La Putita en Casa

Como una madre y su hija comienzan una relación sexual dado la necesidad que tenían ambas de sexo.

Por razones que no vienen al caso ahora, mi hija y yo terminamos compartiendo casa con una pareja muy religiosa que eran amigos mios. Ella tenía mi edad 34 años, y el era un poco mayor, tenía 40 pero todos parecíamos de la misma edad, excepto mi hija que tenía 19. Mi hija y yo nos sentíamos muy bien en esta casa y estábamos super agradecidas de que nos hubiésen tendido la mano cuando más lo necesitábamos y como no teníamos dinero, págabamos limpiando la casa y asistiéndo a la iglesia como ellos querían, eran protestantes y muy fanáticos. Se habían conocido cuando ella fue de misionera a Africa, se enamoraron y a partir de ahí siguieron ambos sirviendo al Señor como ella dice. Ella era preciosa, pelirroja con ojos azules y el era negro, alto y fuerte. Nosotras tampoco estabamos mal. Mi hija era delgadita y pequeñita, morena con el pelo largo hasta la cintura y negro. Tenía unas tetitas respingonas y un buen culo. Algo de tripita que con un poco de ejercicio se le iría y una boquita mamadora donde las haya. Yo, era un poco más alta que ella, también morena, pero con el pelo cortito. Era generosa de pecho, de culo y de coño. Siempre me decían que tenía el coño más grande que hubiésen visto jamás.

Yo no se lo había contado a nadie pero desde hacía años, casi desde que tuve a mi hija producto de un rollo de una noche, que era lesbiana. Me daban asco las pollas. Dada nuestra situación económica, hacía tiempo que no podía salir a divertirme y por lo tanto hacía tiempo que no me comía un coño rico. Todo coincidió con la mudanza a la casa de esta familia cuando mi hija y yo comenzamos a compartir la misma habitación y la misma cama, que comencé a ver lo buena que estaba mi hijita. Por las mismas razones que yo, ella tenía tiempo sin novio ya que la situación le había afectado y no tenía deseos de nada, o al menos eso decía ella. Tanto mi hija como yo eramos muy calentorras, yo sé que ella lo era también porque espiaba sus conversaciones con sus colegas y más de una vez me masturbé oyéndo lo que la muy putita de mi hija le decía a sus “amigos”. También, en ocasiones en las que ella creía que aún dormía, la sentía tocándose y corriéndose como perra al lado mío. Pensaba en lo que estaría imaginándo para calentarse a si misma y rogaba porque fuera conmigo con quien estuviese poniéndose morada a polvos solitarios.Así que con lo calentorra que era, yo sabía que tenía que estar subiéndose por las paredes y pensaba que era sólo cuestión de tiempo a que me dejara “ayudarla” con su calentura y de paso, ayudarme con la mía.

Esta pareja con la que vivíamos, se iba muy temprano a trabajar y no regresaban hasta pasadas las seis de la tarde. El trabajo les quedaba lejos y ambos salían a las cinco, con lo cual les tomaba más de una hora en regresar a la casa. Mi hija estaba buscando trabajo al igual que yo y nos quedábamos en la casa a solas cuando ellos se iban, y ahí comenzó todo. Un día por la mañana, yo salí porque tenía que comprar unas medias para ir a una entrevista de trabajo que tenía por al día siguiente y dejé a mi hija sola en la casa. Pero, como soy muy puta y se me hacía la boca agua por el coño de Irene, volví a la casa luego de unos cinco minutos de haber salido. Abrí la puerta despacito y la oí como gemía. Me fui acercando y los gemidos se hacían más intensos y en el ambiente se sentía el olor a coño de puta. Abrí la puerta de repente y ahí estaba ella con las manos en la masa. Se puso de todos los colores y le dije, tranquila cariño. Sé que eres tan caliente como yo y estás tan necesitada como yo. Si quieres te puedo hacer gozar mucho más que si te masturbas tu sola.

-Mamá pero ¿qué me estás contando? Y se disponía a levantarse de la cama y a ponerse la ropa. En mis escuchas de sus conversaciones por teléfono con sus amigos, había escuchado en más de una ocasión como ella quería sentirse dominada y me recordé en ese momento y le dije.

-quieta perra, abre las patas y muestrame ese coño encharcado que tienes puta.

