La reeducación de Areana (10)

Eva se asume definitivamente como una perra sumisa propiedad de Amalia mientras su hija Areana es prestada a la librera Marta en el inicio del proceso de su emputecimiento.

Marisa se acercó a Eva y le ordenó:

-Venga con nosotras. –mientras Milena se dirigía a la puerta del living.

Eva se incorporó y empezó a caminar despacio, con la cabeza gacha y las manos en la nuca, tal como le había sido indicado por Amalia, pero Milena, ya en la puerta del living, la detuvo:

-No, no, no, nada de caminar. Usted es una perra y las perras andan en cuatro patas.

-Muy bien, Milena. –aprobó Amalia y agregó dirigiéndose a su flamante presa:

-Caminar será para usted un privilegio que yo le voy a conceder cuando me dé la gana.

Eva tragó saliva ante la nueva humillación, se puso en cuatro patas y siguió a ambas asistentes. Se desconcertó, asustada, cuando ingresaron en aquella parte del departamento transformada en una tenebrosa mazmorra e instintivamente se detuvo. Marisa, que marchaba detrás de ella deleitándose con el meneo del gran culo de Eva, le dio un puntapié en esa zona y le gritó:

-¡¿Qué hace, perra?! ¡No se detenga! ¡Muévase!

Eva giró la cabeza con una expresión de miedo en su cara:

-¿Adónde me llevan?... Por favor…

Esta vez fue Milena quien intervino. Tomó del pelo a la mujer y le cruzó el rostro de dos bofetadas veloces y fuertes que le llenaron los ojos de lágrimas.

-¡Siga andando, perra, o voy a hacer que lamente haber nacido!

El susto de Eva se había transformado en terror y con ese sentimiento reanudó la marcha, con la joven precediéndola y la mujerona detrás de ella.

La dejaron ante la puerta de la temible sala, con el corazón latiéndole aceleradamente, y Milena entró en busca de un collar, esposas y un par de grilletes unidos entre si mediante un mosquetón. Después llevaron a Eva a la habitación-celda.

-¡Una cucha! –exclamó la mujer al entrar y ver la estructura de madera.

-Claro. –dijo Marisa. ¿Qué otra cosa para una perra?

-Una cucha y además sus recipientes de comida y bebida. –agregó Milena señalando ambos cuencos a la izquierda de la cucha.

Eva respiraba agitadamente mientras se iba ahondando más y más en si misma, conmovida por sensaciones fuertes y contradictorias: miedo, ansiedad y excitación. En un desesperado intento por negar esa realidad que vibraba en su interior trató de imponerse a si misma que rechazaba todo aquello que estaba viviendo. Pensó en resistirse, gritar, exigir que la dejaran ir, pero ni un sonido salió de su boca y en cambio una verdad cruda e inapelable estalló en su conciencia para instalarse allí y arrasar con los últimos vestigios de negación: ella era una sumisa, siempre lo había sido pero ahora esas dos mujeres con Amalia a la cabeza, con Elena también e incluso su hija, le estaban haciendo vivir su condición y eso, a pesar del miedo, la excitaba.

“No hay vuelta atrás…” -se dijo a la vez temerosa y excitada. “Soy esto… nunca fui otra cosa…” y obedeció mansamente cuando Milena, después de colocarle el collar, de cuero rojo, de tres centímetros de ancho y con cadena plateada le ordenó entrar en la cucha y tenderse boca abajo. La joven la esposó con las manos en la espalda y después le engrilló los tobillos. Estar así sujeta la excitó más aún y sintió que se estaba mojando. Algo intuyó la asistente o fue por curiosidad que metió su mano derecha entre las nalgas de Eva, hurgó en su concha y lanzó una carcajada:

-¡Está mojada la muy perra puta!

-¡Tan perra puta como su hijita! –completó Marisa, hiriente, y ambas abandonaron la habitación-celda entre risas y se dirigieron al living, donde esperaba Amalia:

-¿Y? ¿Cómo se portó?

-Se asustó cuando la metimos en la parte de la mazmorra y amagó con resistirse, pero la controlamos a bofetadas, se amansó y terminó mojada cuando la metí en la cucha con las esposas y los grilletes. –informó Milena.

-Es tan puta y tan sumisa como la hija. –dijo Amalia. –Un muy buen ejemplar. Me va a dar mucho placer dominarla. Tengo planes para las dos.

Milena y Marisa se miraron y la mujerona preguntó:

-¿Podemos conocer esos planes, señora?

-Ya se los contaré cuando llegue el momento. Ahora escuchen: a las nueve le llevan la cena a la perra. ¿Qué pensás cocinar, Milena?

-Guiso de lentejas. A usted le gusta mucho, señora, y a nosotras también.

