La que Es, Vuelve (02)

¿Qué he hecho? Después de 15 años vuelvo a caer, traiciono a mi marido con un infeliz que solo quiere convertirme en su puta (Infidelidad, dominación y violación consentida).

Capítulo II

Como dije, me busqué un nuevo café a dónde ir a dar mientras esperaba a que mis niños terminaran con sus clases de karate, así no lo volvería a encontrar. Estaba en un centro comercial muy elegante y caro y por lo tanto poco frecuentado, a no ser por personas de alto nivel económico. Habían bonitas tiendas de ropa ahí, ya me las conocía de memoria, me había probado y comprado mucha ropa en ellas. En una de esas me estaba tallando un hermoso vestido violeta de seda, con hermosas flores de colores corintos, bermellón y turquesa bordados. La prenda se ceñía a mi cuerpo como un guante, marcando escandalosamente cada curva de mi exuberante cuerpo.

Siempre tuve un cuerpo que levantaba las envidias de mis amigas y que me dio más de un problema. Medía 1.70 y era de complexión atlética, aunque luego de 3 partos quedé un poco gruesa, pero no gorda y con todo en su lugar. Mi piel es blanca, mis labios carnosos y mi boca pequeña, mis ojos cafés claros, mis rasos finos y mi nariz un tanto pronunciada, pero delgada y fina. De mi madre heredé un par de senos grandes, de verdad grandes, coronados por 2 aureolas amplias y claras y con unos pezones puntiagudos. También saqué de ella una cintura estrecha y caderas anchas, con un par de nalgas redondas, duras y muy grandes.

No me creía una modelo de pasarela pero definitivamente estaba mejor que la mayoría. Y con ese vestido me veía mejor aun, resaltaba cada uno de mis atributos físicos. Y con los zapatos que me calcé me veía aun mejor, era un par de zapatillas negras y destapadas, de tacón de aguja muy alto y amarradas a los tobillos, muy al estilo de bailarina de barra show. El precio no me importó, para algo que tenía que servir Leonardo, si quería una esposa de adorno, pues que la adornara muy bien, no me dolía hacerle gastar dinerales en mi y en nuestros hijos. Y viéndome aun en el espejo, él reapareció por segunda vez.

¡Guau! – exclamó un hombre detrás de mí – ¡No has cambiado nada Debi! – velteé a ver, era Mario – Parece que el destino quiere que nos encontremos

El destino o la mala suerte… – repliqué.

El destino Débora, el destino… porque yo tengo muy buena suerte.

Continuó viéndome con la boca abierta, mirando como se transparentaba el contorno de mi brasier y calzón a través de la suave tela. Sus ojos estaban llenos de deseo, haciéndome sentir cosa, una especie de objeto. Debí haberme dado la vuelta ofendida y dejarlo solo, pero no lo hice. Me costó mucho admitirlo pero, por alguna razón, esa mirada me había calentado.

Permiso… – le dije, dándome la vuelta hacia los vestidores.

¿Ya te vas, tan rápido? Bueno, supongo que después de tallarte este, no necesitás ver más para decidirte.

No lo voy a comprar, – le dije para que se callara – no estoy para estar gastando tanto por un trapo… solo me lo estaba tallando. – y seguí hacia los vestidores.

Mientras me lo quitaba rezaba por no encontrármelo al salir y que ya se hubiese ido, pero en el fondo sabía que no sería así, él siempre fue terco, acostumbrado a conseguir todo cuánto quería. Y mientras me colocaba mi ropa no pude dejar de notar que mis pezones estaban erectos como cuando, 13 años atrás, se me ponían al verlo llegar.

Salí de los vestidores, no lo veía por ninguna parte, comenzando a cantar victoria estaba cando lo vi en la puerta de salida. Inmediatamente retomé mi papel de mujer digna ofendida y caminé hacia la salida con cara de ladrillo y dispuesta a no voltearle ni a ver, cuando de pronto una dependienta de la tienda me detuvo con un paquete.

Señora, se le olvidan sus paquetes… gracias por su compra

¿Qué compra? – le pregunté extrañada.

El vestido y los zapatos que se estaba tallando… el caballero de la salida lo pagó todo

¡A mierda! – dije, dejando a la amable señorita sorprendida y callada – Muchas gracias por todo… – le dije, tomando la bolsa y dirigiéndome directamente hacia ese imbécil.

De nada… – me dijo Mario sonriente con su usual cinismo.

¡No sé qué putas te creés vos, pero tomá tu cochino vestido de mierda!

¡Pero Debi, me rompés el corazón!

¡Dejá de burlarte, cínico! ¡Ahora estoy casada y soy muy feliz!

