La puta de una puta

Michelle, un ama de casa común, se reúne a tomar a algo con Alexis, la esposa del jefe de su marido. Lo que en un principio no debía ser más que un acto social más transformará para siempre la vida de esta ama de casa.

Bajo el título de "The whore's whore" (la puta de una puta), este relato, original de Couture, apareció publicado en inglés en la página de Literótica. Espero disfruteis de la traducción y sepais disculpar los fallos que tenga.

― ¿Sabes qué es lo que somos? ― preguntó Alexis dándole una calada a su cigarrillo y dejando una marca de carmín rojo sobre el filtro ―. Somos putas. Putas de alto standing. Eso es lo que somos.

― No lo creo ― comentó Michelle. Odiaba esas pequeñas reuniones con la esposa del presidente. Odiaba esa conversación. Quería mostrar su desacuerdo, pero no quería decir nada que ofendiera a Alexis.

― ¿De verdad que no? ― Alexis la miró por encima de sus gafas oscuras. Su pelo era gris platino y lo llevaba perfectamente peinado. Hizo girar el contenido de una copa de vino llena hasta la mitad de un Merlot rojo oscuro ―. ¿Dónde trabajas, Michelle?

― Me quedo en casa ― contestó Michelle ―. Michael gana bastante para mantenernos a los dos.

― Te quedas en casa ― dijo Alexis remarcando cada una de las palabras ―. Cuidas de Michael.

― Eso no es así ― respondió Michelle a la defensiva.

― Y te mantienes bonita para él ― dijo Alexis ―. ¿Te vistes de forma sexy para él antes de hacer el amor?

Michelle podía notar como se enrojecían sus mejillas ante el comentario. Sí, lo hacía. Muchas veces. Pero no era de esa manera como lo había insinuado Alexis. Además, las revistas que leía lo sugerían.

― No me paga por el sexo. Solo trato de mantener la llama.

― No tienes por qué ponerte a la defensiva ― dijo Alexis ―. He estado en tu pellejo, cielo. Cuando Harold llegó a CEO por primera vez, me excitó saber que tipo de vida iba a llevar. Pero, cielo, al mismo tiempo estaba aterrorizada. Sabía que había filas y filas de zorras alineadas esperando para llegar a mi Harold. ¡Dios, la de cosas que hice para mantener su interés! Pero déjame decirte un secreto, no le reveles todos tus trucos de una vez… vete descubriéndoselos poco a poco.

Michelle se removió incómoda en su asiento. La conversación había pasado de incómoda a “portodoslosdemoniossaquénme deaquí”. Compartía ese tipo de cosas con sus amigas, pero ¡esta era la esposa del jefe de su marido!

Alexis volvió a dar otra calada a su cigarrillo. Dejó escapar el humo por la boca para aspirarlo seguidamente por la nariz.

― ¿Ya lo has dejado darte por culo? ― preguntó.

Las mejillas de Michelle adquirieron un tono rojo carmesí más brillante aun del que ya tenía. Ofendida, se llevó la mano al pecho.

― ¡No! ― exclamó mientras un sinfín de obscenas imágenes llenaban su mente. En ellas se veía a cuatro patas, sobre sus manos y rodillas, siendo tomada… La idea la excitaba, pero siempre había tenido miedo tras escuchar los comentarios negativos de sus amigas.

― Vamos, Michelle ― dijo Alexis ―. Estamos solas, somos mujeres. No me digas que él no lo ha intentado. ¿ni siquiera una vez? No te creo.

En la mente de Michelle los recuerdos se volvieron imágenes. Había sucedido. Muchas veces. Ella siempre se había negado, diciéndole a su marido que aquel no era el camino correcto. Siempre la habitación había estado iluminada por velas, él tendría que haberlo visto. Tendría que haber notado la diferencia.

― Tal vez no ― Alexis acarició la mano de la mujer más joven ―. Sigo olvidándome de que Michael es solo un vicepresidente. A veces desearía que Harold fuese solo un vicepresidente. Así me hubiese ahorrado los intentos de su secretaria por alejarlo de mi durante estos últimos diez años. Solo que ella no sabe que le doy a Harold todo lo que el necesita… incluso mi culo. Le he dado todo lo que ha deseado… bueno, salvo una cosa. Pero ella tampoco podría dárselo.

Michelle escuchaba ahora con atención. Últimamente había comenzado a preocuparse por Jacklyn, la nueva secretaria de Michael. La joven era demasiado atractiva para que ella se sintiera cómoda.

