sus lenguas en el culo…

La orden de Amalia provocó el caliente entusiasmo de las invitadas, que de inmediato adoptaron la posición indicada y entonces un  rebencazo de Milena en el gran culo de Eva fue la señal de partida.

Margui exhaló un largo gemido que se hizo grito cuando la lengua de Eva comenzó a deslizarse por entre sus nalgas y enseguida horadó su diminuto orificio anal. Fue tan intenso el placer que le costó mantenerse sobre sus manos y rodillas sin caer al piso. Un rebencazo de Milena en el culo de Eva le indicó que debía desplazarse hacia la siguiente invitada, que era Zelmira, mientras Areana la reemplazaba con Margui. Así siguió la ronda, con las tres perras lamiendo y besando excitadísimas esos orificios anales y ansiando el orgasmo mientras sus conchas eran cataratas de flujo y el temblor de sus cuerpos era indicio de calentura extrema percibida por Amalia, Elena, Milena y Marisa, que no dejaban de tocarse.

Fue Marta quien de pronto pidió con voz enronquecida mientras se masturbaba con dos dedos al tiempo que las lenguas en el culo la enloquecían:

-Amalia… ¡Amalia, por favor!... ¡Quiero acabaraaaaaaaaaar!

El Ama lanzó una carcajada y dijo, gozando del dominio que ejercía sobre la situación, las invitadas y sus tres perras:

-Todo a su tiempo, mi querida… ¡Todo a su tiempo!... –dictaminó y de inmediato dispuso el paso siguiente:

-Échense todas de espaldas, que las perras van a tomar la teta… -y las invitadas obedecieron sin vacilación alguna para comenzar a sentir en sus pezones duros y erectos los labios y la lengua de las esclavas, que iban desplazándose estremecidas de excitación de una a otra de las mujeres.

El aire se pobló entonces de gemidos, jadeos y algún chasquido del rebenque de Milena sobre uno u otro de los apetecibles culos de las esclavas, cuando alguna de ellas se demoraba en exceso sobre determinadas tetas.

Amalia ardía de calentura y manoseaba a Elena casi sin cesar hasta que la agasajada se quitó las ropas y le rogó al Ama que hiciera lo mismo. Sólo Marisa y Milena conservaban sus ropas, pero por poco tiempo, porque al percatarse de eso Amalia les ordenó que se desnudaran, cosa que por supuesto hicieron de inmediato.

Margui, que tenía en sus pezones oscuros los labios y la lengua de Eva, miró a Milena ya desnuda y sintió un aguijonazo de angustia y deseo. Ansiaba con desesperación a la asistente que, a su vez, como si hubiera captado ese sentimiento, miró a la jovencita, le sonrió con los ojos entornados y, a manera de muda pero elocuente promesa, deslizó su lengua lentamente una y otra vez por su labio superior, para después sonreírle sugestivamente.

No se oía otra cosa que jadeos, gemidos, exclamaciones obscenas y, cada tanto, el restallar de un rebencazo contra el culo de alguna de las perras.

Ese clima y el estremecido contonearse de las invitadas hicieron que Amalia advirtiera que debía poner fin a ese cuadro escénico y pasar al siguiente, para seguir demorando el desenlace orgásmico por pura crueldad; al menos el primero, porque seguramente habría varios a lo largo de la noche y ella ya no se ocuparía de retrasarlos sino que, por el contrario, quería que la fiesta terminara en un irrefrenable aquelarre sexual.

-¡BUENO, BASTA PERRAS! –gritó y las esclavas retrocedieron en cuatro patas hasta agruparse en el centro del círculo cuando Eva se estaba ocupando del culo de la señora Zelmira; Areana del de Marta, la librera, y Lucía de la grupa de Elsa, una de las dos amigas de la comerciante.

Muy calientes como estaban las invitadas, hubo protestas, airadas algunas de ellas, pero Amalia las cortó de cuajo, imponiendo su carácter, que no por nada era Ama hasta la médula:

-Pónganse de pie y escuchen, mis queridas. Ésta fiesta es mi fiesta de bienvenida a Elena y se hace según mis reglas. Y si a alguna no le gusta se viste y se va ya mismo. ¿Está claro?

La firmeza de la intervención logró desactivar de inmediato el amago de rebelión y hasta se escucharon pedidos de disculpas, pero el Ama fue por más. Interrogó una por una a las invitadas con la misma pregunta:

-¿Se queda o se va, mi querida?

