La recién casada y los motoristas

Quedarse abandonada y completamente desnuda en una playa desierta puede ser un problema para una hermosa joven.

(CONTINUACIÓN DEL RELATO “RECIEN CASADA Y YA PUTA DE LUJO”)

Abandonada y sola se encontraba Marga flotando dentro del mar, a unos cientos de metros de la orilla.

Estaba completamente desnuda y lo que era peor, totalmente desvalida y desorientada.

Se la habían follado tres hombres en aquel yate y, cuando se recuperaba de los polvos que la habían echado, flotando adormilada entre las aguas del mar, se dio cuenta al levantar la cabeza que la habían dejado sola, que el yate donde había mantenido intensas relaciones sexuales, consentidas hay que decir claramente, se había evaporado, desaparecido como por arte de magia y con él todos sus tripulantes, incluidos Pablo, el amante que la había prostituido; Winston, el gigante de ébano de verga kilométrica; y Elsa, la prostituta de lujo con interminables piernas y de marcados gustos bisexuales. Todos ellos habían disfrutado de los encantos de la joven, todos se la habían follado y con todos había tenido ella más de un bestial orgasmo.

Flotando entre las aguas, sin hacer pie, miró alrededor por si los encontraba en el mar o si los vislumbraba en la orilla, pero todo inútilmente. Se preguntaba qué había pasado, por qué la habían abandonado, quizá fuera una broma, una pesada broma del malnacido de Pablo. No sería la primera vez que se la jugaba.

Pasaron los minutos y Marga ni veía a nadie ni sabía qué hacer, hasta que tomó una determinación, la que la parecía mucho más lógica dado que estaba completamente desnuda: Acercarse a la mansión de lujo donde supuestamente debía vivir Winston y donde ella había pasado la noche entre sábanas de seda, espejos inmensos, paredes de cristal y sabrosos polvos.

Quedarse en el mar o en la misma playa esperando que vinieran a recogerla podía ser otra opción pero seguramente no era la correcta.

Cavilaba la joven que no debía estar la mansión muy lejos ya que, cabalgando sobre un caballo blanco, duró poco más de quince minutos el trayecto. Quizá fueran unos 10 kilómetros la distancia a la que se encontraría la casa y, si caminaba por la orilla, tardaría unas … ¡dos horas en llegar! ¡Dos horas caminando completamente desnuda por una playa desierta! Le parecía a Marga una enorme distancia para recorrer a pie y quien la decía a ella que no había nadie en el trayecto. Y si iba nadando o caminando dentro del agua, tardaría y también se cansaría mucho más.

Así que salió del mar ante la asombrada mirada de una jubilada que pensó por un momento que era la mismísima diosa Afrodita la que emergía de las aguas. Tanta era la influencia que la proporcionaba la novela mitológica que estaba leyendo que confundió la realidad con la fantasía.

Sin darse cuenta de que la anciana, protegida en la sombra de una palmera cercana, la observaba, la joven comenzó a caminar a buen paso por la orilla de la playa en dirección a la mansión. No observaba a nadie así que se despreocupó de continuar vigilando, hasta que, de pronto, sin esperárselo, se encontró de frente con un hombre también desnudo. Se detuvo asustada y quiso retroceder pero el hombre, situado a unos pocos metros de distancia la había también visto, y se detuvo a mirarla.

Dudaba Marga qué hacer, si darse la vuelta y caminar en sentido contrario como si no sucediera nada o echar a correr, huyendo. La última opción no la veía viable ya que el hombre podía alcanzarla enseguida y violarla. Hacer lo mismo pero caminando tampoco la parecía una buena opción aunque menos que la anterior ya que quizá no le provocara. Lo mejor pensaba era seguir adelante, pero no corriendo, sino caminando como si no ocurriera nada, al fin y al cabo estaban en una playa donde se podía practicar el nudismo sin ningún problema. Así que eso hizo continuar caminando por la orilla hacia donde estaba detenido el hombre, fingiendo que no estaba preocupada y que era lo más normal del mundo caminar desnuda por lugares públicos.