― Bueno, Harold le contó que le apetecía “verla” conmigo ― dijo Alexis ―, y a mí me dijo lo mismo. ¡Imagínate mi sorpresa! Nunca había pensado en otra mujer de esa manera. Imagínate mi situación. Si le decía que no, su secretaria hubiese estado dispuesta a pasar por eso con otra mujer que no fuese yo y yo me hubiese quedado fuera de escena y ella lo habría tenido todo para sí. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que realmente soy. Una puta de alto standing. Tuve miedo. Estaba aterrada, pero una noche tuve una epifanía, una revelación. Le dije que accedía a estar con otra mujer, pero con una condición. Yo era su esposa, no una simple secretaria. Ella y yo no éramos iguales. Ella debía hacer lo que yo ordenase. Yo era la hembra alfa. O se hacía a mi manera o no se hacía.

― Harold aceptó y yo pensé que ahí se acabaría todo. Seguramente su secretaria no se sometería a mí de esa manera. Pero para mi sorpresa, allá aceptó también. La pequeña zorra vio mi apuesta. Bien, si eso es lo que ella quería, estaba decidida a dárselo. Se lo iba a dar hasta que dijese basta. Así que compré ropa nueva. Cuero negro y tacones altos. Incluso acudí a una sex-shop. Cielo, te sorprenderían lo que tienen. Le expliqué a una mujer de que iba el juego y ella me vendió algunas cosas. Tengo que admitir que la idea de usarlas, de usarlas con otra mujer… ¡Dios! ¡Me encharcaba las bragas!

Michelle no podía creer lo que oía. Aquella mujer era una pervertida. ¡No podía esperar para contárselo a Michael!

― Así que cuando llegó la noche elegida, me preparé. Me puse los tacones altos, las ligas, las medias, el corsé de cuero… Me tomé unas copas de vino y encendí un cigarrillo. Harold apareció más tarde con su pequeña y atractiva secretaria. La verdad es que era bonita. Rubia, con tetas grandes, buen culo… Ella se soltó el pelo y trató de besarme.

«Me di cuenta de que estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya. Así que tomé sus deliciosos labios entre mis dedos y le dije que no me interesaba así. Le dije que no era mi igual. Que tan solo era una puta secretaria y que la iba a usar de la forma en que debía ser utilizada: como una pequeña ramera. Esa parte pareció no gustarle, me di cuenta de ello por la forma en que se ruborizaron sus mejillas y se dilataron sus fosas nasales. Luego le ordené que se quitase sus ropas y la obligué a ponerse un vestido de puta… Ah, y unos taconazos de diez centímetros. Observé que empezó a temblar. Luego le di el collar. Fue el collar lo que desató todo. Ella no quiso ponérselo. Incluso la azoté. La puse sobe mis rodillas, como a una niña pequeña y azoté aquel culo perfecto. Le ordené que se pusiese el collar, pero no lo hizo, ni siquiera para detener los azotes. Dijo que no podía hacerlo y salió corriendo.

«Ya ves, decepcionante. Harold nunca más volvió a traerme una secretaria. Cielo, creo que la mayoría de las cosas sobre las que los hombres fantasean acerca de lo que hacen las mujeres en realidad les da mucho miedo de que las mujeres realmente podamos disfrutarlas. Y puedo ver el por qué… de madrugada, a menudo, pienso en aquella noche. Pienso en esa linda chica, y me pregunto qué podría haber sucedido.

Los ojos de Alexis se nublaron mientras se deleitaba con su fantasía. Michelle estaba desesperadamente tratando de buscar una excusa para marcharse. Aquello estaba mal. Realmente mal. Sabía demasiado. Eso podía tener repercusiones. Seguro que Alexis no iba a querer que aquello se revelara… a nadie. No, al menos que ella buscara el divorcio y, simplemente, ya no le importase.

― Probablemente te estarás preguntando el por qué te estoy contando todo esto, ¿verdad? ― preguntó Alexis.

― La verdad es que no ― mintió Michelle ―. Sospecho que solo me estás tomando el pelo.

― No te estoy tomando el pelo, cielo ― dijo Alexis dando otra calada a su cigarrillo y exhalando el humo en dirección a Michelle ―. ¿Has oído que va a haber una reducción de plantilla?

― Sí. ― Michelle comenzó a sentir mucho miedo. Michael había estado muy preocupado últimamente ante la inestabilidad de su puesto de trabajo. Pero quizás esto podría ayudar. Tal vez podría usar la confesión de Alexis para ayudar a Michael a mantener su puesto de trabajo.

