La puta de mi propio hijo (9)
Decidida a ser una auténtica puta y ser dominada totalmente por mi hijo.
No volvimos a estar juntos y solos hasta dos días después, hasta que pude escaparme de nuevo de la cama de mi marido y colarme entre las sábanas de mi hijo. Tras meses de mono, por fin tenía mi droga a mi disposición, y mi hijo lo sabía y estaba dispuesto a aprovecharse de ello con todas las consecuencias.
El fin de semana se nos presentaba una oportunidad estupenda para estar solos, ya que su padre tenía una cena con sus compañeros de golf a la que no asistirían las esposas. Se lo comenté a mi hijo, pensando en tener una sesión de sexo tranquila en su cama, pero él tenía otros planes para mí.
El sábado, en cuanto se marchó mi marido, me cogió de la muñeca y me llevó a su habitación.
-Bien, puta, ha llegado la hora de vestirte como lo que eres.
Sacó de un cajón una caja envuelta con papel de regalo y me dijo que me lo había comprado cuando estaba fuera, y que hoy era el momento perfecto para dármelo. Lo abrí y vi que era un conjunto de vestido y sandalias. Lo cogí para observarlo, pero me pareció exageradamente pequeño, aunque los zapatos sí eran de mi número.
-Creo que me va a quedar pequeño.
-Conozco tu talla perfectamente, zorra, te lo he comprado más pequeño a propósito.
Me ordenó que me quitara la ropa interior y que me lo pusiera. Como había intuido, era pequeño, era un vestidito corto de verano, de tirantes, tan corto, que apenas me tapaba el culo y tan ceñido que todas las curvas de mi cuerpo se marcaban completamente, los tirantes eran apenas dos cordoncitos que sujetaban dos mínimos triángulos de tela que apenas podían contener mis tetas. Me calcé las sandalias, a juego con el verde chillón del vestido, y con unos tacones altísimos y me miré en el espejo. El efecto era increíble, me había convertido en el mayor putón imaginable. Mi hijo se acercó por detrás para acariciar mi culo y besarme la oreja.
-Eres la puta más deseable que he visto en mi vida, mamá. Píntate los labios fuerte y estarás perfecta.
Me pinté con un rojo pasión, y me dispuse a disfrutar con mi hijo. Pero me extrañé cuando vi que se había arreglado.
-¿Te vas?
-Sí, y tú te vas a venir conmigo. Quiero exhibir a mi puta por la calle.
Me quedé helada, no podía salir así vestida a la calle. Intenté razonar con él, pero fue inútil, me cogió de la mano y salimos. Cuando pasamos de largo el coche, se lo dije, pero me dijo que cogeríamos el metro para que me vieran bien, y que iríamos al centro a pasear un rato. Caminábamos cogidos por la cintura, y sentía todas las miradas clavadas en mi cuerpo; podía notar miles de ojos desnudándome con la mirada. Intentaba no mirar a los hombres con los que nos cruzábamos, me sentía terriblemente avergonzada, pero eso era lo que quería mi hijo, lo que le excitaba, ver a su madre degradada y humillada. En el metro aún fue peor. Mi hijo me obligó a no bajar la mirada, y pude ver los ojos de deseo y lujuria de todos los hombres que me miraban, me repasaban todo el cuerpo, dese la boca hasta la punta de los pies. Mi hijo a veces me besaba y eso ponía más cachondos a los hombres. Me hizo sentar y los situados justo frente a mí, no dieron crédito al ver que no llevaba bragas y que mi coño se les ofrecía en todo su esplendor, recién depilado para complacer a mi hijo.
No sé quién estaba disfrutando más, mi hijo o todos los hombres con los que nos cruzábamos. La humillación que sentía era terrible, pero también la excitación, me sentía completamente como una puta, pervertida y degradada, pero si nos viera algún conocido me moriría de vergüenza. Paseamos por las calles oscuras y llenas de gente del centro, sin ser consciente de que mi hijo me estaba guiando hacia las callejas donde se colocan las putas en busca de clientes. Creo que lo había planeado todo desde el principio. Dimos varias vueltas por la zona, dejando que el ambiente me embriagara. Nos paramos al llegar a una fachada oscura y vacía
-Me vas a esperar aquí, ¿de acuerdo, puta? Tengo que hacer unas cosas, y quiero que me esperes como una buena perra pegada a la pared.
-Es..estás seguro ¿crees que es buena idea?
-Si acaso algún hombre te confunde con una prostituta y te hace proposiciones, ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, puta?
Su tono de burla me humilló más todavía. No sólo me había vestido como una puta, quería que me portara como una. Antes de poder decir nada se fue, dejándome allí sola, temerosa de ese barrio y de todos los que pasaban por allí.
