La reacción de Mario

Tras "Cariño, yo también puedo ser tu putita" Sara nos narra la reacción de su marido al conocer a través de esta web su vibrante orgía. No puedes perdértelo.

LA REACCION DE MARIO

(CARIÑO, YO TAMBIÉN PUEDO SER TU PUTITA,2) FINAL

No quiero continuar mi historia sin destacar la positiva acogida que tuvo lo que os narré hace algo más de una semana, cosa que realmente no me esperaba y que os agradezco a todos/as de corazón. Aunque también es cierto que a Mario, mi marido, no le sentó nada bien saber que fue leída por miles de personas, pero qué le vamos a hacer. Internet es así.

Para los que no sepan de qué hablo, permitidme que les ponga minimamente en antecedentes aprovechando unas escasas líneas. Mario y yo estamos casados desde hace tres años pero nuestra vida sexual no funcionaba como él esperaba, sobre todo a causa de una traumática experiencia que me marcó en el pasado y que no me permitía ser yo misma. Un día acudí a buscarle al trabajo dispuesta a entregarle una noche de hotel de auténtico placer y terminé descubriendo, a través del comentario de uno de sus compañeros, que me engañaba con prostitutas. Terriblemente herida decidí, con mucho esfuerzo por mi parte, dar un paso adelante y abrirme a nuevas experiencias sexuales para demostrarle a lo que estaba dispuesta a llegar por él y escogí a tres de sus compañeros del periódico para ello. A raíz de lo acontecido en el salón de mi casa me puse en contacto con mi amigo Kewois, el cual me ayudó a redactar la historia en forma de relato para que Mario se enterara de lo que había hecho por su amor y, de paso, poder narrároslo. Si tenéis curiosidad, se publicó con el título de "Cariño, yo también puedo ser tu putita" cosa que realmente era tan cierto como que ahora mismo me dirijo a vosotros.

Lo que a continuación voy a contar son los acontecimientos que han sucedido tras la publicación del relato y que me demuestran, una vez más, que por mucho que creas conocer a una persona siempre te aguardan zonas oscuras de su personalidad que se tiñen de auténtica sorpresa.

Dicho relato creo que se publicó el pasado 6 de agosto por la mañana. Justo a las once y media, mientras estaba en la cocina, sentí que alguien abría la puerta y entraba en casa. Era Mario que llegaba tremendamente irritado. Me miró con semblante serio y, sin decir nada, se dirigió hacia el dormitorio. Le seguí con cautela, en silencio. Abrió excitado el armario, sacó la maleta de viaje y la depositó sobre la cama.

  • ¿Qué estás haciendo? - pregunté.

  • ¿Qué estoy haciendo? - respondió dirigiéndose a mí bastante furioso - Eres una puta. Una perra. Una zorra. Eso es lo que eres. Lo que me has hecho no tiene nombre.

Me agarró por los hombros y seguidamente, sin esperármelo, me lanzó una fuerte bofetada que me hizo caer en la cama envuelta en lágrimas. Me llevé las manos a la cara y por mi labio corría un hilillo de sangre. Jamás antes me había pegado. Nunca lo ví tan enfadado como en aquel momento.

  • ¡No quiero verte jamás. Te has tirado a mis amigos, zorra! Soy el payaso del trabajo. ¿En qué coño pensabas?

  • ¿Y tú? ¿Te parece bien que yo tenga que tragarme el hecho de que salgas de putas por ahí? - Le grité - Yo también merezco un respeto...un respeto...¿te enteras?

A pesar de todo caí rendida a sus pies, arrodillada.

Mario terminó de hacer la maleta y, al salir por la puerta del dormitorio, me dijo: "Necesito estar solo durante un par de días. Quiero pensar lo nuestro muy seriamente. Tengo que plantearme si merece la pena seguir contigo".

  • Lo mismo digo - le contesté levantando la cabeza.

