La puta del jefe
Su vida se vino abajo y se vio obligada a acceder a las pretensiones de su jefe para conservar el empleo.
Fayna era una joven y atractiva madre de una adorable niña y estaba felizmente casada con un esforzado hombre de negocios que la amaba con locura. Su marido le proporcionaba una renta suficiente como para vivir con desahogos y así ella poder dedicarse enteramente a cuidar de su pequeña hija. Se podría decir que eran una familia feliz. Pero en un fatídico veintisiete de octubre, su vida dio un giro de ciento ochenta grados.
En uno de los muchos viajes de negocios que realizaba, su marido perdió la vida en un fatal accidente. Y como las desgracias nunca vienen solas, a consecuencia del mismo Fayna descubrió que su cómoda vida no era más que un espejismo que ocultaba la realidad de lo que verdaderamente sucedía; que estaban completamente arruinados. Como no disponía de nada a su nombre, de la noche a la mañana todo lo que creía suyo ahora pertenecía a los bancos y a los acreedores. Sin casa donde vivir y con unos mínimos ahorros que había conseguido salvar de los embargos, tuvo que mudarse a un barrio mucho más humilde y alquilar un pequeño y destartalado piso para no tener que dormir en la calle.
Fayna era extranjera y no tenía a nadie en España, por lo que no le quedó otro remedio que afrontar por si sola todas las dificultades para salir adelante y tratar de darle el mejor futuro posible a su hija.
Afortunadamente encontró la ayuda de alguien que había tenido negocios con su esposo y que amablemente le ofreció un puesto de trabajo en su empresa de limpiezas. Fayna no tenía estudios y no podía aspirar a un trabajo de alta cualificación, así que se tuvo que resignar a limpiar los baños de los colegios. Pero pronto comprendió que el supuesto buen corazón de su jefe escondía oscuras intenciones.
Nunca fue bien recibida entre sus compañeras de trabajo. La veían como una recomendada y no entendían como con las dificultades que tenía la empresa para encontrar trabajo, la habían contratado tan fácilmente. Tampoco hacía mucho en su favor el trato preferencial que Pascual, su jefe, le mostraba sin reparo delante de su compañeras. Pronto fue conocida como “la puta del jefe”.
Una mañana, antes de salir con destino a los centros a los que iba a limpiar, Pascual la llamó a su despacho.
- Buenos días Fayna. Llevas ya unas semanas con nosotros y me he dado cuenta de que eres una mujer con demasiado estilo para estar limpiando la mierda de los retretes. Si tu quisieras yo podría ayudarte.
- No le entiendo señor
- Mira, no me andaré con rodeos. Tus compañeras dicen de ti que eres mi puta, pues bien, de ti depende que tengan o no razón. ¿Me entiendes ahora?
Se quedó totalmente sorprendida. ¿Le estaba proponiendo ser su puta? ¿Cómo podía sucederle eso a ella?. Se sentía confusa, no podía pensar con claridad, solo tenía una cosa clara; a pesar de todas las dificultades que se le presentasen no podía dejar su trabajo, eran los únicos ingresos que tenía para pagar el piso, la guardería y dar de comer a su hija.
- Si accedieses, yo podría ofrecerte otro puesto más acorde a tu persona y tendrías un sobresueldo lo suficientemente importante como para que no pasases más penurias económicas. Solucionar tus problemas está en tu mano.
Maldijo el día en que le habían ofrecido ese trabajo y maldijo también al hombre al que más había amado por dejarla en esa situación, tirada en la calle como una perra, como lo que tendría que vivir si quería salir adelante.
- Señor, yo no soy una puta, soy una mujer decente y honesta. Lo que me propone no puedo aceptarlo. Trabajaré más horas si es necesario, pero no me pida que haga eso, por favor.
- Tan solo depende de ti. Yo únicamente te doy una oportunidad, si quieres la aceptas y ni no quieres, no la aceptas. Seguirás limpiando mierda mientras haya mierda que limpiar y en estos tiempos de crisis hasta la mierda escasea.
Fayna, con la cabeza baja y completamente hundida se dio media vuelta para salir del despacho de su jefe.
- Espera –le grito su jefe- Solo por si cambias de opinión. Mañana necesitaré que primero limpies mi despacho. Si olvidas las bragas en tu taquilla entenderé que aceptas mi oferta. Puedes irte.
Ese día fue el más triste en la vida de Fayna después de aquel fatídico veintisiete de octubre. No tendría estudios pero no era estúpida. Sabía perfectamente a lo que se enfrentaba. Si su jefe la había contratado no había sido por caridad cristiana, lo había hecho para poder follársela. Ella comprendió que no tenía elección, o accedía o se quedaría sin empleo.
Aquella noche Fayna apenas pudo pegar ojo. Abrazada a su hijita no paraba de llorar y llorar desconsoladamente. Se acordaba de su marido, de los hermosos momentos que había vivido con él, del día de su boda, de cuando hacían el amor, del nacimiento de su preciosa hija al que asistió a su lado. Tanta felicidad para terminar siendo la puta de un degenerado. ¿Qué podía hacer?, era una extranjera sola, con una niña a la que dar de comer y sin apenas ingresos para salir adelante. Ni siquiera tenía el apoyo de sus compañeras por si decidía denunciarle. Cuanto más pensaba en ello, más abocada se veía a aceptar a la propuesta de Pascual.