-¡Perfecto! La perra va a terminar con el morro todo enchastrado.

Milena se la imaginó así y dijo:

-Mmmhhhhh, me va a gustar eso…

-Sí, cuando termine de comer me la traen.

-Sí, señora. –contestó Marisa y ambas fueron autorizadas a retirarse.

En ese momento sonó el teléfono. Era Elena.

-Hola, zorra. –saludó Amalia. ¿Cómo están las cosas con la perrita?

-¡Muy bien! ya me la cogí, como te imaginarás, y además le di con un cinto en ese lindo culito que tiene y se lo puse bien rojo.

-Más lindo todavía… -comentó Amalia.

-¡Exacto! Pero quiero contarte algo.

-Adelante.

-No sé si te interesará prestarla a la perrita.

-¿Prestarla?

-Sí, hoy, cuando la llevé a plastificar su credencial, la mujer que atiende esa librería se interesó por la nena, todo muy sutil pero muy claro. ¿Te interesa que armemos algo?

En principio me interesa. ¿Y la perrita qué dijo?

-Cuando le pregunté qué sintió me contestó que se había excitado.

-¡Qué putita resultó, che! ¡Me encanta eso! Y decime, ¿qué edad tiene esa mujer del local?

-Calculo que unos cuarenta.

Mmmmhhh, interesante. ¿Está buena?

-Muy cogible.

-Bueno, no se debe ser egoísta. Lo que uno tiene debe compartirlo, ¿cierto? Mantenete en contacto con ella.

Perfecto. ¿y con la mami qué?

-Con la mami vamos bien. Viene mansa de fábrica, jejeje… Te voy teniendo al tanto.

-Sí, mañana volvemos a hablar.

-Hasta mañana, putona. –se despidió Amalia y cortó la comunicación.

…………..

Esa noche, Milena le llevó a Eva la cena, una porción de guiso de lentejas que vertió en el comedero mientras Marisa echaba agua mineral en el otro cuenco.

Entre las dos la sacaron de la cucha tirando de los engrillados tobillos, la liberaron de las esposas y de los grilletes y fue Marisa quien le ordenó:

-En cuatro patas y a comer, perra.

-No entiendo. –murmuró Eva, confusa.

-Va a comer como la perra que es. Tome la comida con la boca. ¡Vamos! ¡Obedezca!

Eva sintió que la humillación la invadía por completo y anulaba toda posibilidad de resistencia. Debía comer como una perra y eso hizo. Se puso en cuatro patas para después inclinarse lentamente hasta que su boca rozó el guiso, apresó un poco entre sus labios y dientes y tragó ese primer bocado sin masticar.

-Muy bien, perra, muy bien. –aprobó Marisa y Eva siguió comiendo y bebiendo bajo la excitada observación de ambas asistentes.

-Es una buena perra. –comentó Milena mientras el guiso iba desapareciendo en las fauces de Eva.

-No quiero ni el más mínimo resto en los cuencos, perra puta. –dijo Marisa y Eva continuó comiendo y bebiendo hasta vaciar ambos recipientes. Sentía algo tan intenso, tan excitante como jamás en su vida. Respiró hondo y Marisa se llevó la olla y la botella de agua mineral a la cocina mientras Milena conducía a Eva al living, donde esperaba Amalia.

-Levante la cabeza. –le ordenó apenas la tuvo ante ella.

Eva exhibió entonces ante la dueña de casa su boca enchastrada de comida.

-Qué bien se ve su hocico así, todo sucio. –dictaminó Amalia y Eva se sorprendió a si misma diciendo:

-Me pone contenta que le guste mi hocico, señora Amalia…

Inmediatamente fue sacudida por un estremecimiento tan fuerte que estuvo a punto de caer al piso, pero pudo sobreponerse aunque presa de una muy intensa y oscura emoción.

Amalia estaba asombrada ante lo dicho por Eva, segura de que no le iba a costar adiestrarla y hacerla suya rápidamente, pero lo que acababa de ocurrir superaba sus expectativas.

-Mmmhhhh, muy bien, Eva, muy bien… Veo que tiene en claro lo que está sintiendo en mis manos y le gusta,

-Sí, señora Amalia… Sé muy bien lo que estoy sintiendo y… y sí, usted tiene razón, me… me gusta…

-Le gusta y la excita…

Sí, señora, me gusta y me excita… Me excita mucho…

-Vamos a ver. –dijo Amalia sentándose en el sofá y ordenándole a Melina que ubicara a Eva ante ella. –Debió pasar mucho tiempo para que usted se encontrara con su esencia, Eva, con su verdadero ser, y eso me lo debe a mí.

-Sí, señora Amalia, es verdad… Viví años y años a ciegas… Hasta que llegó usted…

-Sí, hasta que llegué yo y le hice ver que usted es una sumisa, una perra… Un animal hembra destinado a darme placer a mí y a personas como yo.

