La reeducación de Areana (25)

Amalia, Zelmira, Milena, Capitán, Jacko y las esclavas en orgía zoofílica y al dìa siguiente Areana es víctima en clase de una nueva infamia de Lucía que la pone en manos de la Godínez.

La reeducación de Areana (25)

Todo volvió a la normalidad de la rutina alrededor de las seis de la tarde, cuando con Capitán a buen recaudo en el cuarto de servicio Milena despertó a las dos esclavas con rebecazos (sólo necesarios a su crueldad) con el fin de prepararlas para las visitas de ese día. Dos de ellas habían llamado para reprogramar la cita, aduciendo complicaciones una y gripe la otra. Sólo quedaba firme Zelmira, la señora de la quinta en las afueras y dueña del gran danés que había iniciado a Eva y a Areana en la zoofilia. Enterada de la compra del perro por parte de Amalia ansiaba disfrutar de una buena sesión que, naturalmente, incluyera al animal.

Cuando dos días atrás Amalia recibió el llamado de Zelmira se sintió encantada de tener en el departamento de citas a tan notable visitante y decidió estar presente en la sesión.

La hora era las siete de la tarde, pero Amalia ya estaba allì desde las seis, supervisando la preparación de las esclavas. Ordenó que defecaran y mearan, por precaución y observó, sumamente complacida, como primero Eva y luego su hija defecaron en cuclillas sobre el cajón dispuesto siempre en el baño para tales fines y posteriormente, luego que la niña depositara las heces en el inodoro, ambas, por turno, orinaron en cuatro patas dentro de la bañera, levantando una de las patas traseras y expulsando luego el pis. Amalia presenció el baño con la manguera, a cargo de Milena y que comenzó con la higienización de ambos orificios anales mediante sendos prolongados manguerazos, el secado, la aplicación del perfume, el cepillado de las cabelleras, la colocación de los collares y el frotamiento de la esencia de perra en celo en las conchas y culos de madre e hija. Todo debía salir perfecto para la señora Zelmira.

La visitante llegó puntualmente a las siete de la tarde y, tal como había sido convenido con Amalia, traía con ella a su magnífico Jacko sujeto por la cadena de su collar. El perro se mostró algo inquieto al entrar y después se fue acercando lentamente a Capitán, que lo observaba con las orejas paradas. Finalmente ambos canes entraron en confianza y luego de olisquearse un poco se sentaron pacíficamente mientras la recién llegada y Amalia se saludaban efusivamente con besos en las mejillas. Fue entonces que, superada la duda de cómo reaccionarían los canes uno con el otro, Amalia le ordenó A Milena que trajera a las perras. Éstas aparecieron en el living desplazándose en cuatro patas y con Milena detrás sujetando las cadenas de ambos collares. Inmediatamente Capitán y Jacko parecieron olisquear el aire y pronto pugnaron por liberarse de esas cadenas que los retenían en el lugar.

-Quiero que esto no termine rápidamente. ¿Está de acuerdo, Zelmira. –preguntó Amalia paladeando ya una larga sesión de zoofilia.

-Por supuesto que sí, mi estimada. Debemos regodearnos con toda clase de travesuras entre perritos y perritas. –dijo la visitante mientras acentuaba la fuerza con que sujetaba la cadena de Jacko y en su cara se dibujaba una sonrisa lasciva. -¡Y mìrelos cómo están los galanes! ¡Jajajajajajajajajaja!

-Milena, acercá a las perras. –ordenó y se separó unos metros de Zelmira desplazando a Capitán con ella.

-Llevale a Eva a Jacko y a Areana a Capitán, pero que las dos se echen de espaldas en el piso y con las piernas flexionadas y abiertas.

Milena cumplió con la orden y Amalia y Zelmira intercambiaron una mirada expectante al ver que a medida que las esclavas se iban acercando a los perros éstos empezaban a mostrar signos de excitación, que se acentuaron cuando Eva y Areana yacieron en el piso exhibiendo sus conchas que despedían para el agudo olfato de ambos canes el olor de las perras en celo.