― Escuche a Harold decir que iban a prescindir de Michael ― dijo Alexis desvaneciendo las esperanzas de la joven.

Michelle parpadeó para contener las lágrimas. Maldita sea.  En estos días un MBA valía menos que una moneda de diez centavos. Había recortes en todos lados, pero ellos seguían teniendo una hipoteca a interés variable que seguía subiendo cada año. ¿Qué iban a hacer?

Alexis se levantó de su asiento y se sentó junto a Michelle. Le dio unas palmaditas en las manos y la abrazó. Luego, su mano se posó sobre una de las rodillas de la joven.

― No pasa nada, cielo. De eso quería hablarte. Verás, hay una solución ― la mano de Alexis viajó algo más lejos. Ahora reposaba sobre el desnudo muslo de la mujer más joven.

Michelle deseaba desesperadamente sujetar aquella mano y detener su avance, pero su cerebro le dijo que esperase, que la escuchase al menos. Alexis volvió a exhalar el humo de su cigarrillo, sin molestarse en girar la cabeza. Michelle no dijo nada… solo se limitó a girar hacia un lado la cabeza.

― Ya ves ― dijo Alexis mientras su mano seguía avanzando, ahora hasta un poco más arriba del muslo, que tenía la piel de gallina ―. Tengo algo de influencia sobre mi marido. Bueno, mucha. La pregunta que te hago ahora es… ¿quieres mantener tu estilo de vida?

La mano que se había metido por debajo de la falda reposaba ahora sobre las bragas de Michelle. Tocándola íntimamente a través de la delicada tela. Tocándola como si fuese de su propiedad. ¿Cómo había sucedido esto? Todo era culpa de Michael. Si tan solo hubiese sido un ejecutivo más competente… Si hubiese hecho un trabajo mejor… Si hubiese trabajado más duro… Si fuese más inteligente… Si se dedicase menos tiempo a jugar al golf… ¡Maldita sea! ¡No era justo!

― Sí. ― La respuesta salió temblorosa de la arqueada boca de Michelle. Deseaba mantener su estilo de vida.

― Entonces, dime que es lo que eres ― ronroneó Alexis. Sus dedos exploraban ahora abiertamente los delicados recovecos que se hallaban bajo las sedosas bragas de la joven.

― Soy una… ― Michelle jadeo reaccionando al dedo que, bajo sus bragas, se deslizaba entre sus sensibles pliegues ― Una puta de alto standing.

― Mi puta de alto standing ― la corrigió Alexis retirando sus dedos ―. Ahora dime una vez más qué es lo que eres.

― Soy tu puta de alto standing.

― En eso estás jodidamente en lo cierto ― dijo Alexis ―. Ahora vamos a comprobarlo. Ven, sígueme.

Alexis se levantó y caminó en dirección al baño, la mujer más joven la seguía obedientemente. Una vez dentro, Alexis cerró la puerta y comenzó a sacar algunos objetos de una bolsa de plástico que traía consigo.

― No vas a estar siempre reservándote para tu marido. ¿Te has prostituido antes? ― dijo Alexis ― ¿Te ha resultado fácil?  ¿Hmmm? Bueno, eso está a punto de cambiar. Tengo la intención de obtener un buen servicio por mi dinero. Veamos qué es lo que tengo. Muéstrame el coño.

― Por favor ― suplicó Michelle ―. No me hagas hacer esto.

― No tienes por qué hacer nada, cielo ― dijo Alexis ―. Tampoco es como si fueses a acabar en un refugio para gente sin hogar. Aunque es posible que tengas que buscarte algún trabajito atendiendo al público en un Wal-Mart. Y no creo que eso te vaya a gustar mucho. Pasarte de pie todo el día, tratando con clientes malhumorados… Así que, puta, enséñame lo que he comprado o márchate a un jodido Wal-Mart.

Pensar en renunciar a sus tarjetas de crédito… Tener que levantarse para ir a trabajar a diario… Ese no era el tipo de vida al que se había acostumbrado Michelle, así que, haciendo un esfuerzo, metió las manos bajo su elegante falda y deslizó hacia abajo sus bragas para, después, quitárselas.

― Sabía que eras una puta ― dijo Alexis confirmando su opinión ―. Ahora muéstramelo.

Michelle se sonrojó furiosamente. Luego, tomó los dobladillos de su falda entre sus temblorosos dedos y la levantó dócilmente, exhibiéndose.

― Enséñame el interior.

Solo una mujer puede conocer los más íntimos y secretos miedos de otra y Alexis parecía conocer perfectamente los de Michelle. Y no había ayuda contra eso. Tímidamente Michelle bajó una mano y separó los labios de su sexo, descubriéndole sus lugares más íntimos a esa horrible mujer.

