La puta de mi propio hijo (8)
Tras meses separados, hijo y madre se reencuentran para continuar sus perversiones.
Han pasado meses desde que estuve con mi hijo por última vez. Él se fue a estudiar una temporada al extranjero, y nos separamos. Nuestra relación se rompió. Me quedé sola, desamparada, intentando por todos los medios disimular ante mi marido, su padre, el vacío que sentía en mi interior. Hasta que él se fue no fui consciente de lo dominada que estaba, y aún estoy, por él, de lo mucho que necesitaba mi sumisión, y sentirme la puta de mi propio hijo.
Me acostaba con mi marido, pero no le veía a él, sólo podía ver la cara de mi hijo adolescente, y follaba mecánicamente, sin pasión ni sangre, recordando cómo mi hijo había doblegado mi propia alma y me follaba salvajemente, me insultaba, me escupía, me maltrataba física y psicológicamente; cómo me humillaba, cómo me había pervertido totalmente. Cuando estaba a solas me masturbaba pensando en él, me autocastigaba, me comportaba como una pervertida y una puta por las calles, como a él le gustaba que me comportara, pero no era igual. No estaba él. Me faltaba.
Las únicas alegrías que tenía eran los correos en mi email personal de la oficina. Nos escribía muchos mails a su padre y a mí, con su alegría y buen humor característicos, en los que nos contaba sus experiencias. Pero en mi correo privado siempre me saludaba igual: "hola, puta". Cuando veía esas dos palabras me cuerpo temblaba de emoción, mi coño se humedecía. Me encerraba en mi despacho y me masturbaba leyéndole. Era lo más parecido que podía haber a estar con él. Guardo todos los mails que me mandó, como un tesoro, como un adolescente guardaría sus revistas porno bajo la cama. Los he leído mil veces, conozco de memoria cada frase, cada insulto, cada orden, cada desprecio, cada palabra. Y cada vez que releo alguno de esos mails, mi coño se moja igual que la primera vez.
Pero por fin se acabó la espera, mi hijo volvía a casa, y los días anteriores a su vuelta me encontraba en un estado de ansiedad como no recordaba en mucho tiempo. El último mail suyo que recibí antes de su llegada me dejó bien claro que ansiaba tanto como yo estar conmigo, y que estaba deseando estar a solas conmigo y hacerme suya de nuevo y convertirme en su puta otra vez.
El día de su llegada me vestí muy guapa y elegante, un pelín sexi, pero sin pasarme, por supuesto; mi relación con mi hijo había sido un secreto para todo el mundo durante meses, incluido mi marido, y no estaba dispuesta a que eso cambiara en mucho tiempo. Medias negras, tacones, falda por encima de las rodillas, blusa abierta por la que se insinuaban mis generosos pechos y el sujetador negro que los cubría, labios pintados, pelo suelto y revuelto. Quería causar la mejor de las impresiones a mi hijo, quería que nada más verme me deseara. Fuimos su padre y yo buscarle al aeropuerto. La espera fue una agonía, cigarrillo tras cigarrillo, hasta que por fin anunciaron la llegada de su vuelo y las puertas se abrieron. Allí estaba, ¡Dios mío!, tan guapo, tan alto, tan fuerte, tan . Saludó a su padre con un abrazo y dos besos, y me reservó para el final. Sus ojos no habían cambiado, desde el momento en que me vio los clavó en mí, profundos, negros, terroríficos, diabólicos. Mis piernas flaquearon un momento. Se acercó, me llamó mamá y me abrazó, su mejilla pegada a la mía. Su olor me embriagó, fue como un afrodisíaco, me besó las dos mejillas, sus labios húmedos se acercaron peligrosamente a mi boca, pero paró antes de volverme loca; se deslizó a mi oído y con disimulo me susurró la palabra mágica: ¡puta!
Había estado meses libre de su dominio, pero ahora, en el coche de vuelta a casa, mi coño estaba húmedo y ansiaba estar a solas con él y sentir de nuevo su poder sobre mí. En casa el día fue tranquilo, no volvió a decirme nada fuera de lo normal, pero sus miradas me abrasaban. Ya sólo tenía ojos para la noche.
Al llegar la noche mi marido y yo nos acostamos, esa noche él estaba cansado y no hicimos nada, y yo, por supuesto, tampoco habría querido, me reservaba para mi hijo. Tambada en la cama, mirando al techo, casi conteniendo la respiración y rogando porque mi marido se durmiera pronto. Él daba vueltas en la cama, mientras mi ansiedad crecía por momentos, hasta que oí cómo su respiración se regularizaba, y poco después empezaba a roncar ligeramente. Ya no pude, ni quise, esperar más, me levanté, sin hacer ni un sonido, mis pies descalzos pisando la alfombra; abrí un cajón y saqué el camisón negro semi transparente que tenía preparado, me lo puse sobre mi cuerpo desnudo y me dirigí al cuarto de mi hijo, cerrando tras de mí la puerta de mi dormitorio. Mi marido seguía durmiendo plácidamente.