Y la respuesta fue unánime, todas decidieron quedarse. La última en responder, con las mejillas encendidas, fue Margui:

-Me… me quedo, Ama… Me quedo…

Fue entonces que Amalia se dispuso a poner en escena el próximo cuadro, que iba a tener como escenario la Sala de Juegos. Pensaba ofrecerles a las invitadas el delicioso espectáculo del castigo BDSM a una de las perras. En efecto, luego de que las invitadas estuvieran nuevamente de pie y varias de ellas reclamaran una nueva copa de champagne para aliviar tensiones, el Ama le ordenó a Marisa que fuera en busca de una nueva botella y que le sirviera a cada una de sus invitadas, para después explicarles lo siguiente:

-Ahora, mis queridas, vamos a disfrutar de una escena de sado… Una de las perras será castigada para nuestro placer… Se preguntarán ustedes cuál de las tres, ¿cierto?... Bueno, eso quedará a decisión de ustedes, por mayoría… Medítenlo mientras mi fiel Marisa, que ya está descorchando la botella de champagne, les sirve una nueva copa, y ustedes, perras putas, vengan aquí en cuatro patas y muestren su sometimiento lamiendo mis pies y los de mi querida Elena… En tanto se desarrollaba lo propuesto por Amalia, cada una de las invitadas pensaba a cuál de las esclavas elegiría para ser supliciada… Las tres perras tenía méritos suficientes para votarla, buenos cuerpos, lindos rostros, pero en la mente de varias de las invitadas iba tomando forma la idea de votar por Eva, llevadas por el morbo de que era una mujer madura, supuestamente con una vida hecha y sin embargo degradada por voluntad propia a la condición de perra esclava… Además, ¡qué culo!... Mientras todas cavilaban en busca de la mejor decisión para procurarse el mayor disfrute posible Marisa reapareció en el living con la botella de champagne a temperatura ideal y fue llenando las copas, para después aguardar en discreto silencio junto a Milena, que no dejaba de intercambiar ardientes miradas con Margui.

De pronto Amalia interrumpió su magreo con Elena, batió palmas y dijo:

-Bueno, mis queridas, ¡a votar! –y comenzó a pedir ese pronunciamiento a todas y cada una.

-¿Martha?...

-Areana…

-¿Elsa?...

-Eva…

-¿Silvia?...

-Lucía…

-¿Zelmira?...

-Eva…

¿Margui?

-Eva…

-¿Vos, Elena?...

-Eva, por supuesto… -contestó Elena con los ojos brillantes de maldad.

-Bueno, a la Sala de Juegos… Milena, Marisa, lleven a la perra vieja y guíen a las invitadas –dispuso Amalia y enseguida se dirigió a Areana y Lucía:

-Ustedes detrás de nosotras. –Y todas emprendieron el camino hacia el prometido goce sádico en la Sala de Juegos.

Mientras se desplazaba en cuatro patas, Eva temblaba de excitación y miedo a la vez, padeciendo cada tanto el rebenque de Milena en el culo.

Una vez en la Sala de Juegos Amalia dispuso que la esclava fuera colgada por las muñecas con los brazos extendidos y abiertos y sujeta por los tobillos con sendas cuerdas a dos aros de metal empotrados en el piso a una distancia que obligaba a que las piernas quedaran bien separadas.

Ya todas las invitadas estaban en la Sala de juegos, contemplando cómo Eva era atada en la posición ordenada por Amalia. Era visible la excitación de todas, con excepción de Margui, que al parecer algo intimidada fue a buscar refugio en los brazos de Milena, luego que ésta acabara de terminar, junto con Marisa, la tarea de atar a Eva.

-Mmmhhhhhh, chiquita, ardo en deseos de llevarte a la cama… -susurró la asistente al oído de Margui.

-Sí, llevame, por favor…

-No puedo por ahora… Debemos seguir la fiesta…

-Me impresiona esto… Me impresiona ver a una mujer madura tratada de esta manera…

-Sin embardo votaste para que ella fuera la castigada…

-Sí… -admitió Margui con una mueca de tensión en su rostro. –No sé… Esto es muy nuevo para mí y me siento confundida… Siento cosas y me asusto…

-Dame esa boquita y calmate, bebé… -dijo Milena tomándole la barbilla entre el pulgar  el índice para después, cuando la jovencita entreabrió sus labios, entrarle en la boca con su lengua ávidamente invasora.

La escena era de un altísimo voltage erótico, con una mujer madura y muy atractiva, de gran culo, buenas ubres y hermosas piernas a punto de ser flagelada para el sádico placer de las otras hembras que poblaban el aire de jadeos ansiosos.

Amalia y Elena habían contemplado muy calientes, abrazadas y besuqueándose la preparación de Eva para su castigo y cuando la víctima estuvo lista Amalia se dirigió a las invitadas:

-Bien, mis queridas, ¿qué opinan? ¿qué sienten? ¿tienen ganas de participar del castigo de esta perra?