El hombre, en lugar de meterse al agua, estaba parado en medio del camino por donde la joven iba a pasar, mirándola fijamente con una extraña sonrisa reflejada en su rostro.

Los ojos se hombre se fijaban en las tetas de Marga y en cómo las balanceaba al caminar, así como en su entrepierna, en su sexo completamente rasurado que no dejaba margen a la imaginación.

Tanto la miraba que la joven no pudo evitar sonrojarse y que toda su piel se erizaba. Involuntariamente y sin dejar de caminar, alzó Marga un brazo y lo colocó cruzado sobre sus pechos mientras que el otro brazo lo situó sobre su vulva cubriéndola.

Aunque la joven intentaba mirar siempre de frente, su mirada se desvió al observar cómo la verga del hombre que hacía un momento colgaba como una gorda salchicha entre las piernas, ahora parecía recobrar la vida y alzarse hacia delante. ¡Tenía el tipo una espectacular erección!

Apunto estuvo Marga de echar a correr despavorida, pero se obligó a mantener la sangre fría y continuar caminando hacia el erecto individuo.

De pronto en el campo de visión de la joven apareció otra figura, otro hombre también desnudo se acercaba caminando por la arena de la playa hacia el primero. También había visto a Marga ¡cómo no iba a verla con ese cuerpo y esas tetas! Y, al verla su pene también se hinchó y levantó. Sin desearlo la joven iba creando machos erectos a su paso.

Se detuvo este segundo tipo a unos escasos dos metros del primero, y la joven, a punto de sufrir un infarto y sin dejar de caminar, pasó entre los dos, mirando siempre hacia delante, que la observaron lascivos y sonrientes, sin decirla nada.

Sin mirar hacia atrás, continuó caminando Marga sabiendo que su culito macizo y respingón era objeto de las miradas lujuriosas de los dos hombres, pero, de pronto, escuchó a sus espaldas gritar a uno de ellos:

  • ¡A por ella!

Y escuchando pasos rápidos a sus espaldas, perdió la compostura y echó a correr aterrada hacia delante seguida de cerca por los dos tipos.

Un tercer hombre que, yacía tumbado bocarriba sobre la arena tomando el sol totalmente desnudo, observó maravillado cómo una hermosa mujer corría desnuda hacia él, con sus enormes tetas bamboleándose desordenadas al ritmo de sus frenéticas zancadas, y cómo dos hombres, sus amigos, la perseguían muy de cerca.

Se incorporó rápido y se puso frente a la joven quien se percató de su presencia cuando ya estaba a pocos pasos de él.

Frenando su ritmo no pudo Marga esquivarlo y éste la atrapó por la cintura, deteniendo bruscamente su paso.

Al momento los dos hombres se unieron al grupo y enseguida un montón de manos se posaron en las tetas, culo, caderas, cintura y muslos de la joven, sobándola a placer.

  • ¿A dónde vas con tanta prisa, criatura?

La preguntó con sorna el tercer hombre y Marga, intentando recuperar el aliento, manoteó inútilmente, intentando alejar las manos que la amasaban sus suculentas carnes, al tiempo que gemía suplicando:

  • ¡Ay, ay, por favor, por favor!
  • Relájate, criatura, que te va a dar un infarto, pero dime a donde ibas con tanta prisa, ¿huías quizá de mis dos amigos?

Como no lograba apartar las manos al menos logró resignada cubrirse con las suyas el sexo y los pezones, y suplicó, mintiendo:

  • Por favor, no me hagáis nada. Me están esperando y lo tomarán a mal si no llegó a tiempo.
  • Explícate mejor, criatura. ¿Quién te espera y dónde?

Replicó el tercer hombre sujetándola con una mano por la cadera y con la otra sobre una nalga.