Milena liberó a Capitán y éste se abalanzó hacia ese espacio abierto entre los pies de la esclavita y sin más, luego de olisquearle por un momento la concha comenzó a darle lengüetazos que no tardaron en provocar los gemidos de Areana, quien alzando un poco la cabeza miraba al perro con ojos brillantes de excitación. Al cabo de unos segundos se entreabrió los labios vaginales externos y entonces su placer fue mayor aún al sentir la lengua del perro en el interior de su concha y azotándole el clítoris.

Mientras tanto, Jacko hacía de las suyas con Eva, lamiéndole también la concha y provocándole un fuerte jadeo y hasta gritos roncos que semejaban expresiones de un animal.

-Milena, tocales las pijas a ver que encontrás. –intervino Amalia y la joven, ya muy caliente ante el espectáculo que había estado contemplando, se arrodilló primero ante Capitán e inmediatamente junto a Jacko, mientras ambos perros seguían con sus lengüetazos.

-Están echando ese líquido aguado, Ama.

-Líquido preseminal se llama. –apuntó Zelmira.

-Chupales las pijas y embriagate con ese licor, puta. –fue la orden de Amalia a Milena, que no tardó en obedecer. El líquido tenía un sabor muy agrio, pero era tal la calentura que Milena parecía haber perdido el control sobre su conciencia e incluso respecto de su capacidad de discriminación sensorial e Iba de un perro al otro bebiendo golosamente ese fluido que brotaba de ambas pijas.

-Es muy puta su asistente, ¿cierto, Amalia? –preguntó retóricamente Zelmira.

-Muy puta y por eso me gusta tanto. –contestó el Ama sin quitar los ojos de la joven en su afanosa tarea de beber y beber.

-Creo que es hora de que se las cojan. –propuso Zelmira cuando el clima ya estaba caldeado en extremo, tanto en el ambiente como en las cinco mujeres y en ambos perros. Amalia escuchó a la visitante y antes de responder quedó por un momento escuchando esa mezcla altamente erótica de jadeos, gemidos y gritos que brotaba de Eva, de Areana y de Milena.

-Sí, sí, ya es el momento. –respondió por fin y se adelantó hacia Milena.

-Basta de beber, nena. Ocupate de que Areana se ponga en cuatro patas y que Capitán la penetre.

-Bien, señora. –dijo la asistente poniéndose de pie, tratando de normalizar su respiración y limpiando sus labios con el dorso de la mano derecha. -¿Por cuál agujero?

-Por la concha. -fue la respuesta.

-Ok, señora. Vamos, putita, en cuatro patas.

-Sí, señorita Milena. –dijo Areana y cumplió prestamente le orden ofreciéndole su grupa a Capitán. Sin perder tiempo el gran danés se apilo sobre la esclavita y Milena tomó la pija canina, ya erecta, hizo con sus dedos pulgar e índice un anillo en la parte delantera del bulbo y le ordenó a Areana que separara las rodillas a la máxima distancia posible, para dejar al descubierta la vulva. Antes de consumar la penetración metió dos dedos de su otra mano en el nidito y rió con una mezcla de morbo y burla al comprobar que estaba muy mojado. Por fin guió el pene hacia el objetivo y lo metió casi sin ningún esfuerzo en virtud de esos flujos que empapaban el sendero. Areana gimió de placer y fue tal la intensidad de la sensación que a punto estuvo de flaquear el sostén que le daban sus manos y sus rodillas.

A todo esto, Zelmira trataba de facilitarle la penetración a Jacko, que jadeaba ruidosamente a lomo de Eva. Amalia, por su parte, había elegido el papel de espectadora, al menos hasta ese momento, y se excitaba cada vez más siguiendo los espectáculos que ofrecían las dos parejas de perro y hembra humana. Zelmira, con mucha experiencia en la zoofilia, pudo rápidamente meter el miembro de su Jacko en el culo de Eva, que era el objetivo solicitado por Amalia.

-Hágame un favor, querida. –pidió el Ama a la visitante.

-Sí, claro, dígame.

-Mientras con una mano cuida que no entre el bulbo use su otra mano para jugar con el clítoris de mi perra.