La respuesta fue casi unánime por el sí, con  excepción de Margui, que temblaba en los brazos de Milena. Sentía algo contradictorio y muy fuerte: por un lado un rechazo ante esa situación tan nueva y potente que estaba viviendo, miedo a perderse por un camino sin retorno pero, por otra parte, excitación innegable aunque sabía que, al menos por ahora, no podría involucrarse más que como espectadora en un cuadro de sado. Se apretó a Milena y en el beso largo y profundo que ambas se dieron, la jovencita supo que estaba en buenas manos.

Fue en ese momento que Amalia dijo:

-Bueno, chicas, que comience la función, elijan un instrumento, látigo, vara, paleta, etcétera, etcétera y dispónganse al goce de azotar semejante culo, semejantes muslos… La exhortación fue como el disparo que inicia una carrera pedestre. Las invitadas salieron casi corriendo hacia los muros y estantes que exhibían los distintos instrumentos de azotar y por unos segundos parecieron meditar respecto de cuál de ellos le brindaría más y mejor goce. Elena, que ya se había decidido por un látigo de varias tiras, las observaba divertida y caliente. Finalmente todas regresaron al centro de la sala, donde estaba Amalia, nuevamente abrazando a Elena por la cintura. Zelmira con una gruesa paleta de madera; Marta, con una vara, sus amigas Elsa y Silvia con sendas fustas de lengüetas largas y gruesas.

-Recuerden, mis queridas, que no deben lastimar a la perra, yo iré vigilando atentamente la paliza y la detendré cuando lo considere conveniente… ¿Está claro?.

-Sí, sí, Amalia. –dijo Zelmira apretando sus dedos con fuerza en torno del mango de la paleta que empuñaba mientras se tocaba con la otra mano. –Pero empecemos, por favor… Ya no aguanto mirar ese culazo que tiene esta perra…

Por su parte Eva vivía sensaciones encontradas: miedo y excitación ante lo que se venía e incluso una morbosa calentura ante el hecho de estar atada e indefensa.

Por su parte, Areana y Lucía, ambas en cuatro patas, observaban también muy excitadas todo lo que iba ocurriendo. A Areana la calentaba en grado sumo ver a su madre en esa situación, sujeta y a merced de esas señoronas que iban a disfrutar de castigarla. Amas perritas se preguntaban qué iría a pasar con ellas y ninguna de las dos dudaban de que iban a ser cogidas a fondo en el curso de la noche. Areana aprovechó que toda la atención estaba centrada en su madre y en las invitadas y comenzó a tocarse, comprobando lo que ya sentía: que estaba muy mojada. Fue en ese momento que sobre las nalgas de Eva restalló el primer azote, un varillazo dado por Marta. Eva gimió y fue en ese instante que Lucía advirtió los tocamientos de Areana y, mordiendo el odio que seguía sintiendo por ella, le dijo:

-¿Qué haces, puta de mierda? ¿Cómo te atrevés a toquetearte sin permiso? Sacá la mano de ahí o le cuento a la señora.

-Ay, Lucía… -atinó a protestar Areana, pero Lucía insistió con firmeza.

-Dejá de tocarte o te denuncio ya. ¡Ya! ¿oíste?

Miemtras tanto la paliza a Eva había cobrado la debida intensidad y la pobre gemía de dolor pero tambièn de excitación cada vez que la vara, la paleta y el látigo caían inclementes sobre sus portentosas nalgas o sus muslos llenos y admirablemente torneados. Las invitadas descargaban sus azotes con ojos agrandados por la calentura mientras Areana, asustada ante la amenaza de Lucía, se daba cuenta, con angustia, que en ese instante la chica había vuelto a ejercer dominio sobre ella, momentáneo, pero que la hacía sufrir al no poder tocarse.

Margi escuchaba el silbar de los instrumentos de azotar en el aire y luego el sonido al golpear la carne estremecida presa de sus contradictorias sensaciones mientras Milena la contenía reteniéndola abrazada contra su pecho.

Areana, mordiéndose los labios, veía cómo las nalgas y los muslos de su madres se iban coloreando cada vez más en tanto la hembra supliciada se agitaba en sus ligaduras provocando una excitación cada vez mayor en sus torturadoras. De pronto Marta arrojó al suelo la vara y se abalanzó sobre Eva para empezar a sobarle el culo, los muslos, las tetas, en medio de jadeos cuasi animales y besos que de pronto se transformaban en ávidos mordiscos. Pronto la imitaron Zelmira y sus amigas Elsa y Silvia.

-¿Qué hago? ¿las detengo? –le pregntó Amalia a Elena, desorientada.

-No, dejalas, yo me ocupo de soltarla y después la cogemos entre todas en el piso. –dijo Elena y sin perder tiempo liberó a Eva de sus ligaduras para después integrarse al grupo que iba a violarla en el suelo.

