La reeducación de Areana (2)
Eva lleva a su hija Areana a casa de Amalia, donde donde todo está dispuesto para comenzar con la reeducación de la adolescente.
La ansiedad hizo que Eva llegara a la cita quince minutos antes. Presa de una nerviosidad cada vez mayor caminó de una esquina a la otra hasta que finalmente, en la enésima consulta a su reloj de muñeca comprobó, lanzando un suspiro, que eran las cinco de la tarde. Con paso casi de trote llegó a la puerta del edificio y oprimió en el portero eléctrico el botón del 9º piso. Luego de un instante que le pareció eterno sonó una voz femenina:
-Sí.
-Tengo cita con la señora Amalia. -contestó procurando parecer serena.
-¿Su nombre? –interrogó la voz.
Eva lo dijo y segundos después el hombre sentado a una mesa en el gran hall de entrada, con uniforme de una agencia de seguridad, se levantó para abrirle la puerta. Eva dedujo que debía haber un sistema que permitía la comunicación entre el vigilador y los habitantes de los departamentos, pero su atención no estaba en descifrar ese sistema sino en su encuentro con Amalia, esa mujer que, según su amiga Elena, era la indicada para corregir a Areana.
El ascensor la condujo hasta la novena planta, ocupada en su totalidad por el departamento de Amalia. Todo el edificio tenía esa característica: un departamento por planta.
Eva oprimió el timbre y esperó, cada vez más tensa. Instantes después abrió la puerta una joven de no más de veinte años, alta y espigada, cabello rubio cortado a lo varón y al rape en los costados. Ojos verdes de mirada escrutadora y vestida con calzas negras, zapatillas blancas y musculosa del mismo color bajo la cual no llevaba nada.
-Tengo cita con la señora Amalia… -murmuró Eva algo cohibida ante la joven, aunque ignoraba el porqué.
-Sí, ya me lo dijo por el portero eléctrico. –dijo cortante la rubia. –También me dijo que se llama Eva. Pase. –agregó y se hizo a un lado. Cuando Eva entró la jovencita cerró la puerta, echó el cerrojo y adelantándose dijo en tono imperativo:
-Sígame.
“¡Qué modales!”, pensó Eva mientras la seguía por el pasillo que llevaba al living. Una vez allí su guía le señaló un sofá tapizado con pana de color natural.
-Siéntese. La señora vendrá enseguida.
-Gracias… -murmuró Eva sin poder evitar seguir a la jovencita con la mirada hasta que desapareció.
Se entretuvo después observando el mobiliario de estilo, el gran ventanal que daba a la calle y abarcaba la totalidad de la pared. La cortina blanca y liviana permitía con su transparencia apreciar el cielo, sin edificios que lo ocultaran. En las paredes se veían distintos cuadros con reproducciones de pintura impresionista y de clásicos como Rembrandt, Tiziano y El Bosco. A la izquierda del sofá donde ella estaba sentada, la gran mesa central con seis sillas a su alrededor. Una lámpara de pie a la derecha del sofá, una mesa ratona frente a ella y sobre algunas repisas adosadas en distintos puntos de las paredes, pequeñas esculturas de mármol blanco representando animales y mujeres con túnicas y en diversas posiciones. En el centro del cielorraso una gran araña con numerosas lamparitas que Eva no llegó a contar, porque en ese momento hacía su entrada Amalia, a espaldas de la visitante.
-Bienvenida, Eva. –saludó con su voz grave mientras se acercaba al sofá. Eva se puso de pie y al mirar a la dueña de casa se sintió impresionada por su porte, su elegancia al andar y esa mirada dura de los ojos negros bajo unas cejas arqueadas que acentuaban la expresión.
-Siéntese, querida. –dijo Amalia luego de que ambas se saludaran con un apretón de manos. Eva volvió a sentarse y Amalia se sentó también en el sofá.
-¿Quiere tomar un café, un té?.
