La que Es, Vuelve (03)

Tras usarme como a un trapo sucio, Mario se va, pero deja algo en mi, un desasosiego profundo, una calentura insaciable y unos remordimientos terribles que me mataban (Infidelidad, sexo oral, masturbación).

Capítulo III

Mario terminó de inundar mi vagina, dejándomela totalmente dilatada y abierta. Cuando la sacó me di vuelta y lo besé pasándole la lengua hasta el fondo de la garganta y le decía:

¡Mmmm… mi amor, qué rico cogés, ya se me había olvidado como me cogías!

Je, je, je, je, je, ¿ves?, no has dejado de ser una perra.

Completamente fuera de mi y con la mente obscurecida por una excitación anormal, me arrodillé y se la empecé a limpiar con la boca y lengua, saboreando con verdadera delectación el sabor de su pene y de mi propio sexo. E increíblemente comprobé que ese falo continuaba duro, cuando aquel tremendo címbalo de carne quedó apuntándome a la cara, como amenazándome. Con la boca echa agua procedí a tragármelo de nuevo, sintiendo las largas y gruesas venas que lo surcaban, dispuesta a volver a ser cogida por el hasta que me reventara. En esas estaba cuando mi nena de 6 años me llamó.

Maaamaaaa… – me llamaba con su dulce vocecita mientras subía por las gradas, me asusté mucho y recobré el buen juicio.

¡Dios mío, mi hija! ¡Mario, hay que parar!

¡No, ni mierda, primero me hacés acabar otra vez perra!

¡Pero Mario…! – no pude decir nada más pues me clavó la verga bien adentro.

No lo podía comprender, mi hija estaba a pocos metros de la recámara en la que su madre estaba siendo usada como la más barata de las putas, alojando una increíble verga entre la boca. Yo estaba asustada y temía mucho que nos pudiera pescar y se diera cuenta de todo. Pero por otro lado estaba ardiendo, una fuerte calentura se apoderó de mi después de escucharle que no se iba a detener. Me sentía obligada y forzada, y me estaba gustando mucho esa la sensación.

Retrocedí trabajosamente pues él continuaba cogiéndome la boca. Logré llegar tan cerca como para estirar una pierna y cerrar la puerta, y como por suerte quien me buscaba era mi hija menor, pude mantenerla cerrada a pesar que ella empujaba. Así, me dediqué en cuerpo y alma a tragarme y succionar esa vergota lo mejor que podía, tratando de hacerlo acabar lo antes posible, dejándole que me la metiera hasta la faringe. Sudaba copiosamente con que escurrían cada vez más numerosas por todo mi rostro, mi corazón latía más y más rápido y mi vulva se convertía en una fuente, pues estaba tan caliente por esta situación que de mi vagina comenzaron a manar largos ríos entremezclados de semen y de mis propios jugos.

¡¡¡AAAGGGHHH, AAAGGGHHH, AAAGGGHHH,!!! – gemía Mario, cada vez más agitado – ¡¡¡SOS… SOS LA MEJOOOOORRRRRRGGGGHHHH!!! – por tercera y última vez alcanzó el clímax aquella noche.

El primer chorro lo recibí casi en la traquea, tenía ese garrote ese ensartado muy a fondo. Sentí que me ahogaba y forcejé hasta sacármelo entre una fuerte tos. Por lo mismo, los últimos chorros fueron a dar de lleno a mi rostro, en la frente, en mis mejillas, terminando de dejarme como una piltrafa, con semen entre mi sexo, sobre mis senos y por toda mi cara.

¿Mami? – me hablaba mi nena, extrañada de que no la dejara entrar.

Voy amor, esperame un ratito ahí afuera

Pero yo quiero entrar

Si mi nena, pero solo esperame un ratito, ¿si?, porfa… Mario, sostené un poco la puerta, te lo suplico… – pero el hijo de puta solo se reía de mi mientras se vestía tranquilamente.

Estaba en una situación muy comprometedora, en su suelo, desnuda, cubierta de sudor y llena de semen, con mi hija pequeña afuera queriendo entrar. Lo peor es que la chapa de mi puerta estaba estropeada, no se podía poner seguro, siempre permanecía abierta. Nunca le pedí a Leonardo que la arreglara porque pensé que no había necesidad, si alguno de nuestros retoños más pequeños se quería venir a meter a nuestra cama que lo hiciera.

Hice lo que pensé era más prudente, dejé que Mario se terminara de vestir, de forma que cuando lo hizo yo salí corriendo hacia mi baño, a un costado de la puerta, encerrándome en él. Mi nena abrió a puerta y entró y lo único que vio fue a un tipo sentado sobre mi cama con saco y corbata, muy sonriente. Yo si estaba hecha una vergüenza, desnuda, sudada, llena de marquitas y con la cara, cuello, pechos y sexo llenos de semen. Me lavé la cara y el cuello rápidamente y tomé lo primero que encontré para cubrirme, la bata de baño de mi marido. Salí en menos de 5 minutos, mi hija estaba parada en la entada mirando divertida a Mario que se encontraba haciendo payasadas del otro lado de la habitación.

Bueno pues, creo que ya es hora de que me vaya… – dijo, yo no le pude responder, tan solo me quedé callada evadiendo su mirada, llena de vergüenza.

Lo seguí mientras bajaba las gradas, se despedía de mi otra hija, que lo veía con algo de desconfianza pero parecía no reparar en nada malo. Lo seguí a través de la puerta, en ese momento no reparé en el detalle, pero avanzaba en silencio unos 2 pasos detrás de él, como una sumisa esclava con su amo.