  • Unos amigos me esperan en una casa cerca de aquí y, si les hago esperar, saldrán a buscarme.
  • ¡Ah, sí! Y si llegas tarde, ¿qué te harán? ¿te darán azotes en el culo, te follarán? Dime, criatura, ¿qué te pueden hacer qué no te hagamos nosotros?

Aterrada, no sabía Marga cómo quitarse de encima a estos tres por lo que siguió desarrollando su relato.

  • No soy yo la que lo pasará mal, sino vosotros. Pertenecen a un cartel de la droga, van armados y son peligrosos.
  • ¿Más armados que nosotros, criatura?

Y cogió de una muñeca a la joven, llevando su mano a su escroto, restregándola por el pene erecto del tipo ante las carcajadas de los otros dos..

  • ¿Eh, eh? Dime, ¿más armados que nosotros? ¿eh?

Pasando sus brazos por detrás de los muslos y de la espalda de Marga, la levantó en volandas del suelo, al tiempo que la decía:

  • ¡Venga, acabemos cuanto antes, te llevamos nosotros con tus amiguitos armados!

Y se encaminó llevando en brazos a la joven, que, se agitaba y pateaba al principio, para permanecer luego quieta por si les enfadaba y la ocasionaban males mayores.

Mientras la llevaban en brazos, Marga suplicó al tipo que transportaba:

  • Por favor, no me hagáis daño.
  • No te preocupes, nena, que daño no va a ser precisamente lo que te hagamos, siempre y cuando te portes bien con nosotros y seas muy obediente.

Respondió éste, ante las risitas de los otros dos que les seguían.

Hacia un palmeral próximo se encaminaron los cuatro tan desnudos como habían venido al mundo, aunque los tres hombres con una erección de caballo balanceaban sus congestionados penes al ritmo de sus pasos.

Sobre la arena oscurecida por la sombra de una enorme palmera la depositaron bocarriba, y el mismo hombre que la llevó, se tumbó bocabajo sobre ella, entre sus piernas, y, mientras restregaba su pene erecto entre los húmedos labios vaginales de la joven, la besaba ansioso en la boca, violentando con su lengua los voluptuosos labios, recorriendo la boca de Marga por dentro, entrelazando las lenguas, violando su propia intimidad. Las manos del hombre sobaban sin cesar los senos de la mujer ante la lúbrica mirada de los otros dos tipos que, de pies al lado de ellos, no se perdían detalle.

Para no irritarle no se atrevía Marga a repeler con fuerza el acoso del hombre, solamente intentaba apartarse, retirar su boca de la de él, su vulva de la verga erecta y dura, sus pechos de las manos encallecidas, hasta que el hombre, restregando reiteradamente su cipote por la entrepierna de la joven, encontró la entrada a la vagina y, por allí, se la metió.

Al sentirse penetrada, Marga exhaló un profundo suspiro, quedándose inmóvil, dejando que el hombre la penetrara hasta el fondo, de una vez hasta los mismísimos cojones, y, una dentro, moviendo, hacia arriba sus glúteos y caderas, el tipo se la volvió a sacar, y … otra vez adentro, adentro y afuera, adentro y afuera, se la fue follando, ante la mirada lúbrica de los dos tipos que se masajeaban entusiasmados sus propias pollas, listas para actuar.

Cerrando los ojos y mordiéndose los labios, Marga no quería ver al tipo que la estaba violando ni a sus dos compinches. Si ella no los veía ni emitía ningún ruido, pensaba que quizá ellos no se dieran cuenta del placer que ella sentía, del placer que sentía al ser follada.

Abrazando con sus piernas la cintura del hombre, solamente se escuchaban los jadeos de él y el repiqueteo de las pelotas chocando con el perineo de la joven, pero, cuando ella ya estaba a punto de alcanzar el orgasmo, un chillido escapó, contra su voluntad, de sus labios, provocando que una cascada de gemidos, chillidos y jadeos le siguiera, corriéndose ambos en un océano de sonidos y de fluidos, los de ella y los de él.