-Un té, gracias. -eligió Eva. La dueña de casa agitó una pequeña campanilla que llevaba con ella y al instante apareció la joven rubia.
-Un té para la señora y para mí un café, Milena.
-Enseguida, señora. –dijo la joven y abandonó el living.
Eva sentía algo extraño, que lentamente empezaba a descifrar. Había allí un aire de autoridad, de orden, de disciplina, palabras que surgieron en su mente mientras procuraba explicarse a si misma sus sensaciones. Amalia la impresionaba con su porte, su rostro de facciones angulosas, su mirada, su voz grave, de ricos matices. Se imaginó a Areana en ese sitio e inmediatamente se preguntó cómo reaccionaría, cuál sería su conducta y, sobre todo, cómo sería el tratamiento que Amalia le aplicaría. Algo le había sugerido Elena al preguntarle si Ella o Ricardo le habían dado alguna vez una paliza, pero a ella le intrigaban los detalles, el plan disciplinario en su conjunto. Instantes después Milena puso sobre la mesa ratona la bandeja con el pocillo de café, la taza de té y la azucarera de porcelana. La joven puso una cucharadita de azúcar en el café de Amalia y luego le preguntó a Eva, siempre con ese tono duro que parecía ser parte de su personalidad:
-¿Cuánta azúcar?
-Dos, por favor… -contestó Eva luego de una pausa. Tuvo que reconocer que la jovencita la intimidaba. ¡Ella, una mujer de cuarenta y dos años intimidada y nerviosa ante una pendeja! Lo pensó alarmada y enseguida agitó una mano en el aire pasándola ante su rostro como queriendo ahuyentar esos pensamientos.
-¿Le pasa algo, querida? –preguntó Amalia aunque su pregunta era meramente retórica, ya que su condición de dominante y su larga experiencia como tal le permitía saber qué era lo que su visitante estaba sintiendo.
-No… No, claro que no… Es que pienso en Areana y…
Amalia sonrió y mientras revolvía su café dijo:
-Sí, entremos en tema, mi querida. Por lo que me contó Elena usted está muy preocupada por su hija.
-Sí, Amalia, preocupada, disgustada, desorientada y es por todo esto que acepté la sugerencia de Elena de venir a verla.
-¿Qué le contó Elena de mí?
Eva respiró hondo, exhaló el aire y explicó:
-Que usted tiene… digamos experiencia, mucha experiencia en la reeducación de malcriadas, ese término usó Elena… Y que usted puede… puede tratarla con el rigor necesario para corregirla… Eso me contó de usted, Amalia.
-Es exactamente así, Eva. Hace mucho años que me especializo en la reeducar malcriadas y su hija lo es.
-Sí. –aceptó Eva. Mi marido murió cuando Areanita tenía diez años y quedé sola para hacerme cargo de su educación. Fracasé… -se dolió frunciendo el ceño y llevándose una mano a la cara.
-Escuche, no es usted la única persona que necesita de gente como yo. Soy una experta y le aseguro que con un tratamiento de dos o tres meses le devolveré a una Areana irreconocible. Estamos en una época en la que prevalecen conceptos permisivos que no hacen más que crear adolescentes insoportables, mi querida. Yo soy intransigente con eso y en cambio creo que no hay como el rigor para que los pendejos aprendan a portarse como corresponde. Su hija estudia, me dijo Elena.
-Sí, cuarto año de la secundaria.
-Bien, las clases terminan en dos semanas. Me la trae al día siguiente y en dos o tres meses se la tengo lista, hecha una perrita faldera. ¿Estamos de acuerdo?
-Bueno, sí… sí. ¿Y cuánto me va a costar el… el tratamiento?...
-Tres mil pesos por mes, incluyendo la manutención de su hija, su alimentación quiero decir.
-Bien… -aceptó Eva y luego dijo con expresión preocupada:
-Lo que no sé es cómo haré para traerla… Conociéndola sé que se negará a acompañarme si no le digo adónde vamos…
-Eso no será un problema. –dijo Amalia y agitó la campanilla. Un instante después quien apareció en el living fue una mujerona robusta, de unos cincuenta años, cabello gris peinado con rodete, grandes orejas salientes, nariz ganchuda y vestida con una blusa blanca de manga larga, corbata negra, pollera del mismo color y zapatos abotinados.