Mentí. Estaba loca por él. Si tan solo supiera y comprendiera que lo que hice fue para que dejara de martirizarme e iniciarme en sus deseos sexuales... Cuando cerró la puerta sentí que el mundo se venía sobre mí. Que toda nuestra relación había acabado por completo y que ya no sería lo mismo a pesar de que yo continuaba locamente enamorada. Pero Mario tenía el control. Debía sopesar en su voluntario destierro si perdonarme o abandonarlo todo. Estaba en sus manos. Yo, si hubiera actuado dentro de la lógica, le hubiera mandado lejos por su infidelidad, sin embargo, él se había convertido para mí en una especie de droga que corría mortalmente por mis venas y a la que no podía resistirme.

Transcurrieron dos, tres y hasta cuatro días sin tener noticias suyas. Intenté telefonearle varias veces pero cuando estaba a punto de marcar el último dígito, me echaba atrás. No tenía fuerzas para soportar un nuevo desprecio.

Las noches fueron duras. Más que los días. No pude dormir. Mi cama se volvió kilométrica sin él y no paraba de darle vueltas en la cabeza a lo que había hecho. Sin embargo, no puedo ocultar el hecho de que al recordar mi experiencia con José, Alex y Miguel me ponía francamente caliente, cosa que me confundía más. Incluso, reconozco que en un acto casi involuntario, la cuarta noche, mientras pensaba en como José me había partido el culo y bañado con su esperma, me llevé mis dedos al interior de las húmedas braguitas y me acaricié mi pequeño clitoris que creció sutilmente envolviéndome en un intenso arrebato de placer. Eran mis dedos, pero ¡oh dios!, cuanto daría porque fueran los de Mario para provocarme el mayor de los orgasmos y hacerme estremecer entre las sábanas. Sí, eran fantasías, pequeñas fantasias que iban creciendo en mí gracias a aquel suceso que cambió nuestras vidas.

A la mañana siguiente ocurrió algo inesperado. Mi marido superó el plazo previsto y yo me volvía cada vez más desesperada. Intentando distraerme un poco, conduje hasta un centro comercial y decidí pasar el día de compras. Me puse un vestido rojo un poco más arriba de las rodillas que me sentaba realmente bien y me hacía resaltar la figura. Oír los halagos masculinos era algo que gusta y anima a toda mujer siempre y cuando sean de buen gusto. Lo cierto es que escuché de todo, como casi siempre, pero no hice el menor caso. Mi cabeza estaba aún en otro sitio.

Cuando finalicé las compras allá a las siete de la tarde, ya en el coche, comencé a guardar las bolsas en el maletero. Justo al cerrar el capó, me llevé un tremendo susto. Mario me miraba desde el otro lado del vehículo, con sus manos apoyadas en la chapa.

  • ¿Qué haces aquí? Me has asustado. - dije.

  • Quiero hablar contigo.

  • Vamos. Sube, podemos charlar dentro si lo prefieres.

Nos sentamos cómodamente. En su voz notaba como parecía habérsele pasado el enfado. Por lo menos en parte.

  • ¿Es cierto que me fuiste a buscar al trabajo con la intención de entregarte por completo a mis deseos? - me preguntó.

Le miré fijamente. Sabía que si hablaba me iba a temblar la voz.

  • Sí, pero descubrí aquello y por eso actué como lo hice.

  • Sara, yo... te quiero, no he parado de pensar en tí estos días. Perdóname. - me dijo - Me he portado como un imbécil y quiero compensarte por todo esto.

Eran justamente las palabras idóneas que yo quería oír. No tuvo que decir más, simplemente nos abrazamos y él me besó lenta y cálidamente aportándome una sensación que despertó fugazmente en mí las ganas de follármelo allí mismo. No pude resistirlo. Le abrí la camisa y le introduje la mano acariciándole su pecho.

  • Voy a ser tu puta, cariño. - le dije mordisqueándole lentamente el lóbulo de la oreja.

  • ¡Hey, hey, hey! Espera nena, no vayas tan rápido. Te he dicho que quiero compensarte y tengo una sorpresa para tí. - me dijo apartándome de su cuerpo.