A la mañana siguiente Fayna cogió sus herramientas de limpieza y se dirigió al despacho de Pascual. Trataba de no pensar en nada. Ella iba a hacer su trabajo. Notó como sus compañeras cuchicheaban mientras la veían ir en dirección al despacho.
- ¿Se puede?
- Adelante Fayna. Buenos días.
- Buenos días señor
Pascual se quedó durante unos segundos en silencio, mirándola, preguntándose mentalmente si habría venido a complacerle o no. Fayna no reaccionó. Esperó de pié, en silencio, a que su jefe le indicase que hacer.
- Bien, creo que ya sabes lo que hay que hacer. Pasas el aspirador por la moqueta y le quitas el polvo a todos los muebles y a los libros de la estantería. Uno por uno.
- Como mande señor.
Ese acento tan dulce y meloso que tenía Fayna al hablar le ponía a cien.
- Pero antes quiero que recojas estos papeles que hay en el suelo, bajo mi mesa.
Y se hizo atrás con su silla permitiendo un espacio para que Fayna pudiese meterse bajo la mesa.
Fayna se arrodilló y comenzó a gatear en busca de los papeles que debía recoger. Entonces sintió como le levantaba la bata hasta más arriba de su culo.
- Ves como no ha sido tan difícil. Eres una chica lista y sabes lo que te conviene. Cierra la puerta del despacho y ven.
Fayna salió de debajo de la mesa y con lágrimas en los ojos cerró por dentro el despacho de Pascual. Haber acudido sin bragas significaba que aceptaba sus condiciones. Ahora ya no había vuelta atrás.
- A partir de ahora yo me voy a ocupar de que este culito no pase hambre. Apóyate sobre la mesa y abre bien las piernas.
Fayna se recostó boca abajo sobre la inmensa mesa y se preparó para que aquel hombre la follase. No podía dejar de llorar pero trataba de ahogar sus gemidos para que su jefe no se diese cuenta. Ella no estaba preparada, no estaba excitada y no lubricaba correctamente, por lo que la penetración le resultó dolorosa.
- ¿Por qué te quejas?, ¿acaso no te han follado nunca?, ¿y por donde ha salido esa hija que tienes?
Pascual se tomó su tiempo. La folló despacio, recreándose en cada penetración, disfrutando de cada segundo de aquel momento que lo consideraba un triunfo. Desde que vio por primera vez a Fayna con su difunto marido, había soñado con hacerla suya y casualmente el destino la había llevado directamente a su entrepierna.
Fayna ya no lloraba. Ahora sentía asco de si misma. Trataba de superar ese momento pensando en su hijita. En definitiva lo hacía por ella, para poder darle todo lo que necesitaba y que no le faltase de nada, por eso consentía que aquel cerdo la estuviese follando en ese mismo instante sobre la mesa de su despacho. De vez en cuando recibía un fuerte azote en su culo que la denigraba todavía más. Finalmente había mojado lo suficiente como para no sentirse dolorida.
- Tienes el chochito muy mojado y caliente, se nota que te gusta lo que te hago
Fayna cerró los ojos. Cada vez sus embestidas eran más fuertes y evidenciaban un inminente final. Enseguida sintió el orgasmo de su jefe.
- ¡No, dentro no! –gritó Fayna-
Pero sus lamentos no le sirvieron de nada. La tenía perfectamente aprisionada sobre la mesa y no pudo evitar que su jadeante jefe se corriese dentro de ella.
- Tranquila mujer –contestó su jefe una vez se hubo corrido- que por un polvo no te vas a quedar embarazada.
Cuando su jefe se retiró, ella quedo tumbada sobre la mesa, sintiendo como el semen que hacía unos segundos le había vertido dentro de su sexo ahora se deslizaba lentamente por sus muslos.
- Tienes que tomar anticonceptivos, A mi no me gusta ponerme condón y yo siempre me corro dentro. Además una mujer como tú que no ha conocido a otro hombre mas que a su marido no puede tener nada malo que me pueda pegar.
Y terminándose de abrochar la bragueta, le dijo
- Anda límpiate, que me vas a manchar la moqueta.
Se limpio como pudo con unos kleenex y se puso las bragas que había traído en uno de los bolsillos.
- Una cosa más. Los chochitos me gustan afeitaditos. Ahora vuelve con tus compañeras que te estarán esperando. Mañana buscaré algo más acorde para tus “capacidades”.
Cuando salió de su despacho solo deseaba darse una ducha. Se sentía sucia y no podía sacarse de encima el olor del esperma. Pero sus compañeras la esperaban en la calle subidas en la furgoneta y no podía entretenerse.
- Date prisa mujer, que ya vamos muy tarde. Podíais poneros a follar a la vuelta y así no nos afectaría a nosotras. Ahora nos tocará trabajar a destajo para llegar a todo.
Desde el primer día había sido para ellas la puta del jefe sin merecerlo, pero ahora tenían razón. Esa misma mañana se había convertido oficialmente en su puta.