-Sí, señora Amalia. –dijo con una especie de graznido plantándose ante la dueña de casa.
-Marisa, traéme un sobrecito.
-Enseguida, señora. –dijo y un instante después regresó al living con lo pedido por Amalia: un sobrecito de dimensiones similares a ésos de azúcar que hay en los bares.
-Gracias, Marisa, retirate. –y la mujerona abandonó el living mientras Amalia le daba el sobrecito a Eva, que lo tomó en tanto su rostro expresaba sorpresa.
-¿Qué es esto? –quiso saber.
-Un polvito mágico. –explicó Amalia sonriendo maliciosamente. –Quiero a su hija aquí al día siguiente de terminar las clases. Ese día le pone el contenido de este sobrecito en algo que ella tome, un café, café con leche, una gaseosa, decídalo usted, y minutos después la tendrá atontada e incapaz de resistirse a cualquier cosa que se quiera hacer con ella, en este caso, traérmela. Le sugiero que se haga ayudar por Elena, le será más fácil, creo.
-Sí, seguramente tendré más fuerza anímica con la ayuda de Elena. Pero… ¿esto no le hará mal, verdad?... –se inquietó Eva.
-Quédese tranquila.
-Bueno, está bien. Ahora… ¿puedo preguntarle algo, Amalia?
-Lo que quiera.
-¿Quiénes son la chica rubia y… y esa mujer que trajo el sobrecito?
-Mis asistentes. No pensará que puedo hacer sola este trabajo.
-No, claro, y otra cosa… ¿Tengo que traerla con algo de sus cosas?, no sé, ropa…
-Con lo puesto y su cepillo de dientes. ¿Alguna otra pregunta?
-Sí, usted me dijo que el tratamiento me costará tres mil pesos por mes, pero ¿cómo será el pago?
-Cuando me trae a su hija me abona una primera mensualidad y del uno al cinco del mes siguiente viene a pagarme la segunda, o me manda el dinero por alguien. Si hay un tercer mes de tratamiento se repite lo mismo. Ah, y otra cosa importante, mientras dure la reeducación usted no podrá ver a su hija.
-Entiendo… -aceptó Eva con expresión dolorida.
-Algo más. Me dijo Elena que la niña se ha llevado algunas materias.
-No. –se asombró Eva. –Elena debe haberse confundido. Areanita es tan rebelde como buena alumna en ese sentido.
-Mejor así, porque entonces voy a poder dedicarme a lo estrictamente disciplinario. –se alivió Amalia y agregó: -Soy una persona seria y hago muy seriamente mi trabajo, querida, y es por eso que cuando me hago cargo de una pupila se firma un contrato.
-¡¿Un contrato?! –preguntó Eva con sus ojos agrandados por la sorpresa.
-Un contrato. –repitió Amalia con tono seco. –Por supuesto que no sería su caso, querida, pero no puedo arriesgarme a que alguien me acuse de secuestradora.
Eva pareció reflexionar y luego dijo:
-Sí, está bien, entiendo y… ¿cómo es ese… ese contrato?
Amalia hizo sonar otra vez la campanilla y segundos después apareció Milena.
-Dígame, señora.
-Traé una copia tipo del contrato.
-Sí, señora. –y un instante después la joven volvía con lo ordenado. Amalia tomó la copia y se la dio a Eva.
-Léalo tranquila en su casa, querida, y lo firmaremos cuando usted me traiga a su hija. ¿Alguna otra cuestión o podemos dar por terminada la entrevista?
-No, está bien, de acuerdo, Amalia. Al día siguiente de terminadas las clases le traigo a mi hija. –dijo Eva incorporándose y guardando la copia del contrato en su cartera.