― Estás mojada ― le hizo notar Alexis ―. Y tienes un coño precioso. Pero creo que no se aprecia con la suficiente claridad, ¿no crees?

Michelle estaba perpleja. Le estaba enseñando cada rosado pliegue de su sexo, incluso su hinchada perla. Era una situación verdaderamente humillante. Era algo que ni siquiera había hecho para su esposo. Fue entonces cuando se fijó en los artículos que Alexis había estado sacando de su bolsa. ¡Cielo Santo! No pretendería…

Una navaja de afeitar, espuma de afeitar y una rasuradora eléctrica estaban a la vista. Alexis tomó la rasuradora y se la entregó.

― Ya sabes que hacer, cielo ― dijo Alexis ―. Coloca un pie sobre el lavabo y empieza.

― Por favor… ― suplicó Michelle.

Alexis estiró la mano y desbloqueó la cerradura de la puerta.

― Creo que necesitas algo para alentarte y evitar así que sigas remoloneando. Espabila antes de que alguien entre.

¡Dios! No podía siquiera pensar en que alguien entrara al baño y la pillara en esa posición. Rápidamente colocó el pie sobre el lavabo y echó las caderas hacia adelante. Luego tomó la rasuradora y la encendió. “¡Señor, allá vamos!”, pensó y luego se dedicó a cortar el pelo de su sexo. Pasaba la máquina sobre su rizada protección dejando una franja casi desnuda a su paso. Pero lo peor de todo era la vibración de las cuchillas sobre su coño. La vibración estaba consiguiendo que se excitase, haciendo que le resultase difícil mantener el equilibrio sobre sus temblorosas piernas. Dio una pasada, y luego otra. Ahora estaba medio calva. Ya era demasiado tarde para dejarlo así, tenía que terminar el trabajo. ¿Qué le diría a su marido? “Me rasuré para ti…”, supuso.

Y entonces sucedió lo inimaginable. Alexis tenía su teléfono en las manos, fotografiándola.

― ¡No! ― gritó Michelle agarrando el teléfono con una mano y cubriéndose con la otra.

― Es demasiado tarde para ser pudorosa, putita ― dijo Alexis ―. He comprado el servicio completo. Veré estas fotos cada vez que quiera rememorar este momento.

Pero Michelle no deseaba revivir este momento. Era el peor momento de su vida. ¿Y si esas fotos se volvían en su contra?

― Date prisa ― azuzó Alexis ―. Estas fotos son solo para mí, pero ¿quién sabe quien puede entrar por esa puerta?

No quedaba otra opción. Michelle volvió a coger la rasuradora e hizo un último pase. Por fin había acabado. A sus pies, sus rizos yacían apilados en un montoncito.

Entonces, Alexis le entregó la espuma de afeitar.

― Tiene que desaparecer todo. Quiero ese coño suave como el culito de un bebé.

Tras colocar la espuma en la mano, Michelle procedió a extenderla sobre su sexo. Una vez hecho esto, Alexis le entregó la navaja.

“¡Ay, Señor! ¡Allá vamos!”, pensó antes de proceder a afeitarse.

― Se rápida, pero no te cortes ― dijo Alexis. Quiero mi coño bonito y suave.

El afeitado con navaja fue un proceso lento. Cuando acabó, su sexo desnudo se mostró frente a ella en el espejo. No pudo evitar fijarse en la imagen que le devolvía el espejo. No era la imagen de una mujer de éxito… era la imagen de una puta. Y lo peor de todo es que podía notar como eso la excitaba cada vez más. Húmeda… dispuesta… receptiva…

― Mira eso ― dijo Alexis acercándose y tomando otra foto ―. Te gusta, ¿verdad, puta? Mira lo grande que se está volviendo ese lindo clítoris.

Michelle quiso negarlo, pero su excitación era perfectamente visible. Y entonces sucedió lo peor que podía pasar. La puerta se abrió. Una mujer aturdida miró la escena que se mostraba ante ella y dio un respingo. Michelle gritó. “¡Oh, Dios!”, pensó mientras se tapaba el sexo con las manos. Pero no sirvió de nada. La mujer ya la había visto.

― Ocupado, cielo ― dijo Alexis ahuyentando a la mujer y luego cerrando la puerta tras ella.

― Date prisa. Termina antes de que avise a alguien ― le advirtió Alexis a Michelle.

