La putita disfruta
Sus gemidos traspasaban los muros de aquel cuarto de citas. Una chica de renta, un hombre que la disfruta, una historia más que contar desde dos puntos de vista.
La putita disfruta
No soy muy dado al sexo de renta, no me he visto precisado de buscar putas de alquiler, hace mucho, desde la época de la adolescencia, cuando la curiosidad me llevó a iniciarme con una. Nada resaltante, son muy pocas las que trabajan con cariño y devoción y pronto se da cuenta uno que es: "a lo que vamos nene y ya". Así que después de esos pasos peregrinos, me alejé del negocio y me dediqué a cosechar para poder sembrar. En sentido literal.
Sin embargo, me encontraba yo en una época de vacas flacas, venía de terminar con una relación larga y comprometida y no quería saber nada de enlaces y asuntos sentimentales. Por lo que, me asesoré con algunos amigos y pronto di con un sitio discreto y aseado, con buenas chicas, al cual comencé a ir.
La primera vez, me atendió una señorita con un vestido ajustado, que no dejaba nada a la imaginación. Grandes pechos y unas caderas de infarto, sobresalían con facilidad del minúsculo vestido que portaba, saltando a la vista del menos acucioso. Ella era la responsable y tenía bajo su cuidado una media docena de privados y casi el mismo número de chicas. Me hizo las preguntas que se estilan en el caso, preferencias, precio, etc.
-Algo bonito y especial. Le dije, sin mucha esperanza de ver satisfecho mi deseo.
- Tengo lo que buscas, me contestó y me dijo el precio.
Pagué lo requerido, y me dijo que la acompañara, pasamos por varias puertas en un pasillo, y se detuvo frente a una de ellas, me indicó que pasara, y así lo hice. Y allí estaba.
Era realmente una chica muy especial, un cuerpo adolescente, una carita inocente, mirándome desde la cama, con un brevísimo atuendo. Le di las gracias a la recepcionista, y esta se retiró.
Miré a la muchacha de la cama, y me impresionó la claridad de su rostro y la mirada. Estaba vestida con un breve camisón, que en realidad no tapaba nada, se lo sacó, y con un movimiento de los ojos, me invitó a ir a su lado. Me desvestí apresuradamente, y ya a su lado la abracé, me gustó la textura de su piel, suave, muy suave, le acaricié el rostro y el cuello, y mis manos se dirigieron a sus pechos. Redondos y firmes, con la tersura y naturalidad de un cuerpo veinteañero.
Fui descubriendo palmo a palmo su piel, las prisas me condujeron rápidamente a la entrada de su sexo, el cual ausente de vellos invitaba a ser tocado. La chiquilla se dejaba hacer, mientras mis labios buscaban despertar en ella la excitación. No me bastaba con poseerla, deseaba demostrarme que podía hacerla disfrutar.
Tomándola de la fineza de su talle, la senté sobre mí para besarla, poseerla lentamente, incitarla, sacrificar la mayor parte del tiempo en excitarla y así poder disfrutarla como deseaba. Valía la pena. En los capullos de sus senos me prendí y bebí el néctar delicioso de la juventud pasada, sus senos tersos y firmes, se ofrecían a mi boca entre gemidos extraños en una casa de cita. Acariciaba y apretaba, mientras la joven no cesaba de restregar su sexo en mi pierna, movimiento de caderas prometedor. Mis manos a sus nalgas, como pinzas, separando los melones, de una gruta conocida y transitada. Un tour que ya había pagado y que me preparaba a gozar. Y ella, desaforada en gemidos y los rumores que se agolpaban contra la pared
¿Una puta que disfruta?, se preguntaban los que escuchaban. Y nosotros ausentes y embebidos de nuestras propias tramas, seguimos paso a paso el plan que me había trazado. De nuevo mi mano hurgando su sexo y la humedad creciente y cálida que invitaba a buscar cobijo entre las piernas de Diosa de la chiquilla de alquiler.