  • Me he estado hospedando en el hotel Melia Castilla. No está lejos de casa. Habitación 342. Quiero que nos reunamos allí esta noche a las 10 y... ¡Ah!, no te cambies de vestido. Estás preciosa.

Acto seguido se bajó del coche y me dedicó una de sus mejores sonrisas tras el cristal. Me dejó allí sin más. Tremendamente intrigada y con una excitación dificil de describir. No sé si ya lo he dicho, pero me reitero, aquella rica experiencia sexual que me impregnaba la mente a cada instante pareció cambiar por completo mi perspectiva sobre el deseo...

Fui a casa y solté las cosas. Me duché, me arreglé un poco y escogí una ropa interior sexy. Un pequeño tanga que, al tener tan poca tela, dejaba entrever mi bello púbico. Me miré al espejo pero no me veía bien, así que me entretuve un poco afeitándome las ingles para que la prenda me quedara perfecta. Un sostén a juego que transparentaba mis endurecidos pezones completó la operación. Por supuesto, para terminar, me enfundé el mismo vestido rojo porque así lo quiso Mario.

A las diez en punto crucé el vestíbulo del hotel. Pregunté por mi marido y el conserje me confirmó que me aguardaba en la habitación. Era un muchacho más joven que yo, muy bien uniformado que no ocultó devorarme con su mirada cuando me dirigía al ascensor con mis finos zapatos de tacón que estilizaban aún más mi figura.

Habitación 342. Aquí es. Llamé varias veces y no contestaban así que giré el picaporte. La puerta estaba abierta y la luz apagada. Dudé si entrar o no, pero la voz de Mario me indicó que pasara y que no encendiera las luces. Sentí escalofríos y nervios a la vez. Cerré tras de mí y todo quedó a oscuras. De pronto, sentí que unas manos se posaron sobre mí. Dí un sobresalto.

  • Hola mi putita ¿me recuerdas?

Reconocí la voz al instante y automáticamente mi respiración comenzó a agitarse. Era José. El compañero de mi marido. Aquel que me había destrozado literalmente el culo sin compasión en el salón de mi casa y que no podía sacarme de la cabeza.

  • Mario ¿qué significa esto? - pregunté.

  • Shhhhhh, silencio cariño. Déjate hacer. Ahora que has descubierto que eres una auténtica zorrita déjate llevar. Nada de preguntas, las inhibiciones, los tabúes, han quedado tras esa puerta ¿de acuerdo? - argumentó Mario plantándome sus manos sobre mis ya sofocantes pechos.

No tengo palabras para describir aquel momento. Mi respiración se aceleró al instante. Sin haber iniciado nada, mi coñito se puso tremendamente húmedo y ardía en deseos de que ambos me follaran hasta reventarme. Caminamos a oscuras unos cuantos pasos y, de pronto, me llevé otra gran sorpresa. Mario encendió la luz y, sobre la cama, descansaba tendido y completamente desnudo, como los otros dos, Miguel. Entonces lo comprendí todo. Mi marido, amparado e imagino que excitado por mi experiencia, me regaló a aquellos dos hombres que me habían calado tanto. Al parecer, él prefirió tomar el papel del ausente Alex. Los tres estaban desnudos y me miraban de forma perversa. De pronto, como últimamente ocurrían los acontecimientos en mi vida, comenzó todo.

  • Vamos, Sara, cariño - ordenó tiernamente Mario - Quiero que se la chupes a los dos. Ya mismo. Arrodillate.

No hizo falta que insistiera. Yo lo estaba deseando. Me incliné sobre Miguel mientras José se acostó a su lado y comencé a lamerle sus peludos huevos. Le pasaba suavemente la lengua mientras con mi mano le acariciaba la polla a José que ya la tenía descomunal. Miré a Miguel que comenzaba a agitarse al tiempo que mi marido se colocó tras de mí e introducía sus manos bajo mi vestido llegando a mi empapado tanguita.

