La reeducación de Areana (14)

Continúa la impiadosa degradación de Areana y su madre en manos de Amalia y Elena y ahora les espera un nuevo y decisivo paso hacia su completa animalización.

Elena escuchó el relato de Amalia con los ojos agrandados por el asombro y la excitación. Después preguntó, ansiosa:

-¿Y para cuando quedaste?

-Pasado mañana a las seis de la tarde viene aquí y nos vamos para lo de las perras.

-Eso no me lo voy a perder.

-Por supuesto que te quiero acá a esa hora. –dijo Amalia. ¿Y sabés algo? Me frustra que lo de esta mujer no se me haya ocurrido a mí.

-Bueno, no te amargues. Lo principal es que vamos a gozar como locas con eso y ahora te cuento cómo resultó lo que me encargaste.

-¡Ah, sí, dale! ¿Salió todo bien?

-Muy bien. Mearon delante de mí y lo hicieron perfecto. No pude verlas cagar porque no tenían ganas, pero las hice poner en posición y no tengas dudas de que a partir de ahora van a mear y cagar como las perras que son.

-Ya veré ese hermoso espectáculo.

-Che, te comento que mañana quiero llevarme a la perra Eva a casa para usarla como sierva, porque mi mucama está con gripe. ¿Puedo?

-Claro que sí. No hay ningún problema. Que se deslome trabajando y si flojea o comete algún error, dale con el cinto.

-Por supuesto, además me la voy a coger hasta por las orejas a mi “amiga”. –dijo Elena y soltó una risa perversa.

…………….

Al día siguiente, a las 12 del mediodía, Elena pasó a buscar a Eva. Madre e hija estaban en la cocina comiendo algo en sus cuencos, desnudas, en cuatro patas y con sus collares. Cuando vieron a la dómina ambas saludaron casi a dúo:

-Buen día, señora Elena.

-Vos seguí comiendo, cachorra. Pero a ver, ¿han meado y cagado como les ordené?

-Sí, señora Elena, no se nos ocurriría nunca desobedecer una orden.

-Muy bien, putita, muy bien. –dijo Elena muy complacida y deslizó una larga caricia por el lomo de la cachorra. Luego, dirigiéndose a Eva preguntó:

-¿Y vos, perra? ¿pensás lo mismo que tu hija?

-Claro, señora Elena… las dos somos perras muy obedientes…

-Bien, perra Eva, muy bien. –aprobó Elena y le acarició la cabeza sintiendo, excitada, que de verdad estaba ante dos perras con cuerpos de mujeres. Pensó en lo que les esperaba al día siguiente y luego le ordenó a Eva:

-Echate algo encima, puta, y esperame en el living que nos vamos a casa. –la mujer salió de la cocina en cuatro patas para dirigirse a su dormitorio y Elena encaró a la sumisita.

-¿Estuvieron cogiendo, nena puta?

-Sí, señora Elena… -contestó Areana luego de una breve pausa. –Pero le pedimos permiso a nuestra dueña…

-¿Y cómo fue eso de la cogida?

-Es que… nos calentamos cuando… cuando fuimos a hacer pis y… y nos vimos una a la otra orinando como… como las perras… Eso nos… nos excita mucho, señora Elena… Mamá hizo pis primero y yo… yo le limpié la… la concha con la lengua, como usted nos enseñó… Y después oriné yo y mamá me limpió… Estábamos ardiendo y… y entonces mamá llamó a la señora Amalia y… y la señora nos dio permiso…

-Muy bien, me imagino que también cagaron.

-Sí, señora… -contestó la cachorra sintiendo que las mejillas se le ponían rojas de vergüenza.

-En el cajón, como yo les ordené.

-Claro, señora…

-Lo que no les dije es cómo limpiarse el culo. ¿Cómo lo hicieron?

-Nos metimos… en la bañera, señora y… conectamos una manguera que tenemos a la canilla y nos limpiamos así… ¿Está bien, señora Elena?... –preguntó ansiosa la sumisita.

-Está perfecto, pero a partir de ahora quiero que cuando una cague, el culo se lo limpie la otra con la manguera. La que haya cagado se pone en cuatro patas en la bañera, con la cara en el piso, y se entreabre bien las nalgas para que la otra le mangueree el culo.

