La reeducación de Areana (12)

Eva y Areana dan rienda suelta a sus zonas más oscuras y Amalia las autoriza mientras avanza en su plan de degradarlas y emputecerlas.

Cuando Eva entró en el departamento Areana estaba en el living tal como lo había ordenado Amalia: desnuda, en cuatro patas y con el collar puesto.

-¿Dónde está el bolso? –preguntó ansiosa.

-Lo dejé en tu dormitorio, mama…

Eva fue al dormitorio, se quitó las ropas con gestos nerviosos, sacó del bolso el collar, se lo puso y volvió al living en cuatro patas invadida por una intensa calentura. Le resultaba fascinante que a pesar de estar lejos de su dueña necesitaba desesperadamente obedecerla. Sintió que jamás podría engañarla, traicionarla. Sintió que su dueña estaba dentro de ella, de su mente, de su cuerpo, de cada una de sus células, ocupándola entera con su inapelable autoridad. Ya en el living vio que Areana se había echado de costado como se echan las perras, con los brazos y las piernas hacia delante, en perpendicular al torso. Se acercó a ella, adoptó la misma posición y le dijo:

-Me gusta ser de la señora Amalia, ser una perra suya…

Areana la miró y dijo:

-A mí también, me gusta, me excita…

Eva comenzó a sentirse muy excitada. Miró a su hija, deslizó su mirada por ese cuepo adolescente tan bien formado, con esas tetitas deliciosas, con esa curva perfecta de la cadera, con esas piernas largas y tan bien torneadas. Respiró hondo e invadida por un sentimiento de culpa y de vergüenza trató de librarse de ese deseo que la estaba invadiendo.

“No puedo sentir esto”… -pensó. “¡No puedo estar caliente con mi propia hija!...” –se desesperó y fue en ese momento que sus ojos se encontraron con los de Areana, que la miraba con una fuerte tensión reflejada en su rostro.

-Estoy muy… muy caliente… -musitó la niña y Eva tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no abalanzarse sobre ella.

-Yo también… -admitió y comenzó a deslizarse hacia su hija hasta tomarle las manos.

-Ay, mamá… -murmuró la sumisita.

-No puedo pensar, hija… Te juro que lo intento pero no puedo pensar… ¡Estoy ardiendo!...

-Yo también, mamá… Me estoy mojando mucho pero… pero no podemos hacerlo sin permiso de nuestra dueña… -dijo cuando una mano de su madre viajaba hacia sus tetas.

Ante lo dicho por su hija, la mano de Eva detuvo el vuelo y la mujer dijo:

-Sí, tenés razón… Yo estaba por… por cometer una locura…

-La locura de hacerlo sin permiso… Yo no siento que sea una locura que me desees, mamá… Yo… yo también te deseo…

-¿Qué hizo Amalia de nosotras, hija?...

-Me gusta lo que hizo…

-A mí también me gusta…

Ambas respiraban agitadamente, como si les costara, y sus voces sonaban algo enronquecidas, mientras empeñaban todos sus esfuerzos en vencer la tentación de echarse una sobre la otra.

-Llamala, mamá… Pedile… pedile permiso…

-Sí… -aceptó Eva y fue en cuatro patas hacia el teléfono. Areana la vio desplazarse y sintió que su ardor aumentaba a la vista del formidable culo de su madre.

-Hola… -dijo Eva y tembló al reconocer la voz de Amalia.

-Señora, ¿puedo hablar?...

-Sí, ¿qué pasa, perra?

-Me… me cuesta decírselo, señora…

-Te escucho jadear, ¿qué pasa, puta? ¡Hablá de una buena vez! –tronó Amalia.

-Estamos… muy excitadas, señora Amalia…

-Son dos perras putas en celo, por eso no me extraña que estén calientes. ¿Para contarme eso me llamaste?

-Es que… es que estamos calientes entre nosotras, señora… Tenemos… tenemos muchas ganas de cogernos y… y le pedimos permiso para hacerlo…

Se hizo un silencio hasta que por fin Amalia dijo:

-Eso es deliciosamente morboso, perra Eva, pero ni se les ocurra hacerlo a solas. Van a cogerse en mi presencia y cuando yo lo disponga. Ahora pónganse cubitos de hielo en las conchas, se toman un somnífero y se van a dormir hasta mañana. ¿Entendido?

