La puta, el puto y yo (1)
Varios relatos encadenado en una misma historia. (1 de 6)
ELLA (Primero)
La conocí en circunstancias especiales. Una noche en que me hallaba plácidamente frente a mi computadora, en una sala de Chat dominada por gente de la ciudad capital, no muy distante de la mía, charlando amigablemente, cuando surgió una llamada de auxilio, cosa no muy extraña en la pantalla. Lo que me hizo sentir curiosidad fue que era de mi ciudad, y aunque siempre creí que eran solo bromas de mal gusto, contesté.
Contaba que era una mujer de 20 años, que nada en la vida le salía, que estaba desesperada y se quería matar. Por mi parte tomaba sus dichos como una mala broma, pero como nada mejor tenía para hacer le fui brindando atención. Pasamos a un privado, y aunque lo que me contaba no era nada del otro mundo, de a poco fui creyendo que su angustia no era fingida.
Para cuando se tranquilizó algo, y parecía que razonaba mejor, nos despedimos. Al otro día encontré un mensaje suyo, diciéndome que la había ayudado mucho, y que quería seguir en contacto conmigo. De a poco fui conociéndola, siempre cibernéticamente, y me fue contando su existencia. El resumen para no aburrirlos, es que es una chica muy maltratada por la vida, y que se gana el pan con el más antiguo de nos oficios.
Habrá pasado un año hasta que la conocí personalmente, antes de eso, ni por fotos. Me había aclarado mil veces que lo que quería de mi era una amistad, que hombres eran los que sobraban en su cama. Yo siempre respeté eso, hasta el momento que la vi.
Describirla es desmerecerla, pero pocas mujeres me han gustado tanto como ella. Alta, morena de largo y moreno pelo, ojos color miel, una cara bellísima, que corona unos labios muy carnosos y rojos. Su cuerpo, espectacular, Nada demasiado grande o desproporcionado, todo en justa y precisa medida.
Conversamos mucho, casi siempre sobre ella, Daniela. Algún matiz de mi vida dejé escapar, pero el menor posible. Los temas eran comunes, ya sabía todo sobre ella. Reconozco que no pude concentrarme del todo, y que aprovechaba cada instante para mirarla.
No me mentí, ni a ella. El solo hecho de verla y conocer su oficio desató todos mis ratones aunque me esforcé porque ello no suceda. Ella rió cristalinamente, y me invitó a ir a su sitio. En el camino me contó que allí nunca trabajaba, y que por lo tanto, lo que fuera a suceder, sería gratis. Reconozco que ella, a pesar de su corta edad, manejaba mucho mejor la situación que yo con mis cuarenta años de experiencia.
Al llegar me invitó una copa, y nos sentamos a seguir charlando. Al darme cuenta que ella se desenvolvía con mayor naturalidad, dejé que llevara las cosas a destino. Me encontraba en una rara dualidad de saber que me encontraba con una puta sumamente deseable y una buena amiga sumamente excitante.
Al poco rato, tomo mi copa de mi mano, y con suavidad y sutileza la apoyó en el suelo y se sentó sobre mi regazo. Nos miramos fijamente a los ojos, y los de ella se tornaron de serios a pícaros, hasta que los cerró y lentamente acercó su labios a los míos. Sus brazos se cerraron en torno a ni nuca, y los míos, inquietos, en torno a su cintura. Fue un beso suave, cálido, un primer beso bellísimo.
Nos besamos largo, aumentando la fuerza y el deseo. La levanté en vilo, y adivinando el dormitorio, la deposité en la cama. La fui desvistiendo y mimando al mismo tiempo, besando cada centímetro de piel que descubría. Me tardé una eternidad en hacerlo totalmente, pero el goce era tremendo. Ella repitió en mí el proceso, quedándose estancada en mi sexo. Lo lamía con una suavidad infinita, lo besaba, jugaba por momentos con su lengua, sorbía mis testículos delicadamente y para cuando le la introdujo totalmente en la boca, tuve miedo de acabar como un adolescente.
Al parecer Daniela percibió mi necesidad y felinamente se montó encima de mí y se fue penetrando con toda la lentitud posible. Mirar su cara repleta de placer, observar mi pene desaparecer en su vagina, en cámara lenta, acariciar sus senos, pellizcando delicadamente los pezones, todo al mismo tiempo, era de una sensualidad desconocida para mi.
Ella fue acelerando progresivamente sus vaivenes, y no se como pude aguantarme, pero esperé su orgasmo. No fue nada fatal, solo un nítido temblor, una irregularidad en sus movimientos, un largo suspiro. Me vine inmediatamente, en una explosión de gozo tan fuerte, que puedo decir que hasta dolió.
Daniela se corrió para un costado, para posar sus labios en mi pene, aún erecto para lamerlo hasta dejarlo inmaculado, de una manera tan sensual, que por poco tiempo, no logra sacarme más jugo. "Este fue un bonus por el placer recibido" me dijo cálidamente mientras descansaba su cabeza en mi hombro.
Fumamos un cigarrillo en silencio, el mío sabía maravillosamente. Cerré los ojos para respirar el aire cargado de olor a sexo. Sentí su calor, su aroma, su femineidad. Un inexperto lo hubiera confundido con amor.
Luego de un rato, miré la hora, era tiempo de regresar al hogar, Me pegué una ducha rápida, apresurada. Ella me acompañó desnuda aún hasta la puerta, me besó tiernamente, pegando su cuerpo al mío, provocándome una nueva erección. Lo siguiente fue un impulso, irreflexivo y animal.
La giré en vilo, recontándola sobre una mesa, y sin preámbulo la penetré salvajemente. Nada fue pausado o dulce, solo sexo. Logré hacerla primero gemir, luego gritar su pasión. La tenía asida por la cintura y sacando fuerzas de no se donde, taladrando literalmente su sexo. Logré arrancarle varios orgasmos, hasta el mío, vino tan intenso, que apenas extinguido, me obligó a caer de rodillas.
Daniela permaneció en la misma posición, y al recuperarme un poco pude ver su vagina, roja e inflamada, chorreando mi semen. Yo estaba empapado en traspiración, agitado y exhausto. Me preocupé de inmediato por mi aspecto para llegar a casa. Sin pensar en otra cosa me arreglé la ropa con rapidez, y antes de marcharme, como último y tonto gesto, besé dulcemente sus nalgas.
La imagen postrera de Daniela la guardaré en mi memoria para siempre. Estaba aún recostada en la mesa, sus brazos extendidos, asiendo el borde contrario. El culo en pompa, sus senos aplastados contra la mesa. No se había movido para nada, pero me había movido a mí de una manera extraordinaria.
Llegué tarde en la tarde a mi casa. Agradecido de que no hubiera nadie, volví a bañarme, rememorando lo que había vivido. Al salir d baño, me puse ropa cómoda, encendí mi computador para ver si había nuevos mensajes, y solo pude abrir uno. Era de ella, donde me decía que nunca pensó que podía sentir lo que había sentido, y que su puerta estaría siempre abierta, como amiga y como amante. Tuve que cerrar el mensaje rápido, la algarabía de la familia que llegaba a casa me obligó, pero no a borrar una gran sonrisa de satisfacción de mi cara.