-Sí, señora, vamos a hacerlo como usted dice…

Elena sonrió, satisfecha, al imaginar que de esa forma ambas se excitarían y terminarían cogiéndose, lo cual favorecería el objetivo de tenerlas siempre calientes y emputecerlas y pervertirlas cada vez más.

-¡¿Estás lista, perra Eva?! –preguntó Elena elevando la voz y de inmediato, desde el living, le llegó la respuesta.

-¡Sí, señora Elena!

-Bueno, me llevo a tu mamita a mi casa para usarla como sirvienta y vos portate bien, cachorra. Si de pronto te dan ganas de masturbarte llamás a Amalia para pedirle permiso. ¿Está claro?

-Sí… Sí, señora Elena…

-¿Podés hacer algo sin autorización de tu dueña?

-No, señora Elena…

-Bien, nena puta, nos vemos…

-Sí, señora Elena… -y la dómina fue en busca de Eva, que aguardaba junto a la puerta en cuatro patas, con su collar puesto y vestida con calzas negras, zapatillas sin medias, remera blanca y una campera liviana.

Elena abrió la puerta, tomó el extremo de la cadena y llevó a Eva en cuatro patas hasta el ascensor, mientras la sumisa rogaba que no apareciera nadie. El descenso en el ascensor lo hizo también en cuatro patas y en cuatro patas la llevó Elena hasta la puerta del edificio. Sólo le permitió alzarse sobre sus patas traseras cuando estuvieron en la vereda, aunque la llevó hasta el auto - estacionado a unos cinco metros- empuñando el extremo de la cadena del collar. Mientras recorrían esos metros, tres personas, dos hombres y una mujer que caminaban en sentido contrario, las miraron sin poder creer lo que veían, deteniéndose de golpe. Uno de los hombres se frotó los ojos como si pensara que su visión lo traicionaba.

-Dios mío, lo que hay que ver. –murmuró la mujer y prosiguió su camino moviendo la cabeza de un lado al otro.

Eva escuchó la risita malévola de Elena mientras sentía que las mejillas le ardían y agradeció al cielo que esas tres personas fueran transeúntes ocasionales y no vecinos.

Ya ante el automóvil, Elena abrió la puerta trasera y le ordenó a Eva que trepara al asiento y se pusiera en cuatro patas.

-No habrás pensado que ibas a viajar sentada como si fueras una persona, ¿eh, perra?

-No, señora Elena, sé que no debo pensar eso… -se humilló Eva.

En el camino, la posición de la sumisa despertó la atención y la curiosidad de no poca gente de otros vehículos, pero ella no lo advirtió porque iba con la cabeza gacha. Elena sí se daba cuenta, y reía divertida. Cuando llegaron a destino, la dómina guardó el auto en la cochera del edificio e hizo bajar a Eva.

-En cuatro patas, perra. Seguime. –le ordenó mientras tomaba la cadena del collar para dirigirse hacia el ascensor.

-Ay… -oyó a sus espaldas y se dio vuelta.

-¿Qué fue eso, puta? ¿Qué fue ese quejido?

Eva estaba temblando de imaginar que alguien bajara en ese momento y pudiera verla así, en cuatro patas y llevada de la cadena por Elena, y fue la vergüenza la que le hizo emitir ese quejido en voz alta.

-Perdón, señora… pe… perdón…

Elena gozaba humillando a la sumisa, a esa sumisa que había conseguido atrapar luego de un hábil y perverso trabajo de simulación durante un año.

-¿Te atreviste a quejarte, perra insignificante?

-Perdón, señora Elena… Por favor, per… perdóneme… -murmuró Eva al borde del llanto por la enorme tensión  que experimentaba ante la temida posibilidad de ser vista por alguien.

Elena, en cambio, disfrutaba de la situación y su mente malévola había ideado la respuesta ante la eventual aparición de algún vecino. “Es una apuesta, mi amiga perdió una apuesta…” y se rió por dentro al pensar en la tremenda vergüenza que sentiría Eva.

Tiró con fuerza de la cadena y dijo, imperativa:

-Bueno, basta, puta, movete que te espera mucho trabajo como mi sirvienta.

Subieron en el ascensor con Eva en cuatro patas y así transitaron el pasillo hasta el departamento de Elena. Una vez adentro, con Eva aliviada porque nadie la había visto en semejante situación, la dómina la llevó al living, se sentó en un sillón tapizado con terciopelo rojo y dijo:

-Desnudate ya, perra, no tolero verte vestida como si fueras una persona.

