La puta el pueblo

España, los años setenta. Dos amiguetes, al empiece de la adolescentes, hacen una visita a uno de los mayores mitos sexuales de entonces, la puta del pueblo, con la que Pablo, y junto a su amigo Juanito, piensa poner fin a su virginidad y desahogarse como nunca.

España, los años setenta. Dos amiguetes, al empiece de la adolescentes, hacen una visita a uno de los mayores mitos sexuales de entonces, la puta del pueblo, con la que Pablo, y junto a su amigo Juanito, piensa poner fin a su virginidad y desahogarse como nunca.

Al principio de los setenta, a la edad de trece años, fue cuando perdí con precocidad la virginidad con una puta. No era puta común y corriente, ni tampoco lo fue como la conocí, por que a pesar de ser habitual en la época, no me llevó mi padre para que me hiciese un hombre si no que fui yo solo, o bueno, con mi mejor amigo. Se llamaba Juanito y era uno de esos grandes amigos que se tienen en la juventud y de los que nunca llegas a olvidar aunque el tiempo os hubiese separado hace mucho ya. El tenía meses más que yo. Casi un año mas. Y con él compartía clase, barrio y hasta calle. Por supuesto que no teníamos ningún secreto el uno con el otro, todo lo contrario. Otra peculiaridad que nos unía era que los dos mostrado un fuerte interés por el sexo desde los nueve años y andábamos haciéndonos ya nuestros intentos de pajillas, que fuimos tomándole el tranquillo hasta que a los doce años ya íbamos matándonos a pajas en cuando nos quedábamos solos a nuestro aire. Lo hablábamos todos y lo hacíamos sin ningún tapujo o complejo alguno, ya fuese sobre la familia, la vida en sí, la escuela o el sexo, sobre todo esto último como nos dictabas la edad. Con las hormonas a flor de pié hablábamos de sexo todo el rato. Que si como sería follar. Que si ojala tuviésemos una novia para que nos la chupase. Que si como debía ser un coño, u otros coños que no fuesen el de nuestras madres, el único que habíamos llegado a ver, y que no nos decían mucho. Con tanta charla acabábamos tan calientes que terminábamos cascándonosla.

La cuestión fue que, a la llegada de un verano, Juanito era uno de esos niños que solía marcharse como cada verano al pueblo con sus abuelos mientras que yo era de los que se tenían que aguantar en la ciudad, en el barrio, pasando un mes de agosto aburrido y extraño sin Juanito, acostumbrado a estar con el día si y día también. Pero cuando por fin vino a principio de Septiembre vino también con una gran noticias, la de que se había estrenado. Fue nada mas venir a mi casa, después de varias semanas, y en cuando entramos a mi dormitorio lo soltó sin poderlo contenerlo más <>. Le dije que me lo contase todo sin dejarse nada y el lo hizo con todavía mas ganar de contarme que yo por escucharle. Estaba eufórico. Me comenzó a relatar como el padre de uno de los pocos niños de allí del pueblo, con los que se juntaba, le había dado dinero para que fuese a visitar a una puta que vivía allí mismo a tener su primera vez. El chico solo tenía quince años y le daba vergüenza ir solo, así que preguntó si algún otro chico lo acompañaba a los que solo otros dos chicos mayores, de diecisiete años, se apuntaron por que habían ido alguna que otra vez con esa puta que al parecer todos conocían en el pueblo. Pero mi amigo, que siempre ha sido muy echado pá lante, no quiso perder la oportunidad de también meterla en caliente por primera vez y se apuntó, por lo que aquellos tres chicos del pueblo y mi amigo habían quedado para ir esa misma noche.

Yo alucinaba con lo que me contaba mi amigo, mirándolo para buscar algún indicio de mentira, pero estaba tan nervioso contándome que estaba claro que todo era verídico. Sobre todo por que lo conocía y sabía que cuando decía la verdad era muy de dar detallitos, lo que al caso fue mejor. Y siguió relatándome como los cuatro se presentaron en la casa de la puta en donde tuvo que esperar en un salón mientras estaba con otro hombre, escuchándose como follaban, detalle que me perturbó de sobremanera bajo los pantalones poniéndome a mil por horas. Después salio el hombre, que se marchó, y entonces fue el chico que había ido a perder la virginidad en primer lugar por que así lo habían acordado. Que luego iría él, Juanito, por que también iba a desvirgarse y lo que iban a eso tenían prioridad. Y cuando le tocó el turno a mi amigo, este tuvo que tragar saliva para seguir contando. Mi amigo, desde que había comenzado a relatarme exhibía un notorio empalme en los pantalones al que yo le imitaba.

-Y pasé al dormitorio y allí ella estaba desnuda – decía Juanito.

-¿Pero desnuda-desnuda? ¿Con el chocho y las tetas al aire? – necesitaba que concretase, invadido por el morbo.

-Si, joé ¿Cómo si no? – me respondió, agitando la mano al aire.

-¡Bueno, bueno! ¿Y luego qué? Cuenta.

-Pues que me quité la ropa y me quedé en pelotas por que con ropa no iba a follar ¿No? – y asentí con la cabeza – Pero antes de ir al follar, ella me dijo que me lavase la churra y los huevos.

-¿Qué te mandó a lavarte la churra y los huevos? ¿Y para que? – quise saber.

-¿¡Y yo que se!? Por si era un guarro y no me había lavado, digo yo – respondió, encogiéndose un poco de hombros – Luego me preguntó si era la primera vez que follaba. Yo le dije que sí y entonces vamos a la cama en donde me pregunta si quería ponerme arriba o abajo.

-¿Y tu que le dijiste? – la curiosidad me mataba. El pecho y la polla me dolían de emoción.

-Que encima ¡Claro! Así que me puse sobre ella y se la metí.

-¿Qué se la metiste? ¿Así sin mas? – me era imposible asumir que resultase tan sencillo follar con una mujer incluso siendo con una puta.

-Pues si. Como te cuento – respondió Juanito con tono gallito.

-¿Y que mas pasó? Sigue – le supliqué, dándome apretones en el bulto de mis pantalones.

-¿Y que mas te cuento?

-Pues que va a ser ¿Qué si le tocaste las tetas? ¿Qué como es meterla dentro de un chocho? ¿Como te la follaste? ¿A dónde le soltaste la leche? – exploté en preguntas ingenuas que me salían a borbotones por la boca, muerto de curiosidad.

-¡Haber, espera! – saltó mi amigo, buscando como responderme – Si, le toqué las tetas. Y cuando la metes en un chocho es genial por que está calentito y mojadito por dentro – escuchar aquello provocó una palpitación en mi pene que vino con una gruesa gota de preseminal con la que calé los calzoncillos – Luego me la folle… pues como se folla. Moviendo el culo para adelante y atrás. Pero hay que tener cuidado, que si lo haces muy rápido o metiéndola mucho adentro se te sale la leche muy rápido. Y se la solté adentro – explicaba con una cómica profesionalidad.

-¿Adentro del chocho? – le pregunté casi saliéndoseme los ojos.

-Si.

-¿Pero las mujeres no se quedan embarazadas si haces eso?

-Las putas no – recalcó – Aunque… solo me dejó hacerlo la primera vez. Por que con ella hay que hacerlo con preservativo. Aunque te deje meterla sin nada si es tu primera vez. Al otro chico que fue también lo hizo sin nada.

-¿Y a los otros dos chicos?

-No, a ellos no por que eran mayores y habían follado otra veces ya.

-¿Fuiste mas veces? – le pregunté en seguida ante tal bombazo.

-Si. Fui otras veces – dijo y a mi me entró una envidia increíble.

La historia siguió y al parecer Juanito continuó yendo dos o tres veces por semana, gastándose todo el dinero que sus abuelos les había dado para que ahorrase y parte del que sus padres también le había dado para gastar allí en el pueblo. Con lo que recreaba en mi mente y me seguía contando, sentía el miembro agarrotado dentro de los calzoncillos que ya estaban totalmente empapados por delante. Me mostró con mímica en que posturas había follado con la puta, sin que tampoco fuesen mas de seis, y recreándose en la del perrito que sin duda era la que mas le gustaba. Después me explicó como le solía tocar las tetas y hasta hizo una recreación con los dedos de cómo la puta le había enseñado a masturbarla. Lo peor de todo es que Juanito hablaba con mucha exactitud y experiencia que me hacía verlo ahora como un ente superior a mí. La envidia me roía por dentro. Una envidia sana, pero una envidia al fin de cuenta. Y el también sacaba pecho, claro. Caliente como burros ya no resistimos mas sin aliviarnos y liberamos nuestros miembros de los pantalones con los glandes chorreándonos de preseminal y nos pajeamos histéricos. Yo le pedía que contase mas sobre lo de follar con la puta mientras nuestras manos se movían a toda velocidad por nuestros rabos.

-Un día… - comenzó a decir, sin parar el tampoco de masturbarse - …estaba sentado, como tu y yo ahora pero en la cama, y ella se puso como para mear encima, solo que se movía arriba y abajo con mi polla dentro – y fue suficiente con relatar aquello para que explotásemos de golpe, él adelantando la mano para recoger su corrida y yo a subirme la camiseta y descargar en mi vientre. Pero aquellas anécdotas de mi amigo eran muchas por lo que después de aquella paja vino otra y una tercera también.

La escuela comenzó con el curso siguiente que nos tocaba. Algo se percibía diferente en nuestra amistad. Ahora que Juanito se había desvirgado y hasta ganado algo de experiencia, el ahora estaba a un nivel superior al mío por decirlo de alguna forma. Ya no podíamos hablar de sexo en igualdad de condiciones. Aun así continuábamos siendo grandes amigos y de hecho yo le pedía siempre que me contase mas de sus experiencias con la puta y con lo que relataba nos masturbamos como locos. Lo que contaba eran experiencias que para un adulto serían de risa pero que para mí lo volvía un héroe. Pero como dije, seguíamos siendo los mejores amigos del mundo. Incluso Juanito, que echaba de menos lo de follar con la puta y contaba los días para las vacaciones de verano, se puso a planear como podría ir yo con el al pueblo de sus abuelos para que yo también disfrutase de los servicios de la prostituta aquella. Gran amigo era.