Eva tragó saliva y aunque muy frustrada contestó:

-Sí, señora… Sí, lo que usted ordene… -y volvió junto a Areana.

-No nos dio permiso, hija… Me dijo que vamos a cogernos, sí, pero no ahora sino en su presencia y cuando ella lo ordene…

-Ay… -se lamentó Areana…

-Ordenó que nos metiéramos cubitos de hielo en la concha, Areanita, y que después nos tomáramos un somnífero y nos fuéramos a dormir…

-Ay, mamá…

-Vamos, hija, tenemos que obedecer… Vamos a la cocina… -y ambas se dirigieron en cuatro patas a la cocina, donde se metieron tres cubitos cada una en sus conchas. Luego fueron al cuarto de baño en busca del somnífero, tomaron sendas pastillas y se recluyeron en sus respectivas habitaciones a la espera del sueño que las liberara de tanta tensión.

En ese momento Amalia llamaba por teléfono a Elena:

-Sentate, querida, porque con lo que voy a contar te vas a caer de espaldas.

-Eh, ¿qué pasó?

-Pasó que  Eva y Areana quieren cogerse.

-¡¿Qué?!

-Lo que oíste, Elena, me llamó Eva para pedirme permiso, pero ni loca me pierdo semejante espectáculo, así que les ordené que se metieran cubitos de hielo en la concha, que tomaran un somnífero y durmieran hasta mañana.

-Me dejaste ardiendo con lo que me contaste, Amalia. ¿Y mañana, qué?

-Mañana te vas al departamento a mediodía, me las traés y nos divertimos en grande.

-Perfecto. Ahí voy a estar con las dos. Che, son más putas de lo que imaginé.

-Sí, están sacando todo el morbo que tienen y que ignoraban.

Cuando cortaron la comunicación Amalia convocó a Milena al living. Estaba muy excitada, necesitaba sexo y su asistente era un excelente ejemplar.

-Dígame, señora…

-Desnudate, nena…

-Sí, señora, lo que usted mande… -dijo Milena y cuando estuvo sin ropas debió desvestir a Amalia.

-Vamos a mi dormitorio. –dispuso la dómina y una vez en esa habitación empujó a su asistente sobre la cama y se le echó encima devorándola a besos y recorriendo todo su espléndido cuerpo veinteañero con caricias ardientes. Comprobó que la joven estaba muy mojada y entonces le ordenó:

-Quiero tu lengua en todo mi cuerpo… Lameme toda… ¡ya!...

-Sí… sí, señora Amalia, sí…

Y Milena, con Amalia de espaldas, comenzó a pasar su lengua por la frente de la dómina, por las mejillas, por el cuello, por los hombros, por las tetas, por los pezones que estaban ya duros y alzados. Los lamió y sorbió durante un rato, deleitándose con los jadeos de Amalia hasta que ésta giró y entonces la lengua de Milena se deslizó ávida y húmeda por la espalda, lentamente, hasta llegar a las nalgas y recorrerlas en su redonda totalidad y de pronto hundirse entre ambos cachetes mientras Amalia no cesaba de gemir y ronronear como un felino. Después de un rato, Milena hizo descender su lengua por ambos muslos, alternando uno y otro; esos muslos que eran como columnas mórbidas y bellamente torneadas. Amalia volvió a girar, cubierta de sudor caliente y excitadísima y dijo mientras encogía las piernas y separaba las rodillas:

-Haceme acabar, nena… Dame lengua en la concha hasta hacerme acabar…

Milena entrebrió entonces con sus dedos los labios vaginales externos y vio cómo el flujo manaba abundante entre ellos; lo saboreó, lo tragó todo y luego puso a trabajar a su lengua alternando el subir y bajar por ambos lados con lengüetazos al clítoris, que de vez en cuando encerraba entre sus labios y lo sorbía apasionadamente. Amalia gemía y jadeaba roncamente, con el pelo de Milena entre sus dedos, hasta que sus gemidos y jadeos se tranformaron en un  grito largo y eyaculó en la boca de Milena, que tragó hasta la última gota de esa sustancia que saciaba su sed.