-Sí, señora… -murmuró Eva absorbiendo la humillación y rápidamente se despojó de sus ropas para exhibirse sin velos a la mirada ávida de Elena, que le ordenó ponerse en cuatro patas mientras crecía en ella el deseo pérfido de humillar a esa imbécil que se había tragado la mentira de la amistad.

-Qué bien te la hice, ¿eh, perra?, y estúpida como sos te la creíste. Creíste ingenuamente en mi amistad cuando, en cambio, yo lo que quería desde la primera vez que te vi desnuda en las duchas del gimnasio era atraparte para ponerte en manos de Amalia. Cuando le hablé de vos enseguida me pidió que te cazara, y cuando supimos de tu hijita, quiso que las atrapáramos a las dos. Y lo hicimos, ¿eh, perra puta? Las cazamos a las dos y mirá lo que son ahora, las dos, la mamita y la hijita, dos perras putísimas, perras pervertidas que se cogen entre ellas. –remató Elena mientras Eva liberaba a través de las lágrimas la enorme y dolorosa tensión que le provocaban las crueles palabras de Elena. Se sentía humilladísima pero también ardiendo como brasa. Era eso lo que su esencia de sumisa reclamaba: la humillación extrema, la degradación. Sintió que el flujo brotaba de su vagina a borbotones y resbalaba por sus muslos y estuvo a punto de rogarle a Elena que la castigara por ser lo que era. En ese momento la dómina se puso de pie y dijo:

-Ahora me voy, perra pervertida. Tengo que hacer unos trámites y supongo que volveré en unas tres horas. Vos limpiá todo el departamento, me barrés los pisos, limpiás el baño, la cocina y le pasás blend a los muebles. Los elementos de limpieza están un placard en la cocina. Pobre de vos si cuando vuelvo no está todo reluciente, ¿oíste, sierva?

-Sí, señora Elena… Sí…

Un instante después, ya sola en el departamento, Eva sintió el punzante deseo de masturbarse. Elena no lo sabría, pero luego de una intensa puja interior se impuso su conciencia de sumisa.

-No puedo… -se dijo dolida. –No tengo permiso… No puedo… No puedo hacer lo que yo quiera… -y en cuatro patas se dirigió a la cocina y se metió en la concha varios cubitos de hielo, para luego echarse de espaldas en el piso y estallar en un llanto largo, casi interminable, que obró como aliviador de tanta tensión y le permitió, minutos después, abocarse a la tarea que le había sido ordenada por Elena. De pronto tuvo la idea de cometer algún error por el cual Elena la castigara, pero fue una ráfaga y finalmente su conciencia volvió a imponerse.

-No, Elena me ordenó dejar todo reluciente y eso tengo que hacer… -se dijo para después erguirse e ir en busca de los elementos de limpieza. Tanto tiempo hacía que no estaba de pie que tuvo un vahído, pero fueron apenas unos pocos segundos y luego se recuperó. Fue a la cocina sintiendo lo extraño que le resultaba caminar y una vez allí abrió el placard blanco que se alzaba vertical junto al lavarropas. Extrajo un escobillón, un envase limpiador de azulejos y otro de blend y algunas gamuzas y con todo eso volvió al living. Alli se dijo que empezaría por el baño y entonces tomó el limpiador y una gamuza y dejó el resto de los elementos en el piso.

En el baño sintió ganas de hacer pis y se metió en la bañera. Con una pata trasera en alto y mientras expelía la orina lamentó que no estuviera Areana con ella para que la limpiarla con la lengua. Al terminar se limpió con la mano, sin usar papel higiénico. “El papel es para las personas”, pensó y de inmediato comenzó con la limpieza.

Cuando finalizó la tarea y había devuelto al placard los elementos de limpieza vio en el reloj de la cocina que habían pasado dos horas y cuarenta y cinco minutos.

-Elena debe estar por llegar… -se dijo y fue a esperarla en el living, donde se puso en cuatro patas y al hacerlo soltó un suspiro de alivio. Se sentía más ella en esa posición.

Minutos después oyó el sonido de la puerta al abrirse y enseguida el repiqueteo de los tacos altos y finos sobre el parquet. De pronto el repiqueteo cesó y Elena dijo:

-Vení a saludarme, puta. Besame los zapatos.