Bastantes segundos dedicó el hombre en reposar y disfrutar de su clímax y, cuando la desmonto y se levantó, dejándola con las piernas y el coño bien abiertos, otro de los hombre quiso ocupar su lugar, pero obsesionado con las enormes tetas de la joven, se puso esta vez a horcajas sobre el pecho de ella, introduciendo su verga erecta entre los dos redondos senos y, juntándolos, aprisionó su miembro, empezando a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, restregando su pene de forma insistente, mientras jadeaba ruidosamente como si estuviera haciendo un gran esfuerzo, pero bastaron unos pocos segundos para que el hombre, muy excitado, eyaculará espectacularmente sobre el rostro, pelo y pechos de Marga, impregnándolos de un espeso esperma.

Esta vez enseguida se incorporó este segundo tipo, todavía goteando semen, y el tercero, habiendo disfrutado ya de la lasciva panorámica del coño y las tetas de la joven, quiso ahora gozar del culo de ella, así que, tomándola por las caderas, la obligó a voltearse y a ponerse a cuatro patas sobre la arena, con el culo en pompa, y, propinándola con sus manos sonoros azotes en las nalgas, se colocó de rodillas entre las piernas abiertas de Marga y, cogiendo su cipote erecto con su mano derecha, lo dirigió directamente a la entrada a la vagina de la joven, penetrándola hasta el fondo.

Sujetándola por las caderas, comenzó a balancearse adelante y atrás, follándosela sin descanso, y, si empezó con un ritmo suave, enseguida incrementó el ritmo del mete-saca así como de los azotes que, entre entrada y salida del pene, la atizaba en sus cada vez más encarnadas nalgas.

Ahora ya Marga no disimulaba, se había entregado y disfrutaba tanto o más que sus violadores, jadeando, gimiendo y chillando más fuerte y más escandalosamente que ellos.

Cuando el último, después de descargar su lefa tanto dentro del coño como sobre el culo de Marga, la desmonto y se levantó, la dejaron allí tumbada despatarrada y recién follada sobre la arena.

Se encaminaron riéndose, bromeando y empujándose como colegiales hacia sus motos de alta cilindrada que les habían traído. Allí mismo se vistieron y, cuando se disponían a marcharse, observaron como la joven a la que acababan de violar se acercaba a ellos y, mirándoles fijamente con una media sonrisa dibujada en su bello rostro, les rogó:

  • Por favor, llevadme al hotel donde me alojo.

Más que un ruego parecía una promesa de que, si la llevaban, disfrutarían otra vez de ella.

Si la habían violado, poco más podrían hacerla, y prefería Marga volver al hotel donde se alojaba para descansar que a la mansión donde se la follaban continuamente.

  • ¡A ésta la va la marcha!

Exclamó divertido uno de ellos y los otros dos se rieron a carcajadas, aun así uno la respondió, dándola un sonoro azote en el culo :

  • ¡Venga, monta, que yo te llevo!

Y Marga, completamente desnuda, se sentó a horcajas en el asiento de la moto, detrás del tipo, agarrándose a su cintura para no caerse cuando el vehículo arrancó a toda pastilla.

De caminos polvorientos pasaron a carreteras asfaltadas con tráfico de automóviles y motocicletas, aunque, para beneficio de la joven, era más bien escaso.

A pesar de que eran pocos los vehículos que se cruzaron con ellos, todos sus ocupantes se percataron asombrados que una joven hermosa iba completamente desnuda sobre una de las motos. Aunque no pudieron gozar observando la voluptuosidad de los pechos de Marga, al tenerlos ocultos sobre la espalda del motorista, sí que disfrutaron de una panorámica espectacular de sus torneadas piernas desnudas y de su culo prieto y macizo.

