La reeducación de Areana (24)
Eva concurre a la entrevista con la Godínez y se impresiona y excita ante la dominante profesora y al regreso al departamento Capitàn vuelve a hacer de las suyas...
Mientras iban hacia la salida del edificio luego de la entrevista con la profesora Lucía tomó de la cintura a Areana y ciñéndola contra ella le dijo entusiasmada:
-Mmmhhhhhh, me da morbo que la profe haya citado a tu mamita. Viste que es muy autoritaria, muy dominante y para mí que le gustan las mujeres, así que a lo mejor se calienta con la perra vieja y termina castigándola por la hija degenerada que tiene… -y soltó una risita que estremeció a la niña.
“Mamá se va a impresionar por el trato tan dominante que tiene esta mujer…” se dijo ante la perspectiva que Lucía había planteado.
Ya en la calle, ante la puerta de la escuela, Lucía despidió a Areana con un chirlo en la cola y la esclavita apuró el paso ansiosa por contarle primero a Milena y luego a su madre que al día siguiente debería ir a ver a la profesora de Geografìa.
Más tarde, la Godínez descansaba en su cama después de haberse masturbado recordando las escenas de su encuentro con Areana y Lucía.
-Me ganaste Satanás… -dijo en voz alta. –Esa enviada tuya, la muy degenerada de Areana me puede, me va a hacer pecar, voy a caer, maldito…
…………..
Cuando Areana llegó al departamento se hincó ante la asistente, que la esperaba en el living, y murmuró el saludo de rigor: -Buenas tardes, señorita Milena. -para después besarle la mano y preguntar con la cabeza gacha:
-¿Puedo contarle algo, señorita Milena?
-Esperá que encierro al perro, porque ya veo que anda un poco calentito. –dijo la joven al observar que Capitán había metido la cabeza por debajo de la faldita de Areana. Lo apartó tirando con firmeza del collar, con paso enérgico lo llevó al baño y lo encerró allí para regresar de inmediato al living.
-Contá, ¿qué pasa? –urgió la asistente frunciendo el ceño. Areana narró el episodio que había tramado Lucía, habló después de la aztaína recibida en la sala de profesores y por último dijo de la convocatoria de la profesora Godínez a su madre para el día siguiente.
Milena había seguido el relato con los ojos agrandados por la sorpresa y alternando cada tanto una mueca burlona, para finalmente prorrumpir en una carcajada:
-¡Qué turra había resultado Lucía! ¡Una genia! –dictaminó y volvió a reír para humillación de Areana, cuyas mejillas ardían de vergüenza.
-Seguime en cuatro patas que a tu mamita la tengo comiendo en la cocina, así le contás lo de la citación. –ordenó la asistente y Areana dijo en un murmullo: -Sí, señorita Milena. –y comenzó a desplazarse sobre sus manos y rodillas después de cargarse la mochilla a la espalda.
Eva tenía ante si dos cuencos en el piso, el de la comida con trozos de salchichas y papas hervidas y el de la bebida con agua de la canilla. Al entrar Milena alzó un poco la cabeza mientras masticaba dos trozos de salchicha, aunque sin mirar a la cara a la asistente.
-Dejá de comer por un momento, puta, y escuchá lo que te va a contar tu hija.
Areana se acercó a su madre y, como de costumbre, ambas se saludaron con un beso fugaz en los labios. Luego la chica le habló de la citación en el colegio y del motivo, además de contarle que había recibido la segunda paliza de la Godínez.
-Tengo que pedirle permiso al Ama Amalia… -dijo Eva desde su disciplina de esclava.
-Claro que sí, puta, ya sabés que ni respirar podrías si la señora no te lo permitiera.
-¿Puedo llamar al Ama, señorita Milena. –consultó Eva y cuando fue autorizada por la asistente se dirigió al dormitorio en busca de su celular.
-Vos, movete y andá al dormitorio también, a sacarte esa ropa de persona. –ordenó Milena dirigiéndose a la esclavita y dándole una patadita en el culo.
Amalia rió a carcajadas al escuchar el motivo de su convocatoria a la escuela y luego dijo:
-Esa chica es genial, perversamente genial y creo que bajo mi dirección va a llegar muy lejos como Ama… Sí, perra, te autorizo a que vayas a ver a esa profesora y ahora pasame con tu hija.
