La recién casada y el ataque de los empalmados

Una pandemia de sexo salvaje y desenfrenado se abatió sobre la isla y nadie se libró de su contagió. Solamente la que lo provocó parece que quedó a salvo y a la mañana siguiente se despertó desnuda en su cama como si nada hubiera sucedido.

(CONTINUACIÓN DEL RELATO “RECIÉN CASADA Y MUSA DE LOS POLVOS”)

La luz resplandeciente del día se filtraba por la amplia puerta acristalada de la terraza bañando el escultural cuerpo desnudo de la joven que yacía profundamente dormida sobre su cama de matrimonio, pero fueron los agudos chillidos ocasionados por el salvaje orgasmo de una mujer follando los que, atronando desde la terraza vecina, lo que la hicieron despertar.

No eran los primeros chillidos que resonaban en el dormitorio pero, al estar tan exhausta, no la despertaron, sino que siguió durmiendo profundamente. Después de muchas horas durmiendo el cuerpo de la joven se encontraba ya receptivo al mundo real y, como el orgasmo de la vecina ya había remitido, Marga, poco a poco, se fue despertando.

Si el día anterior había sido de una orgía continua de polvos y mamadas, los sueños húmedos que le siguieron no se quedaron atrás, y soñó con múltiples vergas, de todos los tamaños, formas y colores, todas erguidas y duras, que la penetraban por todos sus agujeros, follándosela sin descanso, provocándola oleadas interminables de placer. Aunque lo que más recordaba eran los tiesos y congestionados cipotes, también se acordaba de algún que otro rostro, desfigurado por el vicio, no solamente de los que se la habían follado tantas veces desde que su marido la dejó sola en la isla, sino también de gente conocida, caras familiares y ajenas a la isla, como la de su suegro, como la de su cuñado, como la de un vecino muy amable de su casa, como la del frutero y como las de muchas otras. Todos en sus sueños se la follaron, todos menos Manolo, su marido, que la dejó abandonada en la isla en su luna de miel para resolver algún ridículo problema en su trabajo. En sus sueños su esposo, muy ocupado, con su trabajo, no paraba de hablar por teléfono y de teclear sin descanso en su sucio portátil, mientras la echaba de hito en hito un rápido y enojado vistazo, no recriminándola porque se la follaran todos, sino que tuviera ella tan poco tacto de molestarle mientras él trabajaba.

La primera duda que la surgió fue el saber dónde se encontraba, donde se había despertado. Recorriendo con su mirada la habitación se dio cuenta que estaba en la habitación del hotel donde Manolo había contratado una semana para pasar la luna de miel. Era lo último que recordaba de la noche anterior, que, después de que se la tiró un camarero y de que le comió la polla a otro, se duchó y se acostó en su propia cama.

Desperezándose en la cama, pensó que solamente la quedaba una noche más antes de volver con su aburrido y cargante marido. Incorporándose en la cama, no dio ninguna importancia a estar completamente desnuda, era su estado natural desde que la dejó su esposo, desnuda y follada.

Sin pensar en ningún momento en vestirse recogió del suelo el vestido que la noche anterior la habían arrancado para follársela y lo tiró a la papelera. Después de orinar, se duchó, pensando que tenía ya algo de hambre y recordó que no había hablado con Manolo desde la noche anterior.

Al salir miró la hora. Con razón tenía hambre, eran casi las tres de la tarde y no recordaba cuantas horas habían pasado desde su última colación. Pero antes de salir a comer tenía que hablar con su marido, tranquilizarle si es que algo ajeno a su trabajo le pusiera intranquilo. El móvil seguía donde lo había dejado el día anterior, sobre la mesilla de noche, y en el mismo estado, apagado. Lo encendió y observó la cantidad de llamadas y whatapps que había recibido de su marido. Esta vez fue ella la que le llamó y, mientras escuchaba la voz de su marido que la recriminaba por no contestar a sus llamadas, oyó un fuerte e insistente ruido rítmico en el piso de arriba, como si estuvieran clavando un objeto pesado o quizá … follando alguien muy muy pesado.

Para poder escuchar mejor a su esposo salió completamente desnuda a la terraza con el móvil pegado a su oído. No era la primera vez que lo hacía, ya era una costumbre el salir despreocupada a la terraza ante los ojos sorprendidos y lúbricos de sus vecinos.

Esta vez no observó a nadie en las terrazas próximas, aunque si era extraño ver en una de ellas las sillas y la mesa tiradas al suelo, como si las hubiera derribado un huracán, así como girones y retazos de tela, como si una fiera salvaje las hubiera desgarrado llena de furia.

Escuchando la joven unos gemidos y unos resoplidos que procedían del frondoso y cuidado jardín donde el musculoso jardinero más de una vez la observaba, observó a una pareja entre los arbustos. ¡Estaban copulando impúdicamente! El hombre bocabajo copulaba frenéticamente sobre una mujer que yacía bocarriba sobre el césped. El culo peludo y seboso de él subía y bajaba una y otra vez entre las piernas regordetas y con varices de ella. Sorprendida se quedó Marga observándolos un rato sin pensar en nada, hasta que, dándose cuenta que la podían llamar la atención por voyeur, apartó su mirada y dio la espalda al pornográfico espectáculo.

Fue entonces cuando vio de frente, en la terraza más próxima del otro lado, a un hombre totalmente desnudo que la miraba fijamente. ¡No se lo esperaba Marga y dio un bote asustada, chillando y casi dejando caer el móvil! Los ansiosos ojos inyectados en sangre del hombre recorrían febrilmente el cuerpo de la joven para fijarse obsesivamente en la entrepierna depilada de ella. Su rostro blanquecino y demacrado denotaba que estaba enfermo, lo que habría que investigar era de qué extraña enfermedad estaba infectado porque su verga estaba erecta como un palo y apuntaba hacia el cielo. Una larga y colorada lengua emergió súbitamente como un tentáculo de la boca del hombre y se restregó por sus finos labios, empapándolos de saliva. Babeaba el hombre sin dejar de mirar fijamente el coño de Marga como si se tratara de un sabroso manjar y él estuviera muerto de hambre y deseoso de devorarlo.

Asustada la joven, con el móvil pegado a su oreja, bajó su otra mano a la entrepierna, cubriéndose avergonzada el sexo. Al ver tapado el objeto de su deseo, el hombre gruñó enojado y, acercándose al borde de la terraza donde estaba, midió ansioso la distancia que había hasta dónde estaba Marga y se dispuso a saltar.

Aterrada la joven se echó hacia atrás, temerosa de que el hombre saltará el más de metro y medio de separación entre ambas terrazas y la devorara.

Corriendo entró Marga en la habitación, cerrando la puerta de la terraza a sus espaldas y echando apresurada el cerrojo, para correr a continuación la cortina como si el hombre pudiera verla desde donde estaba.

El hombre, observando desesperado como su ansiada presa, se escapaba, saltó por la terraza pero no logró agarrarse bien a la de la joven y, chocando su pene contra la fachada, rebotó y se precipitó de espaldas al vacío. Como la caída era solamente de un primer piso y cayó sobre unos setos, no se mató, aunque quedó inconsciente.

Temiendo Marga que el hombre también pudiera entrar por la puerta que daba al pasillo, echó a correr hacia ella, verificando que no podía echar ningún cerrojo más, pero aun así apoyó una silla sobre el picaporte, haciendo cuña para dificultar su apertura.