Varios hombres pasaron a mi lado, todos mirándome como habían hecho desde que habíamos salido de casa, pero afortunadamente ninguno se paró ni me dijo nada. Estaba rogando porque mi hijo se dejara de juegos y me llevara a casa de una vez para poder follar tranquilamente, cuando un hombre se paró frente a mí. Era menor que yo, tendría cerca de 30 años, con mucha barriga y bastante feo. Casi babeaba al mirarme, sus ojos fijos en mis tetas. Empezó a hacerme preguntas vulgares y a alabar mi cuerpo, yo buscaba con la mirada a mi hijo, pero no le veía por ningún lado, aunque sabía que desde algún sitio me estaba observando, y que estaría disfrutando como un cabrón de la puta de su madre. El hombre empezó a sobarme y me preguntó cuánto cobraba y le dije lo primero que se me ocurrió, 30 euros, me agarró de la cintura y el baboso y yo entramos en el primer hostal que encontramos.
Pagó la habitación, sonriendo por los guiños de complicidad que le lanzaba el recepcionista y las miradas cargadas de lujuria que me lanzaba a mí. Entramos en la habitación, un cuartucho sucio y desagradable, y nada más cerrar la puerta el baboso se abalanzó sobre mí, sobándome todo el cuerpo; en un momento mis tetas estaban fuera del vestido.
-¡Qué tetas tienes, puta, te las voy a comer enteras!
Cuando sus manos tocaron mi coño y descubrieron que no llevaba bragas, su lujuria se desbordó, me subió el vestido hasta la cintura.
-Chúpamela sin condón, puta, quiero sentir tu boca en mi polla.
Tiró de mis hombros hacia abajo hasta ponerme de rodillas delante de él, se abrió el pantalón y el olor fortísimo de su polla me llenó, se la sacó con la mano y la pasó por mis labios. Abrí la boca y la engullí, envolviéndola con la lengua. El hombre, o mejor debería decir mi cliente, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, gimiendo enloquecido de placer, mientras le hacía la mamada de su vida. Si mi hijo quería que me comportara como una puta, le iba a demostrar que podía ser más puta que nadie.
Lamí toda su polla, sus huevos, incluso le lamí el culo, hasta dejarle en tal estado de excitación que hasta se le nublaba la vista. Se apartó de mí temblando y se desnudó en segundos, me quitó el vestido y me dijo que era hora de follar, que no aguantaba más.
-Pero me temo que no tengo condones.
-¿Ah no? Jaja. Entonces lo tendremos que hacer a pelo, ¿no crees, puta?
Y tumbándome sobre la cama se echó sobre mí, apuntando su erecta polla a mi coño. La sentí entrar, deslizarse dentro de mí, le rodeé con mis piernas y empezamos a follar. Se movía mal, de forma torpe y como con falta de experiencia, pero su forma de hablarme y tratarme, la perversión de la situación, incluso la sucia habitación me excitaban muchísimo, y me encontré disfrutando de aquel hombre desagradable, de mi cliente. Si mi hijo pudiera verme, estaría orgulloso de su madre. Tras un rato de empujar sobre mí, sintiendo el peso de su cuerpo en cada embestida, acabó corriéndose con un rugido animal; sentí cómo su semen se esparcía dentro de mi coño, de mi mojado coño. Mi cliente sudaba y gotas caían de su frente sobre mí, hasta babeaba de gusto. Dio un último empujón y se separó de mí, se incorporó en el suelo, tambaleándose por el esfuerzo que había hecho.
-¡Joder, puta! Ha sido el mejor polvo que he echado en años. Ojalá todas las putas fueran tan calientes como tú.
Me dio un billete de 50 euros, diciendo que me lo había ganado. Se vistió y me preguntó si solía estar siempre por esa zona, porque me buscaría más veces. Le sonreí y le dije que me buscara. Se fue y me quedé tumbada como me había dejado, desnuda, acariciándome suavemente el coño. Me lavé, me vestí, y salí a la calle. Mi hijo me esperaba apoyado en la pared, fumando tranquilamente. Si alguna vez me había preguntado cómo se comportaría un chulo con sus putas, ahora tenía la respuesta. Me sonrió burlón.
-Veo que lo has pasado bien, zorra. He visto a tu cliente salir hace un rato, ese gordo llevaba una sonrisa de oreja a oreja, señal de que ha quedado satisfecho con su puta. ¿Y cuánto has cobrado?
-Le pedí 30 euros, pero quedó tan contento que me dio 50.
-Bueno, tu primer sueldo, puta. Dime, ¿lo has pasado bien?
-Mucho, mi amor.
-¿Sabes?, ese gordo me ha dado envidia, anda, vamos a otro hotel, yo también quiero disfrutar de una puta tan caliente como tú. Veamos si yo también quedo igual de satisfecho.