La que acabó mamando fue mi cuñada

La mirada de cuñada alternaba mis ojos y mi polla enhiesta fuera del pantalón mientras me masturbaba lentamente para ella. Mi mirada cambiaba también entre su cara de salida y la humedad en sus bragas que dejaba ver con las piernas abiertas mientras daba de mamar a su hija.

La mirada de cuñada alternaba mis ojos y mi polla enhiesta fuera del pantalón mientras me masturbaba lentamente para ella. Mi mirada cambiaba también entre cara de salida y la humedad en sus bragas que dejaba ver con las piernas abiertas mientras daba de mamar a su hija nacida apenas hacía 4 meses. Había llegado a casa mi cuñada hacía no más de una hora y durante ese rato las cosas habían sucedido de una forma insospechada.

Había estado varios meses trabajando en un proyecto en la India para la delegación de mi empresa, y al volver disfrutaría de unas semanas de vacaciones como premio por el éxito del negocio allí y para coger fuerzas para un nuevo proyecto en otra parte del mundo. Mi trabajo consistía en dirigir proyectos especiales de ingeniería allí en el mundo donde fuera necesario, y viajaba a España de vuelta muy poco porque era mi mujer la que venía a verme.

Nos habíamos casado hace más de 10 años muy jóvenes, ambos con 25 años, y al poco empezaron a asignarme proyectos fuera de España. Como no teníamos hijos por la imposibilidad de mi mujer al contraer una enfermedad de pequeña, en vez de volver a España cada mes más o menos, era mi mujer la que solía venir a visitarme allí donde estuviera. Se quedaba un par de semanas, durante el día hacía turismo en la zona y por la noche saciábamos nuestras ganas de sexo acumuladas sin vernos. Por eso y por la dedicación plena de mi trabajo, y a pesar de estar separados durante largas temporadas nunca la fui infiel allí donde estuve.

Mientras estaba en la India, mi cuñada y su marido tuvieron a su primera hija, y como no había conocido a mi sobrina todavía, al par de días de volver a Madrid, fui a visitarlas a su casa. Llegué sobre las 11 a casa de mi cuñada y tras varios besos de bienvenida y presentación de su bebé me dijo que si no me importaba tenía que darle el pecho. Siempre me había resultado incómodo estar delante de una mujer dando el pecho, pero dado que había ido a verlas y que mi cuñada se ofreció, no pude negarme y nos sentamos en un sofá amplio que tienen. Ella con la niña en brazos y yo a su lado algo separado de ellas.

Encontré a mi cuñada descuidada y cansada. La mujer que había conocido hace años era exuberante, graciosa y presumida. Ahora estaba descuidada, ojerosa, cansada y su cara lucía infeliz. Silvia, mi cuñada, es tan sólo un par de años mayor que mi mujer y siembre han estado muy unidas. Además, se parecen mucho físicamente. Ambas son sencillamente preciosas, de pelo castaño, caras delgadas moteadas con pecas y ojos caoba. Por contra, Silvia era más alta que mi mujer, más delgada, las curvas de mi mujer eran sensuales, sus pechos grandes y redondos, mientras que Silvia siempre había presumido de una cintura fina y un culo pequeño, redondo, duro y endiabladamente sexy.

Las conocí al mismo tiempo, durante una fiesta en casa de unos amigos mutuos en verano. Estuve hablando con ellas largo tiempo, riéndonos mientras las dos coqueteaban conmigo pero al final la chispa entre Cristina, mi mujer, y yo fue incontrolable y cuando la acercaba a su casa en coche descubrí lo cachonda que podía llegar a ser.

Nos habíamos besado y metido mano todo lo que habíamos podido en la fiesta, pero en el mismo coche en que la llevaba a su casa, con su hermana pequeña en la parte de atrás algo borracha y dormida pero todavía lúcida, Cristina me empezó a sacar la polla del pantalón y sin más preámbulos, se abalanzó sobre ella para comérsela con ansía. Al poco, cuando llegamos a su casa, se levantó y comprobando que su hermana parecía seguir dormida, se quitó las bragas y sin pedirme permiso se sentó a horcajadas sobre mis piernas, metiéndose de golpe la polla hasta lo más dentro de ella.

Mientras Cristina me follaba, intentando no hacer ruido para despertar a la borracha de su hermana, comprobé cómo mi cuñada no perdía detalle de la follada, abriendo de vez en cuando los ojos pero claramente moviendo su mano dentro de su cadera hacia lo que adiviné su mojado coño. Entre la calentura de mi mujer y la mamada que me había hecho, ambos nos corrimos bastante rápido y cuando consiguió relajarse todavía con mi polla dentro de ella llena de semen, se levantó, me besó en los labios y sin limpiarse las gotas de leche que le caían por las piernas salió del coche para despertar a su hermana de la parte de atrás y marcharse las dos a su casa.

Además de la follada que me había dado mi ahora mujer, su simpatía, inteligencia y amabilidad, me conquistaron desde aquel día y al poco tiempo nos fuimos a vivir para casarnos casi antes de año.