Mientras tanto el gilipollas del Manolo seguía impertérrito recriminándola al otro lado de la línea por no haberle llamado y dándola, más que consejos, órdenes, como si fuera ella la culpable de estar sin su marido, que no sola, en la isla.

Aterrada se movía Marga inquieta por la habitación, teniendo siempre el móvil pegado a su oreja. El hombre que había visto en la terraza le recordaba a un zombi, a un muerto vivienda que quisiera devorarla, a un caníbal cuyo manjar preferido era el coño, pero, si era el de las vírgenes el que buscaba, llegaba tarde en años. ¡No había llegado ella precisamente virgen al matrimonio!

Poco a poco se fue calmando al no escuchar ningún ruido, ni siquiera el machacón tam-tam del piso superior.

Síntoma de que se había calmado era que tenía otra vez hambre, así que, logrando despachar a su marido con la promesa de llamarle más tarde, se dispuso a salir en busca de comida ya que recordaba que el comedor nunca cerraba y podía comer a cualquier hora.

Tan poco acostumbrada estaba últimamente a ir vestida que la costó mucho poner sobre su hermoso cuerpo alguna prenda, así que se decidió por un fino vestido de falda corta y tirantes, cogiendo unas sandalias que estaban tiradas en el suelo de la entrada, posiblemente las mismas que se dejó olvidadas la noche anterior en el comedor y que el camarero, corriendo tras ella para follársela, las trajo consigo. Tampoco esta vez se puso las bragas, se le ponía la carne de gallina solo de pensarlo, pero no se olvidó de la tarjeta para entrar en la habitación y, como no quería llevar encima nada más que su ligero vestido, puso la tarjeta que utilizaba para entrar a su habitación en un pequeño saliente encima de la puerta de forma que nadie pudiera verla y ella, al volver, pudiera recogerla y entrar.

Antes de salir de la habitación se aseguró que no estaba el vecino zombi a la vista y, caminando descalza para no hacer ruido, se alejó por el pasillo.

Acercándose todavía descalza al comedor, encontró a su paso abierta de par en par la puerta de una habitación y, al pasar frente a ella, observó a varios hombres medio desnudos, extrañamente inclinados sobre una cama, observando algo que sucedía sobre ella. Entre la maraña de cuerpos pudo Marga observar las piernas desnudas de una mujer que estaba tumbada bocarriba sobre la cama. Por los movimientos rítmicos que hacía el que estaba encima de ella, la joven se dio cuenta que se la estaban follando. Emitió sin querer un ligero chillido de estupor que alertó a los hombres, provocando que se giraran hacia ella.

¡Tenían todos su verga al descubierto y estaban empalmados! ¡Tenían el mismo aspecto que el vecino zombi! ¡Estaban también infectados con el mismo virus!

Echó a correr despavorida por el pasillo y los hombres, chillando y gruñendo, salieron a la carrera tras ella, balanceando violentamente sus penes erectos, como si fueran cazadores prehistóricos en busca de una carnosa víctima para alimentar a la manada.

En una bifurcación dudó por un instante qué camino seguir y el que tomó era una habitación sin salida, ¡sin salida! ¡Estaba atrapada! Si salía la cogerían y a saber qué barbaridades la harían, así que, temblando de miedo, se escondió tras una estantería repleta de sábanas.

Agazapada y sin hacer ningún ruido, escuchó fuera de la habitación a los perseguidores merodear, buscándola. Parecían bestias salvajes en busca de su presa.

Aterrada, su vista se fue acostumbrando a la oscuridad y se dio cuenta que la habitación donde estaba era donde se guardaban las sábanas, las toallas, los productos de limpieza y todo lo que utilizaban las empleadas para arreglar las habitaciones.

Fuera de la habitación escuchó a varios hombres correr en distintas direcciones buscándola, pero siempre había al menos uno que merodeaba cerca de donde ella estaba. ¡Temía que en cualquier momento entrara y la atrapara!.

Al principio sintió que algo la rozaba su pantorrilla pero no hizo el menor caso, bastantes problemas tenía ahí fuera. Un suave cosquilleo sintió en sus muslos, entre ellos, y pensó que era sudor y quizá algún cosquilleo nervioso, pero aún así, bajó, sin dar ninguna importancia, la mirada y … ¡un hombre! ¡Era un hombre! Si no gritó la joven de terror es que no pudo, que tenía las cuerdas bucales paralizadas, así como todo su cuerpo, impidiéndola hacer cualquier movimiento o emitir cualquier sonido.

Era un hombre que, agotado después de haber estado follando toda la noche con todo lo que estuvo a su alcance, había encontrado un lugar tranquilo y oscuro y se había tumbado en el suelo, durmiéndose. Al entrar Marga deprisa, había tropezado con él, despertándole, y, al levantar éste la vista, se había encontrado la mejor de las panorámicas, unas fuertes y torneadas piernas desnudas, las de una joven mujer, e incorporándose poco a poco, rozando con sus labios las pantorrillas y los muslos de ella, se encontró que, debajo de una fina minifalda, estaba un sabroso, prieto y redondeado culo desnudo, así como un manjar único, un coño joven, suculento y depilado, listo para ser disfrutado.

Crispadas las manos, agarrando con fuerza la estantería, estaba Marga inmovilizada, no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo, a merced del hombre que, colocado de rodillas entre sus piernas, la lamía suave y delicadamente los muslos, y, levantándose poco a poco, metió la cabeza bajo la faldita de la joven, lamiéndola ahora las nalgas. Largos, calientes y húmedos lametones se cebaban en los glúteos de la joven, y, al encontrar el espacio entre ellos, ahí los concentró. Metiendo su rostro entre las dos nalgas, las separó lo suficiente para que su cálida lengua los recorriera en toda su longitud, y, encontrando una hendidura todavía más sabrosa, metió su rostro entre las piernas de la joven y empezó a lamerla entre los labios vaginales, directamente en su vulva, en la entrada a su vagina y en un cada vez más hinchado clítoris.

Aterrorizada, Marga se estremecía de placer, de un placer cada vez más intenso, pero no se movía ni emitía ningún sonido, no se atrevía o no podía, solo aguantaba estoicamente que la lamiera suave e insistentemente el coño, que se lo comiera delicadamente, sin prisas, que la diera un placer indescriptible. Para no perturbar al zombi que, sujetándola por las caderas con sus manos, la comía el coño ni cuando se corrió, cuando un profundo y placentero orgasmo recorrió como una potente descarga eléctrica todo su cuerpo, emitió ni un solo sonido, solo una intensa pero breve sacudida involuntaria la pudo delatar, pudo delatar que estaba viva, que no estaba muerta, que sentía y ¡vaya si sentía! Pero el zombi no se dio por enterado, solo degustó placenteramente el rico fluido que brotando de las entrañas de la joven, inundaba su boca, antes de tragárselo.

Mientras se corría aguantó la joven sin moverse y sin emitir ningún sonido y, cuando el hombre sintió que la fuente se acababa, que ya no fluía en tanta cantidad ni tan continua, sacó su lengua y a lengüetazos la lamió el coño y la entrepierna, reavivando la excitación a Marga. Todavía no había finalizado su primer orgasmo cuando ya la venía el segundo, pero, antes de que culminara, el tipo se puso lentamente en pie, y, mientras lo hacía, la levantaba por detrás el vestido a Marga, sin que ésta pudiera evitarlo, hasta que se lo quitó por la cabeza, dejándola completamente desnuda.

