La puta y el cornudo
Tenías dudas. Eso me dijiste. Fantaseabas con ser una sumisa zorra, puta y perra, pero tenías miedo de fracasar, de no poder soportarlo. Me llamó tu marido al teléfono y me dijo que su mujer era sumisa, y que quería emputecerla un poco porque él también era algo sumiso y quería verla emputecida con otro macho. Le dije que sí, pero quería antes hablar con ella. Nos escribimos.
La puta y el cornudo
Me contó sus fantasías, la de estar como una perra salida al servicio de los demás para ser usada, manoseada y estar siempre abierta para el uso y disfrute de los demás, porque "mi placer es ver que los demás lo tienen al usarme". Eso me dijiste. No tenías experiencias. Habíais acudido a un club swinger de Murcia, ubicado en la carretera de Santomera (Murcia) que se llama el 7º Cielo, pero no habías hecho nada. Os habías quedado en la barra sin entrar a más. Cuando alguna pareja o chico se os acercaba o la relacione públicas del local os presentaba a alguien, vosotros contestabais amablemente, pero sin mucho interés. Tenías curiosidad y ganas, pero también temor.
Quizás por eso tu marido me llamó a mí. No lo sé, pero tras darme tu correo me escribí contigo y hablamos. Me contaste tus fantasías y quedamos para vernos en un hotel de Murcia. Yo hablé con tu marido y también supe lo que quería. Le iba sentirse cornudo consentido, pero que no lo humillarán ni se lo dijeran. Sólo sentirse. Saber que lo era, pero para sí mismo. Así que dejamos al lado los cuernos, la humillación y lo enfocamos por el lado vainilla de los cuernos. Porque hay muchos hombres que les gusta sentirse cornudo, pero nada más. Sin sumisión, ni humillación. Me dijiste que lo querías así y lo acepté. Me pareció muy sensato. Además erías personas adultas, pero educadas y cultas. Y quedamos en un hotel.
Cuando llegué a la habitación ella estaba a cuatro patas, con la falda levantada y ofreciendo el culo hacia la puerta, de tal forma que lo primero que vi fue su culo con tanga. Un culo protuberante y duro, que le aparecía muy hermoso con el tanga. Tú estabas sentado y te levantaste para saludarme y darme la bienvenida con un apretón de manos. Ya habíamos hablado, sabías los que tenías y querías hacer. Así que levantaste a tu mujer y vi que llevaba una fusta en la boca atrapada entre sus dientes.
Y allí se quedó de rodillas con la fusta en la boca, hasta que le cogiste las tetas por debajo y las levantaste para ofrecérmelas. Me gusto ese detalle porque no estaba previsto. Y luego la fuiste desnudando para mí, quitándole la blusa, el sujetador y dejándola solo con el tanga, el liguero y las medidas con zapatos de alto y fino tacón. Volviste a cogerle las tetas y a ofrecérmelas.
Toma, chúpalas que estas tetas de la puta son tuyas. Díselo, cariño, dile a tu Amo que son de él.
Si Amo, son tuyas para que las chupes, las lamas, las muerdas o les pongas tus anillos -me dijiste tú excitada.
Y luego tu marido te fue quitando el resto de la ropa, te desvestía para que yo pudiera gozarte y usarte a mi antojo y capricho. De eso se trataba. Él mismo te ató las manos a la cama y te dejó allí ofrecida, expuesta y abierta para ser usada por mí. Te miré y vi que gozabas, que te excitaba estar atada, que era lo que deseabas, pero no. Yo no quería ataduras. Quería que te sintieras puta, perra y zorra sin estar atada. Estando libre. Que te ofrecieras siendo libre como eras, de forma voluntaria. Y te desaté, y tú te quedaste allí en la misma postura. De eso se trataba. De que tu entrega fuera libre.
No me desates, Amo, por favor. Sé que soy libre, pero me excita más estar atada, indefensa. Así que te volví a atar, me desnudé, me eche sobre la cama a tu lado y te besé, mientras tocaba tus tetas, te sobaba todo el cuerpo, mientras tu marido se arrodillaba junto a la cama y te lamía el coño para excitarte.
¿Te gusta que tu marido te lama para que estés más mojada para mi y pueda follarte mejor?
Si, Amo, pero ya estaba mojada cuando venía hacia aquí en el coche. Ahora estoy superexcitada. Necesito que me folles, por favor.
Todavía no, te dije. Tu marido todavía tenía que lamerte el coño bien lamido para prepararte para mí, para excitarte y que yo pudiera follarte mejor. Y cuando vi por tus gestos, por la pasión de tus besos que te ibas a correr, me levanté, te desaté, me quité la correa, te di la vuelta y te dejé con el culo a la vista.
- Sí, Amo, azota a tu zorra, por favor. Te lo suplico.
Y te azoté el culo sin mucha fuerza pues eras nueva y no quería lastimarte, pero tu me pedite que te diera más fuerte y eso fui haciendo.