-La acompaño, querida. –dijo Amalia relamiéndose interiormente mientras tomaba por la cintura a Eva y ambas iniciaban el camino hacia la puerta.
……………
Eran las seis de esa tarde cuando Amalia recibía el llamado de Elena, que pidió ansiosa:
-Contame.
-Bueno, estuvo la mami, se la veía nerviosa, turbada, sorprendida, te diría, de que pueda existir algo así, algo como yo y mis asistentes. –dijo Amalia y soltó una risita.
-Pero, ¿arreglaron algo?
-Claro que sí, me va a traer a su cachorra cuando terminen las clases. Se llevó el contrato.
-Ah, que bien, se me hace agua la boca.
-Ahora hablá con ella a ver qué te dice y me contás.
-OK, un beso, zorra…
-Otro, putona…
Y ambas cortaron la comunicación entre carcajadas.
Inmediatamente Elena llamó a Eva:
-Hora, mi amor, contame cómo te fue con Amalia.
-Bien, creo que bien, no sé, todavía estoy impresionada… Es gente muy,,, muy especial… Hay una chica que es terrible, una de sus asistentes… Y otra mujer mayor también… Me da no sé qué imaginar a Areanita en manos de ellas…
-Bueno, oíme, Eva, si tenés tantos remilgos la cortamos acá y listo. Dejá todo así y que la pendeja siga volviéndote loca. Es tu problema. –dijo Elena fastidiada y también para acorralar a su amiga.
-No, esperá, no te enojes… Voy a seguir adelante pero comprendeme, nunca imaginé ese mundo… Nunca supuse que existiera gente como Amalia, como esa chica, como esa otra mujerona…
Elena suspiró aliviada:
-Claro que te comprendo, Eva, pero calmate, todo saldrá bien.
-Espero que sí, me dijo que vamos a firmar un contrato.
-Sí, sé que Amalia se maneja así, ya te dije que es una mujer muy seria, quiere todo documentado cuando se hace cargo de una pupila.
-En fin, veremos qué pasa.
-Lo que va a pasar es que en dos o tres meses tus problemas con Areanita serán un recuerdo, Eva.
-Ojalá, Elena. Bueno, un beso y nos vemos.
-Besos, mi amor.
Y segundos después Elena le contaba a Amalia de su charla con Eva.
-Tiene dudas, alguna vacilación, pero está decidida a seguir adelante. Vas a tener a la cachorra, no te preocupes.
-Perfecto. Oíme, te cuento el operativo para traerla.
-Sí, decime…
-Le di un sobrecito con cierto producto en polvo para que la mami se lo ponga a la nena en alguna bebida que tome ese día. Eso la va a tener atontada y así vos y Eva no tendrán problemas en trasladarla hasta acá.
-Ah, qué bien. –se admiró Elena.
-Y sí, porque la mami me dijo que su hija ni loca iba a querer acompañarla sin saber adónde iban.
-Es increíble la cantidad de recursos que tenés, Amalia. –elogió Elena.
-Los años, querida… Los años…
-Che, dijiste “vos y Eva” cuando hablaste del traslado de Areana. ¿Pensaste en que yo ayude a traerla?
-Por supuesto, mi amor, no quiero que la mami lo haga solita, ¡no vaya a ser que se arrepienta!
-Tenés razón. Contá conmigo para meter a esa linda pajarita en la jaula.
-Muero por conocerla… -se relamió Amalia.
-Cuando la veas vas a querer comértela cruda. –aseguró Elena y ambas se despidieron.
…………..
Los días pasaban lentamente para Eva, Elena y Amalia, acuciadas por la ansiedad. Mientras tanto, Areana seguía con su desastrosa y desafiante conducta de siempre.
Hasta que por fin terminó el año lectivo. Areana volvió de la escuela , saludó a su madre con un beso rápido y desganado en la mejilla, tiró su mochila despreocupadamente al piso del living y sin hacer caso del reproche de Eva agitó una mano en gesto despectivo se metió en su cuarto.