Mi cuñada siempre pasó mucho tiempo con nosotros. Salíamos juntos por la noche, pasábamos las vacaciones juntos y era frecuente que estuviera en nuestra casa o se quedara varios días para evadirse de sus padres. Durante todos esos años, mi cuñada se convirtió poco a poco en mi pequeña obsesión. Silvia, delante de su hermana y estoy seguro que con su beneplácito, usaba el lenguaje de las palabras siempre con doble sentido o contaba sin tapujos sus aventuras sexuales con el último ligue. Vestía siempre muy provocativa, también cuando estaba en casa, y era normal cuando estábamos en la piscina de nuestro chalet o la playa que hiciera topless. Las dos sabían que me ponían cardíaco pero la verdad es que nos divertía a los tres y siempre acaba en risas.

Si estábamos en casa por la noche viendo una película, las dos se vestían únicamente con una camiseta larga y tal cual, en bragas con la camiseta se sentaban en el sofá junto a mí a mirar la televisión. Sobra decir que acababa tan salido que cuando mi mujer y yo volvíamos a la habitación a dormir al acabar, nada más llegar le arrancaba las bragas y la follaba con todas mis fuerzas.

Mi mujer usaba también mi deseo por Silvia. En ocasiones, me pedía mi opinión sobre ella, sobre si me gustaba cómo había ido vestida, sobre sus dobles comentarios; y yo le respondía sin tapujos, que me excitaba, que su culo era precioso o que su escote me había empalmado. A veces, cuando mi mujer estaba excitada mientras follábamos, me preguntaba si desearía que fuera su hermana, que fuera su culo el que rompía en ese momento o su boca mientras me chupaba la polla.

A pesar de todo ello, entre mi cuñada y yo nunca hubo el más mínimo roce sexual. Nos apreciábamos y respetábamos mutuamente, y nos queríamos a nuestro modo como familia. Siempre estaba feliz, disfrutaba de su soltería y de su trabajo como abogada. Al cabo de unos años, empezó a salir con Jesús y después de un largo noviazgo se casaron. Después, se distanció algo de nosotros lógicamente al vivir en su casa y tener tanto tiempo libre. Cuando me enteré que estaba embarazada me alegré muchísimo por ella y al enterarme del nacimiento felicité por teléfono.

—Es que estoy muy cansada —me contestó Silvia cuando le pregunté si estaba bien—.

Tenía la cara pálida, estaba delgada y ya no se reía tanto como antes con mis comentarios y chistes. Le hablé sobre mi viaje a la India, sobre el tiempo que pasé con su hermana, y los planes que tenía para mi próximo proyecto en Dubai, ella atendía con curiosidad y me preguntaba interesada. Mientras hablaba veía su camisa abierta, tantas veces sugerente para mí, ahora con su pecho fuera, con su bebé mamando. Los pechos le habían crecido y miré sin tapujos durante nuestra conversación su pecho, su pezón y cómo aquella niña le chupaba. Su otro pecho asomaba por la apertura de su camisa.

—¿Estás bien? —volví a preguntarle cuando suspiró un par de veces—. Entiendo que estés cansada pero estoy algo preocupado porque te veo triste.

Era el plan que habíamos hablado mi mujer y yo para averiguar qué le pasaba. Cristina también me había dicho que su hermana llevaba un tiempo distanciada, y también según ella, algo alicaída. Ambos pensamos que podía ser por el bebé pero era cierto que desde que se casó no había vuelto a ser la misma.

—Que sí, no te preocupes. Es que entre el embarazo, el parto, el bebé y que Jesús trabaja demasiado me siento algo superada y sola. Pero aparte de eso, este bebé es mi alegría —para después contarme lo buena que era la niña y el cariño que la tenía, sin ocultar cierto nerviosismo—. ¿Qué tal tú, qué tal llevas estar tanto tiempo sin mi hermana de viaje?.

—Bien —le respondí— Hablamos casi todos los días y viene siempre que puede.

—Ya, bueno, me refiero a cómo llevas el estar tan solo… —me preguntó entre curiosa y provocadora—.

Su pregunta me cogió desprevenido, pero de repente entendí lo que le pasaba. Fue como una pequeña revelación, pero conocía tanto a mi cuñada y por qué no decirlo, al haber pasado tanto tiempo en el extranjero sólo y rodeado de gente lejos de su familia, que intuí el problema. Y con los años de confianza que habíamos pasado decidí atajarlo de raíz:

—Cuñada, ¿hace cuánto que no follas? —le pregunté entre divertido y serio.

Silvia se revolvió nerviosa con su bebé en brazos pero esbozó una ligera sonrisa por primera vez desde que había llegado.

—Uff, ni me acuerdo cuñado —respondió con una sonora carcajada, para a continuación liberar su otro pecho de la camisa, cambiar a su bebé de lado y dejar su teta al aire sin tapujos de guardarla.

—No, en serio Silvia, cuéntame —le rogué y poco a poco borró su sonrisa y ensombreció su cara de nuevo.