Tragó y tragó hasta que dijo, con su cabeza reposando sobre el vientre de Amalia:

-Por favor, señora… No puedo más… Estoy hirviendo… Por favor…

La dómina dejó pasar unos instantes, hasta recuperarse, y luego dijo mientras acariciaba la cabeza de su asistente:

-Te portaste muy bien, Milena… Tu lengua es maravillosa…

-Gracias, señora… Yo gozo mucho con usted… Ahora le ruego… le ruego que me haga acabar… No puedo más… ¡Se lo juro!...

-Te lo ganaste… Ponete en cuatro patas… -y una vez que la joven estuvo en esa posición Amalia se arrodilló detrás de ella y sin más le metió dos dedos en la concha, que era un río de jugos. Luego sacó esos dedos y embadurnó de flujo el orificio anal. Sin esfuerzo introdujo ambos dedos en el culo de Milena y con la otra mano se ocupó de la concha, penetrándola y estimulando el clítoris con el dedo pulgar, disfrutando al ver cómo la asistente se excitaba cada vez más.

-¿Te hago acabar, puta? –preguntó malévola.

-Por favor, señora… Sí… ¡Síiiiiiiiiiiiiiii!...

-Rogámelo… -exigió al tiempo que retiraba sus dedos del culo y la concha de la joven.

-¡Noooooooooooooo!... No, señora… por favor no… no me deje así… ¡Por favor!...

-Rogámelo, perra en celo…

-Se lo… se lo ruego, señora Amalia… ¡Se lo ruegoooooooooooooooooo!...  –y morbosamente satisfecha, la dómina volvió a meter sus dedos de una y otra manos en la concha y en el culo de la pobre Milena, que segundos después se abismaba en un orgasmo violentísimo y prolongado acompañado por un alarido casi interminable.

Minutos después Amalia, ya repuesta, le ordenaba:

-Bueno, ya está, andate.

-Sí, señora… Gracias… -y Milena abandonó habitación cuando Amalia se desperezaba y comenzaba a adormecerse.

……………..

Al día siguiente Elena entró al departamento de Eva cuando ella y Areana estaban en la cocina, en cuatro patas y desayunando en sus cuencos, trozos de tostadas con manteca y mermelada acompañadas por leche fría. No oyeron la puerta al abrirse y gritaron sobresaltadas cuando Elena las sorprendió:

-¡Hola, grandísimas putas!

Ambas levantaron la cabeza, aunque sin mirar a Elena a la cara:

-Buen día, señora Elena… -saludaron casi al unísono.

Elena se fue acercando despacio:

-Terminen de desayunar, perras. –ordenó, y cuando ambas hubieron dado cuenta de las tostadas y la leche hizo que se lavaran los dientes y luego les dijo:

-Vos, pendeja, ponete tu uniforme de colegiala sin bombacha ni corpiño y vos, puta, echate cualquier trapo encima que nos vamos. Instantes después ambas, ya vestidas y con sus collares, viajaban en el automóvil de Elena rumbo a casa de Amalia, que esperaba en el living empuñando una fusta. No bien  entraron al departamento ambas sumisas debieron quitarse las ropas. Luego se pusieron en cuatro patas sin necesidad de orden alguna en tal sentido y fueron al encuentro de su dueña escoltadas por Elena, que no podía apartar su mirada del gran culo de Eva y el turbador balanceo de sus caderas.

-Besen mis pies, perras. –ordenó Amalia y las sumisas cumplieron inmediatamente con la orden.

-Así que se tienen ganas entre ustedes, ¿eh? –dijo la dómina poniéndose a espaldas de sus perras y deslizando luego la lengüeta de su fusta por las nalgas de las dos.

-¡Díganlo, putas! –les exigió descargando un fustazo en el culo de Eva y otro en el de Areana.

Sí… Sí, señora Amalia… Es… verdad… admitió la niña en un susurro.

-¿Qué es verdad, pendeja puta? –la apremió Amalia.

-Que… ¡ay!… que… que nos tenemos ganas, señora…

-¿Y saben por qué se tienen ganas?