Michelle dio las últimas pasadas hasta que el vello desapareció en su totalidad. Las dio rápida y eficientemente, deseando acabar cuanto antes y salir de allí de una vez.

― Déjame ver ― dijo Alexis ―. Debo asegurarme de que has hecho un buen trabajo.

Cogiendo una toallita húmeda de papel, Alexis retiró los últimos restos de crema de afeitar presentes en el sexo de Michelle, disfrutando de la sedosa sensación de aquella carne sedosa y húmeda. Pronto, un suave gemido escapó de la garganta de Michelle, como un ronroneo casi, en respuesta a las caricias recibidas sobre su suave sexo.

― Está perfecto. Realmente perfecto ― dijo Alexis ―. Y espero que esté así la próxima vez que nos veamos. Recién afeitado. Además, irás sin bragas y sin sujetador, a menos que sea del tipo “pushup”. No quiero nada que se interponga en mi camino. Ahora quítate el que llevas puesto.

Michelle metió las manos bajo su blusa, se desabrochó el sujetador y lo sacó a través de una manga.

― Eso es, buena chica ― dijo Alexis ―. Tíralo a la basura, hoy no lo vas a necesitar más.

Mientras Michelle tiraba su sujetador a la basura, Alexis sacó de su bolso un pequeño cuchillo.

― Recuerda lo que te he dicho. Siempre te quiero accesible para mí ― dijo acercando el cuchillo al abundante pecho de Michelle, provocando que la joven se encogiese de miedo.

― No te asustes. No voy a lastimarte, cielo ― dijo Alexis colocando el pequeño cuchillo debajo de un botón de la blusa de Michelle. El botón saltó rápidamente provocando que el escote de Michelle se ampliase ―. Aunque, de hecho, ya falta poco para ello.

Saltó otro botón, y luego otro. Sin nada que se interpusiese en su camino, Alexis metió la mano bajo la blusa de la joven y le acarició el pecho. Luego, le pellizcó el pezón hasta lograr que a Michelle le costase mantenerse sobre sus rodillas.

― Tienes unas tetas hermosas. Bonitas y llenas. Al principio supuse que eran operadas. Es toda una pena mantener ocultas estas bellezas… eso va a cambiar a partir de ahora. Las quiero siempre a mano ― dijo Alexis ―. Podrías hacer que tu marido se currase un poco el tener acceso a ellas, pero yo quiero siempre a mano lo que he pagado, siempre disponible para cuando yo lo desee.

Alexis tomó el dobladillo de la falda corta de diseño que vestía la joven, luego tomó la hoja del cuchillo y la llevó a la corta hendidura que corría con buen gusto hasta su muslo. Se oyó un audible rasgón cuando la hendidura se comenzó a extender más y más hasta llegar a la parte superior del muslo y luego a la cadera. Alexis metió la mano en la hendidura recién expandida y tuvo acceso inmediato al sexo caliente y desnudo de la joven. Sin ninguna ceremonia, introdujo rápidamente dos dedos dentro del dispuesto túnel y besó apasionadamente en los labios a Michelle.

― Desearía tener a manos unos buenos tacones para ponerte, cielo ― dijo Alexis mientras sus dedos se movían adentro y afuera de la caliente cajita de terciopelo que era el sexo de la joven ―. Hubiera podido traer algunos, pero no sabía tu talla. Pero para la próxima te quiero con unos tacones más altos de los que llevas.

Alexis atrajo a la joven hacia adelante usando los dedos que había enterrado en su sexo. Luego metió su otra mano bajo en la hendidura de la falda y la llevó hacia atrás, para acariciar el bien formado trasero de Michelle. La mano de la mujer mayor se movió sobre el marfileño culo de Michelle, explorándolo… sobándolo.

― Nada mejor que un buen par de tacones para levantar este sexy culito hacia arriba, donde puedo tocarlo… o azotarlo ― tras decir esto, Alexis se echó hacia atrás y propinó un fuerte azote desde abajo sobre la abultada redondez del trasero de Michelle. Volvió a hacerlo una vez más. Todo mientras los dedos de su otra mano no dejaban de penetrarla distraídamente una y otra vez. La joven ama de casa apenas podía distinguir donde estaba el límite que separaba el placer del dolor.

― Y ya puedes ir dejando que te enganche a ese fornido maridito tuyo, cielo ― continuó Alexis, una vez más acariciando el trasero de la joven ama de casa, pero esta vez sus dedos tomaron un camino diferente, hasta la hendidura que separaba aquellas redondas y lisas nalgas y al agujero bien apretado que allí se encontraba.

― Pero antes tengo la intención de catar algo de este sexy culito que estoy pagando.