-Sí… Sí, señora Amalia… Soy suya para lo que usted quiera…

-Melina, andá a buscar un trapo y limpiale el hocico. –ordenó Amalia y un instante después la asistente cumplía con ese cometido para luego retirarse.

Una vez a solas, Amalia comenzó a interrogar a fondo a su presa:

-¿Cuánto hace que no la cogen, perra?

-Hace… hace mucho, señora Amalia… -contestó Eva enrojeciendo.

-¡¿Cuànto?!

-Desde… desde que perdí a mi marido…

-¡¿Tantos años sin ser cogida?!

-Sí, señora… -murmuró Eva con las mejillas ardiéndole de vergüenza.

-Supongo que se masturba…

Eva hizo una pausa antes de responder, tragó saliva y finalmente dijo con voz casi inaudible:

-Sí… Sí, señora…

-No la escucho. ¡Hable más alto!

-Sí, señora…

-¿Se masturba, perra?

-Sí, señora Amalia. –asintió Eva cada vez más avergonzada.

-Dígalo. –le exigió Amalia disfrutando morbosamente de la humillación que estaba infligiéndole a la pobre mujer.

Eva volvió a tragar saliva y murmuró:

-Me… me masturbo, señora…

-Bueno, a partir de ahora va a tener sexo hasta el hartazgo… La vamos a coger hasta por las orejas. Yo, Elena, Milena, Marisa y toda la gente que me dé la gana.

-Sí, señora, lo que usted disponga… -dijo Eva sintiendo que se ahogaba de tanta excitación.

-Voy a hacer de usted una puta.

-Sí, señora Amalia, haga de mi lo que usted quiera…

-A partir de ahora su vida la manejo yo.

-Sí, señora Amalia…

-Su vida es mía, perra Eva.

-Sí, señora, sí…

-Dígalo.

-Mi vida es suya, señora Amalia… -confirmó Eva.

-Desde este momento usted no tendrá más derechos que los que yo me digne concederle. ¿Está claro?

-Sí… Sí, señora Amalia… Está… está claro…

A medida que Amalia le hablaba Eva se iba excitando cada vez más. Por un lado, le parecía increíble estar viviendo semejante situación, nada menos que entregarle su persona y su vida a esa mujer fascinante, pero a la vez, sentía que ya no podría vivir de otra manera. Y Amalia continuó:

-Oiga bien y grabe en su mente animal lo que voy a decirle.

-Sí, señora…

-A partir de ahora sus únicos derechos son comer, dormir, ir al baño, trabajar si es que trabaja y enseguida va informarme sobre eso, y tener amistades, aunque yo deberé saber quiénes son y aprobarlas o no. ¿Entendido?

Eva tragó saliva y contestó:

-Sí… Sí, señora Amalia.

-Otra cosa, cada vez que quiera o necesite salir de su casa va a pedirme permiso. ¿Entendió?

-Sí… Sí, señora…

-Ahora dígame si trabaja.

-Mi marido… Mi marido tenía una fábrica de… de bujías y yo la… la heredé, señora… La puse en manos del abogado de la familia, que la administra, y yo voy dos o tres veces por semana…

-Tiene amigas?

-Elena y… Bueno, Elena ya no… Y dos más…

-Nombres.

-Alicia y Estela…

-Hábleme de ellas. –ordenó Amalia.

Alicia tiene treinta y cinco años, es médica, está casada y tiene una hija de doce… Estela tiene cincuenta años, es contadora y soltera…

-Bien, ¿son mujeres normales?

-No… no entiendo, señora…

-Digo si son mujeres normales o perras putas como usted.

-No… son… normales, señora Amalia, nunca… nunca han dicho nada raro…

-Con esa normalidad de mujeres vainilla podrían ser una mala influencia para usted, Eva, ahora que ha descubierto, gracias a mí, lo que realmente es.

-No, señora, no… A mí no me importa que ellas sean normales… Ahora que sé lo que soy ya no… ya no podría vivir como ellas…

Amalia sonrió, perversamente complacida por la confesión de su presa y dijo:

-Muy bien, Eva, ¡muy bien!, se ha ganado un premio. Echesé boca abajo sobre mis piernas.

Eva puso cara de asombro, pero no se atrevió a decir nada. Obedeció  y al estar de panza sobre los muslos de Amalia sintió que su excitación crecía y mucho más al sentir una mano de la dueña de casa deslizándose por sus nalgas.

-Que buen culo tiene, perra. Ideal para darle unas buenas nalgadas. –dijo Amalia y de inmediato alzó el brazo y descargó el primer chirlo. Eva sintió que algo así como una corriente de extraña energía, mezcla de dolor y sorprendente placer surgía en su culo y la recorría entera para dejarla vacía al agotarse. Deseó más, deseó intensamente que Amalia continuara pegándole y comenzó a jadear mientras respiraba dificultosamente.