Depositando el vestido en la estantería, puso sus manos sobre las tetas de la joven, cogiéndolas, y, mediante movimientos de caderas y piernas, empezó a restregar insistente y suavemente su erecta y congestionada verga por los glúteos levantados y macizos de Marga.

Con más deseo ya que miedo, la joven se dejaba hacer sin rechistar, cada vez más cachonda, y, cuando el tipo, después de haber frotado su congestionado cipote durante varios minutos por el culo respingón de ella, deseaba más, presionó con una de sus manos sobre la espalda de la joven, obligándola a inclinarse hacia delante, y, sujetándola ahora por las caderas, tanteo con su verga por la entrepierna de ella, buscando la entrada a su vagina y, cuando la encontró, presionó con su cipote y se lo fue introduciendo poco a poco.

La joven, al sentirse penetrada, reprimió un suspiro y, mordiéndose los labios para no chillar, aguantó que el tipo la metiera el duro miembro hasta el fondo, hasta que los cojones del hombre chocaron con la vulva de ella, y, una vez dentro, con movimientos de caderas y piernas, se lo fue sacando poco a poco para volvérselo a meter, una y otra vez, dentro-fuera-dentro-fuera, cada vez a un ritmo mayor, follándosela.

Las cada vez más potentes embestidas del hombre al tirársela provocaron que la estantería donde estaba Marga agarrada se desplazara adelante y atrás, adelante y atrás, chocando con la pared y arañando el suelo.

Oyendo estos ruidos, un par de zombis que deambulaban por los pasillos se acercaron al lugar y, abriendo despacio la puerta, observaron cómo el hombre se follaba por detrás a la suculenta joven.

Marga, al ver la claridad que entraba en la habitación y a los dos tipos que la miraban fijamente, emitió un ligero chillido que alertó al hombre que se la estaba tirando, que, sin dejar de follarse a la joven, aminoró el ritmo, observando a los dos que acababan de llegar.

Cuando uno de los recién llegados se acercó cauteloso a Marga, el que se la estaba follando le gruñó irritado y, agitando bruscamente un brazo, le dijo que se apartara, que no se acercara, pero éste, deteniéndose un instante, emprendió despacio su acercamiento. Los gruñidos del que ya estaba se incrementaron según el otro se acercaba y, cuando el hombre, puso una mano sobre una de las nalgas de la joven, el follador la desmontó y empujó violentamente al otro, enzarzándose en una pelea, cayendo ambos al suelo donde continuaron forcejeando y golpeándose violentamente.

El tercer hombre, observando cómo los otros dos se sacudían, se acercó a Marga que, totalmente desnuda, también los miraba, pero muy asustada. Al ver la joven cómo este tipo se acercaba con la verga erecta fuera del pantalón, agarró la estantería y, tirando de ella, la volcó sobre el hombre, golpeándole y aprisionándole bajo su peso.

Viendo el camino expedito hacia la puerta, regateando la estantería, corrió hacia la puerta, saliendo completamente desnuda al pasillo.

Escuchó horrorizada a sus espaldas cómo se abrían puertas y ruidos de pisadas que la perseguían. El bamboleo rítmico de sus macizos glúteos atraía como un potente imán la atención de toso sus perseguidores, que incluso se empujaban entre ellos para ser ellos los primeros en alcanzar y disfrutar de ese sabroso culo respingón.

Una puerta se abrió a su paso y un hombre desnudo y con el pene en erección salió precipitadamente a su paso pero la joven, sin poder frenar, lo regateó a la carrera.

Corriendo aterrorizada por el pasillo tan deprisa como podía, se dirigió hacia su habitación para refugiarse dentro, pero, al doblar una esquina, se encontró con un montón de hombres erectos y desnudos que corrían hacia ella que, al verla agitando desordenadamente las enormes y erguidas tetas, aceleraron todavía más.

¡El culo y las tetas de Marga servían como insuperable acicate a sus erectos perseguidores!

A punto de infarto se veía la joven violada salvajemente por toda una manada de zombis salidos cuando un pasillo apareció milagrosamente a su derecha y, sin frenar lo más mínimo, lo tomó a la carrera, chocando con la pared y esquivando múltiples manos que ansiosos querían atraparla.

Frente a ella una puerta acristalada, ¡era la salida de emergencia! y, sin frenar lo más mínimo, la empujó y salió. Una potente luz la deslumbró inicialmente, sin detener su frenética marcha. ¡Era la playa! Y corrió por ella, camino del océano que estaba a menos de cincuenta metros, perseguida todavía por una manada de hombres erectos. Dudó por un instante en meterse al agua, pero, pensando que tendría más oportunidades de escapar, si corría por la arena mojada de la orilla, por allí continúo a todo tren.

Los perseguidores se iban quedando poco a poco en el camino, bien porque no tenían el fuelle suficiente, bien porque tropezaban y se caían, bien por que luchaban entre ellos para llegar los primeros al culo de la joven.

Ya solamente dos estaban a punto de alcanzarla, la mano de uno de ellos se metió por detrás entre las piernas de ella, sobándola el jugoso conejito, mientras que una del otro la logró dar un par de azotes en sus fuertes y prietas nalgas, lo que provocó que la joven, desesperada, sacara fuerzas de flaqueza y lograra distanciarse unos pocos centímetros más de sus perseguidores que, en el ansia de tener el culo de ella tan próxima a sus pollas, tropezaron uno con otro, cayendo los dos al suelo, donde se enzarzaron en una furiosa pelea, permitiendo que Marga se escapara y, cuando se recuperaron, alguno que otro la siguió el culo, pero caminando.

Observó la joven que sus perseguidores se habían quedado muy rezagados y que incluso ya no la seguían a la carrera, por lo que aminoró el paso y dejó de correr, solo caminó rápido. Necesitaba recuperar el resuello.

Frente a ella a pocos metros sobre la arena de la playa una pareja copulaba. El hombre, bocabajo sobre una mujer, se la follaba en la postura del misionero. Un poco más allá otra pareja hacía lo mismo. Y más allá otra y otra y … ¡Cientos de cuerpos copulaban desinhibidas sobre la arena de la playa!

Era como una pandemia en la que un extraño virus forzara a los infectados a copular convulsivamente con todo lo que encontraran a su paso.

Aterrorizada por lo que estaba sucediendo y, temiendo que si seguía por la orilla, también quisieran follársela y seguramente violarla si no consentía, tomó la decisión de salir de la playa.

Buscando ayuda y refugio, se metió en estrechos caminos entre los chalets próximos a la playa.

Al no estar calzada temía que, si tenía que huir, se encontrara en inferioridad de condiciones y no pudiera correr tan deprisa como pudiera, así que optó por no salir a la carretera sino que continuo cautelosa por caminos sin asfaltar, cubiertos en su mayoría de arena.

Escuchó el chillido de una mujer que emergía de una ventana abierta en el primer piso de un chalet. El chillido se acompasaba con gemidos y suspiros, por lo que la joven supuso que también ahí estaban follando.

Mirando por encima de la tapia de metro y medio del chalet, observó al lado de una larga y hermosa piscina una enorme mesa redonda llena de platos con comida, pero no había nadie comiendo ni en el jardín. Era como si les hubieran sorprendido en mitad del almuerzo y no les hubiera dado tiempo a acabar. ¡Qué extraño era todo! ¿Qué había sucedido?