-No, señora… -fue la respuesta de Areana.

-Porque son dos perras más que putas, dos pervertidas son, que descubrieron eso gracias a mí y ahora yo las voy a hacer vivir como eso que son.

Ambas sumisas escuchaban a su dueña muy avergonzadas, pero al mismo tiempo con una creciente calentura surgida de la humillación a la que estaban siendo sometidas.

-Vos, pendeja, te acordás lo que eras antes de que tu mamita te pusiera en mis manos, ¿cierto? Una nena insoportable, caprichosa, desobediente, insolente, aunque claro que todo eso no era más que una forma de encontrar, por fin, a alguien que te domesticara, porque ése era tu más profundo deseo, como ya sabemos. Ya no queda nada de aquélla que fuiste, Areana, y en cambio mirate ahora, ahora que yo te domé y te hice descubrir lo que sos y siempre fuiste: una putita, una pervertida que desea a su propia madre.

-¿Y usted, perra? –dijo Amalia dirigiéndose a Eva mientras la enorme tensión que sus palabras habían provocado en la sumisita tenían a ésta tratando de controlar los sollozos que le atenazaban la garganta, aunque eso no impedía que el flujo comenzara a mojar su concha.

-Mírese. Pasó años viviendo como una pacata y teniendo que recurrir a la masturbación mientras era incapaz de poner en vereda a su hija, a su malcriada hija. Y véase ahora, ya consciente de su condición de sumisa y de puta caliente con su propia hijita.

-¡Qué cambio!, ¿eh, Eva?... –intervino Elena sonriendo malévolamente en tanto la sumisa se entregaba sin resistencia al morboso placer que le proporcionaba ser humillada de semejante forma. Amalia la ponía en contacto brutalmente con su lado más oscuro y ella no podía ni quería evitarlo.

-¡Contestá!. –la apremió Elena. –Qué cambio, ¿cierto?... de viuda pacata a perra puta caliente con su hija.

-Sí, Elena… Sí…

-¡¿Elena?! ¡¿Te atreviste a llamarme Elena, grandísima insolente?! –bramó la dómina y plantándose ante la sumisa, le enderezó la cabeza tomándola del pelo y le cruzó la cara de dos fuertes bofetadas que le hicieron saltar las lágrimas y emitir un gemido de dolor.

-¡Pida perdón, perra! –exigió Amalia.

Eva tragó saliva, se secó las lágrimas con el dorso de su mano derecha y murmuró:

-Perdón… Perdón, señora Elena, no… no volverá a suceder…

-Por tu bien espero que no, puta.

-¿Han ido al baño hoy? –preguntó Amalia.

-Sólo para hacer pis, señora… -contestó Eva.

-Sí, señora… yo lo mismo… -murmuró Areana.

-Bien, entonces no hace falta la enema. Vamos a mi dormitorio. ¡Muévanse, putas! –dijo Amalia y encabezó la marcha hacia su habitación seguida por ambas sumisas y detrás Elena, relamiéndose al pensar en lo que se avecinaba.

Una vez en el dormitorio Amalia dispuso que Elena inspeccionara a ambas sumisas. Elena les metió mano y lanzó una carcajada hiriente:

-¡Están chorreando flujo estas putas en celo!

-Que beban esos jugos. –dispuso y metió ella también dos dedos en la concha de Eva primero, que debió limpiarlos con su boca, y en la de Areana, después, que tuvo que hacer lo mismo y con evidente placer, a juzgar por la expresión de su rostro.

-Trepen a la cama, pervertidas. -les ordenó Amalia y las dos obedecieron rápidamente.

-De espaldas, bien juntas. –fue la siguiente orden en tanto Elena, de pie a la izquierda del lecho, empezaba a tocarse mientras devoraba con la mirada a ambas sumisas. A Eva se le erizó la piel al solo contacto de su brazo con el brazo de su hija.

-Vos, pendeja, vas a tomar la teta… Como cuando eras una bebota, sólo que ahora va a ser muy distinto, ¿cierto, putita?... Ahora vas a gozar como una perra en celo de esas muy buenas ubres que tiene tu mami… Vamos, prendete, nena… ¡Vamos!...