La joven, consciente de que todos veían que iba totalmente desnuda, poco podía hacer por ocultarse, solamente bajar la cabeza y pegarla a la espalda y a los hombros del motorista para que al menos no la reconocieran, aunque era muy poco probable, pensaba ella, que pudiera encontrarse con alguien fuera de la isla y que la reconociera.

Se separaron dos de los tres motoristas, dejando solo al que llevaba a Marga a su alojamiento, y, cuando por fin llegaron a la puerta del hotel, se apeó la joven del vehículo, solicitándole que, por favor, le dejara la camiseta que llevaba él puesta para cubrir su desnudez al entrar a la recepción. Solícito el hombre se la quitó y, cubierta de espectaculares manchas de grasa, sudor y comida, se la entregó a Marga que, antes de ponérsela, le dio un apasionado beso en la boca como muestra de agradecimiento. Beso que fue correspondido con mayor intensidad. Y mientras se besaban apasionadamente, las manos del motorista cogieron con fuerza los glúteos de la joven sobándolos e impidiendo que se alejara.

Cuando por fin pudo la joven apartar su boca de la de él, éste, sin soltarla una nalga, la hizo señas con su mano, apuntando a su entrepierna, para que se la mamara, y eso hizo Marga, después de echar una breve ojeada alrededor por si alguien la veía.

Inclinada hacia delante, bajó la cremallera de la bragueta del pantalón del tipo y, hurgando en su interior, logró sacar fuera una enorme verga erecta y congestionada que se desplegó como si fuera una navaja de resorte. Agachándose todavía más, Marga la cogió con una mano y, después de darla varios lametones como si fuera un dulce helado, se la metió en la boca y empezó a acariciarla con sus voluptuosos labios, recorriendo el miembro en toda su extensión, arriba y abajo, abajo y arriba.

Apoyando su pecho en las rodillas del hombre para no cansarse, éste la sobaba las nalgas mientras ella le comía la polla, y así estuvo incansable durante un par de minutos hasta que el hombre, al sentir que se corría, la sujetó la cabeza para que no se la siguiera mamando y expulsó un potente chorro de esperma blancuzco que no se tragó la joven de milagro, aunque si la embadurnó el rostro, el cabello e incluso el pecho.

Cuando por fin se separaron, el hombre, sonriendo muy satisfecho, se alejó rápido con su moto, envuelto en un gran estrépito y humareda.

La joven, observando cómo se alejaba, se limpió el semen como pudo con la camiseta, poniéndosela a continuación por la cabeza y bajándosela todo lo que pudo hasta cubrirse hasta poco más de abajo de sus glúteos.

Al girarse vio que tres o cuatro empleados del hotel estaban en la entrada mirándola asombrados. ¡Lo habían visto todo! Pero Marga, haciendo de tripas corazón, caminó como si no pasará nada, como si fuera muy habitual hacer una mamada en la puerta del hotel estando íntegramente desnuda. Caminó con paso alegre y desenfadado por delante de ellos, agitando provocativa su culito, y entró en la recepción del hotel. Una vez identificada ante los asombrados empleados, que no paraban de mirarla el culo y el coño que se asomaba por debajo de la camiseta, se dirigió a su habitación con una nueva tarjeta magnética donde entró sin más problemas.

Dentro de su habitación lo primero que hizo fue quitarse la camiseta y tirarla con asco al cubo de la basura, para, a continuación, coger su móvil que había dejado sobre la mesa antes de irse y observar que más de veinte llamadas había hecho su esposo desde la metrópolis, así como una cantidad incluso superior de whatapps. Sin abrir los mensajes y sin devolver las llamadas, se fue al baño y se duchó, limpiándose a conciencia, especialmente la entrepierna donde tantos polvos la habían echado. Luego, completamente desnuda, se acostó en la cama y se quedó profundamente dormida sin acordarse en ningún momento de su maridito.