La visión de la comida reavivó la sensación de hambre que tenía Marga y el estómago repentinamente emitió un prolongado rugido.

Temiendo que hubiera delatado su presencia a los zombis, logró agazapada contener el gruñido, sujetándose con las dos manos el estómago.

Después de unos segundos en los que la joven no percibió ninguna modificación en el entorno, decidió saltar la valla y robar la comida que había sobre la mesa. Aprovechando un saliente que había en el muro, apoyó su pie ahí y, sentándose sobre la valla, primero de lado y luego a horcajadas, se introdujo en el jardín de la casa.

Despacio y, sin dejar de mirar hacia todos lados, se fue la joven acercando a la mesa y, cuando por fin la alcanzó, unos sabrosos muslos asados de pollo se pusieron a su alcance. Cogiendo uno le dio un mordisco, ¡le sabía a gloria!, ¡era tanta el hambre que tenía! Un mordisco llevó a otro y a otro. Una vez se comió toda la carne, cogió otro muslo.

Cuando su hambre iba bocado a bocado disminuyendo, cayó en la cuenta que ya no escuchaba a la mujer chillar en el piso de arriba, que ya no se la follaban. Asustada, se dio cuenta que ya no se escuchaba nada en la casa, que el único sonido que se escuchaba provenía de la playa cercana, del oleaje y de las parejas fornicando.

Por el rabillo del ojo percibió movimiento en una de las puertas que conectaban la vivienda con el jardín. Volteó la cabeza hacia allí y … ¡observó la cabeza de un hombre que, mirándola fijamente, poco a poco iba emergiendo del quicio de la puerta!

Se quedó la joven inmóvil, como si fuera una aterrada gacela que en la sabana africana se quedará hipnotizada viendo cómo se acercaba un sanguinario depredador para matarla y devorarla.

Surgió despacio de la oscuridad del interior a la luminosidad del jardín, y se dirigió, completamente desnudo, sonriendo malignamente como si su blanco rostro estuviera esculpido en mármol, hacia Marga, hacia su deseado cuerpo desnudo.

El tiempo parecía que casi se hubiera detenido, como si la acción transcurriera a cámara lenta, hasta que la joven, bajando su mirada, le observó la congestionada verga, larga y ancha, colorada, hinchada y apuntando impúdica hacia ella. ¡Era como la afilada lanza de un guerrero que se dispone a cazar a su víctima!

En aquel momento Marga, volviendo de nuevo a la realidad, emitió histérica un agudo chillido que sirvió de pistoletazo de salida para que todo lo que había transcurrido a cámara lenta lo hiciera a partir de entonces a cámara rápida. El hombre se lanzó con la cara desencajada hacia ella, que también echó a correr, huyendo despavorida, y ambos corrieron a lo largo de la mesa, en un sentido y en otro. Hasta que el hombre enfurecido por no lograr cogerla, empujó la mesa, tirándola al suelo, y, sin nada ya entre ellos, saltó por encima del amasijo de comida y platos y vasos rotos, en pos de su víctima, pero ella, ágil, se escabulló entre sus brazos y, sin otro camino a seguir, se tiró de cabeza a la piscina, nadando bajo el agua, huyendo del hombre que, aturdido de verla cómo se zambullía, no se atrevió a arrojarse también al líquido elemento, sino que siguió con su mirada el movimiento de los macizos glúteos de la joven bajo el agua.

Caminando rápido por el borde de la piscina el hombre enseguida estuvo a su altura, pero no se atrevió a meterse en el agua para atraparla.

Al sacar Marga la cabeza del agua vio al zombi que la observaba ansioso a unos tres metros de distancia, desde el borde de la piscina.

Angustiada, no sabía la joven qué hacer, porque si intentaba salir era muy probable sino seguro que la atrapara y se la follara, así que, mientras cavilaba la forma de escapar, se quedó quieta, flotando en el agua, en mitad de la piscina.

El hombre que no se atrevía a tirarse al agua, esperó en el borde sin dejar de observarla, y, de tan excitado como estaba, empezó a sobarse con las dos manos la verga y ésta poco a poco se fue congestionando más y más, adquiriendo un color rojo púrpura.

Y Marga, al ver cómo se masturbaba, exclamó escandalizada:

  • ¡Guarro, guarro, más que guarro, cerdo, asqueroso!

Provocando que el zombi se riera a carcajadas e incrementara el enérgico sobeteo de su gigantesca verga. ¡Era como un enorme simio desnudo en celo que se la estaba pelando!

De pronto se detuvo, dejó de reírse y, al tiempo que sus carcajadas se agrupaban en un impresionante rugido, lanzó, como si fuera una manguera, un potente y espeso chorro de esperma que, surcando los metros que le separaban de Marga, dio de pleno en el rostro de la acorralada joven.

Aturdida, no se lo esperaba, y casi se ahoga con tanto fluido, tragándose gran parte del mismo. Ciega, cuando pudo quitarse parte de la lefa de la boca, grito rabiosa a pleno pulmón:

  • ¡Guarro, guarro, asqueroso!

Metiendo la cabeza bajo el agua se dispuso a quitarse el pegajoso fluido.

Observando cómo se desviaba la atención de la joven, ahora sí se tiró el hombre al agua y, nadando rápido hacia ella, la alcanzó cuando ésta sacaba la cabeza del agua. Agarrándola con sus manos por los glúteos, la atrajo hacia él, intentando montarla y follársela allí mismo, en mitad de la piscina, donde ninguno de los dos hacia pie.

Todavía ciega por el esperma y por el agua, Marga palmoteó en el aire, intentando defenderse, pero sin atinarle en el rostro al zombi que, henchido de deseo, la lamió y mordisqueó ansioso las tetas, mientras la sujetaba por las nalgas y restregaba su erecto cipote por la entrepierna de la joven, intentando penetrarla.

Logró al fin la joven atinar con sus manos y puños sobre el rostro del hombre que, sorprendido, recibió más de fuerte golpe en el rostro, produciéndole dolor y soltando por un momento a su presa que, al sentirse libre, se volteó, dándole la espalda para escapar.

Viendo cómo Marga se escapaba, la sujetó primero por detrás por las tetas, pero al escurrirse, la sujetó por las caderas, reteniendo su marcha, y, al ver que también se le escabullía, metió su mano entre las piernas de la joven, cogiéndola por el coño, recibiendo a cambio una fuerte patada en el escroto que le obligó a soltarla, dejándole dolorido y sin aliento.

Libre nadó Marga tan rápido como pudo hasta el borde de la piscina, y, al salir de ella, miró hacia atrás, viendo al zombi en mismo sitio donde estaba, sin moverse y encogido de dolor, pero con su mirada perdida en el culo macizo y respingón de la joven.

Haciéndole Marga un corte de mangas y una peineta, le sacó además la lengua en señal de burla, sin percatarse que el hombre no estaba solo, sino que otro, también desnudo y empalmado, salía en ese momento por la puerta de la casa, y, agachándose raudo, se subió a la sorprendida joven sobre sus hombros y, cargando con ella, se giró, volviendo sobre sus pasos y entrando en la casa.