Llego el final de curso y pasó Julio. Por suerte para mí me iba al pueblo con mi amigo, que había estado meses antes insistiéndole a sus padres y abuelos del pueblo para que fuese yo. El día de marchar al pueblo preparé el equipaje y cogí todo el dinero que había ahorrado para la esperada ocasión. Como también había hecho mi amigo. Con el padre al volante nos pusimos rumbo al pueblo aquel. El viaje no bajo de la hora y media pero se nos pasó en un plis plas. Entramos al pueblo que mas bien era pueblecito. En seguida quedé maravillado con él, con sus aceras estrechas, las carreteras de calzada antigua, las calles empinadas y las muchas fuentes de agua que había. Era un niño de ciudad que jamás había visto paraje rural como aquel. Los abuelos me recibieron como a un nieto más. Incluso me trataban como a un nieto. Realmente daba gusto estar allí.

El primer día lo pasamos con mi amigo enseñándome la casa de estilo antiguo de los abuelos y sus alrededores, pero al día siguiente me presentó a los chicos del pueblo. Eran algo catetos y no eran muchos, razón por lo que se juntaban chicos de ocho años con los de diecisiete. No dijimos nada de nuestra intención de visitar a la puta del pueblo por que planeábamos ir los dos por nuestra cuenta y como no había tiempo que perder, ese mismo día fuimos a eso de las once de la noche a casa de la puta a pedir cita ya que Juanito dijo que había que avisar de cuando se iba. Habiendo dicho a los abuelos de Juanito que íbamos a comprar unos polos al único bar del pueblo. Al ver yo la casa quedé de piedra. Era una casa más, de una de las calles de tantas, sin ningún aspecto especial que anunciase que allí se cocía algo que no estaba muy bien visto. Mi amigo me dijo que esperas en la acera de enfrente y el fue, llamo a la puerta, esta se abrió un poco y una mano lo invitó a pasar. Yo ya pensaba que mi amigo habría aprovechado para darse un revuelco rápido con ella hasta que al rato el salió sin dejar de sonreír. Se acercó a mí diciéndome que estaba todo zanjado, que no esperaba el viernes, pasado mañana, a las ocho de la tarde. A mi la hora me resultó extraña por que pensaba que a esas cosas se iba de noche, no a horarios en los que te pudiesen descubrir. Juanito me vio la preocupación y no tardó en hacerme alguna broma para animarme al momento. Aquella noche y la siguiente nos la pasamos hablando de nuestro esperado encuentro con la puta cuando ya nos habíamos ido a la cama. Por milésima vez le decía a mi amigo que me contase sus anécdotas con ella o le preguntaba cosas como si era cierto que se dejaría tocar las tetas y el me lo confirmaba. Acabábamos masturbándonos pero sin llegar a corrernos por que Juanito había dicho que así iríamos con mas ganas y como era el experto yo no le discutí nada.

Aguardamos al día con gran nerviosismo, o al menos yo, por que Juanito no estaba nervioso, aunque si ansioso. A las siete y media de la tarde ya estábamos arreglados y perfumados como dos casanovas que mas que con una puta parecíamos que habíamos quedado con unos ligues. La excusa esta vez había sido que íbamos a un bar-guateque en donde habíamos quedado con los chicos del pueblo. Al parecer era la excusa que había estado dando Juanito el verano anterior cuando había tenía pensado ir a la puta. Así que, con los huevos llenos, la polla medio morcillona de la emoción y el dinero justo para pasar una hora con la puta, salimos hacía nuestro ansiado e inconfesable destino. Por las callejuelas sentía que las señoras mayores asomadas por los balcones, o los viejos sentados en la entrada de sus casas cogidos con ambas manos a sus bastones, nos miraban con reproche sabiendo a donde íbamos, como si pensaran: <> Y por si no fuera poco, desde hacía unas cuantas horas, tanto yo como Juanito no dejábamos de sonreír como idiotas por los nervios.

Llegando ante las puertas de la casa de la puta del pueblo Juanito llamó con dos simples golpes de nudillos. Yo miraba a un lado y a otro de la calle todavía obsesionado con que todo el pueblo sabía que íbamos a casa de una puta a follar como monos. Todavía era de día pero el sol ya había comenzado a ocultarse. La puerta se abrió sin que se oyese ningún cerrojo. Mis esquemas se desmoronaron al momento. Una señora de la edad de mi madre abrió la puerta, echando al traste lo que en mi calenturienta imaginación debía ser una mujer de treinta y pocos años, delgada, guapa… y no algo rechoncha, aunque si guapa para lo mayor que era. Vestía un vestido sencillo de tirantes, tan típico de señora, que no ayudo a mi desconcierto. Al vernos su cara se iluminó con una sonrisa que reflejó una gran frescura en su rostro.

-¡Hombre, Juan! Pasa. Pasad los dos – nos invitó con aquel desparpajo que en seguida hacía que te cayese simpatiquísima, aunque yo seguía esperando a que me estaba equivocando y que aquella señora llamaría en cualquier momento a la verdadera prostituta, mas parecida a la de mi fantasía, pero no fue así – Haber que cierre, un momentito. Pero no os quedéis ahí, pasad, pasad al salón – nos dijo mientras se quedaba un momento atrás para cerrar. Entramos en un salón tal como sonaba, un salón como el de cualquier casa con su mesa camilla, sofá, butacas, lámpara de cerámica de las de antes y una tele de la época con un visillo encima. La mujer apareció por detrás – Cuanto tiempo, Juan. Desde el verano pasado ¿No? – se dirigió a mi amigo, pareciéndome cómico que alguien le llamase Juan y no Juanito – Déjame que te de dos besos ¡Muack! ¡Muack! Y este es el amigo que te has traído de la ciudad ¿No, Juan? – le preguntó. Su trato era muy desenfadado y jovial, con lo que nos ganaba cada vez mas. Era evidente que estaba acostumbrada a tratar con chicos jóvenes – ¿Cómo te llamas, cielo?

-Me llamo Pedro – me presenté.

-A mi me puedes llamar Charo – se presento, yo ya sabiendo su nombre por mi amigo, el cual nuca me llegó a comentar sobre la edad de ella. La puta, Charo, se inclinó para darme también un par de besos pero no fueron como me los esperaba. Había sentido la descarada sutileza de sus pechos apretándose contra mí y de su mano tomándome por la cintura, muy cerca de mi trasero – Sois los primeros del día, así que no creo que venga ninguno mas en lo que estáis aquí. Si queréis beber algo cobro los refrescos lo mismo que en el quiosco – pero los dos negamos con la cabeza. Habíamos ido a lo que habíamos ido – Esta bien. Vais a estar una hora conmigo cada uno ¿Verdad que si? Entonces si queréis podéis pagarme ya o… - pero antes de que acabase de hablar Juanito ya había sacado su dinero y se lo ofrecía a Charo. Yo lo imité tan rápido como pude. Ella tomó el dinero – Haber ¿Quién de los dos va a ir primero?

-¡El, que se va a estrenar! – le dijo Juanito, señalándome con guasa a lo que yo me cagué en sus muelas por dentro.

-¡Pues ala! Venga. Sígueme, Pablo. Y tu Juan, ya sabes, siéntate donde quieras y ponte la tele, o lee el periódico. Por ahí creo que puedes encontrar algún tebeo – le indicó a mi amigo.

Detrás de ella, y con el corazón en la boca, fui desfilando por un pasillo. Entramos por la puerta de al fondo que resultó ser un dormitorio con una cama de forja enorme y muy alta, que daba la sensación de que uno debía saltar para subirse encima. Unas cortinas rojas. Dos mesitas, cada una con una lamparita que estaba cubierta por una gasa del mismo rojo que las cortinas. Una silla junto a la entrada. Y al fondo a la derecha se abría un marco de puerta, pero sin puerta, que daba a un minúsculo cuarto de baño en donde se apretujaban un lavabo con un armarito con espejo, un inodoro y un bidé con un pequeño estante encima en el que había algunas toallas muy bien dobladas.

-Cierra la puerta, cielo – me pidió, pero con un tono meloso.

Obedecía y cerré la puerta que era de marco de madera pero con cuerpo de cristal biselado que dudaba que diese mucha intimidad o que amortiguase algo el ruido de lo que allí se cocinaba. De pié, en mitad de la habitación, ella aguardó a que me la quedase mirando. Llevándose las manos atrás, bajó la cremallera de su vestido veraniego y apartó lentamente los tirantes, dejando que resbalasen por sus hombros. Era la primera vez que una mujer me provocaba de aquella manera tan exclusiva. El vestido cayó de una sola vez, acurrucándose en el suelo a sus pies. Me resultó toda una impresión ver que no llevaba ni bragas ni sujetador. Estaba completamente desnuda, y lo estaba para mí. Me sentía aun mas inseguro al no sentir atracción física hacia esa señora, pero mis ojos se fueron deslizando solos por su cuerpo y a medida que lo hacía aquella inseguridad se disipaba. El escote del vestido no había hecho justicia alguna a las enormes ubres que portaba, con dos aureolas oscuras que me hicieron sentir la boca agua. Su cuerpo era rollizo, con unas caderas anchas y unos muslos prietos. Apenas tenía poseía celulitis, o cualquier otro rastro que uno podía esperar de una mujer de su edad. De hecho, su piel se veía suave, limpia y de un tostado dorado, siendo de suponer que se lo cuidaría con cremas y demás al ser su cuerpo su herramienta de trabajo. Su sexo, el primero que veía, era de labios gordos como molletes de pan y por su pubis y su entrepierna se extendía una pelambrera oscura apenas oscura como si se la recortase. Sin duda había juzgado muy pronto a Charo y mi polla apretó con fuerza bruta el frontal del pantalón corto que vestía.

Acércate, cielo – me pidió, colocándome junta la silla que había a mi lado. Me movía como un robot de lo rígido que tenía el cuerpo, delatando la inocencia con la que sufría mis nervios, pero también lo caliente que iba.