Abrí la puerta del cuarto de mi hijo sigilosamente. La luz que entraba por la ventana le iluminaba. Estaba tumbado en la cama, desnudo, la sábana apenas cubriéndole, con un codo apoyado en la almohada y una mano acariciando suavemente su prodigioso miembro. Me esperaba, sabía perfectamente que iría esa noche, que no podría esperar más tiempo a sentirle de nuevo dentro de mí. Me acerqué a su cama, apoyé las manos y me incliné para besar su torso. Me tumbé a su lado, ninguno decía nada, y seguí besándole el pecho, los pezones. De repente me cogió del pelo con fuerza y tiró de él hacia atrás.
-Ha pasado mucho tiempo, mamá.
Pegó sus labios a los míos y me besó, metiendo la lengua dentro de mi boca. Cerré los ojos y me dejé besar, sintiendo su boca caliente y su lengua moviéndose con furia dentro de mí.
-¿Me has echado de menos, puta?
-Sí, hijo mío, no sabes hasta qué punto.
Mi mano acariciaba su pene, grande, suave, creciendo entre mis dedos, abrí los ojos y miré de reojo, su capullo rojo y brillante me hipnotizaba.
-¿Echabas de menos mi polla, puta?
-Con toda mi alma, mi amor.
-No eres más que una perra, una zorra, una puta. ¿Verdad, mamá?
-Sí, mi pequeño.
-Dilo, quiero oírtelo decir.
-Soy una puta, soy tu puta.
-Más alto.
-¡Soy tu puta!
-Más alto, perra.
-SOY TU PUTA.
Me di cuenta de que lo había dicho casi gritando y sentí temor por que lo hubiera oído su padre y se hubiera despertado. Mi hijo me miraba sonriendo diabólico, como siempre hacía, esto era lo que más le excitaba, humillarme, degradarme, y arriesgarse hasta el límite, el peligro, el riesgo de que nos descubrieran le llenaba de adrenalina, le fascinaba ver el miedo en mi cara. Su polla se había puesto dura como el acero. Me agarró de las muñecas y colocándose velozmente sobre mí, me la clavó de un solo golpe, montándome como a la yegua que era. Ninguno de los dos tenía tiempo no paciencia para juegos, hoy no, hacía mucho que estábamos separados y nos anhelábamos mutuamente. Su polla entraba y salía de mí con movimientos rápidos y bruscos, golpeaba mi cuerpo con el suyo en cada embestida. Sin soltar mis muñecas se inclinó y me besó los labios, me mordió el labio inferior y tiró de él con fuerza, hasta hacerme sangre. No había sentido dolor físico asociado al sexo desde la última vez que follé con mi amado hijo, y casi había olvidado lo maravilloso que era. No podía controlar mis gemidos ni jadeos, pero ya todo me daba igual, sólo existíamos mi hijo, yo y la cama en la que follábamos.
Me soltó las muñecas y agarró mis pechos con fuerza, los sacó fuera del camisón y los apretó, dejó mi labio sangrante y cogió mis pezones entre sus dientes, apretando mientras tenía mi primer orgasmo de la noche. Mi hijo sintió mis convulsiones, mis gritos contenidos y arreció en sus embestidas hasta correrse y descargarse dentro de mí. Su sudor goteaba sobre mi cuerpo y su semen mojaba mis entrañas, mezclándose con mis jugos. Se tumbó a mi lado, jadeando y sudando, llamándome "mamá" y "mi puta". Sudando yo también y respirando entrecortada, le acaricié y lamí su polla, limpiando la leche que tanto hacía que no probaba.
-Nos vamos a tener que poner al día, perra, ¿no crees?
-Quiero ser más perra que nunca para ti, mi vida. Este tiempo me he dado cuenta de lo mucho que necesito que me trates cómo tú sabes.
-Te aseguro que volverás a ser mi puta, mamá, vamos a pasarlo muy bien tú y yo, zorra. Por cierto, ¿qué tal está la tía?
-Me pregunta mucho por ti, quería que la visitaras en cuanto volvieras. Ahora necesito ir al baño, tengo que orinar.
-Muy bien, pero quítate el camisón, ve desnuda, y no te limpies después de mear.
Fui hasta el baño desnuda, temiendo que mi marido se levantara en cualquier momento para orinar o beber agua y me preguntara qué demonios hacía allí desnuda. Tuve suerte, y volví con mi coño húmedo de pis a la habitación de mi hijo. Me tumbé y me empezó a acariciar el coño con los dedos.
-¿Te ha excitado andar desnuda por la casa, mami?
-Sí, me excita mucho, pero es tan peligroso.
-Haré que vuelva a excitarte comportarte como una puta, que ames el peligro. ¿Eres mía, puta?
-¡Sí, mi amor, completamente tuya!
Me metió los dedos en la boca y saboreé mi propia orina. Se deslizó entre mis piernas y hundió la cara en mi coño mojado de pis, y con su lengua me provocó el segundo orgasmo de la noche. Aquella noche tuve dos orgasmos más, y ya muy pronto por la mañana, me deslicé fuera de su habitación y me metí en mi cama, sin que mi marido se diera cuenta, seguía durmiendo tan tranquilo, totalmente ignorante de la sesión de sexo que había pasado a escasos metros de donde se encontraba él. Tardé en dormirme, mi corazón palpitando de pasión y lujuria, notando mi coño irritado, mi labio mordido y los pechos doloridos, todo por lo que había suspirado desde hacía meses. Y de nuevo lo tenía aquí. Estaba deseando ver qué tenía reservado mi hijo para mí, estaba deseando ser la puta de mi propio hijo de nuevo.