Marga, que no se lo esperaba, reaccionó cuando, bocabajo sobre los hombros del recién aparecido, la metía en la casa, y reaccionó pateando frenética en el aire, así como dando golpes con sus puñitos sobre la espalda del zombi, pero éste, inmutable, no se dio ni por enterado mientras subía con su erótica carga por unas largas escaleras que, girando tramo a tramo, subían hasta una altura equivalente a casi tres pisos.

Una vez en el piso de arriba, observó Marga, con la cabeza bocabajo, cómo el hombre buscaba una habitación libre para meterse con ella, ya que todas las habitaciones que iban recorriendo estaban densamente ocupadas, había mujeres desnudas a las que multitudes de hombres se las follaban sin descanso, y mientras unos se las follaban, otros las observaban, esperando su turno para tirárselas también.

Debió encontrar el zombi un hueco en una habitación ya que se metió en ella donde varios hombres esperaban turno para tirarse a un par de mujeres que en ese momento estaban siendo folladas. Al ver a Marga, completamente desnuda, una multitud de manos la bajaron de los hombros del hombre, sobándola ansiosos todo el cuerpo, especialmente el culo y las tetas, y metiéndola mano entre las piernas.

A pesar de la oposición de la joven que no paraba de golpear, patear y chillar histérica, la tumbaron bocarriba sobre un sofá destartalado y sucio para beneficiársela, forzándola a abrirse de piernas.

¡Ya se veía la Marga violada por una muchedumbre de hombres embrutecidos y salidos! ¡La peor de sus pesadillas iba a cumplirse! O quizá … ¡la mejor de sus fantasías!

Pero el zombi que había cargado con ella, no quería quedarse de vacío, así que, empujando y golpeando a sus congéneres, quiso hacerse paso hacia la joven y ser él el primero sino el único que se la tirara por todos sus agujeros. Cargando con fuerza arremetió contra el tipo que estaba a punto de meter la polla a Marga por el coño, apartándole violentamente, pero encontró una seria resistencia por parte de los demás hombres que respondieron a base de golpes, patadas y empujones. En medio de tanta refriega, la joven se encontró por un momento libre de manos que la sujetaran e, incorporándose, saltó a la desesperada por una ventana abierta al lado del sofá donde la habían tumbado.

Gritos y exclamaciones la acompañaron en su breve caída de muy pocos centímetros ya que un tejadillo inclinado la detuvo y, resbalando por él, se detuvo en el borde. Desesperada observó a su lado una fina columna redondeada metálica que sujetaba el tejado superior y que bajaba hacia el jardín. Incorporándose a medias, vio como uno de los zombis empalmados lograba, después de forcejear con sus congéneres, salir también por la ventana con el fin de volver a capturarla. Sin pensárselo, se agarró desesperada a la columna y se deslizó por ella, bajando y restregando sus tetas y su coño por su superficie brillante y pulida, excitándola sexualmente.

Antes de que llegara abajo, apareció la cara de otro hombre, ¡era el que había intentado violarla dentro de la piscina!, pero Marga logró frenar su bajada a casi tres metros del suelo, donde no podía llegar el bruto y atraparla. No podía bajar ni podía subir la joven ya que en los dos extremos la esperaban tipos que deseaban follársela, y, excitada cómo estaba, abrazando fuertemente con sus brazos y sus muslos la columna, se corrió, ¡se corrió!

¡En qué momento se corrió!, aunque, pensándolo mejor, al no tener alternativas para huir, era lo mejor que podía hacer: disfrutar de un estupendo orgasmo.

Cerrando los ojos, lo disfrutó mientras su corazón latía desbocado y ante los ojos libidinosos no solo de los dos tipos, sino de alguno más que, subido al tejadillo, también quería follársela.

Tantos se subieron al tejadillo que no aguantó el peso y se derrumbó, llevándose consigo a los que estaban subidos a él, y cayendo todos sobre el hombre que estaba abajo, provocando un gran estruendo.

Entre la polvareda que se levantó, observó Marga entre los escombros a los hombres que, malheridos, no se movían, lo que aprovechó para continuar deslizándose hacia abajo, y salir a la carrera del chalet sin nadie que se lo impidiera.

Descalza y completamente desnuda como estaba, no quería volver a la playa donde multitudes de hombres embrutecidos que, no paraban de follar, seguramente quisieran hacerlo con ella, así que, pisando casi siempre la fina arena de la playa que, empujada por el viento, cubría las calles, corrió tierra adentro, entre los chalets aparentemente deshabitados, por calles desiertas.

Encontró una bicicleta tirada en el suelo, la cogió y, montándose, se marchó pedaleando completamente desnuda por las calles desiertas. En caso de que apareciera algún empalmado pensaba ella que siempre podría huir con mayor rapidez. Sin embargo, la fricción del sillín sobre su lubricada vulva, metiéndose entre sus empapados labios vaginales, la fue poco a poco excitando y, aunque ella, frecuentemente se ponía de pies sobre los pedales, el continuo roce la fue, en contra de su voluntad inicial, poniendo más y más cachonda, motivando que comenzara a suspirar y a gemir. No gemía por el esfuerzo sino por la excitación sexual que la iba embargando por lo que tuvo que detenerse en el momento que la venía un nuevo orgasmo. Disfrutando del placer que sentía, dejó caer la bicicleta al suelo y transcurridos unos minutos, una vez recuperada nuevamente, se dispuso a montarla otra vez, pero aparecieron súbitamente un par de brutos, con las vergas erectas ondeando al viento como banderas, que se lanzaron a su persecución, obligándola a abandonar el aparato y salir corriendo.

Acortando poco a poco las distancias y, cuando estaban a pocos metros de ella, de pronto, un automóvil, salido de la nada, se detuvo bruscamente frente a ella, abriéndose violentamente una de sus puertas traseras, y una aguda voz, surgida de dentro, la apremió:

  • ¡Entra, rápido, entra!

Frenando en seco ante la puerta abierta del vehículo, vislumbró al momento en la oscuridad del coche a una mujer en su interior, y, sin pensárselo, se lanzó dentro, arrancando violentamente el automóvil ante las propias narices de los dos empalmados que, cabreados, maldijeron a gritos, viendo cómo su presa se escapaba.

No era solo una mujer la que iba dentro del vehículo, sino tres, y todas iban totalmente desnudas, y, con Marga, eran cuatro.

  • ¿Estás bien?

La preguntó muy exaltada la que conducía. Era una treintañera con el pelo cortado a cepillo y rubio platino, más bien gorda, de forma que sus dos enormes tetas parecía que estaban al volante conduciendo ellas el vehículo en lugar de sus manos.

  • ¿Estás herida?

Volvió a preguntarla en el mismo tono.

  • ¡No, no, creo que no!

Respondió Marga con el corazón todavía latiéndola a todo tren.

  • Bien.

Dio la conductora por zanjada la cuestión y aceleró, saliendo de la urbanización.

Viendo Marga cómo corría el coche y dejaba a un lado el hotel donde ella estaba hospedada, le dijo a la conductora:

  • ¡Espera, por favor, espera, que tengo mis cosas en el hotel!
  • ¿En el hotel? ¿Quieres ir allí? Estas loca, estará infestado de empalmados.

Respondió ésta a gritos muy nerviosa, pero Marga replicó muy rápido:

  • En mi habitación no. Allí estaremos a salvo y nos podemos vestir. Tengo ropa para todas.
  • Es muy arriesgado. Mejor nos vamos.
  • ¡No, no, por favor, no, dejadme! ¡Iré yo sola!
  • ¡Cómo quieras, cariño, serás devorada por sus voraces pollas!