-Pero por supuesto, mi estimada señora, será un placer. –aceptó Zelmira con una sonrisa. Estaba arrodillada a la derecha de la dupla y entonces lo que hizo fue erguirse un poco más, hasta despegar el culo de los talones y pasar su brazo por debajo del vientre de Jacko, rodeó con su brazo la cadera izquierda de Eva, alcanzó su concha y segundos después, tras un recorrido de abajo hacia arriba por la concha, llegó al clítoris, ya fuera del capullo y bien duro. Eva gimió largamente y Zelmira miró a Amalia, que observaba atentamente la escena con ojos algo entornados:

-No se imagina lo empapada que está esta hembra.

-Sí lo imagino, querida, porque sé lo puta, lo perra en celo que es esta esclava.

En el living se oían gemidos, jadeos, gritos y alguna que otra orden de Amalia para dirigir el trabajo de Milena, hasta que por fin ambos perros, primero Jacko y poco después Capitán, acabaron lanzando chorros de semen en el culo de Eva y en la conchita de Areana, que casi simultáneamente se corrieron entre temblores y gritos y con los perros ya apartados de ellas cayeron desmadejadas sobre la alfombra, jadeando roncamente como bestias.

-Fue muy excitante, ¿cierto, Amalia? A mí me encantó, bueno, la versad es que la zoofilia entre perros y mujeres es mi debilidad.

-Yo le agradezco muchísimo que me haya revelado este placer, Zelmira, y ahora le cuento lo que he pensado para seguir. Dejemos que mis esclavas se repongan un poco y después las pondremos a hacerles una buena mamada a Jacko y a Capitán. ¿Qué parece?

-¡Totalmente de acuerdo! Con el polvo que se han echado recién y esa mamada que les harán las chicas ambos perritos quedarán muy contentos, no tengo dudas.

Con el acuerdo de las dos damas, unos minutos después Amalia dirigía el nuevo acto de la sesión:

-Milena, acomodá a las dos de espaldas y con uno de esos almohadones gruesos debajo de la nuca. –ordenó señalando los almohadones que había sobre el sofá.

-Así tendrán los hocicos a una altura justa para mamar. –explicó.

Milena cumplió la orden con diligencia y pronto madre e hija estuvieron en la posición indicada. , temblando de ansiedad por mamar esas pijas perrunas que en ellas eran ya una adicción.

-Ahora cambiemos. –dijo Amalia. –Jacko para Areana y Capitán para Eva. –y Milena y Zelmira llevaron a ambos perros hasta sus hembras que

entusiastamente se aplicaron a lograr la erección apropiada. Lo consiguieron muy pronto y entonces engulleron cada una el pene que les había sido asignado. Lamieron y succionaron mientras sostenían el pene por delante del bulbo para evitar que las ahogara en un envión demasiado profundo que pudiera hacer el perro en su excitación. De ambas pijas brotó durante algunos instantes el muy amargo y acuoso líquido preseminal que a pesar de su desagradable sabor las esclavas no dudaron en deglutir, superando Eva un atisbo de náusea que había amenazado arruinarle el festín. Casi de inmediato, de las pijas de ambos perros comenzó a brotar el semen, aunque en escasa cantidad todavía, y de las pijas el semen llegó a la garganta de madre e hija y de las gargantas al estómago y poco después llegó el orgasmo perruno, primero Jacko y casi enseguida Capitán y el semen fue tanto, con chorros sucesivos y tan potentes que Eva y Areana tragaban y tosían, se recuperaban y volvían a tragar en el paroxismo del goce, sin conciencia, sólo sensorialidad, sólo hembras de la especie humana entregadas al más brutal y a la vez más exquisito de los deleites que pudieran haber imaginado.

A escasos metros de las hembras humanas y los perros, Amalia y Zelmira se miraban y en cada una latía el deseo de hablar y confidenciarle a la otra lo caliente que estaba. Pudor cuasi incomprensible en dos pervertidas, pero así es de misteriosa la mente humana. Por fin fue Amalia quien habló, con un tono algo enronquecido y luego de tragar saliva:

-¿Qué siente, Zelmira?...

La visitante se tomó unos segundos para responder y luego dijo:

-Ay, mi estimada Amalia, estoy… estoy muy excitada… ¿y usted?...