Me introduje la verga de Miguel en la boca y comencé un vaivén de menos a más lamiéndola, chupándola y degustándola de arriba a abajo a una buena velocidad. Pretendiendo abarcar lo máximo posible cambié luego de hombre y me clavé en la garganta el impresionante miembro de José. Dios, como me encantaba tragarme aquella polla y sentir que me llenaba tanto que casi me desencajaba la mandíbula. Justo en aquel instante ya sentí la lengua de mi marido que remojaba en saliva mi clítoris para introducirla luego vertiginosamente en mi enloquecida y enrojecida vagina ansiosa de sexo duro.

  • Folladme, folladme - gritaba en mi interior. Pero todo iba muy lento, como si quisieran hacerme sufrir.

José me tomó la cabeza y apretó hacia abajo hasta que mi labio inferior rozó sus pelotas. Me la clavó a fondo y casi vomité allí mismo. Pero no. Logré soltarme y le miré desafiante y, como una asquerosa puta salvaje que me sentía, me abalancé de nuevo hacia su intenso capullo haciéndolo desaparecer por completo en mi boca y ensalivándolo violentamente para verle enloquecer. Fue entonces cuando mi marido me penetró por detrás por el coño y empezaba a sentir los primeros intensos espasmos de mis iniciáticos orgasmos cargados de cálido y correoso flujo.

Volví a cambiar de polla y me tragué la de Miguel para efectuar trabajos manuales con la de José que agitaba urgentemente esperando su leche. Quería bebérmela lo antes posible. La polla de Mario entraba y salía, una y otra y otra vez de un modo soberbio sacándome de mis casillas. Le pedía más, más, más, mientras José me lamía y me comía las tetas, los pezones y me recorría la espalda con su lengua. Fue en ese momento cuando Miguel se arqueó sobre la cama y soltó un grito descomunal mientras con sus manos me hundía la cabeza en su verga, la cuál comenzó a escupir lo que a mi me parecían litros de leche.

  • Trágatela toda cerda - gritó.

Yo no podía. Era demasiado semen el que resbalaba por mi cabidad bucal escapando por entre mis labios. Además, los golpes que mi marido me propinaba por el coño hacían que me volviera más y más loca y gritara de gusto impidiéndome absorber aquel suculento esperma al mismo tiempo.

  • Voy a correrme, voy a correrme - gritó Mario sujetándome por las caderas.

  • Si, por favor, siiiii - aporté agitándome como una zorra frenética.

Me asestó cuatro fuertes golpes con su polla y ésta reventó dentro de mi vagina bañando todas las paredes con su cálida leche. Algunas gotas cayeron sobre el suelo tras pasar por mi empapado y castigado coñito. Me tomó del pelo y haciéndome daño hizo que me incorporara.

  • Vas a chupar lo que se ha caído ¿De acuerdo? - me amenazó.

Sentí un escalofrío cuando escuché su voz pero mi estado de sumisión era tal que me arrodillé al instante regalándole a José una vista de mi excelente trasero. Quería provocarle y lo conseguí. Lamí las gotas una a una como una perra en celo al tiempo que mi marido le dio permiso para que comenzara a escupir en mi ano y lubricarme bien la zona. Mario se agachó y me tomó de mi rubia melena. Me hacía daño. Aún tengo una sorpresa más para tí, pero antes quiero ver como disfrutas mientras José te taladra el culo como a ti tanto te gusta. Cuando él acabe vas a desear que solo sea yo el que vuelva a entrar ahí.

  • Sí, cielo, sí... - respondí.

José introdujo dos dedos en mi coño para lubricarlo bien con mi flujo y los colocó a las puertas de mi ano. Sin apenas prolegómenos, los hundió de súbito. Yo grité, poco antes de ver como Miguel se acercó con un pañuelo de seda y me taponó la boca.

  • Miguel, quiero verla llena. Que se sienta llena otra vez, por favor. - ordenó mi marido.

Este asintió con la cabeza y se echó sobre la cama. José me obligó a levantarme, a colocarme sobre su compañero y a meterme de lleno su polla nuevamente a punto. Inclinada sobre él, mis tetas le chocaban en la cara soportando sus ricas lamidas. José no se lo pensó más y mientras yo seguía con la boca tapada, me hundió su gran polla en el culo destrozándomelo de nuevo. De mis ojos brotaron lágrimas de dolor que se mezclaban con la rica y ardiente sensación de placer de mi castigado coñito. Las paredes de mi intestinos se abrieron de golpe y absorbieron aquel trozo de carne que se introducía hasta las pelotas chocando con la verga de su compañero a través de mi fina pared vaginal.