Eva fue tras ella, entró en la habitación y mientras su hija se quitaba la ropa comenzó a increparla:
-¡¿A vos te parece bien tirar la mochila al piso y no contestarme cuando te hablo?!
-Ay, ma, dejame, no me grites. Estoy cansada y lo único que quiero es darme una ducha y relajarme. –contestó la chica y ya desnuda pasó junto a su madre, salió del cuarto y se metió en el baño.
Eva casi corrió hacia el teléfono para llamar a Elena.
-No puedo más, Elena, no puedo más… -se descargó al oír la voz de su amiga.
Le contó después lo que acababa de ocurrir con su hija y entonces Elena dijo:
-Bueno, calmate, ya falta muy poco. ¿Querés darle ese polvito hoy y la llevamos?
-Sí, oíme, en cuanto tenga oportunidad le pongo el polvito y te llamo para que vengas. Como mucho, tengo que esperar hasta la noche porque siempre toma un vaso de leche antes de irse a dormir.
-Ok, teneme al tanto. En cuanto me llames salgo para allá.
-¡Ay, Elena, te agradezco tanto tu ayuda!
-Mi amor, para algo somos amigas… -fingió Elena mientras sonreía con malicia pensando en lo inminente del placer que sentiría con la reeducación de Areana.
-Oíme, Elena…
-Sí, decime.
-¿No querés venirte ya? Me voy a sentir más confiada si estás vos.
-Me parece perfecto, Eva. No tengo nada planeado para hoy, así que en una hora estoy ahí.
-¡Ay, gracias, gracias!
-¿Qué hace tu hija ahora?
-Se está duchando.
Elena imaginó a la adolescente desnuda y bajo la ducha y un estremecimiento la sacudió de pies a cabeza.
-Nos vemos en una hora. Dijo con la voz algo enronquecida y cortó la comunicación.
De inmediato llamó a Amalia.
-Acabo de hablar con Eva y quedamos en que voy para su casa.
-Muy bien, ¿y entonces? –preguntó Amalia.
-Bueno, que estaremos atentas y a la primera oportunidad le hacemos tragar ese polvito. Me dijo que como mucho serà esta noche, porque la pendeja siempre toma un vaso de leche antes de acostarse.
-Mmmmhhhhhhh, no se confíen. Traten de dárselo antes, no vaya a ser que la turrita salga esta noche.
-Tenés razón, no lo había pensado. En una hora estoy en lo de Eva y trato de doparla cuanto antes.
-Bien. Acá con Milena y Marisa estamos impacientes por recibirla.
-Y yo estoy impaciente por llevártela.
-Bueno, estamos en contacto, putona.
-Por supuesto, zorra, jejeje…
Y ambas cortaron la comunicación en el preciso momento en que Areana salía del baño y envuelta en un toallón se dirigía a su cuarto. Eran las seis de la tarde.
-¿Querés tomar algo? –tanteó Eva.
-Una Coca Cola. -contestó la chica justo antes de cerrar la puerta de su habitación.
Eva sintió que su corazón aceleraba el ritmo de sus latidos. Fue a la cocina, sacó de la heladera una botella de la gaseosa, echó un poco del contenido en un vaso, vertió el contenido del sobrecito y revolvió luego un instante con una cucharita. Temblaba de arriba abajo.
“Tengo que controlarme.” Se dijo. Tomó el vaso y fue al living a la espera de su hija, que poco después apareció con el cabello húmedo, descalza y en ropa interior negra, tanga y corpiño. Eva no supo bien por qué, pero la turbó ver así a su hija, exhibiendo ese bello cuerpo de mujercita en camino hacia la maduración plena.
-Acá tenés la Coca… -dijo alcanzándole el vaso con ambas manos para controlar su temblor.
La chica se puso a beber bajo la tensa mirada de su madre y cuando terminó el contenido del vaso lo dejó sobre la mesa del living, encendió el televisor con el control remoto y se sentó a la espera de la imagen.
-¿No pensás vestirte? –le preguntó su madre.