—¿Qué quieres que te cuente? —respondió desafiante cómo la había conocido años atrás—. ¿Quieres te cuente que llevo casi un año sin follar? ¿Qué mi marido no me toca desde hace meses? ¿Qué estoy tan cachonda que me paso el día mojada? ¿Qué me masturbo entre fantasías insatisfechas? ¿Qué me vuelvo loca por chupar una polla, por qué me coman el coño hasta vaciarme y que me follen para caer rendida?—soltó de golpe.

La mantuve la mirada sin saber qué decir unos instantes. Ella pasó de su enfado repentino poco a poco hacia ligera vergüenza por la confesión:

—Perdona cuñado, se me ha ido la cabeza, pero entiéndeme… llevo meses encerrada en esta casa, mi marido y yo no nos entendemos, y las hormonas las tengo tan disparadas que a veces sólo pienso en una buena sesión de sexo que consiga calmarme. Supongo que las cosas irán a mejor en el futuro pero no consigo que no se me note y poco a poco me está destruyendo por dentro y por fuera.

Ya se había tranquilizado un poco y seguía:

—Sabes que siempre he sido un poco salida en temas de sexo y que antes de casarme me acostaba todas las semanas con cualquiera que ligaba, nunca he tenido tapujos. Al principio, pensé que casarme me asentaría pero al final se ha convertido en una prisión en la que ni siquiera quiero a mi marido. Y echo menos el sexo, que me follen hasta dejarme sin aliento.

En eso tenía razón, nunca había tenido tapujos y no iba a tenerlos yo ahora que la entendía.

—Ahora me explico todo, lo siento. Notaba que no eras la misma y lo entiendo, pero lo que no entiendo es cómo has aguantado tanto tiempo, ¡cómo no has sacado ese cuerpo que tienes que respira sensualidad a la calle y has puesto unos buenos cuernos al gilipoyas de tu marido!.

—Lo he pensado mucho durante las últimas semanas. Me paso el día salida, y aunque no coincido con muchos hombres, cada día me excito más —me explicaba ya con sinceridad­—. El otro día en el supermercado me atendió un cajero joven que marcaba una camiseta muy justa y se notaba una buena polla bajo su pantalón de tela, y claro no pude quitarle ojo. Él se dio cuenta me miró con una sonrisa que provocó de inmediato que mojara mis bragas.

»También, la semana pasada, vinieron dos técnicos a instalarme una lavadora nueva y no pude dejar de mirarlos todo el tiempo que estuvieron en la cocina, quizás no fueran demasiado atractivos, pero esa cercanía a hombres tan fuertes y atentos, hizo que nada más se fueran, me metiera en la habitación y tuviera que masturbar mi encharcado coño hasta correrme.

»Ya ves, cuñado, tan salida como hace tiempo pero sin poder follar.

Sus confesiones habían terminado de excitarme además de su precioso pecho al aire y claro, mi polla se marcaba con claridad por encima del pantalón. Cuando intenté colocarme la polla como pude, noté cómo mi cuñada clavó su mirada primero en mis ojos y luego en mi pantalón, con una mezcla de morbo y súplica y muy excitado y distraído por la situación, sin pensarlo a penas, me desabroché la bragueta con lentitud, bajé mis calzoncillos unos centímetros y me saqué la polla para que pudiera verla en plenitud.

Ahora me tocaba a mí confesarme:

—Te entiendo Silvia, a mí me pasaba lo mismo las primeras veces que viajaba fuera. Cuando viajaba a Colombia, México, Vietnam o Rusia, los primeros días desnudaba con la mirada a esas mujeres tan cachondas —le relataba a mi cuñada mientras me sobaba la polla con su mirada fija en ella—. Las colombianas con ese culo tan maravilloso, las mexicanas con ese color de piel tan sexy, las asiáticas tan putas como siempre y las rubias rusas siempre dispuestas a enseñarte demasiado las piernas.

»Más de una vez confesé a tu hermana los verdaderos esfuerzos que tenía que hacer para controlarme cuando alguna de aquellas zorras se me ponía a tiro. Al final, acababa contando a tu hermana con pelos y señales cómo me habían calentado, cómo me había enseñado casi su coño para que las follara y como por fidelidad a tu hermana las había rechazado.

»A la putilla de tu hermana le pone que le describa la situación perfectamente, cómo eran las mujeres que me habían excitado, su color de pelo, su figura, cómo vestían, cómo eran sus pechos o labios. La muy malvada me excitaba relatando cómo habría sido follar con ellas.

»Con el tiempo, aprendí a controlarme, claro, a pajas casi todo el día. Al llegar al hotel, caliente sin follar y muchas veces rodeado en las oficinas, en los restaurantes o bares de mujeres con ganas de marcha, llegaba y me  masturbaba. A veces con tu hermana al teléfono o por Skype, pero otras por el cambio horario o porque necesitaba más solo en mi habitación mientras recordaba a tu hermana.

»Varios días, me masturbaba por la mañana, por la tarde y por la noche. Si me calentaba demasiado en la oficina que estuviera trabajando me iba al baño a cascármela. Mis problemas se acababan cuando venía tu hermana a pasar unos días. Nada más llegar nos metíamos en el hotel, y no la dejaba descansar hasta que caía rendido, vacío de fuerzas y secos mis huevos.