De pronto llamaron a la puerta y me giré curiosa y temerosa porque me descubrieran en aquella circunstancia, pero José me puso mirando a la pared. Sé que entró alguien más pero no podía verlo. Miguel seguía impulsando su verga desde abajo sin compasión. Le sentía próximo a correrse ante mis intensos temblores orgásmicos. Jamás hubiera imaginado que el sexo pudiera depararme tantas sensaciones como aquellas. Y pensar que lo temía...

En una de las fuertes, dolorosas y castigadoras enculadas de José, pude girar mi cabeza y cual no fue mi sorpresa al ver a mi marido, sentado en un sillón cerca de mí, soportando la severa mamada de una mujer. ¿Quién era esa zorra? Mario me miró.

  • Sara, te presento a una de las putas que me tiré. Ahora creo que estamos en paz - dijo sonriente.

Aquello me desconcertó. En otras circunstancias hubiera saltado de la cama y armado un escándalo con objeto de abandonarle para siempre antes de haberme lanzado sobre aquella zorra para matarla, pero por alguna extraña razón, que no sé explicar, me excitaba terriblemente ver como una furcia se la comía a mi marido y le hacía gozar tanto o más que lo que yo gozaba con José.

Justo en aquel instante, Miguel se movió dándome a entender que iba a correrse. José me retiró el pañuelo de mi boca y extrajo también su polla rápidamente desatascando mi dolorido culo embargado de placer. Me arrodillé en la cama con mis labios de par en par sedientos de leche ante los dos y con mis manos agitando fuertemente sus hinchadas vergas a punto de estallar. Miguel se corrió primero y me disparó sobre mis puntiagudos pezones impregnando gran parte de mis pechos. Me castigó sin su esperma. Pero José no. Tomó su polla y me colocó su carnoso glande entre mis labios para descargar a tope y que me lo tragara todo. "correte, correte, correte por favor" - suplicaba por dentro deseando absorber su leche. Así fue, no me hizo esperar. Me volvió loca con sus embistes bucales expulsando todo su líquido dentro de mi sedienta garganta. Lo tragué como pude y relamí cada gota que resbalaba por su venosa polla mientras le miraba fijamente a los ojos y le sonreía.

Ya creía que había acabado todo, porque me dejaron exhausta sobre la cama mientras se vestían para marcharse, pero mi marido seguía con la puta. Esta se levantó y me miró. Ya estaba desnuda y, sinceramente, muy a mi pesar, porque la veía como rival, tenía un cuerpo francamente bonito. Con dos buenos pechos, no muy grandes pero firmes y duros, y una figura exquisita. Mi marido sabía elegir. Mario la obligó a acostarse en la cama. Ella lo hizo. Tenia unos ojos negros y un pelo precioso que enfatizaban más su linda cara. Nadie diría que fuera una prostituta si la viera por la calle, o por lo menos, no daba la imagen que yo tenía de ellas.

Mario se acercó a mi, me volvió a tomar del pelo y me dijo muy seriamente al oido "Quiero terminar con esto, así que ahora mismo vas a comerle el coño. Sé que te vas a portar bien. Me lo debes".

No dije nada. Solo asentí temerosa. Ví como él se situó tras de mí arrodillado en la cama mientras la mujer se tumbaba delante y me abría las piernas mostrándome su coño perfectamente rasurado. Muchas veces Mario me había pedido que me lo afeitara, pero yo me negué. Y lo que son las cosas de la vida. En ese momento, me disponía a degustar uno.

No les quiero mentir. No soy lesbiana. Ni bisexual. No me gustan las mujeres si es lo que piensan, así que digamos que aquello fue un acto de entrega total hacia mi marido. Solo imaginar que lamería el coño a una mujer me repugnaba pero Mario se merecía eso y mucho más.