Bueno Debi, espero que haya sido tan bueno para vos como lo fue para mi… – me puse muy roja y volví a evadir su mirada – je, je, je, je… estoy seguro que si lo fue… ¡gozaste como la perra que sos!

¡Callate Mario! – protesté débil y tímidamente.

Acordate de algo Débora… la que es, vuelve… la que es, vuelve. – sentí unas ganas terribles de llorar, pero pude contenerme, no le quería dar el gusto de verme sollozando.

Se subió a su lujoso carro y arrancó, alejándose de mi tan repentinamente como había vuelto. Y casi al mismo tiempo de que él se iba, estaba regresando mi hijo mayor, mi hijastro Diego, de 14 años. Veía con extrañeza a aquel hombre alto y apuesto que se alejaba en ese carrazo, pues yo casi nunca recibía visitas. Y luego reparó en su madre, de pié en la calle despidiéndolo con cara de cansancio, parte del pelo mojado (por el sudor) y sin maquillaje.

No aguanté su mirada inquisidora que se clavaban en mi cuerpo como desnudándome y viendo los restos de las acabadas que ese tipo me había echado encima, como diciéndome que era una perra por haber aceptado aquello. En realidad no me dijo nada, pero así me sentía, ¿cómo pude hacer esto, cómo pude perder todo lo que había conseguido y volver a caer en sus manos?

¿Y ese señor mama? – me preguntó.

Es… era… un amigo… es que se me quedó el carro y perdí mi celular y el venía detrás, así que me ayudó y nos dio jalón hasta aquí mientras la grúa se traía el carro detrás. – le dije precipitadamente.

Aun vi su mirada extrañada, se esforzaba en creerme. Al final lo hizo, la verdad es que nunca había dado razones que hicieran a alguien suponer una conducta impropia de mi parte. Yo me sentí muy mal con el, me esforzaba en cultivar una buena relación con mis hijos basada en la confianza. Y en el caso de Diego era muy importante, ya era un adolescente. Después de el estaban José de 8 años y Vilma de 7, ellos completaban mi amada familia.

Entramos a la casa y mientras regresaba a mi habitación para encerrarme, con la excusa de que me sentía medio mal y quería acostarme temprano, por mis piernas todavía escurrían gordas gotas de su semen mezclado con mis propios fluidos. No sé si ellos se habrán dado cuenta, lo cierto es que no me preguntaron nada, fue mejor así, yo no habría podido soportar la vergüenza de inventarme una explicación.

Apenas toqué mi cama me derrumbé a llorar, no lo podía creer, ¿cómo pude caer con ese hombre nuevamente? No era posible, no me lo podía explicar, y lo peor era que aun podía sentir el placer y la excitación dejadas en mi cuerpo por se desgraciado. Tampoco me podía sacar de la mente su inmenso falo de 23 cm, tan grueso, acompañado de ese increíble par de huevos, duros y repletos de esperma. Y el sabor de su esperma, agrio, aun lo tenía en el paladar, ni siquiera me había lavado los dientes. Sobre la cama casi podía sentir sus manos de Mario sobre mi piel, rasgándomela, amasándomela como si fuese una cosa. Luego la textura de su pene mientras me cogía por la garganta, me llegaba hasta la laringe… ¡ah, que delicia!

Abrí los ojos llena de espanto, ¿qué estaba haciendo, excitándome recordando cómo le había servido de puta gratuita a un desgraciado? ¡Por Dios santo, por lo menos le debía respeto a mi marido y a mi misma, ¿en qué me estaba volviendo?! Pero por más que trataba de calmarme no lo conseguía, estaba ardiendo y empezaba a sudar a chorros, tal era el nivel de mi calentura.

Desesperada rodé a mi derecha y me levanté rapidísimo, me saqué el camisón y el calzón y salí del cuarto casi corriendo, dirigiéndome hacia el baño del pasillo totalmente desnuda, con una mano entre mis piernas, apretando lo más que podía mi abultada vulva, y la otra en mi boca, chupándomela con frenesí. Mis senos gigantes rebotaban a cada paso, tambaleándose hacia todas direcciones, mis pezones hinchados me estremecían cada vez que un chiflón de aire frío me los acariciaba. Y mi cara estaba desencajada, con mis ojos muy abiertos en medio de una expresión de suprema calentura, me encontraba totalmente fuera de sí, aunque aun con la lucidez suficiente como para no utilizar el baño de mi habitación para lo que quería hacer.

Ya en el baño cerré la puerta con llave y me senté en el escusado y empecé a restregarme furiosamente la pusa mientras seguía saboreando los restos del semen que ese hijo de puta me había dejado en la boca. Mis senos se estremecían mientras convulsionaba presa del placer del orgasmo que, casi instantáneamente, había conseguido al nomás empezar a tocarme. Estoy segura que mi cara desfigurada por el placer me hacían ver cómo otra mujer, no como la Débora Lozano de Grijalva, que tan entregada estaba a su familia.

Me masturbé como por 15 minutos hasta que, finalmente, conseguí sosegarme, aunque mi alma ya no tenía paz alguna. Me derrumbé entonces en el piso, junto al inodoro, y empecé a llorar a mares, totalmente destrozada. De verdad me dolía haber caído en esto de nuevo, volver a estar en las manos de ese infeliz. Me sentía la más sucia y traicionera de las esposas y de las madres, ¿ahora con qué cara iba a ver a mis hijos de ese día en adelante?

Eran muchas preguntas cuyas respuestas ignoraba, pero que sus posibilidades me daban un miedo atroz. También ignoraba que desde ese día en adelante, nada iba a ser igual, nada. De lo único que tenía certeza, para mi desgracia, eran las palabras de Mario, que tronaban en mis oídos repitiendo una y otra vez "la que es, vuelve"

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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