-No, estoy bien así. –respondió Areana con ese tono desafiante que había adquirido últimamente.
Eva, cada vez más nerviosa, tomó el teléfono inalámbrico y fue al dormitorio para hablar con Elena.
-Venite, venite lo más rápido que puedas… Acaba de tomar una coca con ese polvito… ¡Venite, por favor!...
-Calmate, Eva. –le pidió su amiga. Si tragó el polvito en un rato la vas a tener atontada, así que no te preocupes. Yo ya salgo para allá y vos llamala a Amalia para avisarle que se la estamos llevando.
-Sí, sí… Gracias, Elena… Estoy… estoy muy nerviosa…
-Calmate y llamá a Amalia. –insistió Elena y cortó la comunicación.
Eva, en estado de suma crispación, obedeció a Elena:
-Señora… -dijo cuando reconoció la voz de Amalia. –mi hija… acaba de… de tomar un vaso de Coca Cola con ese polvito y Elena viene en camino para acá…
-La noto muy nerviosa, querida, cálmese. Según lo que me cuenta en un rato va a traerme a su hija.
-Sí, en cuanto venga Elena salimos para allá con Areanita…
Cortó la comunicación y vio, alarmada, que Areana se paseaba como zombie por el living, con pasos lentos y torpes, llevándose por delante los muebles. Corrió hacia ella y vio que tenía la mirada perdida y la boca abierta, con la mandíbula caída.
-¡Ay, Dios mío! –exclamó mientras tomaba a la jovencita y la recostaba en el sofá. En ese momento sonó el portero eléctrico. Era Elena. Bajó a franquearle la entrada al edificio y la abrazó al borde del llanto:
-¡Estoy asustadísima, Elena! ¡Ya vas a ver cómo está Areanita! –dijo casi gritando y con semblante
demudado.
Elena la tomó por la cintura camino al ascensor:
-Tranquilizate, Eva, te aseguro que Amalia sabe lo que hace. Areana está sólo atontada para que podamos llevarla.
-Ay, no sé, Elena, no sé, espero que tangas razón…
Cuando ambas entraron al living, Areana seguía tendida en el sofá y Eva se lamentó de no haber tenido la precaución de echarle encima alguna ropa. Elena, por su parte, tuvo que hacer un esfuerzo para mostrarse impasible ante el espectáculo que Areana ofrecía involuntariamente.
-Bueno, vestila, Eva. –dijo y se aclaró la garganta.
“¡Qué bocadito!” pensó mientras Eva conducía a la jovencita a su cuarto y Elena se deleitaba mirando y admirando esa colita empinada, firme y como trazada con un compás de tan redonda, y esas piernas larguísimas de un torneado perfecto.
Mientras tanto, en ese mismo momento, Amalia devolvía a la pupila al marido, que asistía con admiración y excitado a la demostración que la señorona le hacía del trabajo realizado.
Así, luego de enseñarle al hombre como manejar a la hembra haciendo chasquear los dedos y ofrecerle una muestra del nivel de amaestramiento alcanzado por su mujer, le dijo:
-Ya ve, mi estimado señor, que su antiguamente insoportable esposa, está hoy convertida en una esclava perfecta y además bisexual, como usted me había pedido.
Inmediatamente se dirigió a la pupila:
-¿Quién sos, puta?
-La esclava de mi marido, señora. –fue la respuesta de la mujer, que permanecía en la posición correcta: las manos en la espalda, las piernas juntas y la cabeza gacha.
-¿Cuáles son tus derechos?
-Comer, dormir e ir al baño.
-¿Podés tener amistades?
-Sólo si mi amo me lo permite, señora.
-¿Podés salir a la calle?
-Sólo si mi amo me lo permite, señora.
-¿Cuál es tu ley, perra?
-La Ley de la obediencia y la sumisión, señora.
Concluido el interrogatorio Amalia miró al hombre con una expresión de orgullo en su rostro.