Eva respiró hondo y se desplazó hacia la dómina, para besarle ambos zapatos. Su respiración se hizo agitada cuando Elena le ordenó que los lamiera y presa de una intensa y excitada emoción comenzó a deslizar su lengua por el cuero negro de uno y otro zapato.

Elena la miraba desde lo alto, excitada por el nivel de sumisión que mostraba Eva, y también por esas caderonas que la posición ensanchaba.

-Bueno, basta. –dijo y Eva se enderezó lamentando que el intenso y oscuro placer de la humillación hubiera terminado.

Elena tomó la cadena del collar y llevó a la sumisa tras de si mientras recorría el departamento para supervisar el trabajo de Eva como sierva.

-Muy bien, perra pervertida. Lo hiciste muy bien. –dictaminó la dómina.

-Gracias, señora Elena. –murmuró Eva.

-Te merecés un premio. –dijo Elena y la llevó al dormitorio. Allí le ordenó que la desvistiera, cosa que la sumisa hizo con manos que temblaban de ansiedad.

Una vez desnuda, Elena acercó lentamente su cara a la de Eva buscándole la boca. La sumisa abrió los labios y recibió con un escalofrío los labios de la dómina, esa lengua al encuentro de la suya. Sintió que sus piernas flaqueaban y hubiera caído al suelo de no ser porque Elena la sujetaba por la cintura con ambos brazos. Sentía el cuerpo de la dómina pegado al suyo, y esa rodilla que ascendía por entre sus muslos hasta llegar a la entrepierna y comenzar un frotamiento al par que ambas manos de Elena le aferraban las nalgas con fuerza.

Eva ardía y respiraba agitadamente mientras los labios de Elena se deslizaban por su cuello, por sus hombros y esa rodilla seguía frotándose contra su concha que era ya un río de flujo. De pronto Elena la derribó de un empujón sobre la cama y le ordenó que doblara la almohada en dos y se tendiera de espaldas con la cabeza en la almohada. Cuando Eva estuvo en esa posición, la dómina se arrodilló sobre ella, con las piernas a ambos lados del cuerpo de la sumisa y fue deslizándose hacia delante hasta que su concha quedó a la altura del rostro de Eva.

-Ya sabés qué hacer, puta… ¡Vamos! –y Elena comenzó a lamer esa concha en cuyos labios exteriores brillaban algunas gotitas de flujo. Las bebió y luego su lengua hendió ambos labios y empezó a ir de arriba abajo, a derecha e izquierda una y otra vez y a jugar con el clítoris, de inmediato duro y fuera del capullo. En el colmo de la excitación, Eva tragaba el abundante flujo que iba brotando y oía extasiada los gemidos y jadeos de la dómina, sus frases obscenas, los insultos que profería. Eva lamía y lamía y cada tanto succionaba el clítoris con fruición hasta que de pronto los jadeos de Elena se hicieron roncos, casi rugidos y segundos después llegó el orgasmo, largo, violento y con una abundante eyaculación que Eva bebió completa para quedar después como embriagada, balbuceando frases ininteligibles con los ojos cerrados y respirando agitadamente.

Elena se tomó unos minutos para recuperarse tendida de espaldas junto a la sumisa, hasta que se incorporó a medias y sacó del cajón de la mesita de noche un vibrador de color piel que imitaba la forma y la textura de un pene y un pote de vaselina.

-Abrí la boca, puta pervertida. –ordenó y cuando Eva lo hizo le metió el vibrador hasta la garganta, provocándole arcadas.

-Es grande, ¿eh, perra? Y así de grande como es te lo vas a tragar por el culo. –dijo Elena y retiró el vibrador de la boca de la sumisa para después embadurnarlo con vaselina.

-Ponete en cuatro patas, pedazo de puta.

Cuando la tuvo en esa posición le aplicó un poco de vaselina en la entrada del ano y luego tomó el vibrador para dirigirlo hacia el objetivo. Eva dio un respingo al sentir la punta del vibrador y eso le valió un chirlo y una amenaza de Elena:

-Quieta, perra de mierda, o en lugar de cogerte te voy a despellejar el culo a cintarazos.

