La putita maricona de mis amigos (1)

Cómo cambió mi vida cuando pasé de ser amigo de mis amigos a putita de mis amigos.

Mi nombre es Daniel, tengo 35 años y físicamente soy alguien del montón. No soy especialmente atlético ni especialmente obeso, tampoco especialmente guapo ni especialmente feo. Digamos que soy muy normalito. Sin embargo hay una característica física que creo ha marcado mi sexualidad: mi pene. Es bastante chiquito, como de unos 9 centímetros, y eso me ha avergonzado siempre a la hora de entablar relaciones con las mujeres.

La historia que contaré empezó hace unos meses. Estaba tomándome una copa en un local de mi ciudad con mi amigo Pablo, un chico bajito, moreno y muy fuerte. Él es muy tímido con las chicas así que ninguno tenemos novia y solemos terminar las noches juntos charlando cuando el resto de la pandilla se ha ido con sus parejas. Los dos habíamos bebido bastante esa noche y estábamos algo contentos, especialmente él. Como ya era tarde decidimos volver a casa, así que subimos a mi coche y le acerqué a su casa. Él vive en una zona apartada, oscura y con muy pocos vecinos. Cuando paré junto a su casa Pablo no bajo rápidamente del coche como de costumbre sino que empezó a conversar:

  • Otra noche sin mojar, Dani - me dijo.

  • Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Ya habrá más suerte otro día.

  • Pero yo empiezo a perder la esperanza ya. Y tengo unas ganas de follar increíbles.

  • Pues mira, ahora te pones una peli porno y te haces un buen pajote que seguro que te relaja. - dije riendo.

  • Estoy harto ya de pajas, necesito ya una hembra. O un agujero donde meterla, sea de hembra o no.

Esto último lo dijo de una forma especial. Me empecé a sentir incómodo con la charla así que dije:

  • Venga, que ya es muy tarde. Tira para casa y duerme la mona un rato.

  • ¿Y si me haces un buen favor de amigo? Mira como la tengo, joder. - dijo sobándose el paquete.

Miré y pude ver un bulto increíble en su pantalón. Siempre presumía de tener una polla grande, y parecía que en realidad así era.

  • Ya está bien con la broma, Pablo, que tengo ganas de irme a casa. Venga, baja. - le dije.

  • Venga, coño, por lo menos me podías hacer una paja. - dijo cogiéndome con fuerza del brazo e intentando llevar mi mano a su paquete.

  • Quita, joder, ¿estás tonto o qué? - le dije revolviéndome.

No sé si fue por la borrachera pero de repente Pablo se puso iracundo. Me cogió del cuello con fuerza y me dijo:

  • Mira, Danielito, estoy muy caliente y tú me vas a ayudar quieras o no. Así que si no te quieres llevar dos hostias más te vale que me comas la polla ahora mismo, ¿entiendes?

  • Suéltame, imbécil, pero ¿tú de qué vas? - le dije sorprendido.

La contestación fue un terrible puñetazo en la cara que me dejó aturdido. Y en seguida sentí como me agarró del pelo y empujó mi cabeza hacia abajo presionándome la cara contra su bragueta. Sentía la dureza de su rabo contra mi boca y mi nariz y casi no podía respirar. Noté como movía su pelvis para apretar su verga contra mi cara. Yo estaba muy asustado pero también noté que me agradaba aquella sensación de sumisión.

Me soltó la cabeza y me incorporé. Me quede paralizado mirándole. Pablo no perdió el tiempo y rápidamente sacó su verga erecta del pantalón. Era increíble. Su polla no era muy larga, tendría unos 15 centímetros pero era muy, muy ancha. Me cogió de nuevo del brazo y acercó mi mano a su instrumento.

  • Vamos, pajeame, maricón. - me dijo.

  • Pero, Pablo... - mi frase quedó cortada por un tremendo bofetón.

Acobardado agarré su polla y comencé a pajearle lentamente. La verdad es que me estremecía tener aquello en mi mano. Pablo volvió a agarrarme del pelo para intentar que se la chupase. Yo intenté resistir pero era mucho más fuerte que yo.

  • Chupa, joder, chupa - me gritaba.

Yo mantenía la boca cerrada así que me pinzó la nariz con los dedos para cortarme la respiración. Su estratagema funcionó y tuve que abrir la boca para tomar oxígeno, momento que él aprovechó para hundir su rabo en mi boca. Sentí toda la boca llena, Pablo se dedicaba a darme empellones que hacían que su glande tocara mi garganta mientras seguía apretándo mi cabeza hacia abajo.

Pasamos así un par de minutos, yo resistiéndome y el forzándome. Pero para mí sorpresa y la suya, aquello la verdad es que me empezó a gustar y comencé a succionar aquella enorme polla.

  • Qué puto maricón eres, Dani, te está gustando. - dijo - Así zorrita, cómeme la polla, marica.

Yo estaba ya como loco. Empecé a masajear sus testículos, que eran también muy grandes, con una mano mientras que con la otra pajeaba esa delicia que tenía entre los labios. Pablo relajó la mano que agarraba mi cabeza y se dedicó a disfrutar de la mamada que le estaba propinando el marica de su amigo, yo. Mi pequeña pollita estaba dura como una piedra y en un momento noté que me corría. No lo podía creer, me había corrido sin ni siquiera tocarme. Solté un gemido con su rabo en la boca mientras me corría y eso puso a Pablo tremendamente cachondo. Volvió a presionar mi cabeza, esta vez con las dos manos, a la vez que comenzaba un metesaca brutal en mi boca, y en unos segundos se corrió abundantemente en mi garganta mientras gemía y me gritaba todo tipo de insultos. Su semen era muy viscoso, debía llevar un buen tiempo sin correrse, y me dio un poco de asco pero no me quedó otro remedio que tragarme casi todo ya que seguía forzando mi cabeza contra su pollón.

Al rato dejó de sujetarme, recogío el semen que embadurnaba su polla y que yo no había conseguido tragarme y se limpió la mano en mi pelo con desprecio. Intenté volver a acariciarle esos maravillosos huevos pero el me retiró la mano bruscamente.

  • Vaya un puto maricón - me dijo y me escupió a la cara bajándose acto seguido del coche y yendo hacia la puerta de su casa.

Bajé la ventanilla del coche y medio llorando dije:

  • Pablo, por favor... quiero más...

(Continuará)