-Creame que estoy fascinado, Amalia, Me habían hablado muy bien de usted, pero debo admitir que no creía en semejante resultado. Ver a mi mujer así, como una perra obediente, supera mis expectativas.
La mujer estaba vestida, pero Amalia no le había quitado el collar de perro y cuando fue a hacerlo el hombre la detuvo:
-No, señora, no, déjeselo puesto. Me la llevo así.
Los ojos de Amalia, perversa y morbosa hasta la médula, brillaron de entusiasmo.
-Me parece maravillo, mi estimado, pero, ¿no tiene miedo de que alguien la vea?
-En absoluto, señora, es mi vida y si a alguien le asombrara ver a una mujer con un collar de perro, pues no es mi problema.
Amalia sonrió e hizo sonar dos veces su campanita. Segundos después apareció Marisa (si la campana sonaba tres veces la convocada era Milena), a quien la dueña de casa, luego de despedirse del hombre, le ordenó que acompañara a la pareja hasta la entrada del edificio.
Luego fue al encuentro de Milena, que había estado ocupándose de poner una manta nueva en el piso de la cucha, lavar los recipientes de comida y bebida y comprobar que todo estuviera perfecto en la sala de castigo.
-En un rato llega la nueva. ¿Está todo listo para recibirla.
-Todo perfecto, señora.
-Bien, ya saben vos y Marisa atentas, que cuando lleguen una de ustedes baja y les abre como siempre, yo recibo en el living a la cachorra con su mami y Elena y ustedes están a la espera de mis instrucciones.
-Sí, señora. –dijo la chica, que lucía una musculosa negra, un breve y ceñido short blanco y zapatillas.
Apenas unos minutos después sonaba el portero eléctrico:
-Sí. –dijo Amalia y enseguida escuchó la voz de Elena:
-Somos nosotras…
-Ya te mando a Marisa.
Una vez abajo y mientras se acercaba a la puerta, la mujerona miraba a la chiquita con ojos de predadora.
Areana estaba sostenida por su madre y Elena y vestida con parte de su uniforme de colegiala, que fue lo primero que Eva tuvo a mano cuando la vistió: camisa blanca, faldita verde, medias tres cuartos del mismo color y mocasines marrones. Después de los rápidos saludos, Marisa precedió a las tres camino al ascensor y ya en el noveno piso abrió la puerta del departamento, se hizo a un lado para dejarlas pasar y enseguida las condujo al living, donde Amalia esperaba haciendo un esfuerzo para controlar su ansiedad, y su esfuerzo creció a la vista de esa jovencita que tenía ante ella
Elena dejó a cargo de Eva la tarea de sostener a Areana y se adelantó a saludar a Amalia. Luego dijo señalando a madre e hija:
-Aquí están, Amalia, son mi amiga Eva y su hija Areana.
Amalia fue hacia ellas, se besó con Eva y acarició después la cabeza de la jovencita.
-Areana, la niña rebelde, difícil, muy difícil, ¿cierto, Eva?
Eva asintió con la cabeza, redoblando sus intentos de permanecer tranquila, o al menos aparentarlo.
-Siéntese, querida, y vos también, Elena. Ya mismo llamo a una de mis asistentes para que se haga cargo de Areanita. –dijo e hizo sonar tres veces su campanita.
Al instante Milena apareció en el living e ignorando a Elena y a Eva sus ojos de mirada dura se clavaron en Areana, aún sostenida por su madre.
“Hermosa perrita”, dictaminó y fue hacia ella después de que Amalia le ordenara llevársela. Eva retuvo a su hija contra ella cuando Milena la tomó de un brazo, pero aceptó, resignada, que ya no había vuelta atrás y la vio abandonar el living con paso vacilante sostenida por la asistente. Apenas dejaron el living la mano derecha de Milena aferró la cola de Areana mientras con su otra mano sujetaba a la chiquita por el pelo.
-Caminá, nena rebelde, caminá que acá te vamos a sacar los corcovos, además de cogerte hasta por las orejas, claro.