Amalia se franqueó entonces, ya superada toda inhibición:

-Yo ardo, Zelmira, y tengo muchas ganas de ser cogida…

-Yo, por su asistente…

-Sí, ¡hagamos que nos reviente con uno los juguetes que muero por sentir penetrando mi culo!

-Ordéneselo, Amalia, por favor… -suplicó Zelmira mientras comenzaba a mojarse en abundancia.

Milena había escuchado el diálogo y se relamía ante la posibilidad cierta de comerse a las dos señoronas, muy apetecibles a pesar de sus edades, y entonces prácticamente corrió cuando Amalia le ordenó que encerrara a los perros y volviera calzada con el falo del arnés de cintura y el pote de vaselina.

-Sí, señora. –y partió raudamente arrastrando tras ella a los perros a los que sujetaba por las cadenas de los collares.

Cuando volvió al living encontró a Amalia y a Zelmira desnudas, de rodillas, estrechamente abrazadas y besándose apasionadamente. Ella también estaba desnuda y lucía magnífica con el arnes desde el cual se alzaba el falo. En su mano derecha llevaba el pote de vaselina. Anunció su presencia con una discreta aunque elocuente tosecita. Amas señoras se separaron entonces, acaloradas y con rostros arrebatados por una intensa excitación.

-Pongámonos en cuatro patas, querida, para ofrecer nuestro culos hambrientos a esta linda joven tan bien armada…

Zelmira aceptó muy gustosa y expectante la sugerencia y Milena sintió que empezaba a humedecerse bajo el conchero del arnés ante el soberbio espectáculo que le ofrecían esas portentosas grupas.

-Me fascina ser cogida por el culo, mi querida Amalia…

-Gusto que comparto… -agregó el Ama y de inmediato le dijo a Milena. –Primero la visita, puta…

-Sí, señora. –convino la asistente y sin perder tiempo avanzó hacia Zelmira, que ansiosa por ser penetrada movía sus anchas caderas hacia un lado y el otro mientras clavaba las uñas en la alfombra. Se estremeció violentamente al sentir los dedos de Milena envaselinándole el orificio anal y al advertirlo, la muy experimentada joven se puso a sobarle un poco las amplias nalgas, lo que aumentó aún más la excitación de la mujer.

Amalia no quiso permanecer pasiva y luego de girar, siempre en cuatro patas, hasta quedar mirando el culo de Zelmira le tocó la concha, comprobando que ya estaba chorreando flujo y provocando en la visitante un largo gemido de placer.

-Vamos a hacerlo en dúo, Milena. Mientras vos le das de comer a este culazo que tiene yo me la cojo con los dedos por la concha. –decidió Amalia

-Ok, señora… -dijo Milena admirando, una vez, la inventiva de su patrona para el sexo, y luego de lubricar convenientemente con vaselina el falo lo empuñó con su mano derecha para guiarlo al objetivo en tanto Amalia entreabría las nalgas de Zelmira para despejar el camino.

Poco tardó Milena en enterrar el falo en todos y cada uno de sus dieciocho centímetros de largo por tres de diámetro, penetración que fue acompañada por algunos corcovos y un largo grito ronco expresivo del placer que estaba sintiendo la visitante.

Milena comenzó sus movimientos de avance y retroceso mientras Amalia, tras sobar y estrujar un poco las tetas de Zelmira, se aplicó a masturbarla poniendo en juego toda su enorme experiencia en tal menester. Pronto Zelmira respondió a esos fuertes estímulos con gritos que provocaron el ladrido crispado de Capitán y Jacko, como un componente más de esa orgía desenfrenada. La visitante no tardó en alcanzar el orgasmo y desparramarse sobre la alfombra boca abajo entre bufidos y jadeos, ampliamente saciada. Milena se había estado tocando bajo el conchero del arnés, pero no llegó hasta el final porque su deseo era acabar cogiéndose a Amalia. Ésta observó con una sonrisa lasciva a Zelmira, que tenía los ojos cerrados y respiraba con fuerza y premió después a su asistente con una mirada aprobatoria.

-Cuando esta señora se reponga un poco la pongo a que me haga lo que le hice a ella y vos me honrás metiéndome ese lindo juguete en el culo. ¿Entendido, nena?

-Será un placer, mi señora… -murmuró Milena aún en la tarea de normalizar su respiración.