-Gracias, Ama, sí, le paso… -dijo Eva y le dio el celular a Areana.
-Hola, señora…
-Contame un poco cómo es esa profesora, parece brava, ¿cierto? Ya te dio dos palizas en pocos días.
-Sí, Ama, es una mujer muy estricta…
-A mí me parece que pega no solamente por disciplina. Milena me contó que vos la oías respirar fuerte mientras te castigaba la primera vez.
-Sí, Ama, y hoy también…
-Bueno, veremos cómo sigue esto. Ahora pasame con Milena.
-Sí, señora… -y una vez que la asistente estuvo en comunicación Amalia le dijo:
-En cuanto la perra vuelva de esa reunión en la escuela que me llame y me cuente.
-Sí, señora, así será. –y ambas cortaron el llamado.
-Volvé a la cocina y terminá de tragar tu almuerzo mientras preparo el de tu hija. Vamos, muévanse. –ordenó Milena y Areana, ya desnuda, esperó que la asistente le colocara su collar y después marchó detrás de ella y de su madre.
Después de haber almorzado, cuando ambas esclavas se disponían a dormir la siesta de rigor previa a las visitas, Eva preguntó: -¿A qué hora tengo que estar en la escuela?
-A las 12 y decí en dirección que la profesora Godínez te espera en la sala de profesores.
-Bueno… Ahora descansemos, hijita. La señorita Milena me dijo que hoy tenemos tres visitas.
……………
Al día siguiente, a las 11,30, Milena comenzó a arreglar a Eva para su encuentro con la profesora Godínez. Su mente morbosa hizo que imaginara a la esclava despertando el deseo en la docente y de allí en más, lo que pudiera ocurrir. La manguereó en la bañera, la perfumó, le cepilló el pelo y le hizo vestir un tailleur de hilo azul con falda ceñida, zapatos negros de taco alto; una blusa blanca y como ropa interior sólo una minúscula tanga blanca. El atuendo se completó con una cartera negra sin nada en su interior.
Así ataviada marchó Eva hacia la escuela, nerviosa, con el corazón latiéndole aceleradamente. En los últimos tiempos sólo había estado recibiendo visitas bajo reglas muy claras: ella era carne de placer para otras mujeres y debía mostrarse con ellas absolutamente complaciente, pero, ¿qué le esperaba ante esa profesora? ¿Cómo debía comportarse? Iba a escuchar una denuncia muy grave contra su hija y no podría decir que era una acusación falsa. Sus nervios se habían acentuado cuando en la escuela llamó a la puerta de la Dirección y una voz femenina la autorizó a entrar.
Al ingresar en la oficina se encontró con una mujer joven sentada a un escritorio ubicado perpendicularmentre a otro en el cual no había nadie.
Saludó con voz temblorosa, procurando inútilmente dominar su ansiedad, y comentó el motivo de su presencia. La mujer la observó durante un momento con expresión de curiosidad y luego le indicó que siguiera por el pasillo hasta el final y doblara luego a la izquierda.
-Ahí va a ver una puerta con un cartel que dice sala de profesores.
-Gracias…-murmuró Eva a inició el camino hacia su cita.
Al llegar a la puerta indicada consultó su reloj y pudo comprobar que eran las 12 y 35. Golpeó con los nudillos y escuchó una voz firme: -Entre. –le ordenaba quien sin duda sería la profesora Godínez.
Abrió la puerta con gesto vacilante y se detuvo una vez adentro impresionada por el porte de la profesora, que la observaba de pie junto al extremo opuesto de la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho.
-Bue… buenas tardes, señora… -saludó tímidamente y mirando al piso, tal como estaba acostumbrada.
La docente no esperaba tal comportamiento y se desorientó un poco ante esa mujer muy atractiva pero de tan rara conducta. Se fue acercando a ella y una vez que estuvo a su lado apartó una silla: -Siéntese, señora Kauffman. –le dijo en un tono que a Eva le sonó como una orden. –Sí, señora Godínez. –dijo y al sentarse sintió que estaba obedeciendo y eso, como cada vez que lo hacía, la excitó.