Amalia curvó sus labios en una sonrisa triunfal al darse cuenta de lo que Eva estaba sintiendo, y luego de una pausa descargó el segundo chirlo, que hizo gemir a Eva y mover sus caderas de un lado al otro.

Amalia continuó con la paliza iniciática, saboreando ese nuevo triunfo que no por previsible era menos placentero.

Cada tanto detenía la paliza para sobar ese portentoso trasero, casi enorme pero admirablemente proporcional al resto del cuerpo, a esas piernas de muslos gruesos y bien torneados, a esas grandes ubres que ahora colgaban con los pezones duros y erectos.

A medida que los chirlos se sucedían y la cola se veía cada vez más colorada, la excitación de Eva crecía y su concha era una catarata de flujo. En determinado momento Amalia le metió mano y lanzó una carcajada hiriente.

-¡Está ardiendo de calentura, perra putísima! ¡La paliza que le estoy dando la vuelve loca de placer!

Eva corcoveó sobre los muslos de la dómina y balbuceó:

-Sí… Sí, señora, sí… No pare… Por favor, no pare… Siga pegándome… Por favor… por favor…

Era embriagador ese placer oscuro e intenso que la invadía completa y se enseñoreaba triunfante en cada una de sus células. Amalia graduaba sabiamente la fuerza de cada chirlo, las pausas entre golpe y golpe y de vez en cuando hurgaba con dos de sus dedos la concha de Eva y entonces la pobre sumisa corcoveaba y se abandonaba después lánguidamente a ese otro goce que enloquecía sus sentidos.

Por fin, cuando Eva era una sucesión de corcovos, gemidos, jadeos y súplicas y sus nalgas lucían bastante coloradas, la dómina metió nuevamente dos de sus dedos en la concha empapadísima, los extrajó y tras echar a su víctima al piso, donde quedó de espaldas, se inclinó, le ordenó que abriera la boca y le metió los dedos:

-¡Límpiemelos, puta! –exigió, y Eva sorbió sus jugos sin resistencia alguna, sintiendo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por esa mujer a la que empezaba a ver y a reverenciar como a una deidad a la que le debía su nueva existencia, su vida verdadera que recién estaba comenzando. Deseó con todas sus ansias que Amalia la tomara sexualmente, y no pudo evitar el llanto cuando la escuchó llamar por el handy a Marisa, para que viniera a llevársela.

-A la cucha. –le indicó a la mujerona y al quedar sola se dijo:

-Ya es mía la muy perra. Que sufra esta noche y mañana

le voy a dar a fondo.

De pronto recordó a esa mujer de la librería y llamó a Elena:

-En primer lugar, ¿la putita ya duerme?

-Está acostada, no sé si duerme porque la tengo con un plug anal, así que quizás esté un poco inquieta. –dijo Elena y Amalia escuchó su risita a través del teléfono.

-La hice orinar antes de acostarla y después le até las manos a la espalda para que no se masturbe.

-Sos tremenda, putona, pero está perfecto cómo tratás a la nena.

-Ya le dije que es una puta pero que entre vos y yo vamos a hacerla más puta todavía…

-Y no te equivocaste. Quiero muy putas a esa nena y a su mamita. Y ahora decime, ¿volviste a ver a la hembra de la librería?

-No, pero…

-Vela mañana y hablale de Areanita, a ver qué onda.

-¿Se la vas a prestar, entonces? –preguntó Elena relamiéndose.

-¿No dijimos que hay que hacerla muy puta?

Elena rió:

-¡Claro!... Perfecto, Amalia. Mañana me doy una vueltita por la librería. ¿Me autorizás a avanzar?

-Te autorizo.

-Vale, mañana te cuento.

-Hasta mañana, zorra. Qué descanses.

No bien cortó la comunicación Elena fue al cuarto de servicio y al entrar vio que Areana se movía de un lado al otro en la cama, evidentemente perturbada por ese objeto que tenía metido en el culito.

-¿Qué pasa, pendeja? ¿No podés dormir? –preguntó con crueldad mientras se sentaba en el borde del lecho.

-Por favor, señora Elena, estoy… estoy muy excitada… Quíteme esa cosa o… déjeme que me masturbe… O mejor cójame… Sí, cójame…

-Ni una cosa ni la otra, perrita puta, y como sigas pidiendo te voy a dar una buena paliza por insolente. -dijo Elena en tanto Areana comenzaba a sollozar, víctima de la tensión física y sicológica que la martirizaba.

Elena se aseguró que el plug anal estuviera firme y bien introducido en el ano y luego abandonó la habitación disfrutando sádicamente del sufrimiento de la niña.