Desabrochó uno por uno todos los botones de mi camisa. Yo, mientras, no quitaba ojo de sus tetas y de su monte de Venus por que simplemente no podía hacer otra cosa. Sacándome la camisa del todo, la colgó en el respaldo de la silla. Me imaginé lo ridículo que debía parecerle a ella, que estaría más acostumbrada a ver pechos y vientres anchos y peludos, y no el pecho hundido imberbe y la cintura todavía algo aniñada mía. Después se puso de rodillas en el suelo, dándome una caricia descendente por mi pecho y mi vientre al ir descendiendo. Sentí el tirón en mi bragueta al ir ella bajando mi cremallera. Despacio. Luego desabotonó el pantalón. Yo solo podía pensar en que una mujer estaba de rodillas ante mí, abriéndome los pantalones, sintiendo los roces y tirones de sus manos contra mis inflamados genitales. Pero no llegó a bajarme los pantalones tras descorrer la bragueta, se puso a descalzarme, quitándome los calcetines y metiendo estos en los zapatos, que a su vez colocó estos bajo la silla. Y mientras hacía eso, allí estaba yo, con mi erección tras los calzoncillos blancos que por el embestir de mi polla sobre salían de la bragueta, señalándole a la cara de ella de manera obscena. Quería taparme con las manos, pero al mismo tiempo no quería interrumpir su labor, por respeto y por que cuando antes terminase antes llegaría a mi ansiado primer coito.

Sacó los pantalones que también dejó sobre la silla muy bien doblados. Tanta pulcritud, sumado a ese extraño trato maternal, me hacía dudar que hiciese aquello con todos los clientes. De pronto clavó sus dedos a ambos lados del borde del calzoncillo, bajándomelos con decisión. Al sentir mi polla liberarse con un rebote al aire no me contuve y me tapé con ambas manos. Ella me miró sorprendida desde abajo, mordiéndose el labio inferior en un gesto de desapruebo y risa al mismo tiempo.

-¡Oh no, no, no, cariño! Para lo que has venido a hacer aquí no puedes estar tapándote con vergüenza – me dijo desde abajo, calmándome con su tono cariñoso y unas carias por la pierna que tenían el efecto tranquilizados deseado – Venga cielo, déjame que te vea esa bonita polla tuya – fui apartando mis manos como si estuviese descorriendo un telón. Mi polla, aun amago de lo que sería años después, quedó a su vista adelante como una roca, emergiendo de un escaso felpudo púbico negro. Con una sola mano podía envolverla entera a excepción del capullo al cual aún lo cubría el pellejo incluso en erección. En cambio si de algo podía presumir por entonces era de tenerla bien gorda, al igual que los huevos que eran oscuros y desentonaban con el resto de mi cuerpo infantil como solo ocurría a lo primero de la pubertad - ¡Valla por Dios! Pero si tienes una polla lidisima. Toda gordota y larga para tu edad – me regaló los oídos, aunque al ser un chaval yo no veía que lo decía realmente para subirme la moral y darme confianza, si no que me lo creía como un idiota – Que dura la tienes, Pablo. Me gusta mucho – me iba diciendo con mirada suplicantes desde abajo, agarrándomela con la mano y deslizándola abajo del todo para forzar que mi pellejo se retrajese. Estuvo unos segundos dejándome el capullo al descubierto para comprobar con detalle que no había problemas de fimosis alguna. Unos instantes mas y me habría corrido solo con eso – Y dime, Pablo ¿También tienes catorce años como Juan?

-Trece. El es mayor que yo. Pero yo los cumplo ya mismo – respondí, temblando y jadeando.

-Ah, bien, bien ¿Y a ti te apetece de verdad chingar conmigo?

-S… si. Si que me apetece – me costó responderle por su mano no dejaba de deslizarse por la base de mi polla.

-Ya decía yo, por que valla lo dura que la tienes. Seguro que ya te haces tus pajitas y todo - su mano bajó a mis huevos ahora, acariciándolos y levantándolos como si comprobase su peso - Estos huevos tampoco se quedan atrás ¡Santo cielo! Gordos como los de un toro, y mira que veo muchos. Seguro que me los traes bien llenos ¿Qué me dices? ¿Vamos a la cama y los vaciamos? – habiendo estado los dos días previos sin correrme, a la edad que tenía, solo pensaba en meterla, en meterla y correrme, así que asentí con la cabeza como un loco – Pero espera. Antes métete ahí en el baño y lávate bien tus partes en el bidé.

Entré a aquel cuarto de baño que no tenía puerta que cerrar pero daba lo mismo estando los dos desnudos. Yo no le veía sentido a lo de tener que lavarme por que tanto Juanito como yo nos habíamos pegado una ducha antes de salir, pero me callé y cumplí con aquel especie de protocolo que Charo hacía mantener con sus clientes. Me quedé mirando al bidé, el primero que veía, y me senté en él cara a la pared. Giré el grifo. Un chorro de agua se puso a mojarme la entrepierne. Junto al grifo había una pastilla de jabón artesanal y que mojé para hacer espuma. Me froté bien parte de los muslos, los huevos y el pene, que con aquel contratiempo había perdido su erección. Era muy raro estar en un baño ajeno, totalmente desnudo y lavándome mis partes mientras una señora me aguardaba desnuda afuera.

-¡Recuerda limpiarte bien la punta! ¡Echándote el pellejito abajo! – la escuché decirme afuera del baño – Y en frente tienes toallas que están limpias para que te seques.

-¡Vale! – fue lo que le respondí, retrayéndome el prepucio y lavándome el glande en profundidad.

Acabé de lavarme y tomé una toalla con la que me fui secando mientras contemplaba mi alrededor. Un cordel que atravesaba un lado del baño por lo alto y en el que había unos calcetines de plástico llamó mi atención. Para nada era calcetines de plástico, pero como era la primera vez que veía uno en persona tardé en darme cuenta de que eran condones. A diferencia de los de ahora, por entonces eran mucho mas gruesos, tenían un tono amarillento y era habitual que se lavasen para sacarles unos cuantos usos mas. Y por eso estaban allí, en el cordel, secándose. Aquellos forros me parecían demasiado grandes para mi cutre miembro viril, lo que me hizo recordar que se suponía que la puta, Charo, solía permitir que los que iban a tener su primera relación sexual lo hiciesen sin condón según me comentó mi amigo, así que podía respirar aliviado por esa vez.

-Puedes dejar la toalla en ese cesto de ahí – me indicó al salir del baño con la toalla en la mano.

La había sorprendido sentada en la cama e inclinándose a la mesita de noche en donde hundía los dedos en un tarro que había encima. Se llevó el cremoso contenido a su raja, por donde se lo esparció a lo largo y después a su interior con los dedos. Resultó todo un impacto ver mi primer coño real por sorpresa, abierto frente a mí con aquel color rosáceo oscuro y siendo lubricado de forma tan sensual. Mi polla se puso a palpitar, creciendo con cada palpitación hasta que la sentía colgándome dura y pesada como jamás la había sentido. Ella acabó de hacerse.

-¡Ya estoy lista! – exclamó, limpiándose las manos con una toalla pequeña que tenía también en la mesita de noche – Vente con Charo, cielo. Vente a la cama aquí conmigo – me invitó. Su “cielo” me parecía ya bastante mecánico pero me complacía igualmente. Yo caminé hacia ella, sintiendo como mi polla se sacudía con cada paso y como un goterón de preseminal resbalaba prepucio abajo. Me subí a la cama, colocándome de rodillas entre sus piernas abiertas a la espera de que ella me diese alguna clase de indicación mientras no dejaba de mirarle el coño de reojo – Dime, Pablo ¿Eres virgen?

-Sssi – respondí, avergonzado.

-Entonces tú nunca has estado antes a solas con una mujer intimando y eso ¿No es así?

-Una vez me besé con una chica a escondidas – Le confesé, aunque solo habían sido dos picos de nada.

-¡Uuuuy, cielo! Eso no tiene nada que ver con lo que vamos a hacer – me dijo, riéndose para si – Mira, ya que es la primera vez andas con una mujer desnuda ¿Qué te parece si te tumbas ahí abajo y miras como es un chochete? – y ella recolocó la almohada entre el cabecero de la cama y su cabeza, y doblaba las piernas ya abiertas. Sus labios se abrieron y su vulva quedó a la vista. Di un brinco en la cama y caí tendido boca abajo con su coño frente a mi cara – Toca, Pablo. Toca todo lo que quieras – dijo. Le tomé la palabra y comencé a investigar con los dedos, palpando el grosor de sus labios mayores, la textura de su vulva, resbaladiza por el lubricante, etc… La mezcla de curiosidad y deseo me tenía obsesionado con aquella embriagadora raja. Ella bajó su mano, agarrando mi dedo índice para llevarlo hacia su agujero – Por aquí es por donde se mete la tranca del hombre. Dale con el dedo adentro, pero cuidando de no arañarme con la uña – e hice lo que dijo. Hundí el dedo hasta el nudillo y comencé a escudriñar aquel agujero del que emanaba tanto calor, palpando sus rugosidades y sintiendo leves contracciones que ella daba – Huuuuuummm… asiiii, cielo. Lo haces muy bien ¡Aaaaahh…! – jadeó para mí, obviamente actuado, pero en mi inocencia yo alucinaba con que solo con mi dedo pudiese dar placer a un mujer. Ella dio por acabada aquella introducción al sexo femenino que solo había durado dos minutos – Venga, cielo. Venta para arriba que me imagino que estarás ansioso por empezar – y razón no le faltaba. Estaba desesperado por insertarla con mi polla que por entonces ya estaba empapadísima de preseminal. Quería sentir con ella el calor y la resbaladiza textura que acababa de sentir con el dedo. Me daba igual parecerle ansioso por ello y eso quedó claro cuando me abalancé sobre ella, sintiéndome diminuto sobre ella, y empujando con mi polla su vulva - ¡Chiquillo! ¿Ya quieres empezar con eso? Pues si que tenemos ganar de meterla ¿Eh? – dijo, riéndose – Como quieras. Pero haber, Pablo, para tener sexo conmigo hay que ponerse un preservativo ¿Sabe lo que es? – asentí – Pues sin preservativo, nada. Pero como es tu primera vez no voy a hacerte ponerte uno por que me gusta que los que vienen a desvirgarse se lleven un buen recuerdo y para eso no hay nada mejor que meterla sin nada que a los hombres les da mucho mas gustete. Pero no te me vallas a acostumbrar que a partir de la siguiente debes ponerte uno tanto si es conmigo, con otra prostituta o con una novia, que luego vienen los sustos.