Una hora después el aquelarre había concluido. Todas duchadas y vestidas, plenas luego de tan intenso disfrute sexual y con el compromiso entre Amalia y Zelmira de repetir aquello pero la próxima vez en la quinta de Campana.

Una vez que la visita se hubo retirado con Jacko y que Milena encerrara a Capitán en el cuarto de servicio, como de costumbre, Amalia quiso saber sobre sus perras.

-Bueno, Eva le contó su entrevista con esa profesora.

-Sí, esa mujer me interesa por su forma de ser, así que veremos. ¿Y la perrita?

-Lucía le hace guarradas en la escuela, usted lo sabe, señora. –Amalia rió ante el comentario y dijo:

-Sí, ya empezó a volverla loca y la voy a alentar a que siga adelante.

-Ok, señora. –acordó Milena y quince minutos después, cuando Amalia ya se había retirado, comenzaba a preparar su cena y la de las perras, que descansaban somnolientas y abrazadas en la cama.

……………

Era jueves por la noche y la profesora Godínez se sentía presa de una fiebre que le abrasaba la mente, el cuerpo y el alma en vísperas de su nueva clase de geografía y, consecuentemente, de su encuentro decisivo con Areana, ese encuentro en el que ella caería rendida ante el poder de Satanás ejercido a través de su enviada. Estaba decidida a sumergirse en esa corriente ígnea que la arrastraba y a desafiar al Maldito aun a costa de una primera derrota. Casi no durmió en toda la noche, apenas algún sueño ligero y breve arrancado al insomnio a puro agotamiento. Después, ya en la mañana, el baño, el desayuno, la ansiedad que se le había adherido a la mente como una ventosa.

Lucía, por su parte, ignoraba, claro está, los planes de la profesora Godínez para ese día, pero tenía los suyos tras el objetivo de hacerle la vida imposible a Areana.

Al llegar a la escuela y antes de que se presentara la esclavita se encontró con Rocío y Guadalupe:

-Hoy la voy a hacer mierda en la clase de la Godínez. –les anticipó, pero fue inflexible en su negativa de contarles qué idea tenía.

Areana era la comidilla de la división desde que Lucía la acusara de haberla tocado en clase, pero a ella no le importaba porque sus únicas relaciones en la escuela eran Lucía, Rocío, Guadalupe y, en menor medida, Graciana.

Por fin llegó la clase de Geografía y estaba en plano desarrollo, con la profesora configurando en el pizarrón cierta cadena montañosa de Asia cuando de pronto Areana sintió el contacto de una mano en su muslo derecho, una mano que ascendía lenta e inexorablemente hacia su entrepierna. Dio un respingo y quiso apartar la pierna, pero le fue imposible en el estrecho espacio que había bajo el pupitre.

-No, por favor, señorita Lucía… no… -suplicó en voz baja, pero sólo obtuvo como una respuesta una risita ahogada de su asaltante. Quiso cerrar las piernas y la consecuencia fue un fuerte pellizco en el muslo, ya presa absoluta de esa mano que en un avance final llegó a destino. Los dedos de Lucía desplazaron el borde de la bombacha y comenzaron a acariciar los labios genitales externos y a introducirse un poco entre ellos cada tanto hasta que la pérfida adolescente notó, complacida, que de la concha de su víctima comenzaba a brotar el flujo. Se ladeó entonces hacia su izquierda y con la boca pegada al oído de Areana le murmuró entre dientes:

-Sos una perra en celo, una puta…

-Por favor… -volvió a suplicar inútilmente la esclavita mientras sentía los dedos de Lucía hundirse en su vagina cada vez más mojada y sus piernas pataleaban incontrolables. Ahora Lucía le pasaba la lengua por la oreja y le murmuraba frases obscenas al par que había comenzado a jugar con su clítoris. Areana gemía y jadeaba ya perdida por completo toda conciencia, toda noción de tiempo y espacio hasta que entre gritos roncos estalló en el orgasmo mientras un  murmullo de asombro y curiosidad se iba extendiendo por el aula.

-¡¿Qué está pasando acá?! –gritó la Godínez en busca de imponer el orden mientras Lucía se ponía de pie y saltaba hacia un costado del pupitre con un insulto dirigido a Areana:

-¡Asquerosa!