-Perdón, señora Elena… Perdón… -rogó la sumisa y entonces Elena le dijo:

-Por fin te tengo, puta… ¡Por fin!... Por fin para mí este culazo que tenés, por fin para mí tus ubres, tu concha de perra pervertida… Hace un año que te tengo ganas, desde que te vi por primera vez desnuda en las duchas del gimnasio…  Y ahora te tengo en mis manos por fin… -y mientras decía esto, Elena mantenía apoyada la punta del vibrador, a máxima velocidad, en la entrada del ano y Eva movía sus anchas y redondeadas caderas de un lado al otro, temiendo y ansiando a la vez esa penetración que Elena demoraba ex profeso.

Por fin decidió que ya era tiempo y comenzó a meter el vibrador, provocando un gemido en Eva, que corcoveó y lanzó un grito de dolor cuando el falso pene iba entrándole cada vez más, centímetro a centímetro.

Pasaron algunos instantes y cuando el vibrador iba y venía sin tropiezos merced a la abundante vaselina el dolor fue menguando para dejar su sitio al goce. Eva ya no gritaba. Ahora gemía y jadeaba de placer, moviendo sus caderas hacia atrás y hacia delante para acompañar cada embate de ese ariete que la penetraba. Elena se había echado sobre la espalda de la sumisa y le sobaba las tetas, las ubres -como ella las llamaba- estirando y retorciendo los pezones y gozando de cada grito que lanzaba Eva. Después de un rato llevó su mano izquierda a la concha y comenzó a estimular el clítoris con el pulgar. Eva profería sonidos guturales, semejando un animal hembra en celo y no pasó mucho tiempo hasta que empezó a gritar y en medio de esos gritos explotó en un orgasmo interminable para derrumbarse después boca abajo con Elena sobre ella, riendo burlona, colmándola de insultos, humillándola sádicamente.

Cuando ambas se repusieron, con Elena tendida de espaldas junto a Eva, la dómina dijo:

-Mirate, mascota humana… Mirate hecha una puta arrastrada, una pervertida que coge con su propia hija… ¡Qué cambio! –y lanzó una carcajada. –Años y años viviendo como una viuda pacata, masturbándote, y mirate ahora: una perra en celo, una perra puta hambrienta de sexo que coge con su hijita. –y volvió a reír, hiriente y gozando con esos sollozos que habían comenzado a estremecer a la sumisa.

……………

Al día siguiente, poco antes de las seis de la tarde, Elena estaba en el departamento de Amalia y ambas aguardando a Zelmira, que llegó puntualmente a la hora prevista. Resultó ser una mujer muy elegante, bella todavía, de cabello rojizo hastapor debajo de las orejas, ojos verdes de mirar penetrante y un cuerpo robusto y bien formado. Antes de salir del living, Melina, que había estado encargada de franquearle la entrada al edificio, le echó una larga y codiciosa mirada.

Sin perder tiempo la visitante dijo luego de las presentaciones:

-Bueno, ¿vamos a buscar a la mami y su hijita?

-Vamos. –acordó Amalia y minutos después las tres se dirigían a casa de Eva a bordo de la camioneta que conducía Zelmira, un vehículo de alta gama con una caja descubierta.

Cuando llegaron, las sumisas, que habían sido alertadas por Amalia, esperaban en cuatro patas y con sus collares ante la puerta del departamento, pero vestidas. Por pedido de Zelmira debieron ponerse de pie y girar sobre si mismas para que la mujerona pudiera apreciarlas y su dictamen fue contundente:

-Muy buenos ejemplares cada una en su tipo.

-¿Dignas de ese galán? –preguntó Amalia.

-Ese apasionado galán estará encantado, mi querida. –aseguró Zelmira.

-Bien, no lo hagamos esperar, entonces. –dijo Amalia y encabezó la marcha con las perras detrás de ella, de Zelmira y de Elena.

Cuando estuvieron junto a la camioneta Zelmira bajó la tapa de la caja y Amalia ordenó:

-Trepen perras y échense en el piso. –y una vez que ambas sumisas se acomodaron en la posición ordenada, Amalia, Elena y Zelmira ocuparon la cabina y el viaje se inició.

-Bueno, mis queridas, sin escalas hasta la ciudad de Campana, allí tengo mi quinta, donde vamos a pasarlo muy bien. No tardaremos mucho, son apenas 75 kilómetros.

-Se imaginará que estamos ansiosas, ¿verdad? –dijo Elena.

Mientras tanto, en la caja, Eva y Areana conversaban inquietas:

-¿Adónde nos llevarán, mamá?