En cuando acabó de explicarme ella llevó su brazo por entre nuestros cuerpos y sentí que me la agarraba. Las piernas se me agarrotaron de pura emoción por saber lo que acontecía. Ella zarandeó las caderas para alinearse conmigo en la cama y entonces ya sí tiró de mi polla para llevarla a su vagina. Sentía placenteramente como frotaba la punta de mi polla contra su vulva, buscando encajarla. Ella me dijo que ya podía empujar aunque yo no sentía que tuviese la polla contra ningún agujero, pero igualmente embestí y entonces ya si noté como su carne comenzó a dejar pasar mi glande, hasta que de repente la inclinación no fue buena y resbaló arriba por su vulva.

-¡Valla por Dios! Se salió… - dijo ella, mirando al techo y concentrándose en guiar mi falo. Me había frustrado aquello. La polla me dolía. Necesitaba desesperadamente meterla en aquel coño que se me resistía y deshacerme del líquido que me ardía en los testículos – Vamos a ver si ahora si. Vuelve a darle – dijo ella, otra vez volviendo a poner mi polla en buena dirección a la vez que me atraía contra ella por la cadera.

-Hhhhhaaaaaaaaaaa… - exhalé de placer cuando, esta vez si, pasé la entrada de su vagina con excito y notaba como se me descapuchaba poco a poco tras el abrazo interior de su coño hasta que mi capullo quedó al calor y humedad del comienzo de su vagina.

Había metido la puntita, solo la puntita, pero había bastado para dejarme paralizado del gusto. Aquello era demasiado bueno para haberlo imaginado. Por dentro en cambio estaba a mil por hora y solo podía pensar en que por fin había ocurrido. Por fin la había clavado en un coño, rico y calentito, sin que me importarse que fuese el de una prostituta cuarentona y sin condón, aunque tal vez si que debería hacerme importado aquel último detalle pero el único riesgo de follar del que era consciente a mis trece años era el de los embarazados no deseados. Problema que parecía no haber con Charo, que se mostraba tan despreocupada ante eso. Y por supuesto, en mi ingenuo mundo no existían las venéreas. Pero, por suerte para mí, Charo había demostrado un gran interés por la higiene y también con mostrarse indulgente al sexo sin condón únicamente con los chicos que iban a desvirgarse. No era mucho, pero era algo.

-Termina de meterla, cielo. Sin miedo – me animó a hacer, estando cara a cara los dos.

-S…si, perdón – me salió la disculpa cuando me dí cuenta de que me había quedado completamente ensimismado en disfrutar de aquel exacto momento en que mi virginidad se esfumaba en aquel primer coño y en mi imaginación dejaba de ser un casto niño para convertirme en un macho ibérico. Empujé adelante para introducir los escasos diez centímetros de polla que me quedaban por meter, agachando la cabeza para no perder ojo de cómo mi polla iba hundiéndose en ella hasta que los cuatro pelillos de mi pubis se enredaron con el felpudo de ella. El calor me envolvió completamente adentro haciendo que los ojos se me pusieran del revés y tomase mucho aire por la nariz de la forma mas ruidosa.

-¡Aaaaahmm… Así. Toda adentro! – Exclamó – Se siente gustito ¿Verdad que si?

-Siiii, muchísimo – respondí, con los ojos cerrados, concentrándome en sentir como sus labios vaginales se cerraban a mi paso, atrapándome en su interior.

-Pues venga, cielo. Dale al meneo que ahí ya verás tu que se siente todavía mas gusto – y al decir esto, alzó las piernas, envolviéndome con ellas. Aquello hizo que un par de valiosos centímetros de mi polla se colasen mas adentro, con los que fui mas consciente de la profundidad de la penetración, hasta tal punto que la apretaba con mis testículos.

Con sumo cuidado de que no fuese a salírseme comencé a bombear mi polla adolescente en aquel coño que estaría mas que gastado pero que como era el primero que probaba en mi vida no tenía con que compararlo y que de igual modo tampoco sabía apreciar la diferencia entre una lubricación vaginal real y una artificial como era aquella. Igualmente poco me importaba. Las muchas sensaciones placenteras que sentía removiendo mi polla entre aquellas paredes calientes no me permitía concentrarme en nada mas que en gozar metiendo y sacando con absoluta desincronicación. Ella, al poco de ver la torpeza con la que la embestía, echó mano a cada cachete del culo mío y empezó a marcarme el ritmo.

-Así, cielo. Sin prisas… metiendo… y sacando… metiendo y sacando… metiendo y sac… ¡¡Aaah!!... que bien… sigue así…

Hasta pasado el minuto no me dio por pensar en que, era oficial, estaba tirándome a una mujer. Estaba poseído por una rabia de follar que me superaba por dentro y que me impedía mantener un ritmo de embestida. Aun así me cuidaba de no ir muy rápido para disfrutar de mi primera vez. O lo intentaba, pero sencillamente no podía. Me era imposible resistirme a aquel placer que mas bueno era cuanto más rápido la metías. Por dentro solo podía pensar triunfal en que había logrado follar con tan solo trece años mientras que mis amigos del la capital tendrían que esperar unos años a hacerlo. Clavaba mi polla en aquel agujero una vez, y otra, y otra, y otra… Hasta que con una metida más sentí que las ganas de correrme amenazaban con ponerle fin a aquel momento tan esperado. Contuve la respiración para hacer un devastador intento por contener mi eyaculación que de nada sirvió. Era inaudito de que estuviese por correrme ya que los hombres de verdad no se corrían al poco de estar metiéndola. Se suponían que follaban durante horas. O esa era la absurda imagen que tenía. Pero tres meteditas más y los brazos con los que me apoyaba en el colchón me tiritaron de la tensión. Charo se dio cuenta al momento.

-Ya estas que te corres ¿Verdad? – a lo que pare y reconocí con la cabeza – Eso es normal. Les pasa a todos los chicos en la primera vez, que se corren al poquito – estuvo explicándome, quitándole importancia – Así que tú no te lo aguantes, cielo, y córrete sin miedo que me has pagado por una hora y aun te queda tiempo de sobra para volver a hacerlo, hasta que te desahogues del todo ¿Vale?

Me alivio mucho escucharle decir eso por que había estado tan empeñado en que tenía que follar “como era debido” en esa primera vez que ni me había planteado seguir follando luego. Al menos esa breve interrupción de ella sirvió para calmarme. Sabía que en cinco o diez mete-saca ya me correría. Me recoloqué bien encima de ella, decidido a rematar mi primera vez de forma memorable, corriéndome a lo grande. Mi pene escapó afuera pero ella se apresuró a conducirlo dentro. En cuanto aseguré las rodillas di el pistoletazo de salida y comencé a darle con todas mis ganas, haciendo chirriar la cama y disfrutando del inesperado gustazo que daba follar tan rápido. Todo sucedió en segundos aunque me parecieron minutos.

-¡Mhum!, ¡Mhum!, ¡Mhum!, ¡Mhum!, ¡Mhum!,… - mugía como un animal al ritmo de mis huevos dando contra su perineo, haciendo un ritmo que recordaba a una metralleta disparando. En cualquier momento me iba a correr y no podía creerme que no fuese a ser sobre mi vientre, o sobre algún trozo de papel por fruto de una paja, si no que iba a descargar en un coño de verdad.

-¡Aahm!... ¡Aahm!... ¡Aahm!... – gemía ella. Se había agarrado con ambas manos a mi culo y me traía contra ella cada vez que la embestía - … ¡Aahm!... ¡Aaahm!... Suéltale dentro a Charo esa leche de hombretón que seguro que ya te sale ¡Aahm!...

Escucharla como me suplicaba que me corriese dentro añadió a mi desesperado deseo por correrme que, ahora además, quisiera inundarla por dentro con mi semen, ¡Y vamos si era capaz! Que con trece era la envidia de  mis compañeros de pajas por lo abundante de mis corridas incluso hasta los de dieciséis.

-¡Ya me sale… ya me sale! – solo fui capaz de articular palabra para avisarla cuando ya sentía que se me iba a escapar la leche, las fuerzas y hasta el alma. Todo por el rabo.

-¡Hasta el fondo, cielo! ¡Córreteme metiéndola hasta el fondo que ya veras como así te viene mas rico el orgasmo! – la escuché cuando ya sentí dentro de mi vientre que me venía, justo al tiempo que sentía a Charo contrayendo y relajando su coño sin parar. En el último segundo hice lo que me había dicho y le asesté un último embiste que, bruto yo, le tuvo que hacer daño. Mi polla reventó irremediablemente, descargándome como un loco en aquel prodigioso y experimentado coño que en tantas otras ocasiones habría sido bañado por el esperma de chicos jóvenes a los que habría arrebatado también su virginidad y convertido en hombres.

En todo el rato que había estado eyaculando había estado emitiendo un interminable “¡Hhhoouuuuummm……!” como si no me faltase el aire nunca. Infinitamente mejor que el triste orgasmo conseguido por una manuela, desfallecía de placer con la cara mirando a lo alto del cabecero y el cuerpo curvado hacia ella, sin dejar de penetrarla hasta el fondo (o hasta donde alcanzaba) tal como ella me había aconsejado. Y valla si tenía razón. En su interior mi polla bombeaba, y bombeaba, con violencia mi semen en el interior de ella. Parecía que no fuese a acabar de correrme hasta que mi cuerpo arrojase todo fluido de mis huevos. Y ella además no dejaba de contraer las paredes de su vagina como si intentase ordeñarme y asegurarse de que a su coño fuese a parar hasta la última gota de mi esperma.

Al ratito fui notando como la espalda y el culo se me relajaban por si solas. Todavía me duraba la perturbación del orgasmo impresionante que había tenido, la sien me palpitaba, y me fui desplomando como muerto encima de ella que soportó mi peso sin quejarse. Incluso me estuvo masajeando en círculo las nalgas en una especie de consuelo pos-orgasmo. Yo seguía clavado, duro como una piedra aún, en el acogedor hoyo de Charo que había estado apretándome hasta que mi polla hubiese dado los últimos bandazos de aquella inmensa corrida. Descansaba la cara a un lado de sus pechos hinchado de felicidad y sintiéndome autorrealizado. Todo gracias a aquella prostituta de aquel recóndito pueblo que, por un módico precio, había puesto fin a mi ansiedad sexual dejándome follarla y correrme a mis anchas. Me sentía como un campeón, todo un hombre al fin, aunque me seguía siendo difícil creer que aquello no era un sueño, pero el sentir mi propio esperma reposando en el coño de aquella mujer me demostraba que si era real.