-¡¡¡¿Qué le pasa, Gutiérrez?!!! –volvió a preguntar la profesora con la confusión dibujada en su rostro.

-Por favor… -suplicó la esclavita entre sollozos incontenibles.

-¡Esta asquerosa se pa… se masturbó, señora!

-¡¿Qué?! –bramó la Godínez con los ojos agrandados al máximo por el asombro.

-Se masturbó, señora. –insistió Lucía regodeándose por dentro a la espera de la reacción de la profesora, que de inmediato y con tono estentóreo llamó a Areana al frente.

-¡¡¡KAUFFMAN, VENGA PARA ACÁ!!!

En realidad, la docente sentía que un volcán había comenzado a activarse en su interior y derramaba lava ardiente por todo su ser, pero necesitaba disimular lo que estaba sintiendo y de allí sus gritos y su aparente indignación.

Areana se adelantó temblorosa y avergonzada, con la cabeza gacha y las mejillas ardiendo.

-¡Díganos ya mismo lo que hizo, Kauffman, y en voz bien alta!

-Por favor, señora…

-¡¡DÍGALO!!!

-Me… me…

-¡¡¡EN VOZ ALTA, KAUFFMAN!!! –exigió impiadosa la Godínez.

-¡ME MASTURBÉ! –gritó la esclavita y comprobó, una vez más, que la humillación constituía para ella un fuerte estimulante erótico y mucho más si era pública, como en este caso.

Toda la clase prorrumpió en carcajadas y la Godínez sintió que se estaba excitando cada vez, con Areana ante ella y sometida a tamaño escarnio.

-¡Es una asquerosa! ¡una pajera! –gritaba Lucía y a fuerza de gritar consiguió que el resto de las alumnas se sumara entre risas mientras Areana se había largado a llorar, incapaz de controlar la enorme tensión que la invadía y agitaba.

La profesora, erguida en el estrado cuan alta era disfrutaba con el suplicio sicológico que estaba padeciendo esa jovencita enviada por Satanás para estimular el pecado en La Tierra, hasta que consiguió imponer silencio a la clase y entonces dijo:

-Kauffman, salga ya mismo del aula y se me para en el pasillo de cara a la pared y antes de irse me ve en la sala de profesores.

-Sí, señora… -murmuró Areana y camino a la puerta debió oír otra vez el insulto de Lucía:

-¡Asquerosa! –y nuevas carcajadas.

La profesora logró a duras penas disimular su excitación y con algún esfuerzo pudo restablecer el orden y continuar su clase, aunque mojada y con la mente puesta en Areana. Al salir del aula la vio de pie contra la pared y le dijo:

-Vuelva adentro, Kauffman y recuerde que la espero en la sala de profesores.

-Sí, señora… -murmuró la esclavita y Godínez sintió que hasta la voz de la niña le resultaba excitante, por su tono de sometimiento.

“Satanás la hizo perfecta para su misión en La Tierra”, se dijo.

Le fue difícil esperar a que llegara, por fin, la hora en que Areana debía presentarse en la sala de profesores. Tuvo que ir varias veces al baño para refrescarse la cara e incluso hasta pensó en masturbarse en la intimidad de uno de los gabinetes con inodoro, pero desechó la idea a fin de conservar toda su calentura para cuando tuviera a la niña a su disposición.

Cuando oyó llamar a la puerta saltó de la silla como eyectada, se aclaró la garganta y dijo tratando de que su voz sonara lo más firme posible:

-¡Adelante! –y entró Areana.

-Cierre con llave, Kauffman, como siempre.

-Sí, señora… -contestó la esclavita y obedeció la orden para después permanecer inmóvil, mirando al piso y con las manos atrás.

La profesora había decidido azotarla con la regla de madera, pero además darle una buena dosis de chirlos, de manera que colocó a un costado de la mesa una silla, se sentó y dijo luego:

-Venga, Kauffman. –y Areana avanzó temblorosa sin alzar la cabeza. Estaba excitada; esa mujer la excitaba mucho con su trato dominante y se encontró deseando que la tomara sexualmente. Sin embargo, ella le pertenecía a la señora Amalia y sólo podía estar con otras mujeres si su Ama la entregaba o le daba su autorización, pero ¿cómo pedir esa autorización si la señora Godínez decidiera cogerla? ¿Debía negarse, resistirse?