-No puedo más, Lucía… -murmuró Areana ardiendo de calentura viendo a su madre en el piso, enredada en una maraña de brazos y piernas, jadeando mientras las bocas la besaban por todas partes y era mordida y penetrada por dedos que se renovaban para entrarle en el culo y la concha, de la cual manaban ríos de flujo.

Amalia pensaba en la continuidad de la orgía. Cuando las invitadas terminaran de violar a Eva habría llegado el momento de volver al living y de dar participación  a los perros y a partir de ese momento ella ya no ejercería el control. Fue entonces que escuchó a Lucía decirle: -Señora, esta puta se estuvo tocando… Se tocaba sin permiso… -refiriéndose a Areana.

-¿Ah, sí? ¿y que sugerís, perra?

-Cometió una falta, señora, creo que… que habría que castigarla…

Amalia se dio cuenta de que Lucía quería desquitarse de alguna manera por haber perdido el rol de Ama de Areana en la escuela y encontró divertida la propuesta.

-¿La colgamos en lugar de la mamita?

-No, le pido que… que me deje abofetearla…

Areana escuchaba el diálogo dolida y a la vez excitada, con la culpa de sentir que estaba deseando esas bofetadas.

-Párense las dos. –ordenó Amalia y cuando las tuvo de pie le preguntó a Areana:

-¿Es cierto lo que dijo Lucía? ¿te estuviste tocando sin permiso?

-Sí… Sí, señora… -admitió Areana luego de tragar saliva. –Es que…

-Silencio. –cortó el Ama y de inmediato dijo: -Poné las manos atrás, perra desobediente, y enderezá la cabeza. Es toda tuya. –finalizó dirigiéndose a Lucía, cuyos ojos brillaban de maldad.

-Y vos, perra indisciplinada, ni se te ocurra esquivar las bofetadas ni moverte, porque te cuelgo como colgamos a tu mami y te doy con vara hasta despellejarte el culo. ¿Entendido?...

Areana se estremeciò entera ante semejante perspectiva y contestó con un susurro:

-Sí… sí, señora Amalia, entendido…

El clima y la escena eran de una crudeza extrema, con el morbo reinando sin apelaciones.

Eva continuaba siendo violada por dedos brutales que la penetraban por delante y por detrás sin delicadeza alguna mientras ella había perdido la conciencia respecto de su ser persona y se percibía sólo con una suerte de instinto animal que la impulsaba a gozar a fondo. Areana, en tanto, recibía entre sufriente y excitada cada cachetazo de Lucía. Su cabeza iba de izquierda a derecha sin pausa alguna mientras Amalia miraba tanto la violación múltiple de Eva como el devenir de las crueles bofetadas de Lucía a la perrita Areana.

Por el lado de Eva, las invitadas fueron acabando una detrás de otra mientras la perra Eva se deshacía en varios orgasmos, llevada por una altísima fiebre sexual.

En determinado momento Amalia le ordenó a Lucía terminar con el castigo, cuando las mejillas de Areana lucían rojísimas y y se veían humedecidas por las lágrimas de la esclavita. Simultáneamente las invitadas y Eva yacían exhaustas luego del goce salvaje al que se habían entregado y Margui, trascendida emocionalmente por todo lo que había presenciado, refugiaba su confusión en brazos de Milena, con la cara recostada en los pechos generosos de la asistente. Amalia se dirigió entonces a Milena: -Andá a buscar la esencia y preparame a todas esas putas, incluida Eva. Llegó el momento de poner en acción a los perros; pero a estas dos no. –puntualizó respecto de Areana y Lucía. -A éstas las quiero como espectadoras. Llevate a la monjita con vos.

-Sí, señora, enseguida vuelvo. –prometió la asistente.

-¿Te está gustando tu fiesta, mi querida puta? –pregunto Amalia a Elena luego de que ésta se incoporara tambaleante para ir al encuentro de la dueña de casa y ambas ardieran en un casi interminable besos de lengua.

-Mucho más que eso, Amalia… ¡Estoy fascinada!... –y entreabrió sus labios mientras cerraba los ojos a la espera de otro beso beso.

Muy poco después regresó Milena con el envase que contenía la esencia de perra en celo, justo cuando las invitadas y Eva comenzaban a ponerse de pie, no sin esfuerzo.

-¡Abran las piernas, mis queridas putas! ¡Vos también, perra vieja! ¡Vamos! –ordenó Amalia y todas obedecieron con la certeza de que sólo algo excitante podía esperarse de esa mujer, sabia en perversiones.

Ya con las invitadas y Eva en la posición ordenada Milena comenzó a untarles la esencia en sus conchas y culos.

-Andá vos también. –le dijo Amalia a Elena.

-¿Qué me espera? –preguntó la agasajada fingiendo inocencia.

-No te hagas la tonta que sabés muy bien lo que te espera… -dijo Amalia. –Andá, abrí las piernas y dejate trabajar por Milena.

(continuará)