-¡La virgen, cielo! Que manera de follarme. Te habrás corrido bien a gusto – dijo en cuando vio que ya volvía en mi.

-Si, jhe jhe jhe jhe… - me reí asfixiado como si en el coño de Charo, aparte de con mi semen, se hubiese quedado también con mis fuerzas.

-Pero los mozalbetes como tu no os saciáis son solo un casquete ¿A que no? – preguntó, al mismo tiempo que negaba con la cabeza con cierto humor buscando mi complicidad.

-N…no – le respondí, negando con la cabeza como ella. Y era cierto. Volvía a estar tan caliente que no parecía que acabase de follar.

-En cuando me digas vamos con la segunda – dijo.

-Ya… - le respondí. El tiempo era oro y quería cundirlo hasta el último segundo.

-¿Ya? – preguntó, sonriendo con sorpresa – Estas hecho todo un semental ¿Eh? Pues vamos entonces. Pero déjame que me ponga yo encima ¡Anda! Que se te ve sin fuelle.

Charo me dejó espacio para que me recostase en la cama, colocándose de cuclillas encima de mi polla que volvía a estar impaciente por volver a hundirse en su coño. Se agarró al cabecero de la cama para mantener el equilibrio mientras yo debería parecerle diminuto bajo ella. Descendió despacio hasta que mi capullo encapuchado dio contra su culo. Entonces la agarró para llevársela hasta la entrada de su vagina. Ahí sentí el impulso de empujar arriba para penetrarla, pero ella fue más rápida y se dejó caer limpiamente sobre mi rabo, metiéndoselo de una sola vez. Yo solté un resoplido de gusto al sentir de nuevo mi prepucio retrayéndose y como toda mi polla era envuelta por el calor rugoso de la vagina de Charo. Comenzó a subir y a bajar el culo, haciendo un golpe seco al chocar contra mis muslos con cada sentada suya en la que mis huevos se empotraban entre sus nalgas. Con un melodioso “¡Plac!-¡Plac!-¡Plac!-¡Plac!” me hundía en el colchón y hacía chirriar los muelles. Ahora era ella la que dominaba la situación. La que me follaba a mí. Por mi parte yo sencillamente me dejaba hacer. A diferencia de cuando estaba encima, que tenía que estar manteniendo la postura y el movimiento, ahora mi única preocupación era disfrutar observando a aquella diosa del sexo que se agitaba sobre mí y para mí. También tenía una vista espectacular de su coño subiendo y bajando por mi polla como si fuera el pistón de alguna maquinaria.

-¡Aahm! ¡Aahm! ¡Aahm! ¿Te… te gusta, cielo? – preguntó, algo asfixiada por el esfuerzo y el tener que sobreactuar los gemidos.

-Si, me gusta – le mentí en cierto manera por que, aunque me estaba gustando, sus movimientos me eran algo brutos y no me daba tanto placer como debía. Pero yo lo prefería así por que de esa manera no me correría tan deprisa otra vez.

Ella alternaba entre una mano y otra para agarrarse al cabecero de la cama sin perder el ritmo nunca. Apenas gemía ya por estar concentrándose en el esfuerzo que debía hacer. Yo, al contrario, si que jadeaba fuerte como si todo aquel esfuerzo lo estuviese haciendo yo. Esto me hizo pensar en que al otro lado de la puerta, al final del pasillo, mi amigo Juanito habría estado escuchando los gemidos de ella, el chirriar de la cama y los jadeos mío de ahora. Por dentro me reí por que sabía que estaría empalmado y seguro que hasta se habría pajeado un poco. Otro cambio de manos de Charo me hizo fijarme en las impresionante ubres que se balanceaban como botafumeiros sobre mí. Sobre todo en sus oscuros pezones que apuntaban arriba y abajo con el trote. Había estado acariciando sus piernas, a ambos lados de mí, y su cadera, pero había evitado sus pechos por extraña vergüenza. Me moría de ganas por tocárselos pero, tonto de mí, no sabía si se enfadaría.

-¿Te podría tocar las tetas? – le eché valor y le pregunté.

-Claro, cielo. Tócamelas todo lo que quieras que en este rato son toda tuyas. Así que tócame entera – respondió, sin dejad de galopar. Le puse las manos en ambos pechos, estrujándoselos y acariciándoselos - ¡Ven! Chupamelas también – y agarrándome por la nuca me hizo levantar la cabeza hasta sus pechos. Ansioso e inexperto me puse a devorárselos como loco pero ella volvió a ejercer de maestra enseñándome como decía lamérselos o chupárselos con paciencia. Lo bueno de aquello es que, además que estuviese indicándome, la obligaba a bajar la marcha con lo que aseguraba otros valiosos minutos de cópula – ¡Hoom…! Que rápido le has pillado el punto – la hice gemir, sintiendo sus pezones totalmente duros contra mi lengua.

En mitad de mi festín, tuve que retirar la cabeza de entre las tetas de Charo, con la boca empapada en mi propia saliva, para echar la mirada abajo, en donde nuestros cuerpos se mezclaban. Había sentido algo mojarme los huevos pero al momento pude ver que era mi propio semen, el de la corrida anterior, que se le salía de su coño y chorreaba por mi polla hasta caer en mis huevos por la misma acción de la penetración y de que Charo estuviese en vertical sobre mí. Esta seguía cabalgándome ajena al derrame de mi leche que se estaba produciendo entre sus piernas y por mi parte no me sorprendió que aquello se saliese con lo que había echado dentro de ella.

-Encárgate tu ahora de meterla y sacarla – dijo de repente, descanso las rodillas en la cama e inclinándose sobre mí.

Enseguida quedé envuelto por el calor y la suavidad de sus piernas dobladas y de sus brazos a ambos lados de mi cuerpo. Sus pechos pendían sobre mi cara, rozándome la boca, provocándome. Este cambio de postura había hecho que me hubiese salido de ella pero volvió a conducirla hasta su coño. En esa ocasión fui yo quien empujó adelante sin aviso y la penetré limpiamente. Puse a trabajar tanto las piernas como la cintura, dejándose ella hacer. Me tuve que agarrar a su cuerpo para controlar la fuerza y el movimiento, bajando cada vez más hasta que la acabé agarrando por ambos cachetes del culo. Ella me besaba la cara, y chupaba la oreja, haciéndome estremecer. Me sentía tan diminuto allí cubierto por el cuerpo desnudo de aquella mujer, por su piel caliente contra la mía, como si me estuviese absorbiendo de la misma manera que su coño absorbía mi polla, y me encantaba aquella sensación. De vez en cuando mi polla salía afuera, frotándose por su culo, pero ella volvía a llevársela adentro suya antes de que pudiese sentir el cambio de temperatura. Por supuesto que ya no podía seguir mamándole de los pechos ya que se apretaban demasiado contra mi y el esfuerzo de la penetración requería toda mi concentración. Esta vez manteniendo un ritmo. Empujaba todo adentro, lo retenía un segundo, la sacaba un poco y volvía a repetir. Pero aquella exhibición mía de “macho follaó” no duro mucho. Ahora que volvía a controlar la penetración volví a descontrolarme, dando rápido y hasta el fondo, teniendo como resultado que volviese a sentir que me corría. Pero estaba vez no me importaba. De hecho me moría de ganas por correrme ya y de volver a experimentar lo grandioso de eyacular dentro del coño de una mujer.

-¡Cha… Charo!...

-¿Qué cielo?

-La le…che… que m…e va a sa…lir ya mis…mo – la avisé desde entre sus tetas sin dejar de embestirla.

-Si quieres te la puedo chupar y te corres en mi boca ¿Quieres? – me propuso.

-No, dentro – le respondí, decidido. Después de lo grandioso que había sido correrme en su coño, no quería arriesgarme a que hacerlo en su boca no fuese mejor que eso. Además, los hombres se debían correr adentro, seguí en mi pensamiento idiota.

Charo no había objetado nada por lo que la agarré el culo con mas fuerza y comencé a bombear mi polla en su coño con las fuerzas que aun me quedaban. Una vez mas, Charo volvió a hacer aquello de apretar las paredes de su coño sin parar, haciendo coincidir con destreza que cuando mi polla se introducía ella me la estrangulaba placenteramente, forzando a mi prepucio quedar todo atrás y que mi encendido capullo fuese envuelto en su totalidad, relajando su interior cuando mi polla retrocedía. Era su toque especial, su sello como puta experimentada, con el que estaba seguro que podía hacer correr a un hombre cuando quisiera sin tan siquiera tener que meterla y sacarla, dejándola simplemente dentro.

-¡Hhaaa! ¡Que gusto, Pablo!... ¡Haa! ¡Hhaa! ¡Haa! – la escuchaba al oído - ¡No pares! ¡¡Hhhhaaaaaa…!! Lléname otra vez el coñito. Que te sienta yo como te me corres… ¡Hha!...

La voz de Charo se fue quedando a lo lejos cuando ya iba a correrme. El mundo se perdía a mi alrededor. Ya solo notaba la presión de mis huevos replegados comenzando a dispararle mi esperma dentro de su coño otra vez, pero en esta ocasión continuaba moviéndome en ella a medida que me vaciaba, jadeando como un cosaco hasta que terminé de eyacular del todo y entonces ya si me vi incapaz de seguir moviéndome. Ella dejó de contraer su vagina y nos quedamos abrazados, conmigo debajo como un niño pequeño, disfrutando en mi relajado éxtasis de tenerla adentro de ella. Pero Charo no me dejó disfrutarlo apenas.

-¿Ya acabaste de correrte? – me susurró.

-…si – le respondí, y al ver que hacía el intento de quitarse de encima intenté detenerla - ¡Espera, por favor! Déjame tenerla dentro un ratito más.

-Es que tu leche se me está saliendo y no quiero mojar las sábanas – explicó con tono de disculpa. Aunque yo ya sabía que era tarde para las sábanas por que notaba como el reguero de semen en mis huevos, había continuado cayendo por entre mis muslos hasta pringar la sábana.

