La rabia
"Era como un puñetazo en el alma el portazo que, cada noche, a las dos, a las cuatro o a las siete, el ligue de turno de mi madre daba al marcharse..."
Era como un puñetazo en el alma el portazo que, cada noche, a las dos, a las cuatro o a las siete, el ligue de turno de mi madre daba al marcharse. Era bastante más que un brusco despertar, era comprobar que ella seguía arrastrándose en una deriva de salidas nocturnas, sueño atrasado, alcohol y quien sabe qué más. Me hervía la sangre al verla comportándose de esa manera tan alejada de cómo había sido siempre.
A mis dieciocho años vivía con ella. Mis padres se separaron cuando yo era un niño y me había criado con mi madre. Durante un tiempo ella fue feliz, supongo que el divorcio fue de algún modo una liberación; después, yo era demasiado joven para comprender, las etapas de ilusión y tristeza se alternaban al compás de historias que nacían y acababan, pero desde hace unos años, yo ya soy consciente de lo que pasa, la veo deslizarse lentamente, alejándose de la imagen idealizada que tenía de ella, perdiéndose en una espiral de salidas, malas compañías y vicios varios. En algún momento me creí capaz de hacerla cambiar, pero al final resultó un esfuerzo inútil que sólo incrementó la rabia ante la situación.
Aquella noche la puerta se había cerrado de golpe a las seis. Hasta entonces había dormido tranquilamente, sin escuchar nada, pero ese despertar repentino e intuir cercano el sonar del despertador para acudir a clase, me impidieron volver a conciliar el sueño. Apuré los minutos, remoloneando bajo el edredón, tratando de no pensar en mi madre y en su lento descenso a los infiernos, en un duermevela que interrumpí súbitamente con la necesidad de ir al baño. La casa estaba a oscuras, supuse que mi madre dormiría después de su salida nocturna, ya me había acostumbrado a no verla hasta después de volver de la universidad. Caminé hasta el baño, abrí la puerta, encendí la luz y me encontré a mi madre desnuda y en cuclillas junto a la taza.
-
¿Estás bien?
- pregunté alarmado. Ella no respondió, apenas si movió ligeramente la cabeza, lo justo para comprobar que sus ojos parecían haber llorado. –
Joder, mamá, podías echar el pestillo, ¿no? O ponte una bata al menos
-. La preocupación por ella me hacía mirarla, pero su desnudez desviaba mi vista hacia otros lados, sin embargo ella no parecía darle importancia a su ausencia de ropas. Era la primera vez que la veía completamente desnuda, tal vez de muy niño, pero yo no lo recordaba. Su cuerpo era delgado por naturaleza, se veía un tanto dejado, pero todavía podría considerarse una mujer atractiva a sus cuarenta y ocho años. De pronto se incorporó, pasó a mi lado y siguió caminando hacia su habitación.
-
¿Has vomitado?
- le dije. Ella negó con la cabeza, pero en parte no fiarme y en parte evitar tener que ver su espalda desnuda me hizo comprobar por mí mismo que efectivamente no había restos en la taza.
-
¡Esto no puede seguir así!
- alcé la voz mientras la seguía por el pasillo. El intercambio de papeles venía forzado por los acontecimientos.
¿Me estás escuchando?
-grité sin importarme lo que pudieran pensar los vecinos. La alcancé justo al cruzar el umbral de su alcoba, la agarré del brazo:
¿pero qué te pasa mamá, se puede saber qué cojones te pasa? Reacciona de una puta vez
.
Por un instante se detuvo, justo junto a la cama, me miró a los ojos y por una vez me contó lo que sentía:
¿quieres saber lo que me pasa? Que necesito que alguien me quiera
.
Su confesión sin embargo no detuvo mi enfado:
¿ah, sí, y dónde están?, dime, ¿dónde están todos esos tipos que has traído aquí últimamente? ¿Tú los ves?, porque yo no. No te das cuenta que te utilizan, que sólo quieren aliviarse…
-
Entonces seré una guarra y necesitaré polla, ¿a ti qué más te da?
- gritó interrumpiéndome. Escucharla tratarse a sí misma de guarra me encolerizó aún más.