No hubo en Areana ni siquiera la más mínima reacción, atontada como estaba, casi al borde de perder la conciencia a causa de ese producto que había ingerido con la gaseosa. Milena la metió en un baño contiguo al cuarto de la cucha, el baño destinado a las pupilas, para higienizarla como se lo hacía con todas ellas, metiéndolas desnudas en la bañera, mojándolas con una manguera, enjabonándolas y luego el enjuague, volviendo a emplear el chorro de agua de la manguera. La asistente lo hizo todo con Areana acostada en la bañera, primero de espaldas y luego boca abajo, porque su estado le impedía a la jovencita tenerse en pie, y por supuesto que la morbosa asistente aprovechó para manosearla a gusto y durante largo rato. Incluso, cuando la tenía de espaldas le entreabrió los labios exteriores de la vagina y exploró esas profundidades con el dedo medio de su mano derecha, mientras Areana tenía la mirada perdida en el techo y el rostro impasible que sólo se alteró apenas cuando sintió la penetración.
-Mmmmhhhhh, ¿así que sos virgen, perrita?... Eso te va a durar poco acá. –dijo y sus labios dibujaron una sonrisa perversa.
Entre tanto, en el living, Amalia invitaba a Eva y a Elena a seguirlas a su escritorio.
-Vamos a firmar el contrato. –explicó y un momento después, ya en el escritorio, Amalia procedía a personalizar el documento. Eva debió decirle su apellido y el número de su documento de identidad y un momento después firmaba el siguiente contrato:
Contrato de reeducación
En la ciudad de Buenos Aires, a los 29 días del mes de noviembre de 2012, se firma el siguiente contrato entre la señora Amalia Larrea, con DNI nº (,,,) y la señora Eva Fraga de Ramírez, para la reeducación de su hija, Areana Ramírez, en los altos valores de la obediencia y la sumisión. Esa tarea se llevará a cabo de acuerdo con las siguientes cláusulas, que ambas partes se comprometen a respetar:
a) La educanda permanecerá alojada en casa de la señora Amalia Larrea durante todo el tiempo que demande su reeducación, en carácter de pupila.
b) El costo de ese proceso reeducativo será de $ 3.000 mensuales (tres mil) que la señora Eva Fraga de Ramírez abonará del uno al cinco de cada mes, comenzando por la primera cuota en este acto.
c) La reeducación de Areana Ramírez se llevará a cabo mediante el empleo del rigor: castigos, humillaciones y todo aquello que la señora Amalia Larrea, como responsable del proceso, considere procedente a los fines que se persiguen, con el único límite de no lastimar físicamente a la educanda.
d) La señora Eva Fraga de Ramírez, madre de la pupila, no podrá ver a su hija ni establecer contacto telefónico ni de ningún otro tipo con ella mientras dure el proceso de reeducación.
Se firman dos ejemplares del mismo tenor
-Espero no equivocarme… -dijo Eva mientras estampaba su firma al pie de ambos ejemplares.
-Quédese tranquila, querida, le devolveré a una Areanita obediente, respetuosa y disciplinada… Una buena niña.
-No sé si Ricardo hubiera aprobado esto. –dudó Eva.
-Ricardo está muerto, Eva, aunque suene cruel es la realidad. Vos sos única responsable del crecimiento de Areana y no dudes de que tomaste la mejor decisión. –intervino Elena mientras intercambiaba un guiño cómplice con Amalia. Eva guardó la copia del contrato en su cartera y las tres volvieron al living.
La dueña de casa las hizo acompañar hasta abajo por Marisa luego de susurrar al oído de Elena:
-Llamame.
A todo esto Milena, ya finalizada la higienización de Areana, le colocaba un collar de perro con cadena plateada y la metía en la cucha, donde la jovencita se acurrucó en posición fetal.
-En una hora te despertás, corazón, y entonces vas a saber lo que te espera acá. –y dicho esto salió del cuarto y cerró la puerta con doble vuelta de llave.
(continuará)