El índice de Alexia presionó contra el cerrado orificio y Michelle trató de apretarlo para no ser invadida. Pero el dedo de Alexia estaba determinado a entrar y serpenteó y se movió hasta conseguir entrar en un territorio que le había sido negado incluso a su propio esposo.

― Por favor… ― suplicó Michelle en un tono que sonaba más como “por favor sí” que “por favor no”.

La joven se arriesgó a contemplarse en el espejo. Uno de sus senos se había salido de la blusa… Sus pezones estaban duros como piedras. Tenía las mejillas arreboladas y el rímel oscuro corría por las esquinas de sus ojos. Su regordete labio inferior estaba atrapado entre sus perfectos dientes blancos. Sus caderas no dejaban de moverse de atrás hacia adelante… de atrás hacia adelante… Al principio alejándose cuando el dedo trataba de penetrar en su trasero, pero luego moviéndose a su encuentro… Moviéndose al compás de aquellos dedos que trabajaban en sus entrañas. De pronto, justo cuando comenzó a dejarse llevar, cuando comenzó a gemir apretándose con más fuerza contra ellos, los dedos la abandonaron y ella se sintió excitada y vacía.

― Solo falta un detalle ― dijo Alexis mientras se dedicaba a sacar el último de los objetos presentes en la bolsa. Era un collar para perros de color rosa. El collar estaba adornado en su parte delantera con diamantes de imitación y colgaban de él un colgantito de diamantes en forma de corazón y una pequeña campanita de plata ―. Tienes que arrodillarte para esta parte, cielo.

Con un estremecimiento recorriendo su cuerpo y, sin dejar de temblar mientras lo hacía, Michelle se arrodilló sobre el frío suelo del baño.

― Apártate el pelo ― le ordenó Alexis.

Michelle sujetó su largo cabello y lo levantó, luego cerró los ojos.

― Abre bien esos bonitos ojos azules, dulzura ― dijo Alexis ―. Quiero que veas esta parte. Una vez que este collar este en tu cuello ya no seremos iguales, cielo. Para empezar, tampoco es que lo hayamos sido, pero ya sabes a que me refiero. Me pertenecerás. Ya no serás nunca más una puta de alto standing, cielo. Serás la puta de una puta.

Alexis acercó el collar rosa a los rojos labios de la joven. Michelle supo instintivamente que debía besarlo. Tras ello, Alexis lo abrochó alrededor de su cuello. Arrodillada, Michelle observó como la mujer mayor se subía la falda. Bajo ella llevaba medias negras y liguero, no llevaba bragas. Su triángulo de enmarañados rizos estaba salpimentado con signos de evidente excitación.

― Besa ahora a tu nuevo Amo ― ordenó Alexis con voz grave y profunda.

Michelle se inclinó hacia adelante, tragando saliva, con la garganta repentinamente seca. Sabía que en algún momento debía hacer eso, pero eso no lo hacía más fácil. Ella nunca había estado con otra mujer. No estaba realmente segura de qué debía hacer. Inclinándose un poco más, plantó un beso en el centro del triángulo. El vello rizado le hizo cosquillas en la nariz.

― Patético ― dijo Alexis ―. Te he ordenado que beses a tu Amo. Hazlo de nuevo. Con pasión.

Michelle volvió a inclinarse hacia delante. Su olfato se llenó de olor a almizcle. Esta vez el beso fue más largo, más intenso.

― Es el amante perdido hace tiempo ― dijo Alexis agarrando el collar atrayéndola hacia su sexo ―. Tienes dieciocho años y estás en el asiento de atrás del coche de tu novio. Bésalo como si lo besases a él. Entra ahí, trabájatelo.

Fue más duro de lo que en un principio había imaginado. No era como con su marido, cuyas partes estaban a la vista. Las de Alexis estaban ocultas y, por ello, menos accesibles. Aquel vello rizado también le impedía el trabajo. Lo que daba a entender en comparación con su propio sexo, ahora desnudo, era un símbolo de su estatus reducido. La puta de una puta. Llevando un collar de perro. Arrodillada sobre el piso de un baño. Besando un COÑO. Besándolo como besó a Johnnie Stunamaker en el asiento trasero de su Nissan280Z. Besando aquellos labios. Metiéndoles la lengua. Lamiendo aquel COÑO porque su esposo era incapaz de mantener su maldito empleo… Lamió los húmedos labios. Chupó la miel que goteaba de aquel ardiente sexo que se encontraba frente a ella. Movió su lengua sobre aquel clítoris palpitante… Todo mientras Alexis la jaleaba.