La profesora seguía percibiendo algo muy extraño en el comportamiento de esa mujer, pero debía hablar de Areana y entonces, sentándose frente a ella, le dijo:
-¿Le contó su hija lo que hizo en clase, señora Kauffman?
-Sí, ella, bueno, me… me dijo que… que no era cierto, señora…
-¿Qué no era cierto?... ¿Quiso decir su hija que la alumna Lucía Gutiérrez mintió?
-No, no sé, señora… No sé… -balbuceó Eva acorralada por la necesidad de no revelar lo que ocurría entre Lucía y su hija según roles muy definidos y que, por supuesto, debían permanecer en secreto.
-A ver, señora Kauffman, su hija dice que Gutiérrez miente, que su hija no la tocó; muy bien, ¿puede decirme por qué Gutiérrez inventaría semejante cosa?
Eva se sentía cada vez más nerviosa, más acosada por la fuerza de un secreto que estaba obligada a guardar, pero de pronto encontró un recurso que muy probablemente significara exponer a su hija a un nuevo y severo castigo, pero el interrogatorio de la profesora no le dejaba otra salida:
-Bueno, puede ser que Areana me mintiera… No sé…
-Ah, muy bien, señora Kauffman, veo que empezamos a entrar en razón. –dijo la profesora con tono triunfal.
-Puede ser, sí… puede ser…
-¿Puede ser que Areana le mintiera? –quiso asegurarse la Godínez paladeando su victoria.
Eva bajó aún más su cabeza, vencida ante la fuerza que emanaba de la docente y mientras sentía en estómago un alboroto de mariposas musitó:
-Sí, puede… puede ser, señora…
La Godínez se puso repentinamente de pie, con un envión enérgico y con similar energía en su voz dijo:
-Puede ser no, señora Kauffman, es. –y remarcó este monosílabo. -Su hija le mintió y debe ser castigada por eso. Yo la voy a castigar mañana mismo. No soporto a las niñas mentirosas.
-Está bien, señora… -aceptó Eva sin poder evitar excitarse al imaginar a su hija en manos de esa mujer de personalidad tan dominante. Tan potente fue la imagen que tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar el temblor que había comenzado a agitarla.
La profesora se dio cuenta. Frunció el ceño, intrigada, y preguntó inclinándose hacia Eva:
-¿Le pasa algo, señora Kauffman? ¿Se siente bien?
Eva tragó saliva, se enderezó un poco en la silla aunque manteniendo la cabeza gacha y la vista en el piso y contestó con un hilo de voz:
-Sí, señora… Sí… me… me siento bien… ¿Puedo… puedo retirarme, señora?... –preguntó mientras sentía que su excitación era tal que había empezado a humedecerse. Todo por el carácter dominante de la Godínez, que daba en el centro exacto de su esencia de esclava.
-Sí, señora Kauffman, puede retirarse. Ya le he dicho todo lo que tenía que decirle y me ha dicho usted lo que yo necesitaba escuchar. Puede advertirle a su hija lo que le espera mañana conmigo. –dijo la profesora procurando ocultar su morbosa emoción ante la perspectiva de un nuevo castigo a Areana. Le tendió la mano a Eva y luego abrió la puerta al par que le decía:
-Espero no tener que citarla nuevamente, señora Kauffman. –mintió la docente.
-Gracias, señora… -murmuró Eva conteniendo a duras penas un súbito impulso de besarle la mano.
Una vez a solas, la Godínez se tomó la barbilla entre el pulgar y el ìndice de su mano derecha:
-Qué mujer extraña… -se dijo. –Extraña y muy atractiva… La nena tiene a quien salir… -y al pensar en Areana sintió que el deseo de coger con ella era ya imposible de controlar.
Poco después, en el departamento, Eva le contaba a su hija en presencia de Milena la entrevista con la profesora Godínez.
La asistente tenía a Areana desnuda, en cuatro patas y con su collar, cuya cadena sujetaba con la mano derecha.
-Tuve que decirle eso, hija, no tenía otra salida… -se disculpó al terminar el relato.
-Ay, ma, no te preocupes, entiendo que no tenías otro remedio. –la consoló Areana.
-Pero te va a castigar…
-Ma, las dos veces que me dio con la regla de madera terminé mojada. –se sinceró la esclavita.