Ella no decía nada, sólo se revolvía inquieta encima del sofá, intuí con nervios y sensaciones en su coño. La niña seguía mamando de aquel pecho. Silvia no quitaba la mirada de mi polla y mientras me pajeaba para ella me confesó en voz casi susurrante:

—Gracias cuñadito, desde que has llegado estaba soñando con volver a verte la polla —me decía mientras yo intentaba recordar cuando me había visto antes.

»Sí cuñadito sí, ya te la he visto más veces. ¿Sabes que los asientos traseros de tu coche todavía tienen restos de mi corrida la noche en que nos conociste y mi hermana, tan puta como siempre, no pudo resistir sus ganas y te folló delante de casa? Todavía recuerdo el olor intenso a sexo que inundaba el coche.

»Además, ¿No sabías que mi hermana dejaba la puerta abierta de vuestra habitación cuando me quedaba en vuestra casa por las noches? La convencí desde el principio cuando le dije que yo también derecho a mirar porque me había quitado el polvo aquella primera noche.

»Te he visto follar con ella muchísimas veces. Cuando te ibas a la habitación con ella, me apostaba a oscuras en la puerta y al rato, acababa con una visión perfecta de tu polla dentro de la boca de mi cuñada, tu culo empujando mientras te la follabas o tus gemidos y leche encima de mi hermana al correrte.

»Sinceramente, a veces pensé que lo sabías porque difícilmente controlaba el sonido de mis dedos entrando y saliendo de mi coño, chapoteando entre mi empapado clítoris. Y para lo que lo sepas, cuando Cristina salía al baño al terminar, yo rebañaba tu semen de sus pechos, su tripa o su culo. Ummmmm, cómo me gustaba saborear tu semen de la zorra de tu mujer.

Dios, sabía que mi mujer podía llegar a ser muy guarra, pero no había sospechado nada hasta ahora de los espionajes de mi cuñada. Empecé a entender poco a poco las salidas de tono de mi cuñada, sus calientes comentarios y la forma de moverse y vestir cuándo estaba en mi casa. Recordaba cómo ambas se pegaban demasiado a mí, cuando casi en bragas miraban la televisión a mi lado, a oscuras y bajo permanentes caricias de mi mujer. Comprendí las palabras de mi mujer mientras follábamos sobre si deseaba que fuera su hermana.

—Silvia, vaya puta qué estás hecha... —no pude reprimir comentarle—. Durante mis estancias sólo, mientras me masturbaba, te imaginé mil veces desnuda, de rodillas ante mí, comiéndome la polla, a cuatro patas mientras recibías mis embestidas o corriéndote entre mis labios mientras te comía ese precioso coño que tantas veces has insinuado.

Ella no pudo reprimir un leve gemido, provocado por su calentura, y un pequeño movimiento eléctrico de su cintura. Silvia miraba mi polla ya dura, no perdía detalle de como subía y bajaba mi mano lentamente, mostrando la punta de mi polla brillante para ella, moviendo mi cintura insinuando que la penetraba.

—Ufff, cuñado….. —me susurró—. Tienes una polla preciosa, como  no te guardes rápido voy a acabar empapando el sofá.

No pensaba hacerla esperar más tiempo, me levanté y le puse la polla a altura de su cara. Ella estaba entre indecisa y deseosa, así es que para quitarle las dudas le acerqué la polla a sus labios y se la restregué. La muy guarra se hacía de rogar si abrir los labios, pero restregaba sus cara y labios a lo largo de toda la polla mientras le acariciaba el pelo con mis manos. La fui forzando poco a poco con sus labios contra mi polla, hasta que no aguantó más, abrió la boca y se la metió entera tan dentro como podía.

La situación me tenía sobreexcitado. Silvia me comía la polla con dedicación, moviendo su cabeza, disfrutando de mi glande, saboreando el sabor de hombre. Todo mientras la niña todavía seguía mamándole la teta. Silvia, tan excitada que restregaba su culo por encima del sofá, no pudo aguantarse y largó su mano hacia dentro de bragas.

—No, tú no —le dije mientras le retiraba su mano. Quería ser yo la que le diera placer.

Silvia se tragaba la polla tanto como podía, para al poco salirse y pasar su lengua lentamente por toda su extensión. Quería descolocarla y con la mano moví mi polla fuera de ella, y ella en su pasión y entrega la seguía con la boca como desesperada.

Su mamada era tan increíble y dedicada que pronto sentí que me corría. Ella lo notó, y lejos de retirarse, apuntó sus ojos a los míos llenos de lujuria y me corrí mientras le acariciaba el pelo. Ella disfrutó de mi corrida, pero no pudo impedir los últimos chorros de leche le cayeran en sus mejillas y labios. Ella me miraba complacida y ni se molestó en limpiarse la cara. En ese momento la niña acabó de mamar, y casi dormida, su madre se levantó como pudo y la llevó a la cuna.