………….

Al día siguiente fue a ver a la sumisita a las 10 de la mañana y la encontró durmiendo, vencida finalmente por el agotamiento. Verificó que el plug anal estaba en su sitio y sin despertarla se dirigió a la librería ganada por la ansiedad.

La mujer la reconoció de inmediato y luego de saludarla dijo: insinuante:

-Sola esta vez…

Elena se acercó sonriendo al mostrador:

-¿Se refiere a la nena?

-Sí… a esa chiquita con la que vino a plastificar una… una credencial…

-Areana se llama…

-Mmhhh, nombre raro y muy lindo…

-Muy lindo como ella, ¿cierto?

La mujer advirtió que el diálogo cobrara un cariz muy sugerente y aprovechó el pie que le había dado esa desconocida:

-Sí, un nombre muy lindo para una jovencita muy linda… -dijo y movió su lengua entre los labios, muy lentamente mientras miraba a Elena con fijeza.

Autorizada como estaba por Amalia para avanzar en la entrega de Areana decidió ir a fondo:

-Le gusta mucho la nena… -arriesgó Elena y enseguida preguntó:

-¿Cuál es su nombre?

-Marta… y sí, me gusta la nena… ¿Está mal?

-Al contrario… -respondió Elena.

-Ah, qué bien…

-Voy a ser directa, Marta… La nena está a su disposición…

La mujer abrió desmesuradamente los ojos e hizo una pausa para reponerse: -¿A mi disposición?... ¿Qué quiere decir eso?... –preguntó sin poder creer lo que tal afirmación significaba.

-Eso quiere decir que puede venir a casa a buscarla y echarse en la cama con la nena.

La mujer tragó saliva, asombrada y al límite de su capacidad de comprensión. Pensó un momento y dijo:

-Escuche, no quiero saber nada con prostitución de menores… con eso de la trata y…

-Tranquila, querida… No es nada de eso, ni prostitución ni trata… Areanita está muy a gusto y la va a recibir muy dichosa de poder revolcarse con usted.

La librera estaba muy confundida pero a la vez excitada ante la posibilidad de un encuentro sexual con una jovencita tan atractiva.

-Bueno, no sé… Dígame cómo…

-Vamos a hacer lo siguiente, Marta. Hoy mismo le voy a mandar a Areana, solita, para que ella termine de explicarle su situación y usted se convenza de que no hay ni prostitución ni trata ni nada delictivo, sino otra cosa muy excitante por cierto…

Marta movió la cabeza de un lado al otro varias veces, como tratando de asumir y aceptar lo que esa mujer le había dicho:

-Oiga, me gustan las mujeres, soy lesbiana y esa chica me voló la cabeza en cuanto la vi, pero espero que no se trate de algo…

-Tranquilícese, Marta. En un rato le mando a la pendeja.

Efectivamente, poco después Areana ingresaba en el local, previamente adoctrinada por Elena.

-Hola, señora… -saludó.

-Ay, hola, tesorito… -contestó la librera, estremecida ante la presencia de la muy apetecible niña, que vestía su uniforme de colegiala.

-Acercate, bebota… -dijo Marta al ver que la jovencita se había detenido apenas traspasada la puerta y permanecía inmóvil, con la cabeza gacha, las piernas juntas y las manos atrás.

-Sí, señora… -murmuró la niña y se arrimó al mostrador.

-¿Puedo hablar, señora? –preguntó cumpliendo a rajatabla lo que le había sido enseñado en materia de modales.

-¡Claro, bebé, hablá!... Esa señora me dijo que ibas a venir a explicarme algo…

-La señora Elena…

-Ah, bueno, sí… Contame, explicame… -pidió la librera cada vez más ansiosa y enseguida agregó:

-Vamos a hacer una cosa, tesorito. Yo cierro el local y así hablamos tranquilas.

Y una vez con la persiana baja Areana le explicó detalladamente su situación en manos de Amalia a la mujer, que siguió el relato con una expresión de fascinada sorpresa dibujada en su rostro. Finalmente quiso abrazar a la niña y amagó con besarla, pero Areana retrocedió:

-No estoy autorizada a dejarme hacer algo ahora, señora… Tiene que hablar con la señora Amalia… Anote su número de teléfono, por favor…

La mujer se mordió los labios y dijo mientras, resignada, volvía a levantar la persiana del local:

-Ya lo anoto y enseguida la voy a llamar, porque me tenés súper caliente, bebota…

-Bueno, me voy… Hasta pronto, señora… -saludó la niña y se retiró del local mientras la librera empezaba a mojarse.

Instantes después, Elena era informada por la niña sobre lo ocurrido en la librería y de inmediato llamaba a Amalia:

-Bueno, ya la pendeja estuvo con esa hembra, le contó su situación y quedaron en que va a llamarte.