Y detuvo el coche en el arcén para que Marga bajara.

  • Espera un momento. Has dicho que tienes ropa para todas en tu habitación y donde nadie nos molestara. ¿Estás segura?

Preguntó la copiloto y la que iba detrás con Marga continúo preguntando interesada.

  • Sí, sí, eso has dicho ¿Estás segura de lo que dices?
  • Sí, sí, claro. Allí nos podremos vestir.

Respondió nuestra protagonista con convicción.

  • ¡Estáis locas, estará infestado de empalmados, ya os lo he dicho, y nos violaran a todas!
  • Los podemos evitar, yo lo he hecho y no me ha pasado nada.

Mintió Marga, pensando que podía haber sido peor, que solamente se la folló uno y no toda una multitud como estuvo a punto de suceder.

  • ¿Nada? ¿Qué no te ha pasado nada? Pero si venías corriendo a todo tren, completamente desnuda, balanceando como una posesa el culo y las tetas, perseguida por un par de empalmados a punto de ensartarte en sus pollas.
  • Pero fue en la calle, me pillaron por sorpresa. En el hotel logré escabullirme. Si salí sin problemas podemos volver a entrar sin que nada malo nos suceda.

Volvió a mentir la joven, pensando que necesitaba compañía para hacer frente a los zombis si la atacaban.

  • ¡Ya, ya, en la calle! ¡Eso habría que verlo!

Replicó incrédula la piloto, pero enseguida la respondieron sus dos compañeras discutiendo acaloradamente con ella.

  • No podemos ir desnudas por todas partes, nos tenemos que vestir.
  • A ti no te importa que te vean desnuda, pero a mí sí, sí que me importa y mucho.
  • Nos pueden sacar por la televisión y seríamos la vergüenza y el hazmerreír de todo el mundo. ¡Qué vergüenza, por Dios, qué vergüenza!
  • Tú está acostumbrada a ir a playas nudistas, pero nosotras no.

Al final cedió la conductora, ella y la copiloto se quedarían dentro del coche esperando y la otra iría con Marga a la habitación del hotel. Se vestirían y cogerían ropa para las otras dos. Las dio un plazo de solo media hora, si en ese plazo no estaban de vuelta se marcharían sin esperarlas.

Dando la vuelta con el coche, condujo despacio y haciendo el menor ruido posible, hasta aparcar en una calle lateral pegada al hotel y a la playa. No se veía a nadie. Todo parecía tranquilo, como muerto.

Sin embargo, entrar por el acceso principal era muy arriesgado y Marga propuso entrar por una puerta lateral, la misma puerta por la que salió corriendo a la playa, perseguida por los zombis. No es que fuera la mejor solución pero no conocía otra entrada secundaria.

Antes de salir pudo Marga al menos saber el nombre de la mujer que la acompañaba, Ángela, una mujer de unos treinta años, de cuerpo atlético y muy fibroso, tetas más bien pequeñas que semejaban cocos partidos por la mitad, de algo más de un metro setenta. Seguro que, con ese cuerpo y con esas piernas tan largas y musculosas, era muy rápida corriendo y lo que era mucho más importante, llevaba encima un reloj de pulsera, lo único que llevaba encima, esencial para llegar a tiempo de vuelta al coche antes de que sus compañeras se marcharan.

Sin ver a nadie fuera del vehículo, salieron Marga y Ángela rápidas del mismo, acercándose a la playa y deteniéndose agazapadas en una duna, observando si había algún empalmado próximo, pero solo vieron alguno todavía follando pero a muchos metros de distancia en la playa.

Agachadas corrieron pegadas a la verja del hotel hasta llegar a la entrada del hotel.

Que no vieran a nadie no significa que nadie las viera, ya que en una terraza del hotel alguien observó empalmado como dos auténticas beldades corrían desnudas, provocadoras, meneando impúdicamente sus tetas y sus culitos. Lo mismo pensó otro empalmado que, tumbado totalmente desnudo en la playa, descansaba de los últimos polvos que había echado. Fue verlas y recuperar nuevamente las energías para seguir follando. También él se incorporó y las siguió ansioso.

Ya dentro del hotel, iba Marga siempre la primera, guiando a su compañera. Caminaban rápido, a veces corriendo por los pasillos, deteniéndose en las esquinas y, al no ver a nadie, continuaban su rápida marcha, siempre escuchando atentas y haciendo el menor ruido posible. Se escuchaban ruidos que provenían del interior de algunas habitaciones, tras las puertas cerradas se imaginaba orgías todavía no acabadas de sexo y esperma.

Pero no todo iba a ser un tranquilo paseo nudista y, frente a ellas, un empalmado bajó por las escaleras desde el piso superior, haciéndolas detenerse. Se giró hacia ellas exhibiendo una sonrisa satisfecha en su rostro, una desnudez integral y una verga gigantesca apuntando al techo. Por supuesto que las había visto, ya las había visto desde la terraza mientras corrían desnudas por la playa, pero las dos mujeres, acurrucadas, pensaron que no las había visto ya que no corría hacia ellas ni parecía mirarlas, y, reculando, abrieron la puerta más próxima, entrando dentro y cerrando en silencio la puerta a sus espaldas.

¡Era el spa con una gran piscina en medio! No vieron a nadie.

Había tres puertas cerradas que abrieron con cuidado por si había alguien detrás de ellas. Una daba a los vestuarios masculinos, la otra a los femeninos y la última a la sauna.

Corrieron buscando otra salida, pero no la había. ¿Dónde podían esconderse por si entraba el empalmado?

Sin ninguna prisa el tipo, totalmente seguro de que se las tiraría sin ningún esfuerzo a las dos putitas, caminó ufano hacia la puerta por donde las vio desaparecer, y, al abrir la puerta no las vio.

Al ver las tres puertas cerradas, optó por una de ellas, la más próxima, la del vestuario femenino, y, abriéndola, entró dentro sin cerrarla.

Un par de largos bancos de madera se alineaban pegados a una de las paredes y enfrente, había cuatro puertas. Abrió una a una, sin encontrarlas. Eran los inodoros y las duchas.

Hizo lo mismo con el vestuario masculino sin obtener resultados y siempre atento por si las escuchaba.

Quedaba solamente la otra puerta y prometiéndoselas muy felices, ya se las imaginaba con su polla entrando y saliendo frenéticamente del coño de las dos mujeres.

Ansioso abrió rápido la puerta y se encontró con un espeso vapor de agua que lo cubría todo y no permitía ver nada a través de él. Sorprendido dudó por un instante qué hacer, pero, saboreando ya el coño de las dos hembras, se decidió a entrar, cerrándose la puerta a sus espaldas.

Iluminada tenuemente la densa niebla por los ventanucos situados en la pared, se internó en la sauna a paso lento, midiendo cada pisada que daba, atento a cualquier sonido y movimiento, con los brazos y el cipote levantados hacia delante, prestos a apresar y penetrar de inmediato a sus dos codiciados trofeos.

Cada pisada que daba hacía crujir el suelo de madera, delatando su presencia.

Entre el espeso vapor percibió un cuerpo que se movía rápido a su izquierda, perdiéndose al instante en la niebla, y hacia allí se dirigió despacio.

De frente apreció una figura que, cada paso que daba acercándose, se iba haciendo más nítida. Estaba tumbada, tumbada sobre un banco de madera … ¡tumbada bocabajo y completamente desnuda!