Mientras la seguía a la habitación de la cuna, observé cómo movía su precioso culo debajo de la falda que vestía. Cuando llegamos a la cuna mi cuñada se apoyó en el borde para arropar a la niña y dormirla y yo, detrás de ella, levanté sin dificultad la corta falda y bajando mi cabeza me encontré de frente con sus bragas empapadas. Las moví hacia un lado, y cuando mi cuñada movió su culo hacia atrás gimiendo y doblándose ligeramente, metí mi lengua y mi cara tanto como pude para comerle ese precioso coño.

A pesar de su abstinencia sexual, tenía el coño muy cuidado y casi depilado, así es que me deleité chupándola entera, alternando su coño con su culo al estar ella de espaldas a mí. Podía oír como cantaba en voz baja una canción a la niña para que se durmiera sin poder resistir pequeños gemidos cuando mi lengua le penetraba. Supe que la niña estaba ya dormida cuando mi cuñada se giró ofreciéndome directamente su encharcado coño.

Saqué mi lengua tanto como podía y mientras ella empujaba mi cabeza contra su coño, yo la succionaba el clítoris y metía la lengua dentro de ella. Ella movía sus caderas como si me quisiera follar la lengua, estaba empapada. Me empujó con suavidad hacia el suelo, y allí tumbado se sentó a horcajadas sobre mi cara, poniendo su coño a disposición. Me acariciaba el pelo, levantaba su culo y bajaba a continuación para sentir mi lengua recorrerle el coño entero y la muy zorra varias veces dejó su coño sobre mi cara varios minutos, casi sin dejarme respirar.

Sus gemidos, cada vez más fuertes, iban a despertar a la niña, así es que la levanté, la abracé y llevé en volandas fuera de la habitación. Nada más cerrar la puerta de habitación del bebé, sin esperar más, la bajé hasta el suelo en el mismo pasillo y ya sin pudor comencé a chupar aquel coño que pedía a gritos correrse. Y así fue, nada más rozarle con mi lengua un par de veces, ella se corrió entre gritos y gemidos, levantando tanto como podía su cuerpo para pegarse contra mi cara.

Cuando terminó, casi desmayada por la excitación no la dejé descansar, le quité sus bragas y allí mismo, abierta de piernas tirada en el suelo de pasillo la penetré tan fuerte como pude. Ella, con los ojos cerrados sólo atinaba a gemir y gemir, me abrazaba fuerte para que la follara y pedía que siguiera, pedía más. Me tenía tan salido que la follaba con violencia, casi la pegaba con mi polla y con mi culo, fuerte para que sintiera lo que era una buena polla y follada. Pero yo seguía sin correrme, la corrida de antes me había vaciado y ahora podría disfrutar más.

La giré y la puse boca abajo pegada al suelo, y la follé desde atrás tan fuerte como podía. Ella recobró algo de fuerzas e incorporándose, flexionó sus piernas para dejarme su culo a merced. Cogí aquel culo con las dos manos y la penetré sin piedad cuando al cabo de unos minutos noté cómo ella se corría de nuevo. Sus convulsiones y gritos acabaron con mi resistencia y me vacié dentro de ella.

Nunca olvidaré la sensación de satisfacción que me trajo aquella corrida. Creo que nunca la había sentido antes y no la he vuelto a sentir. Sentí que mi mundo estaba completo, que tenía todo lo que necesitaba para ser feliz, que mi cuerpo había disfrutado de aquella increíble mujer, que quería tanto después de años y que le había llenado las entrañas con parte de mí. Caímos rendidos uno al lado del otro, abrazados y curiosamente todavía medio vestidos, exhaustos por la pasión que acabábamos de sentir.

Después de un rato, sin saber cuánto tiempo llevábamos allí, ella se desperezó y dándome la mano me pidió que le acompañara. Me guió por el pasillo hasta su habitación, se quitó su ropa, me desvistió a mí entre caricias que empezaron a excitarme de nuevo y cuando acabó me empujó sobre su cama de matrimonio. Se sentó a horcajadas encima de mí y colocó su precioso coño encima de mi polla medio erecta. Sus movimientos de cadera, con su mojado coño resbalando sobre mi polla, hicieron que me empalmara de nuevo y en un rápido movimiento de cintura, consiguió meterse mi polla de nuevo.

Me follaba lentamente, ahora sí mirándome directamente a los ojos, relamiéndose mientras sentía mi polla en su interior y magreándose los pechos y culo sin pudor. Me follaba con pasión pero cariño al mismo tiempo, dándome la impresión de que había deseado ese momento no desde hace un rato, sino desde hace muchísimo tiempo. Nunca la había visto tan completa, también tan feliz, satisfecha e iluminada. No nos decíamos nada, no lo necesitábamos. Decidí dejarla que follara como quisiera.

Y mi cuñada sabía follar. Al rato, para mi excitación, se sacó la polla se giró sobre mí y de espaldas a mí sentada, volvió a sentarse sobre mi polla. Levantaba su culo hasta casi tener mi polla fuera de ella, y volvía a sentarse. Continuó así largo rato, disfrutando de mi polla a punto de explotar y comprobé cómo acercó su mano a su coño para acabar de correrse. También se lo prohibí, y tumbando su espalda sobre mi pecho, dejó vía libre para que con mi polla dentro, mis dedos hicieran el resto sobre su coño para acabar de correrse encima de mí.