-Sí, señora Amalia… Sí… -musitó Areana después de aclararse la garganta. Aunque cohibida por la presencia de Amalia y de Elena, se puso de costado y fue acercando sus labios lentamente a la teta izquierda de su madre. Bastó un roce de sus labios para que el pezón comenzara a ergüirse. Areana gimió de goce al sentirlo duro entre sus labios y comenzó a sorberlo mientras Eva jadeaba de placer. A partir de allí ya no hicieron falta órdenes. Ambas sumisas se entregaron sin traba alguna al intenso y postergado deseo sexual que sentían una por la otra. Areana mamó la otra teta y luego de un intenso beso en la boca que les quitó la respiración por un instante, fue bajando lentamente con sus labios y su lengua hacia el sur de su madre. Besó y lamió en tanto el jadeo de Eva se tornaba más fuerte y más ronco. Llegó a la concha, pero la esquivó y en cambio siguió camino por el muslo derecho, muslo grueso y bien torneado que la niña besaba, lamía y por momentos mordía arrancando de su madre gemidos que expresaban dolor y goce al mismo tiempo. Un momento después lamía la planta del pie y Eva corcoveaba sacudida toda ella por un placer cada vez más intenso. Un sudor caliente cubría el cuerpo de ambas cuando la sumisita comenzó a lamer la planta del pie izquierdo y ascender después por la pierna con besos y lamidas que de la tibia pasaron al muslo y entonces hubo más mordiscos y a veces con tal fuerza que Eva gritaba presa de los dientes de su hija que, por fin, llegó a la concha y entonces, al sentir esos labios, Eva lanzó un gemido prolongado y una súplica:

-Sí… ¡Por favor, hija!... ¡Por favor, tu lengua¡ ¡Tu lenguaaaaaa!...

El flujo salía en torrente de entre los labios externos que Areana separó con sus dedos para después hundir su ávida lengua entre ellos y sorber esos jugos que fluían sin pausa. Se lubricó los dedos con esos jugos y sin dejar de lamer metió primero el ìndice y luego el dedo medio en el orificio anal de Eva, que al sentirse penetrada exhaló un largo gemido.

A ambos lados de la cama, Amalia y Elena seguían la escena con miradas cargadas de lujuriosa excitación. De pronto Areana invirtió su postura y quedó con la concha muy cerca de la cara de su madre. Siguió lamiéndola y volvió a penetrarla analmente y Eva, al advertir lo que su hija demandaba y a la vez ella quería, la acercó aún más aferrándola por las caderas y comenzó a retribuirla con sus labios  y su lengua en esa conchita adolescente generosa también en flujo con el cual empapó dos de sus dedos para meterlos después de un solo envión en el culito de su hija.

Elena se había acercado a Amalia y ambas, ardiendo de calentura, se besaban y mordían los labios y las lenguas mientras se acariciaban con dedos crispados las tetas y las nalgas con una rodillas de Amalia presionando sobre la entrepierna de Elena.

Instantes después, la habitación se pobló de gritos, jadeos, gemidos y frases obscenas, con Amalia y Elena caídas en la cama sobre Eva y Areana y las cuatro muriendo y resucitando casi al mismo tiempo transportadas al paraíso del goce por orgasmos tan violentos como ninguna había tenido jamás.

La calma después de la tormenta sexual duró varios minutos y fue Amalia quien le puso fin incorporándose y saliendo de la cama aún un poco tambaleante.

-Levántense, putas, y vos también Elena.

Todas fueron al living, con Areana y Eva en cuatro patas y allí Amalia dio nuevas órdenes:

-Elena, te las llevás a las dos. A la perra Eva la dejás en su casa y la nena se queda con vos hasta que esta noche la pase a buscar Marta.

-Bien.

-Vístanse, perras. –ordenó Amalia y mientras las sumisas obedecían le dijo a Elena:

-Más tarde te llamo para encargarte algo.

Mmmhhhh, ¿es sobre éstas dos?

-Sí.

-Me dejás intrigada.

-Te va a gustar. –dijo Amalia.

-Ay, muero de curiosidad.

-En una hora te llamo.

-Bueno, dale. Y ustedes, putas, síganme.