-Perfecto, hemos empezado el proceso de emputecimiento de Areanita.

-Todavía estoy esperando que me cuentes.

-Ya te voy a contar mis planes, no seas ansiosa. Y ahora te dejo porque tengo una llamada entrante. Debe ser la librera.

-Después contame.

-Sí, hasta luego. –cortó Amalia y atendió esa llamada entrante:

-Hola… -dijo la librera y tras el hola de Amalia explicó nerviosamente quién era y  por qué llamaba.

-Sí. –respondió Amalia. –Elena me adelantó su interés por Areanita y no va a haber problema en que se la prestemos.

-Le pregunto algo…

-Sí, adelante.

-Ese… préstamo… ¿va a tener algún costo para mi.,, Quiero decir si…

-Ningún costo. Areana no es una prostituta sino una chica de mi propiedad con la cual hago lo que se me antoja. Marta es su nombre, ¿verdad?.

-Sí…

-Bueno, Marta, en este caso lo que se me antoja hacer con ella es prestársela.

Del otro lado se hizo un silencio y luego la mujer dijo:

-Bueno, está bien, y… ¿cuándo podré tenerla y por cuánto tiempo?...

-Cuando usted quiera y por dos horas.

-¿Podría ser esta noche? Vivo atrás del local. ¿Tengo que ir a buscarla?

-Sí, no quiero que la pendeja ande sola por la calle y menos de noche. Anote la dirección de Elena y su teléfono. Termine de arreglar con ella.

La librera anotó esos datos con mano que temblaba de ansiedad y tras despedirse de Amalia llamó inmediatamente a Elena y convino con ella que pasaría a buscar a la sumisita a las diez de la noche para devolverla a las doce.

Elena le dio de cenar a las ocho, en la cocina, donde la niña comió de sus cuencos en cuatro patas. A las nueve hizo caca y Elena, después de ordenarle que se limpiara el culo inicialmente en el bidet, le aplicó una enema con la pera de goma, disfrutando de ese menester que la excitaba mucho y excitaba también a la perrita. Llenó la pera de agua tibia, puso vaselina en la punta y un poco también en la diminuta entradita y mientras Areana gemía de goce fue introduciendo lentamente la punta, deleitándose con la reacción de la sumisita, que así penetrada empezó a mover sus caderas y de pronto pidió entre jadeos:

-Por favor más, señora Elena… Por favor… le ruego más…

Elena lanzó una carcajada de satisfacción y dijo mientras con la mano libre sobaba las deliciosas nalguitas de la niña:

-Ya dentro de un rato con Marta vas a tener más, putita… Estás caliente, ¿eh, perrita en celo?...

-Sí… Sí, señora Elena… Esa cosa en mi cola me vuelve loca… Ese líquido entrándome me… no sé, me molesta, me hace sentir hinchada por dentro, pero… no sé… me excita… todo esto me excita mucho…

-¿Sabés por qué te excita tanto, pendeja? –preguntó Elena mientras la pera, bajo la presión de su mano, se iba vaciendo, y sin esperar la respuesta de Areana, le dijo:

-Porque sos sumisa hasta la médula y muy putita… ¡muy putita!...

-Sí… -aceptó la niña mientras Elena retiraba la punta de la pera y con la otra mano comprobaba lo duros y erectos que estaban los pezones de la sumisita, evidencia inequívoca de su calentura.

-Me imagino cuánto va a gozar con vos esa mujer, porque estás hirviendo… Ahora ponete de espaldas, levantá las piernas y apoyalas en el inodoro hasta que te vengan las ganas de evacuar. –le indicó en tanto levantaba la tapa y después metía dos dedos en la conchita de la niña y los retiraba empapados de flujo.

-Mirá, pendeja, mirá cómo tengo los dedos por haberlos metido en tu concha de perra puta. –dijo Elena acercándolos a la cara de la sumisita.

-Yo… yo se los limpio, señora Elena… Por favor… déjeme que se los limpie… -pidió Areana y Elena, con un intenso morbo reflejado en sus ojos y en su sonrisa perversa, le metió ambos dedos en la boca y disfrutó sintiendo cómo Areana lamía y chupaba a veces ambos dedos juntos y a veces dedicándose primero a uno y luego a otro, con los ojos cerrados y una expresión de intenso goce en su rostro. Luego de unos instantes Elena retiró de esa boquita sus dedos, justo en el momento en que Areana dijo:

-Ay, ya, señora… Tengo que evacuar…

-Bueno, sentate en el inodoro. –le ordenó y en cuanto estuvo sentada la niña evacuó ruidosamente todo el líquido que llenaba sus intestinos, mientras su rostro adquiría una expresión de alivio. Después debió tomar una ducha, secarse y dejar que Elena le pusiera un perfume en las sienes, las muñecas, el lóbulo de las orejas, el cuello y las tetas, alrededor de los pezones. En el cuarto de servicio y ante Elena, que la observaba con mirada hambrienta, vistió su uniforme de colegiala, sus medias tres cuarto y por último se calzó los mocasines. Lucía para comérsela así vestida y con su collar de perra, cuya cadena de metal pendía por delante.