Si, con un comemierda

¡No es un comemierda, es mil veces mejor de lo que vos podrías llegara a ser!

Quería decirle muchas más cosas, gritarle hasta de qué se iba a morir, pero sentí una enorme vergüenza cuando, al ver a mi alrededor, vi que toda la gente se nos quedaba viendo. Me puse roja como un tomate, no me gustaba protagonizar escenitas en la calle, así que me di la vuelta y me fui al carro con toda la dignidad que me fue posible tener. Llegué y partí en dirección del gimnasio de mis nenes, noté un ruido extraño en el motor, pero no le quise dar mayor atención, cuando Leonardo regresara le pediría que lo revisara. Los recogí y nos fuimos, el ruido se hacía más fuerte, ya no me estaba gustando y justo cuando íbamos por una calle bastante fea se me paró.

¡Maldición! – exclamé cuando no logré encenderlo de nuevo

En casos como este siempre llamo a mi hermano, pues como buena ama de casa recatada, conservadora y adinerada que era, cuyo esposo nunca estaba, de mecánica no sabía nada y Fer (mi hermano) siempre estaba allí para ayudarme. Pero por más que busqué y rebusqué mi celular en mi bolso, el cochino aparato no aparecía por ningún lado.

¡Qué mala suerte la mía! – exclamé – ¿Y ahora qué hago?

No sabía qué hacer, el lugar daba miedo, llevaba a mis hijos y temía que les pudiera pasar algo, pero no había de otra, tenía que bajarme y pedir prestado un teléfono. Pero entonces un carrazo negro se estacionó detrás de mi, bajándose de inmediato el último tipo que hubiese querido ver esa tarde.

Débora, ¿qué pasó? – me preguntó Mario – ¿Se te quedó el carro? – pregunta estúpida.

Si, si… pero ya todo está solucionado

A qué bueno, de todas maneras si necesitás algo aquí me quedo

¡No, no, ya todo está solucionado, ya te dije, gracias de todos modos!

Je, je… no has cambiado nada, seguís sin saber mentir. – ¡mierda, qué bien me conocía!

Bueno, no tenía de otra, me daba mucho miedo ese sitio y ya estaba oscureciendo, así que sin pensarlo más acepté su ayuda. Llamó a una grúa y luego que llegó le indicó al chofer que nos siguiera hasta mi casa, mis hijos y yo iríamos con él en su vehículo. Partimos en dirección a mi domicilio, en el camino vinieron a mi mente imágenes de cuando andaba con él en su carro, con todas las cosas que me hacía luego. Me sentía rara, nerviosa y excitada, no lograba entenderlo, pero mi sexo se humedecía rápidamente.

Llegamos, mis hijos se bajaron y luego yo, Mario se quedó adentro, como esperando una invitación. Sabía que era una mala idea pero me había sacado de un gran apuro, había sido muy amable conmigo después de todo.

¿Querés entrar a tomar algo? – le dije con una voz apenas audible.

Claro, por supuesto. – me contestó y entramos todos a la casa.

Mi casa era una mansión de 3 plantas muy amplia, acogedora y lujosa. En la primer planta estaba la sala de visitas, la cocina, el comedor y los cuartos de servicio. En la segunda las habitaciones y en la tercera el estudio y el despacho de Leonardo. Pasamos a la sala en donde tenía muchas fotografías, le dije que se acomodara que yo iba a la cocina a preparar café, mientras, los niños prendieron la tele, mis 2 hijos mayores no estaban, seguramente andaban jugando con sus amigos en la calle. Salí minutos después con el café y se lo ofrecí.

Es instantáneo, ojalá que te guste

Si, está bien… cualquier cosa que tu me des está bien. – no le dije nada, solo le hice una cara de enfado, aunque en realidad ese comentario tan bobo me puso nerviosa – Y, me imagino que ese de ahí es Leonardo… – me dijo, refiriéndose a un retrato de ambos que estaba junto al teléfono.

Si, si, él es mi esposo. – respondí, con cara de más enfado tras ver su gesto burlón.

Mmmm… ¿y me imagino que no ha regresado del trabajo?

No… está de viaje… – gran error, nunca le debí decir eso.

No sé tu Debi, pero a mi me parece que no hacen compañía… contrastan un poco

Eso no es asunto tuyo.

Entonces me das la razón… creo que te hace falta un hombre de verdad a tu lado.

Tu fuiste una maldición en mi vida Mario, es todo lo que tengo que decir, mi esposo no es asunto tuyo.

Te conozco Débora, seguro te sentís sola, seguro necesitás "más" de lo que él te da

Mario, sé que fuiste muy amable conmigo hoy y te lo agradezco mucho, pero creo que ya es hora de que te vayás… – le dije para atajar la situación y sacarlo de mi casa.