― Buena chica… Oh, justo ahí… Lo estás haciendo genial… Oh, joder, sí… Joder, sí… Esa es mi buena puta…

Y luego, cuando el placer abrumaba su sentido del equilibrio, Alexis retrocedió, arrastrando con ella a la desventurada ama de casa, hasta lograr sentarse en uno de los retretes. Una pierna apoyada en el rollo de papel higiénico y la otra en el riel para discapacitados. Luego pasó los dedos por el cabello de la joven rubia.

― Eso es… Chúpalo… Chupa ese clítoris… Ahora con la lengua… Sí, así… Oh, joder… ¿te estás tocando? Quiero que tú también te corras, cielo… Córrete conmigo… Justo ahí, arrodillada, como debe ser… ¡Oh, joder!

Michelle hacía ya rato que se masturbaba. No necesitaba que se lo dijeran. Y se encontraba ya muy cerca de correrse. Muy, muy cerca. Pero entonces las palabras de Alexis comenzaron a hundirse en su mente. “Córrete conmigo”. Comenzó a pensar en lo que significaba correrse con otra mujer. Correrse mientras le comía el coño a otra mujer. Ahora ¿era lesbiana…? Se lo estaba pasando bien. Y de esa forma… justo de esa manera. Arrodillada, en un baño, con el sexo recién afeitado. Su barbilla descansaba sobre la taza del inodoro mientras se lo comía a otra mujer. Y todo ello mientras alguien llamaba a la puerta pidiéndoles que se diesen prisa. Una persona ante la que tendría que pasar con la ropa hecha un desastre, con un collar para perros rosa en el cuello, con el maquillaje arruinado y apestando a sexo. Todos esos pensamientos deberían haber actuado como un jarro de agua fría sobre su deseo, pero no hicieron más que acrecentarlo aun más. Era la puta de una puta, y eso la excitaba. Un rayo de placer atravesó sus temblorosas entrañas. Se iba a correr.

― Mírame, cielo ― ordenó Alexis ―, déjame ver esos bonitos ojos azules.

Michelle levantó la mirada. ¡Oh, Dios! La cámara apuntaba justo hacia su cara.

― Sigue tocándote ― le advirtió Alexis ―. Y saca esa preciosa lengüecita rosada.

“Dios, aquí no. Así no”, pensó Michelle, que no dejó de frotarse el clítoris con el dedo corazón. Finalmente se corrió.

― No me hagas repetírtelo de nuevo ― dijo Alexis.

Dios, iba a obligarla a hacerlo. Tímidamente, Michelle sacó la lengua. Sus ojos se cerraron involuntariamente ante una nueva oleada de placer.

― Sácala más ― ordenó Alexis mientras la lengua de Michelle se estiraba todo lo posible, lamiendo y saboreando su hendidura. Era una lengua larguísima. Oh, sin duda iba a sacar buen provecho de ella. Tomó otra foto, y otra. Capturando cada momento de la degradación de aquella ama de casa tirada sobre el piso del baño. Capturando su vergüenza. Capturando el momento en que se corrió, empujando, lamiendo, gimiendo y chupando.

Entonces Alexis se unió a ella en su orgasmo. Y fue tal y como había imaginado. Caliente. Explosivo. Como una tormenta eléctrica en Agosto. Era la secretaria que pudo haber tenido y mucho más. Ahora no lo hacía para el placer de Harold, lo hacía para el suyo propio. Harold no sabía nada acerca de Michelle, tan solo que erala pequeña y sexy esposa de su vicepresidente.

Luego tuvieron que darse prisa. Se ajustaron las faldas, se lavaron las manos y las caras y se arreglaron el cabello revuelto. Los golpes en la puerta eran casi constantes.

― ¡Por Dios, dense prisa! ― gritó alguien ― ¿Qué están haciendo ahí?

Cuando finalmente salieron, Michelle se sintió como si estuviese caminando por el pasillo de la vergüenza. La forma en que aquellos ojos se clavaban en ella como dagas. La forma en que se fijaron en su muslo, expuesto por la alargada hendidura en su falda, la forma en que se fijaron en la ausencia del sujetador y, finalmente, en como se fijaron en el collar rosa que llevaba al cuello. Los brillantes diamantes de imitación llamaban la atención y, por si eso no fuera suficiente, la campanita sonaba a cada paso que daba. Podía ver el reconocimiento en los ojos de la gente, se sabía ya etiquetada. Una puta. Una pervertida. La puta de una puta.