Me incliné hacia adelante y comencé a besarle sus pechos. En ese momento, José que ya estaba vestido y se marchaba, se acercó a mi oído y me susurró sin que Mario pudiera oírlo: "Lo he pasado muy bien. Me da igual como acabe esto, pero tendrás noticias mías. Recuerda... Eres mi putita".

Lo miré y sonreí. Y al verle despedirse y marchar, me di cuenta de que me quedaba aún una última tarea por delante. Bajé con mi lengua, sintiendo la suave y cálida piel de aquella mujer. Mi coñito empezaba a chorrear de nuevo y no sabía por qué, pero aquella puta me estaba excitando. Se contoneaba pidiéndome más y yo se lo daba acariciando con mis manos su mojado clítoris. Con mis labios llegué hasta él y ayudándome de mis dedos abrí enteramente su coño descubriendo un rojizo panorama desconocido para mí. Mario me tomó de la cabeza y me obligó a hundirme en él. Comencé a lamérselo con la lengua y a besarlo de arriba a abajo recorriendo toda su raja y terminando por lametear su ano. La chica se movía más y más y pedía que lo hiciera con mayor rapidez. Metí mis dedos suavemente en su húmeda y vibrante vagina y los agité con fuerza mientras ella se corría una y otra vez. Sus jugos eran absorbidos por mi lengua y no me pregunten por qué, pero en aquel momento, olvidé que estaba con otra mujer. Solo quería hacerla gozar, tragar su exquisito jugo y que mi mi marido estuviera satisfecho de mí. Él no se quedó quieto. Agarró de nuevo el pañuelo de seda y, poco a poco, me lo fue introduciendo en mi coñito llenándolo entero de la tela. Mi chochito lo tragaba a placer y cada vez que metía un tramo más creía que iba a morirme de gusto. Al final dejó un pequeño extremo fuera y con rabia, me introdujo su tiesa polla en el culo aprovechando que José le había abierto bien el camino. Así, los tres, poco a poco nos fuimos fundiendo en espasmos, gemidos y delirios de placer, sobre todo cuando, a medida que Mario me enculaba a gusto y yo lamía sedienta el coño de aquella preciosa zorrita, él tiraba lentamente del pañuelo de seda extrayéndolo de mi coñito y produciéndome una sensación indescriptible. Solo puedo decir, pruébenlo. Es descomunal. Cuando Mario sacó el último tramo no pude más. Me aparté de la chica, me dí la vuelta sacándole la polla de mi culo y me lo metí entero en la boca con un ansia irrefrenable. Él no lo soportó. Me embistió solo un par de veces, tres a lo sumo y, admirando nuestros dos bellos cuerpos de mujer, expulsó en mi boca todo el viscoso líquido que contenían sus hinchadas pelotas....

Nada más. Así pasó. Una hora después, y tras marcharse Jennifer, que así se llamaba la puta contratada, mi marido y yo descansábamos plácidamente en la cama del hotel uno agarrado al otro. Me pidió perdón por todo lo ocurrido y me prometió que no volvería a repetirse, que había aprendido la lección. Yo, sinceramente, le comenté que quizás, todo aquello, había enriquecido nuestras vidas y que a partir de entonces todo sería distinto. Quizás ocurran otras cosas, cariño, - le dije - pero siempre dentro del mutuo respeto. Así de clara fuí.

Desde lo que pasó en aquel hotel todo parece haber vuelto a la normalidad, aunque nunca se sabe lo que nos puede deparar el nuevo sexo que hemos encontrado y que, poco a poco, tanto me va gustando.

Ya dicho esto, amigos/as debo despedirme y comentaros que ha sido un auténtico placer relataros, con ayuda de mi amigo Kewois, estas experiencias. No es un adiós, quizás un hasta la vista, porque puede que, en otra ocasión me anime a narraros cualquier suceso digno de mención.

Ah, como la otra vez, un beso muy caliente y húmedo para todos/as. Vuestra amiga,

Sara.

K.D.