-
¿Te gustan las pollas?, ¿quieres polla? Pues toma polla
- dije al tiempo que agarrándola por los hombros la sacudía. Ella cayó de lado sobre la cama y en apenas un segundo yo tiré del pantalón elástico de mi pijama. Aquella, como muchas otras mañanas, me había despertado con una más que ligera erección que la visión de su cuerpo desnudo no había ayudado a relajar. Cuando venciendo su resistencia agarré su cara para restregarla contra mi polla no era yo, estaba poseído por la rabia. Tampoco era yo cuando le forcé a abrir la boca y se la metí hasta el fondo tras varias intentonas que acababan chocando contra sus dientes. Mis manos en la parte trasera de su cabeza mantenían su cara contra mi bajo vientre. Mamá es una mujer delgada, de mediana estatura y yo soy un tipo grande, no me costaba controlar sus intentos de revolverse.
-
¿No querías polla? Come polla entonces…
- le decía mientras mis manos sujetaban su cabeza y mantenía mi verga alojada entre sus fauces.
No fue la vuelta de la lucidez, tan sólo algo de relajamiento; liberé la presión sobre su cabeza pero mamá siguiendo chupando como antes. Me di cuenta de que mi madre se comportaba como una puta, comprobé que me gustaba que me comiese la polla. Concentrada, con ritmo, ninguna de mis pocas experiencias previas en el sexo oral se aproximaba siquiera a aquella. A la dureza y al tamaño del despertar se sumaba ahora el deseo. Cerré los ojos, mis manos se pararon en sus hombros antes de continuar el viaje y sorprenderme a mí mismo tirando de sus pezones. No quería parar pero necesitaba cambiar: empujé su cuerpo, mamá se separó de mi polla estirando la mano para retenerla al menos medio segundo más, cayó sobre el colchón y mis manos la giraron enseguida colocándola cara al colchón.
-
Ay, sí, fóllame
- ella intuyó la continuación aunque no sé si era realmente consciente de lo que sucedía. Yo tampoco lo era, la rabia seguía guiando mis movimientos. No me detuve en mirar su culo, demasiado flaco para resultarme atractivo, tan solo me monté sobre su cuerpo y ayudándome de la mano guié mi rabo para colarlo en su coño. Seguramente no era lo más extraño de aquel amanecer en nuestra casa, pero en cuanto la penetré llamó mi atención el estado de su coño; especialmente caliente, con una humedad en diversos grados, seguramente el tío que al cerrar la puerta de golpe me despertó había estado allí minutos antes. Mi cuerpo aplastaba el suyo contra la cama, mis caderas se movían por instinto, martilleando su coño desde atrás.
-
Ah, si… sigue, así, mi amor… qué rico… no pares, ay qué bueno…
- decía mi madre. Yo no me detuve, a esas alturas mi parte animal había ganado ya la partida, pero algo había hecho click en mi cerebro; hacía años que no me llamaba
mi amor
. Cuando era niño me lo decía siempre, y ahora lo repetía aunque no sabía si ella era realmente consciente de las palabras que escapaban de su boca entre gemido y gemido. Comencé a llorar, pero no por ello me la dejaba de follar, mis lágrimas caían pero en lugar de sollozos emitía esos gruñidos sordos que sólo el sexo puede conseguir.
Bajo mi peso mamá se retorcía de placer. Yo empujaba y empujaba como si así fuesen a resolverse todos los problemas. Lloraba por su perdición al tiempo que trataba de corregirla de la peor manera. Seguí, manchando su pelo con mi mezcla de babas, llanto y moco, seguí hasta que la fricción constante de nuestros cuerpos dio un rojo perenne a su trasero, seguí hasta que de sus entrañas brotó un río, seguí hasta dejarme ir en su coño.
El dolor sangraba por mis ojos y la polla todavía palpitaba expulsando los últimos restos de semen, cuando mamá se giró, colocó su cara sobre mi pecho y comenzó a hablar:
qué bien follas, mi amor, me recuerdas a tu padre, espero que tú nunca te vayas de mi lado
- traté de asimilar sus palabras, pero a mi cerebro acelerado le costaba asimilar la situación, mi cara se giró, la buscó, pero sólo encontré su mirada perdida en algún lugar mucho más allá de la pared a la que miraba-
Sé que no me he portado bien contigo estos últimos tiempos, lo sé, pero te prometo que voy a cambiar. Se acabaron las noches, las borracheras, los hombres…Se acabó todo, si a cambio tú me das lo que necesito
-. Sus ojos se elevaron buscando los míos, y dentro de mí sentí una explosión de vacío y rabia que derivó en un llanto que reclamaba sus mimos.