Por fin se hicieron las diez de la noche y sonó el portero eléctrico. Elena y Areana bajaron y luego de abrir la puerta de entrada al edificio, tras la cual esperaba Marta con la ansiedad pintada en su rostro, Elena le entregó a la sumisita y le dijo:

-Aquí está la perrita. Úsela y a las doce me la trae de de vuelta.

-Sí, está bien. –dijo la librera envolviendo a Areana en una mirada caliente y tomándola de la mano.

-Otra cosa. –agregó Elena.

-Sí, dígame.

-No le quite el collar en ningún momento.

-Ah, sí, el collar… -contestó la mujer como si recién en ese momento advirtiera el accesorio que la niña llevaba.

-Y por último. Esta pendeja es hija del rigor, así que nada de mimos ni esas estupideces. ¿Entiende?

-No se preocupe. No soy de hacer mimos. Me gusta la cogida fuerte. –dijo la librera y se llevó a la sumisita.

Elena las vio irse y regresó apresuradamente a su departamento, donde echada en la cama se masturbó sintiendo que hervía de la cabeza a los pies.

Mientras tanto, Marta y Areana llegaban a la vivienda ubicada tras el local de la librería. Un dormitorio, el living comedor, el baño y la cocina.

La mujer llevó a Areana al dormitorio sin dilaciones y una vez allí le dijo:

-No quiero perder tiempo, nena, así que desnudate ya.

-Sí, señora. –contestó Areana y sin más se despojó la corbata, luego de la falda escocesa, de la camisita blanca y, por último, de las medias y los mocasines.

Cuando se exhibió desnuda ante Marta, a ésta le costó recuperarse del impacto provocado por semejante belleza adolescente. Areana estaba de pie en la posición que le había sido enseñada por Amalia: con las piernas juntas, la cabeza gacha y las manos en la nuca.

Marta se le fue acercando despacio y cuando estuvo a sólo unos centímetros le dijo:

-¿Te vas a portar bien conmigo, bebota?...

-Sí, señora, ésa es la orden que tengo…

-Bueno, muy bien, desvestime… -dijo Marta y Areana comenzó a quitarle las ropas hasta dejarla tal cual vino al mundo. La librera estaba muy buena a su edad. Grandes tetas, cintura estrecha, caderas anchas y unas piernas de muslos gruesos y bien torneados. Areana sabía que le estaba prohibido, pero no pudo contenerse y envolvió en una larga mirada ese cuerpo hecho para el goce.

-Qué bien olés, mocosa… -dijo Marta y comenzó a besar a su presa en las mejillas, los labios, el cuellos, los hombros.

Areana iba excitándose más y más con esos besos y desde su más auténtica condición de sumisa, preguntó temblando:

-¿Puedo… ¿puedo acariciarla y… y besarla, señora?...

-¡Ay, bebota preciosa! ¡claro que podés!, pero vamos a la cama… -y así diciendo rodeó la cintura de la niña con un brazo y la derribó sobre el lecho para después tenderse junto a ella.

-Besame, mocosa… Besame toda… ¡toda!... –y Areana comenzó a deslizar su boca por el rostro de la librera. Besó su frente, sus mejillas, sus labios, que al contacto se abrieron y entre ellos surgió la lengua en busca de la otra lengua y ambas bocas se fundieron en un largo beso de fuego que dejó jadeando a la mujer mientras la sumisita descendía con su boca por el cuello y recorría luego un hombro y el otro y luego las tetas, una y otra, deteniéndose en cada pezón inmediatamente erectos y buen duros. Areana, ya muy caliente, siguió besando y lamiendo ese cuerpo, el vientre, donde anduvo un rato mientras los gemidos y jadeos de la librera se hacían más fuertes, más roncos, más apasionados.

-Así… así, pendeja puta… ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!...  –clamó de pronto la hembra moviendo sus poderosas caderas de un lado al otro mientras sentía que de su concha brotaban chorros de flujo. Areana había llegado a destino y usó sus dedos para abrir los labios vaginales externos y hundir dos de sus dedos, moverlos un poco mientras con el pulgar estimulaba el clítoris ya fuera del capullo. La librera gritó y volvió a gritar una y otra vez, ganada por la más intensa excitación mientras Areana retiraba sus dedos y se los llevaba a la boca para beber esos jugos que para ella eran un néctar.