― Que lindas mejillas sonrosadas ― comentó Alexis ―. ¿estás avergonzada, cielo?

― Sí. ― Admitió Michelle mientras ambas se dirigían hacia el coche de Alexis.

― ¿Por qué te avergüenzas? ― preguntó Alexis mientras su mano se movía sobre el sedoso material de la falda de la mujer más joven ―. Tuviste la oportunidad de ser como ellos. Michael y tú podríais haber llevado una vida muy aburrida. Quizás hubieses podido encontrar trabajo vendiendo cosméticos. ¿Pero querías eso de verdad? Querías ser lo que ahora eres. Recuerda, me lo suplicaste, cielo. La puta de una puta. Y con estas fotos… La verdad es que es ya demasiado tarde para echarse atrás, ¿no crees? ¿Qué pensaría Michael de esto?  ¡Ver a su mujercita haciendo cosas por otra mujer que no haría por él!

― Es tan solo que no estoy acostumbrada a ciertas cosas ― tartamudeó Michelle ―. Y con Michael es… quiero decir… él no espera…

― No es lo que él espera ― dijo Alexis, cuya mano vagaba ahora sobre las redondeces del culo de Michelle ―. Es lo que él ignora de ti. No te conoce como yo, cielo. Yo sé exactamente que tiene que hacer una puta. Y el próximo miércoles te espero en mi casa a las once de la mañana.  Acudirás allí recién duchada, rasurada y perfumada. Llevarás medias y liguero, nada de bragas ni sujetador. Deberás acudir como una puta accesible. Tus tacones deberán ser de al menos diez centímetros. La minifalda por encima de la parte superior de las medias. Además, comprarás una correa que pueda engancharse a tu collar. Una correa rosa. Llevarás puesto todo cuando llegues a mi casa e irás a la puerta de atrás. Una vez hayas allí, te quitas la falda y la blusa y me esperas arrodillada. No quiero habladurías de los vecinos. Luego abriremos mi caja de sorpresas y probaremos algunos juguetes nuevos. Estoy indecisa acerca de usar sobre ti o bien la pala de cuero o bien un gran strapon… pero una cosa es segura, sea lo que sea lo que decida usar, lo usaré sobre ese culito tan sexy que tienes. Dime, mascota, ¿tu marido ya te ha azotado? Se que no te ha tomado por ahí. Lo tienes muy estrecho para que lo haya hecho.

Y luego, una vez más, un dedo de Alexia se deslizó dentro del estrecho esfínter de la joven. Esta vez el dedo se deslizó en su interior con mayor facilidad, a pesar de la resistencia de la joven. ¡Dios mío! Michelle sintió como una vez más se le aflojaban las rodillas. Miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta y se sonrojó.

― No, nunca me ha azotado ― admitió. Se pasaría toda la semana pensando en que le iba a suceder el miércoles. Preguntándose que sería: los azotes o follarle el culo. Cualquiera de las dos opciones iba a ser dolorosa, pero, de alguna manera, la idea de que invadieran su trasero era el pensamiento más aterrador de todos.

― Bueno, entonces será una sorpresa ― dijo Alexis dejando de tocar el culo de la joven ama de casa para ponerse a rebuscar en su bolso. Cuando acabó, le entregó doscientos dólares a la joven ―. Toma, cógelos. Lo he pasado bien hoy.

Michelle, aunque no quería hacerlo, cogió el dinero. El cogerlo se traducía en que ahora era de verdad una prostituta: era una transacción en efectivo, el pago por los servicios prestados. Ya no podía dar marcha atrás, no importaba cuanto quisiera. Al menos le quedaba el consuelo de que podría comprarse algo bonito con ese dinero y, lo mejor de todo, Michael no tendría por qué enterarse.

Alexis sonrió cuando la joven y bonita ama de casa cogió el dinero y lo guardó en su bolso. En unos días se enteraría de que Trevor, otro de los vicepresidentes de la compañía de su marido, había sido despedido. Se imaginaría que había sido Alexis y no Harold, su marido, quien había tomado la decisión. Pero lo cierto era que Trevor, desde el principio, era el que iba a ser despedido. El puesto de trabajo de Michael nunca había estado en peligro. Sin embargo, cuando la joven ama de casa se acercara a la puerta de atrás de la casa de Alexis y se despojase de sus elegantes ropas, se ajustara la correa al cuello, se arrodillase y llamara al timbre, oh sí; esperándola allí desnuda con ese culito redondo y perfecto, con las tetas expuestas y preguntándose que tendría Alexis reservado para ella; estaría muy agradecida. Oh sí, muy agradecida.