Y la pose sobre la cama, y con mis besos aumenté la humedad ya pronunciada, escupí en su coño y clavé en ella mi lengua y mis dedos, masturbando el destino prometido, al cual no tendría acceso sin el pago debido. La punta de mi lengua, tropezó con su dureza escondida, que como perla, se encontraba en medio de la concha de la almeja. Otro jadeo y llegó el momento. Acerqué a su sexo mi ariete y empujé de un envión toda mi fuerza. La sabia cierta, entregada, deseando el bombeo insistente de mis caderas, chocando con su pelvis, aporreando su vulva adolescente.
Mi peso recostado sobre el cuerpo de arlequín y yo decidido a sacar lo máximo por la inversión, decidí verla moverse al cabalgarme. Me tiré a su lado, nos entendimos fácilmente, se posó sobre mí, buscando mis labios. Los de ella estaban secos de excitación, los relamí con deseo desmedido. Y entonces, engulló con su sexo el mío y como amazona en plena pradera cabalgó con destreza por colinas de placer, sus senos al aire, dando saltitos, apuntaban en mis manos al compas del movimiento. Mis gemidos y los de ella, unidos acompasados y el silencio alrededor, agudizando el oído y preguntando en su cabeza, cada vez con más insistencia:
- ¿"la putita disfruta"?
◊◊◊
En la cabeza de ella
"Otro día más, otro cliente, apenas me ha dado tiempo de asearme. Dos clientes más y habré hecho la noche. Necesito la pasta para pagar mi apartamento, la universidad, detesto ser pobre.
La dueña del lugar me reclutó en una disco, hablamos, me presentó un par de tipos y aquí estoy. Pensaba que sería fácil, por naturaleza, yo era una joven caliente. Cinco clientes por noche, no creí que fuera difícil. Me equivoqué. La excitación no llega ni con el primero, no llega aun con el último. Cada uno viene hace su asunto y ya, piden, exigen, pagan esa es la consigna. Y yo abro las piernas y espero 660 segundos a que terminen, sonrío y los veo irse.
Pero hoy, entró un hombre dispuesto a hacerme disfrutar, me brindo el placer de sus caricias, de sus besos, lleno mi copa de deseo, en medio de sus caricias, me descubrí gimiendo, gozando. Mi sexo despertó al latido, se humedeció de nuevo, vibró en la espera de ser poseído, consumido. Disfrutado. Abrí las piernas ansiosas y las manos que jugaron con mis labios, buscaban avivar el ardor de mis años. Sintiéndome putita, sintiéndome mujer en pleno celo con un macho que se dio el tiempo de encenderme. Será que esto nos pasa a todas las mujeres, todas somos medio zorras en ciertos momentos de la vida. No estaba para disertaciones, mi cuerpo pedía ser y el verbo, el único verbo era estar. A cada embestida, alzaba mis caderas, ansiosa como gata levantando las pompas. Sus manos en mis nalgas, aproximando los cuerpos, alborotaban temblores. Mis uñas clavadas en su espalda, respiración agitada y besos secos que se encienden en la saliva del ser que me alquila. Los minutos ahora se cuelan, no son espesos, marchan agiles por las manecillas y yo deseo detenerlos, que dure más este cliente, que dure. Me da vuelta, lo cabalgo y en un subir y bajar de caderas, mi vientre lo espera y mis senos se escurren entre sus dedos, de mi seno a la cadera, sus manos recorren en un vaivén, cada centímetro de mi torso juvenil.
Y los gemidos inundan la habitación, traspasan los muros y llegan al tejado en un clímax excesivo para un sitio de renta. Y por un momento, un estallido en mí me hace olvidar dónde estoy, quien soy y soy mujer. Luego, me deshago en su pecho, de amante desconocido y agradezco dulcemente el momento compartido.
Luego, risas, un cigarro y se acabó su turno.
Volveré el jueves, chiquilla -me dice. Siento alegría y ternura en sus palabras.
Te espero galán y le guiño el ojo. Digo con picardía renovada.
Y salto eufórica hacia al baño, dispuesta a prepararme para el próximo cliente, el último de esta noche. Con una avidez de macho en el coño".