Si, si, ya es tarde y sos una mujer casada… solo me acabo mi café

Lo dejé terminar su café, qué más me daba. Por mi parte subí a mi habitación para ponerme algo más cómodo, estaba muy cansada. Si, fui demasiado confiada e ingenua, rayando en la estupidez… no, más bien fui muy estúpida. Desabotonándome la blusa estaba cuando lo vi entrar, cerrando la puerta tras de si.

¿Qué hacés aquí?… ¡salite y largate de mi casa! – le dije asustada, el gesto de su cara no me gustó para nada.

Debi, Debi, ya te dije que no sabés mentir… sé que me deseás, perra… – me dijo y se me fue encima, tratando de tocarme las tetas y el culo a la vez que intentaba besarme.

¡Soltame hijo de puta! – le exigí, empujándolo con ambas manos.

Quedate quieta Débora, sos una puta, ambos lo sabemos y estás deseando que esto pase… además nadie te va a salvar, no está tu marido

Pero ya van a venir mis 2 hijos mayores

No me importa, me gustan los riesgos y lo sabés… además, la que es vuelve, Debi

No se detuvo, al contrario, mi resistencia lo hacía empeñarse más, siempre fue así, mientras más le costaba conseguir lo que quería, más lo deseaba. Y lo peor es que muy difícilmente lo podría detener, era mucho más fuerte que yo. Era alto, como 1.78, delgado pero atlético, muy fuerte, su piel era morena, sus ojos miel, su pelo negro y ondulado y su cara hermosa, de rasgos finos y varoniles, muy atractivo.

Me tomó de los brazos con sus fuertes manos y me los colocó en la espalda, dejando mi rostro y cuello libres para poder besarlos y lamerlos, yo me revolvía y volteaba violentamente para que no me tocara, pero era en vano. Me tiró sobre la cama dejándose caer sobre mi, con mis manos aprisionadas bajo mi cuerpo. Así, con una sola mano inmovilizándome pudo utilizar la otra para manosearme por todos lados, me agarraba las tetas, el culo, logró meter la mano bajo mi falda y consiguió introducir 2 dedos entre mi caliente vagina.

¡Ja, ja, ja! – rió el desgraciado – ¡Ya estás mojada Débora! ¿Ves?, te dije que eras una perra y que me estabas deseando… la que es vuelve, ja, ja, ja. – no lo podía ni quería creer pero era verdad, yo misma podía sentir que mi sexo ya se había mojando bastante.

Forcejeando, consiguió con sus rodillas separarme las piernas, con la mano me arrancó el calzón y me subió la falda. Luego, viéndome a los ojos, me soltó una fuertísima bofetada.

¿Te gustó, ah? Te la di tal y como a ti te gustaba recibirlas, ¿no es así? Podés gritar todo lo que querrás, pero sabés bien que igual te voy a hacer lo que a mi se me de la gana. Lo único que vas a conseguir es llamar la atención de tus hijitos, así que mejor si sos buena conmigo y te quedás calladita. Además, la que es, vuelve. – me dijo y me besó.

Estaba aterrada y paralizada, tenía razón, no había nadie que me pudiera defender y por nada del mundo quería que mis hijos vieran lo que estaba a punto de hacerme, me quedé callada. Pero también estaba excitada, cada vez más caliente, al parecer sentirme obligada de esa forma actuó como un potente afrodisíaco. Sus manos en mi intimidad se movían con brusquedad, pero a mi me gustaba. Poco a poco fui perdiendo el miedo, lentamente dejé de pensar que me estaba obligando y mi resistencia fue menguando. Él se dio cuenta, supo que me tenía en sus manos cuando me soltó y no atiné a defenderme más, solo a quedarme allí, sobre mi cama y con los ojos cerrados, como no queriéndome entregada a él otra vez.

Me agarró de las chiches y las comenzó a apretar, dándome un gran placer. Despacio bajó y metió su cara en medio de mis piernas, hundió la lengua dentro de mi vagina la comenzó a chupar y morder. ¡Qué bueno era, había mejorado mucho! Y ese placer hizo venir de nuevo a mi mente los recueros de las tremendas cogidas que me daba, del gran placer que sentía al ser tratada peor que una puta. Cuando me di cuenta ya tenía las rodillas dobladas en alto, sosteniéndomelas yo misma con las manos para permitirle trabajar bien mis zonas íntimas.

¡¡¡AAAHHHH, AAAHHHH!!! – no lo podía creer, me estaba forzando pero yo gozaba como una loca de esas deliciosas chupadas que me estaba dando.