Aunque no la veía el sexo al tenerlo oculto bajo su cuerpo, supuso, por sus voluptuosas curvas, que era una hembra, una rica hembra completamente desnuda.

Su culo respingón apuntaba hacia el tipo y sus torneadas piernas dobladas se dirigían soberbias al techo, exhibiendo unos macizos glúteos, redondos, perfectos.

Se detuvo el hombre deleitándose por lo que veía, y, la figura yacente separó poco a poco sus muslos, permitiendo que el tipo pudiera ver maravillado la jugosa vulva depilada que tenía entre las piernas.

¡Sí, era una hembra, una hermosa hembra de voluptuosas curvas, lista para ser follada sin descanso por todos sus agujeros!

Sin moverse durante casi un minuto, se deleitó con lo que veía y, cuando se disponía a penetrarla violentamente por detrás, la joven se volteó despacio, quedándose bocarriba y, con las piernas bien abiertas para que se la viera el coño, miró hacia el empalmado y le sonrió dulcemente.

¡Era Marga que, completamente desnuda y despatarrada, le animaba a follársela!

Acostumbrado a poseerlas por la fuerza, el tipo, sorprendido, se quedó paralizado mirando cómo le sonreía, pero enseguida su mirada se dirigió a la otra sonrisa, a la vertical, y, con una mueca lasciva en su rostro, se dispuso a penetrarla.

Acercándose a la joven, se colocó entre las piernas abiertas de ella y, agachándose, dirigió su verga erecta y dura como un palo, hacia la entrada a la vagina para metérsela.

De pronto, un ruido detrás de él y una forma se desplazó rápido en su dirección, propinándole, con un objeto contundente, un fuerte golpe en la cabeza que, sujetándosela, le hizo caer hacia delante encima de la joven que, empujándole hacia un lado, le hizo caer atontado al suelo.

Ángela que fue la que le propinó un golpe en la cabeza le tendió la mano a Marga, ayudándola a incorporarse rápido del banco, y, de la mano, salieron corriendo de la sauna.

Se dirigían a toda prisa hacia la puerta que conducía al pasillo cuando ésta se entreabrió, apareciendo por el marco de la puerta la polla erecta de otro empalmado y su cabeza después.

Las dos mujeres detuvieron su huida y, dudando dónde meterse, se metieron sin hacer ruido dentro de la piscina, escondiéndose antes de que las descubrieran.

Pegadas a la pared de la piscina y solo con una parte de la cabeza fuera para poder respirar, las dos mujeres permanecieron tensas, rogando para que no las pillaran.

Salió el primer empalmado de la sauna, con una brecha en la cabeza que sangraba copiosamente. Se encontró de frente con el que acababa de llegar y se miraron retadores, agresivos, para marcar distancias y no fuera a que les pisaran las hembras a las que querían follarse.

Parece que decidieron colaborar en encontrarlas y luego ya verían quien se las follaría primero.

Mientras el que acababa de entrar las buscaba por los vestuarios y por la sauna, el otro permanecía expectante en la puerta para que no escaparan. Se demoró más en la búsqueda dentro de la sauna y, cuando al fin salió, se puso a merodear por la gran sala, acercándose a las tumbonas y sillas que había próximas a la piscina, permaneciendo siempre el sangrante en la puerta de entrada para que no escaparan los dos coñitos.

Una vez que no las encontró tras algún mueble o columna, se dirigió hacia la piscina, caminando alrededor de ella, con la vista siempre fija en sus aguas cristalinas.

Estaban, tanto Marga como Ángela, juntas, próximas a una de las paredes de la piscina y solamente con su nariz fuera del agua, respirando, evitando hacer cualquier ruido que les permitiera localizarlas.

Enseguida el empalmado las vio dentro del agua, cambiando su semblante, adquiriendo su rostro una sensación lúbrica de felicidad que enseguida captó su compañero de empalme.

Hacia las dos mujeres confluyeron los dos empalmados y, al llegar a su altura, se arrojaron con los pies por delante, casi al unísono al agua.

Si no cayeron sobre ellas fue por qué les vieron y se apartaron a tiempo pero aun así las atraparon dentro del agua antes de que huyeran.

Mientras el ensangrentado luchaba a brazo partido con Ángela, el otro forcejeaba con Marga, intentando ambos que las dos mujeres no escaparan y así poder violarlas a placer.

Deseando tomar cumplida venganza del golpe recibido, el ensangrentado, mientras la sujetaba con un brazo, con la mano del otro brazo abofeteaba con saña las tetas desnudas de Ángela que, chillando de dolor, intentaba cubrírselas. Un rápido zarpazo a la desesperada en los ojos del ensangrentado, seguido de una fuerte patada en sus testículos, fue suficiente para que Ángela se soltara, tomara impulso y se alejara rauda, pero, mientras intentaba salir de la piscina por la escalerilla, la volvió a agarrar el empalmado por detrás por las caderas y, tirando de ella, quiso volver a meterla en el agua para violarla.

Aguantó la mujer el tirón, sujeta a la escalerilla, pero chilló excitada cuando el empalmado, al ver la dificultad de volver a meterla en el agua, empotró su rostro entre los cachetes del culo de la mujer, lamiéndola frenético el ano y el coño.

Sujeta con una mano a la escalerilla, con la otra golpeó violentamente una y otra vez la cabeza del tipo, tirando de sus cabellos con fuerza, pero, tan fuertemente empotrado estaba dentro de su culo, que solamente conseguía arrancarle matas de pelo ensangrentado.

Soltando la otra mano de la escalerilla, intentó liberar sus caderas de las manos del tipo, pero éste, viendo que ella ya no se sujetaba, tiró violentamente de Ángela hacia la piscina, metiéndola en el agua.

Sujetándose al borde de la piscina, intentó nuevamente salir del agua, pero, retenida por detrás por el ensangrentado, éste la empujó hacia el borde de la piscina, apretujándola sobre la pared y, restregando su cipote erecto por las nalgas de la mujer, intentó montarla por detrás.

Chillando de rabia logró Ángela separarse de la pared, empujando al hombre, pero éste, sujetándola por las caderas, encontró un agujero donde meterla la polla, el ano, y, empujando fuertemente, la penetró hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con los glúteos de la mujer, desgarrándola el ano y provocándola un fuerte dolor.

Chillando de dolor, Ángela intentó golpear al hombre, agredirle con sus manos, codos y uñas para que la soltara, pero, al estar a sus espaldas, manoteaba ridículamente sin alcanzarle.

Mientras el ensangrentado sodomizaba a Ángela, el otro tipo, sujetando a Marga con una mano sobre cada de sus nalgas, la atrajo con fuerza hacia él, reteniéndola, y, bajando su cabeza hacia las tetas de la joven, se las chupó, lamió y mordisqueo con avidez, haciendo caso omiso a los excitados chillidos de terror de ella.

Sujetándole por la cabeza, Marga quiso retirarle la cabeza de sus pechos, pero el hombre hacía tal fuerza que ella no lo conseguía, optando por golpear con sus puñitos la espalda y la cabeza del tipo, que, inmutable, continuó lamiéndola ansioso las tetas.

No pasó ni un minuto para que el empalmado, deseando follársela, la levantara por las nalgas del suelo y restregara ansioso su cipote erecto por la entrepierna de la joven, intentando encontrar la entrada a la vagina de ella y penetrarla.