Ella, satisfecha, se incorporó y ofreciéndome su coño en mi cara, cogió la polla entre sus manos y labios y casi inmediatamente me corrí de nuevo en boca y cara. Exhausta, apoyó su cabeza al lado de mi polla entre las piernas y descansó su coño y culo a escasos centímetros de cara mientras recobraba fuerzas. También perdí la noción del tiempo mientras descansábamos allí en su cama.

Nos despertó el llanto del bebé después de su siesta y ella se fue vistiéndose como pudo. Tras pegarme una ducha recordando lo ocurrido y feliz por el desenlace de la visita, decidí lo que haría a continuación.

Pasé la tarde con ellas dos, jugando con la niña y casi sin separar de Silvia. Me besaba cuanto podía, nos dábamos la mano, nos abrazábamos, nos mirábamos cómplices, y también de vez en cuando nos metíamos mano. Sin pretenderlo, mientras la niña miraba tranquilamente la televisión delante de nosotros en su silla, ella se sentó sobre mí, dándome la espalda, y claro no pude por más que empezar a acariciarle las tetas por debajo de su escueta bata de casa. Descubrí que ella se había desecho hábilmente de sus bragas en algún momento anterior y sin demasiada dificultad me sacó la polla de mis pantalones y se la metió tal cual, empalándose completamente mi polla. Me folló en silencio, disfrutando de la sensación de tenernos el uno al otro y al cabo de un rato, con mis dedos moviéndose sobre su coño, acabó en un orgasmo entre susurros para hacerme correr a mí con sus flujos bajando por cintura. Cuando se recompuso, se abrochó sin más su bata y siguió como si nada.

Al final de la tarde, le dije que hiciera las maletas de ella y de la niña y que se vinieran a casa. No sabía lo que me contestaría, pero sin más me besó con una sonrisa en los labios y se puso a hacer las maletas. Al principio, empezó por una maleta pequeña con ropa para unos días, pero cuando le sugerí que empaquetara más ropa, me entendió a la perfección y acabamos moviendo a mi coche casi toda sus cosas y las de la niña.

Antes de marcharnos, cogió un papel y escribió una nota que imaginé sería para su marido. No fue una nota larga, y aunque aún hoy no sé lo que le escribió, después de todo este tiempo él no se puso en contacto con ella para nada más que para firmar los documentos del divorcio.

Mientras íbamos en mi coche hacia casa, empecé a pensar qué decirle a mi mujer. Por supuesto que su hermana se quedaría en casa con nosotros una temporada, pero ¿qué más?. Decidí dejar la situación a la improvisación y feliz acariciaba a mi cuñada en el asiento de al lado. Ella tampoco se quedaba atrás y compaginaba sus caricias en mi cuello con otras sobre mi polla por encima del pantalón. La verdad es que ahora estaba radiante.

Al llegar a casa con ellas y las maletas, y mi mujer necesitó pocas explicaciones sobre por qué estaba su hermana allí.

—Cariño, no sé cómo lo has hecho pero has conseguido convencerla en una tarde de lo que llevo intentando desde hace meses —nos dijo mi mujer mientras acompañábamos a Silvia a su cuarto—. Aquí estarás feliz, quédate todo el tiempo que quieras.

Ellas bañaron al bebé, le dieron la cena y cuando el bebé se había dormido ya, tras darse una ducha, aparecieron en el salón de nuevo vestidas sólo con una camiseta blanca larga y lo que se intuía bragas debajo.

Nos sentamos a cenar y bajo el cristal de nuestra mesa, podría ver perfectamente las bragas de las dos hermanas, mostrándome unas piernas preciosas y coño marcado y reluciente. Me sorprendió observar cómo ambas bragas estaban algo mojadas, de lo cual deduje que mi cuñada seguí excitada por lo ocurrido durante el día y lo más importante que mi mujer intuía algo y se había puesto cachonda con sólo pensarlo.

Cuando terminamos, después de bebernos una buena botella de vino y reírnos sobre historias pasadas, me fui a sofá. Ellas se acercaron y mi mujer se sentó en el sitio de siempre, el sillón al lado del mío. Como el sofá era más grande mi cuñada se colocó al lado mío. Estuvimos riendo y hablando mientras veíamos algo en la tele, me preguntaban por mi trabajo y lo que hacía en cada país al que iba, por planes futuros de vacaciones y de vez en cuando animando a mi cuñada sobre su situación.

—Tú no te preocupes Silvia que encontrarás a alguien con el que ser feliz, ya lo verás —le comentaba mi mujer a su hermana intentando animarla—. Ya de hecho te veo mucho mejor que ayer que estuvimos juntas. ¿Qué te ha pasado para estar tan contenta y dejar por fin a ese capullo?.