Eva pareció reflexionar un instante y luego dijo, no sin cierta vergüenza:
-Esa mujer es… es muy dominante, muy segura, muy fuerte…
-Y eso a mujeres como nosotras nos impresiona, ¿eh, ma?
-Sí, hija, a mí me impresionó su trato… Me excité ante ella… -admitió Eva ruborizándose.
-Deliciosamente morboso lo de ustedes, putas; ahora vos, perra Eva, desnudate. –intervino Milena y cuando la tuvo en cueros le ordenó ponerse en cuatro patas, le colocó el collar y se llevó a ambas a la cocina para que almorzaran. Sin embargo, algo alteró la rutina y fue la aparición de Capitán, al que Milena había olvidado encerrar en el cuarto de baño. El perro se les vino encima de frente y fue inútil que la asistente intentara detenerlo. Con la fuerza que le daba su deseo sexual llegó hasta Areana y alzándose sobre sus patas traseras montó sin más sobre la niña.
Milena había tratado de detenerlo sólo pensando en las visitas, para que las esclavas no perdiera fuerzas, pero ante la imposibilidad de evitar el asalto decidió sumarse, excitada.
Capitán se movía frenéticamente de atrás hacia delante con el hocico muy abierto y la lengua afuera mientras Areana respiraba agitada y emitía gemidos algo roncos que evidenciaban su calentura.
-Abrile las nalgas. –le ordenó la asistente a Eva y cuando la mujer lo hizo tomó la pija del perro, ya bien erecta y la fue guiando hacia el orificio anal de la esclavita mientras con la otra mano comprobaba que de la verga canina brotaba ya líquido preseminal, que uitlizó para mojar el agujerito y lubricarlo un poco.
Areana movía sus caderas de un lado al otro, cada vez más caliente:
-Ya… por favor, ya… -suplicó entre jadeos, ansiosa por sentir esa verga adentro, al percibir que sería penetrada analmente.
-Qué puta sos, ¿eh, pendeja?... –le dijo Milena mientras demoraba ex profeso la consumación del hecho y Capitán pugnaba con desesperación por darse el gusto.
-Decilo o no hay perrito… -exigió la joven mientras sonreía sádicamente, divertida con su propia crueldad.
-Ay…. Sí, soy…. Soy muy puta, señorita Milena, ¡muy puta, pero por favor, metalá ya!... ¡YAAAAAA!...
-No me grites… -la reconvino Milena con un tono deliberadamente calmo y una sonrisa perversa dibujada en sus labios.
Era tal la tensión que padecía Areana que sus ojos se llenaron de lágrimas y pidió perdón entre sollozos mientras Eva seguía con sus manos crispadas en las nalgas de su hija y el flujo le brotaba de la concha sin cesar.
Milena estaba dispuesta a hacer sufrir mucho a la esclavita antes de concederle el goce de la cogida perruna y entonces se mojó los dedos índice y medio de su mano izquierda y los acercó a la boca de Areana:
-Dejate de lloriquear, pendeja boluda, o te dejo sin perro. Mirame los dedos.
Areana, desesperada ante la terrible amenaza, logró con un gran esfuerzo contener sus sollozos y al mirar los dedos los vio mojados.
-¿Qué ves, puta?
-Están… están mojados, señorita Milena…
-¿Sabés de qué están mojados?
-No, señorita Milena. –contestó Areana mientras la asistente seguía haciendo movimientos masturbatorios en el pene del gran danés y éste no cesaba de moverse hacia delante y hacia atrás con sus patas delanteras ceñidas a los flancos de la esclavita.
-Es líquido que suelta la pija del perro. Abrí el hocico y limpiámelos. –ordenó Milena y Areana abrió de inmediato la boca para engullir esos dedos y limpiarlos a fuerza de lamidas y succiones. Hizo un gesto de asco ante el sabor muy agrio del fluido y Milena rió, pero la niña ansiaba la pija de Capitán y habría bebido una copa llena de ese líquido si ése hubiera sido el precio a pagar.
Por fin, satisfecha con el suplicio sicológico al que había sometido a la esclavita, la asistente comprobó que Eva mantenía bien separadas las deliciosas nalguitas de Areana y entonces guió la pija del perro hacia su objetivo y en el camino recogió más líquido seminal en sus dedos y lo depositó en el orificio anal, por donde el pene canino entró hasta el fondo con algún esfuerzo. Areana gritó al sentir la penetración y Milena, experimentada en tales expresiones a través de tanta doma y adiestramiento a numerosas perras, supo que ese grito era de placer.