-Esperen. –las detuvo Amalia y dijo:

-Perras, a partir de ahora pueden cogerse cuando les dé la gana, pero llámenme antes para que yo las autorice.

Eva y Areana recibieron la buena noticia con un estremecimiento y agradecieron casi a dúo:

-Gracias, señora Amalia…

Una hora después, con Areana echada en el piso a sus pies, desnuda y con el collar puesto, Elena atendía el llamado de Amalia:

-Decime, no aguanto la intriga.

Amalia le dijo:

-Oíme bien, quiero ir humillando cada vez más a estas perras putas y en ese sentido vas a hacer lo siguiente.

Le explicó lo que quería y Elena, que escuchaba casi conteniendo la respiración, dijo al final de las instrucciones:

-¡Fantástico!... Sos genial… ¡Qué morbosa genial sos!...

En cuanto cortaron la comunicación Elena tomó la cadena del collar de Areana y la llevó al cuarto de servicio en cuatro patas, le ató las manos a la espalda, por si acaso, y salió presurosa hacia una carpintería cercana, donde encargó lo descripto por Amalia y que el carpintero tendría listo para el dìa siguiente.

Hasta las nueve de la noche no hizo otra cosa que pensar en esa nueva degradación a la que serían sometidas ambas sumisas, hasta que a esa hora comenzó a preparar a Areana para entregarla a Marta y sus dos amigas.

Le quitó el collar y la metió en la bañera, le empapó todo el cuerpo con una manguera conectada a la canilla y luego la sumisita debió enjabonarse.

-Lavate bien la conchita que te la van a usar a fondo. –le advirtió para después enjuagarla con la manguera. Por último le ordenó:

-Lavate la cabeza, putita pervertida.

Finalmente la sacó de la bañera, hizo que se secara, llenó de agua tibia la pera para enema y con Areana en cuatro patas le metió la punta y comenzó a presionar la pera con sus dedos hasta vaciar toda el agua en el interior de la nena, que había acompañado el lavaje con gemidos y moviendo sus caderas de un lado al otro. Instantes después la sumisita dijo:

-Tengo… tengo que evacuar, señora Elena…

-Pedime permiso, perrita.

-Por favor, señora Elena, le… pido permiso para evacuar…

-Bueno, sentate acá y largá todo. –autorizó la dómina al tiempo que levantaba la tapa del inodoro. La sumisita evacuó en medio de un fuerte jadeo y con una expresión de alivio en su rostro.

-¿Tenés ganas de hacer pis?

-No, señora.

Elena le volvió a poner el collar y la llevó en cuatro patas al cuarto de servicio, le ató las manos a la espalda y le dijo:

-Dentro de un rato va a venir Marta para llevarte a su casa. Ella y dos amigas te van a usar durante toda la noche. Vos hacé y dejate hacer lo que esas hembras quieran, porque si tengo alguna queja me vas a conocer enojada. ¿Entendido, nena puta?

-Sí, señora… Sí… Pero no… no se van a quejar… Me voy a… me voy a portar bien… -dijo Areana que ya estaba excitándose de pensarse en manos de la librera y sus amigas, seguramente maduras como ella.

Minutos antes de las diez Elena le hizo vestir a la jovencita su uniforme de colegiala, sin ropa interior, y a esa hora sonó el portero eléctrico.

-Ya bajo con la perrita. –avisó Elena y un instante después la entregaba a Marta en la puerta del edificio:

-Que la disfruten y mañana al mediodía me la devuelve.

-Gracias, Elena, sí, a esa hora se la traigo. –dijo Marta y ambas se despidieron.

En ese preciso momento, Amalia terminaba de definir el texto del aviso que iba a publicar en ciertas páginas de contactos para lesbianas: “Madre de 40 años con hija de 16, vínculo real. Para individual o grupo. Servicio no arancelado.”

Recordó después que Elena le habló de dos conocidas a las que sus perras podrían interesarles y ella contaba con cuatro más, que sumadas a Marta y sus dos amigas, a Milena y Marisa, daban un buen número inicial.

-Mañana mismo pongo el aviso. –se dijo pensando en el futuro inmediato que planeaba para sus dos perras.

(continuará)