—Ya sabes que tu marido puede llegar a ser muy convincente —le respondió mi cuñada con toda naturalidad—. ¿Cuántas veces te acaba convenciendo este travieso? —se refirió a mí entre risas—. ¿Te acuerdas aquella que vez que tú querías viajar a la nieve en Navidades pero él te convenció para que pasarlas en Canarias?

—Sí, que me acuerdo. Al final me convenció, pero tenía razón y valió la pena —le respondió mi mujer.

—Sí, claro, ¿pero cómo te convenció? —y añadió mi cuñada­— La verdad hermanita, que nos conocemos!.

—No me importa reconocerlo. Me convenció de que si íbamos a Canarias podríamos follar mucho más al estar todo el día en la playa, medio en bolas y con el buen tiempo —mi mujer contestó con sinceridad.

—Ya… y aquella vez que te invité a venir una semana entera de viaje con los del trabajo, ¿qué te dijo para convencerte? —volvió a interrogar mi cuñada.

—Sólo con decirme aquella noche, después de la tremenda follada que me metió, cuando todavía estaba rendida por mi último orgasmo y con su leche corriendo por mi vientre, que me iba a echar de menos por la noches durante esa semana, supe que donde mejor estaba era con él —respondió mi mujer sin tapujos.

—Lo sé. ¿Y aquella vez que estábamos en casa de papá y mamá y te convenció para dormir con él a pesar de las prohibiciones de papá?, ¿y cuando te convenció para que te fueras a vivir con él y te casaras tan pronto?, ¿y la vez que te convenció para intentar tener niños por primera vez? ¿cuándo te pidió que te raparas el coño? —seguía mi cuñada poniendo ejemplos hasta que mi mujer susurró:

—Follando… —mi mujer se revolvió inquieta en su sillón, mientras no nos quitaba ojo.

Silvia y yo nos miramos, y sin reparos por su hermana se pegó contra mí y acarició mi pierna desnuda bajo el pijama corto hasta casi tocar mi entrepierna.

—Muy convincente… —dijo mi cuñada en voz baja, con una voz sensual y romántica al mismo tiempo mirando a su hermana.

Siguió repitiendo la palabra convincente cada vez más sensual, más lentamente, susurrando a penas. Mientras su mano había avanzado y sacándome la polla la acarició de arriba abajo delante de mi mujer. Yo tampoco me quedé a atrás y largué mi mano hacia sus bragas para pagarle aquella excitante situación.

—Pues eso, hermana, que por fin he conseguido probar la leche de tu marido directamente— dijo mirando a los ojos de su hermana —y tenías razón desde siempre, es deliciosa. Aunque me gusta mucho más caliente que cuando la limpiaba de tu cuerpo y me gusta cómo me quema el coño cuando la siento dentro de mí.

Zas!. La cara de mi mujer primero mostró un asombro simulado, pero al poco relajó sus mejillas y su cuerpo, reposó su espalda contra el sillón y se abrió de piernas mostrando sus bragas con su coño bien marcado en la entrepierna. Tanto mi cuñada como yo, que conocíamos a mi mujer, habíamos intuido sin hablarlo que su reacción sería esa.

—Te entiendo cariño —dijo mi mujer a su hermana mientras metía lentamente su mano en sus bragas para poder acariciarse el coño —. Siempre intuí que acabaría pasando. Lo supe desde el primer día que no pudiste reprimirte y me rebañaste la leche de mi marido directamente de mi coño.

Miré a mi cuñada sorprendido por la confesión de mi mujer. Silvia me había reconocido aquella misma tarde que alguna vez recogió mi semen con sus dedos del cuerpo de mi mujer, no que la chupara directamente el coño en busca de mi leche.

—¿No lo sabías maridito? —me preguntó mi mujer con malicia—. ¿Por qué crees que cuando acabábamos de follar y mi hermana estaba en casa, coincidía que yo salía al baño a limpiarme? Sí, esta putilla, muchas de las noches que se quedaba, espiaba como una zorra detrás de la puerta mientras follábamos y luego le faltaba tiempo para seguirme hasta el baño y allí, ponerse de rodillas frente a mí para limpiarme la leche que salía de mi coño y resbala por mis piernas, salpicaba mi culo o mojaba mis tetas. Al principio, la limpiaba con timidez y sus dedos, pero al cabo de un tiempo limpiaba mi coño con su lengua sin reparos hasta que se saciaba.

»Me ponía tan cachonda sentir su lengua explorando mi coño para probar tu semen, que ya sabes muchas veces después de venir del baño, caliente como una zorra tras las lamidas de mi hermana, tenía ganas de follar más y no descansaba hasta conseguir que me volvieras a robar otro orgasmo que me calmara para dormir.

»Cuéntame cómo ha sido cariño —le rogó mi mujer directamente a su hermana, ignorando mi versión de lo ocurrido.

—Pues verás, pasó como me habías dicho mil veces que pasaría —yo por aquel momento estaba alucinado, sin saber qué decir o pensar, y además con la mano de mi cuñada encima de polla, sobándomela mientras le explicaba a mi mujer.