-Ay, hija, no sé, pero no me gustó nada que esa mujer hablara de un galán. Ya no quiero hombres.

-¡Ay, ma, yo tampoco! Nunca estuve con un hombre pero no me interesan.

Eva se pegó a su hija, le rodeó la cintura con los brazos, la niña le correspondió y así, estrechamente abrazadas hicieron el resto del viaje, hasta notar que la camioneta se había detenido.

La tapa de la caja fue bajada por Zelmira y Amalia ordenó:

-Bajen, putas.

El vehículo estaba en una calle de tierra, frente a una finca cuya parte delantera era una pared blanca de dos metros de altura con una puerta de madera en el medio y sobre la izquierda el portón del garage, que Zelmira estaba abriendo en ese momento. Metió la camioneta en el garage y regresó de inmediato al grupo de mujeres, que esperaba ante la puerta. La abrió, se hizo a un lado e invitó a Amalia y Elena a ingresar. Ambas dóminas llevaban de la cadena del collar a las sumisas y al entrar se encontraron ante un amplio jardín muy bien arreglado, con canteros florecidos de distintas especies y en el medio un camino de lajas que llevaba a la casa, un chalet con techo a dos aguas de tejas rojas. Ingresaron a un amplio living  con muebles de algarrobo y Amalia ordenó a las sumisas:

-Ya basta de caminar como si fuesen personas. ¡En cuatro patas ya!

Madre e hija obedecieron de inmediato y Zelmira aplaudió entusiasmada:

-¡Qué perras tan obedientes!... La felicito por el adiestramiento que les ha dado, mi querida señora. De todas maneras, si me permiten… -dijo y se dirigió hacia un armario alto y no muy ancho del cual regresó portando un rebenque.

-Es probable que deba usarlo. –explicó y curvó sus labios en una sonrisa malévola.

Fue en ese momento que comenzaron a escucharse fuertes y persistentes ladridos.

-¿Cree que deben desnudarse ya, Zelmira? –preguntó Amalia.

-Sí, haga que se desnuden.

-Vamos, perras putas, en cueros ya mismo.

Madre e hija se miraron inquietas, vacilantes, pero bastó que Zelmira les hiciera sentir el rebenque en las nalgas, con un par de rápidos y fuertes azotes, para que advirtieran la convencia de obedecer.

Se quitaron las ropas con inquietud creciente, por ignorar para qué habían sido llevadas a ese lugar. Cuando estuvieron desnudas, Zelmira las empujó hacia una puerta del living y le pidió a Amalia que la abriera.

-¡Muévanse, putas! –ordenó la señorona y las arreó a rebencazos hacia el exterior, un parque con algunos árboles, arbustos y plantas por el que correteaba nerviosamente un perrazo de buena alzada, un gran danés que no cesaba de ladrar y que al ver a las mujeres se les fue encima. El terror paralizó a ambas sumisas, que sólo atinaron a abrazarse con sus rostros demudados.

-No, no, mamá, esto no… No… -balbuceó la niña y su voz se quebró en sollozos mientras Eva miraba horrorizada al perrazo, que la rodeó y comenzó a olisquearle las nalgas para después lamerlas y hundir el hocico entre ellas. Eva se desprendió de su hija y saltó hacia delante, pero recibió una fuerte bofetada de Amalia que la hizo tambalear mientras el gran danés volvía a la carga.

Areana se había puesto a llorar y en medio de su llanto seguía suplicando inútilmente. El perro se había desentendido de Eva y ahora lamía la entrepierna de la sumisita, que entre el miedo y el asco estaba paralizada.

Amalia y Elena contemplaban la escena fascinadas.

-Esto es lo que les falta, putas, coger con perros, ya que ustedes no son otra cosa que perras. –dijo Amalia y rió cruelmente cuando Zelmira le hizo notar que el perrazo tenía una formidable erección.

-¡En cuatro patas. perras! –ordenó Amalia y ante una nueva amenaza de Zelmira, madre e hija optaron por obedecer mientras el gran danés giraba alrededor de ellas moviendo nerviosamente su cabezas y amagando con echárseles encima.

Madre e hija, ya en cuatro patas, lloraban desconsoladamente y Zelmira dijo:

-Bueno, ¿me ayudan, mis queridas?

-Con todo gusto. –contestó Amalia y entonces la señorona preguntó:

-¿Cual de las dos primero?