Se retiró arriba un poco, abandonado mi polla su interior teñida de mi semen mientras a mi me dejaba allí tumbado todo flojo y desinflado. De improvisto, toda la esencia mía que se había llevado en su interior comenzó a escapársele de su vagina. Unos goterones cayeron sobre mi vientre y pubis, haciéndome sentir mi propia pringosidad y calidez derramado de las entrañas de mi primera mujer. Ella rápidamente se llevó la mano a su vulva, intentando impedir la salida de semen sin mucho éxito, mientras alcanzaba con la mano libre la toalla pequeña que tenía dejada en la mesita y con la que se cubrió el coño.

-¡Madre mía! Te me has corrido una barbaridad – decía mientras se limpiaba, metiéndose un poco los dedos para sacar mi semen, sorprendiéndose cuando brotó mas – Que de leche. No deja de salírseme… – aquella cascada de semen le manchó el interior de los muslo y se limpió como pudo. Doblando la toalla se puso entonces a limpiarme a mí, con mucho más esmero que con ella misma, también limpiando un poco lo manchado de la cama. En cuando terminó echó una mirada al reloj que colgaba junto a la puerta – Aún te queda media hora, pero ¿Te importa si hago pasar a Juan ya en lo que tu vas recuperando fuerzas para ganar algo de tiempo? – preguntó, acariciándome el vientre.

-Vale – respondí agotado, sin ser capaz de negarle nada en aquel momento.

Se levanto de la cama en dirección a la puerta con la toalla sujeta en su entrepierna. Yo eché la mirada al reloj comprobando que, en efecto, había pasado cuarenta minutos, lo que me sorprendió por que, descontando los cinco o diez minutos que había llevado desvestirme y lavarme, solo había estado veinte minutos follando cuando tenía la sensación de que había estado gozando en aquella cama muchísimo mas tiempo. Charo abrió la puerta y asomó la cabeza afuera.

-¡Juan! ¡Ven, que te toca! – a los pocos segundos mi amigo Juanito surgió tras la puerta – A tu amigo le queda tiempo aún pero como sois amigos de confianza ¿Qué te parece si mientras el descansa un poco vamos tu y yo empezando ya? Que después de todo nos basta y nos sobra con un lado de la cama ¿A que si?

-A mi me da igual – le respondió Juantio, con el mismo descaro que ella.

-¡Pues venga! Vete desnudando mientras yo voy a lavarme un poco – le dijo, metiéndose al baño en donde se escuchó el agua del bidé correr.

Juanito se acercó a la silla en donde Charo había dejado mi ropa y se puso a desvestir. Se le notó en seguida que había visitado a la puta varias veces ya por que fue doblando con cuidado la ropa para ir dejándola a su vez en la silla, junto a la mía. Incluso puso los zapatos meticulosamente bajo la silla con los calcetines dentro, de igual modo que los míos. Al quedarse en calzoncillo se vio que andaba empalmado y que lo estaba hacía tiempo por la enorme mancha de preseminal allí donde su miembro embestía la tela del calzoncillo. Nuestra puta seguía en el bidé, seguramente vaciándose de mi esperma y con sigilo se acercó a la cama Juanito, ya desnudo del todo. Se le veía la curiosidad en la cara.

-¿Cómo ha ido? – me preguntó, pero en voz baja y mirando de reojo al baño en donde Charo se aseaba.

-Muy bien – le respondí en su mismo volumen. Los dos controlábamos una risilla absurda.

-¿Cuántas veces lo has hecho? – quiso saber.

-Pues dos – respondí orgulloso.

-Perooooo… ¿Sin condón? – preguntó con interés, viendo que además se tocaba el miembro de lo cachondo que estaba.

-Siiii… respondí con entusiasmo.

Iba a volver a hacerme otra pregunta pero Charo salió del baño, poniendo fin a nuestros cuchicheos. Se secaba ella la entrepierna con otra toalla que dejó en el cesto al salir del baño.

-Pues ya esta, Juan. Ya te he dejado el baño libre. Entra a asearte – le indicó a Juanito, al que le dio una palmadita en el culo al pasar junto a ella. Otra vez se comenzó a oír el agua del bidé corriendo. Charo se tumbó en la cama, a mi lado - ¿Puedes pasarme el botecito aquel que está a tu lado? – Me señaló con el dedo el tarro en cuestión que era el de vaselina de antes. Lo cogí y se lo acerqué. Ella hundió los dedos en él tomando una cantidad de vaselina que se llevó a su raja por donde se lo esparció. Yo volví a dejar el tarro en su sitio, pero sin dejar de mirarla como se untaba el coño, introduciéndose los dedos adentro. Viéndola hacer mi polla recuperó toda su dureza como por arte de magia. Ella en cambio ya no me prestaba mucha atención ahora que era a Juanito al que debía complacer, el cual había salido del baño aseado y seco – Ven, Juan. Ven por aquí – Lo llamaba desde su lado de la cama – Déjame que vea lo que has crecido desde el verano pasado – él rodeo la cama para ir hasta donde ella, quedándose de pié junto al borde. Llevó hasta él la mano, masajeándole los muslos y subiendo por su pierna hasta agarrar y tirar de su polla erecta, masturbándolo con suavidad – Si que has crecido, si. Que grandota se te ha puesto. Y que dura la tienes, cielo – escucharla decirle “cielo” me dolió por dentro. Pero ella una vez mas hizo muestra de su experiencia como puta, y con adolescente, girándose hacía mí para agarrarme la polla con su otra mano – Los dos la tenéis muy grande para vuestra edad – y tras eso volvió a atender a Juanito en exclusiva - ¿Qué hacemos, Juan? ¿Empezamos como solíamos hacer?

-Si – únicamente le respondió el. Inmediatamente ella se inclinó adelante para tragar su polla de una sola sentada. Juanito cerró los ojos del gusto, perdiendo un poco el equilibrio.

Observaba desde mi sitio la escena sin perder detalle. Los catorce centímetros de polla de mi amigo eran tragados con un sonido de aspiración por la boca de Charo hasta que sus labios embestían su pubis, balanceando sin parar la cabeza contra él. De vez en cuando se la sacaba con un sonoro chupetón para besarla y lamerla a lo largo. Ahora que veía como era una felación y como lo disfrutaba Juanito me arrepentía de no haber aceptado antes.

Los “Chup-chup-chup-chup…” que hacía Charo al mamar siguieron sonando unos minutos. Alucinaba con el aguante que tenía mi amigo ante la tan extraordinaria estimulación oral a la que yo no hubiese resistido ni el primer minuto. La respiración de él aumento súbitamente. Conocía perfectamente su cara de cuando ya iba a eyacular tras tantas pajas en compañía con él. En cambio Charo pareció que también supo darse cuenta y se agarró con ambas manos al culo suyo, atrayéndolo con él para que la embistiese. Al tercer meneo de ella, Juanito comenzó a mover la cadera por si mismo.

-Que me corro, que me corro, Charo – dijo a los pocos segundos.

Ella dejó de mamarle el miembro y lo masturbó. Dando pequeños jadeos, y contrayendo el vientre, los regueros de semen de mi amigo fueron disparándose a ritmo de traca. La mano y el vientre de Charo quedaron manchado de la mayor parte de la corrida de mi amigo, tomando su toallita y limpiándose los regueros de semen.

-¡Pero que de leche me has derramado encima! – dijo – Parece que los dos habéis venido bien cargados. Pero para eso estoy, para vaciaros hasta que os quedéis bien a gusto – dijo riendo, riéndonos nosotros con ella. Poniéndose ahora a limpiar a Juanito con la toalla - ¡Bueno! Pero si sigues bien duro y Pablo parece que también lleva un rato. Vamos a ver como lo hacemos… Yo me pongo aquí en medio de los dos y tu Juan, túmbate aquí a mi lado.

Seguimos sus intrusiones y nos colocamos cada uno a un lado de ella. Mi amigo y yo nos pusimos de costado mirando hacia ella y esta boca arriba. Sabiéndose mover en una situación a la que yo no estaba acostumbrado, Juanito se puso a acariciarla por los muslos y a besarle el pecho que le cogía mas cerca. Yo lo imité en esto último, lamiendole la redondez de su seno que se abultaba baste incluso boca arriba. Su pezón se endureció al besarlo, chupándolo a continuación. Parecía no dejar de crecer duro en mis labios bajo los latigazos de mi lengua. Entre aquel concierto de bocas en sus pechos ella gemía con pasividad. Sus manos había agarrado nuestros hinchados miembros y nos masturbaba dando pequeños apretones. Notros también habíamos comenzado a mover nuestras caderas contra ella, incapaces de controlar nuestro deseo instintivo de meter. Esta insistencia le hizo imposible no percatarse de ello, así que Charo alargó la mano por encima mía y alcanzó a coger algo en la mesita de detrás de mí. Al volver trajo consigo un condón que llevó hasta la polla de Juanito, colocándoselo. Yo no quité ojo a como lo desenfundaba por el miembro de mi amigo y aseguraba de que quedaba bien afianzado en la base. Aún así quedó con bastante arrugas al no estar desarrollado del todo él.

-¿Se te suelta? ¿No? Perfecto. Pues ya podemos ponernos al lío – dijo, ahora dirigiéndose a mí – Y tú ¿Te has fijado bien? Hoy por que era tu primera vez, pero si vuelves a venir también tendrás que ponerte uno.

Se giró de nuevo hacia Juanito, dándome la espalda, y llevándose la polla de él a su coño hizo que la penetrase. Yo me pegué a ella por detrás, asomándome por encima para ver el momento justo en que la cara de Juanito se descomponía de placer al hincarla. No la había metido y sacado más de cinco veces con suavidad que de repente se puso a darle tan rápido que Charo lo tuvo que detener. Puede que Juanito tuviese mas experiencia pero era evidente que era tanto, o más, bruto que yo.