»Tu marido vino a casa, enseguida notó lo mal que estaba y tuve que confesarme. Siempre habíamos sabido que era un salido, tú me lo habías contado muchas veces y yo notaba cuando le contaba mis noches cómo se empalmaba bajo el pantalón. Pero hoy ha sido distinto. No sé si por mi indefensión, por mis pechos descubiertos o por mi mirada de súplica a su pantalón, pero hoy le noté caliente nada más sentarse a mi lado.

La situación me tenía muy excitado y la visión de mi esposa con su mano moviéndose sobre su coño por debajo de las bragas hacía que mi polla casi explotara. Mientras tanto mi mano ya masturbaba a discreción el precioso coño mojado de mi cuñada y de vez cuando no conseguía disimilar gemidos de placer.

—Al rato de hablar y de mostrarle con mi mirada mi entrega total a él, pasó lo que me dijiste sucedería —continuó mi cuñada—. Abrió su mente para mí y por mí se abrió la bragueta y me enseñó la polla. Recordé tus palabras, que en algún momento tu marido descubriría sus sentimientos por mí y que entonces por fin podría disfrutar de la felicidad de estar junto él, de tenerle dentro de mí y follar en plenitud.

»Eso fue el último instante en el que pensé en ti. En cuanto tuve su polla dentro mi boca, sentí mi mente evadirse, sentí por todo mi cuerpo lo que sucedería y una sensación de felicidad me embriagó hasta ahora.

Mi mujer ya sonreía y lo más curioso, asentía a los comentarios de mi cuñada con total consentimiento. Para mi sorpresa, paró y se sacó la mano de sus bragas. Se levantó y acercándose a nosotros, se arrodilló frente a mí, cogió mi polla con sus manos, acariciando los dedos de mi cuñada, y sacando su lengua empezó a chupármela. Poco a poco y guiada por la mano de mi cuñada sobre su cabeza se la metió por completo y comió con toda la maestría que ella sabía.

—Y dios, hermana, cómo me ha follado tu maridito. Después de correrme desesperadamente en su boca mientras me comía entera, sentí por fin su polla llenándome por completo, sus manos apretando mis tetas, marcando mi culo. Su cadera y sus huevos chocando contra mí, su ritmo fuerte y delicado al mismo tiempo, sus labios comiéndome la boca, besando mi cuello y espalda, acabaron por fin con todos mis límites y tuve la mejor corrida de mi vida mientras derramaba su leche caliente dentro mí.

Mi mujer, salida como una zorra, moviendo su culo desesperada, necesitada de follar, se separó de mi polla mientras se levantaba, se bajaba las bragas hasta quitárselas y se sentó sobre mí, metiéndose la polla con facilidad dado los flujos que mojaban su coño. Entre gemidos me follaba al mismo tiempo que mi cuñada seguía hablando y acariciaba el culo de mi mujer, sus tetas y su cuerpo.

—Tras eso, éramos dos amantes en celo y hemos pasado todo el día follando. No te importa, ¿verdad hermana? —preguntó Silvia a mi mujer.

—Ahhhh, nooooo, cariño, noooooo. —mi mujer era casi incapaz de hablar mientras me follaba— Pero, pero, ahhhhhh, qué bieeeeeen, ¿por qué has tardado tantooooooooo? Te lo llevo diciendo años. Ahhhhh, me corro, siiiiiiiiii —mi mujer se corrió arqueando su espalda tanto como podía para controlar sus convulsiones.

—Sí, mi amor, córrete a placer, disfruta de esta maravillosa polla, pero tú, cuñado, ni se te ocurra correrte dentro de ella. Quiero sentir tu leche dentro mí y quiero que me embaraces, quiero daros un hijo mío, tuyo, nuestro.

Mi mujer, ya relajada, se levantó y dejó sitio a su hermana. Antes de que mi cuñada empezara, mi mujer voluntariamente le bajó las bragas, le besó en su estómago, palpó su coño comprobando lo mojada que estaba y casi la empujó para que se sentara sobre mi polla. Mi cuñada me folló alternando besos en mis labios y caricias y ánimos de mi mujer. Me corrí al mismo tiempo que mi cuñada gritaba su orgasmo, derramando mi semen dentro de ella, feliz junto a mi mujer de hacerle un hijo entre los dos.

Aquella noche nos fuimos a la cama los tres juntos, agotados y felices después de un día increíble. Al levantarnos, sentíamos la situación tan normal que nunca más hemos vuelto a hablar del tema.

La vida nos ha cambiado a los tres, pero no podemos ser más felices. Ellas viven juntas en casa, se encargan de la niña y nuestro recién nacido. Cuando estamos en casa, tras acostar a los niños, los tres nos juntamos en el sofá para hablar de nuestras cosas, ellas la mayoría de las veces únicamente en camiseta y bragas. Mientras hablamos, lo más normal es que una de las dos empiece por sobarme la polla, la otra se entretenga masturbándose y al final acabe follándome primero a una de las dos en el sofá o la alfombra, y a la otra ya en la cama antes de dormir. Eso sí, siempre me corro dentro de mi cuñada porque queremos tener más hijos.