La orden la sorprendió en medio de tales pensamientos:

-Echesé boca abajo sobre mis rodillas, Kauffman.

-Sí… sí, señora… -dijo la esclavita con una voz que la emoción había reducido a un mínimo audible.

La Godínez pudo controlar con esfuerzo el estremecimiento que la agitó al sentir sobre sus muslos el cuerpo de la niña, ese cuerpo que ella ansiaba con desesperación y cada vez más intensamente. Sus manos temblaban cuando fue subiéndole la falda hasta la cintura y después, al deslizar la bombacha hasta los tobillos, para lo cual tuvo que casi pegar su rostro a esas nalguitas perfectas, redondas y fimes al tacto, tal como pudo comprobar al deslizar una mano por ellas. Areana respiraba fuerte por la boca y de pronto no pudo contener un gemido.

La mano descendía lentamente por uno de sus muslos encendiéndola de deseo, pero a la vez su conciencia de esclava propiedad del Ama Amalia le reclamaba oponerse, resistirse. Sabía que no tenía derecho a entregarse a otra mujer sin el permiso de su Ama y vaciló cuando oyó la pregunta de la Godínez:

-¿Le gusta, Kauffman? –formulada con voz algo enronquecida.

-Contestá, putita. –le exigió la profesora tuteándola por primera vez.

-Por favor, señora… Por favor, no…

Al escuchar tal súplica la Godínez dijo, presa del asombro y el disgusto:

-¡¿No?!... ¡¿Qué estás diciendo, degenerada?! ¡¿Te paj… te masturbaste en plena clase y ahora te hacés la puritana?!

Areana era presa de una tensión difícil de soportar: por un lado su fuerte deseo de ser tomada sexualmente por la profesora pero, a la vez, su conciencia de que no le estaba permitido entregarse. Fue entonces que la Godínez la sorprendió diciéndole:

-Sé muy bien quién sos, Kauffman. Sos una enviada de Satanás para sembrar y estimular el pecado en La Tierra.

-¡¿Qué?! –se asombró la niña ante semejante afirmación.

-Basta de disimular, Kauffman, me ganaste, Satanás me ganó, te voy a coger, pero antes vas a saber lo que es bueno por haberte masturbado en clase. –dijo la Godínez y dejó caer su mano sobre el trasero de Areana. Dado el tiempo que no era nalgueada, la niña sintió un placer intenso que de inmediato se repitió varias veces, porque la profesora siguió pegando en una y otra de sus nalgas. La esclavita movía sus caderas de un lado al otro y frotaba su vientre contra los muslos de la Godínez, que iba excitándose aceleradamente a medida que la zurra se desarrollaba. En cierto momento la profesora detuvo la golpiza e introdujo dos dedos de su mano derecha entre las nalgas de Areana buscándole la concha. La encontró muy mojada y eso la excitó aún más. Hurgó un poco en la vagina y luego se llevó esos dos dedos a la boca, lamiéndolos y temblando mientras tragaba ese flujo adolescente.

-Puta… -dijo saboreando el insulto. –Sos muy puta, Kauffman… - Inmediatamente siguió con los chirlos mientras le hablaba a su víctima:

-Satanás te preparó bien, te hizo bien puta, bien depravada y muy atractiva para que cumplas tu misión…

Areana, presa del intenso goce que le deparaba la paliza y acicateada por la exploraciòn de esos dedos en su concha estaba ya ardiendo de calentura, pero a la vez decidida a resistir la violación, por respeto a su Ama.

-No… no, señora, no… por favor no… -susurraba mientras corcoveaba a cada chirlo y se excitaba cada vez más.

La Godínez ardía por dentro y por fuera y en estado extremo de calentura era consciente de que la resistencia de la niña le sumaba morbo a la situación. Pensó, sin dejar de nalguear a la esclavita, que Satán había comenzado a poseerla a través de su enviada y no encontró en ella ninguna posibilidad de resistirse. De su vagina manaba abundante flujo y no quiso ni pudo demorar más el goce sexual.

(Continuará)