Amalia meditó durante algunos segundos y finalmente dijo:

-La nena.

-¡Noooo! ¡No, señora, por lo que más quiera, nooooooooooooooooo! –gritó la sumisita y de inmediato su madre se sumó con un ruego tan desesperado como inútil:

-¡¡¡No, señora Amalia, se lo suplico!!!

Fue entonces que intervino Zelmira:

-¡Basta de escándalo, perras de mierda! –y plantándose detrás de ambas sumisas le dijo a Amalia mientras el gran danés iba a de madre a hija olisqueándolas entre las piernas:

-Tengo que doblegarlas a rebencazos, mi querida señora.

-Adelante… -autorizó Amalia y de inmediato el rebenque restalló en el culito de Areana y enseguida en el de Eva. A partir de allí el aire se pobló de quejidos, sùplicas, gritos y el restallar del rebenque sobre las carnes estremecidas. Elena sujetaba a Eva para impedirle que hurtara su culo a los rebencazos y Amalia hacía lo propio con la niña mientras Zelmira continuaba azotándolas despiadadamente. En su rostro se dibujaba con claridad el placer que sentía, en tanto ambos culos se iban  poniendo cada vez más colorados y las pobres sumisas no cesaban de gritar.

Por fin, cuando les había dado ya treinta azotes a cada una, fue Areana quien murmuró:

-Basta, señora… Por favor, basta… No me… no me pegue más…Por favor…

Y Eva se sumó al ruego, ya incapaz de seguir soportando el suplicio.

-Sí, señora, no… no aguanto más… Por favor…

-¿Se van a dejar de tonterías, perras putas? –intervino Amalia.

Hubo una breve pausa y Eva dijo, en un susurro:

-Sí, señora…

-Bien, que comience la diversión, entonces. –dijo Zelmira y tomó al perro de su collar para acercarlo a Areana, que temblaba visiblemente.

-Vamos, Jacko, vamos, mirá que linda perrita te trajimos. ¡Vamos! –alentó la mujerona y el gran danés no se hizo esperar. Montó sobre las caderas de la sumisita y entonces Zelmira le agarró el pene, que seguía bien erecto, de color rosáceo y surcado por una red de finas venas azules. La mujer colocó la mano delante del hinchado bulbo y guió esa pija hacia la conchita de la niña. Utilizó la sustancia incolora y diluida que brotaba del miembro para lubricar un poco la entrada de la concha y una vez hecho esto consumó la penetración mientras escuchaba sollozar a la sumisita. El perrazo le había cruzado las patas delanteras por debajo del vientre y se movía de atrás hacia delante y de adelante hacia atrás frenéticamente. A escaso medio metro, Eva lloraba presa de una profunda angustia y Amalia y Elena observaban la escena excitadísimas, tocándose sin reparos y percibiendo que el flujo había empezado a fluir de sus conchas.

De pronto ocurrió algo notable. Areana, que hasta un segundo antes padecía el horror de una degradación que parecía no tener fin, sintió que la razón la abandonaba, que su conciencia dejaba de responderle, que sólo era capaz de experimentar sensaciones de una intensidad extrema, sensaciones de intenso goce con el perrazo sobre ella y esa cosa dura que iba y venía dentro de si deparándole una irresistible voluptuosidad que la estremecía toda. Ya no sentía rechazo sino lo contrario y se abandonó por completo. Zelmira miró a Amalia y a Elena, que seguían tocándose sin dejar de mirar como hipnotizadas al perro y a su presa sexual.

-Es una perfecta perrita. –les dijo con una sonrisa perversa y en ese momento Jacko acabó lanzando a las profundidades de esa conchita varios chorros de semen espeso y caliente. Zelmira, con esfuerzo, lo apartó de Areana y cuando lo vio echado de costado sobre el césped, resoplando, tomó por el pelo a la sumisita y guió su cara al encuentro de la pija del perro, que aún expelía algunas gotas de leche.

-Abrí la boca, cachorra. –le ordenó y cuando Areana lo hizo le metió el pene de Jacko.

-Limpiala bien. –fue la siguiente orden y la niña bebió hasta la última gota con una inequívoca de expresión de goce en su rostro.

Eva se sentía impactada, por haberse dado cuenta de que su hija había terminado disfrutando con intensidad la morbosa situación y entonces sintió que toda su angustia, su miedo y su rechazo se iban disolviendo y eran reemplazados por la ansiedad y el deseo.