-Vos, perra, dejale las nalgas que tu hijita ya se la tragó. Ahora ocupate de su clítoris que me encargo de sus tetas. –ordenó Milena dirigiéndose a Eva.
Amalia había implantado un concepto esencial en su Reino y era que a las esclavas se les debía deparar el mayor goce posible con el propósito de asegurar su sometimiento, basado éste en la certeza de que afuera, en libertad, jamás podrían obtener tan alto nivel de goce. Era eso lo que Milena hacía en ese momento con Areana: llevarla a las más altas cumbres del placer sexual, con el perro bombeando y bombeando dentro de su culito; con Eva estimulándole el clítoris y ella sobándole las tetitas y jugueteando con los pezones, que casi de inmediato sintió duros y bien erectos entre sus dedos hábiles.
El perro no tardó en acabar, echando chorros y más chorros de su semen caliente en el interior de ese culito de hembra humana y Areana acabó segundos después entre violentas convulsiones y un grito que pareció interminable. Milena y Eva echaban ríos de flujo por sus conchas mientras Capitán, ya saciado, se retiraba para echarse sobre la alfombra como desentendido ya de las tres hembras.
La asistente se tocaba y lo mismo hacía Eva con el rostro desencajado por la calentura que había alcanzado en ella niveles incontrolables.
-Pobre de vos, perra vieja, si llegás a acabar con esos toqueteos. –le advirtió Milena e inmediatamente se dirigió a Areana, que debía hacer un esfuerzo para sostenerse alzada sobre sus manos y rodillas entre temblores post orgásmicos.
-Vení, pendeja puta, vení que vas a darnos lengua a mí y a tu mami. Y vos, perra Eva, echate de espaldas con las piernas recogidas y bien abiertas.
-Sí, señorita Milena…
-Primero a mí. –agregó la joven y adoptó la misma posición. Entonces Areana avanzó en cuatro patas hasta ubicarse entre las piernas de Milena, dio algunas lamidas lentas y potentes en los labios vaginales exteriores y luego los entreabriò con sus dedos para introducir su lengua ávida entre ellos, lo cual hizo gemir y moverse sobre sus caderas a Milena.
-Vos… -ocupate de mis tetas, perra Eva… -ordenó la asistente mientras la lengua de Areana se hundía en su concha para moverse enseguida de arriba abajo al par que iba sorbiendo el flujo que brotaba como de una canilla abierta.
Eva se inclinó sobre el pecho de Milena con ojos perdidos en algún pasado remoto:
“¿Qué queda en mí de aquella mujer que yo era?.” se preguntó mientras encerraba entre sus labios apetentes uno de los pezones y se estremecía sintiendo cómo se iba poniendo rígido. Milena gemía presa gustosa de las sensaciones intensas que ambas esclavas le provocaban y Eva ya había olvidado la pregunta que acababa de formularse. La asistente no tardó en alcanzar el orgasmo en medio de gritos y violentos corcovos y con sus manos aferradas a la cabellera de Areana. Sin solución de continuidad Eva tomó la cabeza de su hija y la atrajo hacia sus piernas abiertas para después aplastarle el rostro contra su concha empapada, que la niña comenzó a chupar y a lamer de inmediato. Eva gemía, jadeaba y pronunciaba frases ininteligibles en un balbuceo que cada tanto era interrumpido por un grito. El perro se había acercado y al parecer ya superado su letargo se puso a lamer las tetas de Milena, que se incorporó a medias para abrazarlo y buscarle la pija con mano ansiosa. Por fin Eva acabó entre jadeos casi animales y ella y su hija cayeron en un sopor dulce que las iba adormeciendo no sin antes ver cómo Milena, de espaldas en el piso debajo de Capitan engullía la pija del gran danés como si se tratara del más sabroso de los manjares, a juzgar por la expresión de su rostro casi en trance.
-Tengo que contarle al Ama Amalia mi entrevista con la profesora… -balbuceó Eva sintiendo que sus párpados pesaban cada vez más.
-Después… -murmuró Areana en el umbral del sueño.
(Continuará)