-¡No pares, pendeja de mierda!... ¡No pares, puta!... ¡No pares o te reviento a bofetadas!... –gritó la librera y esa amenaza excitó aún más a la niña, que por un momento sintió el impulso de rogarle a la hembra que le pegara, que le pegara hasta cansarse, pero prevaleció su intenso deseo de ser cogida y entonces renovó los juegos de su lengua en la concha de la librera mientras después de algún esfuerzo le metía el dedo medio en el culo hasta el nudillo y lo ponía a trabajar allí avanzando y retrocediendo a un ritmo cada vez más rápido. De la concha seguía brotando el flujo que Areana bebía ávidamente para después reanudar sus lamidas en tanto los gemidos y jadeos de Marta se habían trocado en alaridos hasta que de pronto el cuerpo de la hembra se arqueó hacia arriba, quedó allí suspendido y tenso un segundo y volvió a caer sobre la cama mientras Areana bebía hasta la última gota la abundante eyaculación. Cuando quitó el dedo del culo observó que había pequeñas manchitas marrones. Caca, evidentemente. Marta reparó en que la niña miraba su dedo y preguntó:

-¿Qué pasa, bebota? ¿tenés caquita en ese dedo?

-Un… un poquito, señora…

-Limpiate ese dedo con la boca… -le exigió la hembra y Areana no vaciló. Se metió el dedo en la boca y lamió y sorbió mientras el sabor hacía que se debatiera entre la humillación, el asco y la calentura, una oscura pero inapelable calentura. Cuando terminó de limpiar su dedo y habían desaparecido las manchitas marrones, sintió que no daba más de la excitación y por un momento pensó en masturbarse en tanto oía la fuerte y agitada respiración de Marta. Pero pudo vencer ese impulso y prefirió esperar a ser cogida por la librera que, efectivamente, un rato más tarde y ya recuperada, le ordenó ir hasta el placar.

-Abrí la puerta de la derecha, nena. –y cuando estuvo abierta le dijo:

-¿Ves esa caja azul que hay en la parte de arriba?

-Sí, señora…

-Traémela...

Areana la puso en la cama, junto a Marta.

-Abrila. –le ordenó la hembra y cuando Areana lo hizo sus ojos se abrieron al límite para devorar con la mirada todos esos objetos: vibradores, dildos y plugs anales de todo tipo y dimensiones.

-Te gustan, ¿eh, pendeja?...

-Sí, señora, sí… Me gustan mucho…

-Elegí uno para la concha y otro para que te lo meta en el culito… -le ordenó Marta. Areana miró un rato el conjunto de “chiches”, calibró algunos entre sus manos y finalmente optó por un vibrador de considerables dimensiones e imitación piel, para la concha, y un cono color naranja de diez centímetros de largo por tres de ancho en su base, para el culo.

Con ambos objetos en sus manos y cuando estaba por dárselos a la librera ésta la detuvo con un gesto y le dijo:

-Hay un pote de vaselina en la caja.

-Sí…

-Abrilo, embadurná esos juguetes y dámelos.

Areana obedeció y obedeció también cuando Marta le ordenó que se pusiera en cuatro patas.

-Bien, nena puta… Muy bien… -aprobó la librera y luego de aplicar un poco de vaselina en el ano de la sumisita dirigió el plug anal hacia el objetivo. Apoyó la punta en el pequeñísimo orificio y luego de presionar durante algunos segundos pudo forzar la entradita y finalmente hundir el plug por completo, entre los gemidos de dolor y luego de placer que brotaban de la boca de Areana.

Una vez metido el plug anal, tomó el vibrador, abrió los labios externos de la conchita adolescente y lo puso a trabajar de arriba abajo para meterlo después de un solo envión. Areana se deshizo en un largo gemido que se tornó fuerte jadeo cuando Marta, sin dejar de mover el vibrador, se aplicó a jugar con el clítoris y muy poco después la niña alcanzó un largo y violentísimo orgasmo que la sacudió en convulsiones, gemidos y balbuceos ininteligibles durante un largo rato.

Una vez que ambas estuvieron recuperadas de tan intenso ajetreo sexual, tomaron una ducha y era la medianoche cuando la librera llevaba a la sumisita de regreso a casa de Elena.

-¿Gozaste, nena? –le pregunto en el camino.

-Mucho, señora… ¡Mucho!... –contestó Areana, que caminaba mirando al suelo y con las manos atrás.

-Yo también, putita… Gocé tanto que le voy a pedir a tu dueña que me deje tenerte otra vez.

-Sí, por favor, señora Marta… pídaselo…

Y en ese acuerdo llegaron al edificio donde vivía Elena y la librera devolvía a la sumisita, cuyo emputecimiento había comenzado.

(continuará)