Intentando evitarlo, Marga se agitaba, balanceando sus caderas, y, cuando ya estaba a punto de ser penetrada, un fuerte golpe en el rostro del empalmado le hizo soltarla, cubriéndose dolorido la cara con las manos.

Era Ángela la que forcejeando para soltarse del ensangrentado propinó sin querer un fuerte codazo al otro empalmado que estaba próximo a ella.

Sintiéndose libre, Marga se alejó tan rápido como pudo, mientras escuchaba a su espalda gritos de dolor y furia.

Saliendo de la piscina miró hacia atrás por si la perseguían pero vio que estaban los dos empalmados dedicándose a follar a su compañera, uno por delante y otro por detrás, aprisionándola entre ambos.

Buscó algo contundente con el que golpear a los empalmados y así liberar a Ángela, pero en ese momento se abrió violentamente la puerta del spa y entraron a la carrera varios empalmados, atraídos por los gritos.

Logró la joven acurrucarse antes de la vieran y, cuando todos se dirigían ansiosos hacia la piscina, tirándose al agua para follarse a la mujer, Marga corrió hacia la puerta para huir.

¡Nada podía hacer ya ella para salvar a Ángela! ¡Eran demasiados y era mejor escapar! ¡Estarían todos ocupados violando a la mujer por todos sus agujeros y se olvidarían de Marga durante un tiempo!

Aun así un empalmado la vio y, volviendo sobre sus pasos, intentó coger a Marga, pero ésta, cerrando violentamente la puerta a sus espaldas, pilló la verga erecta del tipo, quebrándosela y provocándole un fuerte dolor que le dejó fuera de juego.

Ya en el pasillo y sin ver a nadie que la pudiera interceptar, la joven echó a correr tan rápido como pudo, huyendo y dirigiéndose hacia su propia habitación.

Sus pasos precipitados por el pasillo eran sofocados por la espesa alfombra que cubría el suelo lo que la permitía escuchar que, detrás de las puertas cerradas de las habitaciones, muchas mujeres estaban todavía siendo folladas.

Encontró a su paso la puerta abierta de una de las habitaciones de la que salía una suave música ambiental.

Extrañada se detuvo, temiendo que algún empalmado saliera de allí tras ella, y, caminando cautelosamente, se dirigió hacia el hueco abierto de la puerta.

Miró dentro y encontró a alguien sentado en la cama, alguien pequeño, dando la espalda a la puerta donde estaba Marga. Por su tamaño, constitución menuda y pelo largo debía ser una niña de unos nueve años y estaba totalmente desnuda.

Dudo si seguir su paso o detenerse para intentar ayudarla. Posiblemente su madre e incluso ella misma fuera también víctima de los zombis violadores y la niña, desamparada, necesitaba que alguien la socorriera.

Maternal se atrevió a chistar ligeramente para llamarla la atención, pero, como la niña no se volvía, pensó Marga que no la escuchaba por la música ambiental. Al no atreverse a chistar más alto con el fin de no atraer a los empalmados, se metió despacio y sin hacer ruido en la habitación, acercándose a la niña sin ningún ánimo de asustarla.

Estiró el brazo para tocarla suavemente en el hombro pero, antes de que la tocara, observó en el suelo, al lado de la cama, un cuerpo desnudo, tumbado bocarriba, y otro más pequeño que, sentado a horcajadas sobre el anterior, se balanceaba ligeramente sobre él, adelante y atrás, adelante y atrás.

Se quedó Marga petrificada mirando alucinada. Pero ¿qué era eso? ¿qué estaba sucediendo? ¿qué estaba haciendo?

De pronto se dio cuenta que era un niño, un niño menudo o … quizá un adolescente … que … ¡se estaba follando a una mujer que yacía inconsciente o … muerta en el suelo!

Sintió que los pelos se le erizaban como si fueran escarpias, y, percibiendo que la figura que estaba sentada en la cama se incorporaba y se dirigía hacia ella, la miró aturdida.

¡No era una niña! ¡Era un adolescente con el pelo largo! ¡Un adolescente de escasa talla que la miraba lujurioso las tetas! ¡Y su verga erecta apuntaba al techo! Estiró un brazo y la cogió una teta a una alucinada Marga, que le miraba incrédula. Observó, como si se tratara de una película que a la que estuviera asistiendo como espectadora, cómo el chico que se estaba follando a la mujer, se detenía y se levantaba del suelo, dirigiéndose también a ella, igualmente con la verga tiesa como un palo y con cara de drogata.

Cuando el chaval del pelo largo empezó a chuparla ávido una teta, fue cuando Marga reaccionó y, como si la hubieran dado una fuerte descarga eléctrica, empujó violentamente al chico, apartándole, y salió corriendo hacia la puerta, seguida por los dos jóvenes empalmados que vociferaban exaltados.

Cerró la puerta a sus espaldas, sujetándola para que no la abrieran, pero, era tan fuerte la fuerza a la que se oponía, que, al no poder mantenerla cerrada, la soltó, haciendo caer hacia atrás a los dos chavales.

Corrió tan rápido como pudo por el pasillo hacia su habitación, sintiendo fuertes y rápidas pisadas a su espalda. ¡La seguían corriendo a poca distancia! Escuchaba además puertas abiertas que vomitaban nuevos empalmados que se incorporaban aullando como lobos hambrientos a la persecución.

Pasó a la carrera por delante de la puerta de su habitación. No podía detenerse ya que la alcanzarían antes de que abriera la puerta, antes de que cogiera la tarjeta para abrir, y, si lograba milagrosamente abrirla, derribarían sin esfuerzos la puerta, dada la cantidad de empalmados que la perseguían y el ímpetu que llevaban.

Al final del pasillo solamente un amplio ventanal abierto se mostraba ante ella y, recordando que había una profunda piscina debajo, se arrojó, a la desesperada, de pies por la ventana, seguida por un montón de empalmados. Muchos chocaron contra la pared, rebotando unos y siendo arrastrados a través de la ventana otros. Muchos cayeron directamente sobre el cemento, rompiéndose. Entre los que cayeron al agua tras ella, muchos cayeron de mala manera, lesionándose, otros fueron aplastados bajo el peso de los que venían detrás.

Alcanzó Marga el final de la piscina y, echando una rápido ojeada hacia atrás mientras salía, se percató que ninguno estaba en ese momento en condiciones de perseguirla.

Pensó la joven que, como los empalmados tenía toda su mente concentrada en su polla, se habían vuelto completamente gilipollas, así que, sin dejar de correr, tomó la primera escalera que subía hacia las habitaciones, apareciendo en el pasillo no muy alejada de su propia habitación.

Al no ver ningún empalmado se acercó con cuidado a su habitación y, poniéndose de puntillas, cogió su tarjeta magnética del marco de la puerta. Utilizándola, entró sigilosamente en su habitación.

Cerrando y atrancando, tanto la puerta que daba al pasillo como a la terraza, con sillas y pesados muebles, miró la hora que era, pensando si todavía era posible llegar al coche donde las dos mujeres la esperaban, pero hacía tiempo que había pasado la media hora fijada y seguramente ya se hubieran marchado.

Además estaba dolorida, agotada y desmoralizada, sin fuerzas ni ganas para salir y enfrentarse de nuevo con los empalmados, así que, tumbándose completamente desnuda en la cama, se durmió al instante.