Ella se quedó con la boca abierta y obedeció con miedo. Yo me quité la ropa y me acerqué a ella y la agarré por el pelo y le llevé la cara a mi coño y le dije, cuando termine contigo perra, me vas a rogar que te deje comerme el coño. A ella se le notaba en la cara el miedo, la curiosidad y la mirada de vicio. Le metí un dedo en el coño y estaba empapado, y ahí el mío también se encharcó al ver que tenía a una putita delante y mis deseos se iban a ver cumplidos. Se me hacía la boca agua y no pude resistirme más, me acerqué y me metí de cabeza en ese coño como el que va a la gloria.

Yo tenía un piercing en la lengua que me puse deliveradamente ese día porque sabía que esto iba a pasar. En el momento que mi lengua tocó su coño, la putita de mi hija comenzó a gemir como lo que era, una perrita en celo. Le metí la lengua hasta el fondo, buscando sus puntos de placer y con la manó me fui ayudando a llevala al extasis. Cuando se corrió la primera vez, en mi boca, me corrí yo inmediatamente después. Me bebí sus jugos y seguí comiéndola, mordiéndola, escupiéndola, follándola con mi lengua. Tenía tanta hambre de coño que no podía parar. Ella se notaba sorprendida de todo lo que estaba gozándo, avergonzada y al mismo tiempo muy excitada. Sé que era todo nuevo para ella, pero también estaba segura que no sería la última vez que lo haríamos. Mi coño estaba chorreando como un grifo y cuando la había dejado seca, me levanté y até sus manos con el cable del ordenador y me le senté encima hasta que llegué a su cara. Puse mi coño en su cara, la agarré del pelo y la orden fue… -Come perra! Ella no tenía experiencia comiendo coños pero con la clase magistral que le había dado y el pelo atado en corto, no le quedaba otro remedio. Timidamente me comió el coño al principio y ya para el tercer orgasmo, era una experta. Cuando me dejó seca, me acosté a su lado y comencé a lamer todos mis jugos de su cara y su boca. Besándo si que tenía experiencia, pues nos besamos salvajemente hasta que nos calentamos de nuevo y vuelta a empezar. No nos habíamos dado cuenta, pero Los dueños de la casa habían llegado y nos estaban viendo mientras follábamos.

Cuando nos dimos cuenta, nos asustamos y paramos. Nos miraron con mirada desaprobatoria y ella comenzó a hablar. –Esto que estáis haciendo es inacepable en una casa cristiana. No vamos a tolerar este comportamiento y ahora mismo os ponéis ropa y vamos a orar para sacar esos demonios que lleváis dentro que os hacen cometer semejantes pecados. Sin rechistar nos vestimos y fuimos a la sala dónde nos esperaban los dos y dónde estuvieron más de una hora reprendiéndo al diablo que se nos había metido en el alma. –De ahora en adelante dormiréis en habitaciones separadas y buscar trabajo rápido porque no quiero esta presencia demoniaca en mi casa. No las hecho a la calle porque mi naturaleza cristiana no me lo permite. A mi me arreglaron otra habitación y a partir de ahí, dormímos por separado pero por las mañanas cuando se iban, mi hijita venía a mi cuarto y follábamos como locas. Todos los días cuando ellos llegaban del trabajo, nos llevaban a la sala y se ponían a orar y hablar en lenguas supuestamente para sacarnos el diablo de adentro. Yo le decía a mi hija cuando estabamos solas que pusiése la mente en blanco cuando ellos estaban orando y que no se dejara lavar el cerebro. Que nosotras no estabamos haciendo nada malo y que ellos no lo entendían. Tanto mi hija como yo teníamos ordenador y yo comencé a buscar música con mensajes subliminales satánicos y sexuales para oir las dos cuando ellos no estaban  y así mantenernos estables en nuestros deseos. En un par de semanas más, las dos encontramos trabajo y ahora era cuestión de ahorrar para alquilar un apartamento pequeño. Mientras el tiempo fue pasando, yo notaba que ellos se iban debilitando, que nuestras mentes eran más fuertes y que se estaban dando por vencidos porque no podían con nosotras. Decían que se sentían contentos porque pronto ibamos a tener nuestra propia casa, pero al mismo tiempo preocupados de que nos entregáramos a las mismas actividades. Las charlas eran interminables pero no hacían mella en nosotras, en ellos por el contrario, se les notaba el agotamiento. El día llegó en el que nos ibamos a mudar y nos encontramos mi hija y yo con una excitante sorpresa.

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