Pasados unos minutos y cuando Jacko se había incorporado y Areana yacía de costado sobre el césped, pensativa, Zelmira, Amalia y Elena rodearon a Eva, que permanecía en cuatro patas y echaba furtivas miradas al gran danés.

-Bueno, perra, ahora te toca gozar a vos de este esbelto galán, porque me imagino que viste cómo gozó la puta de tu hija, ¿no? –dijo Amalia aferrando por el pelo a su sumisa.

Eva mantuvo silencio, avergonzada, pero Amalia no estaba dispuesta a darle tregua en su deseo de humillarla:

-¡Contestá, perra! ¡¿Te diste cuenta de cómo gozó tu hija con esa cogida que le dio el perro?! ¡Contestá!

-Sí… Sí, señora, me… me di cuenta de cómo gozaba… -musitó Eva y entonces se le acercó Elena:

-¿Y de qué gozaba la putita de tu hija? –le preguntó.

Eva sintió que sus mejillas eran dos brasas al rojo vivo.

-De… de que el perro la… la sometía…

-Eso es, perra puta, y ahora vas a gozar vos de este perrazo. –dijo Elena y las tres rieron mientras Zelmira tomaba del collar a Jacko y lo acercaba a Eva:

-Ponelo otra vez en forma, puta, vamos, agarrale la pija y sobásela.  –le ordenó la mujerona y Eva lo hizo de inmediato, respondiendo a un súbito e intenso deseo. Pocos segundos bastaron para que la pija volviera a erectarse y a expeler esa sustancia sin color y muy diluida que Eva secaba con su mano para después volver a efectuar el típico movimiento masturbatorio. Areana miraba excitadísima la escena:

-La señora lo consiguió… -se dijo. –Mamá y yo somos ya dos perras… Orinamos como perras, hacemos caca como perras y ahora cogemos con un perro…

-¡Basta, perra puta! Dejalo que te va a clavar. Acomodate. –fue la orden de Zelmira y entonces Eva, manteniéndose en cuatro patas, giró hasta quedar con su gran culo en dirección al animal.

Zelmira palmeó varias veces esas nalgas y dijo:

-¡Vamos, Jacko, corazón, acá! ¡Vamos! ¡Vamos! –lo exhortó.

El gran danés se acercó a ese gran culo que se le ofrecía y luego de varios lengüetazos montó sobre las caderonas de la hembra y le cruzó las patas delanteras por debajo. Zelmira le tomó el pene justo por delante del bulbo y les dijo a Amalia y a Elena:

-¿Qué opinan, mis queridas? ¿hacemos que la clave por el culo?

-¡Perfecto! –aprobó Amalia y Elena estuvo de acuerdo. Entonces Zelmira escupió un poco de saliva en los dedos de su otra mano y la usó para mojar el orificio anal a modo de lubricación, apoyó la punta del pene en la diminuta entradita y tras algunos intentos logró meterla, arrancándole a la sumisa un largo gemido de dolor ante lo violento de la penetración. Sin embargo, cuando el perrazo empezó a moverse, pasaron pocos segundos hasta que el dolor fue amenguando y luego desapareció por completo. Entonces todo fue goce para Eva, un goce que ella expresaba con gemidos, jadeos y gritos, mientras movía sus caderas de un lado al otros y hacia atrás, como buscando engullir ese ariete lo más posible con su culo hambriento.

Sintió los varios chorros calientes en su interior y luego, ya con el gran danés fuera de ella, debió limpiarlo con la boca y, tal como había hecho Areana, bebió ávidamente todo el resto del semen.

Amalia y Elena estaban mojadísimas, poseídas por un altísimo nivel de morbo y fascinadas ante la variante perversa que Zelmira les había permitido descubrir. La dueña de casa ató al gran danés a un árbol y las invitó a entrar al living para despedirse con un trago.

-Debe aconsejarme cómo hago para incorporar esta deliciosa práctica al uso que hago de mis perras, mi estimada señora. –dijo Amalia luego de aceptar el convite.

-Con todo gusto. –contestó la dueña de casa. –Aunque por supuesto cada tanto le pediré que las traiga para goce de mi Jacko.

-Delo por hecho. –aseguró Amalia mientras Eva y Areana, que habían sido dejadas en cuatro patas en el parque, miraban obsesivamente al gran danés.

(continuarà)