- Más fuerte, Amo, no tengas miedo, te lo suplico.
Y eso hice, pero cuando vi que estaba rojo dejé la correa y te di la vuelta. El lugar que había ocupado tu coño en la sábana estaba mojado, te habías corrido mientras te azotaba el culo. Así que te puse a cuatro patas y cogí un condón para ponérmelo, pero tu marido me paró, me lo quitó de las manos, me dijo que siguiera contigo y cuando estaba detrás de ti me lo puso en la polla.
- Gracias -me dijo mientras te cogía los glúteos para abrírtelos para mí y ofrecerte para que te follara.
Y te metí la polla en el coño para follarte como una zorra, como la puta que eras y querías ser. Como una perra salida.
- Fóllame, Amo. No tengas piedad. Quiero notar tu polla hasta en mi útero -me suplicabas, mientras tu marido se puso debajo de ti y comenzó a lamerte el coño que yo me follaba, sin que pudiera evitar que alguna lamida me diera a mi en la polla. No soy homosexual, pero no me importó que él lo hiciera por lo que significa, por el morbo del momento. Así que me corrí cuando vi que tú ya lo había hecho varias veces, porque eres multiorgásmica, como buena puta.
Mi sorpresa fue cuando tu marido se lanzó hacia tu coño y comenzó a lamerlo para dejarlo bien limpito. Y eso hizo de nuevo cuando te follé de nuevo en el suelo y en el cuarto de baño. Pero me sorprendió aún más cuando él se quito el cinturón del pantalón y me lo dió.
- Azota a la perra. Creo que es una mala puta y hay que emputecerla aún más.
Y yo cogí la correo y te pregunte si querías que te azotara el culo por ser tan zorra. O mejor dicho, por no haber sido tan puta zorra como nos habías prometido.
- Sí, castígame, por favor, porque no he sido todo lo puta que debo ser, todo lo perra que llevo dentro. Quiero ser más perra y ser más emputecida -me suplicaste.
Y te azoté el culo con mi correa, mientras tu lo sacabas más para ofrecerlo mejor al castigo. Me sorprendí cuando terminé la tanda y tú me pediste más.
- Azótame más, Amo, que no he sido una buena puta y quiero ser emputecida aún más.
Y te di otra tanda, aunque paré de inmediato cuando me suplicaste que te diera otra. Ahí mandaba yo y no te iba a permitir que tú decidieras y mandaras. Estaba cansado y nos quedamos durmiendo abrazados los dos, mientras tu marido bajaba a por el coche. Nos despertó los bocinazos de él que ya estaba aparcado en la acera. Y te dije que te vistieras con la minifalda que ya llevabas, pero que la subieras aún más para enseñar los muslazos. Y bajamos a la calle, subimos al coche y te metí mano y nos morreamos de nuevo, mientras tu marido miraba por el espejo retrovisor.
- Lleva cuidado y no mires mucho por el espejo porque podemos tener un accidente -le sugerí.
Pero él no dejaba de mirar como te morreaba, como te tocaba las tetas, los muslos el coño y cómo tú me chupabas la polla.
- Me gusta lamerte los huevos, mi Amo. Me encanta. Me siento más emputecida.
Lo sé, cariño, pero ahora lo vas a ser de verdad. Ya veremos cómo te comportas. Y seguiste chupándome los huevos y la polla, mientras tu marido miraba por el espejo retrovisor y nos llevaba a las afueras, a una zona en la que las putas hacen la carrera, es decir, la carretera, en los aledaños de una gasolinera.
Y cuando llegamos te dije al oído que sacaras el cuerpo por la ventanilla y te ofrecieras al primer tío que te gustara. Gratis. Y tú sacaste medio cuerpo, miraste a los clientes y cuando viste a unos jóvenes que salían de comprar licores de la tienda de la gasolinera, los llamaste y les preguntaste si querían que les chuparas la polla. Gratis, añadiste.
Y no sólo dijeron que sí, sino que fueron detrás del coche hacía una zona más apartada y oscura y allí se pusieron en fila con los pantalones bajando para que tú fueras chupándoles las pollas a todos, mientras tu marido salía del coche y se masturbaba mirando como su mujercita hacía de puta, se la chupaba a uno, se tragaba su semen y cogía la polla del siguiente.
Eran 5 jóvenes salidos y potentes, así que estuviste más de una hora chupándoles la polla uno a uno, aunque a veces cogías a dos a la vez. Mientras tanto yo te pellizcaba los pezones, te hacía daño, eso creía, pero como no parabas de gemir con las pollas en la boca supuse que te gustaba, porque tenías el coño mojado y habías encharcado la tapicería del coche. Y cuando tu marido se hubo corrido por última vez, me hizo gestos para que nos fuéramos. Y no precisamente porque se hubiera cansado, sino porque había visto venir un coche de policía. Y lo dejamos. Regresamos a la ciudad y quedamos para otro día, pero esa es otra historia.