-Pablo, cielo ¿Me pasar el tarro de vaselina otra vez? – me pidió. Pero no fue por su sexo por donde se esparció si no por mi polla – Vente, pégate más. Veamos si puedo teneros a dentro a los dos – dijo agarrando la base de mi polla y conduciéndola hasta su vagina, ya ocupada por el miembro de mi amigo. Fue haciendo que entrase poco a poco, empujando mi polla contra la de Juanito. Yo alucinaba por que desconocía que aquello se pudiese hacer – Ya está dentro también. Ahora, moveros despacito que me podéis hacer daño.

La vagina de Charo era como una trampa para ratones de lo apretada que se notaba. Sentía la polla de mi amigo contra la mía, su dureza contra mi dureza envueltos en el calor de ella. Al comienzo de movernos nos estuvimos peleando por quien se hacía mas sitio y por tanto con mas gusto. Pero era mucha amistad la que nos unía y aunamos fuerzas, embistiendo al mismo tiempo. Yo con mi polla al desnudo. Él con la suya forrada. Los dos avanzando a la vez por aquel apretado coño, con cuidado de no lastimarla. Estábamos siendo unidos por el mismo coño que nos había desvirgado y vuelto hombre.

-¡Ooooohhmm…! – gimió ella, diferente – Lo hacéis muy bien. Dadle un poco más rápido si queréis.

Fue escucharla y ponernos a meterla con algo mas de brío. Era mas complicado llevar el ritmo tan a la par como antes, pero solo era unos centímetros que uno adelantaba al otro de vez en cuando. Esto ocasionaba que nuestras pollas se enroscasen un poco en el interior de Charo, pudiendo sentir la parte de la vagina que quedaba ocupada por la polla del otro. Los gemidos de ella habían dejado de ser los sobreactuados de hasta entonces. Ahora gemía en un tono bajo, relajado. Y en una ocasión, estábamos los dos agarrados a ella empujando, que nuestras pollas penetraron en su vagina de manera sincronizada y tan hasta el fondo, que sentimos nuestros huevos estrujarse contra los del otro, pero ella había soltado un <<¡¡AAAAHHH!!>> que no pudimos deducir si era de placer o dolor. Ante la duda nos detuvimos. Al otro lado de ella, Juanito asomó la cabeza y me miró algo asustado, como yo también lo estaba.

-¿Te hemos hecho daño? – le pregunté yo.

-¿Qué? ¡Oh, no! Que va. Ninguno de los dos me ha hecho daño. Vosotros seguid, venga – nos dijo, sacudiendo el culo para que siguiésemos – Obedecimos sin rechistar pero al rato Charo ya ni gemía, solo respiraba muy fuerte, hasta que se puso a soltar alaridos de repente - ¡Hhaa! ¡Hhaa! ¡Hhhaaaaaaa…! – agitándose por fuera y también por dentro. Su vagina palpitaba alrededor de nuestros rabos, al tiempo que sentíamos que aumentaba la lubricación. Con la combinación de nuestras pollas adolescentes estábamos haciendo correr a una prostituta. Evidentemente nuestras caras no eran de triunfo por que no sabíamos que le pasaba exactamente si no mas bien de sorpresa. Me asomé por encima del hombro de ella para buscar la complicidad de mi amigo, pero este estaba con los ojos cerrado y la mandíbula apretada, concentrado en el mete y saca. Treinta segundo después notaba contra mi polla como la suya se sacudía e iba rellenando el condón. Cuando dejó de correrse dejó también de moverse, así que yo también paré para no estropearle el orgasmo.

-Me he corrido – informó, respirando con agitación.

El la sacó y se colocó boca arriba entre resoplidos. Dentro del condón arrugado, el semen no se aguantaba en la punta y se esparcía bajo el plástico. Se lo retiró con cuidado y al ir limpiarle Charo me hizo sacarla por lo que acabé yo también tumbándome boca arriba en mi lado.

-Dame el preservativo, cielo, que yo te lo tiro – le dijo ella, tomando el condón con escrúpulo y levantándose para tirarlo a la papeleta del baño. Al regresar se tendió otra vez entre nosotros aunque esta vez mirándome a mí – Y tu ¿Qué? ¿Te has corrido también?

-No, yo no – le respondí. Pero viendo mi oportunidad de pedirle que me hiciese una felación le dije - ¿Me la chupas como antes a él?

-¡Claro, cielo! Eso está hecho. Tú relájate y déjame a mí – y en lo que decía eso se fue agachando encima de mí. Tomó mi polla y la limpió con la mano de restos de vaselina. Y después, se la metió con la boca abierta en par y cuando la tenía dentro chupó de abajo a arriba.

Desfallecía de placer al sentir su boca caliente envolviendo mi polla, recorriéndola de la punta hasta la base como si intentase tragarme entero. Su lengua penetraba por mi prepucio, lamiéndome hasta lo más recóndito del glande. Y al tiempo se oía el <> con su cabeza yendo de arriba abajo sobre mi cadera. Solo dejaba de mover la cabeza para lamer despacio con la lengua afuera o soltarme algún lametón rápido en los huevos que conseguían ponerme la piel de gallina. Ni me acordaba de que Juanito estaba allí, a nuestro lado, hasta que este se acercó en busca de la atención de Charo pero llevándose una paja algo floja por que era conmigo con el que estaba ahora. Tenía unas ganas terrible de correrme de una vez para descansar y pensar en todo lo que había sucedió en la última hora, pero me resistía hasta que cuando ya si iba a correrme la avisé y los pocos goterones de lefa que me quedaban aún los recibió en su boca, supongo que por que si me había corrido en su coño dos veces ya daba igual que lo hiciese en su boca. Pese a lo mucho que había disfrutado la mamada no fue tanto la corrida. Era imposible tras haber sentido lo que era correrse en un coño.

-Ahora si que te has quedado bien seco – me dijo aún frente a mi polla, sacudiendo está a medio desinflar.

-Si, ahora si – me reí.

-¿Por qué no te vas a limpiar un poquito al bidé y ya nos deja a Juan y a mi solitos, que ya hace rato que tu tiempo pasó pero a él le queda media hora.

-Vale – y me levanté de la cama, entrando al baño para limpiarme en el bidé. Está vez no me limpié de forma tan escrupulosa como antes. Solo dándome un agüilla.

Al salir al dormitorio me encontré con mi amigo sentado en la cama y Charo encima de él, también sentada pero dándole la espalda. Se agarraba atrás al cabecero y se movía pesada sobre él. Debía estar algo cansada pero eso demostraba el gran aguante físico que tenía aquella mujer pese a su edad, que podía satisfacer a dos adolescentes insaciables. Entre sus muslos pude ver como el nabo de mi Juanito salía y entraba del coño de Charo con un nuevo condón puesto. De repente me sentía como un intruso, así que me acerqué a la silla y me comencé a vestir incómodo para salir de allí. Cuando me quedaban los zapatos, los cogí para ya ponérselos afuera. Los huevos de mi amigo siendo golpeados por los labios gruesos del coño de Charo fue lo último que llegué a ver antes de cerrar.

Crucé el pasillo y entre al salón, desde el que se podía seguir escuchando los gemidos falsetes de ella, los jadeos desesperados de mi amigo y el chirriar de la cama. Me senté en el sofá, contemplando aquel saloncito del que nadie diría era la sala de espera de una prostituta. Sentía el cuerpo flotando y al poco comencé a sentir el habitual hormigueo doloroso en los huevos de cuando te corrías varias veces seguida. Había conseguido algo difícil en un chico de trece años, satisfacerme sexualmente por completo.

A un cuarto de hora de que finalizase el tiempo de Juanito, este apareció con Charo. Ella vestía una bata de terciopelo con el cinturón suelto sin importarle que se le viese desnuda. Como yo, a mi amigo se le veía felizmente relajado al haber vaciado los cojones del todo. Charo nos acompaño hasta la puerta tomándonos del hombro.

-Bueno Juan, hasta la próxima vez si es que vienes.

-Si, vamos a volver mas veces – le respondió Juanito.

-Vale, pero tampoco me vengáis mucho como hiciste tú el año pasado, que soy muy jóvenes para eso. Que lo que tenéis que hacer es buscaros unas novias – nos dijo, desviando su mirada hacia mí – Espero que te haya gustado tu primera vez, Pablo, cielo.

-Si. Me ha gustado mucho – le respondí sin poder contener la risa por que lo decía de corazón.

-Me alegro mucho. Que la primera vez, aunque sea con una puta, tiene que ser bonita. Ahora dame un beso – y se agachó para besarme pero en la boca y con fuerza, repitiendo con Juanito – Pues hasta otra vez. Adiós.

-Adiós, Charo – nos despedimos ya en la puerta.

Salimos por la puerta, de vuelta a esa calle llena de supuestas miradas acusadoras que ya me daban igual. Era como haber estado en el cielo y ahora volvíamos a caer a la tierra. Allí afuera todo parecía un sueño reciente. Hacía tan solo dos horas que habíamos pisado aquella misma calzada pero parecía que había pasado mucho más tiempo. Incluso la calle me parecía distinta. Yo me sentía distinto. En el interior de aquella casa dejaba una parte de mí que me había estado pesando y ahora que me había liberado de ella había conseguido mi fin, ser todo un machote, y con el mas chulescos de los andares caminamos calle abajo como si nos hubiesen llenado los huevos de hombría aunque técnicamente nos lo acababan de vaciar. Pero no fuimos directos a casa de los abuelos de Juanito. Vimos al grupo de chavales del pueblo con los que nos detuvimos a presumir como dos tontos de nuestra visita a Charo.

Nos falto tiempo para que, a los dos días, volvimos a hacerle la segunda visita a Charo, esta vez en un horario mas normalito en el que otros clientes aguardaban su turno en el salón. Había tres hombres mayores entre los que Juanito y yo destacábamos bastante. Nos miraban con bastante desconcierto, sobre todo por que actuábamos con cierta normalidad e incluso rompíamos el silencio absurdo que se formaba allí para bromear entre nosotros, claro que por otro lado nosotros no teníamos mujer e hijos de los que escapábamos con una puta para desahogarnos de una vida reprimida como seguramente les ocurriría a aquellos tres caballeros.

Uno por uno fueron entrando con Charo que salía a saludar y recoger al siguiente. Solían estar con ella una media hora, cosa que nos hacía gracia por que nuestra juventud nos permitía estar echando casquetes con ella hasta apurar el último minuto pagado.