De golpe se levantó y se bajó los pantalones, además aprovechó para quitarme la falda y la blusa y de sacarme el brasier, dejándome totalmente desnuda, se zambulló de nuevo entre mi sexo, enloqueciéndome de placer otra vez. Jamás había gozado tanto, ni siquiera con Leo, lo tenía que aceptar. Ya estaba tan entregada que ni me di cuenta en qué momento me estaba restregando yo sola los pechos, pellizcándome los pezones y gimiendo en voz baja.

Vení, mirá lo que es un hombre de verdad… – me dijo, saliendo de entre mis piernas y llevándose mi mano a su verga.

No lo podía creer, Mario siempre estuvo bien dotado, pero nunca con algo como aquello. Mi mano se encontraba frotándola ante mi incrédula mirada, que observaba como abarcaba cada vez menos de ese pedazo de carne a medida que se iba poniendo dura, más tiesa y más gorda, alcanzando unas medidas enormes, no menos de 23 cm. "¡Hijo de puta!" le dije y no aguanté más, me levanté de la cama y me llevé su portentosa virilidad a la boca. Empecé a chuparla como nunca se lo había hecho, la quería tragar, quería fundirme con ese hercúleo pene que palpitaba dentro de mi boca. No me cabía todo, era demasiado largo, además me costaba abarcar su grosor con la boca, pero no me rendía, estaba tan perdida de la excitación que aun a punto de vomitar continuaba con mi faena. Se la chupé toda, le recorrí los huevos con la lengua, se los chupé y hasta le lamí el culo sin sentir apenas asco.

Me volví a encajar su verga en la boca, a esas alturas el ya me la metía a sus anchas. De repente sentí que se ponía más dura y que él jadeaba más fuerte, estaba a punto de acabar pero no me dio oportunidad de sacármela. De todas formas estaba tan fuera de mi que hasta deseaba que me lo echara todo encima. Así que abrí la boca todo lo que pude y recibí la asombrosa descarga que me llenó toda la boca, tragué cuanto pude pero era mucha, parecía que no tenía final. Mi boca se rebalsaba y gran cantidad cayó sobre mi cara y chiches. Pensé que se había terminado todo después de ese exagerado orgasmo, pero nuevamente me llevé una enorme sorpresa, su verga seguía tan tiesa como antes.

¡Ponete en 4 perra, que te voy a enseñar como se coge!

Me agarró del pelo con violencia y me puso en cuatro sobre la cama, se frotó un poco su tremendo falo y me ensartó. ¡Dios mío!, sentí que me partía en 2, que me iba a desgarrar. A cada embestida me sacaba casi 20 centímetros de verga y me los metía de golpe, abriendo al máximo las paredes de mi intimidad. Sentía sus huevos topando con mi clítoris mientras yo empujaba hacia atrás para enhebrarme más a fondo, para recibirlo más adentro. Y le pedía más, mugía como una vaca siendo sacrificada y moviéndome bruscamente. Hasta enterré la cara entre la almohada para que mis nenes no oyeran mis berridos.

¡¡¡ASÍIIIIIIII!!! ¡¡¡MAAAAASSSSS, NO PARÉEEEEES!!! ¡¡¡ HIJO DE PUTA, YO ERA UNA MUJER DECENTE!!!

¡¡TAN DECENTE COMO UN PUTA, PERRA DE MIERDA!!

¡¡¡¡SIIIIIIIIIGGGGHHHH!!!! ¡¡¡SOY TU PUUUUUTAAAAAGGGHHH!!! ¡¡¡SOY TU PUTAA, TU YEEEEGUAAAAAAGGGGHHHHH!!! ¡¡¡DESTROZAME TODAAAAARRGGHHH!!!

Hacía tanto que no gritaba así, que no decía esas cosas. Acababa de volver al pasado, a convertirme otra vez en esa puta sucia y sumisa que Mario gozó tantas veces hacía 13 años. Y lo peor es que me encantó, me gustó a rabiar sentir de nuevo todo su vigor alojado dentro de mi, usándome a su sabor y antojo como un vulgar objeto. Eso era, nunca fui más que eso para él, una bonita vaina de carne en la cual podía meter su pene y masturbarlo a gusto.

¡¡¡DEBI, DEBIAAAGGGHHHH!!! ¡¡¡¡AAAAAAGGGGHHHHHH!!!! – rugió y derramó en mi interior todo el contenido de sus testículos, otra impresionante acabada que se rebalsó de mi magullada vagina, escurriendo por mis muslos.

Estaba totalmente perdida y lo único en lo que podía pensar y desear era que me cogiera como un loco, que me hiciera mil pedazos. Y esa noche lo hizo

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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