-Espero que se lo haya pasado bien, Don Julián – se despidió junto a la puerta Charo de un hombre que rondaba los cuarenta y muchos. Cuando le cerró la puerta vino hasta el salón – Juan, Pablo ¿Quién de los dos va?

Fue Juanito quien pasó primero esta vez. Yo me quedé en mi sitio, esperando ansioso mi turno. En seguida se comenzó a escuchar a lo lejos los gemidos falsetes de Charo y los mugidos de Juanito. Para mi sorpresa, estaba tan nervioso como la primera vez, solo que ahora aquellos nervios no se regían tanto por la incertidumbre, si no todo lo contrario, por saber lo que iba a hacer. Para cuando por fin salió mi amigo con Charo yo tenía todo el calzoncillos y el pantalón calado por preseminal. Tanto la polla como los huevos me dolían de todo el rato que llevaba empalmado.

-Te toca a ti – me dijo Juanito, sentándose a mi lado, con una cara que lo decía todo.

-Vamos al lío, Pablo – me dijo Charo, cogiéndome de la mano y llevándome por el pasillo hasta entrar al dormitorio – Cierra la puerta, hazme el favor. Bueno, Pablo, la segunda vez que me vienes a desahogar ¿Eh? Anda, ve desnudándote y colocando la ropa ahí en la silla, como el otro día, mientras yo me aseo un poco.

Me desnudé tan rápido como pude, doblando cada prenda y dejándola con delicadeza sobre la silla. Si mi madre hubiese visto tal muestra de pulcritud… Para cuando salió Charo del baño, yo ya estaba desnudo y con el miembro chorreante. Siendo mi turno ahora de aseo, cuando salí ella estaba recogiendo algunas cosas por el cuarto. Hasta que ella no se subió a la cama yo no me subí también. Esa vez hubo mas preliminares, mas abrazos, caricias, besos y disfruté mas entre sus pechos. Ella parecía mas cansada, o no tan enérgica, al haber estado con otros hombres antes como con Juanito. Me dejaba llevar por ella por que me gustaba cada una de las cosas que hacíamos, pero tras un cuarto de hora sin haberla metido aún me tenían que me subía por las ramas y es por eso que, cuando estando yo encima, hice intentos de penetrarla pero ella enseguida apartaba su coño de la trayectoria de mi rabo.

-¿Qué dijimos, Pablo? A partir de la segunda, sin forrito nada de meterla – dijo, dejándome frustrado y tan cachondo que no podía pensar. Tuve que dejar que ella me colocase un condón, haciéndolo despacio para que tomase nota – Ahora si, con la herramienta forrada ya podemos follar, cielo.

Agarró el miembro y se lo llevó a su vagina. En cuando di el primer empujón ya sentí que aquello no marchaba bien. Para nada había sentido el latigazo de placer de cuando sentías su carne caliente envolviéndome el capullo y resto del miembro. El plástico de por medio ni tan siquiera había permitido que mi prepucio se retrajese atrás con el frote de las paredes de su vagina como en las veces anterior. Aún así tenía tantas ganas de follar que tuve que aguantarme y seguí penetrándola. La metía y sacaba, pero resultaba frustrante no degustar el interior de Charo en todo su esplendor. Me sentía como si me hubiesen puesto una jaula de placer en la polla, pero sabía que aquello era así y que no me quedaba otra. Eso si, supe entonces de lo privilegiado que había sido en mi primera vez. Al menos no me correría en cuestión de segundos lo que me permitió disfrutar mas del cuerpo de Charo y de ir probando con diferentes posturas que ella me enseñaba encantada. También la necesidad por buscar todo ese placer que me restaba el condón me hacía meterla más rápido y con más ganas, explayándome a gusto. En cambio la corrida no fue tan bien. El sentir mi semen quedando atrapado en el condón y no esa sensación de que regaba las paredes de su vagina fue todo un chasco. Era como si no hubiese follado en serio. Por eso en el tercer asalto, en donde ya iba lo suficientemente desfogado como para que el correrme rápido no fuese un problema, le dije si podía hacerlo sin condón.

-No es lo mismo ¿Eh? Pero tienes que llevar uno para frungir o nada – dijo ella.

-¡Pero si yo solo follo contigo! – repliqué como un niño pequeño.

-Jajajaja… - se rió al oirme – Eso ya lo se, cielo. Pero es que así es la cosa. Y además, que es bueno para ti, para que vallas acostumbrándote – dijo, escogiendo las palabras justas como siempre. Yo hice un mohín del encaprichamiento que tenía, y ella cambió de idea repentinamente – Venga, vale… te dejo sin preservativo. Pero solo si no te vas dentro ¿De acuerdo?

Accedí habiéndome salido con la mía. Ella se recolocó en la cama, poniéndose a cuatro patas por lo que yo me puse detrás. En cuando acerqué el miembro a su coño su mano apareció por entre sus piernas y la condujo hasta su interior. En cuando mi polla volvió a probar su vagina, sin forro entre medio, sentí que subía al cielo. Su simulada humedad y calor envolvía mi polla en su alrededor, acariciándome con sus pliegues al paso de mi capullo. No era cuestión de placer, si no de también de fusionarse con la otra persona. Ella no gemía apenas, estando apoyada con los codos en la cama y haciendo funcionar su coño con aquellas contracciones que exprimían mi polla deliciosamente. Era evidente que pretendía hacerme eyacular cuando antes y a mí me dio igual al estar tan metido en mi propia satisfacción ahora que volvía a follar de verdad. Como diez minutos después ya sentía próxima la eyaculación. Aumenté las asestadas. Me había dicho que no podía correrme dentro así que intentaba concienciarme de que era follar un poco más y sacarla cuando ya me fuese a correr. Un trabajo de absoluta precisión para mí entonces que iba a tener que realizar una marcha atrás por primera vez. Mi polla se metía y salía por su coño, penetrándola hasta el fondo y con fuerza. Jadeaba como un loco, loco de placer, y me preguntaba cuando volvería a poder follar de aquella manera. Con solo mi polla y un coño, rozándose. De tener la oportunidad de correrme libremente en un coño. La tentación era demasiada para un chico de mi edad. Sentía un profundo cariño y gratitud de por vida hacia la puta Charo pero tomé la decisión mas canalla. No dejé de bombear en su coño hasta que mi orgasmo explotó, sintiendo la enorme satisfacción de mi esperma siendo disparado en el extraordinario, y muy experimentado, coño de Charo. Casi un minuto de intenso éxtasis en el que me agarré a su culo y la empujaba para mantener mi polla hasta el fondo de su vagina incluso segundos después de haber descargado. Solo quedaba aguardar a la queja de Charo por que ni había avisado.

-¿Qué? Te me has corrido adentro ¿A que si? – giró la cabeza y preguntó no tan disgustada como esperaba. No supe que decir y apreté los labios – Pues imagínate que yo no soy una puta si no una chica con la que has acabado teniendo sexo. La habrías dejado preñada, tendrías que dejar el cole para ponerte a trabajar y cuidar a tu hijo. Por eso es tan importante que te costumbre a ponerte un preservativo siempre si no quieres fastidiarte la vida – estuvo explicándome, revelando que aquello había sido una estratagema suya para enseñarme aquella valiosa lección.

En el resto de aquel mes de verano fuimos otras cuatro veces, gastándonos hasta la última peseta que habíamos ahorrado a lo largo de todo el año. Y siempre igual; ella dejaba que me desfogara con su cuerpo como quisiese una o dos veces y entonces a la siguiente ella tomaba el control y me mostraba nuevas posturas en la que podía follarla, indicándome como la debía tocar en todo momento. Hasta me tenía comiéndole las tetas o cualquier otra parte de su cuerpo por un buen rato. Y yo obedecía gustoso sin darme cuenta realmente de que me estaba enseñando a dar placer a una mujer. En la última visita a Charo, un día antes de regresar a la ciudad, estaba desnudo y echado en la cama, listo para empezar, que me acabé echando a sus brazos como un niño pequeño invadido por una enorme tristeza de alejarme de aquella mujer que tanto me había enseñado.

-¡Hay mi niño, que yo también te voy a echar de menos! – me dijo, abrazándome ella también.

-Charo, te quiero mucho – no pude evitarle decirle al borde del llanto.

-Ja ja ja ja ¡Anda ya! Lo que te pasa a ti es que te has pegado unos días follando conmigo como nunca habías hecho y ahora te vuelves a quedar sin un coñito en donde aliviarte ¿Verdad que si? – me dijo buscando hacerme reír – Con lo bribón que estás tu hecho, en un par de año ya vuelves a descargar las pelotas con alguna novieta.

Me soportó estando abrazándola un par de minutos más y después, cuando ya quería empezar a follar ella no cogió ni me dio ningún condón si no que me agarró el miembro y lo llevó a su vagina, dejándome penetrarla sin condón como una especie de regalo de despedida. Llegué a correrme mas que otras veces, hasta cinco, siempre dentro de ella para que su coño no me olvidase al menos hasta que la visita del próximo virgen acabase borrando el recuerdo de mi esperma con el de su propia corrida.

En aquellas dos semanas había alcanzado, e incluso superado, la experiencia sexual de muchos adultos de entonces, una experiencia que a los dieciseis años puse en marcha con la primera novia que, aunque era reacia a la penetración, no lo fue tanto a que la masturbarse e hiciese correr siempre. Juanito también se saco novia por entonces y a la que acabó dejando embarazada, teniéndose que casar con ella como era tan habitual por entonces. Por otro lado, el recuerdo de Charo lo llevaría toda la vida conmigo. Puede que fuese una puta entrada en edad que a cambió de un precio pusiese fin a la ansiedad sexual de adolescentes en edad difícil, pero había sido mi primera hembra, una mujer que con gran cariño y comprensión me había liberado del lastre de mi virginidad, me había enseñado el arte del sexo y había reforzado mi autoestima.

Cuando a los dieciocho años por fin volviese a tener sexo con otra novia, el recuerdo de Charo estuvo en mi mente desde el primer momento que mi polla la penetrase y rompiese su himen hasta que acabase corriéndome. Y me gustaría decir que fui fiel a sus enseñanzas, pero al tiempo de relación me falto tiempo para hacerlo sin condón y acabar dejándola embarazada. En… FIN.